Pedro Sánchez contra la dinamita

¡Peligro! Ya hace un tiempo que se están colocando explosivos en varios pilares de todos los continentes del mundo para provocar la demolición controlada de la democracia. En los Estados Unidos de América, la mayor democracia del mundo, supuesta impulsora y vigilante de todas las democracias, los explosivos se están colocando con una prisa que alarma al estamento intelectual de todas las tendencias. Ya no hay periodista comprometido con una información veraz ni analista político sensato que no manifieste su preocupación ante una hecatombe que se teme muy próxima. Son muchos los datos que la hacen predecible. El Partido Republicano se ha entregado en cuerpo y alma a Donald Trump, un demente que estuvo a punto de dar un golpe de estado para no perder la presidencia y que está dispuesto a presentarse otra vez a las elecciones en 2024 para acabar de una vez por todas  con la democracia en su país. Un partido que se consideraba conservador hoy exhibe un radicalismo inmoral aprobando leyes que restringen el derecho al voto de las minorías, entre otras barbaridades, para evitar que el Partido Demócrata, progresista, vuelva a ganar elecciones estatales y generales. Si, gracias a esas leyes, el Partido Republicano se instala en la Casa Blanca y en el Congreso con mayorías invencibles, los Estados Unidos sufrirá el triunfo de los supremacistas blancos, bajada de impuestos para los más ricos, restricciones a la inmigración, aumento del gasto militar, restricción de los derechos de los sindicatos,  prohibición del aborto; es decir, racismo, puritanismo anticristiano y  capitalismo salvaje. ¿Eso afecta a los españoles? En España corremos el mismo peligro si ganan elecciones las tres derechas.

Me encanta Rachel Maddow, para mi la mejor presentadora y analista política de la televisión americana. Comenta todos los temas con veracidad y claridad, todos lo hacen en las cadenas serias, pero Maddow los expone con un toque de humor que permite escuchar la situación desastrosa de la política  y los peligros que amenazan a su país con una sonrisa. Ese toque de humor no lo da una ocurrencia ni un chiste. Lo da Maddow partiéndose de risa sin contención cada vez que suelta el último disparate de Donald Trump y de sus súbditos del Partido Republicano. 

A la hora de decir disparates, los politiqueros españoles no tienen nada que envidiar a Trump y a los trumpistas, pero aquí los presentadores y tertulianos no se atreven a reírse, tal vez porque la mayoría confunde la altura intelectual y moral con la equidistancia y temen que su imparcialidad se cuestione si se ríen de alguna barbaridad de las derechas. Anoche, sin embargo, un presentador muy serio no pudo contener la risa cuando un entrevistado de derechas soltó una parida para morirse. Hubo tuiteros que se lo agradecieron. Nada como una sonrisa para sobrellevar una tormenta con algo de alivio. 

Hace unos días, una insigne de esa  política ultraconservadora que se disfraza de liberal nos ofreció un entremés digno de encomio y agradecimiento. Lo de Esperanza Aguirre llamando chiquilicuatres y niñatos a los de su partido de Madrid y rematando, con toda la cara, que tiene su conciencia tranquila, es para alegrarle el día al más amargado. Imagino las carcajadas de Maddow ante la risible confesión de inocencia de una señora que montó en su entorno una charca con una especie de ranas de lo más sucio para que fueran ensuciando la política madrileña sin cuartel. Y es que Esperanza Aguirre es muy bruta, -en la tercera acepción del diccionario, no como insulto-, muy bruta a pesar de sus estudios. Sorprende que la  educación recibida no haya pulido su tosquedad, pero la herencia genética continúa reservándose misterios que no quiere revelar ni a la ciencia. Solo un ser omnisapiente sabe de qué antepasado sacó Esperanza Aguirre su brutalidad y la egolatría que la convierte, a sus ojos, en superheroína invencible. Aguirre vive en su mundo, un mundo en el que Saramago se convierte en Sara Mago y Santiago Segura no existe; en el que ella está por encima de leyes y normas porque policías y jueces saben con quién están hablando cuando hablan con ella y se cuidan muy mucho de incomodarla; un mundo donde todos sus caprichos se materializan porque quien se arriesga a desencapricharla sabe que corre el peligro de desaparecer del mapa de sus intereses, y la señora tiene poder. Puede decirse que en esto, como en otras cosas, Esperanza Aguirre pertenece al grupo psicológico de Donald Trump. Y puede decirse más. Las derechas españolas pueden presumir de haber tenido en ella a una precursora de Trump que si no se adelantó al americano en fama, fue porque España, parva península del sur de Europa, solo suena en el mundo por la genialidad de sus cantantes, actores  y cineastas. 

A Esperanza Aguirre le ha dado por aupar a Isabel Díaz Ayuso a la presidencia de su partido con la esperanza, se supone, de que llegue a presidenta del gobierno del país. Aquí está la dinamita para la demolición de la democracia en España y no es broma. Díaz Ayuso, fotogénica y con cierto talento como modelo,  no tiene ni pajorera idea de nada que tenga que ver con política y gobierno, y en eso se ha fundado su triunfo en el partido en unos momentos en que no conviene que las figuras políticas que dan la cara a la prensa sepan de asuntos serios. Si los que mandan le dicen a Díaz Ayuso que tiene que asistir a un hospital privado con mil millones de euros, ni lo cuestiona ni quiere enterarse de cómo ese hospital los va a invertir. Para ella, ese gasto tiene el mismo valor que una subvención a una corrida de toros. Si después de un posado trágico en una catedral, de luto la ropa y los chorretones que le caen de los ojos por las mejillas, se va a celebrar una inauguración sonriendo como corresponde a una inauguración, al espectador le sale una sonrisa y lo agradece. Este es el secreto del triunfo de Díaz Ayuso en Madrid. En medio de una tragedia muy negra, ¿qué mejor que un discurso tan infantil que hasta inspira ternura?, ¿qué mejor que la gracia salerosa de una madrileña de postín que no tiene el mal gusto de amargar al personal hablando de una pandemia? Esperanza Aguirre, que de vender política sabe mucho, está cosechando un triunfo tras otro con su pupila porque su pupila arrastra a los que se identifican con su ignorancia y aplauden sus posados y discursos agradeciéndole la diversión. Encima, no deja de dar palos a Sánchez y al gobierno como la marioneta del bueno de los viejos teatros de títeres que la emprendía a palazos contra el demonio para regocijo de los niños. Pues bien, si el voto de los que se identifican con ella y agradecen su salero un día la llevaran a La Moncloa dándole el gobierno del país, los que mandan, que son los que más tienen, y los que roban porque son los que más quieren tener, convertirían a España en un banco para ricos privando a los que no lo sean de voz y voto.     

¿Y Pablo Casado? Pablo Casado fue la primera caja de dinamita en la que se pensó para la demolición de la democracia, ese invento para beneficiar a pobres y medio pobres. Al igual que Díaz Ayuso, de política no sabe más que lo que le escriben en los discursos, pero carece de la gracia de la madrileña que atrae los votos de quienes solo quieren saber de política lo que les divierte. Casado se ha tomado demasiado en serio su cargo en el partido y su escaño en el Congreso. Contra Sánchez la emprende con mala leche y la mala leche le contrae los músculos de la cara. En la mayoría de los posados que aparecen en las redes sale como si estuviera sufriendo un retortijón de tripas. Esas expresiones de dolor sientan muy mal a quienes no quieren que nadie les recuerde el virus que sigue enfermando y matando. Además, su valedora ya no tiene poder y está demasiado ocupada intentando resolver sus asuntos y los de su marido con la Justicia. Pablo Casado se está quedando solo. Parece que ya sólo cuenta con uno de su mismo nivel intelectual que intenta hacer gracia, pero sin conseguirlo, y otro que va de serio, pero no consigue  superar ni una entrevista sin poner de manifiesto el embrollo ininteligible de sus contradicciones.   

La última caja de dinamita la pondría Vox porque, seguramente, ni Díaz Ayuso ni Casado podrían gobernar sin sus votos. No hace falta repetir la lista de leyes que acabarían demoliendo la democracia porque cada día salen informaciones al respecto en la prensa de Madrid y de las otras comunidades autónomas donde gobiernan las tres derechas. Y hay que decir tres porque Ciudadanos, relegado a las sombras, espera a que alguno de los otros dos partidos o los dos a la vez le necesite para formar mayorías. En ese caso, Ciudadanos acudiría raudo a asistir a cualquiera de los dos que le llamase, haciendo a su supuesta ideología los ajustes que hicieran falta con tal de aparecer en alguna parte. 

Pedro Sánchez, su partido y sus socios de gobierno saben perfectamente lo que está pasando aquí y en muchos otros lugares, sobre todo, en Estados Unidos. Las grandes corporaciones y las grandes riquezas no se resignan a la derrota del capitalismo salvaje, llamado, eufemísticamente, neoliberalismo. Estaban tocando la victoria definitiva con la yema de los dedos cuando al mundo entero llegó un virus que les echó para atrás. Ahora tienen que volver a empezar, pero son persistentes. Los politiqueros a su sueldo tienen la orden de convencer al personal de que todas las izquierdas son iguales y  equivalen al comunismo, que se adueñó de  la propiedad privada y confiscó todos los derechos y libertades de los ciudadanos.  Si consiguen convencer a la mayoría, podrán apretar el botón que cause la demolición controlada de la democracia para siempre, asegurándose de que no habrá en el mundo virus ni fuerza alguna que les impida la hegemonía definitiva.

La socialdemocracia, que sí respeta derechos y libertades individuales, pero que, conscientes de que no son posibles sin una distribución justa de la riqueza, procura garantizar sueldos justos, pensiones, ayudas a los más vulnerables; la socialdemocracia que otorga la máxima prioridad a la sanidad y la educación públicas; la socialdemocracia que hoy gobierna en los países más adelantados lleva en su nombre lo que las derechas trumpistas quieren demoler: la democracia. Mientras los ciudadanos puedan votar libremente, siempre cabe la esperanza de que la mayoría se niegue a que los politiqueros manipulen sus emociones, y procure informarse para descubrir mentiras y disparates antes de votar. Con Biden en Estados Unidos y Pedro Sánchez y su gobierno en España, aún cabe la esperanza de que los ciudadanos sepan apreciar las medidas que convienen a su bienestar y rechacen la intoxicación de los medios interesados tomándose unos minutos cada día para contrastar la información que reciben sobre los avatares diarios de la política. Ni Pedro Sánchez ni ningún otro presidente de un gobierno democrático puede solo contra la dinamita que los politiqueros y los medios de desinformación acumulan para demoler nuestras libertades y nuestro bienestar. Los gobiernos democráticos necesitan más que nunca la ayuda de los ciudadanos. Al mismo tiempo que en los Estados Unidos los republicanos aprueban leyes antidemocráticas, surgen las asociaciones de ciudadanos para oponerse a ellas por todos los medios; manifestaciones pacíficas y recursos a tribunales. En España, por el momento, basta con que los ciudadanos voten racionalmente rechazando los intentos de las tres derechas de atontarles para que voten con las vísceras, como pasó en Madrid.  

