En la era de la diversión, a pasárselo bien

Fin de las elecciones en Brasil, por ahora. ¿Qué ha pasado? Según la prensa escrita, la radio y la televisión de medio mundo, no hay un claro ganador; Lula da Silva, la izquierda, no ha conseguido asegurarse la victoria;  Jair Bolsonaro, la extrema derecha, ganador moral de las elecciones. Quien no se haya esperado hasta la madrugada del lunes para saber cómo acababa el asunto, oye o lee titulares por la mañana y se queda en ascuas. Los titulares ofrecen opiniones antes que datos. Pero ¿quién, rayos, ganó las elecciones?, se pregunta, impaciente, el que, por diversos motivos, siente el aguijón de la curiosidad. Tendrá que seguir oyendo o leyendo o buscando por Internet hasta dar con los resultados. Lula: 48,4%; Bolsonaro: 43,2%. Demonios de todo el infierno, ¿no tenían que haber empezado por ahí soltando después todos los análisis y opiniones que esas cifras provocaran en la mente del periodista que tituló la noticia? ¿Es que ya ni siquiera se pide a un periodista que sepa titular resumiendo datos objetivos y dejando su opinión para el cuerpo del texto? ¿Es que ya ni siquiera disimula un medio la vergonzosa evidencia de que, en esta época que nos ha tocado sufrir, la opinión ha derrotado a la realidad ? Parece que ya no hay medio que procure disimular que es la opinión lo que importa porque es lo que actúa sobre las mentes y, sobre todo, las glándulas de la llamada opinión pública; opinión de un colectivo dócil que se nutre de las opiniones de los que considera importantes, por lo que resulta fácil manipularle  rellenándole la mente de opiniones y excitando sus glándulas con estímulos que le resulten agradables, como se le da a un perro una chuchería para recompensarle un acto de obediencia; acto que consiste, en el caso de un mindundi,  en obedecer a las opiniones de los importantes. Parece que la mayoría sospechara la proximidad  de Armagedón y, ante el horror que se anuncia, cerrara los ojos o se pusiera las gafas 3D, si las tiene, y se dejara conducir y engañar y lo que sea para no enfrentarse a la realidad.     

Gana la izquierda en Brasil, la mayor economía de América Latina, pero tiene que ir a segunda vuelta. La mayoría de los españoles contestaría automáticamente, ¿y qué? Brasil está muy lejos. A quien no le importa la política de España, el lugar donde vive, trabaja, paga impuestos y recibe lo que los impuestos le aportan, ¿qué demonios le va a importar la política de un país, para él, remoto? Dile que la política determina las leyes y que la ley es una función de la democracia y que la democracia es, hoy por hoy, el único régimen que garantiza la libertad, y te mirará con el desprecio con el que mira la mayoría a quienes entienden que la vida tiene que consistir en algo más que el trabajo y un ocio que permita mandar a la mente de vacaciones. Háblale a la mayoría de política, de la política auténtica que afecta a la vida de los ciudadanos, y te clasificará como un estúpido aburrido al que no invitaría a compartir una comida o un rato de diversión. 

Si hubo una época en la que se admiraba el esfuerzo intelectual de cualquier individuo, hoy el admirado es quien se pone a nivel de la mayoría exhibiendo una manifiesta burricie mental. Que esto es un dato objetivo y no una opinión, lo evidencian las encuestas, los resultados de las elecciones, las estrategias de los medios y, por supuesto, los contenidos de las redes sociales. 

Tienen muchísimo más éxito los disparates de una Ayuso o de un Feijóo, por ejemplo, que cualquier sesuda declaración de la ministra portavoz del gobierno. Los disparates divierten y porque divierten, se difunden más, sobre todo si los textos se rubrican con circulitos que sueltan lágrimas de risa. Como es de perogrullo que el exitoso llama al éxito, los medios alivian la seriedad de las noticias políticas rematándolas con los disparates, los insultos, los agüeros de catástrofes improbables con que las derechas manifiestan su pataleta porque no les dejan gobernar. Las encuestas se reducen a decir al personal quién va a ganar y quién va a perder las elecciones sin mencionar causas y consecuencias para no aburrir. Y las elecciones corroboran el éxito de la estrategia de los medios y de la propaganda por las redes. ¿Cómo, si no, se explica que acaben ganándolas los partidos que por ideología y trayectoria ofrecen un gobierno que beneficia a las élites y perjudica a todos los millones que ni tienen ni tendrán nunca nada que ver con los elegidos por la fortuna; un gobierno que deshumaniza al contrario y al propio sin recursos con una retórica que convierte a la empatía en sinónimo de debilidad y a la honestidad en sinónimo de cobardía desvirtuando todas las cualidades que convierten a un homínido en un ser humano? ¿Cómo, si no, se explica que Ayuso haya ganado las elecciones por mayoría casi absoluta en Madrid y Moreno Bonilla con absoluta en Andalucía y Feijóo tres veces en Galicia antes de lanzarse a la conquista de España? ¿Cómo, si no, se explica que en los Estados Unidos de América, millones de americanos hayan votado por Donald Trump y, en Brasil, millones hayan votado por Bolsonaro, después de que ambos se hayan lucido, en sus respectivos países, con cuatro años de presidencias catastróficas que produjeron catastróficos efectos como, por ejemplo, miles de muertos que podían haberse salvado si no les hubieran mentido sobre la pandemia y el modo de prevenir la enfermedad?

