El cristianismo de la antidemocracia

Después de más de un año intentando recuperar los papeles que Donald Trump robó de la Casa Blanca antes de ser despedido por los votantes, el Departamento de Justicia logró recuperarlos este 8 de agosto con un registro forzoso de la residencia actual de Trump realizado por el FBI con autorización previa de un juez federal. 

A pocos españoles impresiona la noticia. Los Estados Unidos de América es un país lejano que solo llama la atención a quienes pueden darse el lujo de pasar unas vacaciones en la gran potencia o a quienes se enganchan a una serie americana o a los jóvenes fanáticos de grupos y chunga chungas en inglés o a comunistas atávicos estancados en la idea fija de que Estados Unidos es la morada de Satanás.  A esos se les dice que la democracia más longeva de los países civilizados está a punto de virar a la autocracia de cualquier república bananera y se quedan con cara de quien oye llover. Se les dice que España va por el mismo camino, y la inexpresividad de la cara se anima con un toque de incredulidad.  Para quienes comen todos los días sin problemas para pagarse la comida y van a su trabajo o a sus estudios sin problemas para pagarse el transporte y van al médico o al hospital sin problemas para pagar por que les curen porque es público, el mundo está como está y ya les está bien. La filosofía, las ideologías, la política no son asunto suyo. 

La polarización que hoy divide a la sociedad americana en dos bloques enfrentados hasta tal punto que algunos analistas ya hablan de guerra civil, por el momento incruenta, es asunto de todos, de absolutamente todos los ciudadanos del mundo porque a todos nos amenaza. En 2016, el voto popular eligió a Hillary Clinton presidenta de los Estados Unidos de América, pero un lío de la misma naturaleza que la Ley d’Hondt hizo que los votos electorales llevaran a la Casa Blanca a un psicópata narcisista capaz de cargarse, no solo a la democracia, sino a la mismísima soberanía del país. Donald Trump hizo y deshizo en la presidencia lo que le dio la gana atacando a Europa; iniciando una relación epistolar que él mismo calificó de amorosa con Kim Jong-un, autócrata asesino de Corea del Norte; una relación de amigos para siempre con Putin, autócrata asesino de Rusia; aliándose a otros poderosos por el estilo. Expulsado de la Casa Blanca por el voto popular y electoral de la mayoría de los americanos, Trump se llevó a su casa documentos clasificados como ultra secretos. ¿Para qué? Considerando sus peligrosísimos amigos, hay que estar muy desinformado o ser un perfecto descerebrado para que las glándulas no reaccionen como las de un erizo amenazado. Putin gobierna la segunda potencia mundial en armas nucleares; Kim Jong-un tiene gente trabajando sin descanso para meter a su país en la lista de países nuclearizados; los países de los otros amigos por el estilo de Trump tienen armas nucleares también. ¿Pensaba Trump ofrecer secretos de estado a esos monstruos a cambio de dinero o a cambio de que le ayudaran a  recuperar y conservar para siempre el poder? No hay analista político que hoy no se haga esa pregunta, abiertamente o no.   

Y todo eso, ¿qué tiene que ver con España? Todo.

El 41,7% de los americanos tiene una opinión favorable de Donald Trump. El trumpismo se ha convertido en un culto con millones de fieles. ¿Cómo es posible que tantos ciudadanos acepten que les gobierne un perturbado que durante cuatro años hizo de la mentira y del apoyo a leyes antidemocráticas su forma habitual de gobernar? La respuesta más fácil es que los medios afines a la ultraderecha le ensalzaban y le ensalzan divulgando mentiras a su favor y contra sus adversarios con fervor goebbeliano. Lo mismo responde el español que intenta explicarse la preponderancia de las derechas en las encuestas españolas. Pero en Estados Unidos abundan los medios, los periodistas y los analistas políticos honestos que cada día difunden la verdad. ¿Cómo es que no logran llegar y penetrar en las mentes de los que viven engañados por el método de la propaganda hitleriana? La respuesta hay que buscarla en el poder de Cristo.

La extrema derecha de Estados Unidos se ha puesto el nombre de «Christian Nationalists». Así se definen muchos políticos del Partido Republicano, partido hoy entregado en cuerpo y alma al trumpismo, que aspiran en noviembre a ser elegidos representantes y senadores del Congreso americano. El «nacionalismo cristiano» predica la santísima trinidad del orden racial, la libertad cristiana y la violencia machista. El orden racial significa respeto a la supremacía de los blancos. No se puede permitir que inmigrantes de otras razas y religiones tomen por asalto el país elegido por Dios para ser modelo de cristianismo. La libertad cristiana exige obediencia a las costumbres y reglas de la familia cristiana rechazando la abominación del amancebamiento, del aborto, de la homosexualidad. La violencia machista fue aprobada por la voluntad de Dios dando al macho mayor masa muscular y fuerza gracias a la mayor concentración de testosterona en su sangre, por lo que su preponderancia sobre la mujer obedece a la naturaleza por evidente mandato divino. Pero, ¿se justifica la violencia? En una nación entregada al respeto a la ley y el orden, la transgresión no solo puede sino que debe castigarse por todos los medios, incluyendo medios violentos. 

¿Hay algún partido o partidos en España que, sin hacer ostentación del nombre de «nacionalista cristiano», abracen y prediquen, abierta o encubiertamente, la misma trinidad que el «Christian Nationalism» americano? ¿Hay algún o algunos partidos que parecen tener empleados con la única función de seguir todos los suspiros del Partido Republicano de los Estados Unidos para repetir su doctrina y sus mensajes en España? ¿Hay algún o algunos que apliquen en España los métodos de la propaganda goebbeliana para divulgar su ideología?

La metáfora de la santísima trinidad aquí no es nueva. Es la doctrina que inspiró al gobierno franquista que se inspiró, a su vez, en el fascismo italiano en el que, a su vez, se inspiró en el nazismo alemán. Es la misma doctrina que el gobierno franquista impuso en todos los rincones del territorio nacional empezando por adoctrinar a los niños en los colegios y siguiendo por garantizarse la fidelidad de los adultos mediante un control absoluto de prensa, radio, cine y televisión cuando ésta llegó. Los nacionalistas españoles de extrema derecha, como los del partido de Bolsonaro en Brasil, como los del de Orban en Hungría  no han inventado nada. Estudiaron del fascismo doctrina y modos como actor que estudia su papel para una representación, y tan bien lo estudiaron y tan bien lo actúan que han merecido y merecen la ovación de millones. Su papel es incontrovertible. ¿Pero por qué? ¿Por qué ha vuelto una ideología que  crispó a sociedades enteras, que infundió el odio como se contagia una pandemia,  que hizo estallar guerras causando millones de muertos? 

En la investigación de ciertos crímenes, para dar con el culpable se dice que hay que seguir al dinero. Solo en la semana siguiente al registro de su casa, Trump recibió diez millones de dólares en donaciones. Hoy por hoy, en los países modernos, el nombre de Cristo ya no tiene el mismo poder que en un lejano antaño aunque se sigue utilizando para dar a quien le hace falta la tranquilizadora sensación de pertenencia a una tribu. El poder supremo y absoluto lo tiene el Dinero. El que se abre paso como una gigantesca excavadora, aquí, en Estados Unidos, en todo el mundo, es el Dinero. ¿Qué llama a ciertos jóvenes a afiliarse a un partido político y a introducirse en sus intríngulis con su ambición puesta en un cargo y, más allá, en verse en una lista electoral? Como confesó un personaje político español de derechas, estaba en política para forrarse. Para forrarse estaban muchos del Partido Popular como demostró la retahíla de causas penales que a muchos llevó a la cárcel; y las que faltan. ¿Qué mueve a obispos y sacerdotes a predicar a favor de los partidos que abrazan la doctrina del nacionalismo cristiano? A muchos, más que la fe les mueven las donaciones. En vísperas de las elecciones al Congreso de los Estados Unidos, la petición de donaciones hoy ocupa más tiempo en los medios norteamericanos que las «celebrities».  El éxito de un político y su influencia en un partido lo determinan los millones de dólares que sea capaz de recaudar en donaciones, por lo que en cada vídeo de propaganda electoral, sale el protagonista o una voz en off pidiendo dinero. A los jueces no se les puede comprar sin incurrir en delito grave, pero el poder permite a los políticos nombrar a jueces dispuestos a vender honra y lo que haga falta por obtener un cargo importante con un sueldo de importancia igual. Los nacionalistas cristianos del mundo entero saben que teniendo de su parte a la iglesia católica y a las iglesias protestantes y a la banca y a los grandes empresarios y a la judicatura tienen despejada la escalinata hacia el poder y garantizada la permanencia en los sillones de mando a menos que los mandatarios se pasen de listos o de tontos como les pasó a Aznar y a Rajoy. ¿Y qué les pasó a los socialistas en 2011? Lo mismo que nos quiere pasar ahora a los españoles.

Por motivos que a la mayoría parecen no importarle, nos ha caído encima la inflación. Para contener la inflación, los bancos centrales se ven obligados a subir tipos de interés. La subida de intereses lleva a los economistas a predecir crisis. Los políticos del nacionalismo cristiano lanzan gritos de crisis por todo el país y los medios abierta o subrepticiamente afines los repiten con altavoces.  ¿Y qué tiene  que hacer en una crisis un medio pobre, de esa clase que se llama media para hacerse ver? Encomendarse a Cristo y votar por nacionalistas cristianos porque esos tienen el beneplácito del poder divino en el cielo y del poder del Dinero en la tierra. ¿Y qué hacen los totalmente pobres, esos que los nacionalistas cristianos no ven y de los que, por lo tanto, ni hablan? Esos generalmente no votan porque generalmente se resignan a no importar a nadie.

