Como en un partido de fútbol

Dos días después de la fiesta con borrachera que vivió un sector del país durante la visita del rey emérito, Don Juan Carlos I, aún dura la resaca. Fiesta de la prensa del corazón y de otros medios que se cordializaron para regalar a los españoles el recuerdo de la época luminosa en que los reyes y los príncipes se paseaban por calles y mares dando a nuestra España un toque de distinción aristocrática, con una familia real monísima y encantadora, ejemplo de familia bien avenida. Pero aquella era otra época. La fiesta que empezó el jueves 19 de mayo con la llegada a España del rey jubilado fue una fiesta de tercera, como corresponde a nuestros tiempos; tiempos iconoclastas en que se ha depuesto la excelencia para entronizar a la estupidez.  

La estupidez reinante, en nuestro país y países afines, se caracteriza por la división en dos tribus conducidas por líderes irreconciliables. En un bando, los que exigen devoción a los dioses antiguos, a sus leyes y a sus normas. En el otro, una hornada de protestantes, creadores modernos empeñados en convertirse en dioses de una nueva realidad. A la triste fiesta de la llegada del rey depuesto asistieron de lejos las dos tribus, cada cual por su lado y sin mezclarse, para que la plebe viese con toda claridad que España, como todos los países importantes,  es un país dividido como mandan dioses y demonios. Quienes tienen la suerte o la gracia genética o divina de pensar sin imposiciones tribales se preguntan, como el genial humorista que fue Eugenio, «¿Hay alguien más?» Parece que entre una tribu y otra hay un grupo de personas libres de dogmas que viven hincando los codos para sacar al país adelante. Pero, por lo que se oye y se ve, el trabajo de este grupo no interesa a nadie. Las dos tribus imperantes lo ponen a parir por cualquier motivo y a todas horas porque su manía de trabajar delata la ociosidad de los líderes de las tribus. Los medios lo detestan porque aburre. Los que aburren no han ido  a la fiesta. 

La visita de Juan Carlos prometió a periodistas, comentaristas y tertulianos un fin de semana sin aburrimiento. Los de la tribu de los antiguos entonaron alabanzas al antiguo régimen y al egregio monarca que modernizó el país. Pero cómo, ¿no le consideraban antes traidor por renunciar a los valores del papa español que llamó a la cruzada nacional contra los infieles demócratas? ¿No se considera anatema cuanto tenga que ver con la modernización? En otros tiempos. Ahora se trata de defender a la sagrada y muy antigua institución de la monarquía, baluarte de valores eternos como la predominancia del macho sobre su costilla, el matrimonio indisoluble y único entre hombre y mujer, la educación de los niños en el respeto a los valores eternos de quienes defienden los valores eternos de la patria. Eso es lo que exigen los tiempos modernos bajo la férula de los defensores de la antigüedad. Y el rey reinante, ¿qué tiene que ver con todo eso? Todo eso lo cumple sirviendo de ejemplo a la sociedad. ¿Y su padre? De su conducta no se habla. Por infiel y corrupto, su  historia resulta más propia de ser comentada por la tribu de los protestantes. ¿Y qué le van a criticar? Al rey jubilado no se le puede culpar por tener queridas; la infidelidad es costumbre avalada por los siglos y signo, además, de opulencia. Al rey jubilado se le hubiera imputado un rosario de delitos económicos de los cuales sí se le habría podido culpar si no fuese por inviolabilidad y prescripciones. Y como estamos en una democracia, lo niegue quien lo niegue, de esa culpabilidad imposible se han agarrado los de la tribu protestante para denostarle por haberse atrevido a pisar suelo español y navegar en españolas aguas como si no se hubiera embolsado millones extranjeros por su condición de rey y no se hubiera dignado a pagar impuestos por sus ilícitas comisiones. 

