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Un asunto muy serio

El líder del PP, Pablo Casado, se reúne con Aziz Ajanuch, presidente del partido Reagrupamiento Nacional Independiente (RNI) Fuente:LaHoraDigital
24 de mayo 2021 – María Mir-Rocafort

Empiezo en el mismo punto en el que dejé mi artículo anterior; con Nina Simone. Nina Simone se exilió voluntariamente de  Estados Unidos en 1969 tras el asesinato de Martin Luther King.  Aquel fue el último palo que mató a los gloriosos sesenta y dejó en su lugar un mundo cada vez más cínico, más decadente, más infrahumano. Los asesinatos de John Kennedy y su hermano Robert habían destruido todo sueño de su  Camelot, del país de utópica justicia social que ambos concebían y prometían. Quedaba Luther King con su lucha por una América libre de la infrahumana lacra del racismo. Cuando le mataron,  se murieron los sueños. Ya no quedó nada más que la certeza de que vivíamos en una selva de animales salvajes dueños de todos los árboles, a los que teníamos que vivir sometidos para poder comer. Hace unos días, hombres, mujeres y niños fueron cayendo en Gaza bajo los bombardeos de Israel; hombres, mujeres y niños buscaron desesperadamente llegar a la tierra de leche y miel que Ceuta les hacía imaginar.  Hoy, Israel ha dejado de matar en Gaza, y Marruecos ha cerrado su frontera para que no sigan pasando  miserables. Los muertos, las casas destruidas, los miserables que han sido devueltos al país de la miseria con sus sueños apaleados hasta la inconsciencia ya solo son cifras que no alteran las emociones a nadie. Nina Simone eligió exiliarse para siempre en Francia. Los seres humanos, verdaderamente humanos, hoy no saben dónde exiliarse.   

Lo de Gaza y lo de Ceuta ha dejado a los  auténticos seres humanos hechos polvo emocionalmente y con un lío mental considerable. 

Por un lado, Biden tiene que apoyar a Israel sancionando la matanza de palestinos indefensos y la destrucción de otra parte de su franja, ya casi destruida por años de ataques y de imposiciones infrahumanas. Biden tenía que apoyar a Israel porque Estados Unidos ha sido el único apoyo lo suficientemente fuerte que ha evitado que se cumpliera el juramento de los vecinos árabes que se comprometieron hace muchos años a echar a los israelitas al mar. Dirigidos por el poder de una derecha salvaje, los israelitas se defienden matando y destruyendo. Su dios y su instinto de supervivencia les llaman a una defensa asesina.

Lo de Ceuta ha dejado ojipláticos a la mayoría de los españoles. Resulta que el gobierno de España no tiene derecho a prestar ayuda sanitaria a quien le parezca sin pedir permiso al rey de Marruecos, porque si al rey de Marruecos no le gusta el enfermo que se está asistiendo, abre la frontera para que pasen a España miles de los miserables que viven en la miseria porque al rey de Marruecos y a las élites que le sustentan les importa un rábano la miseria de los miserables de su país. Quien allí no encuentre para comer que se vaya, a ver si en otro país le dan.  

Diríase que esto era lo peor que le faltaba a un gobierno asediado por la pandemia y por una situación política que sin duda inspiraría una de sus pesadillas a Tenesee Williams, padre de escorpiones rabiosos que exhibían en los  escenarios la potencialidad del odio y el rencor. Pero no, no era lo peor. Lo peor fue descubrir o constatar que dentro de nuestras fronteras, el odio, el rencor, la envidia de los enemigos del gobierno de España podían alcanzar con su lengua venenosa a los mismísimos cimientos del país; que los enemigos del gobierno de España albergaban tanto resentimiento en su seno, que se habían convertido en enemigos de España.

Que el nacionalismo es miope y excluyente lo sabe cualquiera que haya reflexionado sobre el asunto con racionalidad; como sabe cualquiera que una nación que llamamos nuestra por ser el territorio en el que nacimos o adoptamos para vivir, tiene cualidades de hogar, nos introduce en una gran familia, nos hace herederos de su memoria. Si un extranjero menosprecia o insulta a los españoles, difícilmente habrá español alguno que no se sienta ofendido por poco nacionalista que sea. 

Pues resulta que el principal partido de la oposición, en su afán ya casi demente por derrocar al gobierno de España, ha menospreciado a todos los españoles procurando que no alivie nuestra situación económica el dinero que tiene que llegarnos de la Unión Europea; ha amenazado la integridad territorial de España confabulándose con líderes de partidos marroquíes que quieren recuperar para Marruecos las ciudades de Ceuta y Melilla. Esto último merecería el juicio de traición y las consecuencias penales que se derivan del delito. Quien lo perpetró merecería,  sin contemplaciones, el epíteto de traidor. Si no fuera  porque la persona o personas involucradas tienen el eximente de la estupidez, de la más supina ignorancia y tal vez de algunos trastornos de mayor enjundia.          

¿A quién se le ocurre alardear de sus gestiones ante organismos extranjeros para que el dinero europeo no llegue a España? Al jefe de la oposición, Pablo Casado Blanco. ¿A quién se le ocurre alardear de que su jefe, Pablo Casado Blanco, se enteró antes que el presidente de gobierno de la intención de Marruecos de abrir la frontera de Ceuta, gracias a sus reuniones con líderes de los partidos marroquíes que quieren que Ceuta se anexione a Marruecos? El segundo de Pablo Casado Blanco. O sea, que los líderes del principal partido de la oposición no solo traicionan los intereses de España si no que lo hacen en tribunas con micrófonos abiertos y en programas de televisión; o sea, en público y alardeando de su traición como si fuera un gran triunfo. Esto supera, no ya la más ignorante de las ignorancias, sino diversos grados de trastorno mental.

Pero no debería extrañarnos.  El líder republicano de la minoría del Senado de la primera potencia y más antigua democracia del mundo confiesa en tribuna y con micrófono abierto que su principal cometido es bloquear el 100% de las iniciativas del presidente del país. O sea, que las leyes que posibiliten el bienestar de sus electores no son asunto suyo ni de su partido; y lo dice en público como para quedar bien.  El estado de Arizona, gobernado por el Partido Republicano, ha entregado todos los votos y máquinas tabuladoras de votos a una empresa llamada Cyber Ninja, sin ninguna experiencia en la auditoría de votos, para que audite los votos y certifique la victoria de Donald Trump, analizando los papeles a la busca de indicios de bambú para demostrar que hay países asiáticos implicados en el fraude electoral. El jefe del asunto lo dice así en televisión. Y podríamos seguir páginas enteras enumerando disparates; disparates que conocen todos los medianamente informados. Pero lo que en España, en Estados Unidos y en tantos otros países preocupa y mucho a los ciudadanos cuerdos es el grado de demencia que afecta a los líderes de las derechas, a sus seguidores y, lo que es peor, a los votantes a quienes contagian su locura. 

¿La mayoría está dispuesta a poner su vida en manos de gobiernos de dementes? El no tan pesimista tiene la tentación de decir que no será tanto, pero las últimas elecciones de la Comunidad de Madrid le desmienten. Todo es posible. Es posible hasta que se ganen elecciones en un futuro no muy lejano regalando en la puerta de los colegios electorales un chupachup o cualquier cosa a quien vote por uno de los partidos de derechas. ¿Imposible? Estos ojos que han de disolver la tierra vieron hace muchos años como el Partido Estadista Republicano de un estado asociado a los Estados Unidos ofrecía una mano de plátanos a quien les votara. Buena idea si en el país hubiese habido hambre, pero el caso era que, en aquella época, casi todo el mundo tenía una platanera en su terreno. El partido en cuestión perdió las elecciones, pero a mi se me quedó en la memoria la propaganda de un partido contrario. Decía: «Cojan los plátanos y voten a quién les dé la gana«. 

Tal como está la situación en nuestro país, que es naturalmente el que más nos interesa, cabe aconsejar a los cuerdos que no dejen de ver y oír a los líderes de las derechas en mítines y entrevistas por radio y televisión. Yo les aconsejaría hasta que tomen notas para constatar luego los datos que han pronunciado. Quien no se tome a risa lo que digan por considerar sus disparates asunto muy serio, tendrán, de todas formas, garantizada la sorpresa. No hay persona cuerda que no se sorprenda del grado de estupidez e ignorancia que algunos líderes políticos son capaces de exhibir sin ápice de vergüenza. La explicación más racional que a uno se le ocurre para entender el fenómeno es que los susodichos están convencidos de que los de sus audiencias son aún más ignorantes y más estúpidos que ellos. 

Lo más tranquilizador es que, aunque esa audiencia fiel sea multimillonaria, siguen siendo mayoría los que conservan su cordura por respeto a sí mismos. 

24 de mayo de 2021 – María Mir-Rocafort

El verdadero objeto de la reflexión

Antes de elegir a quién queremos que nos gobierne, la ley en España nos ofrece un día para reflexionar, para pensar detenidamente a quién vamos a otorgar el derecho a tomar decisiones que afectarán nuestra vida. El asunto es de una rotundidad que eriza. Por ejemplo, si a un anciano con una pensión muy baja, el gobierno se la sube un 0,25% mientras la leche, por decir algo, sube un 30%, ese gobierno le afectará la salud. Más aún se la afectará si  ese gobierno contrata la alimentación en residencias públicas a empresas privadas que ofrecen sus servicios a precios ridículos en detrimento de la salud de los ancianos. Más aún si a un anciano enfermo se le niega atención hospitalaria. Claro que se supone que ese anciano ya ha vivido y que lo que le queda de vida es tan socialmente irrelevante que ya no le importa a nadie. Aunque también cabe suponer que si un anciano enfermo fallece clamando por una atención que nadie le brinda o aporreando la puerta de su habitación, cerrada para que no moleste, los hijos de ese anciano tendrán que soportar toda su vida el dolor de haberle dejado morir así. Generalmente, las desgracias no afectan sólo a quien las sufre. Se esparcen como virus contagiando el dolor a los más próximos al desgraciado. Por eso, si las decisiones de un gobierno causan desgracias a un grupo de personas, pueden acabar desgraciando a una parte considerable de la sociedad. Por eso, el legislador consideró necesario estipular un día de reflexión antes de las elecciones para que cada ciudadano piense muy bien a quién va a otorgar el poder de gobernar su vida.