Las encuestas predicen el triunfo de los nacionalistas cristianos en el Congreso de los Estados Unidos. Las encuestas predicen el triunfo en España de los nacionalistas cristianos si ahora hubiera elecciones generales. ¿Qué hacemos? Podemos resignarnos permitiendo que nos gobierne el Dinero disfrazado de falso cristianismo o podemos entregar el gobierno a los seres humanos que anteponen el bienestar de la gente a todo lo demás. Como siempre, la libertad y la calidad de vida de todos depende de los votantes.                   

La dictadura de las máquinas

El lunes  8 de agosto, un registro en la casa del ex presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, revela al FBI una cantidad de cajas con documentos pertenecientes al gobierno, algunos de los cuales contienen secretos que podrían poner en peligro a toda la nación. Perdidas las elecciones, el tipo se fue de la Casa Blanca llevándose todo lo que pudo. Una semana antes, la Conferencia de Acción Política Conservadora escucha con fervor el discurso racista y homófobo de su invitado, Viktor Orban, primer ministro de Hungría, alabando sus mensajes y sus logros de autócrata. El registro en la casa de Trump lanza a la prensa ultraderechista y a todo el Partido Republicano a una campaña de diatribas contra el FBI, el Departamento de Justicia y el fiscal general de los Estados Unidos. El antes partido conservador demuestra, ya sin duda, haberse convertido a un radicalismo de derechas que intenta convencer a los ciudadanos de la inoperancia y la corrupción de las instituciones más sagradas, las instituciones que han de velar por el bien de los ciudadanos, de la democracia, del país. América se hunde.  

Todos nos hundimos; nos estamos hundiendo en un agujero rodeado por una atmósfera que todo lo seca, que todo lo oscurece. Vemos cuerpos como el nuestro, formas que se mueven a nuestro alrededor, pero sin vida humana. Vemos a los demás sin intuir los latidos de su corazón, el fluir de su sangre, la vida de su mente, de su alma. Podemos ver algunas caras, pero son como las caras virtuales que aparecen en nuestras pantallas, con ojos cuyos mensajes no se pueden percibir. Las máquinas nos han ido transmutando a todos en máquinas.  

Para los políticos, formamos parte de un algoritmo a resolver. La diferencia entre unos partidos y otros está en las soluciones a las que llegan por la vía de sus objetivos. El objetivo de los partidos progresistas, los que se llaman de izquierdas,  es conseguir que la sociedad siga avanzando, que cada ciudadano siga evolucionando como ser humano, con las facultades  y las cualidades que se suponen a la humanidad, y que en virtud de su ciudadanía, gocen todos de igualdad de derechos cumpliendo todos con los mismos deberes. El objetivo de los partidos retrógrados, los que se llaman de derechas, parece ser que los ciudadanos retrocedan a las épocas en que solo las élites gozaban de los derechos y privilegios de la ciudadanía, mientras la masa anónima se reducía a la cualidad de súbditos destinados a sostener y mantener los derechos y privilegios de las élites. En una democracia, el votante decide a cuál de las dos opciones entrega el poder de gobernarle. El fin último de todos los partidos es, por lo tanto, convencer a la mayoría de los votantes de que les entreguen el poder. Es en el trabajo de convencer a los votantes donde la diferencia de objetivos entre los partidos de izquierdas y los de derechas salta hoy con una evidencia aterradora. Los partidos de izquierdas apelan a la humanidad del votante ofreciendo programas que conducen al progreso de cada individuo. Los partidos de derechas apelan a los instintos y emociones de quienes les escuchan sugestionando al votante con mensajes de rencor, odio, venganza con el fin de inducirles a destruir la humanidad de las sociedades en las que viven. ¿Intentan las derechas devolvernos a la era de los homínidos a quienes solo preocupaba la supervivencia? 

Esa sería la menos aterradora de las conclusiones. Las circunstancias cambian. Ese horrendo retroceso a la era prehistórica podría cambiar en cuanto cambiaran las circunstancias que lo habían permitido. Esos homínidos prehumanos podrían volver a iniciar su proceso de evolución. Ocurrió después de la derrota de los asesinos que intentaron destruir las sociedades humanas durante la Segunda Guerra Mundial. Comprobados los efectos espeluznantes del retroceso, los hombres, machos y hembras, estuvieron dispuestos a recuperar su humanidad por dolorosos que les resultaran sus esfuerzos. Seguían siendo hombres, machos y hembras; seguían conservando mente, alma, con un resquicio por el que llegar a sus facultades humanas. ¿Conservan hoy ese resquicio abierto los hombres, machos y hembras?

Hoy nos está pudiendo la tecnología. El aparato que casi todos llevan encima para dedicarle ojos y atención en cuanto disponen de un minuto libre, se ha ido adueñando de nuestras facultades; sobre todas, de la voluntad, privándonos, por lo tanto, de la libertad. La facilidad con que la mayoría ha renunciado a sus facultades humanas, entregando libertad y voluntad a un teléfono, ha llamado la atención de los empresarios con olfato y medios para manipular a millones de clientes en beneficio de sus cuentas bancarias y ha llamado la atención de los políticos para manipular las mentes de millones de votantes convertidos en súbditos de sus móviles. El móvil ofrece a los jóvenes y no tan jóvenes juegos sobre realidades destructivas que excitan a la violencia. Esa excitación la aprovechan desde el cineasta a cantantes y grupos musicales al día. La aprovechan, como no, los politiqueros. 

Para sugestionar votantes, los asesores que aconsejan al politiquero sobre lo que debe hacer ya no recurren a teorías políticas ni programas; recurren a lo que pueda agitar instintos y emociones como los agitan los juegos de los móviles, los titulares y las historias truculentas, la percusión y los gritos de los cantantes que dejan a la música en música de fondo, las escenas salvajes de violencia y destrucción que convierten las películas en éxitos. Con la razón aturdida por tanto movimiento y tanto ruido, con la libertad y la voluntad entregadas a las máquinas, al votante, ya incapaz de reflexionar, se le puede dirigir a votar por quien le ofrece mayor entretenimiento.                 

Las derechas, aquí y en todas partes, ya no intentan convencer al ciudadano sobre la necesidad de conservar tradiciones, de respetar estamentos, de conformarse con el destino que su dios da a cada cual. Las derechas han comprendido que las máquinas están convirtiendo a los votantes en máquinas y que el resultado de las máquinas se puede predecir por algoritmos. 

Donald J. Trump sigue teniendo millones de seguidores en los Estados Unidos. Viktor Orban goza de gran popularidad en su país. Putin está a punto de anexionarse a Ucrania. Las encuestas en España dicen que las derechas ganarían hoy las elecciones a los partidos progresistas. ¿Qué le queda en este mundo a los seres humanos que no están dispuestos a renunciar a su humanidad, a su voluntad, a su libertad? Nos quedan las ganas de seguir luchando para conseguir llamar la atención de quienes nos rodean para que sean capaces de levantar los ojos de sus pantallas para ver y oír cuanto tienen a su alrededor. Nos queda la esperanza de que nos vean y nos escuchen. 

Perfectamente solos

Veo en mi imaginación a un ser humano solo en medio de un desierto sin elemento alguno, ni vivo ni mineral; perfectamente solo. Veo en mi imaginación una multitud ruidosa que rodea a ese ser humano sin afectar en absoluto su perfecta soledad. Parece una paradoja, dos situaciones que no podemos concebir como simultáneas. Sin embargo, todos sabemos que ambas situaciones han coexistido siempre; que siempre se ha aceptado esa paradoja en la lógica del sentido común porque la avala la incuestionable e indestructible realidad, lo que verdaderamente ocurre al margen de nuestras fantasías o deseos. El ser humano está siempre solo consigo mismo en medio de una multitud. Hoy, esa multitud parece hostil, más hostil que nunca.  

Según investigaciones sociológicas, cada vez son más quienes aceptan el peligro del cambio climático; cada vez son más quienes hacen algo, por poco que sea, para frenar la marcha de una especie estúpida hacia la destrucción del planeta que habita. Curiosamente, según investigaciones de otro tipo de disciplinas, mientras más se preocupa la especie humana por conservar el territorio en el que vive, parece que menos individuos de esa especie se preocupan por la humanidad de su alma. Cada vez son más los individuos con apariencia de personas que parecen prescindir de las potencias que distinguen a un ser humano del resto de los animales; cada vez son más los que parecen haberse estancado en la evolución de su alma hacia la plena humanidad, dejándola, por ejemplo, en el estadio del alma de un burro. 