La desaparición de la vergüenza

Apertura del Año Judicial

Hace mucho tiempo, la vergüenza, sintiéndose cada vez más postergada, desapareció de la sociedad escondiéndose en el alma de unos cuantos que hoy podrían considerarse anticuados. La vergüenza, como si se avergonzara de sí misma, parece que hubiese desaparecido. ¿Qué pasó con esa emoción ancestral que ruborizaba las mejillas al caballero tenido por hombre de bien al que se le descubría un acto deshonroso o a una señora de limpia fama si un golpe de viento le volaba la falda exponiendo sus pantorrillas al escándalo público?  Ha sido un avance que hombres y mujeres puedan ir por la calle en verano con camisetas de saldo que se pegan a la piel destacando los huesos de los flacos, los rollos de grasa de pechos y vientres rellenos,  el abombamiento de barrigas cerveceras.  Ha sido un avance porque, en muchos aspectos, ha democratizado la estética de la vestimenta. Pero haber perdido la vergüenza que encorsetaba los cuerpos de nuestros antepasados no es lo mismo que ignorar las consideraciones morales que determinan la conducta de un individuo decente; no es lo mismo que  haber perdido la vergüenza que avisa con sensaciones físicas y psíquicas para evitar la ignominia. Cuando esa vergüenza moral desaparece, los individuos se quedan sin freno humanizador.

Da gusto contemplar el acto de apertura del año judicial. Los jueces con sus togas, sus togas con elaboradas puñetas, los impresionantes collares de oro del rey, del presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, del ministro, hoy ministra, de Justicia nos llevan a una época de elegancia, época de veneración por la belleza poética de los símbolos; nos reafirman, con su solemnidad, en la permanencia de valores inmutables. ¡Qué sensación más agradable de orden, cordura, humanidad nos hubiese quedado si después de hacerse la foto y cantar un himno, por ejemplo, esas autoridades tan bien vestidas  hubieran desfilado hacia sus casas o hacia donde pensaran comer sin abrir la boca! Pero, ¡ay!, empezaron los discursos y con ellos la deprimente sospecha de la desaparición de la vergüenza.

Ya sabemos que el CGPJ lleva más de mil días caducado. ¿A qué olería un yogur con la misma fecha de caducidad? La comparación es irreverente, pero es que ya no hay nada en el poder judicial que mueva a la reverencia. Sabemos también que Carlos Lesmes, presidente, además, del Supremo, llegó a sus cargos judiciales después de haber servido durante años en el gobierno de José María Aznar. No es solo que Lesmes sea conservador, es que es conservador del PP. Y el discurso de la apertura le salió, naturalmente, como a buen conservador del PP.

Lesmes hizo honor a la verdad más incuestionable al decir que el CGPJ debía ser renovado con urgencia. Pero, ¿cómo calificar su llamamiento a que la institución judicial se deje fuera de «la lucha partidista», a que «las fuerzas políticas concernidas alcancen en las próximas semanas el acuerdo necesario para la renovación»? ¿No sabe Lesmes que en la renovación de CGPJ no hay lucha porque en el ring solo hay un partido dando puñetazos al aire? ¿No sabe Lesmes que todos los obstáculos para evitar la renovación del CGPJ mientras gobierne el partido socialista los ha puesto el PP? ¿No sabe Lesmes lo que sabe hasta el tonto del capirote? ¿Cuántas causas por corrupción le quedan al PP en los tribunales? Con todo eso encima, ¿va a permitir que le quiten su artera apropiación del poder judicial? ¿Va a permitir el PP renovaciones con mayorías progresistas que amenacen con borrar de las papeletas a su partido corrupto? Hasta los pobres infelices que votan a conservadores sin saber lo que están votando contestarían al discurso de Lesmes con un sonoro «No me jorobes», probablemente seguido por una carcajada; pero los pobres infelices no se ponen a oír discursos de apertura del año judicial. Lástima, porque se habrían tronchado cuando Lesmes dijo con profunda seriedad y sin el más mínimo rubor que la «no renovación de CGPJ resulta insostenible». Imagino a esos infelices ante una cerveza en su bar de la ciudad o del pueblo gritando, «¿Y por qué no dimitís todos, coño?» Eso me saca una sonrisa fugaz. Porque la desaparición de la vergüenza es algo muy serio, y cuando te la recuerda una toga con puñetas y medalla de oro es para echarse a temblar.  

Pablo Casado, quien le aconseja o le manda y toda la hueste de su partido están demostrando a todo el país y parte del extranjero que uno de los requisitos indispensables para inutilizar a un poder del estado es embotar la vergüenza. Es así de sencillo. ¿De qué sirve torturarse los sesos estudiando la estructura de Montesquieu sobre la división de poderes para entender que la libertad de los ciudadanos de un país depende de los frenos, contrapesos y controles que evitan el poder absoluto de una sola persona o de las personas que constituyen un órgano de gobierno? Lo que hay que hacer es asegurarse el control de todos los posibles controladores mediante mayorías de compinches que voten siempre, sin vergüenza, lo que les manden los que mandan. Y una vez conseguida esa mayoría, justificar cualquier y todos los votos sin vergüenza.

Los líderes del PP llevan todos los años de caducidad del CGPJ justificando su negativa a votar por la renovación de sus miembros presentando ante la opinión pública una excusa tras otra, sin vergüenza. Que si no vota para poder renovar es porque en el gobierno hay comunistas bolivarianos; es porque el gobierno indulta a quienes el PP no quiere que indulte; es porque el sistema para la elección de sus miembros que ellos mismos establecieron ahora no les viene bien, etc. De nada sirve que se les demuestre racionalmente  la falacia de sus excusas. Para exigirse la racionalidad, la veracidad, la honestidad  de palabras y actos hace falta, entre otras cosas, la vergüenza, y la vergüenza ha desaparecido de las derechas. Y no solo aquí. Uno se queda lelo oyendo los discursos de los legisladores del Partido Republicano de los Estados Unidos defendiendo leyes antidemocráticas, defendiendo los caprichos antidemocráticos de un demente como Donald Trump. El poco avispado se pregunta, ¿es que no les da vergüenza? El espíritu de los tiempos les contesta que la vergüenza se quedó en un pasado que ya no volverá; que toca ponerse al día; al día de un cinismo sin vergüenza.

Al día se pusieron hace tiempo los periodistas, comentaristas y analistas  de derechas, y los ambidextros también.  Mandan los que mandan que si no queda más remedio que criticar a las derechas, amigas íntimas de los poderes económicos, hay que atribuir, a renglón seguido, los mismos defectos y errores al gobierno aunque sea imposible atribuirlos con hechos. Basta convencer, sin vergüenza, de que todos son iguales, para que la opinión pública se sienta en libertad de elegir las mentiras que menos rabia le dén. 

Mientras más mentiras sueltan y más gordas los que comentan la situación política en los medios, más audiencia consiguen. El cinismo atrae a oyentes y telespectadores como signo de modernidad. Luego millones de esos oyentes y telespectadores votarán por el candidato que más ha mentido sin vergüenza, ese que les ha hecho reír en las pantallas mintiendo con un descaro que delata tener unos atributos muy grandes y bien puestos. Votar a los que parecen curas predicando es de los tiempos del aburrimiento. Estamos en la época en que miles de jóvenes, saltando como monos borrachos, alegran las pantallas de televisión aunque causen envidia a los que ya no pueden con sus cuerpos ni podrían superar un coma etílico.   

En fin, que mientras queden políticos, analistas y votantes que no estén dispuestos a sacrificar la vergüenza porque reconocen su relación con el orgullo, con la sensación impagable de sentirse  orgullosos de sí mismos, y esa sensación no la quieren sacrificar, aún podemos dejar que vuele la esperanza.  Pero, ¿conseguirán los políticos y los medios sinvergüenzas que un día desaparezca la vergüenza como freno moral, que se transforme en una antigualla que sólo afecte a los nostálgicos pusilánimes que aún consideran a la honestidad como una  de las cualidades que distinguen a los seres humanos de las bestias? Dependerá, claro, del número de seres humanos que no se dejen bestializar.     

¡Aleluya!

«Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó.»

¿Se puede alabar a Dios en un mundo en el que parece haber demostrado veracidad la filosofía del absurdo? ¿Un mundo en el que la política, entendida como la administración de todos los recursos para el bien de todos los ciudadanos, se ha transformado, en casi todas partes, en pretexto de inmorales en busca de dinero y poder; en ardid de energúmenos que fundan su conducta en un único lema: «Por un voto, mato»? ¿Un mundo en el que enfermos y muertos se mezclan en una masa cuyos ingredientes solo se distinguen por un número? ¿Un mundo en el que los que tienen mucho y los que tienen suficiente se erigen en los ángeles que al final de los tiempos separarán a los malos de los buenos y los echarán al infierno, dice la Biblia; en el que esos falsos ángeles hoy decretan que los malos son los pobres, los que no tienen nada, y los echan en los estercoleros de la pobreza para que no molesten con su fealdad y sus necesidades?  ¿Un mundo en el que sus habitantes se empeñan en adelantar el Armagedón para que este mundo se acabe cuando ellos dejen de existir porque para qué se van a preocupar de lo que ocurra después? ¿Se puede alabar a Dios en un mundo lleno de dioses perversos o indiferentes inventados por los hombres para enmendar la plana al Creador? ¿Se puede alabar a Dios en un mundo de desencantados que ya no creen en Dios, en otro mundo, en otra forma de vida?

