
Los fanáticos mezquinos y machistas siguen a dioses mezquinos y machistas creados por individuos mezquinos y machistas. ¿A qué mezquina clase de dios le puede importar que las mujeres enseñen el pelo, que no se vistan con modestia monjil, que estudien, que salgan de sus casas a trabajar, que hablen en las congregaciones, que no vivan sujetas a los hombres? ¿A qué clase de dios se le ocurre someter a la mitad de la población al imperio de la otra mitad? No puede haber un Ser perfecto, Creador de cielos y tierra, que ocupe su tiempo en asuntos más propios de cotilleo que del destino de los seres humanos; entre otras cosas, porque un Ser eterno no tiene tiempo. Empezó a manipular la figura del Creador quien se sacó de su imaginación el segundo capítulo del Génesis o quien se lo dictó al que lo escribió. El Creador, manipulado por los hombres, se convirtió en un bruto sin conciencia ni compasión. Esos hombres infrahumanos no podían crear más que dioses inhumanos en el sentido más peyorativo del término.
Cuando en el segundo capítulo del Génesis se escribe el mito de la creación del hombre y la mujer, los hombres ya habían descubierto su superioridad física aunque no sabían que la fuerza se la debían a la testosterona. Esa fuerza superior les permitía dominar a las mujeres. Pero no les bastaba aplastar físicamente al sexo más débil. Tenían que atrofiar también sus facultades mentales, menoscabar su inteligencia no fuera que las físicamente más débiles aprendiesen a defenderse de ellos utilizando herramientas o algunas artes.
La manera de menguar las facultades de la mujer para asegurarse su sometimiento fue inventarse el mito del pecado original y atribuir a su dios la condena y el castigo de las mujeres como autoras del infame pecado de la desobediencia, para encadenarlas de por vida con la culpabilidad, con la aceptación de su inferioridad moral. En ese mito, inventado mucho después de la maravillosa narración del capítulo primero, el dios de sus inventores crea al hombre del polvo del suelo y, estando el hombre dormido, le arranca una costilla para crear a la mujer. ¿Quién puede concebir a un dios que necesita polvo y un hueso para crear algo? A un Creador omnipotente, no, desde luego. Pero a todas las mujeres existentes y por venir les deja bien claro que ese dios las creó utilizando un hueso no vital del conjunto de huesos que protege los órganos de la caja torácica. Ese humilde origen les debía recordar a perpetuidad que ese dios las creó de una parte irrelevante del cuerpo de los hombres para que les acompañaran y les ayudaran, siempre supeditadas a ellos. ¡Y vaya si lo han recordado!
A estas alturas de la humanidad, las mujeres siguen soportando las consecuencias de ese mito ignominioso. ¿Cómo es posible que las mujeres mismas hayan asumido durante siglos ese estado de inferioridad y sumisión y hayan legado a sus hijas esa situación infrahumana transmitiéndoles la fe en un dios creado por los machos de la especie a su conveniencia? Las razones saltan a la vista. Por una parte, la ignorancia que las ha llevado a creer todos los cuentos que los sacerdotes de esos dioses falsos y sus textos falsamente sagrados repiten; por otra, la realidad de que la mujer es inferior al hombre en fuerza física y, por lo tanto, vulnerable. En nuestra zona del mundo se ha salvado la desventaja de la ignorancia incorporando a las mujeres a la educación escolar. La desventaja física no se puede superar por la negativa a enseñar defensa personal a las niñas en los colegios y a las adultas en gimnasios subvencionados. Cada vez que un hombre mata a una mujer se realizan actos de homenaje a la fallecida y manifestaciones contra la violencia de género. Todos y todas sabemos que esos actos y la condena a los culpables y las ayudas de diversos tipos a las víctimas son paliativos que no evitan heridas y que no evitan muertes. ¿Por qué nadie exige soluciones? ¿Por qué se permite que politiqueros de derechas y medios afines sigan difundiendo desinformación sobre la violencia de género? ¿En nombre de la libertad de expresión? Yo digo que en nombre de una cobardía heredada y por otros motivos, los gobiernos no se atreven a acabar con esa lacra.
Millones de mujeres en Afganistán esperan aterrorizadas lo que saben que las espera cuando las fuerzas internacionales salgan del país dejándolas en manos de brutos infrahumanos. Lo sabemos todos, pero Afganistán está muy lejos, y sus mujeres y sus niñas carecen de la importancia de las materias primas que tiene el país y que diversos países codician. Hacerse con el comercio de esas materias será la máxima prioridad de algunos gobernantes dispuestos a negociar con los talibanes. A todos esos politiqueros de chaqueta y corbata les grita un hombre al que crucificaron porque quiso cambiar el mundo y acabar con los dioses falsos: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia!»
Llenos de muertos y de toda inmundicia están los que venden su conciencia a cambio de votos para conquistar el poder y desde allí conservar a los dioses falsos para que sigan perpetuando la falsa moral en la que vivimos. En España, las tres derechas están dispuestas a tragarse todos los muertos que causó el franquismo hasta después de la guerra, toda la represión, toda la humillación de las mujeres, todo lo que haga falta para conseguir un sillón con sueldo importante. Adelantando soñados triunfos, sus politiqueros se dedican a posar en fotografías que destaquen su cualidad de próceres y a decir barbaridades del gobierno en sus discursos para hacer gala de su valentía. Por lo que parece mala intención, las mujeres relevantes de sus partidos demuestran una ignorancia y una ineptitud que contribuye al desprestigio de su género. ¿Qué pretenden?
Que todo vuelva atrás y que los dioses manipulados se encarguen de que nada cambie, de que sigan mandando los de siempre, que los y las de siempre se dejen mandar.
La fuerza física superior del hombre no es para golpear a las mujeres sino para defenderlas de aquellas situaciones en las que se puedan encontrar y por sí mismas no puedan defenderse. El hombre es complemento de la mujer y no su enemigo.
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Así debería ser, Guillermo, pero no es
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