Los Estados Unidos de América siguen ofreciendo en todos los campos evidencias que alcanzan resonancia internacional y que mueven a millones a la imitación. La semana pasada, ese gran país tan imitado proporcionó al mundo noticiones que atestiguan la veracidad de lo afirmado en el párrafo anterior, revelando de golpe la burricie de la mayoría de los hombres, machos y hembras. Esas noticias confirmaban la inconsistencia de la democracia americana y el peligro real y próximo que amenaza con destruir a esa democracia de por sí defectuosa, más defectuosa que la mayoría de las democracias existentes. Esas noticias cayeron en todo el país y parte del extranjero como bombas fétidas, pero lo que más sorprende es la sorpresa que produjeron en la mayoría y que los analistas políticos manifiestan en todos los medios sin ambages. ¿Qué sorprende a la mayoría? Los Estados Unidos no ha sido nunca un país auténticamente democrático. Entre otros asuntos no menos trascendentes, su sistema electoral no se ciñe al voto popular, por lo que los cargos electos no representan a la mayoría de los votantes. Sorprende, en todo caso, que esta horripilante realidad se haya mostrado por primera vez en cueros  ante todo ciudadano mentalmente normal. De pronto, el Tribunal Supremo otorga a cada uno de los cincuenta estados la facultad de consentir o prohibir a las mujeres el derecho a decidir las circunstancias de su maternidad e impide a la Agencia para la Protección del Medio Ambiente que exija a las empresas cambiar del carbón a fuentes de energía renovable. Estas decisiones y otras por el estilo que se temen, son posibles por la mayoría de jueces conservadores, algunos trumpistas, que desequilibra al Tribunal Supremo y afecta, por ende, a la Constitución y a la democracia del país. De pronto, una testigo confirma al comité que investiga el asalto al Capitolio del 6 de enero del año pasado que Donald Trump intentó por todos los medios, legales e ilegales, anular el resultado de las elecciones presidenciales declarándose ganador a pesar de haber perdido y, por lo tanto, presidente durante cuatro años más. Ya no queda duda de que Donald Trump envió a sus seguidores al Capitolio para evitar la confirmación de Joseph Biden como presidente, en lo que pretendía ser un golpe de estado. De pronto, todo el país se entera de que los Estados Unidos de América estuvo gobernado durante cuatro años por un hombre desequilibrado con todas las características de un autócrata de república bananera. Pero lo que más horripila de esa realidad ya incontestable es que ese aspirante a dictador sigue contando con millones de seguidores que aportan a sus arcas personales cientos de millones de dólares para que pueda comprar su triunfo electoral aunque le hayan fracasado todos sus tejemanejes. ¿En qué beneficia a sus fieles la existencia de semejante psicópata? La realidad nos demuestra que cualquier pregunta racional sobra cuando se intenta argumentar con alguien que ha abdicado del uso de su razón.    

Y bien,  esa espantosa realidad nos hace poner mientes en lo que ya está sucediendo en nuestra parte del mundo. Digamos que por imitación, para simplificar el asunto, el trumpismo se extiende por todas partes como una marea negra. ¿A alguien con mente saludable se le escapa la similitud entre los politiqueros trumpistas americanos y los politiqueros trumpistas españoles, por ejemplo? Aprovechando la aritmética de normas que no respetan las mayorías elegidas, el Partido Popular bloquea la renovación del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional. Es decir, se apropia del poder judicial de nuestro país impidiendo que ese poder cumpla su función de servicio a los ciudadanos. Con ese poder atado y bien atado, el Partido Popular y Vox, su excrecencia, dedican sus esfuerzos económicos y de otra índole a asegurarse propaganda favorable en casi todos los medios de comunicación. Trump cuenta con Fox News, Newsmax y otras corporaciones «conservadoras» para propagar sus mentiras y mantener a sus fieles en un trance hipnótico que les impide cuestionar su fidelidad. El Partido Popular y Vox consiguen el mismo efecto aunque por medios aparentemente menos espectaculares. Muchos periodistas y analistas de nuestro país han encontrado la manera de no arriesgar reputación, empleo y sueldo diciendo la verdad, yéndose por la tangente de la equidistancia y el «pero». La equidistancia instila en las mentes de quienes les escuchan la sospecha de que todos los partidos son iguales, y esa sospecha infunde la decisión de no votar.  El «pero» diluye todo comentario positivo sobre los logros del gobierno que se hayan expuesto con anterioridad. Se sabe, sin ninguna duda, que los votantes conservadores no dejan de ir a votar; unos por conveniencia, otros por tradición familiar, otros por miedo al progresismo, otros por haber sucumbido al trance hipnótico inducido por la propaganda. Luego la equidistancia favorece la abstención de los progresistas. El «pero» deja como conclusión un comentario negativo sobre el gobierno progresista para que sea esa conclusión negativa la que se quede en las mentes y prevalezca sobre la noticia de cualquier logro del gobierno que se haya tenido que dar. Ayer la prensa escrita nos ofrecía un ejemplo. Dice un titular: Pedro Sánchez anuncia que hará fijos a más de 67.000 profesionales sanitarios en España. Al que sigue como subtitular: Nuevo enfrentamiento en el Gobierno de coalición por el gasto en Defensa. Conclusión: el gobierno de coalición es una olla de grillos. No puede gobernar bien. No puede durar. Los periodistas y comentaristas salvan su reputación exhibiendo falsa neutralidad mientras observan, a pie juntillas y conscientemente, los consejos de Joseph Goebbles sobre la propaganda política. La equidistancia y los «peros» siempre son defendibles, aunque sea a base de falacias.   

El efecto observable y evidente de todo lo anterior es la polarización, la división de los países en dos bandos. En una esquina, los fieles al «conservadurismo» trumpista incapaces de distinguir una ideología que defiende los privilegios de las élites económicamente más fuertes de otra ideología que defiende los derechos todos los ciudadanos, incluyendo pobres y medio pobres; incapaces de distinguir las  mentiras de la verdad. En la otra esquina, los ciudadanos que creen en la igualdad de derechos y deberes, que conciben la política como gestión de los recursos en beneficio de todos. La lucha entre ambos bandos no tiene una duración prefijada. Las mentiras, las acusaciones, los insultos al contrario de los líderes que confunden, consciente y voluntariamente, la política con el politiqueo van cronificando la división, van convirtiendo a la política en apestada social hasta el punto de prohibirse en ciertas reuniones como tema de conversación para evitar reyertas. Degradar a la política al nivel de obscenidad que no debe discutirse en público produce en el ciudadano normal un rechazo al arte y ciencia que debe garantizar el bien común. Puesto que del gobierno depende la calidad de nuestras vidas, vivir de espaldas al gobierno, a la política, es entregar a otros el poder de administrarnos renunciando a defender nuestros derechos, a defender, por encima de todo, nuestra libertad. Es lo que pretenden los fascistas.

Dicen las encuestas que a millones de americanos no importa tener un presidente que viole la ley. Dice la realidad que a millones de españoles no importa votar a un partido condenado tres veces por beneficiarse de la corrupción. Un rápido análisis del asunto lleva a la conclusión de que millones de personas excusan y hasta admiran al listo que sabe defraudar a los tontos beneficiándose de su debilidad mental. Pero un análisis más profundo revela un pozo sin fondo, un agujero negro en el que desaparece todo vestigio de humanidad.

Ayer, fiesta nacional en los Estados Unidos, un individuo se convirtió en francotirador disparando contra las personas que participaban en un desfile de conmemoración del Día de la Independencia. En todos los medios, los programas de noticias y de comentarios políticos se centraron en el suceso emitiendo vídeos, declaraciones de las autoridades y entrevistas a testigos. Uno de esos testigos condensó en pocas palabras todos los males de este mundo, todos los males que revelan el peligro de extinción del género humano. Era un veinteañero con pinta de burgués saludable que caminaba por una acera junto al desfile cuando empezó el tiroteo. La periodista le pregunta qué sintió viendo a los hombres, mujeres y niños desplomarse en la calle al recibir el impacto de las balas. El joven contesta que son cosas que pasan. La periodista le pregunta si el suceso afectará sus vacaciones. El joven, impertérrito, contesta que no, que no es asunto suyo. 

Son millones los que creen que la política no es asunto suyo, que no es asunto suyo la defensa de la democracia, de las libertades de todos incluyendo a todos, que no es asunto suyo el sufrimiento del prójimo. Son millones los que habitan este mundo sufriendo, sin saberlo, la desnuda soledad del egocéntrico. Naturalmente, quien no encuentra en su alma ni un vestigio de empatía carece del alivio que proporciona confiar en la compasión de los demás. Ese joven tan conforme con las cosas que pasan como pasan no intentará modificarlas, no intentará mejorar el mundo en el que habita. Solo, pavorosamente solo, vivirá engañándose con la compañía virtual que le ofrecen las pantallas; convertirá su vida en un metaverso hasta que las pantallas se apaguen.  

Aún quedan millones al otro lado del cuadrilátero que no se resignan a la extinción de la especie humana; que no se resignan a la helada soledad de quien ignora al prójimo. De esos millones pende la esperanza de todos.     

Encima de burros, apaleados

Recuerdo un dicho de mi madre: «Encima de burro, apaleado». El dicho asalta mi memoria cada vez que leo o escucho en algún medio  que, según las encuestas, en Andalucía gana las elecciones el tándem PP-Vox. Es cierto que, como dije en mi artículo anterior, las sociedades se están derechizando en el mundo entero, y que el fenómeno se debe a una mayoría que ha conseguido ascender de pobres a medio pobres gracias a una nómina que les permite endeudarse para creerse ricos. Tristísima manifestación de un autoengaño que convierte a millones de personas en moluscos gasterópodos con facultades y emociones encerradas en una concha que protege su egoísmo. 

Vivir en un engaño permanente atrofia la razón por falta de uso. La razón, atrofiada, acepta que el egoísmo se traduzca como un inmoderado y excesivo amor a sí mismo, lo que, prescindiendo de los adjetivos, es condición indispensable para lograr la felicidad. La adjetivación confunde. Amarse y, por ende, respetarse a sí mismo, es imprescindible para vivir a gusto con la persona que tienes que convivir toda tu vida durante todas las horas de tu vida, de acuerdo. Pero el egoísmo no tiene nada que ver, ni de lejos, con el amor. Egoísmo es vivir permanentemente en un estado de yoísmo que impide ver y comprender los intereses de los demás, y esa ignorancia del otro impide ver y comprender los auténticos intereses de uno mismo; impide vivir en un estado de felicidad permanente. 

El egoísmo convierte a quien lo padece en un burro según la segunda acepción del diccionario: persona bruta e incivil; bruta por necia, torpe, tosca; incivil por falta de cultura, de educación, por grosería. El egoísta carece de empatía, y siendo la empatía un sentimiento que distingue exclusivamente a los seres humanos, su carencia revela que la persona no ha evolucionado a la categoría de ser humano. El egoísta tiene su razón atrofiada por falta de uso. El egoísta es, por lo tanto y en realidad, un burro, en esa segunda acepción del término.

