Vivir en un sindiós

El Tribunal Supremo de los Estados Unidos culmina su curso antes de vacaciones con broche de mierda: sentencia contra los derechos de clientes LGTBQ+; contra la discriminación positiva de negros y latinos en las admisiones a universidades; contra el perdón de la deuda contraída por el pago de estudios. El Tribunal Supremo más corrupto de la historia de los Estados Unidos, con una mayoría de jueces perjuros designados por Donald Trump y ratificados por la mayoría republicana trumpista del Senado, se transforma en órgano político que, en vez de juzgar, legisla para devolver a la sociedad americana a la gloriosa época de la supremacía blanca; de familias ejemplares por su observancia de un cristianismo sui generis que ignora el de los Evangelios; del predominio omnipotente del dinero. Un año antes, ese tribunal había manifestado su intención redentora otorgando a cada estado el derecho de prohibir el aborto. Pues bien, las últimas sentencias de ese Tribunal Supremo, equivalente en funciones e importancia al Supremo y al Constitucional español, nos descubre que la epidemia del trumpismo ha llegado a España con su amenaza mortal a la libertad y al bienestar de millones de  españoles.

Recuerdo la escena de una película que he visto muchas veces. Pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, el cura de un pueblo de Sicilia entra en el cinematógrafo a primera hora de la mañana, se sienta en una silla de la platea, saca de su bolsillo una campanilla y llama a gritos al proyeccionista para que empiece a poner películas. El cine se queda a oscuras. La luz de otros mundos y otras vidas se concentra en la pantalla. La campanilla del cura duerme entre sus manos esperando el momento de verse sacudida con violencia cuando aparezca en la pantalla una pareja a punto de besarse. El proyeccionista espera, aburrido, a que llegue el momento de los campanillazos con los que el cura le indica que debe cortar los fotogramas pecaminosos. Suena la campanilla y el proyeccionista corta rápidamente. El cura no puede exponerse a ver un beso de dos bocas. Ese hombre de dios, su dios, no está dispuesto a ver películas pornográficas, como él mismo dirá en otra escena. 

Junio de 2023. En España, el mes amanece gris. La mayoría de los votantes decidió terminar mayo cambiando la realidad multicolor de España por aquellas películas en blanco y negro que aliviaban las vidas miserables de nuestros abuelos. La mayoría de los votantes decidió curarse la nostalgia entregando ayuntamientos y comunidades a quienes prometían devolverles el pasado. Fieles a su promesa, los nuevos gobernantes de ayuntamientos y comunidades, firmes defensores de la moral antigua, empezaron a demostrar su respeto a su palabra empuñando campanillas para expulsar a todo contenido pecaminoso del sacrosanto suelo patrio. Y estos, ahora, no cortan sólo escenas, como exigía aquel cura siciliano. Con gran eficiencia y celeridad, eliminan de cines y teatros todo material satánico que induzca al pecado, obras dramáticas y películas enteras, como una obra que calumnia al franquismo presentando a un maestro fusilado por republicano; una obra que da alas a los perturbados que quieren cambiar de sexo; una película de dibujos animados en la que dos mujeres se besan en la boca; una obra en la que aparecen en el escenario genitales gigantes de ambos sexos. Lo que han hecho anuncia lo que seguirá. Para que no quepa duda sobre la honestidad y el respeto a la palabra dada de los censores, de la censura no se salvan ni Lope de Vega ni Virginia Woolf. Sólo una duda empaña el triunfo de los cruzados que luchan por la salvación del alma de los españoles, ¿serán brutos? Sólo una duda amenaza la esperanza de los que no lo son. ¿Serán igual de brutos los que en julio tienen que decidir con su voto el futuro de todos? Porque Pedro Sánchez, empeñado en empujar a los españoles hacia adelante, anuncia, el día siguiente al triunfo del ejército angelical, disolución de las Cortes para dar por concluida la batalla en charcos de fango, y elecciones generales para que los españoles decidan hacia dónde quieren ir.              