¿A alguien se le ocurre imaginar que la mayoría de ciudadanos con derecho al voto se encierra en su casa el día de reflexión para informarse de las propuestas de los candidatos y tomar una decisión meditada, basándose en datos y experiencias, sobre qué personas y partidos  le ofrecen garantías a su bienestar? Sólo plantearlo produce a cualquiera sonrisas de incredulidad. Por supuesto, hay quien no necesita tomarse un día para reflexionar porque ha seguido a diario las políticas del gobierno y las propuestas de la oposición. Según las estadísticas, sin embargo, la mayoría dice pasar de la política. Hay muchos que pasan tanto que hasta pasan de votar. Esta indiferencia también produce sonrisas; sonrisas de pena ante una ignorancia de tan graves consecuencias que, de pensarlo, acaba produciendo miedo. Esa indiferencia podría explicar las encuestas que dicen que los políticos que han basado su campaña en insultos  y mentiras contra el adversario sin ofrecer sus propuestas de gobierno pueden alcanzar votos suficientes para gobernar. Cualquier persona de inteligencia media  que otorgue crédito a esas encuestas se queda estupefacto. Si un partido no propone su proyecto de gobierno será, se supone, porque no lo tiene. Y un político que se propone gobernar sin proyecto, sea como presidente de autonomía o alcalde, responde a la definición de dictador empírico; es decir, que ese individuo está dispuesto a gobernar según lo que se le vaya ocurriendo a su santa voluntad de día en día sin otra consideración que la de su propio beneficio. ¿Tantos millones de personas están dispuestas a entregar el gobierno de sus vidas a individuos a los que sus vidas les trae al pairo? ¿A tantos les trae al pairo la calidad de sus propias vidas? Son tan graves las consecuencias que un mal gobierno puede tener para los ciudadanos que, en el momento de depositar el voto en la urna,  ninguna persona inteligente y mentalmente sana  puede estar dispuesta a ceder a presión alguna para elegir a un gobernante, ni siquiera a la presión de sus propias simpatías.

Entonces, ¿hay que suponer que millones carecen de inteligencia media o que millones sufren algún trastorno mental? Es posible que la respuesta revele algo aún más inquietante. Quien está dispuesto a poner la calidad de su vida en manos de un mal gobierno es que no se quiere y quien no se quiere a sí mismo no puede querer a los demás.

Tal vez el día de reflexión resultaría más provechoso si cada ciudadano lo dedicara a reflexionar sobre sí mismo. ¿Qué descubriría en el fondo de su indiferencia o de su rechazo a la política? ¿Qué descubriría si cayera en la cuenta de que ni siquiera sabe a quién votar? O, ¿qué descubriría si analizara objetivamente su simpatía por políticos ignorantes, mentirosos, corruptos sabiéndolos ignorantes, mentirosos, corruptos? Tal vez comprendería que la persona con la que tendrá que convivir las veinticuatro horas del día durante todos los días de su existencia le pide respeto, afecto; le exige votar por los políticos que ofrecen respeto y afecto a los ciudadanos a la hora de tomar decisiones que conciernen a sus vidas.  

La derogación del sanchismo

Buscando explicación a la estupidez reinante en países democráticos, se puede empezar por arriba analizando el segundo mandamiento que Mateo atribuye a Jesús, como en mi anterior artículo,  o se puede empezar por abajo analizando el trastorno que afecta a millones de ciudadanos obligándoles a votar por partidos políticos que desprecian a los mindundis. Para los fascistas, empeñados exclusivamente en llegar al poder y conservarlo, mindundis son todos los pobres y medio pobres, es decir, todos aquellos que carecen de poder y de influencia, según el diccionario. Dicen las estadísticas que la mayoría de los pobres no votan. Dicen las encuestas que los partidos fascistas suben en intención de voto en América y en Europa, por no ir más allá. Luego son los medio pobres los que con su intención de voto y con sus votos están aupando al fascismo en democracias del mundo entero. ¿Por qué? Dicen los analistas que la gente está harta de problemas  y vota a lo que llaman «derecha extrema» a ver si resuelve lo que el progresismo no ha podido resolver. Digo yo que estoy harta de los partidos que sólo se apoyan en el hartazgo de la gente para engatusar a los mindundis y harta de los mindundis que se dejan engatusar. 

La proximidad de las elecciones convierte a nuestro país en un ejemplo que debería analizar toda Europa, todo el mundo democrático. Los políticos fascistas se han desmelenado como si en el fondo de su alma una voz les gritara que es ahora o nunca. Para conseguir que sea ahora, los políticos fascistas han decidido lanzarse contra toda contención moral, humana; han decidido levantar toda presión al freno ético con la convicción de que la mayoría de los mindundis son seres infrahumanos que comprarán sus discursos por afinidad, por identificarse con los poderosos infrahumanos; infrahumanos admirables para los mindundis porque el poder les libra de toda responsabilidad. 

Sí, se acercan elecciones y, como se acercan elecciones, los politiqueros han convertido nuestro país en una pocilga repugnante. Lo que significa que, a la mayoría, nos toman por cerdos a los que se puede echar en el comedero todas las sobras de sus mentes podridas. Sabe mal utilizar a los cerdos para esta comparación. Los cerdos son animales sumamente inteligentes que si viven en la inmundicia, es porque los seres aparentemente humanos les obligan a vivir así, alimentándolos de sobras para aprovechar de ellos hasta los pelos. 

Irrita imaginar las reuniones de los líderes de los partidos fascistas, llamados de derechas por estúpida corrección. Irrita imaginarlos concibiendo mentiras, insultos, promesas y argumentos falaces para echarles en el comedero a los que consideran al nivel intelectual de los cerdos. ¿Y cómo convencer a esos líderes de que la mayoría de los ciudadanos piensan y, por lo tanto, rechazan las sobras podridas con que los fascistas les intentan engañar? ¿Tiene razón Ayuso cuando permite que le echen comida podrida a los ancianos de ciertas residencias porque cuando les apriete el hambre se la comerán como esté, y tiene razón cuando dice en un discurso que la comida podrida de las residencias es una mentira de los progresistas que en sus vídeos sacan tuppers con comida podrida de sus neveras? ¿Tiene razón Feijóo cuando dice que Bildu es lo mismo que ETA y que, por lo tanto, Sánchez es ETA porque pacta con Bildu? ¿Tienen razón todos los candidatos del PP y de Vox cuando dicen que el gobierno ha llevado el país a la ruina y que quiere romper a España? 

Claro que tienen razón. En Francia, Marine Lepen obtuvo el 42% de los votos. En Hungría, ganó Orban. En Italia, ganó Meloni y tuvo que darle un ministerio al fascista Salvini. Los países del socialmente idílico norte de Europa también están a punto de ser exprimidos por las garras fascistas. Y Trump, ay Trump, el mentiroso patológico que estuvo a punto de destruir la democracia americana, se presenta a las elecciones presidenciales de 2024 con buenas expectativas. Luego los expertos en propaganda de los partidos fascistas tienen toda la razón en utilizar la estrategia de la propaganda nazi, y los candidatos fascistas tienen toda la razón en hacerles caso. ¿Y si la realidad y los datos objetivos desmienten todas sus mentiras? A la mayoría de los medio pobres no importa la durísima realidad ni los aburridisimos datos objetivos, suponen. Importa lo que les agite las glándulas permitiéndoles soportar los golpes de la realidad y de los datos. ¿A quién le importa la verdad? A pensadores anticuados. Hoy lo que importa es el poder y el poder lo da el dinero. Quien no tenga poder ni dinero seguro que puede jugar juegos y ver películas y series en los que el peligro y los muertos agiten sus glándulas, estimulen la secreción de dopamina y consigan así que el cerebro ignore por un rato los aguijones de la realidad.

Por eso, bien asesorados por los expertos en la propaganda nazi que llevó a un desconocido Adolf Hitler a la cúspide de un mesías, los líderes fascistas de nuestro país han puesto en la picota a Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez, presidente de un gobierno de coalición que hubiera reventado el cerebro y los nervios de cualquiera con menos resistencia que la suya; con una capacidad de negociación que le ha permitido aprobar más de doscientas medidas sociales con los votos de cercanos y muy lejanos, se ha convertido, por la estrategia fascista, en protagonista absoluto de las elecciones municipales y autonómicas. A los fascistas no les importan los ayuntamientos, no les importan las comunidades autónomas. Los problemas de esos entes son problemas de mindundis. Lo que importa a los fascistas es el poder que otorga el gobierno de todo el estado; un estado mucho más fuerte cuando los fascistas lleguen al gobierno que les permita derogar competencias para acumular poder. Por eso se trata de derrocar a Sánchez, de derrocar al sanchismo como sea porque el sanchismo significa elevar a los mindundis a la categoría de ciudadanos que determinen el rumbo del gobierno; otorgar a los ciudadanos la auténtica libertad, la libertad de vivir libres de la bota del dinero y de los fascistas poderosos que quieren aplastar su vida. ¿Conseguirán los fascistas el triunfo que el fascismo ha conseguido o conseguirá en medio mundo?

Los españoles no se rindieron al golpe de estado de los fascistas. Para destruir a la democracia, hizo falta una guerra civil que se perdió por la cobardía de los gobiernos europeos de aquella época. Los españoles no se rindieron cuando las últimas elecciones generales ratificaron lo que los fascistas llamaban el gobierno ilegítimo de Sánchez. Millones de españoles no quieren perder los beneficios que para ellos ha supuesto el gobierno progresista del sanchismo. Los fascistas, obsesionados por la estrategia nazi de los 30, han olvidado una de las pocas verdades que dijo Rajoy: los españoles son mucho españoles. Y porque son mucho españoles, votarán como ciudadanos para defender sus derechos y su libertad contra todos los que quieren tomarles por mindundis.       

Lo que nos importa

«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» reza el segundo mandamiento según el Jesús del evangelio de Mateo. Ese mandamiento parece casi imposible de cumplir. La Historia nos revela a cada paso lo poco o nada que la mayoría de los hombres de ambos géneros ama a su prójimo, de lo que habría que deducir que esa mayoría se ama muy poco o nada. Hay momentos históricos en que esta falta de amor universal se manifiesta de un modo horripilante. Momentos de guerras entre países, como la de Ucrania, por ejemplo; de guerras entre vecinos, como por ejemplo la de Sudán; de represión salvaje de la libertad por parte de regímenes totalitarios, como en Irán, Afganistán, Arabia Saudita y no paremos de contar; de difusión del odio al adversario como medio de conseguir el poder, como en todos los países en que intenta abrirse camino el fascismo disfrazado del término vacuo de «derechas». Pues sí, la historia de nuestro hoy es uno de esos momentos horripilantes.