«Hallelujah» (Alabad a Dios), es una exclamación judía que adoptaron los cristianos y que se oye constantemente en las liturgias de todas las iglesias. Tiene una connotación jubilosa. Tal vez por eso el «alabado sea Dios» de nuestras abuelas cayó en desuso a medida que el clima se ennegrecía y la fe, herida por la mentira, los abusos  y la inanición, se fue muriendo. El mundo se ha entristecido tanto que cada vez quedan menos que sientan el impulso de agradecer a Dios sus circunstancias con un jubiloso ¡Aleluya!

A pesar de todo, Leonard Cohen, el poeta y compositor anglosajón más español, compuso y cantó un Hallelujah que ha sido una de las canciones más comentadas, más vendidas, más premiadas y más versionadas desde su publicación en 1984 hasta el día de hoy. ¿Tantos la han comprendido? Tal vez el secreto de su éxito reside en que cada cual puede entender la letra como quiera. Cohen escribió ochenta estrofas para la canción y eligió las que quiso para un disco. Cada cantante ha elegido luego las que ha querido cantar para su versión. En todas las versiones la luz resplandece en cada palabra, dice Cohen, sin importar qué palabra hayas oído, sin importar si has oído el Aleluya sagrado o un Aleluya roto; sin importar el nombre que le des a Dios o que no le des nombre alguno porque no lo sabes o porque ni siquiera sabes si Dios existe.

En esas ochenta estrofas se resume una vida entera. Esto nos revela que, más allá de la apariencia religiosa, bíblica, filosófica que destacan sus comentaristas, la canción penetra en el gran misterio de la vida humana, en ese núcleo indescriptible, mudo,  en que la mente y las emociones se unen permitiendo al ser humano empinarse por encima de la realidad exterior y encontrar algo que le hace superar sus limitaciones. La experiencia puede durar solo un momento, pero es en esos momentos felices cuando uno intuye el valor inmensurable de su existencia como ser humano y el alma exclama, aún inconscientemente, ¡aleluya! La alabanza puede no estar dirigida a Dios. Puede ser un aleluya frío y roto, dice Cohen, cuando la grandeza de ese hombre, macho o hembra, se estrella contra las miserias de su realidad exterior. Aún así, del alma brotan la alabanza y el agradecimiento porque en ese momento de extrema lucidez, el hombre, macho o hembra, se está alabando a sí mismo, se está agradeciendo haber llegado a donde está venciendo todos los obstáculos que el mundo le haya puesto por delante.  

El aleluya que Cohen atribuye al rey David en la primera estrofa es el reconocimiento al valor de la vida humana con todas sus primaveras y todos sus inviernos, con todos sus días de sol y todas sus tormentas. 

Leonard Cohen, judío, llevaba grabada en sus genes la memoria de toda la injusticia, de todo el dolor que los hombres se han causado los unos a los otros desde su creación y la certeza de haber sido creados para seguir creando. Es esa certeza lo que da al hombre, macho y hembra, la felicidad permanente, la felicidad que no alteran ni las alegrías fugaces ni las circunstancias adversas. Quien se sabe creador de todos sus actos en todos sus días vive con un orgullo que nada ni nadie le puede quitar. 

Por una misteriosa casualidad o serendipia, Leonard Cohen se enamoró del flamenco gracias a un par de clases de un guitarrista callejero y convirtió a  García Lorca en su gran pasión. Ambas experiencias cargaban con el luto de la muerte, pero al contarlas Cohen en su discurso de aceptación del premio Príncipe  de Asturias en 2011, aquel humilde guitarrista y el gran poeta aparecen con el aura de los inmortales. El primero creó hasta su propia muerte. Lorca llegó a la suya privado de todo menos del orgullo de vivir como había vivido, creando todo lo que había creado; eso no se lo pudieron matar; eso nadie se lo puede matar a otro. Para quien cree en la inmortalidad del alma, esa es la promesa de la gloria eterna. Para quien cree que todo termina con la desconexión del cuerpo, ese es el último instante de gloria al que todo ser humano inteligente debe aspirar porque de ese orgullo depende la felicidad perpetua.   

Pero las canciones terminan y esos momentos de radiante lucidez se apagan. Uno tiene que volver a la pensión en la que se suicidó el guitarrista callejero que enseñó a Cohen sus mejores acordes; al agujero desconocido en que sus asesinos enterraron el cuerpo de Lorca. Y lo que es peor, uno tiene que volver a los peligros que le amenazan y a la aplastante mediocridad que le rodea.

Casado, Arrimadas y políticos por el estilo intentan convencernos con sus fábulas de que nuestra vida será mejor si les dejamos gobernarla, mientras  cada palabra suya delata su convencimiento de que quienes les escuchan y les hacen caso son infelices de escaso discernimiento. Los políticos del Partido Republicano de los Estados Unidos, los Orban, Putin, Lukashenko, los talibanes y un largo etcétera esparcido por todo el mundo apuntan con todas sus armas contra la libertad y los derechos de todos los hombres, machos y, sobre todo, hembras, sin que sus compatriotas se atrevan a reaccionar contra las cadenas que intentan imponerles. A veces, las adversidades acobardan.

Porque las  canciones se terminan y los momentos radiantes se apagan y uno tiene que volver al mundo que los poderosos infrahumanos están descomponiendo como las larvas descomponen a un cadáver, hay quien se siente profundamente solo en medio de la podredumbre. Pero esa soledad, sin él saberlo, le une a millones de soledades que al penetrar en sus propias almas exclaman, aún inconscientemente,  ¡alabado sea Dios!; el Dios con el que se relacionan, aunque no sepan ni su nombre, cuando algo de todo lo creado les sorprende y les admira; el Dios de los ateos; el Dios que rechaza la siesta perpetua de los mediocres; el Dios que vomita a los tibios. Quien en esos momentos comprenda, a pesar de todos los pesares, la gloria de haber venido a este mundo para continuar la creación creando su propia vida, podrá ver, como dice el autor del primer capítulo del Génesis, lo que vio el Creador al terminar su obra, que todo está bien. Y un día, aunque parezca que todo ha ido mal, puede que se encuentre ante el Dios de la canción, como canta Cohen, sin más palabra en su lengua que ¡Aleluya!    

¿Se acabó la comedia?

Nazar Mohammad, el comediante asesinado por los talibanes

El pasado mes de julio, los talibanes asesinaron a Nazar Mohammad, un famoso comediante afgano que se burlaba de ellos en las redes. La noticia le recuerda a un periodista tuitero una sentencia de Schopenhauer: «Los fanáticos detestan la comedia porque la risa espanta al miedo». Los talibanes, hoy máximos exponentes del fanatismo, han eliminado la risa de Afganistán. Todo su poder reside en el miedo. Su dios es el dios del miedo, el dios que tortura, que mata a quien contradice las órdenes que salen de las voluntades perversas de sus creadores y que sus creadores pronuncian en su nombre. Su dios es un dios de infinita maldad que aniquila a sus propias criaturas por negarse a obedecerle.  

La naturaleza del Bien y del Mal ha preocupado al hombre, que sepamos, desde que empezó a escribir o a dictar lo que pensaba; tal vez mucho antes, pero no tenemos forma de saberlo. El asunto sigue deambulando por las mentes de los que piensan. Desde hace unos días aparece en las pantallas de todo el mundo una tragedia que hiere  las entrañas de  toda persona normal, es decir, de toda persona que sienta un mínimo de compasión por el dolor ajeno. Miles de seres humanos se agolpan contra el muro del aeropuerto de Kabul en un intento desesperado de salvar sus vidas. Ante esas imágenes horribles, nadie se pregunta qué es el bien y qué es el mal, quiénes son los buenos y quiénes los malos. Parece clarísimo. Pero, ¿cómo vamos a distinguir a los unos de los otros cuando despegue el último avión americano con los últimos afganos que consigan huir del horror que espera a los que se han quedado en tierra? ¿A quién le va a importar la tragedia de los que se queden cuando salgan de allí los americanos, los europeos y las cámaras de televisión? 

El mal habrá  triunfado en Afganistán en cuanto salga el último avión con refugiados por la razón incuestionable que verbalizó Edmund Burke:»Para que triunfe el mal, basta que los hombres de bien no hagan nada.»  Voltaire fue más rotundo. «No hacer el bien», dijo, «ya es un mal muy grande.» Prefiero a Voltaire.  

El presidente de los Estados Unidos tiene el convencimiento de hacer el bien sacando a sus tropas de Afganistán. Su decisión se funda en una razón muy convincente: no puede permitir que los americanos sigan sufriendo la pérdida de sus hijos, de sus hermanos en una guerra que se sabe interminable por las características tribales del país y el odio ancestral entre las tribus. El argumento podría interpretarse, y algunos lo interpretan, como una variante del America first  (América primero) que empezó a escucharse en los discursos de los políticos demócratas y republicanos a principios del siglo XX y que sonó con más fuerza durante la época anterior a las dos guerras mundiales. Antes de la Segunda, hasta se fundó el America First Committee, una organización contraria a la entrada de Estados Unidos en la guerra, que ejerció como grupo de presión. Pero nada que ver las razones que lo inspiraron con los motivos de Joe Biden para sacar a las tropas americanas de Afganistán. 

Con la empatía que delatan todos sus discursos, una empatía sincera y profundamente sentida, insólita en casi todos los políticos, Biden manifestó su decisión irrevocable de devolver a sus parientes y amigos a los soldados que aún están arriesgando sus vidas en esa guerra inútil. Y, como casi siempre, recordó a su hijo, Beau Biden, Guardia Nacional que sirvió en la guerra de Iraq y volvió sano y salvo. El cáncer se lo llevó en 2015 dejándole a su padre el orgullo de sus condecoraciones y de su ejemplo y la petición de que no abandonara su carrera política. Biden tiene su legado siempre presente como si Beau fuera el padre desaparecido y él fuera el hijo que no olvida sus enseñanzas. 