Para responder a esas preguntas, montones de intelectuales del mundo entero han exprimido y siguen exprimiendo sus mentes en busca de respuestas en las circunstancias económicas, sociales, políticas de una crisis que ventila el sálvese quien pueda arrastrando a los ciudadanos hacia cualquiera que les prometa salvación. Esas disquisiciones han ocupado horas de análisis en los medios más serios, miles de artículos, cientos de libros. ¿Y si las respuestas se englobaran en algo mucho más simple? ¿Y si todo lo explicara la necesidad y la voluntad de divertirse?

Los americanos que asaltaron el Capitolio se divirtieron de lo lindo desahogando todas sus frustraciones en la lidia con los policías a palo limpio; en el gustazo de poner sus zapatos sucios sobre los escritorios impolutos de los legisladores; en el placer de chillar barbaridades oyéndolas resonar en  paredes consideradas sacras por los aburridisimos defensores de la historia y de la moral pública. Los brasileños que se vieron de pronto elevados a supermachos temibles por la ley de Bolsonaro que les permitió exhibirse con armas, pagaron con su voto la impagable deuda al genio que entendió y entiende el santo remedio de la violencia contra la frustración de los miserables aquejados de una cobardía que sólo la posesión de un arma les permite superar. Donald Trump ha demostrado y demuestra como nadie hasta qué punto comprende las necesidades de los supermachos de su país y hasta qué punto se compromete a satisfacerlas. Sin otro modo de ejercitar poder que no sea lucirse en mítines multitudinarios, Trump va de mítin en mítin justificando  la violencia, llamando a todos a la violencia para defender a su figura mesiánica. Trump y Bolsonaro se han convertido en los Mesías del inminente apocalipsis en un Armagedón que no ganarán los justos; que ganarán los seguidores incondicionales del sagrado par elegido por sus dioses. En España, la verdad es que Feijóo, con sus insultos y sus amenazas a media voz, ni da miedo ni lo inspira. Tampoco Abascal aunque chille más y se ponga camisas que le vienen pequeñas para lucir pecho. Pero como es lo que hay, hay que conformarse con insultos y amenazas hasta que las elecciones les den el poder y el poder les permita repartir armas también. Nada más divertido y desahogante que aprender a disparar practicando con la diana de fotos o dibujos de políticos de izquierdas.                     

Y los que no son supermachos necesitados de armas y discursos violentos para superar su cobardía, ¿cómo se divierten? Viendo películas y jugando juegos en los que se vean supermachos esparciendo la muerte y la destrucción. Divierte, además, seguir los sucesos en prensa digital -a la prensa escrita sólo van los viejos, pero a los viejos también vale la pena divertirlos porque también votan.  

En fin, que parece que la abundancia de la época anterior educó a la generación siguiente con un dogma único que ha eliminado por inútiles a todos los demás. Dice ese dogma absoluto que la finalidad de la vida humana es pasárselo bien. ¿Y cómo es que el ser humano puede pasárselo bien con imágenes de sufrimiento, destrucción y muerte y con discursos que evocan esas imágenes? Eso no parece asunto de la economía ni de la política; parece, más bien, asunto de la psicología y la psiquiatría. Aunque puede que también en ésto, la respuesta sea más simple. Las escenas morbosas excitan sin dejar huella en el alma. Cuando se acaban, todo se cura con el bálsamo de que «eso no me está pasando a mi». Por eso, el sentimiento de empatía queda cada vez más relegado al ámbito vetusto de los evangelios.

Pobre de aquel que saque como conclusión las palabras del general Mac Arthur al terminar la Segunda Guerra Mundial: «Hemos tenido nuestra última oportunidad. Si no concebimos un sistema mejor y más equitativo, tendremos a la puerta nuestro Armagedón. El problema supone…una mejora del carácter humano…Si queremos salvar la carne, tendrá que ser por el espíritu». Pobres de todos nosotros si la mayoría ni entiende ni acepta esta conclusión. 

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

2 comentarios sobre “En la era de la diversión, a pasárselo bien

    1. Pues me alegro que no te hayas tomado el trabajo de comentar esta vez porque Facebook no me deja entrar en mi página. Por algún motivo se lió con Radio Pirineus, que es de mi hijo, y no sé cómo entrar en mi perfil

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