Hace poco, en los Estados Unidos emergía un político hasta entonces poco conocido al que de repente los medios empezaron a presentar como posible sustituto de Trump en la candidatura republicana a la presidencia de 2024. Ron DeSantis, gobernador de Florida, ha conseguido saltar a primera plana de prensa y a informativos y programas de análisis político de máxima audiencia por su reto a Donald Trump. Como gobernador de Florida, las leyes que ha logrado aprobar el individuo superan lo más retrógrado y totalitario del trumpismo. Negacionista de realidades como la eficacia de las vacunas y el confinamiento en los peores momentos de la epidemia de Covid y negacionista del cambio climático; xenófobo que empezó a trasladar a inmigrantes ilegales que pedían asilo a estados gobernados por demócratas, en pleno invierno, sin ropa adecuada ni alimentos y sin avisar a los estados de destino para que pudieran asistir a los deportados; totalitario que ha impuesto en su estado una ideología nacional-cristiana que pervierte los conceptos de Cristo y nación prohibiendo en todos los centros educativos la enseñanza de la historia de los negros en  Estados Unidos, prohibiendo en clase toda referencia al género y a la homosexualidad, prohibiendo en las bibliotecas de colegios todos los libros que puedan contener referencias al sexo, prohibiendo el aborto, prohibiendo, prohibiendo, a de DeSantis y su gobierno solo les falta organizar quemas de libros para hacer aún más evidente y espectacular su similitud a la política de la Alemania nazi. ¿Tiene esto importancia para España? Un ex gobernador de Florida condensa la figura del individuo definiéndolo como «una de las mayores amenazas contra la democracia». ¿Sólo contra la democracia americana?

Dicen ciertas encuestas que el PP ganaría las elecciones generales si se celebraran hoy y que podría gobernar con Vox. La unión de esos dos partidos, calificados de «derechas» por respeto a una malentendida corrección política, produciría en España un clima de crispación, de lucha de clases por el enriquecimiento de los más ricos y el empobrecimiento de los pobres, de rechazo al extranjero, de pérdida de derechos para las mujeres con excepción de aquellas que pudieran exhibirse como elementos decorativos, de pérdida de derechos para los homosexuales y para todos aquellos que contravinieran lo establecido por el poder. Prometen reducir impuestos. La reducción de impuestos a las grandes fortunas y empresas se traduciría en rebaja de fondos para la sanidad y la educación públicas, para la dependencia, para todos los servicios que palían la desigualdad y ayudan a los desfavorecidos a superar su situación. O sea que, para resumir, un gobierno de dos partidos de ideología y estrategia fascista extendería a toda España la realidad que hoy sufren los que menos tienen en Madrid, donde PP y Vox, brazo con brazo, entienden que la libertad es facultad natural y exclusiva de quienes comulgan con sus partidos en el mismo altar y que la democracia es, por ende, un régimen en el que se respeta la libertad y la igualdad sólo de quien pueda pagarlas.

Cuesta entender qué lleva a algunas personas a pergeñar políticas que perjudican a la mayoría de los ciudadanos de un país. Cuesta más aún entender qué lleva a millones de ciudadanos a entregar el poder con sus votos a esos políticos nefastos. Cuesta entender qué lleva a un ser humano a vivir haciendo daño conscientemente a los demás y qué lleva a una parte considerable de los demás a dejar que el engaño les convierta en víctimas. Tanto cuesta entender la maldad que, para explicarla, todas las culturas inventaron  en tiempos inmemoriales la existencia e intervención de seres sobrenaturales malignos. Hoy se buscan explicaciones más científicas o más enrevesadas. La explicación más lógica y sencilla, sin embargo, se encuentra en ese mandamiento que Mateo Leví atribuyó a Jesús: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Un mandamiento terrible porque revela, a quien se atreva a asomarse al fondo, que millones de seres humanos se detestan. 

Dicen eruditos de diversas materias que para actuar contra un prójimo convirtiéndolo en enemigo a eliminar, es necesario deshumanizarlo. Eso es lo que pretende la propaganda fascista, por ejemplo. Pero, ¿y si no se trata de deshumanizar a otro? ¿Y si se trata de deshumanizarse uno mismo? o ¿y si no hace falta deshumanizarse en un momento concreto  porque uno ha vivido siempre deshumanizado?                   

Hace unos meses, Cassidy Hutchinson, una joven de 25 años que había sido asistente del ex-Jefe de Gabinete de Donald Trump, asombró a toda la nación americana testificando contra el ex presidente ante el comité que investigaba en el Congreso el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021. A pesar de presiones y amenazas, Cassidy Hutchinson dijo que había decidido decir la verdad porque quería seguir aprobando el «test del espejo» el resto de su vida. ¿Cuántos se miran al espejo y, en vez de conformarse con ver su apariencia física, se detienen a profundizar en su interior, a dialogar con su propia mente? ¿Cuántos ven en su propia imagen la imagen de un ser humano al que se debe amar antes y por encima de todo para poder amar a los demás? Es cierto que el amor no se puede imponer a nadie. Pero sí es posible que esa prueba del espejo logre que alguien descubra la compasión.

Se acercan unas elecciones; unas elecciones en las que decidimos quiénes van a gobernar nuestras comunidades más próximas, quiénes van a mejorar o a perjudicar o a dejar igual nuestra vida y la vida de nuestros vecinos; unas elecciones que pondrán a prueba nuestra humanidad. A todo el que vaya a ejercer su derecho al voto conviene informarse, aunque sea someramente, sobre lo que prometen los partidos y, lo que es mucho más importante, lo que han hecho en las comunidades autónomas y ayuntamientos donde han gobernado. Pero para poder cuestionar la ideología propia o la que se ha aceptado por influencia de otros, para poder votar libre de toda imposición ajena a uno mismo, nada mejor que la prueba del espejo. La prueba del espejo es, sobre todo, necesaria para quien haya decidido no votar. Tal vez cambie de opinión si dialogando consigo mismo, su propia imagen le pregunta, sorprendida, «¿Tan poco te importas?»                       

De ambiciosos y votantes

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A la ambición la define el diccionario de la Real en su primera acepción como «deseo intenso y vehemente de conseguir una cosa difícil de lograr, especialmente riqueza, poder o fama». Dicen  que la política exige ambición a quien quiere entrar o ya está dentro de ese mundo. A estas alturas del partido vital de los homínidos sobre la faz de la tierra, ya no cabe duda de que en las democracias, plenas o mermadas, el embrollo de partidos, partidistas y partidarios tiene muy poco que ver con el concepto aristotélico de la Política. Hoy, en las democracias, en vez de ser la Política el medio que nos permita ir evolucionando gracias a la igualdad y a la libertad, los ambiciosos han convertido a la Política con mayúscula en un politiqueo infame que el ciudadano corriente considera alejado de sus necesidades, de sus intereses. Ese politiqueo, por el desinterés general que causa, se ha convertido en un tesoro para el fascismo. 

Las democracias se desmoronan. Tras el horror de los totalitarismos que aplastaron la libertad de los ciudadanos bajo la bota de gobiernos infrahumanos; tras la hecatombe de una guerra mundial que sepultó a millones bajo tierra, la conquista de la libertad en gran parte del mundo pareció abrir el camino para que la humanidad siguiera avanzando. Pero en ese camino, la ambición de los ambiciosos se coló entre la multitud y no paró hasta ponerse en cabeza y formar un muro impidiendo el avance de la mayoría. ¿Cómo consiguieron los ambiciosos levantar ese muro que hoy estanca a la multitud y amenaza con echarla atrás hacia los tiempos negros de la deshumanización? Lo consiguieron gracias a los ignorantes, a los cobardes y a los perezosos que no se atrevieron a cerrar el paso a los ambiciosos.

Los Estados Unidos de América, ejemplo para el mundo por su aparente democracia dos veces centenaria, por su aparente respeto reverencial a su Constitución y a las leyes que rigen la convivencia de sus ciudadanos y por mucho más,  hoy sufre y muestra al mundo su descomposición, largamente ocultada bajo una apariencia saludable. El racismo, superviviente a la abolición de la esclavitud, ha desmentido allí, hasta hoy, a la democracia, garante de libertad y de igualdad para todos; el rascismo y tantas otras lacras han desmentido y desmienten la humanidad ejemplar del país. Eso significa que esa América que ha sido gloriosa ocultando la podredumbre de sus mentiras bajo montañas de dinero, hoy sufre la plaga de gusanos que de pronto han reventado la cáscara de mentiras y han salido a la superficie para pudrirlo todo. Lo grave, lo gravísimo para todo el mundo es que los Estados Unidos de América, tantos años ejemplo a seguir en tantas cosas, sigue siendo, en muchos países, ejemplo a seguir en la liberación de gusanos que amenazan pudrir al mundo entero.