El America first  de Biden delata su voluntad de que, al menos sus compatriotas, no tengan que pasar por el dolor de perder a un ser querido pudiéndolo él evitar; dolor que él mismo describe como un agujero negro en el que todo lo demás desaparece. El America First Committee se oponía a la entrada de los americanos en la Segunda Guerra Mundial porque sus convicciones antisemitas y fascistas hacían a sus miembros admiradores de Hitler. Es evidente, pues,  que America First no siempre quiere decir lo mismo. En ambos casos, sin embargo, el concepto resulta antipático y algo peor para los que no son americanos. El mundo entero ha podido ver en los últimos días las horribles consecuencias de la salida precipitada de las tropas americanas de Afganistán, abandonando a su mala suerte a miles de afganos condenados a la muerte o a una vida infame en su país. Las imágenes de su desesperación hacen del America First la manifestación de un egoísmo inhumano. Un concepto análogo se manifiesta en el lema oficial del país. El lema oficial de los Estados Unidos de América es In God We Trust (En Dios confiamos). ¿En qué dios? ¿Un dios tan mezquino que sólo se preocupa por el bienestar de los americanos dejando para otras nacionalidades lo que pueda quedarle de compasión? En ese dios tan patriótico depositaron su fe y su confianza los políticos americanos hace muchos años, decretando que el lema apareciera en todas las monedas y billetes del país. Curiosa relación la del dios en el que los americanos confían y el dios Dinero, fundamento de su poder.  Es una relación evidentemente humana que los políticos atribuyen a la divinidad para ganar adeptos y ocultar el mal que en ella puede esconderse. El trinomio Dios, Patria y Dinero como declaración de intenciones y como propaganda es de lo mejor. Para agitar emociones y conseguir votos no puede fallar.     

La reflexión sobre el patriotismo en diferentes épocas de la historia revela, a quien no sufra ceguera fanática, que poner a la patria en la cúspide de la pirámide de valores es un peligro que puede ser y ha sido muchas veces mortal. La patria es un territorio cuya importancia reside exclusivamente en las personas que lo habitan y cuyo valor sentimental depende de lo que cada cual sienta por determinadas personas de su entorno. Todas las mitologías han tenido a una diosa madre, Mut, Gea, Pachamama, porque los hombres, machos y hembras, de todas las épocas y latitudes sienten, aún inconscientemente, agradecimiento a la mujer que les ha dado la vida y la necesidad de honrarla. Es ese sentimiento el que utilizan los populistas para manipular a quienes se dejan llevar por instintos primitivos porque no piensan. La patria se predica como madre de todos y exige a todos sus hijos amor, respeto, devoción. De ese sentimiento irracional surgen el America First; la exaltación de la patria alemana del Tercer Reich, indisociable del racismo; el Make America great Again ( Haz América grande otra vez) que le sirvió a Ronald Reagan en su campaña presidencial, que Donald Trump registró como lema de la suya llenando el país con sus gorras MAGA y que ha sido explotado por los cómicos americanos consiguiendo las mayores audiencias. Por la patria se han partido la crisma millones de hombres a lo largo de los siglos. ¿Por qué dieron su vida esos héroes muertos? Por un territorio que sólo modifica, en realidad, la erosión del tiempo. Entonces, ¿la patria sólo sirve para que la utilicen los politiqueros como red para pescar almas de cántaro? Y si no, ¿para qué?

Cuesta creer que haya un número considerable de españoles dispuestos a entregar cuerpo y alma por España. El español no se toma en serio ni las abstracciones ni a los que se las toman o fingen tomárselas en serio. Aquellos españoles que se envolvían en la rojigualda para ir a la Plaza de Oriente a oírle el discurso al Generalísimo iban movidos por asuntos mucho más serios que la entelequia que se llama patria. De esos asuntos, el más importante era el miedo a pasar por desafectos y el segundo en importancia, seguramente, la extrema delgadez de sus carteras. ¿Y los que se envuelven en la bandera para asistir a los mítines de Vox y del PP? 

El patriotismo teñido de rechazo a algunos compatriotas es, cuando menos, sospechoso. La patria no puede rechazar a negros ni a marrones ni a homosexuales ni a pensionistas pobres ni a pobres sin más porque la patria solo vive en sus seres vivos sin juzgar. Amar a la patria no puede ser otra cosa que amar a los compatriotas, aunque sea en sentido genérico. Y son compatriotas, como su mismo nombre indica, los que viven en el mismo territorio, en la misma patria.  

Si la mayoría de los españoles se tomara la molestia de escuchar los discursos de Casado y Abascal en el Congreso y de enterarse por la prensa a qué leyes votan afirmativamente y a cuáles no,  a Vox y al PP no les votaban ni los parientes porque no hay discurso ni voto suyo en la Cámara  en los que no nieguen el patriotismo que predican. Abascal discursea como si odiara a todos los socialistas del mundo y del universo, si en el universo los hubiera. Casado parece odiarlos tanto que no tiene bastante con discursear como Abascal en la tribuna, y de vez en cuando se va al extranjero, presencial o telemáticamente, para poner verde al gobierno. Ya todos sabemos cómo intentó que no llegaran a España los fondos europeos y otras barbaridades más que ya da pereza enumerar. ¿Es eso patriotismo? Suerte tenemos, al menos, de que su patriotismo de politiqueros no lleve a Casado y Abascal al extremo de predicar una cruzada contra Portugal para reconquistar para España todo el oeste de la Península Ibérica.  De todos modos, no hay por qué preocuparse. Si pidieran voluntarios para semejante hazaña, sólo se apuntarían los tan locos que no supieran adónde los llevaban ni lo que tendrían que hacer. Los españoles no están para cruzadas patrióticas. Un virus les persigue y la tardanza en subir el salario mínimo interprofesional, que las derechas rechazan,  no les deja dormir. Con eso tienen bastante.

Tanto palo han recibido los españoles a lo largo de su historia que no se les puede culpar si olvidan la pena que causa la suerte de los afganos en cuanto las imágenes desaparecen del televisor. No se les puede culpar si votan a quien les promete libertad para sentarse en una terraza a tomarse unas cañas. No se les puede culpar si la mayoría decide no tomarse la vida demasiado en serio. Confieso que hasta no hace tanto, en mis momentos difíciles adquirí la costumbre de provocarme sonrisas viendo vídeos de animales divertidos. Hasta que en Twitter empezaron a aparecer casi a diario fotos y vídeos de Abascal, Almeida, Ayuso, Casado y el inefable Teodoro Egea. Algunos me han hecho hasta reír. Lo que me recuerda la teoría de Hanna Arendt sobre la banalidad del mal, lectura que recomiendo. Pero ahora, al terminar este artículo, lo que me vuelve a la memoria es la cara del cómico Nazar Mohammad  en la última foto que le hicieron dentro del coche en el que los talibanes se lo llevaban para ejecutarle. Juraría que estaba sonriendo. 

La importancia de las alpargatas

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, se reúne telemáticamente con Defensa y Exteriores para tratar la crisis de Afganistán; reunión que se inmortaliza en una fotografía. El asunto del que se trata es crítico, trágico, de la máxima gravedad. En manos de los gobiernos europeos y americano están millones de vidas humanas. De sus decisiones dependen millones que pueden verse condenados a la exclusión social o a la muerte por la horda de fanáticos infrahumanos que ha tomado el país. Pero un detalle elimina el alcance político, económico y hasta humano de la reunión. Debajo de la mesa de cristal sobre la que trabaja el presidente, asoman sus pies calzados con alpargatas. Las alpargatas del presidente deslumbran al portavoz de la oposición de derechas que corre a ofrecer en Twitter la ingeniosa deducción que se le ha ocurrido. Enseguida le siguen los de su confesión rivalizando en ingenio con memes y gracietas. Las imágenes horripilantes del aeropuerto de Kabul desaparecen. Ya no importa a nadie la desesperación de hombres, mujeres y niños que se apiñan contra la verja de acceso a la única posibilidad de salvación. Ya no importan ni la enfermedad ni la muerte próximas o remotas. Ya lo único importante en este mundo para politiqueros, internautas y prensa de derechas son las alpargatas del presidente. ¿Tanta importancia tienen unas humildes alpargatas? Quien analice el tema en profundidad, comprenderá que las alpargatas tienen una importancia vital. 

¿Que es una alpargata? El diccionario se limita a una descripción física: La alpargata es un «Calzado de lona con suela de esparto o cáñamo, que se asegura por simple ajuste o con cintas». Llama la atención que algunos tuiteros hayan considerado falta de decoro  que el presidente haya utilizado un calzado así para reunirse con ministros. ¿Son indecorosas las alpargatas? No en verano. Que lleven alpargatas los veraneantes que pueden permitirse costosas sandalias puede resultar un toque divertido y hasta chic. En algunas fiestas patronales son de rigor. Catalanas, valencianas, baturras y un largo etcétera son alpargatas que van, obligatoriamente, con trajes regionales. Entonces, ¿qué tienen de indecorosas las alpargatas? Aquí está el quid de la cuestión. 

Durante siglos, la alpargata fue el calzado de las clases humildes en España y en algunos países de América. La alpargata puede, aún inconscientemente,  recordar por fotos o en películas la época en que distinguía a los obreros de los señores; a los ricos de los pobres. La reacción escandalizada  a las alpargatas del presidente nos reafirma que hoy, como siempre, lo indecoroso es la pobreza; lo indecoroso es recordar, visibilizar la pobreza; lo indecoroso es lucir un estigma que hace del pobre un grupo social inferior cuya presencia afea, estética y moralmente, el panorama que rodea a los ricos y a los que sudan tinta y lo que haya que sudar para no parecer pobres, para no verse devaluados, rebajados, manchados, por el estigma de la pobreza. Este segundo grupo que usualmente recibe el nombre de clase media, es, en realidad,  el grupo de los medio pobres porque a ricos no llegan y a pobres no descienden por tener un pequeño negocio o un sueldo más o menos decente.   

La alpargata tuvo su momento de gloria en el Buenos Aires del 17 de octubre de 1945. Hordas -lo que los diarios argentinos de la época llamaron hordas- de obreros industriales y peones del campo desfilaron por la ciudad más europea de América horrorizando a la que se consideraba la sociedad más culta, más europea, más blanca de un continente coloreado por el mestizaje. La multitud, que exigía la liberación de Juan Domingo Perón, detenido unos días antes,  llegó a la Plaza de Mayo gritando: «Alpargatas sí, libros no». Todos los estudiosos de aquella revolución económica y social están de acuerdo en que aquel grito no se dirigía contra la educación y la cultura. Era un grito contra las élites acomodadas y cultas que ignoraban la existencia de obreros industriales y peones rurales, incultos, mal vestidos y calzados con alpargatas.  Esas élites acomodadas ignoraban la existencia de los pobres porque no les veían, y no les veían porque no les miraban, y no les miraban porque estéticamente afeaban su panorama. Un autor de la época describió en la prensa la manifestación comentando: «Aparte de otros pequeños desmanes, sólo cometieron atentados contra el buen gusto y contra la estética ciudadana afeada por su presencia en nuestras calles”. De repente, aquella multitud amenazadoramente fea apareció en la gran y opulenta ciudad desorbitando los ojos y descomponiendo los estómagos de la gente de bien. Aquellos pobres iban sin sombrero, sin chaquetas, sin camisas bien abotonadas, con alpargatas, sin y con todo aquello que vestía a una clase social pagada de sí misma y a otra clase que hacía lo posible por imitarla. Los pobres, obreros con sueldos de miseria, no tenían posibles para imitar a nadie que estuviera por encima de su clase. 

