Día Internacional del Palabreo

«Parole, parole, parole» cantaba Mina, gran dama de la canción italiana de mi niñez y mi juventud. El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer ha traído a mi memoria su voz y la sonrisa irónicamente triste con que la cantaba. Palabras, palabras, palabras. 1.171 mujeres asesinadas desde que empezaron a contarse sus cadáveres en 2003. ¿Cuántas más habrá hasta que se muera este año el 31 de diciembre? Mientras tanto y durante nadie sabe cuántos años más, minutos de silencio, flores, manifestaciones con camisetas, pulseritas y pancartas moradas y discursos, muchos discursos, muchas palabras, palabras, palabras. A nadie se le ocurre que mientras miles por todo el mundo se manifiestan y discursean con emotivas palabras reivindicando el derecho de la mujer a vivir sin miedo, a una mujer la está amenazando en su casa  un puño cerrado, un cuchillo. ¿De qué le sirven a esa mujer las manifestaciones, los discursos? ¿De qué le van a servir los minutos de silencio si los golpes o el cuchillo acaban con su vida? 

Todos los golpes que recibí desde los diez a los quince años y el miedo a los golpes que amargaron mi infancia y mi adolescencia me dan derecho a decir, ya sin ambages, que me revientan los minutos de silencio, las manifestaciones y los discursos emotivos que convierten un día como el de hoy en un festival. Mientras miles por todo el mundo se manifiestan y discursean reivindicando el derecho de una mujer, de una niña, a vivir sin miedo, millones por todo el mundo cantan, saltan y gritan por los goles del mundial de Qatar. Mientras miles por todo el mundo se manifiestan y discursean reivindicando el derecho de una mujer, de una niña, a vivir sin miedo, el mundo aparentemente civilizado se postra ante lo millones de Arabia Saudí; ignora la opresión, el terror de las mujeres en Afganistán, en Irán y en muchos etcéteras porque ya no son noticia. Las manifestaciones y los discursos feministas me recuerdan a algún vecino piadoso que alguna vez me curó un golpe que sangraba y no se metió en más honduras porque cada cual tiene sus cosas. Y ese recuerdo me hizo pensar en la cantidad de cosas que tendrá el rey de España que, con tres mujeres en su casa, se va a Qatar sin ningún reparo a ver el juego de los españoles. No sería muy patriota poner en peligro el dinero que países como Qatar y Arabia Saudí invierten en España. Pues bien, los golpes que recibí y el miedo a los golpes con el que viví durante los años más cruciales de mi vida, me dan derecho a decir, a mi provecta edad, que me revienta la hipocresía y que ya va siendo hora de que reviente soltando lo que he callado durante tantos años; repitiendo la solución que tantas veces he escrito demasiado tímidamente. Claro que el problema tiene solución de verdad, sin palabreo. Lo que no tiene solución es la cobardía de quienes, teniendo el poder para solucionar el problema, alivian su conciencia con flores, velas y palabras. 

Una tarde de mis quince años me vi en la terraza del Caribe Hilton de Puerto Rico en una situación que me parecía irreal. Estábamos en una mesa mi padre, mi madre, el segundo marido de mi madre y yo. Dos días antes, mi madre había recibido un telegrama anunciándole la llegada de mi padre al país y ese telegrama había causado en la casa pánico. Yo tenía un ojo medio cerrado por un puñetazo y llevaba varios días diciendo lo que me pedía mi madre que dijera; que me había caído. Eso iba a decirle a mi padre cuando me preguntara, pero mi padre no me preguntó. Sin estridencia alguna, con voz hasta cordial, mi padre se dirigió al marido de mi madre. «Me han dicho que le pega usted a mi hija». El marido de mi madre se explayó enumerando todos los defectos que me convertían en merecedora de todos los golpes. Mi padre le escuchó sin interrumpirle. Cuando el cafre hubo terminado, la cara de mi padre se transformó sin ningún aspaviento. Le miró fijamente con la seriedad de Fassman en el escenario y le dijo, «Usted es un cobarde». La frase y su efecto fueron para mí una revelación. Aquel individuo grande y robusto que desde mis diez años me pegaba todos los días con mano abierta y puño cerrado y cinturón y cualquier cosa que tuviera en la mano,  se convirtió de pronto en un alfeñique tembloroso. «Los tipos como usted», siguió mi padre, «solo pegan a las mujeres porque con un hombre no se atreven.» En ese momento, sentí que se me había muerto el miedo.  Mi padre dijo más, pero no lo recuerdo. «Si vuelvo a enterarme de que pega a mi hija», concluyó, «se va a tener que enfrentar conmigo y le aseguro que lo voy a dejar hecho trizas». El cafre no volvió a pegarme nunca más aunque me hacía la vida imposible con lo que ahora llaman maltrato psicológico. Dos años después, me negué a volver a la casa de mi madre. El asunto se solucionó.  

¿Existe una auténtica intención de solucionar la violencia que sufren las mujeres por parte de sus parejas y de otros hombres? Feministas y políticos responden al unísono que solo se soluciona con la educación. Y sí, es necesario educar a los chicos para que repudien el machismo y a las chicas, para que no lo toleren. Pero no es suficiente. El mundo está lleno de homínidos que no logran evolucionar al grado de seres humanos, y algunos de esos homínidos son cafres. La educación puede transformar en ser humano consciente a quien tenga la disposición de aceptar un criterio moral y de regir por él su conducta. Pero eso, evidentemente, depende de la voluntad de cada cual. ¿Se puede solucionar la violencia contra las mujeres esperando que los hombres quieran educarse y se eduquen? Solo si a feministas y políticos no les importa seguir esperando años de manifestaciones, flores, velas y discursos para decir a las mujeres maltratadas cuánto importa su tragedia personal.  

La única auténtica solución me la sugirió mi padre aquella tarde. Los cafres son cobardes que atacan al más débil porque saben que no se podrá defender. Los hombres cafres maltratan a las mujeres porque las superan en porcentaje de testosterona en sangre y la testosterona incrementa la masa muscular y ósea y la fuerza. Ante los golpes de un cafre, una mujer no tiene defensa posible. Pero, ¿qué pasaría si esa mujer tuviera maña suficiente para evitar los golpes del cafre y vencer su fuerza?  La pregunta encontraría respuesta rápidamente si en todo los colegios se impartieran, por ley, a las niñas clases de defensa personal y esas clases se impartieran a adultas gratuitamente. ¿De qué sirve que en manifestaciones y pancartas feministas se diga que la mujer quiere salir a la calle sin miedo? No sirve absolutamente para nada porque el que está dispuesto a violar a una mujer que ve caminando sola  no piensa en manifestación ni en pancarta alguna. Otra cosa muy distinta ocurriría si cundiera la información de que las chicas salen del colegio sabiéndose defender. Poco después de aquella tarde memorable en la que mi padre me reveló muchas cosas sin saberlo, salió en la portada de varios periódicos americanos la  noticia de que un japonés delgado y bajito había dejado tontos en el suelo a cuatro hombres que le habían atacado en un callejón. El japonés tenía una academia de karate y judo. La noticia puso de moda a las artes marciales causando furor.

Con las clases de defensa personal desde pequeñas, se acabaría el problema de la violencia contra las mujeres. ¿Cómo es que esa solución tan sencilla no se le ocurre a nadie? La respuesta nos enfrenta a otro problema. ¿Cuántos políticos hay en los países democráticos que se atrevan a proponer esa solución? Evidentemente, ninguno.  

Para enseñar a los niños la igualdad de facultades y derechos de hombres y mujeres, bastaría leerles y explicarles el primer capítulo del Génesis. «Creó, pues, Dios al hombre…macho y hembra los creó». Sustitúyase la palabra Dios por Naturaleza para los no creyentes; la igualdad de machos y hembras de la misma especie sigue siendo cierta. ¿De dónde salió entonces la desigualdad que las mujeres tuvieron que sufrir durante siglos, que aún sufren en algunos países, que siguen sufriendo en países democráticos que conservan discriminaciones atávicas? Salió de la superioridad que al hombre otorga la testosterona y de la doctrina y los mandamientos de los dioses creados por los hombres. Hoy por hoy, la desigualdad intelectual de las mujeres solo la puede afirmar un imbécil. La desigualdad física no se puede negar y por eso los cafres siguen maltratando y matando a mujeres.

La nave de los locos

Madrid vio el domingo una multitudinaria manifestación en defensa de la sanidad pública. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, vio en las calles de su capital a 34 médicos y 200.000 comunistas.  Todas las encuestas y los analistas políticos de los Estados Unidos predecían que una marea roja, es decir, marea de votantes del Partido Republicano, iba a cubrir el país en las elecciones legislativas y federales. Se equivocaron. Resultó ser una marea azul  que entregó la mayoría del Senado al Partido Demócrata y una mayoría escuchimizada  a los republicanos en la Cámara de Representantes. Pero Donald J. Trump, ex presidente de los Estados Unidos y máximo responsable de la debacle republicana en las elecciones, ha anunciado que  volverá a presentarse como candidato a la presidencia en 2024. Lo anuncia con dos años de antelación por diversos motivos, uno de ellos, para no renunciar a su vocación de estrella mediática; vocación que, durante su mandato, convirtió a todo el país, incluyendo la Casa Blanca, en un inmenso plató de televisión. Vladimir Putin despertó un día sintiéndose heredero de los zares de Rusia, llamado por el destino a devolver a la gran nación su antigua gloria. Empezó por querer anexionarse a Ucrania y nadie sabe cómo acabará porque, si no le dejan anexionarse todas las antiguas repúblicas soviéticas y seguir más allá, puede que decida demostrar su poder omnímodo destruyendo el mundo con su armamento nuclear.  Probando el armamento nuclear de su país, Kim Jong-un, líder supremo de Corea del Norte, entretiene su abundantísimo tiempo libre jugando a convertirse en líder mundial. Muy cerca, Xi Jingpin, líder supremo de China, se prepara para anexionarse a Taiwan amenazando con bombas nucleares a quien se le ponga por delante. Y estos son solo unos cuantos de los ejemplos que demuestran que el mundo se ha convertido en una nave conducida por locos hacia el Paraíso de los Locos, según la alegoría de Platón. 

