
Alberto Nuñez Feijóo siguió esta semana los pasos de Pablo Casado aterrizando en Bruselas y copió de Casado la actitud y los discursos que el anterior presidente del Partido Popular utilizaba en el ámbito de la Comisión Europea, dejando a cuanto interlocutor se le ponía a tiro, estupefacto. Acostumbrados al perfil bajo y a los silencios de Mariano Rajoy, forzosos por desconocimiento de idiomas y vergüenza de admitirlo, un día Casado sorprendió a todos denunciando al presidente del gobierno de España por haber destrozado el país y pidiendo a la Comisión que negara a ese país, el suyo, toda ayuda hasta que el sensato Partido Popular llegara al gobierno y reparara el desastre. ¿Cómo iban a quedarse los de la Comisión, acostumbrados ellos a recibir a líderes que ponían a sus países por las nubes para luego pedir lo que hiciera falta? Era la primera vez que aparecía uno pidiendo que a su país no le dieran nada. A nadie debe haber sorprendido que los suyos echaran a Casado para poner a otro con fama de moderado y sensato. Y entonces llega Feijóo con el mismo discurso. Hasta los intérpretes debían preguntarse, ¿qué le pasa a esta gente? Es probable que los avezados líderes de la Unión, negándose a aceptar la explicación más fácil suponiendo estúpidos a los conservadores españoles, se estén preguntando si se trata de una estratagema para destruir todo vestigio de socialismo en España; lo cual no permitiría sonreír. Si de esa estratagema se trata, el asunto entraña un peligro gravísimo para la democracia.
Los discursos de los líderes de las derechas de nuestro país parecen construidos por perturbados. Sin el más mínimo respeto por la verdad ni relación alguna con la realidad, esos líderes se han entregado al populismo con absoluta desfachatez repitiendo mentiras sin reparo y hasta contradiciendo sus propias afirmaciones de un día para otro sin temor a que alguna hemeroteca les ponga en evidencia; seguros de que a una población domesticada por los palos de la situación económica no le importan ni las mentiras ni los desmentidos. Y lo peor es que eso no ocurre sólo aquí. Hace unos días, Trump respondió al requerimiento de la Comisión que investiga el asalto al Capitolio con una carta de catorce páginas sin pies ni cabeza ni lógica alguna que ayudara a entenderla, repitiendo una y otra vez la gran mentira de que le robaron las elecciones que perdió. Cualquier mente sana supondría que los populistas sufren algún trastorno mental. Pero, ¿es posible que tantos partidos de derechas en tantos Parlamentos y hasta en los Gobiernos de tantos países se hayan convertido en refugio de locos? Algunos de esos partidos tienen una trayectoria de años pasando por conservadores. La ideología conservadora puede estar equivocada, según quien la considere, pero conservadores ha habido siempre de indiscutible firmeza mental y hasta valor intelectual. Las derechas populistas de hoy tienen muy poco que ver con el conservadurismo. ¿Entonces? Descartando la posibilidad del trastorno mental, sólo queda preguntarse si tanto desvarío no obedecerá a una estrategia bien concebida y bien planeada por mentes maléficas.
La informática ha popularizado en el mundo entero las biografías, las obras y milagros de las mentes maléficas que concibieron la descomposición de Alemania, la aniquilación de los judíos, la destrucción de varias democracias europeas, la intención de someter al mundo convirtiendo a los seres humanos en émulos de las míticas huestes infernales. Entre esos personajes, el más maléfico y peligroso después de Hitler, fue Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda del gobierno nazi. Hoy su nombre sigue corriendo por las redes y no hace falta tener estudios ni conocimientos de historia para identificarle como el genio de la propaganda que fue. De sus diarios personales, un biógrafo extrajo once principios de la propaganda que hoy pueden reconocerse en los discursos de los populistas de todos los continentes. Goebbels penetró como un telépata prodigioso en las mentes de sus compatriotas y consiguió desentrañar las debilidades que convierten a una persona en un objeto maleable. El éxito de su propaganda fue apoteósico. A esa propaganda debió su éxito Hitler. A esa propaganda se debió el fervor con que los alemanes aceptaron la guerra y se lanzaron a la muerte. A los principios de esa propaganda se aferran hoy los populistas de derechas para alcanzar la victoria.