Que alguien creado para llegar a ser humano se quede en burro parece un fracaso de la creación, a menos que la persona que de ese modo se estanca se haya estancado por su propia voluntad; la voluntad de no plantearse nunca para qué ha venido a este mundo. El planteamiento lleva a una deducción muy sencilla. El ser humano posee las cualidades necesarias para ser feliz aunque circunstancias adversas le impidan sentirse alegre. La alegría, el júbilo es un sentimiento pasajero, como una fiesta. La felicidad es un estado permanente que ninguna circunstancia puede alterar porque nace y se nutre del amor y el respeto a uno mismo.

Las actuales circunstancias políticas en la mayor parte del mundo amenazan convertir a la mayoría de los ciudadanos en burros. La amenaza está sumiendo a los seres humanos en reflexiones lóbregas. 

La primera potencia mundial estuvo a punto de perder las libertades y derechos que garantiza la democracia el 6 de enero de 2021 cuando una horda de burros muy brutos asaltaron el Capitolio de los Estados Unidos para alterar el resultado de las elecciones y mantener en el poder a un burro más bruto que todos juntos dispuesto a instaurarse como dictador vitalicio en la democracia más antigua. Donald Trump y la horda de sus seguidores fracasaron en ese intento, pero están dispuestos a volverlo a intentar en las elecciones de 2024. ¿Qué les garantiza la posibilidad de triunfo? La derechización de millones de egoístas a quienes no importan en absoluto la igualdad y la justicia social; egoístas incapaces de pensar que un día pueden ser ellos quienes necesiten leyes de igualdad y justicia que les permitan vivir dignamente.

En Madrid, a una mayoría de egoístas no importó en absoluto que las políticas de una mujer aún más egoísta que todos juntos negara asistencia hospitalaria a miles de ancianos enfermos de covid, por dar solo un ejemplo de su gobierno inhumano. La agonía de esos ancianos en residencias supera las escenas más truculentas de una película de terror. La mayoría de los egoístas votó en las elecciones para confirmar a esa mujer en el poder prescindiendo de la falta de humanidad que demostraba su voto. 

Hoy, dicen las encuestas que la mayoría de los egoístas andaluces votarán para que siga en el poder un hombre que echó a miles de sanitarios de la sanidad pública poniendo en peligro la vida de enfermos que carecen de asistencia médica por falta de personal; por dar solo un ejemplo de su gobierno inhumano. 

Los seres auténticamente humanos se preguntan qué está pasando; se preguntan si tantos millones en el mundo entero están dispuestos a renunciar a su humanidad o han llegado a tal punto de burricie que ya ni saben lo que la cualidad humana exige. Lo que menos se entiende es que esos burros ni siquiera puedan detenerse a considerar que al entregar el poder a partidos con ideas inhumanas, se arriesgan a convertirse ellos mismos en víctimas de esas ideas. Lo que menos se entiende es que tantos quieran vivir como burros a merced de dueños brutos. Lo que menos se entiende es que, encima de burros, quieran vivir apaleados. 

Al carajo las encuestas

Debate decisivo. Canal Sur

Habrá quien, fuera de Andalucía, ignore a las elecciones andaluzas por considerarlas un asunto extraño a sus intereses. También hay quien, por lo mismo, las ignora aún viviendo en territorio andaluz. Mientras, en la nube negra en la que se refocilan las fuerzas malignas que están amenazando al mundo entero, estallan risas de película de vikingos en una escena de plena borrachera. Se ríen de nosotros, se ríen de los que van por la vida creyéndose algo sin darse cuenta de que, para los reyes de las finanzas, solo somos bufones reemplazables. 

Todos los analistas de la realidad sociológica y política coinciden en que los ciudadanos con derecho a votar se han derechizado. Prescindiendo de explicaciones filosóficas y psicológicas y sociológicas y de cifras y de cuanto solo pueda interesar a especialistas, la aparente derechización de sociedades diversas puede observarla cualquiera, por poca luz que tenga su entendimiento, a simple vista de pájaro. Parece una moda, como la de los vaqueros rotos o descosidos. 

A finales de los años 60 del pasado siglo, la moda era la revolución. Las sociedades empezaron a izquierdizarse. Lo moderno era  transgredir las normas que habían impuesto hasta entonces sociedades clasistas. Pero la moda es cíclica; tiene que serlo porque no hay diseñador capaz de producir novedades sin límite. De repente, alguien tuvo la brillantísima idea de inventar la tarjeta de crédito y las vidas de casi todos dieron un vuelco. El nuevo siglo empezó a imponer una moda vieja con ciertos detalles que la hicieran pasar por nueva. Volvieron los vaqueros rotos que habían hecho furor en los 90, pero volvieron de marca y caros para que nadie los confundiera con los pantalones gastados de un obrero. Las tarjetas de crédito permitieron a las masas acceder a ese lujo y al lujo de sentirse burgueses y distinguirse del montón por su observancia de la moda y su capacidad de cambiar de coche y de ir de vacaciones a algún lugar más o menos remoto en el que creerse ricos por unos días gracias a a la indolencia que suponían a los ricos. 

Mientras, los banqueros se reían, se ríen, calculando ingresos multimillonarios procedentes de los medio pobres que se tienen por medio ricos gracias a tarjetas de crédito y préstamos. Las cifras de empleo van bien y eso significa que van bien las nóminas ingresadas en bancos y eso significa que, amparados por esas nóminas, los del montón podrán seguir endeudándose para seguir creyendo que pertenecen a una clase superior. De esa ilusión crecen las fortunas mareantes de banqueros y de quienes venden productos que atraen a millones de medio pobres que se endeudan para comprarlos, para sentirse miembros de esa nueva clase global de quienes empeñan sus vidas para pasar por acomodados. Es muy probable que de esa nueva clase haya surgido la derechización.

Con los pies en la tierra y sin dejar que la mente se ponga a elucubrar sesudas explicaciones, cabe responder sencillamente a una sencillísima pregunta. La derechización, ¿qué tiene de malo? Si uno se lo pregunta a los millones que por el mundo entero asisten a mítines de politiqueros de las llamadas derechas y ultraderechas, dirán que nada y que al contrario. La gestualidad de un Donald Trump, por ejemplo, con movimientos de labios y cabeza dieciochescos, algo afeminados, extravagantes en un cuerpo de su envergadura, y los disparates y  barbaridades que dice resultan más divertidos que cualquier espectáculo. No es lo mismo ver y oír a un comediante esforzarse por un sueldo para hacer reír, que ver y oír a todo un político soltando paridas con gestos estrambóticos, máxime si es presidente de alguna parte. Y aunque todavía no sea presidente. En nuestra Andalucía, sin ir más lejos, acabamos de tener una demostración. Abascal, o los asesores de campaña de Vox, tuvieron la brillante idea de traer a Georgia Meloni, italiana ex ministra en uno de los gobiernos de Berlusconi y presidenta de varias juventudes fascistas, como estrella en un mitin de Macarena Olona. Puse vídeo del mitin. Empezó la señora con una voz tan baja y suave que me costó oírla. Acerqué mi oreja al aparato por el que sale el sonido y de pronto la individua suelta un grito que descontrola mi mano y me doy en todos los dientes con mi taza de té. Chilla, no para de chillar al punto que parece que le va a dar algo. Que sí y que no, dice. Que sí a la familia natural y que no al lobby LGTBI; que sí a la identidad sexual y no a la ideología de género; que sí a la cruz y que no a la violencia islamista; que no a la inmigración, que sí a la vida y que no a la muerte. La honestidad me exige decir la verdad y la digo con perdón. Los chillidos y los síes y los noes de aquella mujer hicieron retumbar en mi mente una sola palabra: joder. Una palabra que siguió retumbando como un eco mientras veía a cientos, o eran miles, de asistentes ponerse de pie y empezar a aplaudir y a gritar tan rabiosamente como un forofo tras un gol de su equipo. Cuando los gritos se apagaron, agradecí el aire de mi ventilador y el efecto del fumarato de bisoprolol que me había tomado poco antes de que empezara el escándalo.  

¿Qué tiene de malo la derechización? Dicen las encuestas que en las elecciones andaluzas del 19J la mayoría votará por los que aplauden los síes y los noes de la italiana y de sus correligionarios españoles. ¿Y eso qué significa? Eso significa fanatismo, intolerancia, pérdida de libertades y derechos.  Pero no será para tanto. Dicen las encuestas que el que va a ganar es un señorito muy bien vestido, simpático, comprensivo, muy preocupado por la gente, dice. Dicen que si no gana con votos suficientes gobernará con los de la que chilla, pero eso está por ver. Por lo pronto, a millones de medio pobres con créditos que les maquillan de medio ricos no les queda otra que votar por el señorito tan educado que viste tan bien porque ese voto es como el carnet de miembro de la clase global de acomodados. Hoy no está bien visto votar por un partido que lleva en sus siglas lo de Obrero por más que sus políticas beneficien a obreros. Los obreros son de una clase inferior. Hoy no está bien visto ir predicando justicia social. Eso es de los que pasan su tiempo libre en ONGs porque no pueden permitirse otra cosa. Hoy se lleva el individualismo, dicen en la radio, porque en el fondo todo individuo es un emprendedor y emprender empieza por conseguir una buena nómina que se pueda estirar hasta que llegue el éxito definitivo con una buena pensión.