Diríase que vivimos al borde de hundirnos en las profundidades de un mar proceloso conducidos, por los que tienen el poder, hacia un inevitable y definitivo naufragio. La Historia nos tranquiliza contándonos que hubo tiempos peores, mucho peores, de los que la humanidad salió, en los países civilizados, más robustecida, más libre, más humana. Vano consuelo. No había en tiempos de reyes y guerreros locos armas de destrucción masiva ni estaba el mundo entero amenazado por los elementos dispuestos a vengarse de los abusos de los hombres. Hoy todo amenaza muerte. Los hombres, machos y hembras, parecen haberse hartado de la Creación; de la exigencia de evolucionar creando; creándose, sobre todo, a sí mismos. Hoy parece que los hombres se hubiesen rendido agotados por el esfuerzo racional que exige alcanzar el grado de seres humanos. Alcanzar ese grado debería determinar el rumbo de una vida humana para llegar al puerto final con la certeza de haber cumplido con la razón por la que Dios o la Naturaleza ofreció al hombre la Tierra y cuanto en ella existía para que la gobernara y disfrutara. Pero hoy parece que los hombres se hubieran cansado de gobernarse a sí mismos  y de gobernar a la Tierra y hasta de disfrutar con el alma cuanto el mundo les ofrece. Hoy parece que la mayoría prefiriera un mundo virtual.   

La democracia moderna otorga el poder, en primer término, a los votantes para que los votantes elijan a quienes van a representarles en el gobierno de una nación. Parecía que los políticos habían dado con la fórmula idónea para convivir con la igualdad de todos ante la ley y la libertad que a todos permite evolucionar como seres humanos. Pero un buen día, la mayoría de los ciudadanos, embriagados por los discursos de locos que parecían importantes, entregaron a esos locos el poder sin preguntarse si esos locos estaban capacitados para pilotar la nave del gobierno. Y en el mundo que llamamos civilizado, se armó la de San Quintín; aquella batalla del siglo XVI que costó miles de vidas humanas y que ha servido desde entonces para referirse lo mismo a una gran conflagración que  a un escandalete. 

Hoy vivimos entre conflagraciones y escandaletes  porque la tripulación de la nave parece haberse vuelto loca y confía la nave y sus vidas a quienes no saben ni quieren saber cómo llevar un timón. Dice Benjamin Jowett, traductor inglés de Platón, que la tripulación de la nave de los locos se adueñó de la despensa y no hacía otra cosa que beber y comer. Borrachos de distracciones y hartos hasta reventar, los medio pobres de hoy llenan sus ratos libres con todas las formas de diversión que les ofrecen los magnates de la diversión y que sus cuentas bancarias y préstamos y tarjetas de crédito les permiten. No tienen tiempo ni ganas de mirar al cielo, de auscultar al viento, de calcular el rumbo. Hoy diríamos que esa tripulación de necios corresponde a los que, declarándose apolíticos, entregan con su voto el gobierno de sus vidas a quien menos rabia les dé o más diversión les proporcione. 

¿Cómo se justifican los votantes madrileños del PP haber dado mayoría casi absoluta para gobernarles  a una mujer que solo sabe con certeza cómo poner cuerpo y cara para salir bien en fotos y por la tele? ¿No pensaron que necesitaban servicios públicos y que esa mujer tenía solo una vaguísima idea de lo requería la creación y gestión de esos servicios? ¿Creyeron que más importante que cualquier otra cosa era que el físico y la sonrisa de esa mujer adornara las pantallas de sus móviles? ¿O es que con los estómagos llenos ya solo necesitaban la diversión que esa mujer pudiera proporcionarles? ¿Y qué puede proporcionar a marineros borrachos más diversión que los insultos de taberna contra los adversarios; la excitante expectativa de trifulcas?  En España hay varios políticos con la misma habilidad de sublevar al personal; por ejemplo, la portavoz del PP que parece retarse con Díaz Ayuso a ver quién resulta más borde y la dice más gorda. Intentan imitar a las dos otros líderes de las derechas, pero esos carecen de dotes histriónicas y aburren. 

Siguiendo con el orden de ejemplos de la entrada, vemos que a Donald Trump, estrella televisiva durante catorce años antes de acceder a la presidencia de la nación, nadie le gana a la hora de divertir con insultos a contrarios y llamadas a la violencia. ¿Quién, en el mundo, puede presumir de haber conducido una horda emborrachada por sus discursos a asaltar el Capitolio de los Estados Unidos de América? Se sabe que la mayor parte de esa horda sigue organizada y dispuesta a asaltar todas las instituciones habidas y por haber si Trump no gana las elecciones de 2024 y les conmina a la movilización. O detienen al mandamás de la tripulación de los locos o la democracia americana se acabó y con ella, las democracias de todos los países que entreguen el poder a mandamases necios. 

La democracia se acabó en los países de los otros ejemplos. Todos ellos están gobernados por autócratas fascistas aunque hay todavía muchos necios que adjudican a algunos de esos líderes la ideología comunista; un sistema socioeconómico que, tal como lo concibieron y propugnaron Marx y Engels, ya no existe en ninguna parte. Ya no hay lucha de clases. El obrero, el trabajador, manual o intelectual, hoy lucha por no bajar al sótano de los pobres soñando con subir al piso de los ricos. El comunismo sólo pervive en el mundo de  las ideas románticas; las ideas de todo lo que una vez alguien soñó que fuera y no fue. Prometía la perfecta igualdad de todos los hombres exigiendo a cambio que cada cual renunciara a su libertad; o sea, que el mundo se transformara en una nave de necios con los estómagos llenos y las mentes vacías. No pudo ser. El hombre de hoy ha renunciado a valores, al esfuerzo de construirse un criterio moral por el que regir su conducta, pero a lo que todavía no renuncia es a lo poco que le queda de ser humano; la libertad.       

Queda poco, muy poco al hombre, macho y hembra, para cumplir con la razón por la que fue creado por Dios o por la Naturaleza. Pero por exiguo que sea lo que le queda, hoy por hoy todavía es suficiente para evitar el naufragio definitivo. Donald Trump perdió las elecciones; perdió las elecciones legislativas el Partido que escoró a la extrema derecha por seguir las órdenes de Donald Trump; Bolsonaro, otro fascista disfrazado de cristiano evangélico, también perdió. En España ganó las elecciones generales un partido que nunca entregó el timón a un necio. Pedro Sánchez está llevando la nave del gobierno con todo el arte que se exige a un buen capitán en medio de una borrasca espantosa. Esto significa que la mayoría sigue razonando, respetándose, utilizando su libertad para confiar el gobierno de su vida a quien tenga los conocimientos, la habilidad y, sobre todo, la voluntad de llevar las vidas de los ciudadanos a buen puerto. Y en esta tripulación de seres humanos inteligentes, hay quien no se limita a ejercer su poder en unas elecciones. Cientos de miles de madrileños se manifestaron en la calle exigiendo una sanidad pública. Cientos de miles de iraníes se manifiestan cada día en las calles de todo su país exigiendo libertad. Sigue siendo minoritaria la tripulación de los necios que, con apariencia de personas, se empeñan en emular a los animales. 

Respeto a la verdad

Tardé mucho en enterarme que, para atraer lectores, tenía que empezar mis artículos con frases cortas y claras como eslóganes que incluyeran, preferiblemente, el nombre de los políticos que salen en portadas. Soy muy lenta. Pero como también soy persistente, me acabé enterando y conseguí que las estadísticas pagaran mi esfuerzo diciéndome que me leían miles. Hoy me pueden las circunstancias, y lo que más me importa no es el número de lectores. Dentro de pocos días se eligen en los Estados Unidos una cantidad de cargos locales y estatales, todos los representantes y un tercio de los senadores del Congreso. ¿Influirán esas elecciones en las autonómicas y municipales de España? Es muy probable que influyan en el mundo entero. Por lo pronto, me influyen a mi y a muchos como yo atizándome el miedo como se atiza el fuego de un tronco viejo para que siga echando llamas. Tenemos miedo; los que pensamos que la política afecta profundamente la vida de todos los ciudadanos porque determina el modo y las posibilidades de vivir o de malvivir, tenemos miedo. El colosal esqueleto del fascismo ha salido de su tumba con los brazos abiertos para sofocar a todos cuantos no entienden la vida sin libertad. Quienes no estamos mirando hacia otros lados le vemos acercarse y sentimos miedo. Pero el miedo da dos opciones: enfrentarse al peligro o escapar. En el mundo entero gritan las mentes de quienes han decidido enfrentarse. Esos gritos se transforman en palabras que piden ayuda a todos los demás para devolver el monstruo a su tumba.    

Un peligro gravísimo amenaza a la democracia, a la libertad de todos los americanos dentro de tres días. En el gobierno de la nación, un presidente progresista trabaja sin descanso para levantar la economía y evitar que la inflación afecte a pobres y medio pobres. En la oposición, un partido totalmente infectado por la ideología fascista trabaja sin descanso para recuperar el poder. Por si alguien duda de las intenciones del Partido Republicano de poner en práctica su ideología, el candidato republicano a gobernador de un estado, en una ataque de sinceridad, dijo en un mitin a sus seguidores: «Si mi partido es elegido, nunca más volveremos a perder unas elecciones». 

El fascismo conquistó Italia en los años 20 del pasado siglo y se extendió por toda Europa, parte de América, África y Asia. Sus políticos nunca perdieron elecciones porque las elecciones desaparecieron con la democracia en los países conquistados. En los países que no llegaron a caer del todo, como en los Estados Unidos, los políticos fascistas intrigaron cuanto pudieron para conseguir que cayeran hasta que la guerra mundial les silenció. Con el paso del tiempo, el fascismo se convirtió en un recuerdo cada vez más lejano de pobreza, analfabetismo, muerte. Cuando el tiempo se hizo años, ese recuerdo se borró. El mes pasado, los italianos dieron el poder a un partido abiertamente fascista. Al día de hoy, las encuestas predicen la victoria de los fascistas americanos en las dos cámaras del Congreso y la victoria de la mayoría de los candidatos fascistas a cargos federales y locales.  

A las elecciones autonómicas y municipales de España del próximo mayo se presentan un partido abiertamente fascista, otro de ideología fascista disfrazada de moderación y otro que busca un hueco en los dos partidos fascistas importantes para sobrevivir. España sufrió el fascismo durante muchos años más que el resto de países afectados por su ideología, pero el recuerdo de muerte, pobreza, analfabetismo tardó muy poco en borrarse de las memorias de los medio pobres ascendidos a clase media gracias a la popularización de los créditos; tardó muy poco en olvidarlos gracias al silencio de abuelos y padres entrenados a callar por temor a represalias. En mayo del año que viene, los fascistas volverán a utilizar la democracia para llegar al poder y, si lo consiguen, utilizarán el poder para socavar a la democracia. Y no se trata de una acusación arbitraria. El bloqueo de la renovación del Consejo General del Poder Judicial con su repercusión en el bloqueo a la designación de jueces del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional ilumina con la luz del día las intenciones fascistas del principal partido de la oposición. Minando uno de los pilares de nuestra democracia, los fascistas intentan derrumbar totalmente nuestro régimen de justicia, de convivencia, de libertades. Pues bien, algunas encuestas predicen que ese partido ganará las elecciones autonómicas y municipales en nuestro país. 