¿Hacia dónde queremos ir los españoles? Empieza la marea de encuestas preguntando por teléfono a cada pedro en su casa por quién va a votar el 23 de julio. Salen en todos los medios las respuestas cuya sinceridad nadie podrá comprobar hasta que termine el recuento de votos. Y, para pasmo de todo ser pensante, todas las encuestas anuncian el triunfo de las huestes arcangélicas. España, según todo sondeo, está a sólo trece días del momento en que un Arcángel, adalid de todos los consumidores de legumbres que en el mundo han sido, lanzará al demonio progresista a las profundidades del averno librando a los españoles del arduo ascenso hacia la cumbre de los creadores que la Creación exige a todo ser humano desde su creación. 

Quien recuerda o no ha vivido, pero ha escuchado narrar, la vida en la amable planicie de aquella España de la posguerra donde, cada cual en su sitio sin tener que sufrir el rejo de la ambición, se contentaba comiendo legumbres, como el Daniel del Libro Sagrado, si no podía comer otra cosa y sin incordiar a nadie; quien recuerda o no ha vivido, pero ha escuchado narrar, la suave alegría de aquellos domingos en los que cada cual, con lo mejor que tuviera para ponerse, acudía a misa y, bajo el sol perpetuo de los dorados sagrarios, hacía fila para tomar la comunión, atestiguando su fe y su probidad ante sus vecinos; quien recuerda o no ha vivido, pero ha escuchado narrar la paz celestial que tranquilizaba a todas las almas cuando todas las almas acudían jubilosas a la Plaza de Oriente para agradecer al padre de todos su desvelo por hacer que la paz garantizara el sueño a todos los españoles; quien recuerda o no ha vivido, pero ha escuchado narrar la paz de aquellos días en los que todos disfrutaban de la belleza del silencio de un sepulcro bien blanqueado y florido, esos estarán esperando con ansia la llegada del incruento armagedón electoral que volverá a hacer de España el reino de los justos. 

Y no son los únicos que hoy agradecen a Pedro Sánchez el adelantamiento de elecciones. Los políticos independentistas que en Cataluña vieron como la mayoría desertaba de sus batallas por una nueva frontera prefiriendo luchar por el bien común, esperan con ansia el triunfo de los patriotas muy españoles para que el estruendo de sus patrióticas trompetas y la amenaza intolerable de sus lanzas vuelva a despertar en los catalanes el rencor, las ansias de revancha, el anhelo de separarse para siempre de un país rancio que apesta a rancio. Los independentistas más radicales cuentan con impaciencia los días que faltan para encender las calles oscuras con las alegres llamas de las hogueras de una perpetua noche de San Juan.  

Y llegó el debate que en tiempo de elecciones maquilla a la democracia para ponerla más guapa. Y más guapa parece porque el debate congrega a millones de españoles ante sus pantallas sin tener en cuenta su clase económica ni su abundancia o carencia de conocimientos ni la estatura de su inteligencia ni su intención de informarse para decidir o de pasar el rato viendo como candidato y presidente se zurran. Los seguidores del presidente se prepararon para disfrutar de un buen rato  con la alegre certeza de que Pedro Sánchez le daría un repaso memorable al candidato que, por no saber, había demostrado ante millones que ni siquiera se sabía la tabla del 10. Esperando ese repaso que sería memorable y libraría definitivamente a los españoles progresistas del miedo a las tropas celestiales de otros tiempos, las casas progresistas se llenaron de sonrisas en cuanto Pedro Sánchez saludó. 

