El triunfo del fascismo

Dos noticias eclipsaron  el jueves al maldito número 13 privándole de su fama agorera. El presidente del Gobierno compareció a petición propia en el Congreso para informar sobre la cumbre europea de la semana anterior y exponer sus medidas para paliar los efectos de la crítica situación mundial que nos afecta. Con una batería de datos que demuestran los resultados positivos de las políticas socialdemócratas ejecutadas bajo un liderazgo sensato y firme; con otra batería de medidas por ejecutar para que las políticas de su gobierno sigan garantizando el progreso de todos, a Pedro Sánchez nada podía salirle mal. El ridículo show de los ultra entrando al hemiciclo con un retraso de un minuto para vindicar al rey ultrajado el día anterior por Pedro Sánchez al hacerle esperar  menos de un minuto, no consiguió menguar el interés de presentes y televidentes  por escuchar lo que el presidente del gobierno tenía que decir. La respuesta al presidente de la portavoz del PP, con su habitual retahíla de críticas denigrantes, acusaciones falsas, predicciones catastróficas no consiguió enturbiar los datos que el presidente acababa de ofrecer en su discurso. Cuando terminó la actuación de Cuca Gamarra, con sus  voces de tiple enfadada y sus movimientos convulsivos  de cejas y comisuras, el interés de presentes y televidentes, que había decaído durante su show de actriz trasnochada, revivió en cuanto empezaron los discursos con preguntas, respuestas y argumentos de diputados serios. La comparecencia del presidente del gobierno a petición propia le salió a Pedro Sánchez muy bien. Pero una buena noticia no le bastaba al 13 para reivindicarse. Caía la noche cuando nos enteramos de un notición que sacudió al mundo entero. El Comité del Congreso de los Estados Unidos que ha estado investigando las causas y consecuencias del ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, finalmente citaba a Donald J. Trump a testificar ante el comité bajo juramento. Una reflexión sobre ambos sucesos nos permite descubrir la cuerda que les une y, lo que es más importante, la cuerda que a todos nos une a esos sucesos, y lo que es más importante aún, la cuerda que nos une a todos en la decisión de a quien damos el poder para determinar nuestras vidas.  

Lo que ha estado pasando en los Estados Unidos durante los últimos cinco años llega al resto del mundo con un diapasón muy bajo. Los estragos físicos de la pandemia dejaron escombros en las mentes que la mayoría aún no ha podido despejar. La onda expansiva de la guerra en Ucrania ha hecho estallar, en el mundo entero, la inflación. Miedo, pobreza, más miedo. Las almas viven en sus casas con el miedo y con el miedo van por las calles, cada cual intentando olvidar al miedo con todas las distracciones que le permitan sus circunstancias. 

El miedo ha obligado a cada cual a luchar contra el miedo y todas las amenazas que lo provocan atrincherándose en el egoísmo. Todo y todos pierden importancia cuando uno lucha por su propia supervivencia y esa lucha se instala en la rutina cotidiana como un trozo de pan. Todo y todos se aferran al pan como si el estómago fuera el órgano más importante del cuerpo. La mente sólo puede aportar reflexiones que intensifican el miedo. La mente sólo contribuye a reafirmar la certeza de que el hombre, macho y hembra, está solo y que hasta el final de sus días en este mundo tendrá que sufrir el vértigo de su soledad. Concentrando toda su atención en su estómago y sus glándulas, el hombre se esfuerza, con todos los medios a su alcance, por conseguir la inconsciencia de los animales.

Y, de repente, aparece un dios protector, un dios que promete acabar con todas las pandemias, inflaciones, amenazas que acobardan a los hombres; un dios que promete acabar con el miedo y hasta con la oscura sensación de soledad. ¿Cómo se llama ese dios? Ese dios no quiere decir su nombre, como Yavhé no quiso revelar el suyo a Moisés. «Yo soy el que soy», dijo Yavhé a Moisés desde la zarza ardiendo. «Yo soy el que soy», dice el dios que ha venido a salvar a los infelices del siglo XXI. Sólo los hombres a los que aún les quedan curiosidad y ganas de buscar respuestas, descubren en los libros de historia que es la segunda vez que ese dios habita entre nosotros. Hace muchos años, tras una guerra mundial y una pandemia; en medio de una recesión que costó vidas y una inflación que redujo el dinero al valor de toneladas de papel, ese dios apareció de repente prometiendo la salvación del mundo. En aquel entonces sí dijo su nombre. En medio de las ruinas de la antigua Roma, el dios gritó, «Fascismo», y millones de infelices en el mundo entero cayeron de rodillas para adorar al salvador. 