En los Estados Unidos gritan las mentes de los periodistas, analistas, comentaristas honestos instándoles a denunciar lo que está ocurriendo. Trump ha puesto de rodillas al Gran y Antiguo Partido Republicano para que ese partido ponga de rodillas a toda la nación. Periodistas, analistas y comentaristas inteligentes y honestos se lanzan a señalar por todos los medios la amenaza que se cierne sobre la democracia, sobre la libertad de todos los ciudadanos.  Los presentadores de programas políticos libres informan sin reparo ni miedo alguno sobre lo que Donald Trump y los políticos a su servicio hacen y dicen contradiciendo los valores y la Constitución de su república. Mientras tanto, los diarios más leídos y los medios más vistos y oídos de España, por miedo a perder privilegios, o sea, dinero,  ensalzan a la oposición fascista destacando las declaraciones de sus líderes y minimizando los trabajos y logros del gobierno. 

Entre varios presentadores y analistas políticos americanos, llaman especialmente mi atención dos ejemplos, sólo casualmente femeninos. Una es negra. Bajo su pelo modelado por alta peluquería; su ropa a la última, pero elegante; sus joyas, apenas un toque discreto de brillo, su inteligencia y sus conocimientos no cesan de emitir rayos luminosos en el   campo magnético de su cerebro. Bajo su cerebro, en su alma, una sima tan profunda  que se intuye, pero a la que nadie, ni la ciencia ha podido llegar, duele el dolor de la esclavitud de sus antepasados, muy lejana, pero siempre presente en el combate contra el desprecio, en la reivindicación de la igualdad. El destino la echó al mundo  mujer y negra  reduciendo, desde su nacimiento, sus posibilidades de triunfar socialmente y profesionalmente. Joy Reid ha triunfado gracias al esfuerzo ímprobo que  cada día le cuesta desmentir al destino. No hay, en España, ni presentador ni analista ni comentarista que se atreva, con sus datos y argumentos, a desnudar a los fascistas exponiendo sus mentiras y las funestas consecuencias de sus gobiernos allí donde han conseguido gobernar. 

El segundo ejemplo es una presentadora blanca. No tuvo que luchar contra un destino hostil. De familia acomodada, entró sin dificultad en las mejores universidades obteniendo varios títulos. Su carrera ha recibido varias veces los premios más importantes. Cometió lo que para mí es un desliz. Ventiló su vida sentimental con la artista Susan Mikula ganándose el, para mi, estúpido calificativo de lesbiana que hoy la acompaña en toda biografía. Dejando de lado su orientación sexual, que sólo importa a los que padecen de algún trastorno que les lleva a preocuparse por las camas del prójimo, Rachel Maddow expone las lacras de los fascistas con una ironía y un sentido del humor que deberían avergonzar a cualquier republicano inteligente. Se ríe de Donald Trump con datos incontrovertibles que demuestran su desajuste mental, poniendo en evidencia el desajuste de sus seguidores. Lo más notorio de Maddow es su último trabajo; un podcast sobre el florecimiento del fascismo en Estados Unidos a finales de los 30 y principios de los 40 del pasado siglo, con documentos escritos y grabaciones de la época. Los primeros episodios, y vamos por el quinto, causan, a cualquiera que piense, auténtico pavor. Sólo el ataque de los japoneses en Pearl Harbor impidió que los Estados Unidos se convirtiera en una república fascista en todo similar a la Alemania nazi.

Venciendo la parálisis, el silencio que causa el miedo, uno se pregunta si esas encuestas favorables a los fascistas no alterarían el orden si en España se emitieran semanalmente episodios sobre la guerra civil y la posguerra utilizando escritos, grabaciones y filmaciones de la época con la contundencia sin ambages con que Maddow desnuda semanalmente al país que se considera la mayor democracia del mundo.

El esqueleto del fascismo ha salido de su tumba, pero es un fantasma que sólo puede ver una minoría. ¿Cómo revelar su presencia a esa mayoría que puede darle el triunfo en las elecciones? Depende de presentadores, analistas y comentaristas que verdaderamente respeten su profesión; lo que significa que se libren del miedo, de la camisa de fuerzas de la equidistancia que el miedo les impone y se exijan, por encima de todo, respeto a la verdad.  

Sálvese quien pueda

Feijóo y Pedro Sánchez acuerdan renovar el Consejo General del Poder Judicial. Señalan fecha para comunicarlo oficialmente. Los líderes del PP buscan desesperadamente una excusa para romper el acuerdo, como han hecho siempre durante cuatro años. Y, ¡eureka!, la encuentran. La rebaja de las penas por sedición que Pedro Sánchez está decidido a incluir en el Código Penal, les ofrece otra excusa. Sánchez se ha aliado con los catalanes para romper España, pero no lo conseguirán. Las tres derechas de nuestro país vuelven a bajar de las alturas del recuerdo al Generalísimo Francisco Franco para que vuelva a liderar una Cruzada Nacional que limpie de rojos catalanes, vascos, gallegos la sacrosanta tierra de España. Pero es que con Sánchez no se rompe nada, dice un ingenuo que aún cree en el valor de la verdad. Pero es que hoy sabe todo el mundo que con la verdad no se llega a ninguna parte, y los probos patriarcas nacional-católicos quieren llegar al poder como sea. Como sea quieren los candidatos a representantes y senadores del Partido Republicano de los Estados Unidos conseguir, en noviembre, mayorías en ambas cámaras para derogar las leyes sociales que Biden ha conseguido aprobar y para iniciar procesos de destitución de Biden y su vicepresidenta, Kamala Harris, y de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi y de cuanto alto cargo de la actual administración se les ocurra a los republicanos. Como sea quiere Jair Bolsonaro ganar otra vez la presidencia de Brasil. Pero, ¿qué quiere decir «como sea»? Quiere decir que si para recuperar el poder hace falta destruir los valores individuales que hacen posible la convivencia entre seres humanos, se destruyen; se destruyen fácilmente predicando la violencia en nombre de un Cristo impostor que propugna el asesinato de los contrarios para limpiar al país de huestes infernales y convertirlo en un paraíso de seres obedientes a la cúpula de políticos, mangoneados estos, a su vez, por la cúpula de financieros. En nombre de Dios, las derechas utilizan todos los medios que la democracia les otorga para convencer a los ciudadanos de que un país idílico es aquel donde la masa lucha por la supervivencia sin exigir nada, disfrutando tranquilamente de la paz de los sepulcros.

Anoche, Seúl era una fiesta. Cien mil jóvenes llenaban calles estrechas y empinadas celebrando Halloween. Dicen que el terror excita las glándulas produciendo orgasmos mentales. Pues allí estaban cien mil veinteañeros orgásmicos disfrazados de personajes terroríficos en una orgía en la que el alcohol y las drogas libraban de todo reparo humano. Dicen que alguien dijo que en un hotel de una de esas calles estaba uno de los ídolos de los jóvenes surcoreanos y, de pronto, una avalancha de miles de cuerpos cayó sobre otros miles de cuerpos aplastando cuantos cuerpos encontraban a su paso; miles de fanáticos corrían sobre muertos y heridos para ver a su ídolo. Muertos y heridos dejaron de ser lo que eran cuando llegaron a la fiesta para convertirse en una cifra. Ciento cincuenta y pico muertos hasta ahora, miles de heridos, pero la cifra aumentará cuando logren sacar de una pila de siete pisos de muertos a los que, por ahora, dan por desaparecidos. Hoy, en su casa, miles de jóvenes que aplastaron bajo sus zapatos a otros miles descansan tras la juerga de sangre, muerte, terror con la que celebraron una fiesta concebida por el comercio para que los niños se compraran disfraces y fueran en grupos por las casas pidiendo dulces. Pero eran otros tiempos. Películas, series y videojuegos hoy enseñan a niños y jóvenes  a despreciar a la muerte y a aliñar sus vidas con la excitación de sus glándulas sexuales.      

En una fiesta excitante debió convertirse la alocución del Papa Francisco a un grupo de seminaristas instándoles a no mirar pornografía, diciendo abiertamente que la miran tanto laicos como sacerdotes y monjas. ¡Lo que ha hecho el móvil! Por la pornografía «un poco normal» entra el diablo, dijo el Papa. Dijo, además, que la pornografía debilita el alma. Si no fuera porque Francisco, con toda franqueza y honestidad, expuso lo que verdaderamente cree, podría decirse que se trata de otra mentira. La pornografía «un poco normal», como el Papa especificó, no hace otra cosa que excitar las glándulas sexuales. Lo que ensucia, debilita y puede llegar a destruir el alma es la necesidad, creada por diferentes medios, de vivir en perpetuo estado de excitación. 

En perpetuo estado de excitación viven los que han caído en las telarañas de las derechas; telarañas de mentiras que excitan a las glándulas incitando a la violencia. En las redes sociales, esas personas, convertidas en insectos indefensos, descargan su excitación insultando y amenazando a los seres libres cuya facultad racional aún funciona con normalidad. Un día, uno de esos pobres insectos, saturado de mentiras, insultos y amenazas, busca seguir excitándose pasando del dicho al hecho. Uno de esos entró en la casa de Nancy Pelosi hace dos días con la intención de matarla y casi mata al marido de un martillazo en la cabeza. Algunos comentaristas políticos americanos acompañaron la noticia con varios vídeos en los que senadores republicanos muy conocidos incitaban a la violencia contra la presidenta de la Cámara de Representantes después de haber lanzado contra ella los peores insultos acusándola de los actos más aberrantes. En los Estados Unidos, más de 9.000 cargos políticos federales y estatales reciben cada día insultos y amenazas en las redes sociales y por Whatsapp. La cifra ya ha vuelto imposible asignar guardaespaldas a todos. Nancy Pelosi, segunda en sucesión al Presidente, es una de las personalidades más protegidas del país, pero no estaba en su casa hace dos días y le tocó recibir el martillazo a su marido. Porque los predicadores de la violencia no se limitan a señalar a un personaje para ellos indeseable; señalan a toda su familia. Y ya no vale decir que eso sólo ocurre en los locos Estados Unidos de América. Después de la aparición estelar de Donald Trump, las derechas de todo el mundo se han lanzado a imitar a la estrella. Si el físico y la mente de sus líderes no les llega para imitar la genial locura de Trump, copian sus palabras y sus estrategias con la certeza de que así convencerán a millones y de que esos millones les llevarán al poder. La estrategia de Trump se reduce a convencer por todos los medios, pacíficos y violentos, a sus compatriotas para que le devuelvan a la Casa Blanca.  

