¡Aleluya!

«Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó.»

¿Se puede alabar a Dios en un mundo en el que parece haber demostrado veracidad la filosofía del absurdo? ¿Un mundo en el que la política, entendida como la administración de todos los recursos para el bien de todos los ciudadanos, se ha transformado, en casi todas partes, en pretexto de inmorales en busca de dinero y poder; en ardid de energúmenos que fundan su conducta en un único lema: «Por un voto, mato»? ¿Un mundo en el que enfermos y muertos se mezclan en una masa cuyos ingredientes solo se distinguen por un número? ¿Un mundo en el que los que tienen mucho y los que tienen suficiente se erigen en los ángeles que al final de los tiempos separarán a los malos de los buenos y los echarán al infierno, dice la Biblia; en el que esos falsos ángeles hoy decretan que los malos son los pobres, los que no tienen nada, y los echan en los estercoleros de la pobreza para que no molesten con su fealdad y sus necesidades?  ¿Un mundo en el que sus habitantes se empeñan en adelantar el Armagedón para que este mundo se acabe cuando ellos dejen de existir porque para qué se van a preocupar de lo que ocurra después? ¿Se puede alabar a Dios en un mundo lleno de dioses perversos o indiferentes inventados por los hombres para enmendar la plana al Creador? ¿Se puede alabar a Dios en un mundo de desencantados que ya no creen en Dios, en otro mundo, en otra forma de vida?

«Hallelujah» (Alabad a Dios), es una exclamación judía que adoptaron los cristianos y que se oye constantemente en las liturgias de todas las iglesias. Tiene una connotación jubilosa. Tal vez por eso el «alabado sea Dios» de nuestras abuelas cayó en desuso a medida que el clima se ennegrecía y la fe, herida por la mentira, los abusos  y la inanición, se fue muriendo. El mundo se ha entristecido tanto que cada vez quedan menos que sientan el impulso de agradecer a Dios sus circunstancias con un jubiloso ¡Aleluya!

A pesar de todo, Leonard Cohen, el poeta y compositor anglosajón más español, compuso y cantó un Hallelujah que ha sido una de las canciones más comentadas, más vendidas, más premiadas y más versionadas desde su publicación en 1984 hasta el día de hoy. ¿Tantos la han comprendido? Tal vez el secreto de su éxito reside en que cada cual puede entender la letra como quiera. Cohen escribió ochenta estrofas para la canción y eligió las que quiso para un disco. Cada cantante ha elegido luego las que ha querido cantar para su versión. En todas las versiones la luz resplandece en cada palabra, dice Cohen, sin importar qué palabra hayas oído, sin importar si has oído el Aleluya sagrado o un Aleluya roto; sin importar el nombre que le des a Dios o que no le des nombre alguno porque no lo sabes o porque ni siquiera sabes si Dios existe.

En esas ochenta estrofas se resume una vida entera. Esto nos revela que, más allá de la apariencia religiosa, bíblica, filosófica que destacan sus comentaristas, la canción penetra en el gran misterio de la vida humana, en ese núcleo indescriptible, mudo,  en que la mente y las emociones se unen permitiendo al ser humano empinarse por encima de la realidad exterior y encontrar algo que le hace superar sus limitaciones. La experiencia puede durar solo un momento, pero es en esos momentos felices cuando uno intuye el valor inmensurable de su existencia como ser humano y el alma exclama, aún inconscientemente, ¡aleluya! La alabanza puede no estar dirigida a Dios. Puede ser un aleluya frío y roto, dice Cohen, cuando la grandeza de ese hombre, macho o hembra, se estrella contra las miserias de su realidad exterior. Aún así, del alma brotan la alabanza y el agradecimiento porque en ese momento de extrema lucidez, el hombre, macho o hembra, se está alabando a sí mismo, se está agradeciendo haber llegado a donde está venciendo todos los obstáculos que el mundo le haya puesto por delante.  

El aleluya que Cohen atribuye al rey David en la primera estrofa es el reconocimiento al valor de la vida humana con todas sus primaveras y todos sus inviernos, con todos sus días de sol y todas sus tormentas. 

Leonard Cohen, judío, llevaba grabada en sus genes la memoria de toda la injusticia, de todo el dolor que los hombres se han causado los unos a los otros desde su creación y la certeza de haber sido creados para seguir creando. Es esa certeza lo que da al hombre, macho y hembra, la felicidad permanente, la felicidad que no alteran ni las alegrías fugaces ni las circunstancias adversas. Quien se sabe creador de todos sus actos en todos sus días vive con un orgullo que nada ni nadie le puede quitar. 