En las elecciones de 2016, millones de americanos votaron por un multimillonario estrella de la televisión y le elevaron a la presidencia de la primera potencia mundial a pesar de su falta de conocimientos y experiencia política, a pesar de su patológica propensión a mentir, a pesar de su pasado de inmoralidad y corrupción, a pesar de su misoginia y su racismo, a pesar de todos los pesares que reveló abiertamente en los debates televisados con su contrincante electoral. La presidencia de ese individuo resultó tal desastre que muchos, que por  indiferencia hacia la política o por pereza o por cobardía no habían votado en 2016, votaron en 2020 para sacar de la Casa Blanca a aquel individuo que avergonzaba al país ante el mundo entero. Pero la deposición de Donald J.Trump no sólo no detuvo la descomposición de la sociedad que habían conseguido sus cuatro años de mandato; la empeoró. El glorioso Partido Republicano de Abraham Lincoln se convirtió en una horda de cobardes dispuestos a destruir la Constitución, las leyes, la convivencia en libertad de toda la sociedad americana por defender al perturbado que había intentado y aún intenta cargarse los valores más sagrados de su país. Donald Trump, procesado dos veces por el Congreso siendo presidente; imputado por treinta y cuatro delitos la semana pasada y con varias imputaciones a punto de caerle por otros delitos más graves, se defiende de toda acusación en su red social insultando a fiscales, jueces, adversarios políticos y a sus familias. Y eso no es lo peor. Donald Trump amenaza a todo el país  con destrucción y muerte si le llevan a la cárcel y hace un llamamiento a todos sus seguidores a que protesten en las calles; llamamiento que ya resultó en el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021. A todas estas barbaridades se agrega su firme resolución de presentarse como candidato a la presidencia en 2024, aunque esté en la cárcel; a lo que se añade que sus acólitos del Partido Republicano están decididos a hacer todo lo que haga falta por volver a llevarle a la Casa Blanca. Cualquier persona mentalmente sana se pregunta cómo es posible que los republicanos que gobiernan el Congreso y que se acercan a la mayoría en el Senado respalden a un demente dispuesto a acabar con la dos veces centenaria democracia del país. La respuesta es tan sencilla y tan obvia como repugnante. Todos ambicionan prosperar en sus carreras políticas y, parafraseando a un político de aquí, es Trump quien decide el que sale o no sale en la foto. Además, Donald Trump y sus acólitos suplican a diario por todos los medios dinero para pagar por la defensa de los múltiples delitos del ex presidente. Tras su detención la semana pasada, Trump recaudó en donativos 4 millones de dólares en 48 horas. Lo que nos lleva a otra pregunta, ¿es que millones de americanos están dispuestos a vender su país a un multimillonario cuya única cualidad es su ambición? Hasta ahora no hay respuesta objetiva.

En política con minúscula, los ambiciosos engordan devorando cobardes y otros homínidos infrahumanos. Por ejemplo, tenemos en España una comunidad autónoma que a diario nos ofrece en miniatura una imitación de la podredumbre americana. Un protocolo del gobierno de esa comunidad impidió llevar a ancianos enfermos de Covid de las residencias a los hospitales. Siete mil doscientos noventa ancianos murieron abandonados en sótanos, en habitaciones cerradas, golpeando las puertas pidiendo auxilio con las últimas fuerzas que quedaban a sus brazos. Ya sin Covid, varias residencias privadas y públicas con administración privada están matando a sus ancianos de hambre y enfermándoles con comida podrida. Unos cuantos valientes lo denuncian. La mayoría, por cobardes, callan. El gobierno que obligó a miles de ancianos a morir abandonados; que aporta para alimentar a los vivos una cantidad irrisoria que no alcanza ni para alimentar diariamente a un niño, ganó las últimas elecciones por mayoría casi absoluta. ¿De dónde salió el más de millón y medio de votantes que premiaron la ambición de los políticos madrileños del PP? ¿De dónde salieron los votantes que entregaron el poder en Andalucía a unos ambiciosos dispuestos a acabar con la sanidad pública y hasta con Doñana, Patrimonio de la Humanidad? 

La ambición que mueve a los políticos fascistas como Trump y otros que en el mundo entero se disfrazan de derechas, se ve saciada en las urnas de las democracias por la ignorancia o la cobardía o la pereza de los votantes. La ignorancia lleva a miles a creer que la política no tiene nada que ver con sus vidas particulares. De repente, el gobierno de un partido al que han votado les roba la educación y la sanidad que quisieran para sí y sus familias; les reduce el salario mínimo; les baja las pensiones. Con el agua al cuello y la vida en precario, ese tal vez despierta un día descubriendo que la política sí tenía que ver. Vota el cobarde a los que supone más poderosos creyendo que le recompensarán por haberles votado; creyendo que, de algún modo fantástico, los ambiciosos poderosos enriquecerán al país de tal manera, que la riqueza llegará hasta a los desgraciados como él. Cuando finalmente se entera de que al ambicioso poderoso sólo le importan los ambiciosos poderosos que pueden incrementar su poder, ya es demasiado tarde, para el cobarde y para todos los demás. En cuanto al perezoso, ese que no encuentra motivo suficiente para sacrificar su tiempo haciendo cola ante un colegio electoral, le esperan las mismas consecuencias que a los ignorantes y cobardes que votaron por los ambiciosos, pero al menos puede quejarse y sentirse víctima inocente porque no votó a nadie.

Con la zozobra que causa el crecimiento del fascismo en el mundo entero, el que se siente responsable de su vida y, por empatía, de la vida de los demás, espera las elecciones autonómicas y municipales que se acercan temiendo, más que a los ambiciosos, a los ignorantes, a los perezosos y a los cobardes. Dentro de unos días, los que no votan, los que votan con las vísceras, los que votan sin reflexionar volverán a tener en sus papeletas el presente y el futuro de todos; el presente y el futuro de la democracia. Más vale que el que se sienta responsable se ponga a convencer a cuantos pueda de que el bienestar de todos depende de que todos voten con la cabeza después de analizar y comparar. A todos, nos va la vida.   

Vale la pena

Los fascistas propusieron una moción de censura en el Congreso para destruir. Consecuentemente, los discursos de Vox y el PP fueron destructivos. Con trazos confusos y muy negros, nos pintaron un país distópico, hundido en la miseria, alterado por el odio. La única solución que proponían a tanto desastre era sustituir al gobierno progresista por un gobierno de fascistas retrógrados. De la otra esquina, fueron saliendo los constructores de la realidad en que vivimos; una realidad difícil para tantos y también para los que luchan por reconstruir el país limpiándolo de los escombros que dejó el último gobierno fascista, levantando edificios nuevos, sólidos en los que cada cual pueda ir realizando el proyecto de su vida. Contra un pasado tenebroso, Pedro Sánchez y el socialismo democrático saltaban como chispas que iluminaban la oscuridad del desespero con la luz inextinguible de la esperanza. Sólo por eso, la moción de censura valió la pena. 

Cuesta vivir. A todos nos cuesta. Cuesta al que tiene la vida económicamente resuelta y al que tiene que dedicar todos sus esfuerzos a la tarea diaria de sobrevivir en un mundo en el que vivir tiene un precio. Ante el desvelo, el perjuicio, la dificultad que a una persona causa vivir como persona, casi todos se preguntan, en algún momento de su vida, si vale la pena vivir. ¿Vale la pena? 

La conciencia del significado del nacimiento en este mundo y de la inevitabilidad de la muerte condiciona la vida de todo ser humano al margen de sus conocimientos, de sus recursos. Todos sabemos que nacimos y que a nuestro cuerpo le tocará morir aunque casi nunca pensemos en esos dos instantes que nos determinan. Lo que ocupa nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestros actos es el tiempo que transcurre entre los dos límites. Como homínidos, machos y hembras, conscientes de la existencia de nosotros mismos y de la de los demás, ese tiempo nos exige irnos montando la vida. Dios o la Naturaleza no exigen ese trabajo a ningún animal; criaturas con la vida determinada por sus instintos. Puede que en circunstancias muy difíciles, alguno piense que la conciencia, en el sentido de facultad psíquica que nos permite percibirnos y percibir el mundo, es una tara de la especie con que Dios o la Naturaleza dotaron al hombre, macho y hembra, para amargarle la vida. Y algunos hay que prefieren ignorar su conciencia psicológica y dejar pasar el tiempo con la despreocupación de un animal. Estos encarnan en su desfase el fracaso de su creación. El Dios Creador o la Naturaleza, lo que se quiera, logró jalonar su obra con la creación del ser humano; un ser capaz de ir creando su propia existencia gracias a una facultad de la que todos los otros seres carecen; la libertad. ¿Vale la pena utilizar nuestra libertad para intentar crearnos una existencia feliz? 

La palabra libertad, por sus infinitas connotaciones, conmueve a la mayoría de los seres humanos porque representa la facultad que nos eleva a la cúspide de la creación y desde allí nos permite contemplar el mundo con el convencimiento de que todo es posible. Sin embargo, muchos abdican de su libertad y hasta niegan su existencia. ¿Por qué?  Porque la libertad nos hace a todos responsables de cada pensamiento, de cada paso que damos en este mundo. De nada sirve a nadie responsabilizar a las circunstancias o a los demás por el resultado de nuestras decisiones. La responsabilidad por nuestros pensamientos y nuestros actos libremente elegidos es siempre exclusivamente nuestra. Lo que puede llevarnos a una pregunta: ¿vale la pena cargar con la responsabilidad por nuestros aciertos y nuestros errores para ir creando nuestra vida libremente?

En un mundo en el que todo parece atentar contra la libertad de los seres humanos, cuesta poco negar que el ser humano sea libre. No hace falta deambular por argumentos filosóficos para negar la existencia de la libertad y hasta del libre albedrío. Casi todos se sienten esclavos del dinero, del trabajo con el que se ganan la vida, de las necesidades de los hijos y de los padres, de las exigencias de la tribu a la que pertenecen. Muchos viven esclavos de los traumas de su infancia. Muchos viven prisioneros de malformaciones y enfermedades incapacitantes. ¿Hay alguien que, considerando sus circunstancias personales, pueda sentirse libre?  

Físicamente hundido por la enfermedad, entre los barrotes de una prisión infame, un hombre escribió,

«No, no hay cárcel para el hombre.

No podrán atarme, no.

Este mundo de cadenas

me es pequeño y exterior.

¿Quién encierra una sonrisa?

¿Quién amuralla una voz?»…

El hombre que escribió estos versos se llamaba Miguel Hernández y su nombre superó generaciones y fronteras logrando fama póstuma. Ni la prisión ni la enfermedad pudieron impedir que su mente concibiera esos versos. Y lo que esos versos significan lo concibió Nelson Mandela en Suráfrica durante sus 27 años de prisión y Alexei Navalni desde la cárcel que le aprisiona en Rusia y tantos y tantas cuyos nombres nunca conoceremos. En 2021, una joven de 30 años se presentó a un concurso de televisión cantando una canción que había escrito ella misma y titulado «It’s okay», «Está bien». Jane Marczewski tenía entonces un cáncer metastásico en la espina dorsal, pulmones e hígado y un 2% de probabilidades de sobrevivir. Durante la entrevista de aquella audición, Marczewski pronunció dos frases que, en sus circunstancias, sólo pueden entenderse comprendiendo el destino del ser humano en el mundo y la  libertad que le permite realizarlo: «Yo soy mucho más que las cosas malas que me están pasando» dijo Marczewski, y «No puedes esperar a que tu vida ya no sea tan dura antes de decidirte a ser feliz». Su cuerpo no sobrevivió, pero su misión creadora continuó, inspirando a doscientos millones de personas con su voluntad de seguir creando hasta el último día de su vida. Hoy mismo, en este mismo momento, puede haber un hombre, macho o hembra, encarcelado, privado de sus derechos, paralizado por la enfermedad, atormentado por circunstancias adversas que, en el libre uso de su mente repita: «No, no hay cárcel para el hombre. No podrán atarme, no. Este mundo de cadenas me es pequeño y exterior».  