En España, las derechas tienen un problema. Por algún motivo que sólo conocen sus partidos, sus líderes apenas llegan a actores de reparto. Abascal exhibe pecho con camisas que fuerzan los botones y hacen sospechar alguna especie de chaleco interior,  tal vez un antibalas. En la tribuna del Congreso ya ha agotado, contra Sánchez,  todos los insultos que permite el idioma. La repetición aburre y, por lo mismo, aburre Espinosa repitiendo lo mismo. Por pecho que saquen, los de Vox van descendiendo en las encuestas hasta la categoría de pesos gallo. Tenían una portavoz que, por su histeria, aún conseguía entusiasmar un poco, pero la echaron por creída. ¿Y el PP? A los líderes del PP ya no les entienden ni los del PP. Echan a un presidente joven con un físico que se define con lo de «no está mal», para poner a otro de edad y físico indefinible como eso que se califica con la palabra gris. Gris es Feijóo, tan gris que de él se dice que es moderado, lo que en nuestros tiempos equivale a muermo. Los que le escriben los discursos procuran echar picante con insultos contra el presidente del gobierno, pero Feijóo tiene la voz tan gris como su cara y todo lo que dice suena a lectura monocorde de una lista de la compra. A alguno se le ocurrió escribirle disparates que Feijóo repite ajeno al significado de lo que dice. Tal vez ese pensó que, diciendo los disparates que decía Rajoy, Feijóo conseguiría mayorías necesarias para gobernar. Lo que consigue el pobre es llenar las redes de comentarios burlescos y de emoticones con lágrimas de risa.  ¿No hay nadie más? Propios y extraños dicen que Isabel Díaz Ayuso le está haciendo la camaa Feijóo. Lo que, de tener éxito, dejaría al PP con una presidenta que nunca renuncia a su verdadera vocación; modelar. Díaz Ayuso posa y camina bien, pero difícilmente pasaría un casting de modelos porque su expresión, corporal y facial, es siempre la misma; la expresión de lo que en España se llama chica pija. Consiguió en Madrid una mayoría casi absoluta de votantes, seguramente porque la farándula y el famoseo atraen más que la aburridísima política, pero reunió o le hicieron reunir tal número de ineptos en su gobierno, que la educación y la sanidad en su predio han alcanzado la categoría de desastre. Cada vez abundan más los madrileños que por vergüenza ocultan que votaron por ella. 

Lo que no hay en las derechas españolas es alguien que sepa y pueda hablar de un ideario y, menos, de un programa. El ideario de las derechas de cualquier país se resume en la frase «sálvese quien pueda». Pero a nadie se le ocurre pescar votantes en tiempos de crisis confesando que el partido que quiere vender no promete soluciones porque a los políticos que se postulan para llegar al poder, las necesidades de los mindundis  les importan un carajo. Las derechas ofrecen eslóganes, mentiras digeribles por los cerebros más espesos. No necesitan ni promesas ni programas porque enarbolan algo que excita hasta a los más deprimidos; la bandera. Para entender que un país, una patria es un trozo de tierra que no tendría ni nombre sin los ciudadanos que la habitan, hace falta una cierta inteligencia. Los líderes de las derechas o carecen de inteligencia o disimulan la que tienen porque su objetivo no es llegar a conciencias que piensan. En Brasil se han forrado los que venden camisetas con los colores de la bandera de Brasil. Las han comprado miles matando dos pájaros de un tiro; en Brasil la bandera ya se identifica con Bolsonaro y la camiseta les servirá para ponérsela en el mundial. Mundial, por cierto, montado por mentes fascistas sobre los cadáveres de cientos de inmigrantes que levantaron los estadios por sueldos de miseria y, muchos, a costa de sus vidas. ¿A quién importa el detalle? A los miles de mindundis de todo el mundo que llenarán los estadios y las carteras de los empresarios implicados en el evento, evidentemente no.

Sálvese quien pueda es la consigna que siguen los que intentan desesperadamente salvar su vida en medio de una multitud descontrolada. Sálvese quien pueda dicen las derechas cuando llegan al poder y no tienen preocupación mayor que la de conservarlo. Sálvese quien pueda dice el que vota por el político que más ha excitado sus glándulas sin pensar que a ese político está entregando el gobierno de su vida y la de todos sus compatriotas. ¿Tiene remedio tanta inconsciencia? En Estados Unidos, Trump perdió las elecciones de 2020. Veremos qué pasa hoy en Brasil.     

¿Que por qué hay que luchar contra el fascismo?

Comité de la ultraderechista America First. 1939

Alberto Nuñez Feijóo siguió esta semana los pasos de Pablo Casado aterrizando en Bruselas y copió de Casado la actitud y los discursos que el anterior presidente del Partido Popular utilizaba en el ámbito de la Comisión Europea, dejando a cuanto interlocutor se le ponía a tiro, estupefacto.  Acostumbrados al perfil bajo y a los silencios de Mariano Rajoy, forzosos por desconocimiento de idiomas y vergüenza de admitirlo,  un día Casado sorprendió a todos denunciando al presidente del gobierno de España por haber destrozado el país y pidiendo a la Comisión que negara a ese país, el suyo, toda ayuda hasta que el sensato Partido Popular llegara al gobierno y reparara el desastre.  ¿Cómo iban a quedarse los de la Comisión, acostumbrados ellos a recibir a líderes que ponían a sus países por las nubes para luego pedir lo que hiciera falta?  Era la primera vez que aparecía uno pidiendo que a su país no le dieran nada.  A nadie debe haber sorprendido que los suyos echaran a Casado para poner a otro con fama de moderado y sensato. Y entonces llega Feijóo con el mismo discurso. Hasta los intérpretes debían preguntarse, ¿qué le pasa a esta gente? Es probable que los avezados líderes de la Unión, negándose a aceptar la explicación más fácil suponiendo estúpidos a los conservadores españoles, se estén preguntando si se trata de una estratagema para destruir todo vestigio de socialismo en España; lo cual no permitiría sonreír. Si de esa estratagema se trata, el asunto entraña un peligro gravísimo para la democracia.  

Los discursos de los líderes de las derechas de nuestro país parecen construidos por perturbados. Sin el más mínimo respeto por la verdad ni relación alguna con la realidad, esos líderes se han entregado al populismo con absoluta desfachatez repitiendo mentiras sin reparo y hasta contradiciendo sus propias afirmaciones de un día para otro sin temor a que alguna hemeroteca les ponga en evidencia; seguros de que a una población domesticada por los  palos de la situación económica no le importan ni las mentiras ni los desmentidos. Y lo peor es que eso no ocurre sólo aquí. Hace unos días, Trump respondió al requerimiento de la Comisión que investiga el asalto al Capitolio con una carta de catorce páginas sin pies ni cabeza ni lógica alguna que ayudara a entenderla, repitiendo una y otra vez la gran mentira de que le robaron las elecciones que perdió. Cualquier mente sana supondría que los  populistas sufren algún trastorno mental. Pero, ¿es posible que tantos partidos de derechas en tantos Parlamentos  y hasta en los Gobiernos de tantos países se hayan convertido en refugio de locos? Algunos de esos partidos tienen una trayectoria de años pasando por conservadores. La ideología conservadora puede estar equivocada, según quien la considere, pero conservadores ha habido siempre de indiscutible firmeza mental y hasta valor intelectual. Las derechas populistas de hoy tienen muy poco que ver con el conservadurismo. ¿Entonces? Descartando la posibilidad del trastorno mental, sólo queda preguntarse si tanto desvarío no obedecerá  a una estrategia bien concebida y bien planeada por mentes maléficas.

La informática ha popularizado en el mundo entero las biografías, las obras y milagros de las mentes maléficas que concibieron la descomposición de Alemania, la aniquilación de los judíos, la destrucción de varias democracias europeas, la intención de someter al mundo convirtiendo a los seres humanos en émulos de las míticas huestes infernales. Entre esos personajes, el más maléfico y peligroso después de Hitler, fue Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda del gobierno nazi. Hoy su nombre sigue corriendo por las redes y no hace falta tener estudios ni conocimientos de historia para identificarle como el genio de la propaganda que fue. De sus diarios personales, un biógrafo extrajo once principios de la propaganda que hoy pueden reconocerse en los discursos de los populistas de todos los continentes. Goebbels penetró como un telépata prodigioso en las mentes de sus compatriotas y consiguió desentrañar las debilidades que convierten a una persona en un objeto maleable. El éxito de su propaganda fue apoteósico. A esa propaganda debió su éxito Hitler. A esa propaganda se debió el fervor con que los alemanes aceptaron la guerra y se lanzaron a la muerte. A los principios de esa propaganda  se aferran hoy los populistas de derechas para alcanzar la victoria. 

Hitler, sin más oficio ni beneficio que la agitación de masas, aquejado de una neurosis galopante que le hacía detestar a la humanidad, ganó las elecciones que le dieron el poder de la cancillería con el que fue destruyendo todas las instituciones de Alemania. Pero Hitler está muerto. Hace muchísimos años que su propia mano libró al mundo de su presencia diabólica. Para los jóvenes de hoy, su nombre es algo tan extraño y lejano como tantos otros nombres que tienen que aprenderse para soltarlos en un examen y olvidarlos inmediatamente después. Y aquí se nos revela el otro punto débil de la mente humana que sirve a los estrategas de la destrucción: la propensión al olvido. 

Contando con el olvido que permite a las masas lidiar y divertirse con el hoy ignorando el ayer, y contando con la propaganda que pinta un futuro glorioso, los populistas se van abriendo camino hacia lo único que les interesa; el poder. El olvido ha llevado al poder a las derechas populistas en Polonia, Hungría, Suecia, Italia. Con el olvido cuentan para alcanzar el poder la derecha populista de Francia y la derecha populista que hoy constituye el mayor peligro para la libertad en el mundo entero; la derecha populista del Partido Republicano de los Estados Unidos de América. Por lo visto, los jóvenes y los maduros ya no recuerdan a Mussolini, a Hitler, a Franco. Ya no recuerdan esos nombres que perpetuaron a la muerte en la vida de generaciones anteriores. Y porque no les recuerdan, esas ánimas negras hoy pueden reencarnar en almas similares sin que de ellas puedan defenderse los que rechazan el valor de la memoria.