¿Que qué tiene de malo la derechización? Para los ancianos enfermos que murieron desatendidos en residencias madrileñas, por ejemplo, nada. Muertos están y, total, ya habían vivido. La derechización entronizó a una mujer joven y saludable que gracias a su gracia chulona  está haciendo a la capital de España más famosa que el chotis de Agustín Lara. Pero no hay médicos. ¿Y quién quiere oír hablar de médicos? Vencida la pandemia, los enfermos vuelven a ser una minoría, y las minorías no ganan elecciones. ¿Es por eso que el señorito que aspira a renovar su mandato como presidente de Andalucía no se lo pensó mucho para echar a miles de médicos cuando se dio a la pandemia por vencida? Exacto. ¿Y todos esos que se quedaron sin médico y tienen que esperar meses por asistencia, por un diagnóstico, por una intervención? Enfermos, o sea, minorías. ¿Pero no dice el señorito que le importa la gente? La gente viva, saludable, con edad y con ganas de votar por quien es la quintaesencia del señorito de buena familia para que, en el momento de depositar el voto, el votante se sienta miembro bona fide del gran club universal de las derechas.

La palabrota que me sacó el espectáculo de la fascista italiana me sigue dando vueltas en la mente cada vez que intento reflexionar. Dicen las encuestas, me repite, además, la aguafiestas que llevo dentro con su irreductible racionalidad. Al carajo, le responde la que dentro de mi quiere seguir creyendo en un mundo en que la mayoría haya evolucionado al nivel de ser humano. Las encuestas no son infalibles; es más, raras veces aciertan. Aún quedan días para animarse pensando que un votante no tiene por qué confundir unas elecciones con un partido de fútbol; que un votante ante la urna sabrá que se juega su propio bienestar y el de su familia durante los siguientes cuatro años. 

Hoy, Andalucía guarda el secreto de lo que será el futuro de los andaluces. Para no escuchar voces agoreras, mi memoria me canta, con la voz cristalina de mi madre, la «Andaluza» de Granados que me cantaba cuando era muy pequeña: «Andalucía, sultana mora. Reina del día que ríe y llora…Alma de España que guarda en su entraña amor». Al carajo las encuestas. 

Como en un partido de fútbol

Dos días después de la fiesta con borrachera que vivió un sector del país durante la visita del rey emérito, Don Juan Carlos I, aún dura la resaca. Fiesta de la prensa del corazón y de otros medios que se cordializaron para regalar a los españoles el recuerdo de la época luminosa en que los reyes y los príncipes se paseaban por calles y mares dando a nuestra España un toque de distinción aristocrática, con una familia real monísima y encantadora, ejemplo de familia bien avenida. Pero aquella era otra época. La fiesta que empezó el jueves 19 de mayo con la llegada a España del rey jubilado fue una fiesta de tercera, como corresponde a nuestros tiempos; tiempos iconoclastas en que se ha depuesto la excelencia para entronizar a la estupidez.  

La estupidez reinante, en nuestro país y países afines, se caracteriza por la división en dos tribus conducidas por líderes irreconciliables. En un bando, los que exigen devoción a los dioses antiguos, a sus leyes y a sus normas. En el otro, una hornada de protestantes, creadores modernos empeñados en convertirse en dioses de una nueva realidad. A la triste fiesta de la llegada del rey depuesto asistieron de lejos las dos tribus, cada cual por su lado y sin mezclarse, para que la plebe viese con toda claridad que España, como todos los países importantes,  es un país dividido como mandan dioses y demonios. Quienes tienen la suerte o la gracia genética o divina de pensar sin imposiciones tribales se preguntan, como el genial humorista que fue Eugenio, «¿Hay alguien más?» Parece que entre una tribu y otra hay un grupo de personas libres de dogmas que viven hincando los codos para sacar al país adelante. Pero, por lo que se oye y se ve, el trabajo de este grupo no interesa a nadie. Las dos tribus imperantes lo ponen a parir por cualquier motivo y a todas horas porque su manía de trabajar delata la ociosidad de los líderes de las tribus. Los medios lo detestan porque aburre. Los que aburren no han ido  a la fiesta. 

La visita de Juan Carlos prometió a periodistas, comentaristas y tertulianos un fin de semana sin aburrimiento. Los de la tribu de los antiguos entonaron alabanzas al antiguo régimen y al egregio monarca que modernizó el país. Pero cómo, ¿no le consideraban antes traidor por renunciar a los valores del papa español que llamó a la cruzada nacional contra los infieles demócratas? ¿No se considera anatema cuanto tenga que ver con la modernización? En otros tiempos. Ahora se trata de defender a la sagrada y muy antigua institución de la monarquía, baluarte de valores eternos como la predominancia del macho sobre su costilla, el matrimonio indisoluble y único entre hombre y mujer, la educación de los niños en el respeto a los valores eternos de quienes defienden los valores eternos de la patria. Eso es lo que exigen los tiempos modernos bajo la férula de los defensores de la antigüedad. Y el rey reinante, ¿qué tiene que ver con todo eso? Todo eso lo cumple sirviendo de ejemplo a la sociedad. ¿Y su padre? De su conducta no se habla. Por infiel y corrupto, su  historia resulta más propia de ser comentada por la tribu de los protestantes. ¿Y qué le van a criticar? Al rey jubilado no se le puede culpar por tener queridas; la infidelidad es costumbre avalada por los siglos y signo, además, de opulencia. Al rey jubilado se le hubiera imputado un rosario de delitos económicos de los cuales sí se le habría podido culpar si no fuese por inviolabilidad y prescripciones. Y como estamos en una democracia, lo niegue quien lo niegue, de esa culpabilidad imposible se han agarrado los de la tribu protestante para denostarle por haberse atrevido a pisar suelo español y navegar en españolas aguas como si no se hubiera embolsado millones extranjeros por su condición de rey y no se hubiera dignado a pagar impuestos por sus ilícitas comisiones. 

Y en esas estamos aunque ya hace días que el jubilado volvió a su exilio. Aquí, los protestantes siguen repitiendo que Juan Carlos se ha burlado de los españoles a los que, al menos, debería explicar su enriquecimiento. Hasta el grupo de los que trabajan por España gobernando repiten lo mismo para que les dejen gobernar en paz. Y el que piensa se pregunta si hay algún español del montón a quien interese escuchar las explicaciones del emérito. Los periodistas no se lo preguntan por miedo a quedarse sin la última escena de la comedia, aunque una periodista hubo con arrestos suficientes para  preguntarle al mismísimo rey jubilado si iba a dar explicaciones. Juan Carlos, tan campechano y espabilado como siempre, le respondió con otra pregunta: «¿Explicaciones de qué?» Pregunta cargada de razón y de razones.  

Nadie quiere explicaciones de cómo se pergeñaron proyectos y se acordaron comisiones entre tecnócratas, políticos y amigos del rey. ¿A quién le va a interesar semejante maraña teniendo que exprimirse los sesos cada mes para cuadrar la economía doméstica? Tampoco importa a quien se interesa por algo intelectualmente más sustancioso que los recibos habituales. ¿Explicaciones de qué? ¿De cómo se enriquecen y eluden impuestos los millonarios? La historia es tan vieja como la invención del dinero y de los impuestos. Quien se interese por el asunto a pesar de su obsolescencia puede acudir a los múltiples juzgados que en este país siempre tienen algún caso de corrupción que tratar. 

Hay muchos asuntos que requieren explicaciones, sí; asuntos de rabiosa actualidad, como se dice, que afectan a todos los españoles. Por ejemplo, ¿qué tiene en la cabeza el que se lanza a golpes o con navaja en mano contra una pareja de homosexuales que se atreven a manifestar su cariño como si fueran heteros? ¿Envidia, tal vez? ¿Y qué tiene en la cabeza el que, sabiéndose homosexual, vota a las derechas que condenan la homosexualidad? ¿Ansias de redención? Y por ejemplo, ¿en qué están pensando los padres de un chico condenado por violar, solo o con otros, a una niña o a una mujer, a la hora de votar por las derechas que prohíben la educación sexual en los colegios? Y otro ejemplo, ¿qué piensa el que han acusado de violencia machista y espera juicio, cuando vota a las derechas que le convencieron de que la violencia de género no existe? Y otro, el que acaba creyendo que los inmigrantes roban trabajo a los españoles y cometen crímenes execrables que los españoles son incapaces de cometer, ¿en qué piensa cuando vota a las derechas que le toman por imbécil? Y otro ejemplo y otro y otro. ¿Quién tiene que explicar a los españoles que se rigen por valores humanos cómo es posible que millones voten a los líderes de las tribus que intentan llevar a todos a los tiempos de la pre humanidad? Nadie, ni los mismos líderes de esas tribus que de vez en cuando ganan aquí y allá pueden explicarlo porque las explicaciones yacen en el lugar más oscuro y recóndito de la mente de los que votan por su propia destrucción. Y los protestantes y los medios que pretenden observar seriedad dicen y repiten por todas las ondas que el emérito tiene que dar explicaciones de su corrupción; ¡vamos, hombre!

Esta tarde en España, esta mañana en los Estados Unidos, dos decenas de familias lloran la muerte de sus niños y de dos maestros. Hace años, un gobierno demócrata propuso leyes para el control de armas; para evitar que las armas siguieran cayendo en manos de psicópatas asesinos. Esas leyes duermen en un cajón porque los demócratas no tienen senadores suficientes para aprobarlas. De nada servirá que el presidente y su vicepresidenta hayan vuelto a  clamar, al borde de las lágrimas, por que esas leyes se aprueben. Millones de americanos defienden su derecho a portar las armas que les venga en gana, cómo y dónde les venga en gana. Millones de americanos defienden el derecho de los hombres a decidir el futuro de las mujeres. Millones de americanos defienden el derecho de las empresas a no pagar impuestos proporcionales a sus ganancias. Millones de americanos defienden la sanidad privada. Millones de americanos votan por el Partido Republicano, la tribu que en América exige devoción a los dioses antiguos, a sus leyes y a sus normas; la tribu que aún venera de rodillas a un comediante que se hace pasar por reencarnación de las fuerzas destructivas de la mitología germánica: Donald Trump. 