¿Cuántos años han pasado desde que el llamado primer mundo presume de grandes corporaciones que le han  hecho rico y de una clase social empeñada en empeñarse hasta lo que haga falta para no parecer pobres? Desde la caída del muro de Berlín, por ponerle una fecha al asunto, se dice que el capitalismo ha triunfado. En América ya solo quedan un par de frescos defendiendo el comunismo. En Asia queda China con un comunismo sui generis sostenido por el gran capital. Y para de contar. El que quiera responder a la pregunta y tenga tiempo, que se ponga a contar los años que llevamos de capitalismo salvaje. Nuestra  realidad es que en España, después del estallido de la Covid 19, hay 5,1 millones de pobres y en el resto del mundo más de 200 millones. O sea, que decir que el capitalismo ha triunfado es una generalización sangrienta. Ha triunfado, sí, para enriquecer aún más a los ricos, enfermar de ansiedad a los medio pobres y dejar a los pobres como estaban porque peor ya no podrían estar. Entonces, ¿era el comunismo la solución más humana a todos los males? Y un cordero negro con patas rubias, decimos en mi tierra. El comunismo fue la gran mentira que esclavizó a los habitantes  de la Unión Soviética, por poner un ejemplo, durante más de setenta años. El comunismo iguala a toda la población de un país en la pérdida absoluta de libertades y con el único derecho de ser todos pobres por igual, reservando los privilegios a las élites del partido único. Y dicen las derechas de nuestro país que nuestro gobierno es sociocomunista. Sorprende hasta dejar la boca abierta que no les dé vergüenza hacer gala de tanta ignorancia. 

España tiene ricos de sobra y le sobran mucho más los medio pobres. Los españoles tenemos tanta libertad que podemos decir cualquier disparate sin temor a la cárcel, como hacen las tres derechas y otros más. Lo que no tenemos en España es una legislación adecuada para erradicar la extrema pobreza. Lo que no tenemos los medio pobres es la moral, la humanidad para exigir esa legislación mediante protestas que hagan reaccionar al gobierno contra el enriquecimiento desmedido de quienes hacen todo lo posible por incumplir sus deberes de ciudadanos. ¿Que por qué no se organizan y protestan los pobres? Quien se atreva a hacer esa pregunta que se imagine saliendo de la adolescencia o en la primera juventud sin otro consuelo para sus horas muertas que el porro que pueda pillar gracias a algún colega. Que se imagine lo que siente  una chica sin trabajo porque no le da la gana de dejarse acosar a cambio de un sueldo de miseria. Que se imagine insomne pensando en cómo pagar el alquiler. Que se imagine mirando una nevera vacía con hijos hambrientos en casa. Aunque claro, cada cual tiene lo suyo y no es cosa de ponerse a imaginar los problemas de los demás.

Entre todos los problemas que aquejan al pobre, el más grave es la desvalorización personal en cuanto percibe que nadie le valora, en cuanto se percibe  estigmatizado por una sociedad que le excluye, como aquellos leprosos de hace siglos, como aquellos judíos de la Alemania nazi marcados con su estrella de David. El pobre ya no lleva alpargatas. Ya no se hacen alpargatas para pobres. Lo indecoroso hoy es hacer cola en una de las llamadas colas del hambre; pedir fiado en una tienda hasta que te dejan de fiar; pasarte el día sentado en un banco porque ya no sabes adonde ir. Pero al pobre no le importa ni el decoro. Con el concepto de la religión predicado por el calvinismo que luego asumieron las confesiones llamadas protestantes, el pobre ha tenido que aceptar que su pobreza le excluye hasta de la relación con Dios. El triunfo del capitalismo salvaje adopta al dios calvinista y el dios calvinista dice que si a uno le va mal en la vida es porque es malo y se lo merece. Al pobre no le queda ni la fe ni la esperanza ni el amor. Puede que con un poco de suerte le caiga alguna sobra por caridad, pero la caridad no es lo mismo que el amor aunque a algunos les convenga confundir los términos. El pobre está solo o en compañía de otros pobres que también se saben solos.

Reflexionando sobre la realidad que oculta, a nadie le puede extrañar el guirigay que se ha armado por las alpargatas de Pedro Sánchez ni de dónde ha salido el escándalo. Solo podían escandalizarse quienes desprecian la pobreza, quienes la consideran indecorosa, quienes, creyendo en dioses anticristianos, juzgan a los pobres como seres inferiores dejados de la mano de su dios. Y eso solo les ocurre a los de extrema derecha, lo que a su vez nos revela que las derechas en nuestro país solo conocen y aceptan su extremo.

Las alpargatas de Pedro Sánchez nos han revelado, además,  la lentitud con que la humanidad evoluciona hacia la auténtica empatía que nos hace humanos y la hipocresía de quienes se llaman cristianos para pescar votos mientras deprecian al hijo de un carpintero de Galilea que era pobre de solemnidad. Benditas alpargatas si a algunos les sirven para evolucionar.

Los dioses manipulados

Los fanáticos mezquinos y machistas siguen a dioses mezquinos y machistas creados por individuos mezquinos y machistas. ¿A qué mezquina clase de dios le puede importar que las mujeres enseñen el pelo, que no se vistan con modestia monjil, que estudien, que salgan de sus casas a trabajar, que hablen en las congregaciones, que no vivan sujetas a los hombres? ¿A qué clase de dios se le ocurre someter a la mitad de la población al imperio de la otra mitad? No puede haber un Ser perfecto, Creador de cielos y tierra, que ocupe su tiempo en asuntos más propios de cotilleo que del destino de los seres humanos; entre otras cosas, porque un Ser eterno no tiene tiempo. Empezó a manipular la figura del Creador quien se sacó de su imaginación el segundo capítulo del Génesis o quien se lo dictó al que lo escribió. El Creador, manipulado por los hombres, se convirtió en un bruto sin conciencia ni compasión. Esos hombres infrahumanos no podían crear más que dioses inhumanos en el sentido más peyorativo del término.

Cuando en el segundo capítulo del Génesis se escribe el mito de la creación del hombre y la mujer, los hombres ya habían descubierto su superioridad física aunque no sabían que la fuerza se la debían a la testosterona. Esa fuerza superior les permitía dominar a las mujeres. Pero no les bastaba aplastar físicamente al sexo más débil. Tenían que atrofiar también sus facultades mentales, menoscabar su inteligencia no fuera que las físicamente más débiles aprendiesen a defenderse de ellos utilizando herramientas o algunas artes. 

La manera de menguar las facultades de la mujer para asegurarse su sometimiento  fue inventarse el mito del pecado original y atribuir a su dios la condena y el castigo de las mujeres como autoras del infame pecado de la desobediencia, para encadenarlas de por vida con la culpabilidad, con la aceptación de su inferioridad moral. En ese mito, inventado mucho después de la maravillosa narración del capítulo primero, el dios de sus inventores crea al hombre del polvo del suelo y, estando el hombre dormido, le arranca una costilla para crear a la mujer. ¿Quién puede concebir a un dios que necesita polvo y un hueso para crear algo? A un Creador omnipotente, no, desde luego. Pero a todas las mujeres existentes y por venir les deja bien claro que ese dios las creó utilizando un hueso no vital del conjunto de huesos que protege los órganos de la caja torácica. Ese humilde origen les debía recordar a perpetuidad que ese dios las creó de una parte irrelevante del cuerpo de los hombres para que les acompañaran y les ayudaran, siempre supeditadas a ellos. ¡Y vaya si lo han recordado! 

A estas alturas de la humanidad, las mujeres siguen soportando las consecuencias de ese mito ignominioso. ¿Cómo es posible que las mujeres mismas hayan asumido durante siglos ese estado de inferioridad y sumisión y hayan legado a sus hijas esa situación infrahumana transmitiéndoles la fe en un dios creado por los machos de la especie a su conveniencia? Las razones saltan a la vista. Por una parte, la ignorancia   que las ha llevado a creer todos los cuentos que los sacerdotes de esos dioses falsos y sus textos falsamente sagrados repiten; por otra, la realidad de que la mujer es inferior al hombre en fuerza física y, por lo tanto, vulnerable. En nuestra zona del mundo se ha salvado la desventaja de la ignorancia incorporando a las mujeres a la educación escolar. La desventaja física no se puede superar por la negativa a enseñar defensa personal a las niñas en los colegios y a las adultas en gimnasios subvencionados. Cada vez que un hombre mata a una mujer se realizan actos de homenaje a la fallecida y manifestaciones contra la violencia de género. Todos y todas sabemos que esos actos y la condena a los culpables y las ayudas de diversos tipos a las víctimas son paliativos que no evitan heridas y que no evitan muertes. ¿Por qué nadie exige soluciones? ¿Por qué se permite que politiqueros de derechas y medios afines sigan difundiendo desinformación sobre la violencia de género?  ¿En nombre de la libertad de expresión? Yo digo que en nombre de una cobardía heredada y por otros motivos, los gobiernos no se atreven a acabar con esa lacra. 

Millones de mujeres en Afganistán esperan aterrorizadas lo que saben que las espera cuando las fuerzas internacionales salgan del país dejándolas en manos de brutos infrahumanos. Lo sabemos todos, pero Afganistán está muy lejos, y sus mujeres y sus niñas carecen de la importancia de las materias primas que tiene el país y que diversos países codician. Hacerse con el comercio de esas materias será la máxima prioridad de algunos gobernantes dispuestos a negociar con los talibanes. A todos esos politiqueros de chaqueta y corbata les grita un hombre al que crucificaron porque quiso cambiar el mundo y acabar con los dioses falsos: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia!»