Durante el tiempo que duró su poder, el dios Fascismo ocasionó millones de muertos entre sus adversarios, los de etnias distintas a la suya y los que murieron en la segunda guerra mundial que él provocó.  Pero el dios Fascismo perdió la guerra; fracasó, y como fracasó, ahora que ha vuelto atraído por el olor a fracaso que percibe en el mundo, el dios Fascismo oculta su nombre no sea que alguien recuerde que él también fracasó. El dios Fascismo hoy se encarna en individuos como Orban, Bolsonaro, Trump, algunos fascistas de tercera y el de mayor celebridad mundial, Vladimir Putin. Todos ellos, sin importar de donde vienen ni adonde quieren llegar, rigen su conducta por el único mandamiento del fascista, alcanzar el poder y conservarlo a toda costa, y con la única prohibición de fracasar. 

El fracaso aparece tarde o temprano en la vida de todo mortal. Fracasa el joven que no consigue aprobar un examen; fracasa el futbolista que no consigue meter un gol; fracasa el hombre, macho y hembra, que no conquista o que no logra retener a la persona que ama. Pero todos esos fracasos que empañan un día, una época de la vida y, a veces, la memoria de todo mortal, no convierten a nadie en fracasado. Fracasado es aquel que, por miedo al fracaso, vive paralizado por el miedo que le impide salir de la fosa de un fracaso. Fracasado es aquel que no se arriesga a dejar un fracaso atrás para seguir buscando el éxito con la esperanza de lograrlo.

Por desgracia, los fracasados se cuentan por millones y es el olor a podredumbre de su ánimo lo que atrae al dios Fascismo. Porque en nuestros días, el dios Fascismo no llega al trono del poder por haber ganado una guerra o una revolución. Llega porque uno de sus adláteres  ha ganado unas elecciones. Y los seres racionales se preguntan, atónitos,  cómo es posible que millones voten por quien defiende una ideología totalitaria, ultranacionalista, enemiga de la libertad; cómo es posible que millones se traguen todas las mentiras que los líderes fascistas utilizan para ganar votos, por inverosímiles que parezcan a una facultad racional saludable. Tiene la respuesta el dios  Fascismo, auténtico padre de la mentira aunque ciertos creyentes atribuyan el apelativo al demonio. En tiempo de tribulaciones, el dios Fascismo se presenta como única salvación y, en tiempo de tribulaciones, la cobardía de los fracasados les lleva a caer en las redes de cualquiera que se proclame salvador.

Hoy, al dios Fascismo le disfrazan con el nombre de extrema derecha los fascistas que quieren ocultar el fracaso que convirtió su nombre en anatema. Hoy, otra gran mentira de los fascistas encubiertos es proclamarse conservadores para no asustar con lo de extremistas. Entonces, ¿cómo distinguir a un conservador de un fascista? De un modo muy sencillo; siguiendo la cuerda. 

No hace falta ser una lumbrera para advertir la diferencia entre un discurso en el Congreso del presidente del gobierno y las réplicas de los partidos de las tres derechas. El presidente propone medidas para que la sociedad se salve por el esfuerzo del gobierno para ayudar a los ciudadanos a salvarse a sí mismos. Las derechas se ofrecen como salvación sin decir cómo nos van a salvar. 

Cuando un candidato a elecciones para llegar al poder limita sus discursos a culpar al adversario de todos los males y a proponerse a sí mismo como única solución, es evidente que habla por boca del dios Fascismo. Porque de la boca del dios Fascismo no sale otra cosa que la descalificación, el enfrentamiento, la incitación a la violencia y, sobre todo, la mentira. Bolsonaro ya ha empezado a copiar el mensaje de Trump: si pierde las elecciones, el resultado tiene que ser fraudulento. Putin intenta superar el fracaso de la Unión Soviética y de su casa, la KGB, invadiendo a un país vecino que se empeña en fortalecer su democracia, y proclamando que el ataque ruso contra Ucrania no es otra cosa que una «operación especial». Especiales son las operaciones de los fascistas para monopolizar el poder. Trump, Bolsonaro, Putin y otros fascistas menos célebres empiezan por apoderarse del poder judicial para garantizarse la impunidad y conseguir que los tribunales ignoren la voluntad popular reflejada en las leyes.  