La lucha casi desesperada de los analistas y activistas políticos americanos contra la propaganda populista y el olvido llega a conmover en vísperas de las elecciones al Congreso. Las mentes pensantes, horrorizadas ante la deriva del Partido Republicano que ha permitido que se presenten en su nombre casi 300 candidatos que niegan legitimidad a las elecciones de 2020 y, por lo tanto, al presidente Biden,  hacen a diario esfuerzos supremos por despertar a unos votantes en cuyas manos hoy se encuentra la supervivencia de la democracia, de la libertad. Destaca entre esas mentes Rachel Maddow con un podcast que está logrando sacudir a muchos indiferentes. «Ultra», se llama el podcast, nombre que se refiere a las ultraderechas que amenazaron la democracia americana en los años 40 del pasado siglo. Entonces fueron los ultras de asociaciones como «America First», admiradores de Hitler y del régimen nazi. Pero, ¿para qué resucitarles?, se preguntarán algunos. Pues para que en sus discursos y en sus agendas se reconozcan asociaciones actuales en los Estados Unidos con idénticos principios y objetivos. 

Y eso, ¿en qué afecta a las personas que luchan por la supervivencia en nuestro país? ¿En qué afecta a los que trabajan procurando ignorar el peligro de más subidas de precio, de un despido, de cualquier cosa que pueda empujarles escaleras abajo? El ideario que movía aquí y allá a políticos y activistas ultras de los 40 es el mismo que hoy mueve, aquí y allá, a los políticos y activistas ultras o de derechas populistas o como quiera llamárseles para no ofenderles llamándoles fascistas. ¿Que en qué nos afecta ese ideario aquí? En lo mismo que allá. En lo mismo que afectará a los italianos en cuanto empiecen a enterarse de lo que la mayoría ha elegido para que les gobierne. Ese ideario promulga el regreso a la familia tradicional con el hombre en la calle y la mujer en la cocina. Ese ideario abomina de toda unión sentimental que no sea la de un hombre y una mujer unidos en santo matrimonio. Abomina del aborto estableciendo excepciones como en los casos de violación y riesgo de la salud de la madre o sin excepción alguna como ya ocurre en las leyes fascistas de algún estado americano. Abomina de otorgar protección a las mujeres víctimas de violencia de género. Abomina de las etnias diferentes a la etnia del país. Abomina de toda religión ajena a lo que llaman cristianismo. Abomina de los inmigrantes negándoles hasta el derecho de asilo. Abomina, en fin, de todo lo que pueda contribuir a la evolución del ser humano, empezando por la libertad. ¿Que en qué puede afectarnos? Quien no se reconozca en ninguno de los casos que enuncia la enumeración, se reconocerá, tal vez, en la parte económica del ideario que, en resumen, promete bajadas de impuestos, sueldos y pensiones para permitir a los ricos enriquecerse más suponiendo que su riqueza enriquecerá al país. ¿Que en qué puede afectarnos a la mayoría? Con elementos similares, suma y sigue.

En una democracia, los ultras o populistas de derechas o fascistas, como se les quiera llamar, no pueden llegar al poder por medios violentos; necesitan que les empuje el votante. Para juntar votantes suficientes dice un principio de la victoriosa propaganda de Goebbels que: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida…La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”. O sea, que el votante ideal que persiguen los fascistas es el ignorante que se niega a recordar, que se niega al esfuerzo de reflexionar para comprender, que se deja llevar por todo aquello que le excite permitiéndole olvidar las vicisitudes de su miserable vida. Lo que nos recuerda otro principio: «…difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas» como la hostilidad contra el adversario, contra el diferente; como la defensa a muerte de la tribu propia a mazazo limpio si hace falta. Lo que nos recuerda otro: «Llegar a convencer a mucha gente de que se piensa como todo el mundo, creando impresión de unanimidad». Si algo asusta y acongoja a una persona desde niño es sentirse rechazado, aislado por sus congéneres. Para no sentirse raros y excluidos de la mayoría, para no sufrir el vértigo de la soledad, estas personas siguen las modas que dicta el mercadeo, siguen los argumentos que los fascistas dicen que todo el mundo está siguiendo. 

Pues bien, esos principios que se supone sigue todo el mundo son los que pregonan los fascistas actuales para juntar votantes, y esos votantes, ignorantes y desmemoriados, son los que están entregando el gobierno de sus vidas y de las vidas de sus compatriotas a los fascistas que quieren reducir las sociedades de individuos civilizados a la condición de tribus de infrahumanos que han renunciado a su libertad.       

¿Habrá quien se siga preguntando por qué hay que luchar contra el fascismo?

El triunfo del fascismo

Dos noticias eclipsaron  el jueves al maldito número 13 privándole de su fama agorera. El presidente del Gobierno compareció a petición propia en el Congreso para informar sobre la cumbre europea de la semana anterior y exponer sus medidas para paliar los efectos de la crítica situación mundial que nos afecta. Con una batería de datos que demuestran los resultados positivos de las políticas socialdemócratas ejecutadas bajo un liderazgo sensato y firme; con otra batería de medidas por ejecutar para que las políticas de su gobierno sigan garantizando el progreso de todos, a Pedro Sánchez nada podía salirle mal. El ridículo show de los ultra entrando al hemiciclo con un retraso de un minuto para vindicar al rey ultrajado el día anterior por Pedro Sánchez al hacerle esperar  menos de un minuto, no consiguió menguar el interés de presentes y televidentes  por escuchar lo que el presidente del gobierno tenía que decir. La respuesta al presidente de la portavoz del PP, con su habitual retahíla de críticas denigrantes, acusaciones falsas, predicciones catastróficas no consiguió enturbiar los datos que el presidente acababa de ofrecer en su discurso. Cuando terminó la actuación de Cuca Gamarra, con sus  voces de tiple enfadada y sus movimientos convulsivos  de cejas y comisuras, el interés de presentes y televidentes, que había decaído durante su show de actriz trasnochada, revivió en cuanto empezaron los discursos con preguntas, respuestas y argumentos de diputados serios. La comparecencia del presidente del gobierno a petición propia le salió a Pedro Sánchez muy bien. Pero una buena noticia no le bastaba al 13 para reivindicarse. Caía la noche cuando nos enteramos de un notición que sacudió al mundo entero. El Comité del Congreso de los Estados Unidos que ha estado investigando las causas y consecuencias del ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, finalmente citaba a Donald J. Trump a testificar ante el comité bajo juramento. Una reflexión sobre ambos sucesos nos permite descubrir la cuerda que les une y, lo que es más importante, la cuerda que a todos nos une a esos sucesos, y lo que es más importante aún, la cuerda que nos une a todos en la decisión de a quien damos el poder para determinar nuestras vidas.  

Lo que ha estado pasando en los Estados Unidos durante los últimos cinco años llega al resto del mundo con un diapasón muy bajo. Los estragos físicos de la pandemia dejaron escombros en las mentes que la mayoría aún no ha podido despejar. La onda expansiva de la guerra en Ucrania ha hecho estallar, en el mundo entero, la inflación. Miedo, pobreza, más miedo. Las almas viven en sus casas con el miedo y con el miedo van por las calles, cada cual intentando olvidar al miedo con todas las distracciones que le permitan sus circunstancias. 

El miedo ha obligado a cada cual a luchar contra el miedo y todas las amenazas que lo provocan atrincherándose en el egoísmo. Todo y todos pierden importancia cuando uno lucha por su propia supervivencia y esa lucha se instala en la rutina cotidiana como un trozo de pan. Todo y todos se aferran al pan como si el estómago fuera el órgano más importante del cuerpo. La mente sólo puede aportar reflexiones que intensifican el miedo. La mente sólo contribuye a reafirmar la certeza de que el hombre, macho y hembra, está solo y que hasta el final de sus días en este mundo tendrá que sufrir el vértigo de su soledad. Concentrando toda su atención en su estómago y sus glándulas, el hombre se esfuerza, con todos los medios a su alcance, por conseguir la inconsciencia de los animales.

Y, de repente, aparece un dios protector, un dios que promete acabar con todas las pandemias, inflaciones, amenazas que acobardan a los hombres; un dios que promete acabar con el miedo y hasta con la oscura sensación de soledad. ¿Cómo se llama ese dios? Ese dios no quiere decir su nombre, como Yavhé no quiso revelar el suyo a Moisés. «Yo soy el que soy», dijo Yavhé a Moisés desde la zarza ardiendo. «Yo soy el que soy», dice el dios que ha venido a salvar a los infelices del siglo XXI. Sólo los hombres a los que aún les quedan curiosidad y ganas de buscar respuestas, descubren en los libros de historia que es la segunda vez que ese dios habita entre nosotros. Hace muchos años, tras una guerra mundial y una pandemia; en medio de una recesión que costó vidas y una inflación que redujo el dinero al valor de toneladas de papel, ese dios apareció de repente prometiendo la salvación del mundo. En aquel entonces sí dijo su nombre. En medio de las ruinas de la antigua Roma, el dios gritó, «Fascismo», y millones de infelices en el mundo entero cayeron de rodillas para adorar al salvador. 

Durante el tiempo que duró su poder, el dios Fascismo ocasionó millones de muertos entre sus adversarios, los de etnias distintas a la suya y los que murieron en la segunda guerra mundial que él provocó.  Pero el dios Fascismo perdió la guerra; fracasó, y como fracasó, ahora que ha vuelto atraído por el olor a fracaso que percibe en el mundo, el dios Fascismo oculta su nombre no sea que alguien recuerde que él también fracasó. El dios Fascismo hoy se encarna en individuos como Orban, Bolsonaro, Trump, algunos fascistas de tercera y el de mayor celebridad mundial, Vladimir Putin. Todos ellos, sin importar de donde vienen ni adonde quieren llegar, rigen su conducta por el único mandamiento del fascista, alcanzar el poder y conservarlo a toda costa, y con la única prohibición de fracasar. 

El fracaso aparece tarde o temprano en la vida de todo mortal. Fracasa el joven que no consigue aprobar un examen; fracasa el futbolista que no consigue meter un gol; fracasa el hombre, macho y hembra, que no conquista o que no logra retener a la persona que ama. Pero todos esos fracasos que empañan un día, una época de la vida y, a veces, la memoria de todo mortal, no convierten a nadie en fracasado. Fracasado es aquel que, por miedo al fracaso, vive paralizado por el miedo que le impide salir de la fosa de un fracaso. Fracasado es aquel que no se arriesga a dejar un fracaso atrás para seguir buscando el éxito con la esperanza de lograrlo.

Por desgracia, los fracasados se cuentan por millones y es el olor a podredumbre de su ánimo lo que atrae al dios Fascismo. Porque en nuestros días, el dios Fascismo no llega al trono del poder por haber ganado una guerra o una revolución. Llega porque uno de sus adláteres  ha ganado unas elecciones. Y los seres racionales se preguntan, atónitos,  cómo es posible que millones voten por quien defiende una ideología totalitaria, ultranacionalista, enemiga de la libertad; cómo es posible que millones se traguen todas las mentiras que los líderes fascistas utilizan para ganar votos, por inverosímiles que parezcan a una facultad racional saludable. Tiene la respuesta el dios  Fascismo, auténtico padre de la mentira aunque ciertos creyentes atribuyan el apelativo al demonio. En tiempo de tribulaciones, el dios Fascismo se presenta como única salvación y, en tiempo de tribulaciones, la cobardía de los fracasados les lleva a caer en las redes de cualquiera que se proclame salvador.