Hoy, un noticiero enseñó a millones de españoles una cola donde varios cientos llevaban doce horas esperando para comprar entradas a un importante partido de fútbol. Cuesta creer que algunos de ellos estuvieran pensando en que les debían una explicación el rey emérito, su hijo, las tribus que los defienden a los dos. Nadie quiere perder el tiempo oyendo, mucho menos buscando explicaciones. A la hora de votar, se va y se vota y se acabó. ¿Votar por quién? Por el que más goles meta al contrario divirtiendo al personal; como en un partido de fútbol. 

La voluntad contra el odio

Shareen Abu Akleh

Hace algunos años, una conversación en mi despacho se convirtió en una conferencia. Mi interlocutora, psiquiatra dotada con una memoria y claridad de comunicación prodigiosas, empezó a hablar de un libro sobre la deshumanización del enemigo que acaparó toda mi atención. Me dediqué a escucharla. Su explicación del texto tenía la fuerza de una racionalidad indiscutible y esa misma fuerza sacudía el alma con los peores presagios. Aceptar sus tesis era aceptar el triunfo del pesimismo más radical. Mi mente se había negado siempre a aceptarlo y aquella tarde se volvió a negar.

El miércoles saltó la noticia del asesinato de la periodista de Al- Jazeera, Shireen Abu Akleh. Una mujer que hacía su trabajo cubriendo una redada del ejército israelí, recibió en la cara un disparo de un soldado para quien ella no era un ser humano; era un enemigo. Otra víctima del odio a sumar en la lista que nos llega cada día de Ucrania. Pero ayer, un vídeo inmortalizó unos momentos que no caben en lista previa alguna. Mientras parientes y compañeros de la periodista asesinada llevaban su ataúd a la iglesia, la policía israelí se lanzó contra ellos a porrazos porque incumplían la prohibición de llevar banderas palestinas. Solo el valor y la fuerza de quienes lo portaban evitó que el ataúd cayera al suelo. 

La expresión de salvajismo infrahumano de las fuerzas de un orden concebido para aplastar enemigos como si fueran insectos parece corroborar las tesis de aquel libro; los peores presagios del peor pesimismo. Pero resulta igualmente indiscutible que nada puede contra la voluntad de creer. Shireen Abu Akleh era cristiana, y a su iglesia llevaban su cuerpo. En la procesión funeraria había gente de todas las religiones y al paso del féretro, tocaron campanas de todas las iglesias. Su funeral acabó siendo una manifestación de unidad; un desmentido a la proclamación falaz de la victoria del odio. 

Las fotos, los vídeos del funeral de la periodista atraparon mi memoria. Me recordé muchos años atrás en Santiago de Chile, pasando algunos fines de semana en casa de unos amigos de mi madre, un matrimonio de ancianos judíos polacos, ambos supervivientes del campo de exterminio de Treblinka. La anciana cantaba canciones populares judías muy antiguas y hacía los postres más deliciosos que he comido en mi vida. Poco después de aquella estancia, me enteré de lo que había sido el Holocausto. Mi experiencia infantil con aquella gente evitó que todo lo que he vivido después me hiciera antisemita. Mi experiencia adulta me ha llevado a ser anti casi nada. Hace pocos años expresé por qué en un poema que es, de alguna manera, mi respuesta a aquel libro que una tarde me explicó tan bien aquella psiquiatra.

Salmo

Será por mi destino de paso errante.

Será que es cierto

que el oscuro mensaje de la sangre

va, como bardo antiguo,

recorriendo los hijos de los hombres.

Será que por vivirme las historias

que escuchaba o leía

creí haberlas vivido.

Será por lo que fuere,

por lo que fuere tengo

el arpa en Babilonia,

la memoria en Sión,

la llama ardiendo

en el rincón de casa donde posan

mis muertos.

¡Oh, Jerusalén! ¿cómo olvidarte?

¿Cómo olvidar la fuerza de tus brazos

exigiendo a la tierra en la siembra;

el estremecimiento de tu alma  

suplicándole al cielo en la plegaria?

¿Cómo olvidar tus lágrimas regando

siempre tierra de exilio?

¿Cómo olvidar tu sangre

derramada en los campos de todos los reinos,

corriendo por las calles de todas las ciudades,

abrumando todas las conciencias?

¡Oh, Jerusalén! ¿cómo olvidarte?

¿Cómo olvidar tus lágrimas, tu sangre

y la sangre y las lágrimas que vierte

tu defensa asesina?

Será, si alguna vez te olvido,

el día en que mi diestra ya no tenga

memoria que la anime.

El día en que la lengua se me calle.

El día en que el último culpable

justifique la última vileza

del último inocente.

De «El reino nuestro». Antología personal

     

Epidemia de estupidez

Parece que se ha superado lo peor de la Covid 19. Ahora, sin pandemia vírica a la que culpar, estalla ante nuestros ojos, oídos, glándulas una epidemia contra la que no hay vacuna ni cura. Los españoles nos enfrentamos a una epidemia de estupidez que puede modificar durante muchos años o para siempre nuestro modo de vida.

Estamos viviendo una situación grave, gravísima, nos dicen. Hace unos días, los catalanes independentistas desayunaron con una noticia publicada en medios americanos que les provocó un ataque de euforia similar al de un ejército victorioso. El gobierno de España les había espiado, decían los americanos, y lo que dicen los americanos no se puede dudar. Los líderes independentistas corrieron a avisar a los medios españoles. Los medios españoles corrieron a ponerles delante micrófonos y cámaras. Por fin un escándalo iba a librarles de la aburridísima rutina de seguir los esfuerzos del gobierno por reconstruir el país. Un escandalazo digno del sufijo «gate», que pulula por el mundo desde hace 50 años ofreciendo a comentaristas la oportunidad de crear un neologismo para casos de espionaje, produjo un palabro doblemente llamativo por su originalidad y su anglicismo. En España surge  otro «gate»; el catalangate, nuevo término  digno de figurar en medios internacionales.

Los líderes independentistas, curtidos en la provocación de escándalos, no decepcionaron. Después de dar la noticia y de decir que aquello era grave, gravísimo, pidieron cabezas con el fervor de jacobinos decididos a instaurar el Reino del Terror. Pero la euforia y la furia revolucionaria les duró menos que un trance místico. No tuvieron tiempo de decapitar a nadie. Con la crueldad habitual del gobierno español, el ministro de la Presidencia salió de repente en televisión diciendo que a la ministra de Defensa y al presidente del Gobierno también les habían espiado. Todos los micrófonos y las cámaras de todas partes corrieron a Madrid. El asunto capitalino era mucho más grave y más noticieramente jugoso que un berrinche provinciano. Hundido, otra vez,  en la humillación del fracaso, Oriol Junqueras volvió a lanzar al aire la amenaza con que salvó su orgullo en el tribunal que le juzgó: «Lo volveremos a hacer». Nadie le hizo caso. Los referendums ilegales, la proclamación de independencia vista y no vista, las manifestaciones multitudinarias, el bloqueo de avenidas y carreteras, el incendio de contenedores y destrozo de mobiliario urbano solo afecta a los catalanes. Que lo vuelvan a hacer. Es su problema.  

En Madrid, micrófonos y cámaras provocan subidones de adrenalina en políticos, periodistas y tertulianos. Lo del presidente y la ministra sí que es algo grave, gravísimo. Tanto así que hasta el partido agregado al gobierno capta la oportunidad de demostrar otra vez ante el vulgo su irreductible personalidad. Salen su portavoz y una de sus ministras destacando la gravedad del asunto y, para no ser menos que los independentistas catalanes, pidiendo cabezas con fervor robespierano. El portavoz no se corta. Pide la cabeza de la ministra de Defensa de España sin medir el peligro de enfrentarse a tal señora. A Margarita Robles nada la turba, nada la espanta, ni siquiera los que registran sus palabras para sacarles punta y convertirlas en puñales. Sus palabras dicen lo que piensa con una firmeza y rotundidad  que pone firmes a quienes la escuchan. La bisoñez del portavoz del partido agregado al gobierno y la de otros diputados que aprovechan la tribuna para ganar en estatura no les permitió considerar el peligro de enfrentarse a tamaña personalidad. Intentaron atacarla y salieron trasquilados. No así los periodistas y analistas políticos. Las palabras de la ministra y las especulaciones sobre su posible decapitación llenaron espacios enteros en todos los medios hasta que los jefes del tiempo dedicado al análisis comprobaron que estaban aburriendo al personal. Había que buscar otro chivo para que no decayera el morbo y fueron a por Paz Esteban, la directora del Centro Nacional de Inteligencia.  

¿Decayó el morbo? Probablemente, no. Como un suflé mal hecho, el grave, gravísimo asunto del espionaje a independentistas catalanes y miembros del gobierno español no consiguió siquiera que el morbo de los espectadores anónimos empezara a subir. ¿A quién puede excitar el morbo una nevera vacía o medio vacía;  una factura que exige pago urgente como la del agua, de la luz, de la hipoteca, del alquiler; un coche que se está quedando sin gasolina; una enfermedad que podría ser de lo peor, pero que tiene que esperar más de un mes para que un médico la identifique; la dependencia de alguien en la familia que exige cuidados todo el día de todos los días? 