Y así llegamos al final de la cuerda; el votante. Al fascista se le reconoce por el catastrofismo que pregona en sus discursos para atemorizar más aún a los fracasados que le siguen y seducirles ofreciéndose como salvación. Si gana las elecciones, habrá demostrado al mundo la incompetencia de los ciudadanos; habrá conseguido el triunfo primordial del fascismo. El triunfo primordial del fascismo es la destrucción de la democracia.      

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

4 comentarios sobre “El triunfo del fascismo

  1. El triunfo primordial del fascismo es la destrucción de la democracia.
    Me quedo con esta frase tuya tan esclarecedora, amiga. Así es, al fascismo el que el poder de decisión recaiga en el pueblo le repatea. Recuerdo que en tiempos de AP, Manuel Fraga hablaba del voto selectivo, es decir, no todos los votos valen lo mismo, según él, solo los instruidos tenían el derecho a votar, a elegir a otros instruidos. Fraga era un fascista de libro, ministro de la dictadura de Franco reconvertido en demócrata con el fin de ganar unas elecciones que nunca, afortunadamente, ganó. Eso le llevó a regresar a su tierra, Galicia, donde sus paisanos, acostumbrados a los caciques de toda la vida, lo recibieron con los brazos abiertos.
    ¿Mejoró en algo la vida de los gallegos con Fraca al frente de la Xunta de Galicia?… Puedo afirmar y afirmo que no, en absoluto. Como colofón a su birreinato dejó para la historia un monumental despropósito llamado ahora Ciudad de la Cultura.
    Hoy Pedro Sánchez participó en la cumbre del PES (Partido socialista europeo), donde fue aplaudido a rabiar y donde dejó un gran discurso de lo que significa el socialismo moderno, la socialdemocracia, para el mundo y en especial para Europa.
    Los políticos que tienen claras sus prioridades, cuando esas prioridades son la gente, los ciudadanos de cada país, no necesitan esconder ni su discurso ni su nombre, no, no es dios, nada de eso, es sencillamente: SOCIALISMO, el gobierno para el pueblo, para todos los ciudadanos, incluso para aquellos que reniegan de él y lo insultan.
    El mundo está a dos pasos de entrar en una batalla que terminaría por destruir a la humanidad tal y como la conocemos. Son las locuras, como un día tuvieron Hitler, Musolini o Franco, que elementos tan poco recomendables como Abascal y sus huestes de mal nacidos preconizan e incluso alardean de ello «Vamos a volver al 36» cantaban unos desahogados en el cierre de la fiesta patriotera, bufa y hortera organizada el 12 de Octubre por VOX.
    Sé que mucho mediopobre les compra ese discurso; Hitler no llegó a tal punto de barbarie y desatino si los alemanes de a pie no lo hubiesen apoyado, ese es el enorme peligro que corremos cuando las soflamas vencen a los hechos, cuando las vísceras mandan sobre la razón.
    El nuevo fascismo es el viejo fascismo, nada a cambiado en su discurso de odio y furia. Hoy no se persigue a los judios, sí a los subsaharianos, a los gitanos, a los pobres, a todo lo que ellos consideran despreciable y prescindible.
    No lo lograrán, porque los despreciables y totalmente prescindibles son ellos, toda esa caterva de golfos incultos llenos de bilis negra y mala sombra.
    Señor presidente del gobierno, Pedro Sánchez Pérez-Castejón: Que ladren, usted, nosotros, seguimos cabalgando, y muchas gracias por devolvernos la esperanza de un país más justo, empático y libre.

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  2. Lo único que nos separa del fascismo son los votos.
    Yo reivindicó la unidad de la izquierda, no en las elecciones, ahora, para llegar unidos a votar con ilusión y con alegría.
    Votar es la comunión de las izquierdas.
    Los votos matan al fascismo.
    Unidad.

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