Llenos de muertos y de toda inmundicia están los que venden su conciencia a cambio de votos para conquistar el poder y desde allí conservar a los dioses falsos para que sigan perpetuando la falsa moral en la que vivimos. En España, las tres derechas están dispuestas a tragarse todos los muertos que causó el franquismo hasta después de la guerra, toda la represión, toda la humillación de las mujeres, todo lo que haga falta para conseguir un sillón con sueldo importante. Adelantando soñados triunfos, sus politiqueros se dedican a posar en fotografías que destaquen su cualidad de próceres y a decir barbaridades del gobierno en sus discursos para hacer gala de su valentía. Por lo que parece mala intención, las mujeres relevantes de sus partidos demuestran una ignorancia y una ineptitud que contribuye al desprestigio de su género. ¿Qué pretenden? 

Que todo vuelva atrás y que los dioses manipulados se encarguen de que nada cambie, de que sigan mandando los de siempre, que los y las de siempre se dejen mandar. 

A corromper el mundo

Por los vericuetos de la memoria, tan enrevesados como las circunvoluciones cerebrales, la situación actual de este planeta de locos me llevó al lugar oscuro y maloliente donde un día se me archivó el recuerdo de uno de los libros más monstruosos, más horripilantes  que he leído en mi vida: el Libro de Job. Omito las razones que me obligaron a leerlo la primera vez. Admito que lo he vuelto a leer tragándome la mala leche porque en mi mente se encendió una bombilla que me hizo asociar el espanto que en ese libro se describe a la situación espantosa que hoy estamos viviendo los mortales en todos los rincones de este ancho mundo. En mala hora. Para intentar soportar tragedias leyendo tragedias hay que ser masoquista. Pero me libra del diagnóstico la verdadera intención que me movió a imponerme esa tortura. El Pepito Grillo que siempre está incordiando mi conciencia me aseguró que no podría encontrar mejor referencia para denunciar la podredumbre en la que nos ha tocado vivir que ese libro bíblico que gana en horror al Apocalipsis porque el Apocalipsis se escribió mucho después. 

Nuestra tragedia, la tragedia sin fin del género humano empezó cuando  los hombres se pusieron a inventar dioses. Desde la aparición de la conciencia humana, a los individuos pensantes se les ocurrió que este mundo y que ellos mismos no podían haberse creado solos. Así descubrieron a un Creador. Pero en vez de conformarse con el descubrimiento, enseguida empezaron a tejer mitos; a llenar todos los misterios, todo lo inexplicable con las paridas de su imaginación. La tragedia sobrevino cuando a los más listos de cada comunidad se les ocurrió utilizar a los dioses y a los mitos para sojuzgar al resto. Sólo uno de esos mortales dejó fe de su gran inteligencia y de su profundo respeto a la simplicidad infinita del Creador y de su voluntad al crear todo lo creado. Mientras hombres de todas las latitudes montaban cielos e infiernos con dioses que superaban los vicios de los mortales divinizando la  depravación, la crueldad, todas las lacras que ensucian el alma humana, un hombre, un sólo hombre consiguió comprender la omnipotencia y omnisciencia de un Creador perfectísimo del cual no puede decirse absolutamente nada porque la mente humana no puede comprender a un ser superior ni, por lo tanto, explicarlo sin inventar mitos. Ese hombre narró la creación en el primer capítulo del Génesis con la simplicidad que exigía su respeto y, como Dios, vio que todo estaba muy bien y no escribió nada más. 

Todo el llamado Antiguo Testamento de la Biblia debería reducirse a ese único capítulo que sí parece inspirado por Dios mismo, pero a partir del segundo capítulo, los hombres sacan su pata diabólica para ponerse a escribir barbaridades sobre un dios humanizado por el temor, la envidia, la crueldad y lo peor que aquejaba a las almas de los llamados «escritores sagrados» o de los gobernantes que les dictaban lo que debían escribir para someter a la plebe. Hasta el día de hoy, las religiones mayoritarias resaltan como la mayor virtud de sus fieles el temor de Dios. 

Y vaya si nos dan razones para temer a esos dioses. Entre ellos, uno de los que inspira más pavor es el del Libro de Job. Empieza ese dios hablando con Satán y dándole permiso para causar todo tipo de desgracias al hombre más justo y devoto de la tierra con la única orden de respetar su vida. La conversación parece más bien una apuesta entre ese dios y el demonio. Ese dios apuesta por que, le pasen las desgracias que le pasen, ese santo varón seguirá alabándole y sirviéndole. El demonio dice que de eso, nada; que si se le tuerce la fortuna, ese hombre acabará renegando del dios que ha permitido su desgracia. Y allá va el demonio, con permiso de ese dios,  a matar a todas las miles de reses que Job, el santo varón, poseía y a derrumbar el edificio en el que su siete hijos celebraban una cena matándolos a todos y a causarle al pobre hombre una infección que le llena el cuerpo de pústulas dolorosas y malolientes que le obligan a recluirse en un estercolero porque hasta a su mujer le da asco verle y olerle.  Por si fuera poco, tres amigos le visitan en tan asqueroso lugar con el propósito de consolarle, pero como pasa a menudo,  el pretendido consuelo sale de sus bocas con el aire de superioridad de quien, en vez de consolar, ofrece explicaciones para todos los males y aporta soluciones como si las conociera todas. El libro se compone de los discursos de los tres amigos y las réplicas de Job. 

Quien tenga la paciencia de leer esos discursos y la inteligencia de asociarlos a nuestros días, temblará de pavor. Esos individuos atribuyen a su dios cualidades y defectos que hoy, encarnados en ciertos políticos,  amenazan destruir el mundo trocito a trocito. El dios de esos discursos atenta contra la libertad individual e inflige al hombre  los peores castigos sólo por atreverse a ser libre. Quien analice a ese dios con detenimiento logrará descubrir las cualidades que los tiranos y las hoy llamadas derechas de todas las épocas han atribuido a sus dioses para aterrorizar a la plebe y mantener a todos sumisos. Para conseguirlo, cuentan con la ignorancia de la mayoría. Dice Job en una de sus réplicas: «En verdad, vosotros sois el pueblo, con vosotros la Sabiduría morirá».

Los brutos que cuentan con la muerte de la sabiduría confían en la credulidad de los ignorantes para meterles en la cabeza todas las trolas que les convienen para conseguir y aferrarse al poder. Trump no se cansa de repetir que le robaron la elecciones. Ayuso no se cansa de repetir que la libertad de hacer lo que a uno le dé la gana es un derecho superior al de no infectarse y no infectar a parientes y conocidos con el virus que nos está infectando a todos y que puede matarnos. Abascal no se cansa de repetir que los inmigrantes entran en España a violar mujeres y a robar, para mantener en ebullición la violencia de sus huestes por si un día hace falta para conseguir el poder a las malas. Los segundos y terceros de estos líderes no se cansan de repetir lo que sus líderes repiten. Esa sarta de mentiras infames que las derechas dejan caer sobre los cerebros de los ignorantes como una gota china tienen el aval de la envidia y la venganza que los hombres han atribuido a sus dioses desde el principio de los siglos. Eso les exime de culpa por sus mentiras y les permite mentir impunemente cuanto quieran. ¿No hacen sus dioses lo mismo? El límite a las mentiras de un político corrupto sólo lo establece su imaginación; imaginación omnipotente capaz de crear dioses a la medida de su maldad. «Vosotros no sois más que charlatanes, curanderos todos de quimeras», les diría Job, y con razón.

Corren por las redes fotos que sobrecogen. En una está Casado rodeado de ovejas como el Buen Pastor que de Cristo predica la Iglesia. En otra, Ayuso conmueve posando como una Dolorosa que pide un paso de palio para que la saquen en procesión. La referencia a tradiciones religiosas no es casual. Hasta a quien se proclama ateo le sale de vez en cuando, aunque sea  involuntariamente, un ramalazo de fe. El hombre, macho y hembra, se siente demasiado solo en este mundo como para no necesitar el consuelo de una ayuda sobrenatural. Quien rechaza religiones institucionalizadas, se abraza a creencias que le llenen el vacío. Últimamente, por ejemplo, millones de americanos se confiesan creyentes de una secta llamada QAnon. Si se curan de las fantasías demenciales que predica esa secta, ya se inventarán otra. Porque si de algo es el ser humano consciente desde su nacimiento, es de su impotencia, y esa impotencia lleva a los desprevenidos a entregar su voluntad a cualquiera que les ofrezca protección, natural o sobrenatural imaginario. Muchos se preguntan de qué sirve un Dios que no pueda acabar con las desgracias y dejarnos vivir con la esperanza de que todas las desgracias se acabarán. Muchos piensan que un Dios que no nos ofrece su divina providencia no sirve para nada. Muchos prefieren ignorar la existencia de la divinidad demostrando, aunque no se lo propongan, que los creyentes lo son por interés. Eso, ciertos políticos lo tienen también muy claro y por eso no se cortan a la hora de prometer.

Hoy los políticos corruptos nos prometen libertad para matarnos y matar a los demás. Varios gobernadores americanos han prohibido la imposición de mascarillas a los niños que empezarán sus clases en los colegios la semana que viene, en nombre de la libertad de los padres para permitir que se infecte quien se tenga que infectar. De Afganistán huyen millones despavoridos ante el avance de los talibanes que prohíben todo tipo de libertades en nombre de su dios, menos la libertad de matar a cualquiera que les lleve la contraria. En nombre de su dios, hay obispos y sacerdotes en nuestro país que justifican la violencia de género y el abuso de niños y que atribuyen la discapacidad mental de los hijos a los pecados de sus padres. Son sus dioses, dicen los creyentes en la desigualdad,  los que permiten el enriquecimiento de los ricos por el medio que quieran y puedan y la miseria de los pobres por no saber o poder medrar. Esos dioses son los que, por los siglos de los siglos, han bendecido la ignorancia porque el que se preocupa por saber acaba perdiéndoles el temor.  

Nadie puede demostrar que Dios existe. Nadie puede demostrar lo contrario. Pero cualquier ser humano que se precie puede negarse a aceptar dioses corrompidos por hombres corruptos que los utilizan para corromper el mundo.         

Efemérides de la gloriosa «Cruzada nacional»

Francisco Franco con Adolf Hitler en Hendaya

18 de julio de 1936. Inicio de la gloriosa «Cruzada Nacional» que llevó a cientos de miles de españoles a la tumba y a otro cientos de miles a las cunetas, y que encerró a millones de españoles en sus casa bajo la llave del miedo privándoles de toda libertad.

¿Cuántos han recordado hoy ese día? Las tres derechas intentan por todos los medios que nadie lo recuerde. Carentes del respaldo de los traidores del ejército que permitieron con sus armas el triunfo de Franco, el arma de las tres derechas para destruir la democracia es la propaganda. Su munición son las mentiras.