Pero, como en las postrimerías de un amor fugaz, las sonrisas se fueron         apagando a medida que el defensor del mundo atávico de todas las posguerras se lanzaba contra el presidente con el arma invencible de la mentira. Pedro Sánchez no esperaba las mentiras y los insultos con que el candidato llenaba todos sus mítines. Se trataba de un debate para informar a los españoles de los proyectos que cada cual ofrecía en caso de ganar. Pero si algo tenía clarísimo el candidato, era que un debate no tenía por qué ser algo distinto a un mitin y que lo suyo no era presentar propuestas; que lo suyo era embarrar para divertir al personal. Pedro Sánchez empezó a quedarse a cuadros. Se hizo evidente que no comprendía la desfachatez con la que el candidato mentía sabiendo que hablaba ante millones. ¿Tan seguro estaba de que los millones que le estaban viendo y escuchando no podrían detectar su falsedad porque seguramente casi todos eran tan ignorantes como él? Pedro Sánchez repetía la palabra mentira con estupor, sin tiempo y, seguramente sin ganas, de desmentir los bulos. Había ido a un debate preparado para debatir propuestas y se encontraba desconcertado y hasta forzado a contener la risa ante los disparates que soltaba un candidato a la presidencia del gobierno que demostraba cierta habilidad de comediante sentado. Feijóo arrasó como arrasa Trump que, con decenas de imputaciones de delitos, pone a parir en sus mítines al Departamento de Justicia en pleno, al Fiscal Especial que investiga sus delitos y a toda su familia, al FBI, a la CIA, a la IRS, al hijo del presidente de los Estados Unidos y al presidente mismo, insultando y agitando al personal con una gracia que llena sus mítines de gente dispuesta a pasárselo bien. Alberto Nuñez Feijó resumió el debate confesando a los periodistas que le interrogaron después, que se lo había pasado muy bien. ¿Y el presidente?    

El único momento en el que Pedro Sánchez pudo concentrarse en hablar de su trabajo por venir  fue en eso que llaman minuto de oro. Los espectadores progresistas respiraron con alivio cuando la pantomima terminó y es muy posible que Pedro Sánchez saliera del escenario de aquella farsa también muy aliviado.  Aunque el alivio perdurable no llegará hasta el 23 de julio; hasta el momento en que millones de españoles hagan callar a sus glándulas para que pueda votar libremente su facultad racional. La noche de ese día crucial sabremos si las hordas malignas de ángeles falsos nos arrastrarán a un pasado sindiós o si un gobierno empeñado en sacarnos a todos adelante nos permitirá seguir ascendiendo por el camino que, con cada dificultad superada, nos premia con una dosis de orgullo; orgullo de uno mismo.

              

¿Qué demonios está pasando aquí?

Amparo Rubiales, presidenta del PSOE de Sevilla, icono del partido socialista, tiene que dimitir por decir que un judío es judío y que ese judío es nazi, lo que también es verdad porque el individuo es fascista, y el partido de Hitler y sus sucedáneos actuales se inspiran en el fascismo. Como la estrategia de los partidos fascistas en España se basa en demoler a toda ideología que defienda el progreso de los españoles, ahora piden la dimisión de Francisco Martín, delegado del Gobierno en Madrid, por decir que los de Bildu «han hecho más por España que todos los patrioteros de pulsera»; otra verdad como un templo. Que yo sepa, no ha dimitido, pero ha pedido perdón. ¿Perdón por decir la verdad?  Desde su entrada en el Congreso, Bildu ha votado a favor de la mayoría de las leyes sociales propuestas por el Gobierno. El PP y Vox han votado en contra. ¿Qué partido ha hecho más por España, es decir, por los españoles? En medio de la confusión que confunde a la mayoría, algo que está claro es que la mayoría de los medios con más audiencia del país  han entronizado la mentira y han conseguido que se penalice la verdad. Con esa tergiversación de la realidad en mente, la mayoría de los españoles que votaron el 28-M votaron contra los demás y contra sí mismos. ¿Votará esa mayoría el 23-J con el mismo ofuscamiento que confundió su razón en mayo?  