Hoy, al dios Fascismo le disfrazan con el nombre de extrema derecha los fascistas que quieren ocultar el fracaso que convirtió su nombre en anatema. Hoy, otra gran mentira de los fascistas encubiertos es proclamarse conservadores para no asustar con lo de extremistas. Entonces, ¿cómo distinguir a un conservador de un fascista? De un modo muy sencillo; siguiendo la cuerda. 

No hace falta ser una lumbrera para advertir la diferencia entre un discurso en el Congreso del presidente del gobierno y las réplicas de los partidos de las tres derechas. El presidente propone medidas para que la sociedad se salve por el esfuerzo del gobierno para ayudar a los ciudadanos a salvarse a sí mismos. Las derechas se ofrecen como salvación sin decir cómo nos van a salvar. 

Cuando un candidato a elecciones para llegar al poder limita sus discursos a culpar al adversario de todos los males y a proponerse a sí mismo como única solución, es evidente que habla por boca del dios Fascismo. Porque de la boca del dios Fascismo no sale otra cosa que la descalificación, el enfrentamiento, la incitación a la violencia y, sobre todo, la mentira. Bolsonaro ya ha empezado a copiar el mensaje de Trump: si pierde las elecciones, el resultado tiene que ser fraudulento. Putin intenta superar el fracaso de la Unión Soviética y de su casa, la KGB, invadiendo a un país vecino que se empeña en fortalecer su democracia, y proclamando que el ataque ruso contra Ucrania no es otra cosa que una «operación especial». Especiales son las operaciones de los fascistas para monopolizar el poder. Trump, Bolsonaro, Putin y otros fascistas menos célebres empiezan por apoderarse del poder judicial para garantizarse la impunidad y conseguir que los tribunales ignoren la voluntad popular reflejada en las leyes.  

Y así llegamos al final de la cuerda; el votante. Al fascista se le reconoce por el catastrofismo que pregona en sus discursos para atemorizar más aún a los fracasados que le siguen y seducirles ofreciéndose como salvación. Si gana las elecciones, habrá demostrado al mundo la incompetencia de los ciudadanos; habrá conseguido el triunfo primordial del fascismo. El triunfo primordial del fascismo es la destrucción de la democracia.      

En la era de la diversión, a pasárselo bien

Fin de las elecciones en Brasil, por ahora. ¿Qué ha pasado? Según la prensa escrita, la radio y la televisión de medio mundo, no hay un claro ganador; Lula da Silva, la izquierda, no ha conseguido asegurarse la victoria;  Jair Bolsonaro, la extrema derecha, ganador moral de las elecciones. Quien no se haya esperado hasta la madrugada del lunes para saber cómo acababa el asunto, oye o lee titulares por la mañana y se queda en ascuas. Los titulares ofrecen opiniones antes que datos. Pero ¿quién, rayos, ganó las elecciones?, se pregunta, impaciente, el que, por diversos motivos, siente el aguijón de la curiosidad. Tendrá que seguir oyendo o leyendo o buscando por Internet hasta dar con los resultados. Lula: 48,4%; Bolsonaro: 43,2%. Demonios de todo el infierno, ¿no tenían que haber empezado por ahí soltando después todos los análisis y opiniones que esas cifras provocaran en la mente del periodista que tituló la noticia? ¿Es que ya ni siquiera se pide a un periodista que sepa titular resumiendo datos objetivos y dejando su opinión para el cuerpo del texto? ¿Es que ya ni siquiera disimula un medio la vergonzosa evidencia de que, en esta época que nos ha tocado sufrir, la opinión ha derrotado a la realidad ? Parece que ya no hay medio que procure disimular que es la opinión lo que importa porque es lo que actúa sobre las mentes y, sobre todo, las glándulas de la llamada opinión pública; opinión de un colectivo dócil que se nutre de las opiniones de los que considera importantes, por lo que resulta fácil manipularle  rellenándole la mente de opiniones y excitando sus glándulas con estímulos que le resulten agradables, como se le da a un perro una chuchería para recompensarle un acto de obediencia; acto que consiste, en el caso de un mindundi,  en obedecer a las opiniones de los importantes. Parece que la mayoría sospechara la proximidad  de Armagedón y, ante el horror que se anuncia, cerrara los ojos o se pusiera las gafas 3D, si las tiene, y se dejara conducir y engañar y lo que sea para no enfrentarse a la realidad.     

Gana la izquierda en Brasil, la mayor economía de América Latina, pero tiene que ir a segunda vuelta. La mayoría de los españoles contestaría automáticamente, ¿y qué? Brasil está muy lejos. A quien no le importa la política de España, el lugar donde vive, trabaja, paga impuestos y recibe lo que los impuestos le aportan, ¿qué demonios le va a importar la política de un país, para él, remoto? Dile que la política determina las leyes y que la ley es una función de la democracia y que la democracia es, hoy por hoy, el único régimen que garantiza la libertad, y te mirará con el desprecio con el que mira la mayoría a quienes entienden que la vida tiene que consistir en algo más que el trabajo y un ocio que permita mandar a la mente de vacaciones. Háblale a la mayoría de política, de la política auténtica que afecta a la vida de los ciudadanos, y te clasificará como un estúpido aburrido al que no invitaría a compartir una comida o un rato de diversión. 

Si hubo una época en la que se admiraba el esfuerzo intelectual de cualquier individuo, hoy el admirado es quien se pone a nivel de la mayoría exhibiendo una manifiesta burricie mental. Que esto es un dato objetivo y no una opinión, lo evidencian las encuestas, los resultados de las elecciones, las estrategias de los medios y, por supuesto, los contenidos de las redes sociales. 

Tienen muchísimo más éxito los disparates de una Ayuso o de un Feijóo, por ejemplo, que cualquier sesuda declaración de la ministra portavoz del gobierno. Los disparates divierten y porque divierten, se difunden más, sobre todo si los textos se rubrican con circulitos que sueltan lágrimas de risa. Como es de perogrullo que el exitoso llama al éxito, los medios alivian la seriedad de las noticias políticas rematándolas con los disparates, los insultos, los agüeros de catástrofes improbables con que las derechas manifiestan su pataleta porque no les dejan gobernar. Las encuestas se reducen a decir al personal quién va a ganar y quién va a perder las elecciones sin mencionar causas y consecuencias para no aburrir. Y las elecciones corroboran el éxito de la estrategia de los medios y de la propaganda por las redes. ¿Cómo, si no, se explica que acaben ganándolas los partidos que por ideología y trayectoria ofrecen un gobierno que beneficia a las élites y perjudica a todos los millones que ni tienen ni tendrán nunca nada que ver con los elegidos por la fortuna; un gobierno que deshumaniza al contrario y al propio sin recursos con una retórica que convierte a la empatía en sinónimo de debilidad y a la honestidad en sinónimo de cobardía desvirtuando todas las cualidades que convierten a un homínido en un ser humano? ¿Cómo, si no, se explica que Ayuso haya ganado las elecciones por mayoría casi absoluta en Madrid y Moreno Bonilla con absoluta en Andalucía y Feijóo tres veces en Galicia antes de lanzarse a la conquista de España? ¿Cómo, si no, se explica que en los Estados Unidos de América, millones de americanos hayan votado por Donald Trump y, en Brasil, millones hayan votado por Bolsonaro, después de que ambos se hayan lucido, en sus respectivos países, con cuatro años de presidencias catastróficas que produjeron catastróficos efectos como, por ejemplo, miles de muertos que podían haberse salvado si no les hubieran mentido sobre la pandemia y el modo de prevenir la enfermedad?

Para responder a esas preguntas, montones de intelectuales del mundo entero han exprimido y siguen exprimiendo sus mentes en busca de respuestas en las circunstancias económicas, sociales, políticas de una crisis que ventila el sálvese quien pueda arrastrando a los ciudadanos hacia cualquiera que les prometa salvación. Esas disquisiciones han ocupado horas de análisis en los medios más serios, miles de artículos, cientos de libros. ¿Y si las respuestas se englobaran en algo mucho más simple? ¿Y si todo lo explicara la necesidad y la voluntad de divertirse?

Los americanos que asaltaron el Capitolio se divirtieron de lo lindo desahogando todas sus frustraciones en la lidia con los policías a palo limpio; en el gustazo de poner sus zapatos sucios sobre los escritorios impolutos de los legisladores; en el placer de chillar barbaridades oyéndolas resonar en  paredes consideradas sacras por los aburridisimos defensores de la historia y de la moral pública. Los brasileños que se vieron de pronto elevados a supermachos temibles por la ley de Bolsonaro que les permitió exhibirse con armas, pagaron con su voto la impagable deuda al genio que entendió y entiende el santo remedio de la violencia contra la frustración de los miserables aquejados de una cobardía que sólo la posesión de un arma les permite superar. Donald Trump ha demostrado y demuestra como nadie hasta qué punto comprende las necesidades de los supermachos de su país y hasta qué punto se compromete a satisfacerlas. Sin otro modo de ejercitar poder que no sea lucirse en mítines multitudinarios, Trump va de mítin en mítin justificando  la violencia, llamando a todos a la violencia para defender a su figura mesiánica. Trump y Bolsonaro se han convertido en los Mesías del inminente apocalipsis en un Armagedón que no ganarán los justos; que ganarán los seguidores incondicionales del sagrado par elegido por sus dioses. En España, la verdad es que Feijóo, con sus insultos y sus amenazas a media voz, ni da miedo ni lo inspira. Tampoco Abascal aunque chille más y se ponga camisas que le vienen pequeñas para lucir pecho. Pero como es lo que hay, hay que conformarse con insultos y amenazas hasta que las elecciones les den el poder y el poder les permita repartir armas también. Nada más divertido y desahogante que aprender a disparar practicando con la diana de fotos o dibujos de políticos de izquierdas.                     

Y los que no son supermachos necesitados de armas y discursos violentos para superar su cobardía, ¿cómo se divierten? Viendo películas y jugando juegos en los que se vean supermachos esparciendo la muerte y la destrucción. Divierte, además, seguir los sucesos en prensa digital -a la prensa escrita sólo van los viejos, pero a los viejos también vale la pena divertirlos porque también votan.  