Enciende el pobre y el medio pobre la radio para que le acompañe en el primer trajín de la mañana con sus problemas a cuestas, y por el aparato salen voces diciendo que España sufre un problema grave, gravísimo porque alguien ha espiado a catalanes y vascos y a la ministra de Defensa y al presidente del Gobierno y dicen los catalanes que por eso puede saltar el gobierno y desmoronarse la democracia y alguien del mismo gobierno dice que si no dimite todo dios, el gobierno se hunde. Si dimite todo dios, ¿quién va a gobernar? El pobre y el medio pobre le echa una mirada rápida a la radio con una mueca de desprecio. Ese problema grave, gravísimo afecta a otro mundo que no es el suyo.  ¿Qué sabrán esos a los que les  pagan por hablar lo que es un problema grave, gravísimo? Esos a los que les pagan por hablar viven en el mundo de los políticos y su mayor problema es encontrar tela para seguir hablando. 

Son pocos los adultos que no descubren muy pronto la existencia de dos mundos paralelos que parecen converger en circunstancias especiales, pero que, en realidad, no se tocan.  En uno viven los mindundis que para los políticos solo adquieren forma visible cuando hay que convertirlos en votos. En el otro viven los políticos, siempre preparados para soltar discursos y preocupados por encontrar las palabras  más adecuadas para manipular al personal. Entre un mundo y el otro, viven los periodistas, analistas, tertulianos, buscando noticias para animar el cotarro de los unos y de los otros porque en ello les va el sueldo. 

Con lo del espionaje vario, los periodistas, analistas y tertulianos han encontrado un filón. Parece que el presidente del Gobierno no sabía nada; qué mal, ¿no? La ministra de defensa tenía que haberlo sabido, pero como no lo sabía, que dimita. Que dimita también la directora del CNI que tiene que saberlo todo, pero no lo dice. Se sospecha que el asunto salió de Marruecos, pero no se puede pedir la dimisión del rey de allá porque ese rey puede volver a abrir el paso fronterizo por donde pasan  avalanchas de inmigrantes, y volver a cerrar el otro paso fronterizo en el que se apiñan mindundis marroquíes cargados, como animales, de productos para venderlos en territorio español. ¿Por qué será que el presidente del Gobierno quiere apaciguar al rey de Marruecos como sea?  ¿A quién le importan los miles de desgraciados que ven el cielo abierto en cuanto se abre la frontera y los miles de animales de carga que tienen que volver a sus establos sin haber podido descargar porque la entrada al cielo está cerrada y solo les queda el purgatorio del hambre? Lo que importa es que el mundo sepa que los españoles están dispuestos a luchar para que los saharauis sigan viviendo en campos de refugiados cuarenta años más, para que el mundo entero sepa que somos muy buenos aunque tengamos un presidente dispuesto a traicionarles para que el territorio nacional no se vea inundado por infelices marroquíes pidiendo ayuda  y desprovisto de los productos que otros infelices marroquíes nos vienen a vender.

Pero el asunto de Marruecos ya huele a rancio y sabe a ensalada sin aliñar. ¿Cómo se puede mantener la animación de la feria? A lo mejor, si a los periodistas, analistas y tertulianos se les ocurriera empezar a preguntarse quién o quiénes suministraron la información sobre el espionaje a los medios americanos que la publicaron, estallaría otro escándalo más grave gravísimo que el espionaje en sí. Habría tela para cubrir provincias. Pero eso no puede suceder. Si resulta que ese quién o quiénes son personalidades muy importantes, la noticia no saldría de las reuniones de redacción. Podría ser muy peligrosa para el medio que la revelara. Podría quedarse sin subvenciones.

El mindundi llega al trabajo dispuesto a enfrentarse a otro día de problemas de mindundi. La gravedad apocalíptica de la situación del país se queda en los medios como un cuadro terrorífico en un museo del terror. El mindundi se aplica, más o menos, a su trabajo de todos los días y de vez en cuando piensa en las vacaciones, si se las puede pagar. Una noche cualquiera, la televisión le ofrece una encuesta. Parece que, de haber elecciones, podrían ganar las derechas. ¿Y qué? Con el cerebro baqueteado por sus propios problemas y por los escándalos que comentan los medios y que se cuelan en sus neuronas por repetición aunque no le interesen, al mindundi le da lo mismo quien gane en el mundo de los políticos. Si un amigo que se preocupa por enterarse de en qué mundo vive le suelta un sermón sobre la pérdida de libertades y derechos que sufrirían todos si en este país ganan las elecciones los partidos que pasan olímpicamente de las necesidades de los ciudadanos, el mindundi le corta con una razón incuestionable: la política no le interesa. Al mindundi solo le interesa llegar a fin de mes. ¿Y si las derechas se lo ponen más difícil subiendo impuestos a los mindundis y bajándoselos  a quienes el dinero que tienen saca del montón? ¿Y si las derechas derogan todas las leyes sociales que ha promulgado el gobierno, menoscabando la sanidad, la educación, las ayudas a los más vulnerables? No será para tanto, dice el mindundi. Ya ves, dice la radio que estamos en una situación grave, gravísima por lo del espionaje, asunto que no le importa a nadie, y es verdad, estamos en una situación grave, gravísima por la subida de precios. A lo mejor los de las derechas saben cómo bajarlos, y si no, ¿qué más da? Todos los políticos son iguales y nuestras vidas no van a cambiar, manden los unos o los otros. A lo mejor, el día de las elecciones el mindundi decide no ir a votar. ¿Para qué molestarse?

Parece que periodistas, analistas, tertulianos pierden el tiempo, el suyo y el de quienes les leen o escuchan, dando vueltas y más vueltas al último escandalete hasta que llegue otro. Pero saben los que más saben que no es así. Todos ellos con sus discursos más o menos inteligentes, más o menos aburridos, contribuyen a extender la epidemia de estupidez que garantiza la paz social.  

Tiempo de resucitar

Cuesta recuperarse de la tortura de la Semana Santa. 

Cuesta recuperarse de la tortura de las multitudes que asisten embelesadas a espectáculos espantosos. Miles de ojos contemplando la imagen de un hombre coronado de espinas, con goterones de sangre cayéndole por la cara, expuesto al mundo medio desnudo, clavado en una cruz. Miles de ojos siguiendo a la madre del crucificado, cubierta con ricos ropajes entre los que solo sobresale el rostro transido de dolor. Miles de oídos excitados por la música de bandas, por el redoblar de tambores que acompañan al crucificado y a la madre dolorosa. Miles de cuerpos con la respiración entrecortada; los ojos anegados de lágrimas. Miles de mentes con la razón ahogada por las emociones y la satisfacción de haber cumplido con la tradición.

Cuesta recuperarse de la tortura de multitudes encerradas en los cubículos de sus coches esperando durante horas que se mueva la cola interminable de otros cubículos que esperan barrándole el paso por delante. 

Cuesta recuperarse de la tortura de multitudes que hacen cola para subirse a un autobús, a un tren, a un avión. 

Cuesta recuperarse de la tortura de quienes han conseguido llegar a una playa y, tumbados al sol, no dejan de pensar lo poco que les durará el ocio, lo mucho que les ha costado llegar hasta allí y lo mucho que les costará volver a la rutina diaria, retorno tal vez agravado por un préstamo.

Cuesta recuperarse del esfuerzo de tantas multitudes por creer que se lo han pasado bien y que, cuando llegue el verano, se lo pasarán igual de bien aunque no haya procesiones y para ver crucificados, tengan que visitar alguna iglesia o algún museo. También es bonito, aunque sin bandas ni tambores. Cuando el presente no gusta, queda imaginar un futuro mejor.

Cuesta recuperarse, pero pronto se aprende que la vida es una lucha constante por recuperarse de contratiempos más o menos graves. A algunos les sirve de consuelo pensar que hay muchos que no se pueden recuperar; no en este mundo. Ese pensamiento sirve para agradecer la vida que nos sigue ofreciendo otra oportunidad. 

Estamos vivos. A veces preocupados y tristes por lo que nos cuentan los medios, por todo lo que tenemos que superar en un mundo que no quiere creer que fuimos creados para ser felices o que no sabe cómo cumplir con el propósito de la creación; a veces horrorizados ante tanto horror creado por el hombre. Pero estamos vivos. Otros tienen que vivir temiendo la muerte hasta que algo o alguien les detiene el cuerpo para siempre.

Sabiendo que la política no me podía ayudar a recuperarme, mi voluntad se empeñó en recordarme unos versos de mi antología personal; cuatro cosas de la guerra que me contó mi madre y que mi alma transformó en poemas. Hoy vuelven a mi memoria con las imágenes de Ucrania, de todas las ucranias que siempre hay por el mundo; de todas las madres, los padres, las hijas, los hijos cuyos cuerpos tal vez sobrevivan a las atrocidades de esas guerras, pero cuyas memorias llevarán grabadas hasta que dejen de vivir.

EL TROMPO

Los ojos giran, quietos,
por el mundo que gira,
libres, eternos.
Sueña el niño.
Callemos.

LA FUENTE
A los niños de Gaza, Sarajevo, Pristina, Freetown, Madrid, Barcelona, Guernica, Yemen, Ucrania, etc.

I

Dejó de manar la fuente.
El hambre y la sed se abocan
a las fosas desbordantes
de despojos.

En el muro acribillado
los niños buscan tesoros
y dibujan calaveras
con tizones.

Por los sembrados de cruces,
con las Hidras y las Furias,
los niños juegan cantando
sus venganzas.

Los niños, sobre los huesos,
se acuestan con los fantasmas.
Les lleva el sueño a las sombras
donde blasfeman los ángeles.

II
La fuente vuelve a manar.
Se acercan las bocas ávidas.
Los niños dan a sus hijos
su chorro de hiel y lágrimas.

Y los hijos de los niños
juegan por los mismos campos
con las mismas compañías
cantando los mismos cantos.