Los resultados de las elecciones del 28-M obligaron a todos los ciudadanos a enfrentarse a una realidad apabullante. De pronto, la mayoría de los votantes provoca en varias autonomías y ayuntamientos el derrumbe de la obra humana y social construída por gobiernos progresistas. En su lugar, los nuevos amos prometen reconstruirlo todo con estructuras de otros tiempos; restaurar un pasado glorioso que con banderas, lemas, símbolos, letanías y jaculatorias devolverá a los miserables el derecho a vivir su miseria con orgullo. ¡Bienaventurados los pobres!, exclamó el Jesús de Lucas, y de repente los pobres y medio pobres, hartos de las fatigas de estos tiempos tan duros, votaron para dejar este mundo tan feo en manos de los ricos a cambio de la promesa del Reino de los Cielos para cuando dejen de sufrir. 

Vagando atónito entre los escombros, el ciudadano inteligente y mentalmente y emocionalmente sano se pregunta ¿qué carajo está pasando aquí? La respuesta la da Nietzsche por boca de Zaratustra y, con mayor actualidad, Rachel Maddow, una de las analistas políticas de mayor prestigio en los Estados Unidos. Es una respuesta que podría devolver al mundo la esperanza de recuperar la humanidad gracias a uno de los regalos que el hombre, macho y hembra, recibió con su creación: el miedo. 

Empecemos por Maddow. No contenta con presentar en televisión un programa de análisis político de máxima audiencia, hace unos meses lanzó una serie en podcast sobre el auge del fascismo en los Estados Unidos de las primeras décadas del siglo pasado. Los documentos escritos, grabados y filmados de aquella época llevaron, a quienes se pusieron a reflexionar sobre el asunto, a una conclusión escalofriante. Si Japón no hubiera atacado Pearl Harbor, Estados Unidos no hubiera entrado en guerra contra Japón y sus aliados; Italia y Alemania. Alemania habría tenido las manos libres para sojuzgar a los países de Europa a los que aún no había vencido. Las radiaciones de su victoria habrían podido deslumbrar  a todos los votantes estúpidos del mundo que, democráticamente, habrían destruido a las democracias votando por fascistas admiradores de Hitler y su nacional-racismo demencial.

Ahora Maddow se ha metido en otro berenjenal aún más horripilante; una serie en podcast sobre la crisis del 6 de febrero de 1934 cuando las Ligas de extrema derecha y otros grupos afines se manifestaron en la Plaza de la Concordia de París, frente al Parlamento, con la intención de derrocar al gobierno de izquierdas elegido dos años antes. El podcast excita al miedo desde el título: «Deja News», paráfrasis del déjà vu francés. O sea, que lo que Maddow quiere decirnos es que el auge del fascismo hoy en día en todas partes, incluyendo a Europa, es decir, incluyendo a España, es una repetición de lo ya vivido. Lo ya vivido es que en las primeras décadas del siglo XX, el fascismo creció en Italia, Alemania y España hasta estallar en una guerra civil, una guerra mundial, un Holocausto. Lo ya vivido vuelve hoy; el fascismo vuelve a crecer, va creciendo al ritmo en que van creciendo los estúpidos dispuestos a cargarse la libertad y el bienestar de todos sus compatriotas incluyéndose a sí mismos. La estupidez, que parece obedecer a impulsos sádicos, es, en realidad, una forma de masoquismo. 

El déjà vu corroboraría el eterno retorno con que el Zaratustra de Nietzsche ha amargado la vida de tantos filósofos profesionales y amateurs. Son muy pocos los que no experimentan la caída del alma a los pies si se convencen de que todas las circunstancias de la vida se repiten, se repetirán eternamente. La vida es dura, tan dura que, para quitarse el miedo de encima, hay que creer, o que todo acabará con la muerte o que el alma vivirá eternamente disfrutando de eterna felicidad si se ha pasado su vida en la tierra evolucionando constantemente como ser humano. Pero con todo lo que a todos nos toca pasar en este mundo, ¿quién quiere que todo se vuelva a repetir en una segunda vida exactamente igual que ocurrió en la primera? Sólo de pensarlo me vuelven a doler los veinte puntos que me cosieron en un muslo la primera y última vez que me subí a una bicicleta. Y eso que sólo fue una pierna. Si me pongo a recordar aquella España una, grande y libre y creyera que todo aquello se volverá a repetir, acabaría creyendo que la creación del hombre fue obra de una deidad sádica para disfrutar eternamente con el sufrimiento de los seres humanos. 