El mundo de afuera es pequeño. El mundo interior de cada cual es infinito, y por eso son infinitas todas las posibilidades de la mente, y por eso en la mente, todo es posible; hasta ser feliz con la felicidad inmutable y perpetua del que vive creando, creándose el mundo en el que quiere vivir, y viendo, como el Creador o la Naturaleza, que ese mundo es bueno.  

Las cadenas de cualquier índole que otros imponen siempre son exteriores a la voluntad de un hombre, macho o hembra. Ese ser, exteriormente encadenado por las circunstancias que sean, tiene siempre a salvo, en la profundidad de su mente, la libertad de decidir sus pensamientos, sus emociones, el sentido de su vida. Dios o la Naturaleza le dieron con su nacimiento la libertad para ir creando su propia existencia, porque el hombre, macho o hembra, como estirpe de Creador, ha nacido para crear. Por eso, el hombre que niega  la existencia de la libertad niega su propia naturaleza humana. Por eso, quien utiliza la palabra libertad en vano o con la intención de engañar blasfema contra la creación, contra su propia creación.

Hoy suena a blasfemia el lema que pervertía a la libertad en la dictadura fascista. «España una, grande y libre», decía, recordando en objetos y actos públicos el sometimiento de todos los españoles a la voluntad de un dictador, el único ser totalmente libre del país. Hace poco, un partido político utilizó la palabra libertad como lema de campaña reduciendo su significado a la expresión «hacer lo que a uno le dé la gana». La mayoría se dejó confundir y la confusión se reveló enseguida catastrófica. Lo que el lema significaba en realidad era que el partido se reservaba el derecho a hacer lo que le diera la gana en sanidad, educación, vivienda, mientras que de los ciudadanos exigía sumisión y aprobación. El fascismo impone su libertad de hacer lo que le dé la gana a los mandatarios fascistas, y la defiende coartando la libertad de todos los que no pertenecen a sus partidos o a sus gobiernos. Lo que hace saltar otra pregunta. ¿Cómo es que en algunas democracias hay ciudadanos que votan por partidos que atentan contra la libertad del ser humano; que niegan al ser humano el derecho a ir creando su existencia libremente? La respuesta es aterradora por lo que significa para aquellos que sí valoran su libertad. Hay quien renuncia a sus derechos como ser humano para no aceptar la responsabilidad por los propios pensamientos, emociones  y actos que el ejercicio de la libertad conlleva .

Montarse libremente un criterio de valores por el que orientarse en el mundo de la mente propia y en el mundo exterior; observar siempre ese criterio de valores elegido libremente, sin permitir que valores ajenos dirijan nuestra conducta, cuesta, cuesta un esfuerzo que puede ser mayor o menor según las circunstancias de cada cual. Pero realizar ese esfuerzo en cualquier circunstancia, cueste lo que cueste, es lo único que nos permite valorar nuestra humanidad, cumplir con el destino para el que fuimos creados, respetarnos a nosotros mismos y a los demás como los seres más evolucionados que somos. ¿Vale la pena ese esfuerzo? La recompensa es la felicidad. No la alegría que dura lo que dura un momento alegre. La felicidad inmutable y perpetua del que vive satisfecho y orgulloso del trabajo que realiza para irse creando a sí mismo y mejorando el mundo ya creado que recibió.    

La confusión peligrosa

Según la definición de estupidez de Carlo Maria Cipolla, todas las guerras son estúpidas. Hace no muchos años, según se mire, la estupidez de Mussolini, Franco, Hitler llenó a Europa de cadáveres. La estupidez de Putin y de muchos otros no tan famosos sigue matando. Lo que nos hace deducir que la estupidez es asesina; asesina de cuerpos, en su manifestación más brutal, y asesina, en todas sus múltiples manifestaciones, de proyectos de vida. El estúpido, ese que según Cipolla hace daño a los demás sin beneficiarse del daño causado, puede destruir su vida y la de millones y podría llegar a destruir todo suelo habitable convirtiendo al planeta en un páramo. Lo que significa que el mundo entero estaría en peligro  si la mayoría de los seres supuestamente humanos fueran estúpidos. Parece que estamos en peligro.

El próximo martes 21 de marzo pasará a la historia como el día en que se debatirá la sexta moción de censura de nuestra democracia. Está por verse si los historiadores la considerarán digna de comentario o, simplemente, la calificarán como el acto político más estúpido del siglo XXI en un país europeo. Hasta ahora, la mayor estupidez del asunto para la mayoría de los comentaristas de medios y redes sociales era que un candidato de 89 años se presentara para desbancar a un presidente de 51, física, intelectual y emocionalmente muy bien preparado por un entrenamiento brutal; con una trayectoria política que, entre otras cosas, le ha hecho campeón de la resistencia. Pero muchos ancianos y protectores de ancianos empezaron a trinar contra la ridiculización de la senectud que presentaba a la moción como guerra de generaciones, y los comentarios tomaron por una vía más seria analizando los argumentos del censor y la posible defensa del presidente. Por unos motivos u otros, el debate se ha calificado de circo, esperpento y hasta de ópera bufa. A ningún comentarista se le ha ocurrido tildarlo de flagrante estupidez, calificativo tan veraz en este caso como un dato objetivo para quien haya leído «Las leyes fundamentales de la estupidez humana» del genial Cipolla. La moción de censura del martes contra Sánchez es sencillamente estúpida; lo más estúpido que le ha ocurrido a este país desde la guerra civil.

Todos sabemos que la moción está condenada al fracaso porque carece de los votos necesarios para aprobarla. Todos sabemos ya que el Partido Popular se va a abstener. Dice el portavoz y otros portavoces del PP que no votarán a favor porque la moción reforzará al PSOE. Pero son muchos los que se preguntan por qué abstenerse, considerando que con un rotundo no quedaría tan bien como quedó Casado en la anterior moción.  Muchos simpatizantes del Partido Popular se sienten confusos, pero tal vez no tanto como sus dirigentes.

Alberto Núñez Feijóo, mientras lee un discurso, mueve la cabeza muy ligeramente con un gesto femenino que recuerda a ciertas presentadoras de los primeros años de la televisión; también hay hombres coquetos. Ese gesto, acompañado con una media sonrisa, confunde. Gesto y sonrisa sugieren una emoción agradable mientras el discurso que sale por la boca de Núñez recuerda al de los curas de otros tiempos describiendo la condenación eterna. Por culpa de un gobierno nefasto, dice, en España reina el caos en medio de la miseria. Con ese discurso, decorado con ligera y agradable coquetería, se fue Núñez a Bruselas, donde dejó a sus interlocutores ojipláticos. Que vaya el presidente del principal partido de la oposición de España a contar a Europa que su país es un desastre, sorprende, aunque sólo sea por su originalidad. Que pida, encima, a los mandatarios europeos que nieguen a su país los fondos que necesita para recuperarse de los estragos de la pandemia, parece indicar cierta inestabilidad mental. Pero que su lengua cuente que España es una distopía a la que hay que augurar el apocalipsis si Sánchez sigue en el poder, y que lo cuente con gesto atractivo y sonrisa agradable, deja a sus interlocutores absolutamente confundidos. El discurso sigue la instrucción goebbeliana sobre el valor de la mentira en la propaganda fascista. La gestualidad, sin embargo, sugiere el derrape de un estudiante novato de arte dramático en una audición, forzado por los nervios a recitar un De Profundis sonriendo. ¿A qué hay que creer? ¿Al discurso apocalíptico o a la expresión angelical? Tal vez el talante airado de una mujer al borde del ataque de nervios que exhibe Cuca Gamarra en cuanto sube a la tribuna resultaría más convincente. Aunque depende de qué se pretenda convencer. Parece que Núñez se da cuenta de que no cuela lo del estado calamitoso del país porque la mayoría cree lo que ven sus ojos. Parece que lo que pretende es convencer a la mayoría de que tiene la pasta de un presidente agradable, buena persona y centrado, muy centrado. Parece que tiene la certeza de que así logrará atraer el voto de los socialistas. Al parecer, Nuñez está más confundido que todos a los que consigue confundir.

Pero no será Nuñez quien defienda la moción de censura. Será Ramón Tamames, un hombre que, a juzgar por su discurso, filtrado a la prensa por no se sabe quién, sólo parece tener una idea clara que sería original si no se la hubieran copiado ya todos los fascistas en masa. Tamames anuncia que el propósito de su moción de censura es librar a España de un autócrata. Pedro Sánchez, soportando el insomnio para aprobar unas doscientas medidas sociales contra la oposición constante de las del partido con el que gobierna en coalición; Pedro Sánchez, que para que le aprueben cualquier medida tiene que dialogar y convencer a media cámara; ¿Pedro Sánchez un autócrata? Quien haya seguido a Pedro Sánchez durante sus tres años de presidente, la confusión de Tamames le sacará la risa. Es evidente que lo de autócrata se lo habrán sugerido  los fascistas, pero, ¿cómo se atreve a semejante acusación sin haberse documentado un poco, aunque sólo fuera leyendo el libro de Sánchez? ¿Tan confundido está? Parece que más. Un día está a favor de la lucha contra el cambio climático y dos días después, ya no. Llama autócrata al presidente en el borrador de su discurso y en una entrevista de televisión dice que el presidente le cae bien. Tamames no sólo está confundido, sino que ha conseguido confundir a la jerarquía del partido que le presenta para que defienda la moción de censura. Ni Abascal ni los suyos saben dónde ponerse porque nadie sabe por dónde Tamames va a salir. Pero estar confundido no significa ser estúpido.Tamames no tiene ni un atisbo de estupidez. Por una parte, su discurso no le hará daño a nadie y mucho menos se lo hará a sí mismo. Con ese discurso sabe que, después de una notable trayectoria intelectual y de años relegado al anonimato, habrá conseguido pasar a la historia de nuestro país con nota cum laude. El profesor Ramón Tamames, riéndose quizá de la estupidez de los fascistas que lo han expuesto a saber con qué intención y de todos los que le han ridiculizado por exponerse, es probable que recuerde y se repita el dicho «El que ríe el último, ríe mejor».  