III
Vuelve la fuente a agotarse
y vuelven la sed y el hambre
a las fosas desbordantes de despojos

IV
Y vuelve a manar la fuente.
Y vuelven, vuelven y vuelven.

CANCIÓN DE LA NIÑA SOLA
A aquella España, a aquellos niños

I
Mirando la calle
la niña cantaba:
“La gente es color
que te alegra el día
y hace compañía
lejos del balcón.”

La niña cantaba
mirando el torrente:
“Por la calle bajan
banderas, carteles,
carruajes de plata,
fusiles, juguetes,
sábanas con cuerpos,
zapatos con pies,
cajitas con huesos,
sombreros con sesos.
¡Qué bonito es!”

La niña cantaba
a la procesión:
“En cruz de oro y plata
va nuestro Señor,
su Madre enjoyada
y el cuerpo de Dios
en urna redonda
entre rayos de sol.
Le siguen señores
con ricas estolas,
otros de uniforme,
otros con sus ropas
de gente de bien.
Y guapas señoras
y niñas muy monas.
Qué bonita es
la calle tan limpia,
con tanto color
que te alegra el día
y hace compañía
lejos del balcón.”

No bajes, no, no.

TODAVÍA
A los hijos de los niños de la guerra

Todavía
alguna vez con ella me despierto
entre paredes grises y desnudas
al asombro de unas mañanas quietas
sin voces, sin olores, en penumbra.

Todavía
acompaño su triste desconcierto
por el pasillo, la cocina helada,
las puertas que limitan el encierro
donde se vuelve noche la mañana.

Todavía
salgo con ella y su esperanza al patio
por si han vuelto los niños y los juegos,
los cantos y las risas, los geranios,
la ropa al sol, los gatos y los perros.

Todavía
me sorprendo con ella en un desierto
rodeado de puertas atrancadas
y me da miedo la quietud y el miedo,
y con el miedo vuelvo a entrar en casa.

Todavía
prendo con ella el oído ansioso
a la caja de voces de otro mundo
dibujándoles cara y, con sus ojos,
contemplo los dibujos sobre el muro.

Todavía
me alerto con su cuerpo a los aullidos
que estremecen los cielos y la tierra
y corro con su cuerpo perseguido
por nubes de rapaces gigantescas,

con el alma prendida a los zapatos,
con el terror mordiéndome las piernas.
El pavimento es duro, lento, largo.
El refugio parece que se aleja.
El mundo corre, se derrumba al lado
y por donde iba Dios, la muerte vuela.

Todavía
vuelvo con ella a la casa oscura.
Entra la noche por el techo abierto
y hay luna y hay estrellas, pero mudas,
y el silencio del patio está en el cielo.

Todavía
vivo sus hambres, su dolor, su miedo
con el miedo, las hambres y el dolor
de aquella que vivía hambres y miedo
y dolor con el dolor, las hambres
y el miedo de sus muertos.

Todavía…

Exterminadores

Pues bien, como predecían las encuestas, Marine Le Pen quedó en segundo lugar en las elecciones francesas, lo que le permitirá competir con Emmanuel Macron en la segunda vuelta, el 24 de abril. Todos sabemos que Le Pen, como tantos correligionarios suyos en Europa y América, predica las ideas de la extrema derecha ventilando xenofobia, misoginia aún siendo mujer, homofobia y otros horrores paridos por el odio. Nada insólito hasta aquí. Lo que sorprende,  lo que escapa a la razón es que a Le Pen le votaron ayer  8,136,369 franceses. ¿Tantos franceses hay torturados por la progenie del odio? La pregunta me lleva a California, donde una señora, aparentemente normal, se presenta a las elecciones para Secretaria de Estado por el Partido Republicano obedeciendo al mismísimo Jesús, Hijo de Dios,  que se apareció a ella y a su hijo dentro de su armario  llevando un rollo con sus instrucciones en la mano, como ella misma contó en un programa de televisión. El relato de esta aparición sobrenatural llevó a un prestigioso analista político a cuestionar la salud mental de la señora. Pero, ¿no sería más preciso cuestionar la cordura de los compañeros de partido que votaron por su candidatura y la cordura de los militantes que llenan sus mítines?

La democracia sufre en el mundo entero la amenaza de politiqueros populistas, corruptos, autocráticos. Lo estamos viviendo. Ya no hay analista serio que no enuncie esta pavorosa realidad. Sin embargo, no es esa ralea de individuos la que pone en peligro la libertad y el bienestar de los ciudadanos. El peligro mortal que en las democracias nos amenaza a todos es la cantidad creciente de votantes que, por diversos motivos, votan por politiqueros populistas, corruptos, autocráticos, entregándoles el poder para que hagan con nuestras vidas lo que más convenga a las suyas. Cuando esos votos irracionales otorgan la mayoría a un candidato sin empatía ni valores humanos, es decir, a un psicópata, el ciudadano empieza enseguida a sufrir las consecuencias de un maltrato que trasciende el ámbito doméstico afectando a los hogares de todos los pobres y medio pobres; afectando a las mujeres; afectando,sobre todo, a los diferentes, a los extranjeros. Cuando un psicópata de esos llega al poder, su acción destructiva se concentra sobre los ciudadanos más vulnerables porque es de ellos de los que logra extraer mayores beneficios. La pregunta que urge responder es cómo consigue ese voto el psicópata que amenaza destruir las vidas individuales y la convivencia social. 

El psicópata integrado, el que no se distingue por asesinatos en serie y otros delitos que los medios destacan en sucesos, destruye lentamente la autoestima de su víctima alimentando su ego  con la humillación constante del otro hasta acabar con la vida de su mente y de sus ganas de vivir. No es una asesinato violento; es un asesinato oculto, silencioso que por ello suele resultar impune. El psicópata integrado pasa inadvertido en sociedad porque su conducta no excede de parámetros considerados normales y hasta pueden pasar por excelentes personas, socialmente encantadoras. A esos psicópatas apelan los discursos populistas de los autócratas. Siendo los autócratas personalidades psicopáticas también, poseen la inteligencia que les permite desarrollar en grado sumo la habilidad de la manipulación consustancial a este tipo de psicopatía. 

Para explicar los votos que reciben los populistas que se presentan a elecciones con ideología fascista o sin ideología ni programa definido, los analistas recurren a la ignorancia del votante, a su malestar ante los problemas del país y a su pérdida de confianza en la política de los partidos convencionales. Estas explicaciones responden a un análisis sin duda racional, pero se quedan en la superficie. Ninguna persona psicológicamente equilibrada intenta mejorar su situación económica y social votando por el candidato de un partido sistémicamente corrupto o cuya ideología garantiza la utilización de los impuestos para beneficiar a empresas privadas ignorando la necesidad de los servicios públicos. Ninguna persona psicológicamente equilibrada vota por el candidato de un partido que predica el miedo y el odio al extranjero instilando sentimientos tóxicos y sensación de inseguridad. Ninguna persona psicológicamente equilibrada, hombre o mujer, vota por el candidato de un partido que niega el derecho a la igualdad de hombres y mujeres y que niega la libertad de hombres y mujeres para emparejarse según su santa voluntad con personas del mismo sexo. Ninguna persona psicológicamente equilibrada vota por el candidato de un partido que niega, de un modo u otro, la libertad, las libertades que garantiza la democracia. La única explicación que apunta al núcleo del problema no es, por lo tanto, ni política ni sociológica. Los millones de votos que obtienen candidatos fascistas, sean de extrema derecha o extrema izquierda; el constante incremento de votos de partidos fascistas en todo el mundo actual responde a causas psicológicas, por lo que son los psicólogos y psiquiatras, no los analistas políticos, los que pueden aportar soluciones a este gravísimo problema que nos afecta a todos. 

Al carecer de la empatía que hace de la persona un ser humano, el candidato psicópata ignora a quienes no le reportarán otro beneficio que votarle y solo les tendrá en cuenta para manipularles con mentiras durante sus campañas electorales y sus mandatos. En situaciones más o menos normales, suelen aumentar la pobreza de los que no son ricos negando toda asistencia pública; en situaciones extremas, llegan a provocar guerras cuando consideran que pueden beneficiar sus intereses. Al carecer de la empatía que hace de la persona un ser humano, el psicópata no ha llegado al grado de evolución que puede considerarse humanidad. Enfocando, pues, el problema desde una perspectiva antropológica, los psicólogos y los psiquiatras son los únicos que podrían encontrar una solución a los trastornos de candidatos tóxicos y a los trastornos de aquellos que les votan. Por ejemplo, el fenómeno fue estudiado por el psiquiatra polaco Andrzej M. Łobaczewski que sí llegó a conclusiones profundas sobre el modo en que los autócratas influyen en el avance de la injusticia social  y cómo se abren paso hacia el poder. Dice en su obra más importante que la autocracia, que él llama patocracia por su origen patológico, es una enfermedad de grandes movimientos sociales seguidos por sociedades enteras que, durante la historia, ha afectado a movimientos sociales, políticos y religiosos, al igual que a las ideologías que la acompañan, convirtiéndolos en caricaturas de sí mismos.

No habíamos salido de una depresión apabullante cuando nos cayó encima una pandemia que, de un modo u otro, nos ha afectado a todos; que a todos nos amenaza con convertirnos en caricaturas de lo que fuimos. Todos necesitamos en mayor o menor medida, tratamientos que nos permitan recuperar nuestra humanidad; es decir, el uso correcto de nuestra razón y la empatía que nos permite vivir como seres humanos en sociedades humanas. La cualidad humana es lo único que puede vencer a los exterminadores de la democracia, de la convivencia en paz, en unión, en auténtica libertad consciente de nuestros derechos y solidaria con los derechos de todos los demás.