Dice Zaratustra que el hombre que se libre del miedo se convertirá en el superhombre. Lo que significa que para convertirse en superhombre hay que matar a Dios o la Naturaleza. Dios creador o la Naturaleza creadora, como prefiera creer cada cual, otorgó a las criaturas el miedo para que, evitando el peligro, pudieran sobrevivir. Los superhombres son, por lo tanto, seres anómalos que carecen de una característica esencial de la especie humana. La historia ofrece innumerables ejemplos de esta clase de monstruos; por ejemplo Mussolini, Hitler, Franco, ahora Putin. Esos monstruos pueden vivir mandando lo que les apetezca, matando, destruyendo, reconstruyendo a su gusto hasta que su huesos se vuelven polvo, como los de todo el mundo; y pueden hacer cuanto les viene en gana gracias a la cobardía de los hombres normales. 

El hombre normal vive, desde el nacimiento, con su miedo y evoluciona si consigue utilizarlo para sobrevivir. Pero para utilizar el miedo con el propósito que Dios o la Naturaleza nos lo otorgó, es imprescindible identificar correctamente el peligro. Hay peligros tan evidentes que se identifican sin dificultad: un coche haciendo eses por la carretera, un animal salvaje, un viento huracanado. Y hay peligros, a veces mucho más peligrosos, que para identificarlos exigen un esfuerzo de la razón que muchos no están dispuestos a realizar: la proximidad de una persona tóxica, de un estúpido dedicado a hacer daño a los demás, la existencia de los superhombres.       

Dice Nietszche que el superhombre, libre del miedo, vive su vida tan feliz, que está encantado con su fe en el eterno retorno. Sabe que volverá a vivir con la misma felicidad. Tal vez con esa fe se suicidaron Hitler y su mujer, y Goebbels y la suya después de matar a sus hijos. Si Putin es nietzscheano, ya debe tener el final de su vida decidido si pierde la guerra con Ucrania. Pero estas tragedias tan gordas no alteran al hombre normal. La tecnología le ofrece películas, series, juegos que le sacian el morbo con las tragedias más horripilantes por un precio módico y sin peligro; sin peligro evidente. Esas películas, series, juegos no advierten del peligro de transformar a los usuarios en estúpidos sin remedio. Al estúpido sin remedio no se le ocurre que el daño que hace a los demás y a sí mismo con sus estupideces pueda llegar al extremo de cargarse a millones de seres humanos entre los que él mismo se puede encontrar.            

La situación real en nuestro país no parece tan grave ni de lejos. ¿Qué puede pasar? Puede pasar que los medios consigan idiotizar a una mayoría de votantes y que esa mayoría de votantes decida, el 23-J, sustituir a un gobierno entregado al progreso del país, de la sociedad, de los ciudadanos por el gobierno de un partido sentenciado tres veces por lucrarse con el dinero de todos y de otro partido dispuesto a lanzar a la basura a todo aquel que exija sus derechos como seres humanos; feministas, homosexuales, migrantes, defensores de la naturaleza, todo lo que esos superhombres llaman «porquería progre». Puede pasar que España, como hace poco Hungría, Polonia, Italia, dé la razón a los adoradores del ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, símbolo del eterno retorno, y que los españoles tengan que aprender otra vez a callarse lo que piensan; los padres a violentar la sexualidad de los hijos; los hijos de sexualidad minoritaria a volver con su miedo a la oscuridad de los armarios; los creyentes a pedir a Dios y los no creyentes a pedir a la Madre Naturaleza que, cuando esta vida se les acabe, les lleve al cielo o al purgatorio o los deje para siempre en la paz de sus tumbas, pero que de ninguna manera les devuelva a este mundo convertido, por los superhombres y por los estúpidos, en un infierno.     

