La dictadura de las máquinas

El lunes  8 de agosto, un registro en la casa del ex presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, revela al FBI una cantidad de cajas con documentos pertenecientes al gobierno, algunos de los cuales contienen secretos que podrían poner en peligro a toda la nación. Perdidas las elecciones, el tipo se fue de la Casa Blanca llevándose todo lo que pudo. Una semana antes, la Conferencia de Acción Política Conservadora escucha con fervor el discurso racista y homófobo de su invitado, Viktor Orban, primer ministro de Hungría, alabando sus mensajes y sus logros de autócrata. El registro en la casa de Trump lanza a la prensa ultraderechista y a todo el Partido Republicano a una campaña de diatribas contra el FBI, el Departamento de Justicia y el fiscal general de los Estados Unidos. El antes partido conservador demuestra, ya sin duda, haberse convertido a un radicalismo de derechas que intenta convencer a los ciudadanos de la inoperancia y la corrupción de las instituciones más sagradas, las instituciones que han de velar por el bien de los ciudadanos, de la democracia, del país. América se hunde.  

Todos nos hundimos; nos estamos hundiendo en un agujero rodeado por una atmósfera que todo lo seca, que todo lo oscurece. Vemos cuerpos como el nuestro, formas que se mueven a nuestro alrededor, pero sin vida humana. Vemos a los demás sin intuir los latidos de su corazón, el fluir de su sangre, la vida de su mente, de su alma. Podemos ver algunas caras, pero son como las caras virtuales que aparecen en nuestras pantallas, con ojos cuyos mensajes no se pueden percibir. Las máquinas nos han ido transmutando a todos en máquinas.  

Para los políticos, formamos parte de un algoritmo a resolver. La diferencia entre unos partidos y otros está en las soluciones a las que llegan por la vía de sus objetivos. El objetivo de los partidos progresistas, los que se llaman de izquierdas,  es conseguir que la sociedad siga avanzando, que cada ciudadano siga evolucionando como ser humano, con las facultades  y las cualidades que se suponen a la humanidad, y que en virtud de su ciudadanía, gocen todos de igualdad de derechos cumpliendo todos con los mismos deberes. El objetivo de los partidos retrógrados, los que se llaman de derechas, parece ser que los ciudadanos retrocedan a las épocas en que solo las élites gozaban de los derechos y privilegios de la ciudadanía, mientras la masa anónima se reducía a la cualidad de súbditos destinados a sostener y mantener los derechos y privilegios de las élites. En una democracia, el votante decide a cuál de las dos opciones entrega el poder de gobernarle. El fin último de todos los partidos es, por lo tanto, convencer a la mayoría de los votantes de que les entreguen el poder. Es en el trabajo de convencer a los votantes donde la diferencia de objetivos entre los partidos de izquierdas y los de derechas salta hoy con una evidencia aterradora. Los partidos de izquierdas apelan a la humanidad del votante ofreciendo programas que conducen al progreso de cada individuo. Los partidos de derechas apelan a los instintos y emociones de quienes les escuchan sugestionando al votante con mensajes de rencor, odio, venganza con el fin de inducirles a destruir la humanidad de las sociedades en las que viven. ¿Intentan las derechas devolvernos a la era de los homínidos a quienes solo preocupaba la supervivencia? 

Esa sería la menos aterradora de las conclusiones. Las circunstancias cambian. Ese horrendo retroceso a la era prehistórica podría cambiar en cuanto cambiaran las circunstancias que lo habían permitido. Esos homínidos prehumanos podrían volver a iniciar su proceso de evolución. Ocurrió después de la derrota de los asesinos que intentaron destruir las sociedades humanas durante la Segunda Guerra Mundial. Comprobados los efectos espeluznantes del retroceso, los hombres, machos y hembras, estuvieron dispuestos a recuperar su humanidad por dolorosos que les resultaran sus esfuerzos. Seguían siendo hombres, machos y hembras; seguían conservando mente, alma, con un resquicio por el que llegar a sus facultades humanas. ¿Conservan hoy ese resquicio abierto los hombres, machos y hembras?

Hoy nos está pudiendo la tecnología. El aparato que casi todos llevan encima para dedicarle ojos y atención en cuanto disponen de un minuto libre, se ha ido adueñando de nuestras facultades; sobre todas, de la voluntad, privándonos, por lo tanto, de la libertad. La facilidad con que la mayoría ha renunciado a sus facultades humanas, entregando libertad y voluntad a un teléfono, ha llamado la atención de los empresarios con olfato y medios para manipular a millones de clientes en beneficio de sus cuentas bancarias y ha llamado la atención de los políticos para manipular las mentes de millones de votantes convertidos en súbditos de sus móviles. El móvil ofrece a los jóvenes y no tan jóvenes juegos sobre realidades destructivas que excitan a la violencia. Esa excitación la aprovechan desde el cineasta a cantantes y grupos musicales al día. La aprovechan, como no, los politiqueros. 

Para sugestionar votantes, los asesores que aconsejan al politiquero sobre lo que debe hacer ya no recurren a teorías políticas ni programas; recurren a lo que pueda agitar instintos y emociones como los agitan los juegos de los móviles, los titulares y las historias truculentas, la percusión y los gritos de los cantantes que dejan a la música en música de fondo, las escenas salvajes de violencia y destrucción que convierten las películas en éxitos. Con la razón aturdida por tanto movimiento y tanto ruido, con la libertad y la voluntad entregadas a las máquinas, al votante, ya incapaz de reflexionar, se le puede dirigir a votar por quien le ofrece mayor entretenimiento.                 

Las derechas, aquí y en todas partes, ya no intentan convencer al ciudadano sobre la necesidad de conservar tradiciones, de respetar estamentos, de conformarse con el destino que su dios da a cada cual. Las derechas han comprendido que las máquinas están convirtiendo a los votantes en máquinas y que el resultado de las máquinas se puede predecir por algoritmos. 

Donald J. Trump sigue teniendo millones de seguidores en los Estados Unidos. Viktor Orban goza de gran popularidad en su país. Putin está a punto de anexionarse a Ucrania. Las encuestas en España dicen que las derechas ganarían hoy las elecciones a los partidos progresistas. ¿Qué le queda en este mundo a los seres humanos que no están dispuestos a renunciar a su humanidad, a su voluntad, a su libertad? Nos quedan las ganas de seguir luchando para conseguir llamar la atención de quienes nos rodean para que sean capaces de levantar los ojos de sus pantallas para ver y oír cuanto tienen a su alrededor. Nos queda la esperanza de que nos vean y nos escuchen. 

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

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