Siguiendo el ejemplo de Trump y de la ultrederecha de diferentes latitudes, las tres derechas de España intentan convencer a los débiles mentales de que el gobierno de nuestro país intenta dar un glope de estado con la ayuda de dictadores extranjeros comunistas.

Contra las balas que emplean las tres derechas, convencidas de la ignorancia de la mayoría de los españoles, nuestra única defensa es leer para informarnos, es negar a las élites de derechas el privilegio exclusivo de la cultura.

Hoy recibí este tweet de la tuitera Isabel Rosso que aquí comparto

«El gran problema de nestro país es la ignorancia, la falta de educación y de cultura, por eso pasa lo que pasa a la hora de votar. La gente que no tiene conocimientos es mucho más fácil de manipular, por eso, el poder siempre ha intentado tener un pueblo inculto«.

Comparto, además, un artículo en Infolibre que revela el golpe de estado que hoy pretenden las tres derechas mediante la propaganda de falsedades. Porque un golpe de estado no requiere militares traidores ni armas, como en el 36. Hoy le basta convencer de la veracidad de sus mentiras a los débiles mentales que no leen ni saben ni les importa lo que está pasando aquí; lo que está poniendo nuestra democracia al borde de la destrucción.

https://www.infolibre.es/noticias/politica/2021/07/18/sanchez_prepara_golpe_estado_teoria_conspiracion_que_vox_comparten_que_fundamenta_estrategia_politica_122813_1012.html?utm_source=twitter.com&utm_medium=smmshare&utm_campaign=noticias&rnot=1065714

El terrorismo ha vuelto

Publicado el 9 de julio en La Hora Digital

Ayer por la tarde pasé en mi coche por delante del ayuntamiento de mi pueblo. Unos cuantos chicos y chicas estaban en la puerta montando banderas arcoiris,  preparando lo que parecía una manifestación. Me detuve a preguntarles qué pasaba y me informaron de que habría una reunión frente al ayuntamiento para protestar por el asesinato de Samuel Luiz. Decidí asistir. A la hora acordada, empezó a llegar gente, tres o cuatro decenas de vecinos del pueblo, la mayoría jóvenes. Se leyó un manifiesto y una joven leyó en gallego un poema de Rosalía de Castro. Un puñado de gente, unas palabras muy sentidas y luego cada cual a sus asuntos. El terror que intentan instilar los terroristas verbales de las tres derechas no modifica la vida cotidiana de los ciudadanos. Las horas de vigilia de cada cual se llenan con trabajo o estudios y diversión; se llenan con el esfuerzo por vivir o, al menos, por sobrevivir. Son los terroristas verbales los que más tiempo de sus vidas dedican a pensar en el modo de provocar el odio que ha de convertirse en terror; en el modo de conseguir que el odio y el terror muevan las manos en el instante de meter un voto en una urna electoral para que ese voto se sume a los que necesitan los terroristas verbales para engrosar la cartera de sus intereses. 

El terrorismo ha vuelto. Las bandas terroristas ya no son los movimientos revolucionarios de los 60 que intentaban cambiar el orden económico y social a base de secuestros y asesinatos. El progreso económico del llamado primer mundo y la popularización de los medios  transformó las aspiraciones de la mayoría. A la mayoría dejó de interesar la lucha de clases. La mayoría pobre dejó de aspirar a un sistema comunista en el que la riqueza se repartiera por igual haciendo a todos los ciudadanos de un país igual de pobres. Gracias a la televisión, los pobres empezaron a vivir con la esperanza de  poderse comprar las cosas que salían en los anuncios, de poder vivir en casas tan bonitas como las que salían en los anuncios, de tener coche y ropa como tenía la gente que salía en los anuncios. En un pasaje de la descacharrante novela de John Kennedy Toole, «La conjura de los necios», un activista chiflado intenta convencer a un negro pobre y analfabeto de que debe luchar por la supresión de la propiedad privada de los medios de producción. El interpelado mira al activista pasmado y al cabo de un silencio le responde: «Yo lo que quiero es una tele». Los movimientos revolucionarios fracasaron por falta de fieles y pareció que con su muerte nos librábamos todos para siempre del terrorismo criminal. Pero de repente, cuando menos lo esperábamos, el terrorismo volvió. 

Según el diccionario, se entiende por terrorismo la actuación criminal de bandas organizadas que pretende crear alarma social con fines políticos, y por banda se entiende un grupo de gente que sigue el partido de alguien.  Evidentemente, no se puede calificar de banda criminal a un partido político con representación en las instituciones obtenida por voto popular. Pero tampoco se puede discutir que, en estos momentos, hay partidos en España y en varios países de nuestro entorno que reducen su actuación a crear alarma social para conseguir sus fines. 

En Madrid, Díaz Ayuso y Almeida ofrecen cada día ejemplos de lo que puede llamarse terrorismo verbal, por llamarlo de alguna manera. De la pandemia tiene la culpa el gobierno de Sánchez, de la falta de vacunas, también; también del empeoramiento de la situación sanitaria y económica que causa el virus; también de todo lo negativo que pueda ocurrirle a todos los que viven  bajo el cielo de Madrid. Sánchez es inepto, irresponsable; inepto e irresponsable es todo su gobierno, lo que, bajo la gravísima situación de una epidemia que puede ser sanitaria y económicamente mortal, está teniendo consecuencias terroríficas para toda la población. Mientras tanto, Díaz Ayuso y Almeida posan ante cámaras y sueltan sus terribles augurios ante micrófonos,  seguros de que la mayoría de la población está compuesta por pusilánimes, seguros de que su terrorismo verbal penetrará en los cerebros de los pusilánimes; seguros de que esos pusilánimes tienen el cerebro encogido  por el terror que les han instilado con sus palabras y que a la hora de votar, votarán por los buenos que les han advertido del peligro aterrador de votar por los malos. Eso no será criminal, pero es terrorismo. ¿Y los analistas políticos que se devanan los sesos tratando de explicar por qué el partido de Ayuso y de Almeida ganó en Madrid y concluyen sus cavilaciones culpando a Sánchez? Terroristas también porque el efecto sobre los cerebros de quienes les escuchan es el mismo.   

Pero Díaz Ayuso y Almeida solo son parte de una camarilla dentro de una banda grande y organizada. El PP, con Pablo Casado a la cabeza, depende del terror, de su capacidad de aterrorizar a millones para evitar la bancarrota económica y moral de su partido. Casado no persigue fines políticos; no persigue el triunfo de una ideología bien trabada que inspire un programa de gobierno. Casado sabe que le pusieron donde está para recuperar el poder y que no tiene más arma para recuperarlo que instilar en los ciudadanos el terror al contrario. 

El terrorismo de Díaz Ayuso y Almeida es un terrorismo provinciano. El de Casado es de proporciones internacionales que le llevan a rozar la traición a su país. Con un partido acosado por decenas de causas judiciales por corrupción, Casado ha tenido que exportar su terror hasta el mismo seno de la Unión Europea intentando convencer a dirigentes y parlamentarios de que Pedro Sánchez es un peligro, no solo para España, sino para Europa entera. Los ataques de Casado contra Sánchez no conocen límites ni contención. Le da igual que las hemerotecas le desmientan. Le da igual desmentirse a sí mismo contradiciendo sus propias mentiras. Sabe que el terrorismo verbal produce más efecto que la más aterradora escena de una película de terror porque ante sí tiene cada día, y seguramente cada noche, a Abascal con su Vox, el rey del terrorismo que, al robarle votos al PP, tiene a Casado al borde del pánico. 

Abascal y su banda, cada vez más grande y organizada, han conseguido conmover las fibras más sensibles de los trastornados que solo soportan sus problemas existenciales y mentales segregando odio. Ofreciendo a los fracasados enfermos de odio a migrantes y homosexuales como chivos expiatorios de sus fracasos, Abascal y los suyos obtienen de sus súbditos ideológicos el mismo agradecimiento que obtenían los emperadores romanos cuando ofrecían a los suyos  gladiadores matándose a golpes de espada hasta que a uno de ellos ya no le quedaba más sangre que verter. Hoy, eso es terrorismo. El terrorismo verbal que incendia lo peor de la persona y empuja a algunos a lanzar una granada a una casa de acogida de los que llaman «menas» o a matar a golpes a un joven que consideran maricón. 

Terrorismo sin paliativos, como el terrorismo de los fieles de QAnon que han convencido a millones de que los demócratas son caníbales pedófilos que quieren controlar el mundo. Como los que han conseguido aumentar la incidencia de enfermos de la Covid en Estados Unidos convenciendo a millones de que no se vacunen porque con las vacunas inyectan un chip microscópico para controlar los cerebros. Como Donald Trump, que repitiendo la gran mentira de que los demócratas le robaron las elecciones, está a punto de destruir la democracia más antigua y sólida del mundo contemporáneo.

El terrorismo ha vuelto protegido por una judicatura que también ha caído víctima del terror. 

Todos, en todos los estratos de la sociedad, han sucumbido al terror de perder o poder o empleo o sueldo.  Todos son susceptibles a ser víctimas del terrorismo verbal de quienes se proclaman vencedores de todos los peligros. ¿Tiene esto remedio o estamos abocados a perder libertad y derechos en manos de los dictadores del terrorismo verbal? Ayer, frente al ayuntamiento de mi pueblo, vi a unos jóvenes llorando por un chico que no conocían y comprometerse a luchar contra el terrorismo sin dar un paso atrás. En su compromiso, en su valor, está nuestro futuro, el futuro de todos.

La indignidad de los indignos

Pedro S´`anchez anuncia los indultos en el Liceo

Veo y oigo a un hombre de apariencia sumamente digna dirigirse a una audiencia de personas dispuestas a escucharle con el decoro que define a la dignidad. De pronto una voz  extemporánea y estentórea interrumpe el discurso pidiendo algo fuera de agenda. El orador prosigue sin inmutarse. La voz vuelve a gritar un par de veces hasta que alguien la hace callar o ella misma se calla antes de que la callen, suponiendo que la callarán. De todos modos, sus gritos convertidos en palabras malsonantes van a llegar a las redes sociales y es en las redes sociales adonde quieren llegar las voces extemporáneas consiguiendo, de paso, reseñas en medios de comunicación. Con ese mismo propósito, unas 300 personas, según los medios, recibieron a gritos al orador a su llegada al Liceo, donde iba a pronunciar su discurso. Y sí, la manifestación de gritones de insultos corrió enseguida por redes y antenas. Como corren y llegan las barbaridades que sueltan a diario los líderes de las tres derechas para atraer seguidores, espectadores y oyentes. Saben que lo indigno atrae audiencias con la fuerza del más potente imán. 

