El reino de los monstruos

Dice el diccionario que un monstruo es  un «ser que presenta anomalías o desviaciones notables respecto a su especie».  Distinguiéndose la especie hombre  por la capacidad de identificarse, mental y afectivamente, con el estado de ánimo de los otros -eso que se llama empatía-, el hombre, macho y hembra, que carece de esa cualidad presenta una anomalía monstruosa. Cada vez que buscamos información en cualquier medio, las noticias indican que el mundo está lleno de monstruos de apariencia humana. Esa realidad aterra, deprime al individuo que posee, indemnes, todas las facultades inherentes a la auténtica humanidad.

Un ser humano cualquiera despierta y enciende la radio para enterarse de lo que trae un nuevo día. De una punta a otra del mundo, muertos, heridos por bombas dirigidas por entes infrahumanos enloquecidos por el odio, por el afán de poder; bombas lanzadas por infelices convertidos por los ejércitos en asesinos sin conciencia. Muertos o moribundos por el hambre; hambre causada por los monstruos que les niegan lo más indispensable para sobrevivir. Heridos o muertos víctimas de la fuerza de bestias con apariencia humana que ostentan su superioridad maltratando y matando a mujeres y niños. 

El mundo está lleno de monstruos, piensa y siente con pesar el ser humano que se ha convertido en audiencia a primera hora de su mañana. Suerte que, al menos, todos esos horrores están sucediendo lejos de su casa, de su familia, de su vida. Y entonces las noticias le aproximan el horror. ¿Qué está pasando cerca de su casa? ¿Qué está pasando que afecta a su familia? ¿Qué está pasando que afecta a su vida, a su forma de vivir su propia vida? 

En la radio entrevistan a un político que dice que el país donde vive ese ser humano es un desastre. Dice que un gobierno ilegítimo y corrupto comete diariamente todas las tropelías concebibles para hundir el país con todos sus ciudadanos dentro. ¿Será verdad? ¿Será verdad que sus hijos tienen que salir a calles inseguras? ¿Será verdad que él y su pareja tienen que exprimir su cartera y medicar sus nervios para pagar el pan de la familia? ¿Será verdad que el gobierno les roba el derecho a vivir dignamente? ¿Será verdad que las mujeres, sugestionadas por el feminismo, están causando el caos en la sociedad?¿Será verdad que los homosexuales están desnaturalizando a la familia?¿Será verdad que los emigrantes roban trabajos, sueldos y subvenciones a los españoles? ¿Será verdad que los extranjeros miserables contaminan la sangre de los españoles ensuciando el alma de España? ¿Será verdad que España está en manos de un dictador tiránico que ha impuesto el peor gobierno en ochenta años?

El ser humano sale de su casa al sol del día. Por la calle pasan seres de su especie caminando, decididos, hacia una meta. Pasan jóvenes con libros que, seguramente, van a estudiar; adultos maduros que van a trabajar; ancianos que cumplen con la rutina de estirar las piernas. Algunos caminan serios o sonriendo mientras conversan con la voz que sale de sus móviles. Las caras no expresan miedo ni depresión ante el  ambiente trágico que describía  el político de la radio; ni siquiera las caras de los que se toman su café de la mañana en las terrazas leyendo en sus periódicos las noticias de horrores lejanos. En el transporte hacia su trabajo, el ser humano se fija en la expresión de las personas que le rodean y en su mente responde a las preguntas inquietantes que le provocó el relato catastrofista del político.

No, no puede ser verdad que el trozo de mundo en el que vive sea un desastre. No puede ser verdad que un gobierno ilegítimo y corrupto amargue la vida de la mayoría robando a la mayoría lo que necesita para vivir. No puede ser verdad que el país se esté hundiendo sin que se den cuenta los millones que viven en él haciendo su camino sobre suelo sólido. No puede ser verdad que cada cual se queje de los obstáculos que se le presentan y que exija al gobierno que le ayude a apartarlos del camino con miedo a que la policía de un dictador le encierre en una celda o le cierre la boca para siempre. No puede ser verdad que un gobierno que respeta la libertad de todos sea el peor gobierno que ha tenido España después de cuarenta años de dictadura con miles de muertos y presos.