Hitler, sin más oficio ni beneficio que la agitación de masas, aquejado de una neurosis galopante que le hacía detestar a la humanidad, ganó las elecciones que le dieron el poder de la cancillería con el que fue destruyendo todas las instituciones de Alemania. Pero Hitler está muerto. Hace muchísimos años que su propia mano libró al mundo de su presencia diabólica. Para los jóvenes de hoy, su nombre es algo tan extraño y lejano como tantos otros nombres que tienen que aprenderse para soltarlos en un examen y olvidarlos inmediatamente después. Y aquí se nos revela el otro punto débil de la mente humana que sirve a los estrategas de la destrucción: la propensión al olvido.
Contando con el olvido que permite a las masas lidiar y divertirse con el hoy ignorando el ayer, y contando con la propaganda que pinta un futuro glorioso, los populistas se van abriendo camino hacia lo único que les interesa; el poder. El olvido ha llevado al poder a las derechas populistas en Polonia, Hungría, Suecia, Italia. Con el olvido cuentan para alcanzar el poder la derecha populista de Francia y la derecha populista que hoy constituye el mayor peligro para la libertad en el mundo entero; la derecha populista del Partido Republicano de los Estados Unidos de América. Por lo visto, los jóvenes y los maduros ya no recuerdan a Mussolini, a Hitler, a Franco. Ya no recuerdan esos nombres que perpetuaron a la muerte en la vida de generaciones anteriores. Y porque no les recuerdan, esas ánimas negras hoy pueden reencarnar en almas similares sin que de ellas puedan defenderse los que rechazan el valor de la memoria.
La lucha casi desesperada de los analistas y activistas políticos americanos contra la propaganda populista y el olvido llega a conmover en vísperas de las elecciones al Congreso. Las mentes pensantes, horrorizadas ante la deriva del Partido Republicano que ha permitido que se presenten en su nombre casi 300 candidatos que niegan legitimidad a las elecciones de 2020 y, por lo tanto, al presidente Biden, hacen a diario esfuerzos supremos por despertar a unos votantes en cuyas manos hoy se encuentra la supervivencia de la democracia, de la libertad. Destaca entre esas mentes Rachel Maddow con un podcast que está logrando sacudir a muchos indiferentes. «Ultra», se llama el podcast, nombre que se refiere a las ultraderechas que amenazaron la democracia americana en los años 40 del pasado siglo. Entonces fueron los ultras de asociaciones como «America First», admiradores de Hitler y del régimen nazi. Pero, ¿para qué resucitarles?, se preguntarán algunos. Pues para que en sus discursos y en sus agendas se reconozcan asociaciones actuales en los Estados Unidos con idénticos principios y objetivos.
Y eso, ¿en qué afecta a las personas que luchan por la supervivencia en nuestro país? ¿En qué afecta a los que trabajan procurando ignorar el peligro de más subidas de precio, de un despido, de cualquier cosa que pueda empujarles escaleras abajo? El ideario que movía aquí y allá a políticos y activistas ultras de los 40 es el mismo que hoy mueve, aquí y allá, a los políticos y activistas ultras o de derechas populistas o como quiera llamárseles para no ofenderles llamándoles fascistas. ¿Que en qué nos afecta ese ideario aquí? En lo mismo que allá. En lo mismo que afectará a los italianos en cuanto empiecen a enterarse de lo que la mayoría ha elegido para que les gobierne. Ese ideario promulga el regreso a la familia tradicional con el hombre en la calle y la mujer en la cocina. Ese ideario abomina de toda unión sentimental que no sea la de un hombre y una mujer unidos en santo matrimonio. Abomina del aborto estableciendo excepciones como en los casos de violación y riesgo de la salud de la madre o sin excepción alguna como ya ocurre en las leyes fascistas de algún estado americano. Abomina de otorgar protección a las mujeres víctimas de violencia de género. Abomina de las etnias diferentes a la etnia del país. Abomina de toda religión ajena a lo que llaman cristianismo. Abomina de los inmigrantes negándoles hasta el derecho de asilo. Abomina, en fin, de todo lo que pueda contribuir a la evolución del ser humano, empezando por la libertad. ¿Que en qué puede afectarnos? Quien no se reconozca en ninguno de los casos que enuncia la enumeración, se reconocerá, tal vez, en la parte económica del ideario que, en resumen, promete bajadas de impuestos, sueldos y pensiones para permitir a los ricos enriquecerse más suponiendo que su riqueza enriquecerá al país. ¿Que en qué puede afectarnos a la mayoría? Con elementos similares, suma y sigue.