El politiqueo del fascismo

Hablaba en un artículo anterior del estado deplorable de los españoles que evidenció el resultado de las elecciones del 28-M. Considerando el asunto racionalmente y aplicando la nomenclatura de Carlo Cipolla, a ese resultado hay que calificarlo de estúpido; lo que revela que, contando  quienes fueron a votar y quienes se abstuvieron, nuestro país corre el peligro de tener una mayoría de estúpidos que puede llevarnos a la ruina. Y la estupidez rampante no es el único peligro que nos acecha. Al ejército de estúpidos se une la tropa considerable de ignorantes que ni siquiera saben que no saben. Y a la multitud de estúpidos e ignorantes hay que agregar la minoría de malvados que viven de manipular a estúpidos e ignorantes para hacerse con el poder, o sea, los fascistas. Como esto se confirme en las próximas elecciones, España volverá a distinguirse, como en tiempos  pretéritos, por un gran número de ermitaños. A los inteligentes no les quedará otra que escapar de las tribus de homínidos personeiformes, aunque sea haciendo vida en lo alto de una columna porque la tierra firme estará toda ocupada por estúpidos, ignorantes y malvados.       

Los espeluznantes acontecimientos de la semana que hoy termina me obligan a empezar precisando adjetivos para curarme en salud. Por no precisar, por suponer a los lectores de un tuit suyo su mismo nivel de inteligencia y cultura, la presidenta del PSOE de Sevilla tuvo que dimitir por las acusaciones horrísonas que le cayeron por, supuestamente, insultar a Elías Bendodo. Yo no tengo cargo del que me puedan hacer dimitir, pero sí la manía de que se me entienda bien lo que escribo, por lo que empiezo aclarando, para aquellos que no hayan leído mi artículo «Allegro ma non troppo», que al hablar de estúpidos y malvados  no me atengo a las definiciones del diccionario de la Real, sino a las de Carlo Cipolla en su «Leyes fundamentales de la estupidez humana». O sea, que estúpido no es un insulto; lo juro. El adjetivo estúpido califica  la patética  realidad de quien hace daño a los demás sin obtener ningún beneficio para sí y hasta haciéndose daño a sí mismo. Y malvado tampoco es un insulto; también lo juro. Es malvado el que perjudica a los demás obteniendo un beneficio para sí. De aquí que pueda decirse, sin ánimo de insultar a nadie, que a juzgar por los resultados electorales, una mayoría de españoles vota estúpidamente, manipulada por la astucia de una minoría de malvados.

La semana que hoy termina nos ha demostrado, escandalosamente, que una cantidad de personajes con poder e influencia y la inmensa mayoría de los medios han silenciado en España la Política, sustituyéndola por un grosero politiqueo propio del mundo tergiversadamente llamado del corazón. Y lo que puede ser una mayoría de estúpidos ha tragado y, además, agradecido la impostura. Aguantar una tertulia en la que se discutan proyectos de gobierno es de un aburrimiento que al estúpido no se le puede exigir, mucho menos si, encima, es ignorante. Una tertulia de dimes y diretes en la que se discutan mentiras, insultos, altercados, escandaletes de líderes y partidos políticos distrae, y con lo dura que es la vida para todo quisque, es natural que la distracción se valore mucho más que un análisis riguroso. Esta evidencia no tendría nada de malo si no fuera por la cantidad de votantes que eligen la papeleta de su predilección como quien vota en un concurso por el concursante que más le ha divertido. De esa papeleta electoral depende el bienestar o el malestar social de todos los votantes; es decir, la democracia; es decir, la libertad de entregar el gobierno a los más aptos para sacar adelante un país o a los más ineptos para hundirlo. O sea, que el politiqueo parece broma, pero no lo es; al menos para quien entiende que su bienestar, el de su familia y el de los demás depende de la Política con mayúscula. Una líder política importante cuyo nombre ha salido esta semana sopotocientas veces en absolutamente todos los medios de comunicación ha dicho que la política tiene que dejar de ser un problema para la gente común. Hay que joderse. ¿Qué pasa si la política deja de ser un problema para la gente común? Pasa que los políticos pueden prescindir de los problemas que a la gente común afectan y hacer y deshacer lo que les salga del magín o de las glándulas sin que la gente común haga otra cosa que beneficiarse de sus aciertos y sufrir sus errores sin preocuparse porque no es su problema. 