Entonces, se pregunta el ser humano, ¿por qué el político que entrevistaron en la radio pintó un panorama tan lóbrego que induciría a exiliarse a quien le creyera? ¿Por qué ese político y otros como él proclaman catástrofes desde las tribunas del Congreso y del Senado inoculando el miedo en cualquier alma que se tome sus discursos en serio? ¿Por qué hay políticos que, para derrocar al gobierno, procuran aumentar las preocupaciones de los ciudadanos vaticinando lo peor para que nadie pueda concebir un futuro en paz?

No puede ser verdad que un ente dispuesto a amargar a todos con mentiras y augurios catastróficos sin empatizar con los auténticos problemas de los demás sea capaz de trabajar en la auténtica política; siendo la auténtica política la administración de los recursos en beneficio de los ciudadanos. El actual estado del mundo obedece al politiqueo de los monstruos con apariencia de personas para quienes el poder y el dinero son los valores primordiales que superan todo concepto de humanidad. Y el politiqueo de esos monstruos es posible por los millones de personas que caminan sin preguntarse adónde quieren llegar, quién les dirige y por qué se dejan dirigir por seres monstruosos.

El ser auténticamente humano va haciendo su camino guiado por su voluntad con su voluntad informada por su facultad racional. La deformación de la realidad que predican los monstruos no puede ser verdad.      

         

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

Un comentario en “El reino de los monstruos

  1. Un ciudadano cualquiera se levanta con el nuevo día que está naciendo. Se ducha, se viste y sale de casa, hace una parada en la cafetería de la esquina, pide un café y una tostada; de la barra coge uno de los periódicos del día. Mientras se toma el café con la tostada ojea titulares- lo de siempre- piensa. Pasa a las páginas deportivas y ahí se demora un poco más en la lectura buscando las últimas novedades sobre su deporte favorito.

    La cafetería se ha llenado de ciudadanos que como él hacen una parada antes de acudir a sus respectivas obligaciones. Hay mujeres con uniformes diversos, grupos de jóvenes que bromean sobre asuntos pueriles, hombres con traje y corbata, con monos de trabajo. El ambiente es distendido, incluso amable.

    Toda esa gente vacía la cafetería casi al mismo tiempo, todos se apresuran en acudir a sus tareas diarias.

    El ciudadano que ha estado ojeando los titulares de la prensa, de esa que proclama solemnemente que los cuatro jinetes del apocalipsis cabalgan desbocados hacia nosotros, tuerce el gesto, deja el periódico en el mostrador, echa una ojeada a su entorno, sonrie y sale a la calle, tiene que apurar el paso si no quiere llegar tarde a su trabajo.

    Al mediodía vuelve a entrar en la cafetería, bromea con el camarero al que conoce desde hace años y pide un plato combinado, tiene una hora para comer antes de volver a su puesto de trabajo.

    En la televisión un señor que constantemente dice !atención, atención! habla de esos jinetes del apocalipsis que ha leído a primera hora de la mañana en el diario. Lo rodean personajes con rictus serios, hablan alto y se interrumpen unos a otros.

    El ciudadano aparta la vista de ese espectáculo tan deagradable y pregunta a su vecino de barra como le van las cosas; llevan coindiciendo varios meses a la misma hora en el mismo sitio.

    Tras una distendida charla ambos pagan la cuenta y vuelven a sus trabajos.

    El ciudadano regresa a media tarde a su casa. Besa a su mujer y abraza a sus dos hijos.

    Se pone cómodo y se sienta en su sillón favorito con un libro, está leyendo lo último de Paul Auster.

    Cenan todos y encienden la televisión, apenas prestan atención. Los niños se han ido a sus cuartos a estudiar. Él charla con su muejer intercambiando impresiones de su día de trabajo, ella le cuenta que en el hospital las cosas van cada día peor, pero que gracias a la entrega de todos sus compañeros las cosas van saliendo adelante.

    Ambos se van a la cama, ella lee, él se está quedando dormido.

    Mañana será otro día en el anunciado apocalipsis.

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