En fin, que parece que la abundancia de la época anterior educó a la generación siguiente con un dogma único que ha eliminado por inútiles a todos los demás. Dice ese dogma absoluto que la finalidad de la vida humana es pasárselo bien. ¿Y cómo es que el ser humano puede pasárselo bien con imágenes de sufrimiento, destrucción y muerte y con discursos que evocan esas imágenes? Eso no parece asunto de la economía ni de la política; parece, más bien, asunto de la psicología y la psiquiatría. Aunque puede que también en ésto, la respuesta sea más simple. Las escenas morbosas excitan sin dejar huella en el alma. Cuando se acaban, todo se cura con el bálsamo de que «eso no me está pasando a mi». Por eso, el sentimiento de empatía queda cada vez más relegado al ámbito vetusto de los evangelios.

Pobre de aquel que saque como conclusión las palabras del general Mac Arthur al terminar la Segunda Guerra Mundial: «Hemos tenido nuestra última oportunidad. Si no concebimos un sistema mejor y más equitativo, tendremos a la puerta nuestro Armagedón. El problema supone…una mejora del carácter humano…Si queremos salvar la carne, tendrá que ser por el espíritu». Pobres de todos nosotros si la mayoría ni entiende ni acepta esta conclusión. 

Sin dinero no

Hoy noticias y tertulias hablan de dinero porque los partidos importantes hablan de dinero porque el dinero es lo que más importa a los millones que no tienen dinero y que la proximidad de unas elecciones convierte en importantes porque esos millones votan y los votos valen dinero. ¿Y qué dicen del dinero? 

Del dinero, los de las derechas, naturalmente, dicen que hay que bajar impuestos a los ricos. Para que no suene mal, justifican lo que se supone que responde a su ideología intentando convencer a los medio pobres de que si los ricos son más ricos, su riqueza se extenderá a todo bicho viviente como las estrellitas que salían de la varita mágica de Campanita en las antiguas películas de Disney. Parece infantil, pero el cuentecito se ha colado en el corazoncito de millones y los defensores de los ricos están ganando millones de votos en Madrid, en Andalucía, hasta en la fastuosa Italia; sitios llenos de pobres y medio pobres, por cierto.  

En el polo opuesto, los de izquierdas que se consideran más de izquierdas que los otros de izquierdas dicen que hay que bajar impuestos a los medio pobres. Suena bien, pero ¿qué pasa si alguien se pregunta cómo va a ayudar el gobierno a pobres y medio pobres si se queda sin dinero para ayudar a los enfermos y a los estudiantes que no pueden pagarse la sanidad y la educación que sólo se pueden pagar los ricos? Los de izquierdas más  de izquierdas confían en que nadie se haga preguntas tan profundas. Parece infantil, pero es que la mayoría de los votantes son como niños que votan por sus personajes favoritos sin aburrirse haciéndose preguntas de búhos sabios. No hay ninguna película en la que un búho sea protagonista. Los búhos aburren. 

¿Y qué dicen del dinero los de un partido para adultos que sólo habla de posibles sin adornar la realidad con estrellitas fantásticas o con cuentos de camino? Los del partido para adultos dicen lo que se puede y lo que no se puede hacer para conseguir una sociedad más igualitaria en la que los ricos no sean tan ricos y los medio pobres no caigan en la pobreza y los pobres de solemnidad consigan vivir como seres humanos sin ser excluídos de todo lo que un ser humano necesita para disfrutar de su humanidad. De ese partido para adultos se habla poco en la prensa y en las tertulias, y cuando se habla, se habla mal. Ese partido aburre. Y los que se aburren cambian de periódico o de canal por lo que no aportan dinero a los medios.

Entonces, ¿qué hacer si la mayoría prefiere el entretenimiento que le proporcionan sus pantallas para no aburrirse tomándose su vida y las vidas de los demás en serio? Dicen las encuestas que los políticos que se toman su trabajo en serio no ganan elecciones; conclusión fácilmente comprensible tomando en cuenta que las pantallas no enseñan lo que es la verdadera política y para qué sirve. La utilidad primordial de la política auténtica reside en administrar los recursos para que la sociedad de un país sea lo más igualitaria posible. Eso no se puede discutir. Cabría suponer, por lo tanto, que esa es la que debe ser finalidad primordial de los políticos de todos los partidos. Sin embargo, considerando que los partidos necesitan una cierta organización y que esa organización requiere dinero, el pragmatismo obliga a todo político pragmático a buscar dinero por encima de todo antes de pensar en cualquier otra cosa, como por ejemplo, la reducción de la desigualdad.       

Hoy en día, lo de una sociedad igualitaria suena a cuento chino. Y no sólo por la desigualdad en los ingresos. Para comprobarlo, basta un ejemplo. Parece que se avanza en conseguir la igualdad entre hombres y mujeres. Hay ministras, presidenta de una capital europea y hasta primera ministra de un país importante. Pero hoy, día en el que, por lo visto y oído, toca hablar sólo de dinero, adquiere relevancia muy relevante algo que sólo afecta a las mujeres. Resulta que en vez de decir que se baja el IVA a los productos de higiene femenina -¿para qué más si no hay mujer ni hombre con cerebro que no lo entienda?-, las tertulias matutinas han dedicado tiempo, reflexiones y comentarios a instruir a todo el personal sobre la regla. Por lo visto, se ha puesto de moda hablar de la regla. Lo han puesto de moda las de un partido de la izquierda más izquierda para ponerse una medalla por haber conseguido meter en rango de ley a la baja laboral por indisposiciones menstruales y por bajar el IVA a adminículos para el mismo asunto. Pues bien, flaco favor le han hecho a las jóvenes recordándoles el mal trago mensual y a las que rechazan en entrevistas de trabajo por temor a posibles bajas mensuales y a quienes tenemos una memoria y una imaginación tan despiertas que una tertulia sobre el asunto nos hace revivir días dolorosos y embarrados. Las únicas que podemos librarnos del efecto nocivo de tanto comentario somos las que hemos dejado el asunto atrás. O sea, que  no hay igualdad posible mientras se tenga la regla, ¿es eso? Pues eso se corregiría en un santiamén si en vez de tanta retórica se dice que se baja el IVA a los productos de higiene femenina y punto. Lo de las bajas por indisposición sobra. Cualquier indispuesto por cualquier motivo puede obtener baja laboral sin especificar motivos. Pero claro, lo de poner la dismenorrea  como causa de baja en blanco y negro y papel oficial es un medallón que puede obtener montones de votos femeninos si se machaca y da la traca con el asunto. ¿Y si causa más problemas que beneficios? Volvemos a lo de siempre; la fe en el voto de los que votan sin hacerse preguntas. Es decir, que muchos que van de políticos convierten la política en politiqueo con su retórica porque el politiqueo consigue más votos que la política y los votos se traducen en cargos y dinero. 

Sorprende que a tantos sorprenda que el politiqueo -populismo, en más fino- del signo que sea, hoy consiga imponerse en tantos países a la política auténtica. El neoliberalismo, término eufemístico para la ideología del reino absoluto del dinero, ha conseguido que se imponga en todo el mundo lo que es rentable y que pierda importancia todo lo que no lo es.  Hablar de política auténtica no es rentable porque requiere de un votante el trabajo de asimilar lo que oye y reflexionar sobre lo que ha oído e informarse para comprobar si le han dicho la verdad. Pocos votantes están dispuestos a meterse en semejante berenjenal.

Politiquear es rentable  porque no requiere tanto esfuerzo. Todos los partidos políticos tienen forofos como los equipos de fútbol; forofos que votan a unos porque les viene de familia o por cualquier otro motivo irracional. Ese forofo ni siquiera se pregunta a quién votar y menos, por qué, por lo que no interesa a los cazadores de votos. A los cazadores de votos interesan los que votan por quien les dice lo que quieren oír; los peliculeros que se pirran por los follones; los rencorosos porque han perdido algo con un partido en el poder; en fin, los que votan con las glándulas. Son esos los que forman el cardumen en los que pescan los populistas porque saben que excitando las glándulas de quienes les oyen, pueden conseguir más incautos que muerdan su anzuelo. Además, excitar glándulas requiere mucho menos esfuerzo que poner cerebros a pensar. Empieza a hablar de la regla, por ejemplo, y tendrás la atención sorprendida de mujeres y de hombres por igual -a muchos interesan los misterios femeninos. Advierte a las jóvenes de los problemas que pueden encontrarse a la hora de buscar trabajo y cómo evitar encontrarse en ese atolladero, y los oídos que intentas seducir se irán a otra parte en busca de algo que les entretenga más. El problema, siempre grave, es que cuando el cardumen inconsciente se hace mayoría, suelen ganar las elecciones los politiqueros que sólo buscan su propio beneficio a costa de lo que sea, aunque lo que sea, sea la mismísima democracia, es decir, la libertad.             

A muchos les costó la libertad con Trump, pero Trump y los trumpistas siguen pescando votos con discursos incendiarios y prometiendo cortar libertades tras convencer al personal de que esas libertades permiten a las minorías imponerse sobre la mayoría patriótica, cristiana y de sangre pura y blanca. Dentro de muy poco sabremos si la mayoría brasileña también se ha tragado el discurso politiquero de Bolsonaro. Ya sabemos lo que pasa en Hungría, en Suecia, en Italia. Ya sabemos que el que no tiene dinero suficiente para considerarse rico se consuela atontándose con las pantallas de lo que tenga. ¿Puede pasar en España? A menos que se prohíban por ley los discursos hueros y engañosos de los populistas, puede.  Pero esa ley no se aprobará nunca. No da dinero 

El mundo cada vez más loco

No recomiendo a nadie que se pase dos o más horas diarias viendo y oyendo a presentadores y analistas políticos americanos analizando la situación en los Estados Unidos. Hay que tener la razón muy despierta para no meterse  en una montaña rusa de emociones que le lleve a caer en una depresión maníaca. La cosa está muy fea, muy loca. Y no hay que ser una lumbrera para darse cuenta de que esa fealdad, esa locura, ha trascendido las fronteras de la Gran América y se extiende por toda Europa como una marea negra mortal; mortal para la libertad de todos; mortal para la democracia que ya empieza a agonizar en todas partes como un pato cubierto de petróleo. 

Debo la cordura que me queda a mis esfuerzos constantes de mi mejor amiga, yo misma,  por animarme con todo lo que me puede animar. Uno de sus esfuerzos al respecto consiste en llevarme la mano a buscar música, canciones que siempre me animan. Una de esas canciones es «Crazy World», «Mundo loco»,  de la película «Victor or Victoria». La película me divirtió mucho en los 80. No sabía entonces que, con muchos años más, esa canción me serviría para quitarme de encima el miedo y el dolor que me causa la porquería negra y apestosa que quiere ahogarnos a todos.  La canto casi todos los días en la ducha. 