Y en esas estamos aunque ya hace días que el jubilado volvió a su exilio. Aquí, los protestantes siguen repitiendo que Juan Carlos se ha burlado de los españoles a los que, al menos, debería explicar su enriquecimiento. Hasta el grupo de los que trabajan por España gobernando repiten lo mismo para que les dejen gobernar en paz. Y el que piensa se pregunta si hay algún español del montón a quien interese escuchar las explicaciones del emérito. Los periodistas no se lo preguntan por miedo a quedarse sin la última escena de la comedia, aunque una periodista hubo con arrestos suficientes para  preguntarle al mismísimo rey jubilado si iba a dar explicaciones. Juan Carlos, tan campechano y espabilado como siempre, le respondió con otra pregunta: «¿Explicaciones de qué?» Pregunta cargada de razón y de razones.  

Nadie quiere explicaciones de cómo se pergeñaron proyectos y se acordaron comisiones entre tecnócratas, políticos y amigos del rey. ¿A quién le va a interesar semejante maraña teniendo que exprimirse los sesos cada mes para cuadrar la economía doméstica? Tampoco importa a quien se interesa por algo intelectualmente más sustancioso que los recibos habituales. ¿Explicaciones de qué? ¿De cómo se enriquecen y eluden impuestos los millonarios? La historia es tan vieja como la invención del dinero y de los impuestos. Quien se interese por el asunto a pesar de su obsolescencia puede acudir a los múltiples juzgados que en este país siempre tienen algún caso de corrupción que tratar. 

Hay muchos asuntos que requieren explicaciones, sí; asuntos de rabiosa actualidad, como se dice, que afectan a todos los españoles. Por ejemplo, ¿qué tiene en la cabeza el que se lanza a golpes o con navaja en mano contra una pareja de homosexuales que se atreven a manifestar su cariño como si fueran heteros? ¿Envidia, tal vez? ¿Y qué tiene en la cabeza el que, sabiéndose homosexual, vota a las derechas que condenan la homosexualidad? ¿Ansias de redención? Y por ejemplo, ¿en qué están pensando los padres de un chico condenado por violar, solo o con otros, a una niña o a una mujer, a la hora de votar por las derechas que prohíben la educación sexual en los colegios? Y otro ejemplo, ¿qué piensa el que han acusado de violencia machista y espera juicio, cuando vota a las derechas que le convencieron de que la violencia de género no existe? Y otro, el que acaba creyendo que los inmigrantes roban trabajo a los españoles y cometen crímenes execrables que los españoles son incapaces de cometer, ¿en qué piensa cuando vota a las derechas que le toman por imbécil? Y otro ejemplo y otro y otro. ¿Quién tiene que explicar a los españoles que se rigen por valores humanos cómo es posible que millones voten a los líderes de las tribus que intentan llevar a todos a los tiempos de la pre humanidad? Nadie, ni los mismos líderes de esas tribus que de vez en cuando ganan aquí y allá pueden explicarlo porque las explicaciones yacen en el lugar más oscuro y recóndito de la mente de los que votan por su propia destrucción. Y los protestantes y los medios que pretenden observar seriedad dicen y repiten por todas las ondas que el emérito tiene que dar explicaciones de su corrupción; ¡vamos, hombre!

Esta tarde en España, esta mañana en los Estados Unidos, dos decenas de familias lloran la muerte de sus niños y de dos maestros. Hace años, un gobierno demócrata propuso leyes para el control de armas; para evitar que las armas siguieran cayendo en manos de psicópatas asesinos. Esas leyes duermen en un cajón porque los demócratas no tienen senadores suficientes para aprobarlas. De nada servirá que el presidente y su vicepresidenta hayan vuelto a  clamar, al borde de las lágrimas, por que esas leyes se aprueben. Millones de americanos defienden su derecho a portar las armas que les venga en gana, cómo y dónde les venga en gana. Millones de americanos defienden el derecho de los hombres a decidir el futuro de las mujeres. Millones de americanos defienden el derecho de las empresas a no pagar impuestos proporcionales a sus ganancias. Millones de americanos defienden la sanidad privada. Millones de americanos votan por el Partido Republicano, la tribu que en América exige devoción a los dioses antiguos, a sus leyes y a sus normas; la tribu que aún venera de rodillas a un comediante que se hace pasar por reencarnación de las fuerzas destructivas de la mitología germánica: Donald Trump. 