En una democracia, los ultras o populistas de derechas o fascistas, como se les quiera llamar, no pueden llegar al poder por medios violentos; necesitan que les empuje el votante. Para juntar votantes suficientes dice un principio de la victoriosa propaganda de Goebbels que: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida…La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”. O sea, que el votante ideal que persiguen los fascistas es el ignorante que se niega a recordar, que se niega al esfuerzo de reflexionar para comprender, que se deja llevar por todo aquello que le excite permitiéndole olvidar las vicisitudes de su miserable vida. Lo que nos recuerda otro principio: «…difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas» como la hostilidad contra el adversario, contra el diferente; como la defensa a muerte de la tribu propia a mazazo limpio si hace falta. Lo que nos recuerda otro: «Llegar a convencer a mucha gente de que se piensa como todo el mundo, creando impresión de unanimidad». Si algo asusta y acongoja a una persona desde niño es sentirse rechazado, aislado por sus congéneres. Para no sentirse raros y excluidos de la mayoría, para no sufrir el vértigo de la soledad, estas personas siguen las modas que dicta el mercadeo, siguen los argumentos que los fascistas dicen que todo el mundo está siguiendo.
Pues bien, esos principios que se supone sigue todo el mundo son los que pregonan los fascistas actuales para juntar votantes, y esos votantes, ignorantes y desmemoriados, son los que están entregando el gobierno de sus vidas y de las vidas de sus compatriotas a los fascistas que quieren reducir las sociedades de individuos civilizados a la condición de tribus de infrahumanos que han renunciado a su libertad.
¿Habrá quien se siga preguntando por qué hay que luchar contra el fascismo?
La historia nos ha enseñado que mantenerse neutral contra el fascismo es un error que no podemos volver a cometer. No obstante, en Italia, Hungría, Suecia… parece que han olvidado las consecuencias de auparlos al poder.
El fascismo cala en las mentes de la pobre gente que en momentos de crisis financiera se agarran a un clavo ardiendo sin darse cuenta de que el clavo terminará por quemarlos vivos.
En España tampoco estamos vacundos contra esa pandemia que es el fascismo, solo me consuela saber que, cada día son más, quienes empiezan a ver la verdadera cara del PP y de VOX,S.A.
Los primeros por ladrones incorregibles, los segundos porque el único proyecto que tiene Abascal es el enriquecerse a costa de los pringaos que se alistan a sus filas.
La prensa y las televisiones, pagadas por oligarcas de espúrios intereses, empiezan a sentir la fatiga de materiales que supone el inventar un bulo tras otro, el ensalzar a personajes chuscos, ineptos y megalómanos en muchos de los casos.
Las encuestas comienzan a mostrar claramente el deterioro que sufre VOX y el desinflarse del llamado «efecto Feijóo». Queda mucha legislatura y a estas dos formaciones políticas, PP y VOX,S.A., se les va a hacer eterno porque cada discurso, cada bulo tienen más contestación por parte de los medios serios y de más y más ciudadanos hartos ya de tanta vacuidad y total horfandad de propuestas para mejorar la vida de los ciudadanos.
María Mir-Rocafort tiene razón, al fascismo no se le debate, se le combate con la verdad.
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Excelente comentario, como siempre. Gracias, David. Por favor, publícalo en Facebook. Aún no me han arreglado el error que no me permite entrar en mi perfil
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