El martes saldrá el presidente del gobierno a responder al censor. Pedro Sánchez ha prometido una respuesta seria y correcta. Considerando su trayectoria, así responderá. Es muy probable que se concentre en repasar el trabajo de su gobierno durante estos tres años. ¿Qué otra cosa puede hacer? Responder a insultos y mentiras sería zambullirse en el torbellino en el que se revuelven los fascistas y, sabido es que, quien dedica su mente a embrollar, acaba embrollado en una grave confusión mental.     

Contemplando el panorama del mundo con ataraxia epicúrea, uno podría preguntarse si hay alguien en nuestro país, tal vez en el mundo entero, que esté libre de la confusión. La respuesta salta a la mente enseguida: con tanto confuso intentando confundir a los demás para que se adscriban a su confusión, no es de extrañar que la mayoría no se aclare. Afortunadamente, la confusión puede no ser dañina si sirve de acicate que mueve al sujeto a plantearse problemas y buscar soluciones. Pero cuando obnubila a una mente ya obnubilada por la estupidez, la confusión puede ser mortal para el confundido estúpido y para el prójimo al que pueda dañar.  Los que formamos parte de ese prójimo tenemos que huir del peligro que supone todo estúpido, pero con más premura del estúpido confundido que intenta convertirnos a todos en víctimas de su confusión.  Y en una democracia, el modo más eficaz de huir de los políticos estúpidos que nos quieren confundir es votar de acuerdo con el veredicto de nuestras facultades mentales.        

El valor de la mentira

El espectáculo de anoche en el Congreso me hizo despertarme esta mañana con la mente dando vueltas por un laberinto de ideas y la memoria cantándome un tango trágico que me hacía llorar de pequeña: «Silencio en la noche. Ya todo está en calma. El músculo duerme. La ambición trabaja». La ambición de poder trabaja de día y de noche extendiendo poco a poco el chapapote del fascismo que intenta cubrir al mundo entero. Para seguir respirando, la libertad lucha por salvar la cabeza de la marea de alquitrán. No es una libertad metafórica; no es una estatua; no es una palabra que utilizan los mentirosos para dar a sus discursos un toque emotivo que agite las emociones de la plebe que escucha. La libertad amenazada por la marea negra del  fascismo es eso que Dios o la Naturaleza dio a cada hombre, macho y hembra, con la vida, para que cada cual pudiera decidir su lugar y su acción en el mundo de acuerdo con su propio criterio.  

El fascismo, de izquierdas y derechas, como tendencia política que se define por el dogma del «todo vale para alcanzar y conservar el poder», se ha quitado estos últimos días disfraz y maquillaje para mostrar toda su horripilante fealdad gracias a una ley que, llevando el nombre esperanzador de Ley de Garantía de Libertad Sexual, ha quedado reducida al ambiguo y chusco  título de «Sólo sí es sí». La libertad sexual de la mujer ha quedado al margen mientras el titulito se prestaba a chascarrillos y broncas. Y ayer, como si ayer hubiera sido un espectáculo de gran final del Carnaval, el Congreso se convierte en escenario para lucimiento de teloneros y estrellas de la comedia del politiqueo haciendo el juego al fascismo con el fundamento de toda su estrategia: la mentira.

Los Estados Unidos de América, antes ejemplo mundial de democracia y ocasión de prosperar, y desde siempre líder insuperable del «show business», lleva unos años ofreciendo al mundo un espectáculo del fascismo más obsceno y el manual más completo de mentiras y cómo utilizarlas para engañar al personal. Resulta que días antes de las elecciones de 2020, Donald Trump y sus estrategas decidieron que la noche electoral proclamarían  la victoria del partido republicano aunque perdiera. Así lo hicieron y endilgaron el fraude, como principal culpable, a Dominion, empresa de máquinas para contar votos. El vocero más importante del falso fraude fue, hasta hace pocos días, el canal de televisión de «extrema derecha» Fox News. Después de meses repitiendo la mentira del fraude electoral y culpando, entre otros, a las máquinas de Dominion, Fox News se encontró con una querella de la empresa por difamación que puede costarle mil millones de dólares. El tribunal que se encarga del caso ha concedido al público documentos que demuestran que los comentaristas políticos estrella de Fox News sabían que lo del fraude electoral era mentira y que, después de discutirlo entre ellos, decidieron seguir divulgando esa mentira en antena para no perder audiencia. El fraude electoral ha quedado desmentido por más de sesenta juzgados. Los documentos revelados sobre la participación de los comentaristas de Fox News han demostrado, ya sin género de dudas, que en la defensa de sus intereses económicos, ciertos medios desprecian absolutamente a las personas que les siguen, echándoles mentiras, como se echa pienso a un animal, convencidos de que la mayoría no tiene ni conocimientos ni curiosidad ni criterio para distinguir la mentira de la verdad; para poder darse cuenta de qué es lo que se están  tragando. 

Ayer, en el Congreso, muchos teloneros y estrellas del politiqueo se dedicaron a echar al público basura con la certeza de que la mayoría se traga lo que les echen.  

Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del Gobierno de España, y Nadia Calviño, vicepresidenta primera del Gobierno, fueron ayer enfoque favorito de las cámaras. Las mentiras que los politiqueros iban soltando en la tribuna fueron transformando sus caras en la viva expresión de la incredulidad. Era evidente que les costaba creer que diputados elegidos para representar a los ciudadanos fueran capaces de mentir sin reparo; sin reparar en los ciudadanos que les estuvieran viendo y oyendo; sin reparar siquiera en el juicio de sus propias conciencias. Al presidente le acusaron de traicionar a las mujeres por una proposición de ley que pretende asegurar la responsabilidad penal de quienes atentan contra la libertad sexual de las mujeres. No debería haberle extrañado. La secretaria general de Podemos ya le había acusado ante la prensa de tomar por idiotas a los españoles. Por una proposición de ley que pretende asegurar la responsabilidad penal de quienes atentan contra la libertad sexual de las mujeres, varios politiqueros acusaron al presidente y su partido de derogar la Ley de Libertad Sexual volviendo a la ley del PP por la que se juzgó a la «Manada».  Los de Vox volvieron a sacar a los inmigrantes, chivos expiatorios de todos sus delirios. Concepción Gamarra, secretaria general del Partido Popular, volvió a ofrecer su repertorio habitual de insultos y mentiras contra el presidente y su partido. O sea que ayer, la mayoría de los diputados que ocuparon la tribuna montaron un espectáculo de disparates con la intención evidente de dar carnaza a los medios anti Sánchez y de entretener a una audiencia que, como los comentaristas de Fox News, consideran compuesta por ciudadanos estúpidos. 

Que los politiqueros se hayan encargado siempre de desprestigiar al legislativo podría haber curado de espanto a la mayoría de los ciudadanos, pero lo de ayer desbordó todas las expectativas, sobre todo porque a nadie en su sano juicio se le ocurre que un partido que forma parte del gobierno ataque con insultos y mentiras al partido mayoritario de ese gobierno y a su presidente. El asunto sorprende y preocupa y no va a dejar de sorprendernos y preocuparnos porque no somos estúpidos. Esa politiquería no es sólo un espectáculo más o menos divertido de comediantes de tercera que, concluida la diversión, pueda ignorarse. Esa politiquería es una estrategia soterrada para destruir la democracia. Cualquiera que aprecie y quiera defender su libertad no debe, de ninguna manera, ignorar los esfuerzos de los fascistas de todo signo por volvernos a encerrar en una dictadura. 

En nuestro país, el órgano de gobierno de los jueces está bloqueado por el partido fascista que se hace pasar por conservador. El poder legislativo sufre el desprestigio que causan los que utilizan voz y voto para insultar y mentir, siendo insultos y mentiras el fundamento de la estrategia del fascismo. El escándalo que han provocado los insultos y mentiras de Podemos contra el presidente del Gobierno y su partido han tocado al ejecutivo gravemente abriendo la oportunidad de ganar las próximas elecciones generales al fascismo. Todo esto significa, lisa y llanamente, que la democracia en nuestro país está en peligro; que está en peligro nuestra libertad individual. ¿Cómo salvar a la democracia? ¿Cómo salvarnos a nosotros mismos?

Es absolutamente necesario reconocer que los que aparentemente sólo son politiqueros de poca monta, son, en realidad, fascistas peligrosos. Es absolutamente necesario saber que el fascismo ya no es una ideología de principios del siglo pasado; que hoy es un término que nos permite reconocer y clasificar a quienes están en la política con la única ambición de conseguir el poder y conservarlo. Es absolutamente necesario reconocer el valor que para los fascistas tiene la mentira. La mentira no sólo consigue engañar a los desinformados y a los que prefieren que les mientan. La mentira también consigue que ciudadanos inteligentes, hartos de lo que los fascistas pretenden hacer pasar por política, decidan no votar. La abstención es lo único que hoy puede garantizar el triunfo de los fascistas.       

El valor de una vida

Después de leer noticias que cuentan lo que pasa en frío y de escuchar tertulias que intentan explicar lo que pasa con los razonamientos etéreos de la mente de cada tertuliano, los medios ofrecen, de vez en cuando, las palabras entrecortadas de un anciano, de un joven, un adolescente, una mujer, un hombre cualquiera; palabras que hablan de circunstancias que han transformado su vida en una tragedia. Las noticias y los razonamientos se pierden en la esfera de las abstracciones. La realidad se concentra en unos labios que se quejan, que dicen su desesperación, que suplican con la esperanza de que alguien valore su vida. 

Los medios nos ofrecen cada día los ingredientes de una masa de vidas humanas disueltas en un suceso. Puede ser un ataque físico, un asesinato, un secuestro, una deportación, un suicidio; el número de víctimas de un naufragio, de un bombardeo, de un terremoto. Una mirada atenta a esa masa empieza a revelar unos grumos. Una mirada aún más atenta a esos grumos revela que son cabezas, cabezas de hombres, mujeres, niños, niñas, con caras, con cejas, ojos, labios torcidos por el dolor que se resisten a ser disueltos en una masa informe. Esos labios gritan un nombre, su nombre, el nombre que a cada uno dieron para ser reconocido en este mundo, el nombre que distingue su vida de la vida de todos los demás. Pero esos nombres tienen el mismo valor que un número. Hay mucha gente que se llama igual. Cada nombre solo excita emociones en prójimos muy próximos que lo asocian al amor o al odio. Esos nombres a veces se cuelan en las informaciones de sucesos, en los carteles rodeados de flores que recuerdan a una víctima en el lugar de su caída. Pero esos nombres no importan a quien no hubiera tenido relación alguna con sus dueños. Como, en el fondo, ni a sus dueños importan. Porque, en realidad, a nadie importan las voces que nos llaman; importan los ojos que nos ven.