«Mundo loco», dice, «lleno de locas contradicciones»…El mundo ha padecido siempre de contradicciones que han llenado las mentes más preclaras de preguntas que no encuentran respuestas. Hoy, por ejemplo, los analistas políticos se preguntan cómo consiguen las derechas -todas ellas extremas aunque algunas se finjan de centro-, cómo consiguen el voto de quienes se las pasan negras para sobrevivir por encima de sus posibilidades reales, como funambulistas que corren sobre la cuerda de la llamada clase media, aferrándose al palo de tarjetas de crédito y préstamos que tardarán toda su vida en pagar. ¿Cómo consiguen el voto de esos infelices quienes prometen bajar impuestos a los ricos y dejar sin servicios públicos a quienes no lo son aunque arriesguen la paz de toda su existencia para parecerlo? ¿Cómo consiguen, en los Estados Unidos, los que se proclaman supremacistas blancos,  el voto de los negros? ¿Cómo consiguen en España y otros países europeos el voto de los inmigrantes con tiempo suficiente en cada país como para tener derecho al voto; cómo consiguen el voto de los hijos de los inmigrantes nacidos en el país; cómo consiguen ese voto quienes prometen expulsar a los inmigrantes si logran el poder?  

«Mundo loco…» sigue la canción. «Eres frío y cruel, y yo, como un tonto, trato de salir adelante, de aferrarme a la esperanza». Como el infeliz medio pobre se aferra a la esperanza de que algún día le tocará la lotería y podrá pagar sus deudas, parece que todos los que no llegan a ricos no pudieran aliviar y endulzar sus vidas con otra cosa que con la esperanza.   

De esperanza vive hoy el italiano que no ha caído en las redes del fascismo encubierto creyendo sus mentiras. Dicen las encuestas que la semana que viene ganará las elecciones generales Giorgia Meloni, del partido fascista Hermanos de Italia. ¿Cuántas mujeres votarán por ella a pesar de que su declarado catolicismo la obliga a prohibir la interrupción voluntaria del embarazo? Su lema es «Dios, patria y familia». ¿Qué familia? Ella nunca tuvo una familia que pudiera llamarse normal. Su concepto de familia retuerce todos los traumas que tuvo que sufrir de niña y adolescente. Concibe una familia en la que nadie goce de libertad individual. ¿Qué patria quiere? La de los supremacistas blancos; una patria sin inmigrantes; una patria en la que los que intentan inmigrar mueran ahogados en sus pateras porque, como Salvini, se les cierre la salvación de entrar en un puerto italiano. ¿Qué Dios?

Muchos se preguntan, ¿cómo pudo Dios crear un mundo abocado a la locura? Esa pregunta se la hace constantemente de diferentes formas quien concibe un dios providente, pendiente siempre de las necesidades de los hombres para responder a sus oraciones. Quien eso se pregunta y quien eso espera es el que cree en dioses creados por los hombres. De Dios sólo sabemos lo que dice el primer capítulo del Génesis, y el primer capítulo del Génesis sólo dice que Dios creó todo lo que existe, incluyendo al hombre, macho y hembra. Todo lo demás que la Biblia y otros libros tenidos por sagrados dicen de Dios, responde a la imaginación de algunos y a las ansias de poder de minorías privilegiadas. Dios creó al hombre, única especie dotada de facultades mentales; le creó macho y hembra, en perfecta igualdad. Dios le dio al hombre en propiedad todo lo creado dejando que hiciera con ello lo que quisiera su libérrima voluntad. ¿Permitiendo que lo destruyera todo? Permitiendo que sus facultades mentales le llevaran a evolucionar para ir alcanzando lo que le diferencia de todos los demás animales: la humanidad. El hombre humano no pide,  ama; ama a sus semejantes por respeto a su propia humanidad. El hombre humano entrega el poder a quienes considera capacitados para administrar los bienes  a favor de todos los que habitan con él en este mundo. ¿Creó Dios ese hombre, macho y hembra, para que entregara el poder a quienes solo buscan su propio beneficio otorgando todos los beneficios de la administración de un estado a los que gozan del privilegio de tener una gran fortuna contante y sonante? Eso tendrían que preguntarse los que votan por partidos que desprecian lo público para beneficiar exclusivamente a lo privado. ¿Y quien no crea en Dios, ni siquiera en un Dios sólo creador? Que donde dice Dios, diga Naturaleza. Las respuestas serán las mismas.     

Habrá quien se consuele pensando que los italianos pueden votar a Meloni porque Meloni chilla histéricamente convirtiendo sus mítines en espectáculos. Habrá quien se diga que en España, aunque parece que los españoles se parecen emocionalmente a los italianos, no se llega al extremo de votar a un Abascal porque enciende al personal con sus insultos o a un Feijóo porque divierte con la falta de conocimientos que le lleva a meter la pata cada vez que habla. Habrá quien se fie de la humanidad de la mayoría. Pero aparece el resultado de las elecciones generales de Suecia del pasado 11 de septiembre que dio el poder a las derechas, incluyendo a los ultras, y la razón entiende que el mundo entero se ha vuelto loco, loco, loco. ¿Cómo ha podido pasar algo así? La inflación, la amenaza de crisis y, ¿cómo no?, los inmigrantes. La mayoría de los hombres, machos y hembras, quiere la libertad sólo para llenarse el estómago y no tener que compartir la comida con estómagos que lleguen de los países del hambre.  ¿Que las derechas les quitarán todas sus libertades excepto la de comer? Los españoles sintetizan la respuesta en un refrán: «Ande yo caliente…» 

Entonces, ¿también España corre peligro? Que se lo pregunten a los ancianos que malviven en residencias privatizadas. Que se lo pregunten a los enfermos que tienen que esperar larguísimos meses para que les hagan análisis que les detecten un cáncer que podía haberse curado si lo hubieran detectado y tratado a tiempo. Que se lo pregunten a los jóvenes que no pueden seguir estudiando porque no hay medios para contratar a más profesores y dar becas porque el dinero hay que emplearlo en financiar a colegios y universidades privadas. Que se lo pregunten a los medio pobres que tendrán que seguir pagando impuestos porque no llegan a las cantidades, para ellos astronómicas, que exime de impuestos a quien más tiene. Todos esos podrán encontrar respuestas mirando y oyendo a las comunidades autónomas gobernadas por la derecha; una derecha que no tiene nada que ver con lo que se entiende por conservadurismo; una derecha que, llámese el partido como se llame, encubre el ansia de poder del fascismo y la voluntad de beneficiar por encima de todos a los ricos porque son los ricos los que financian sus medios para llegar al poder.  

Mundo loco, rendido ante la violencia que amenaza Trump si le procesan por sus crímenes; rendido ante las derechas del mundo entero que prometen lo que todos menos los tontos saben que no cumplirán. Cantando en la ducha una de mis canciones favoritas me consuelo diciéndole al mundo que «tengo mi orgullo» que «no me rendiré, aunque sepa que nunca podré ganar» porque amo a la creación; porque amo, «!ay, cómo amo a este mundo loco!»         

Como animales domesticados

El pasado 7 de septiembre en España se celebró el solemne acto de apertura del año judicial. Abundancia de togas y puñetas, insignias, medallas. El poder judicial en nuestro país parece reducirse a la exhibición de vestimenta protocolaria cuando toca. Con el Consejo General del Poder Judicial languideciendo por prescripción  durante casi cuatro años, sin poder cumplir las funciones que le son propias, es evidente, hasta a los ojos de los menos enterados,  que a nuestro estado le falta una pata fundamental para su equilibrio; le falta el poder judicial.  

En Estados Unidos, con toga, aunque sin tanta parafernalia, no llaman la atención los trajes, hoy llaman la atención los fallos de los jueces nombrados por Donald Trump antes de que la mayoría de los votantes le echaran de la Casa Blanca. Los jueces de Trump, como les denomina la prensa  más prestigiosa por su objetividad, están emitiendo fallos contra todo precedente y hasta contra toda lógica, dictados por los deseos del padrino.  Sirven de ejemplo la sentencia del Tribunal Supremo con una mayoría trumpista  quitando a la mujer el derecho a decidir sobre su propio cuerpo para dar a cada estado el derecho a decidir por ella, y la reciente sentencia de una jueza federal, también apadrinada por Trump, permitiendo que un tercero neutral estudie los documentos que Trump robó de la Casa Blanca y decida cuales le pertenecen por un privilegio que ninguna ley le reconoce.  Ya es evidente para cualquier americano normal que al estado americano le falta un pata fundamental para su equilibrio; la política le ha cortado una pata al estado; le ha cortado el poder judicial. 

No hay sitio para citar los ejemplos de Hungría, de Polonia, por no salir de las fronteras del mundo occidental. La democracia cojea en todas partes porque lo primero que hace un aspirante a autócrata es poner las leyes de un país en manos de jueces afines; es decir, amputar a un estado, hasta entonces democrático, uno de los poderes que sostiene su democracia. Esta amputación tiene un efecto sobre los ciudadanos. Sabiendo que no puede esperar que la justicia ampare sus derechos, el ciudadano desamparado acata por miedo todo lo que el autócrata y sus secuaces le dicten. 

La democracia cojea y está a punto de derrumbarse en todo el mundo, como si los ciudadanos se hubieran cansado de la libertad que humaniza y estuvieran dispuestos a convertirse en súbditos de los poderosos; como si estuvieran dispuestos a abdicar de la responsabilidad de ser humanos adultos, para vivir como párvulos protegidos por el poder de extraños. 

Como párvulos nos trata la propaganda de partidos que, bajo su fachada de conservadores, esconden el ansia de poder a toda costa del fascismo. De otra forma no se explica el descaro con el que nos mienten; la insultante vacuidad de sus mentiras. Convencidos de la torpeza y pereza de la mayoría para asumir la  responsabilidad de elegir a sus gobernantes informándose y reflexionando sobre la idoneidad y honestidad de los políticos que se ofrecen para controlar su vida, quienes buscan el poder para utilizarlo en su propio beneficio recurren a los métodos de la  propaganda fascista que tantos éxitos ha tenido siempre, sobre todo en tiempos de crisis. 

Hoy vivimos un tiempo de crisis. Hoy los que se aprovechan de los ríos revueltos para pescar inconscientes han empezado por amputar una pata a los poderes del estado para que la democracia se derrumbe sin remisión. ¿Qué puede hacer el ciudadano adulto que no quiere perder su libertad? Reflexionar, razonar, demostrarse a sí mismo y a todos que no está dispuesto a renunciar a sus facultades humanas para dejarse llevar como cualquier animal domesticado.