Hoy, un noticiero enseñó a millones de españoles una cola donde varios cientos llevaban doce horas esperando para comprar entradas a un importante partido de fútbol. Cuesta creer que algunos de ellos estuvieran pensando en que les debían una explicación el rey emérito, su hijo, las tribus que los defienden a los dos. Nadie quiere perder el tiempo oyendo, mucho menos buscando explicaciones. A la hora de votar, se va y se vota y se acabó. ¿Votar por quién? Por el que más goles meta al contrario divirtiendo al personal; como en un partido de fútbol. 

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

2 comentarios sobre “Como en un partido de fútbol

  1. España es un país al que se le metió la monarquía de rondón en una Constitución que todos aprobamos porque lo que queríamos era una democracia y dejar atrás tantos años de oprobio y retraso de la dictadura. Pues tuvimos democracia y una monarquía por la que, si se hubiese hecho un referendum, habría salido tan mal parada que obviaron ese trámite para que el heredero de Franco fuese rey.
    Nuestra monarquía sirvió, de alguna manera, para que el Estado quedase revestido de mayor gloria y dignidad. La monarquía ya no podía ser absolutista ni tener más papel que el de servir de ejemplo y árbitro de la recién estrenada democracia.
    Los desmanes y pillerías de Juan Carlos I eran conocidas por la prensa silenciadas por mor de una convivencia sin sobresaltos. Pronto fue vox populi que el rey era un golfo impenitente. La afección al monarca cayó hasta quedar a la altura del subsuelo, para salvar la intitución se acordó que transmitiese el trono a su hijo, de él, de momento, no se sabe de chanchullos ni comisiones y hace improbos esfuerzos por volver a dar algo de dignidad a la corona.
    El emérito, acorralado por Hacienda y la justicia, emigró al lugar en el que se siente protegido y querido, los árabes presumen de tener una testa coronada entre otras muchas riquezas y lujos obscenos.
    ¿De qué va a dar explicaciones a la plebe Juan Carlos I? Ja,ja, ja… Se carcajeó con sorna a la pregunta de una periodista, siguieron vitoreándole y aplaudiéndole. Otros, muchos menos, portaban una pancarta y gritaban su slogan : «Galicia non ten rei», ahí quedó todo. Vino, se carcajeó, fuese y no hubo nada.
    EE.UU. es un país forjado a base de balas y esclavos, para mantener ese estatus la segunda enmienda de la Constitución protege el derecho de todo estadounidense a portar un arma o cuantas crea necesarias, bien sean pistolas o armas de guerra como las letales ametralladoras. El negocio de las armas supuso en 2020 el 7,3% del PIB, en millones de dólares: 781.766,7.
    La Asociación Nacional del Rifle es uno de los lobis más potentes y a los que los republicanos rinden pleitesía. Por más que hagan los demócratas, Obama lo intentó, nada puede cambiar porque ellos no lo permiten, el negocio es demasiado jugoso como para perderlo. Así las cosas, las matanzas en institutos perpetradas por jóvenes no dejan de crecer.
    Columbine, Stoneman Douglas, Masacre de Aurora 2012… la última 19 niños y dos adultos en Texas.
    El mundo se horroriza con cada una de estas masacres sin sentido, pero enseguida lo olvidan porque no tardando mucho volverá a haber otra, y otra más y otras mas. Hasta el día en que comprar un arma en EEUU sea más difícil que comprar tabaco o alcóhol a menores de edad, nada cambiará. De momento seguiremos rasgándonos las vestiduras y rezando, quienes crean, para que tarde mucho tiempo en ocurrir una nueva matanza.
    El retroceso en defensa de las libertades, de la verdad y de la paz no es algo exclusivo de EE.UU., qué va. Aquí también tenemos nuestra buena dosis de bufones tipo Trump, bufones que poco a poco se van encaramando a puestos de poder a los que llegan arropados por unas derechas echadas al monte siempre que están en la oposición. Aquí no se pueden comprar armas, pero tenemos unos políticos y medios de comunicación que descargan cada día su bilis negra sobre los ciudadanos. El futuro se ve incierto, solo la unidad de las izquierdas y la pedagogía pueden salvarnos de los nuevos bárbaros que han venido para arrasarlo todo.
    Querida amiga María, no dejes nunca de escribir y ayudarnos con tus opiniones a no sentirnos tan solos. Abrazote.

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