Por una misteriosa casualidad o serendipia, Leonard Cohen se enamoró del flamenco gracias a un par de clases de un guitarrista callejero y convirtió a  García Lorca en su gran pasión. Ambas experiencias cargaban con el luto de la muerte, pero al contarlas Cohen en su discurso de aceptación del premio Príncipe  de Asturias en 2011, aquel humilde guitarrista y el gran poeta aparecen con el aura de los inmortales. El primero creó hasta su propia muerte. Lorca llegó a la suya privado de todo menos del orgullo de vivir como había vivido, creando todo lo que había creado; eso no se lo pudieron matar; eso nadie se lo puede matar a otro. Para quien cree en la inmortalidad del alma, esa es la promesa de la gloria eterna. Para quien cree que todo termina con la desconexión del cuerpo, ese es el último instante de gloria al que todo ser humano inteligente debe aspirar porque de ese orgullo depende la felicidad perpetua.   

Pero las canciones terminan y esos momentos de radiante lucidez se apagan. Uno tiene que volver a la pensión en la que se suicidó el guitarrista callejero que enseñó a Cohen sus mejores acordes; al agujero desconocido en que sus asesinos enterraron el cuerpo de Lorca. Y lo que es peor, uno tiene que volver a los peligros que le amenazan y a la aplastante mediocridad que le rodea.

Casado, Arrimadas y políticos por el estilo intentan convencernos con sus fábulas de que nuestra vida será mejor si les dejamos gobernarla, mientras  cada palabra suya delata su convencimiento de que quienes les escuchan y les hacen caso son infelices de escaso discernimiento. Los políticos del Partido Republicano de los Estados Unidos, los Orban, Putin, Lukashenko, los talibanes y un largo etcétera esparcido por todo el mundo apuntan con todas sus armas contra la libertad y los derechos de todos los hombres, machos y, sobre todo, hembras, sin que sus compatriotas se atrevan a reaccionar contra las cadenas que intentan imponerles. A veces, las adversidades acobardan.

Porque las  canciones se terminan y los momentos radiantes se apagan y uno tiene que volver al mundo que los poderosos infrahumanos están descomponiendo como las larvas descomponen a un cadáver, hay quien se siente profundamente solo en medio de la podredumbre. Pero esa soledad, sin él saberlo, le une a millones de soledades que al penetrar en sus propias almas exclaman, aún inconscientemente,  ¡alabado sea Dios!; el Dios con el que se relacionan, aunque no sepan ni su nombre, cuando algo de todo lo creado les sorprende y les admira; el Dios de los ateos; el Dios que rechaza la siesta perpetua de los mediocres; el Dios que vomita a los tibios. Quien en esos momentos comprenda, a pesar de todos los pesares, la gloria de haber venido a este mundo para continuar la creación creando su propia vida, podrá ver, como dice el autor del primer capítulo del Génesis, lo que vio el Creador al terminar su obra, que todo está bien. Y un día, aunque parezca que todo ha ido mal, puede que se encuentre ante el Dios de la canción, como canta Cohen, sin más palabra en su lengua que ¡Aleluya!    

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

2 comentarios sobre “¡Aleluya!

  1. ¡Aleluya!, María Mir-Rocafort.
    Adornas tu artículo con la imagen pintada por Miguel Ángel en el techo de la Capilla Sixtina. Las figuras son enormes y la impresión al verlas sobrecoge, pero no tanto como El Juicio Final pintado por el mismo gran pintor, Buonarroti. No sé si es casualidad o lo pintó así a propósito: Los condenados parten de la derecha del fresco y son arrojados al inframundo para que Caronte los transporte a los infiernos. A la izquierda los seres humanos que ascienden al cielo.
    Las dos obras son el culmen de la grandiosidad de un pintor del renacimiento que sigue asombrando a quienes se acercan con devoción a contemplar su obra.
    ¡Aleluya! por Miguel Ángel Buonarroti, ¡Aleluya! por todos los grandes genios que ha dado y sigue dando la humanidad.
    Yo escucho ese ¡Aleluya! desde el quebranto, no concibo lo sagrado, pero si la increíble capacidad de los seres humanos para, como Leonard Cohen, hacer grandes obras.
    Recuerdo cuando publique mi primera novela, «Strakas- historia de una infamia», lo que me dijo mi editor: «Has alcanzado la eternidad»… No,- le contesté yo-, solamente quedará una de las miles de obras buenas, regulares o mediocres, eso lo decidirán los lectores, que se perderá irremisiblemente con el paso del tiempo.
    Llevando estos pensamientos a la arena política solo se me ocurre, con los políticos actuales, que la eternidad y la gloria solo la podrán alcanzar quienes hayan dejado huella en la sociedad y en el tiempo que le tocó vivir. No veo ahí a ningún Casado, ni Abascal, ni Arrimadas. Si veo a Zapatero y a Pedro Sánchez, dos políticos que si cambiaron con sus leyes, para mejor, la vida de los ciudadanos que hoy habitamos España.
    Felicidades por tu artículo y gracias por cerrarlo con la voz rota y grave de Leonard Cohen cantando su ¡Aleluya!

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