El lunes 21 de junio de este año aciago, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del Gobierno, subió al escenario del Liceo y anunció muy pronto en su discurso que en el próximo Consejo de Ministros se concedería el indulto a nueve condenados por los delitos cometidos en el proceso de convocar un referéndum ilegal, desconectarse de España y proclamar la independencia de Cataluña. 

Hace días que se esperaba el anuncio de esos indultos. Los mismos días que llevaban saliendo, por las bocas de los líderes y portavoces de los tres partidos de derechas, los augurios más horrendos sobre la catástrofe que esos indultos causarían en España y los epítetos más injuriantes contra el presidente culpable de la destrucción del país que esos indultos ocasionarían. No puede decirse, por su contenido, que se tratara de críticas políticas ideológicamente justificables. Las tres derechas han soltado hasta hoy discursos histéricos siguiendo la línea marcada por sus argumentarios insanos; argumentarios y discursos  en los que se observa el destierro absoluto de la cordura, de la dignidad  y de la verdad.    

¿Hay algún español en su sano juicio que no perciba la indigna estupidez de las mentiras que sueltan las derechas? Hace algunos años la respuesta tal vez habría sido que no. Pero los tiempos han cambiado. Hoy el sano juicio no impera en parte alguna porque no hay empresa de comunicación de masas que no tenga como máxima prioridad entretener, y ya no se concibe entretenimiento verdaderamente divertido que no provoque descargas de adrenalina. La adrenalina ha ido inundando los cerebros hasta ahogar el juicio. Si casi la mitad de los norteamericanos, tan inteligentes ellos que coleccionan el mayor número de empresas multibillonarias, se han llegado a creer que el socialismo mundial es una orden de satánicos caníbales pedófilos y que sólo Donald Trump puede salvar al mundo amenazado por esos monstruos, ¿cómo no van a caer los pobres españoles en la más abyecta credulidad si les convencen de cualquier disparate con la misma estrategia con que las derechas convencen a los norteamericanos? ¿Qué estrategia? La repetición de las mismas mentiras, como la gota china, cuya eficacia en la trepanación psicológica de los cerebros descubrió un ministro de propaganda alemán. 

¿Se puede demostrar objetivamente que la repetición de una mentira puede penetrar en un cerebro desprevenido llevándole a aceptarla como verdad? Eso afirma un gran número de acusados de formar parte de la horda que atacó el Capitolio de los Estados Unidos. Esos acusados están alegando ante el juez que instruye sus casos que son inocentes de la violencia de que les acusan varios vídeos y fotografías. Alegan, algunos bajo juramento, que la culpa de aquella horrible tropelía que costó cinco muertos no fue de los pobres jóvenes y no tan jóvenes que se lanzaron a pedir las cabezas de todo diputado y senador que estuviera dispuesto a certificar la presidencia de Joe Biden; que la culpa fue de las radios y televisiones de ultra derechas que, repitiendo mensajes conspiranoicos, les habían lavado el cerebro sin que ellos se dieran cuenta. Esta justificación se ha extendido por todo el territorio americano hasta tal punto, que hoy pueden verse multitud de anuncios de psiquiatras y psicólogos que ofrecen tratamientos para superar la adicción a medios tóxicos de ultraderechas especializados en desinformar. No es broma. ¿Qué canales sintonizan, qué redes frecuentan  los españoles que repiten como loros las mentiras que suelta la propaganda de las tres derechas en nuestro país? Eso tienen que respondérselo quienes sospechan ser víctimas de este tipo de  adicción y quieren pedir ayuda para superarla.  

En Cataluña, los políticos independentistas también cuentan con sus medios de desinformación sostenidos por el govern y por las audiencias fieles al independentismo. Ayer, sin embargo, la salida de prisión de los indultados fue transmitida en directo por varios medios nacionales. Es natural que con la propaganda que se había hecho a los indultos, la salida de los excarcelados se considerara de interés público, pero, ¿hasta qué punto interesaba al público escuchar los discursos que esos señores llevaban preparados para soltarlos desde una tarima preparada también para la ocasión en la entrada de la cárcel? -una tarima para los indultados varones; las señoras Forcadell y Bassa solo tenían micrófonos, que conste-. A la mayoría de los españoles anónimos, lo que esos señores dijeran  seguramente interesaba poco. A las tres derechas, sin embargo,  interesaba muchísimo que esos discursos llegaran a los cuatro puntos cardinales de España y al cerebro de todos los españoles en edad de votar. ¿Por qué? Por la sencillísima razón de que toda persona más o menos  informada en política sabía perfectamente lo que los indultados iban a decir por ser lo mismo que vienen diciendo y repitiendo desde tiempos inmemoriales, y eso que vienen diciendo y repitiendo demostraría a todos los españoles que  los indultados salían de la cárcel sin propósito de enmienda, lo que demostraría, a su vez, que el presidente que les había concedido el indulto era un traidor a la patria y que las tres derechas que habían denunciado la traición eran los únicos auténticos patriotas de este país.

¿Tienen verdadera trascendencia los discursos de los indultados? Ninguna más allá de la emoción que aún puedan causar a sus seguidores. ¿Dijeron algo nuevo? Dijeron que nunca abandonarán la lucha por conseguir un referéndum de autodeterminación  que conduzca a la  República de Cataluña. Dijeron que antes de todo quieren amnistía; la amnistía que libre de culpa y penitencia a los que llaman «represaliados» y que permita  el regreso de los que llaman «exiliados», también sin culpa y sin penitencia. ¿Algo nuevo que haya podido producir la descarga eléctrica en los cerebros de Casado y Abascal que les lanzó a la busca desesperada de micrófono y cámara para advertir a los españoles de que están a punto de hundir a España? 

Pero vamos a ver, por Dios. ¿Qué van a hacer los indultados para conseguir todo eso? ¿Qué harán  si el gobierno se niega a concederles lo que piden porque lo que piden va contra la legalidad, es decir, la Constitución. ¿Sacar a sus seguidores a la calle? ¿Y? ¿Creen, los indultados, que millones en la calle conseguirían que las tres derechas, atenazadas por el pánico, votarán a favor de la reforma de la Constitución? ¿Creen que millones en la calle obligarían al gobierno de España a infringir la legalidad  plegándose a las peticiones de los independentistas? ¿Creen que millones en la calle harán que la Unión Europea exija al gobierno español que infrinja la Constitución de su país? Es probable  que los líderes independentistas nunca se hayan puesto a considerar en serio estas preguntas por miedo a que su inteligencia supere a su fe. Pero, ¿qué alternativa les quedaría si buscaran y encontraran finalmente respuestas racionales avaladas por la realidad? La misma que les quedaría a esas tres derechas que en el independentismo  catalán cifran todas sus esperanzas de derrocar a Pedro Sánchez.   

Lo más grave o tal vez lo único grave del discurso de los indultados  no fue su empecinamiento. Lo grave de ayer en la prisión de Lledoners, como en cualquier acto o discurso de líderes independentistas, es que la mitad de los catalanes no estaban allí. No estaban allí en los cerebros ni en las bocas de nadie los millones de catalanes que no quieren separarse de España; esos millones de catalanes que los independentistas ignoran porque les parece que por no querer una república catalana, no son catalanes de verdad. Curiosamente, los independentistas tienen la misma convicción que los de las tres derechas; quienes no comparten sus ideas sobre lo que es la patria no son patriotas. Pues bien, ayer, como siempre, faltaban los catalanes no patriotas a quienes preocupan, por encima de todo, sus asuntos y los de su familia; esos catalanes que están tan hartos de la letanía independentista que ya ni les molesta porque la oyen como quien oye llover. Saben que Casado está histérico tratando de convencer a tirios y troyanos de que Sánchez se merienda a España si no aparece un alma caritativa que le convenza de que adelante elecciones, pero las histerias de Casado y Abascal también les suenan a vuelo de moscardón. ¿Cómo se le ocurre a esa gente que sus ambiciones y sus cuitas son más importantes que las preocupaciones del último de la fila de la convaleciente España? Se les ocurre, tal vez, porque sólo sintonizan los  medios afines a las tres derechas, y la repetición de su propia propaganda les ha lavado el cerebro como a los pobres americanos esclavos psicológicos de Trump. 

Un día aparecerá Abascal en el Congreso con el torso pintado al aire y cuernos de toro y Casado se tirará a los pies de Sánchez a suplicarle entre lágrimas por lo que más quiera que abandone la política para que a él no le borren del mapa y Arrimadas, en el centro del hemiciclo, con los brazos al cielo, suplicará a las ánimas de los bienaventurados que le digan para dónde tirar, y a la tribuna subirá Ayuso, confusa y sin papeles, preguntando por el micrófono si ya le toca mudarse a La Moncloa y  Carmen Calvo, perdida la paciencia, gritará, ¿alguien puede decirme qué, coño, está pasando aquí?, y seguramente será Iceta quien le responda desde su escaño que nada, que por copiar a los americanos habiendo renunciado al buen gusto francés de otros tiempos, la política española ha perdido la dignidad.

Y aquí se acaba la broma y el panorama adquiere un gris de tormenta. Porque no es la política la que pierde la dignidad humana que le otorga la democracia. Contra su dignidad no pueden ni los politiqueros que por cargos, sueldos y prebendas  la intentan mancillar. Contra la dignidad de la política sólo puede la destrucción de la democracia y a la democracia sólo pueden destruirla los indignos que no hacen el más mínimo esfuerzo por defenderla. 

A quien no tenga ni tiempo ni ganas de reflexionar a fondo sobre el asunto, le recomiendo que mire con atención alguno de los documentales que se han filmado sobre nuestra guerra civil; por ejemplo, Palabras para un fin del mundo.  Las escenas filmadas en la época nos van revelando la indignidad de quienes destruyeron los esfuerzos por conducir a España por el camino del progreso y la indignidad de quienes no hicieron nada por detener a los destructores. ¿Algo del pasado que no puede volver a suceder? Los pensadores de varios países tiemblan viendo cómo se acerca la marea negra que amenaza nuestra civilización, nuestra dignidad humana.