En las manifestaciones por la paz que hoy llenan las calles de varias ciudades no hay caras ni nombres de los caídos o por caer en una guerra. No hay vidas que valorar. Los carteles proclaman un insulso «No a la guerra» y la perogrullada «Sí a la paz». Esas manifestaciones y los políticos que las incitan no se molestan en explicar por qué no o por qué sí. Les basta con provocar el rechazo de cualquier persona a los horrores de una guerra y la adhesión que a todos provoca el término «paz». No dicen qué paz. Porque Paz no es solo una palabra que, escrita con rotuladores en carteles o esculpida en mármol en algún monumento, despierta sensaciones positivas. Paz, dice el diccionario, es «una relación de armonía entre las personas,sin enfrentamientos ni conflictos» y el «Estado de quien no está perturbado por ningún conflicto ni inquietud». Según estas acepciones, la paz perfecta se encuentra en los sepulcros. Pero hay otra acepción que es la que hoy mueve a manifestaciones: «Situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países». 

Para entender esto, a los políticos y activistas que hoy piden la paz a toda costa les bastaría leer el librito de Immanuel Kant «Sobre la paz perpetua»; les bastaría, de hecho, leer y reflexionar su primera sección: «Artículos preliminares».  Y si hasta esta lectura les resulta pesada, deberían leer, reflexionar y explicar a sus seguidores el artículo 5º: «Ningún estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución o el gobierno de otro estado».

En 2014, el autócrata ruso Vladimir Putin invadió la península de Crimea, reconocida por la Naciones Unidas como parte de Ucrania. Ucrania no respondió con guerra, sino con negociación, aceptando condiciones impuestas por Rusia y por el gobierno rusófono de Crimea. En febrero de 2022, Putin, envalentonado por la anexión sin problemas de Crimea, lanza sus tropas contra Ucrania con la intención de anexionarse todo el país,empezando por Kiev, su capital. ¿No a la guerra y sí a la paz para que Rusia termine anexionándose todas las repúblicas de la fenecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas?  Los políticos y activistas que incitan y lideran las manifestaciones del no a la guerra y sí a la paz, ¿no saben que privar a un país de su libertad para obligarle a girar en torno a un país agresor no garantiza la paz perpetua sino todo lo contrario? ¿Y no piensan que todo lo contrario de la paz perpetua es una guerra perpetua soterrada que impide a los ciudadanos, a la sociedad, vivir en paz? ¿O sí lo saben, pero su objetivo primordial es conseguir votantes entre los amantes de la paz para las elecciones próximas y las generales? ¿Y no cuentan más que esos votantes las personas sin cara y sin nombre que la muerte ha convertido en una masa informe nombrada con un número?  ¿Y no cuentan más las caras con nombre que aún sobreviven con su dolor a cuestas suplicando que no les abandonen? A esos desgraciados no les importa que quien les amenaza de muerte día y noche y destroza sus vidas matando a quienes ama y destruye  sus casas sea combatido por los Estados Unidos y la OTAN o quien sea.  Lo que quieren es que quien sea,saque al asesino de su casa,de sus calles.

Los políticos y activistas que proclaman el no a la guerra y sí a la paz defienden a Rusia por una fidelidad atávica al comunismo que no han podido superar aunque hoy Rusia sea gobernada por un billonario defensor del capitalismo de los oligarcas que le mantienen en el poder. Los más cultos se adhieren a Marx y Engels sin poder citar ni un solo pasaje del «Manifiesto Comunista» que hoy pueda aplicarse a la realidad económica, política y social de Rusia. Hoy Putin se ha convertido en el ídolo de los fascistas italianos y de los americanos trastornados por las locuras fascistas de Trump. Y los políticos y activistas que proclaman el no a la guerra y sí a la paz acusan a Europa y a los Estados Unidos de combatir a Putin para enriquecerse. Si tal confusión no se explica por un trastorno mental, solo puede explicarla el ansia de poder que, en una democracia, solo se puede alcanzar con votos; de aquí el ansia de votos, siendo el voto, además, un modo de enriquecer a los partidos con dinero público. Entonces, ¿el no a la guerra y sí a la paz es,en realidad, un modo de captar votos para enriquecerse y conseguir el poder con medias verdades y mentiras? El ansia de dinero y poder que supera todos los valores humanos es la característica por excelencia del capitalismo salvaje. Entonces, ¿qué defienden, en realidad, los políticos que predican la paz de Putin?

Millones de vidas humanas hoy piden ayuda en las fronteras de países desarrollados, en las aguas del mar en el que se están ahogando, en el infierno de países como Ucrania, en los campos de refugiados, en las chabolas a las que el dinero no llega para sobrevivir. ¿Puede vivir en paz quien ignora las caras de esos millones que luchan para no disolverse en la masa de los desgraciados? «Es importante que todos sepan que yo soy mucho más que las cosas malas que me ocurren», dijo Jane Marcziewick, cantante de 31 años que falleció por un cáncer con metástasis en todo su cuerpo. Cada uno de los millones de desgraciados que luchan por sobrevivir en un mundo que no les concede ningún valor es mucho más que todas sus desgracias; es un ser creado con el valor infinito que Dios o la Naturaleza confiere a cada vida humana.    

La paz de los sepulcros

La guerra de Putin hoy ayuda a clarificar ideas sobre asuntos que flotaban en una nebulosa de confusión. La postura favorable al asesino ruso de regímenes como el de China e Irán revelan la camaradería entre la extrema izquierda y la extrema derecha; revelan la inutilidad de esa nomenclatura obsoleta en la política de hoy; ocultan el hecho perceptible de que ambos extremos hoy se funden en la definición general de fascismo.

Desprovisto de ideologías que en sus tiempos intentaron dar al fascismo un barniz intelectual, el fascismo aparece hoy desnudo como simple tendencia. El fascismo tiende a un único fin que es la conquista y conservación a toda costa del poder. Luego a la hora de reconocerlo y entenderlo, ya no hace falta analizar el sentido de su circulación. Por la derecha o por la izquierda, el fascismo se caracteriza por carecer de un programa fiel a una determinada ideología. La fidelidad se reserva para un líder o para un partido. ¿Para qué torturar a los estudiantes de Ciencias Políticas con el estudio de diversos tipos de dictaduras? Esas vueltas de trompo solo tienen sentido en las clases de historia. En una época en que la simplificación, la abreviatura se valoran como nunca por su capacidad de acortar el tiempo, la palabra fascismo puede servir para nombrar toda tendencia a gobernar o aspirar al gobierno de líderes y partidos dispuestos a silenciar a los ciudadanos, a privarles de toda libertad que no sea la de venerar al líder y al partido para que esos líderes y partidos puedan llevar a cabo sin obstáculos lo que les parezca bien.

El fenómeno Putin sirve de muestra. La adhesión a Putin y su Rusia por parte de partidos y líderes del mundo entero que exhiben etiqueta de lo que hoy se sigue llamando izquierda, produciría, por esperpéntica, hilaridad si no fuera por la tragedia que encubren.¿Cómo se explica esa adhesión, abierta o camuflada con falacias, a un plutócrata que ha utilizado su poder para enriquecerse y que lo conserva gracias a los oligarcas que con él se han enriquecido? La situación política y social de Rusia, ¿tiene hoy algo en común con la Rusia de la revolución bolchevique? ¿Hay quien se atreva hoy a decir que Vladimir Putin es comunista? Tal vez algún viejo comunista que se aferra al pasado para ignorar que el tiempo sigue corriendo y que no hay quien lo pare. Tal vez esos todavía jóvenes a quienes la propaganda ha metido en la cabeza que los Estados Unidos de América son el infierno en el que moran todos los demonios de este mundo. Lo que también responde a ignorancia anacrónica. Los Estados Unidos tienen hoy un gobierno progresista que lucha como puede contra el capitalismo salvaje, a favor de la igualdad social y de los derechos de la mujer. Pero quienes se han quedado con la imagen de una potencia mundial que utilizaba su poder para derribar gobiernos democráticos y entronizar dictadores, se niegan a aceptar que de los Estados Unidos pueda salir algo bueno, por lo que la lógica del asunto es muy sencilla; si el presidente americano está contra Putin, Putin tiene que ser un buen gobernante que no se puede equivocar. 

Las equivocaciones de Putin han costado hasta hoy cientos de miles de muertos y heridos y millones de desplazados en un país que se vio invadido por los ejércitos rusos sin ningún tipo de provocación. Dicen los expertos en falacias y desinformación que Rusia se vio amenazada por la proximidad de la OTAN, como si la OTAN pudiera desplazarse a las fronteras rusas practicando marcha atlética. Ni Ucrania ni Bosnia-Herzegovina ni Suecia ni Finlandia ni Georgia pertenecen a la OTAN aunque algunos solicitaron entrar después del ataque de Rusia a Ucrania. Dicen esos expertos que en la OTAN mandan los Estados Unidos sin tener en cuenta la absoluta independencia de los países de la Unión Europea que se manifestó durante el gobierno del fascista Donald Trump; fascista de lo que aún se llama extrema derecha que confesó un amor arrebatado por el dictador de Corea del Norte y una profunda admiración por Vladimir Putin, dicho sea de paso. Y dicho sea de paso también, Donald Trump juró odio eterno a Zelensky, el presidente que intentó limpiar a Ucrania de la basura que había dejado su anterior presidente, títere de Rusia. Y le juró odio eterno por conversación telefónica en la que  pidió a Zelensky que le «hiciera el favor» de vincular al hijo de Joe Biden a la corrupción ucraniana. Zelensky le dijo que no. 

Incapaces de convencer a la mayoría de los ciudadanos con mentiras, los que intentan favorecer a Rusia y a Putin han optado por una falacia incontestable: predicar la paz a toda costa. Hasta el día de hoy, Putin manifiesta a todas horas con indiscutible claridad que solo aceptará la paz a cambio de agregar a Rusia territorio ucraniano. ¿Qué piden, entonces, los que predican la paz? Piden quedar como santos defensores de la armonía universal caiga quien caiga. ¿Y si el que cae es un país inocente con millones de personas inocentes? ¿Qué vale más, un país o la armonía en todo el ancho mundo? ¿Y si millones de personas inocentes valoran su libertad más que a la armonía? Para el fascismo no vale la opinión de millones de personas porque si se da voz a los ciudadanos, no dejan gobernar. Pero entre los que siguen o complacen o blanquean a Putin hay gente de las llamadas derechas e izquierdas. Entonces, ¿todos son fascistas? No hay ningún líder ni partido que hoy acepte que le señalen con la palabra fascista. Todos se camuflan con falacias y su éxito depende de la cantidad de ignorantes y desinformados que logren convencer. 

Para no dejarse convencer como niños inconscientes, hoy en día no hace falta tener estudios superiores. Basta con informarse un poco, oír y reflexionar sobre lo que se ha oído. Hasta los niños se dan cuenta cuando un adulto les quiere engañar. Por eso los fascistas, de cualquier dirección, niegan a los ciudadanos la libertad de informarse, como acaban negándoles la libertad de vivir según los dictados de su propia conciencia. Para ellos, la armonía ideal consiste en la paz de los sepulcros.              

El virus de la mala leche

¿Qué, coño, le está pasando a este país? ¿O es al mundo entero? El fascismo se extiende como un virus, y el síntoma más visible es que los infrahumanos van vomitando mala leche por todas partes. ¿Nos acabarán ahogando a todos en sus vómitos?

Mussolini, Hitler y Franco tenían intelectuales que montaron una ideología para dar cierta consistencia a lo que no era más que brutal ansia de poder de unos narcisistas. Eran otros tiempos. En los nuestros, la ideología se desprecia como se desprecia todo lo que salga del cuarto oscuro en el que la mente reflexiona. Se desprecia el trabajo mental que no tenga que ver con la tecnología; se desprecia, sobre todo, a la filosofía. El tiempo convirtió a la filosofía en algo similar a una momia egipcia, algo que en un aula estorbaría y que a los alumnos sensibles podría desviar del camino recto hacia el progreso. El progreso hoy se mide por el invento de aparatos diversos y se manifiesta en todas las aplicaciones que puede tener un móvil. ¿Cómo y cuándo pensar si a los dedos de las manos no les alcanzan todas las horas del día para encontrar, clicando, las respuestas a todas las preguntas? Porque el progreso ha descubierto todas las respuestas, y todas las respuestas se pueden encontrar en Google, fuente de sapiencia que ha relegado a las tinieblas de la antigüedad irrecuperable a los siete sabios de Grecia; a la mismísima sabiduría, madre de todos los sabios que en todas las épocas se han dedicado a pensar. 

Los Diez Mandamientos, que durante siglos guiaron la moral de las sociedades cristianas, se han reducido a uno solo: No pensarás. Y como si las mayorías de homínidos de los países civilizados hubieran percibido los truenos y relámpagos, el sonido de la trompeta y el monte humeante que el autor del capítulo 20 del Éxodo diseñó como el escenario más idóneo  para que un dios lanzara sus mandamientos y amenazas sobre un pueblo aterrorizado; esas mayorías han hecho voto de imbecilidad.

Solo esa imbecilidad inducida por quienes detentan el poder supremo sobre cuerpos y conciencias puede explicar que millones de seres creados por Dios o por la Naturaleza para convertirse en seres humanos creadores estén dispuestos a renunciar a la libertad que les permite vivir como tales, entregándosela a quienes no tienen otro objetivo que no sea conseguir y conservar el poder sobre una mayoría idiotizada y conseguir y conservar todos los privilegios que el poder confiere. Solo esa imbecilidad, aceptada para vivir como brutos sin más problemas que los propios de la supervivencia, puede explicar que, en las democracias, la mayoría vote por partidos fascistas.          

Tras la aparente derrota del fascismo en la última guerra mundial, la palabra fascista se ha convertido en insulto. En la omnisapiente Wikipedia, se explica el fascismo con los verbos en pasado como si hubiera dejado de existir. Sin embargo, quien no habiendo llegado a la imbecilidad requerida lea esa entrada con la intención de entender, enseguida se dará cuenta de que el fascismo pervive disfrazado con el adjetivo dieciochesco de «derecha» o con el engañoso de «conservador». Despojado de toda la ideología, que hoy se considera inútil, el fascismo actual se define por la ausencia de programa de gobierno y por la única finalidad de perseguir, conseguir y conservar el poder a toda costa. 

Ese fascismo, disfrazado de cualquier cosa, reina hoy en el Congreso y en todas las encuestas sobre las elecciones generales de 2024 de los Estados Unidos de América. Ese fascismo reinó allí con virulencia en el período de entreguerras; invernó, como en todas partes, tras la derrota de las potencias fascistas y, en cuanto el clima le fue propicio, volvió a salir al sol como un oso hambriento. 

Todo el mundo desarrollado consiguió el desarrollo imitando a la primera potencial mundial. Luego es de lógica vital de estar por casa seguir imitándola para superar las crisis que amenazan el bienestar de la mayoría. Esa es la sencilla razón por la cual el fascismo del Partido Republicano de los Estados Unidos ha calado en el mundo entero con la misma fuerza con la que caló el rocanrol. Hoy, el Partido Republicano, otrora Gran Partido que se estrenó en la presidencia con la egregia figura de Abraham Lincoln, exhibe en sus escaños del Congreso a evidentísimos tarados y perturbados que niegan validez a las elecciones pasadas, proclaman las más disparatadas teorías de la conspiración, apoyan el antisemitismo y el nacionalismo blanco y cristiano y mienten, se desmienten y vuelven a mentir sin reparo y sin el más mínimo atisbo de vergüenza. Todos ellos son seguidores a muerte de Donald Trump.  Para ser elegido presidente de la Cámara de Representantes por sus compañeros republicanos, Kevin McCarthy tuvo que meter en los principales comités del Congreso a toda esa tropa digna de una «corte de los milagros» moderna donde nadie es lo que dice ser y a nadie le importa exhibir su miseria moral. Lo único que importa a los políticos republicanos es el poder y lo único que parece importar a millones de sus votantes es que sus admirados republicanos ejerzan el poder como les dé la gana siempre y cuando bajen impuestos y les dejen vivir en paz con su misoginia, xenofobia, racismo y explotación del más débil. Es decir, fascismo puro y duro apoyado por el filofascismo de los infrahumanos más imbéciles.

En nuestro país, dice la última estimación de voto y escaño que el PP mantiene su ventaja sobre el PSOE y que la «ultraderecha» gana casi un punto. ¿Alguien sabe qué programa de gobierno ofrecen el PP y la «ultraderecha»? Lo único que manifiestan los líderes de ambos partidos es su voluntad de sacar a Pedro Sánchez de La Moncloa, y quieren sacarle de La Moncloa para hacerse ellos con el poder sea como sea. Luego el PP y la llamada ultraderecha son rotundamente fascistas, sin ánimo de insultar.

El poder a toda costa y sea como sea es la meta de todos los fascismos y es ese a toda costa y sea como sea lo que está ahogando a las sociedades de los países supuestamente civilizados bajo el tsunami de mala leche que está infectando al mundo. El a toda costa y sea como sea significa, en primera instancia, desvirtuar cualquier logro de quien esté en el poder, mediante mentiras sin control, sin freno, contando con la incapacidad de quienes las escuchan para distinguir entre mentira y verdad. Hay que pintar al país con los colores que, en cualquier circunstancia, evoquen las heces. Hay que señalar como culpable de las heces al que está en el poder. Hay que convencer que la sociedad negruzca y maloliente relucirá de limpia si llegan al poder los que denuncian a la porquería. En España cabe preguntarse si un partido condenado por corrupción y con varias causas pendientes por lo mismo puede presumir de limpieza. En un país en el que la mayoría de los ciudadanos aceptan como mandamiento no pensar, puede.  Además, quien se atreve a difamar al presidente del gobierno tiene que ser muy poderoso para que no le pase nada. Aquel que todavía piensa comprende sin esfuerzo que ese poder deriva de controlar al poder judicial y que el poder judicial se controla sin ningún problema bloqueando la renovación del órgano de gobierno de los jueces. Pero ese bloqueo no quita el sueño a los ciudadanos que no piensan. 

Por si no bastara con insultar y difamar a quien preside el gobierno, aquí y en cualquier otra democracia, el fascismo tiene otra táctica todavía más tóxica y eficaz. Consiste en ofrecer a los ciudadanos idiotizados supuestos adversarios a quienes culpar de todos sus trastornos y sus penas. A quien aquí le vaya mal económicamente se le puede consolar con la mentira de que a los emigrantes les mantiene el estado, o sea, los impuestos de todos, con casa y comida gratis y que no tienen que esperar, como los españoles, para recibir atención médica. Razones de más para expulsar del país a todos los extranjeros pobres o para descargar su ira sobre alguno que esté a tiro o para votar a los políticos que prometen limpiar de extranjeros el país. A los hombres desvalorizados por fracasos de cualquier tipo se les puede subir la moral quitando hierro al maltrato o abuso contra las mujeres. A los que, por cualquier motivo dudan de su masculinidad en secreto, se les puede convencer de que la culpa la tienen los homosexuales por disfrutar de su perversión a la luz del día. 


Así, creando adversarios culpables de la desdicha propia, los políticos fascistas consiguen mantener en estado de crispación a los que están descontentos con su suerte, que suelen ser la mayoría. Así, los descontentos van rezumando y algunos, vomitando mala leche. Y así, la mala leche se va contagiando y un día matan a uno por ser extranjero y a otro por negro y a otro por pobre y a otra por mujer y a otros por ir por la calle cogidos de la mano. Y un día, la mayoría de los descontentos votan por los partidos que les permiten vivir en paz con su odio, su envidia y todas las pasiones infames que les corroen. Y el mundo cae en las garras del fascismo mientras los seres humanos que no han renunciado a pensar siguen luchando, como lo han hecho siempre, por librar a su país y a la humanidad de quienes pretenden convertir a los hombres, machos y hembras, en bestias.   

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