La política es un problema de todos y no puede dejar de serlo porque el día que la gente común piense que no es su problema, estará abdicando de su libertad. Pedro Sánchez dijo esta semana y fue citado, aunque con muchísima menos asiduidad que la líder que quiere librar a la gente común de los problemas de la política; Sánchez dijo que lo importante de la política son los proyectos. ¡Horror! Ante la mención de la palabra proyecto, los fascistas se agitaron como forofos que acaban de ganar un mundial saltando y gritando la palabra que les asigna la estrategia para tumbar a proyecto y a cuanto con cualquier proyecto tenga que ver. Esa palabra mágica es electoralismo. Todo cuanto los socialistas digan que tenga que ver con su proyecto político para la próxima legislatura obedece, según los fascistas, a personalismo, triunfalismo, electoralismo. La realidad es que todo cuanto los socialistas dicen en sus mítines demuestra su absoluta ignorancia sobre la cultura del politiqueo que los medios afines a los fascistas han implantado en el país. Para los fascistas, la política no interesa ni tiene que interesar a nadie.                         

Y veo con miedillo que no he explicado ni jurado que lo de fascistas tampoco es un insulto. Pero lo explicaré en mi próximo artículo. Aquí  quiero dejar muy claro que mi miedillo, la necesidad de explicarme con toda claridad, no obedece a un súbito ataque de paranoia. Atacada, lo estoy, pero por otra cosa. 

El jueves oigo en la radio que Amparo Rubiales ha dimitido como presidenta del PSOE de Sevilla por el escándalo que ha producido un tuit suyo en el que llamaba a Bendodo judío nazi. No me lo puedo creer. Vuelo por Internet a consultar otros medios y sí, es cierto. Atónita me quedo y no por la dimisión de Rubiales. Lo que me deja con la mente en silencio y la boca medio abierta es el pánico; pánico a que en las elecciones del 23-J se demuestre que, en efecto, el país está a punto de irse al carajo porque los estúpidos ya son mayoría (véase «La leyes fundamentales de la estupidez humana»).

Rubiales llama a Bendodo judío y eso se considera un insulto inaceptable. Coño, decía mi padre y enseñaba, en sus clases de Dinámica Mental, que las palabrotas desahogan. Me desahogo. En pleno siglo XXI, después de las persecuciones medievales contra los judíos instigadas por el mito de que los judíos crucificaron a Jesús; después de expulsar a judíos de diferentes países, como la muy histórica expulsión que perpetraron los santos Reyes Católicos de España; después de los pogromos en el imperio ruso; después del Holocausto y de todos los esfuerzos que gobiernos humanos han hecho para desterrar el antisemitismo, resulta que hoy, todavía hoy, la palabra judío es un insulto. A todos los que consideren que la palabra judío es un insulto, digo también para desahogarme, que hay que ser muy bruto. Todo el que considere un insulto la palabra judío es, además de bruto, consciente o inconscientemete, antisemita. 

Elías Bendodo Benasayag, coordinador general del Partido Popular, es judío sefardita. Dudo mucho que llamarle judío le parezca un insulto. Aunque el hombre ha agotado todos los insultos imaginables contra Pedro Sánchez y el PSOE y las mentiras más delirantes que el PP contiene en su estrategia contra el presidente y el gobierno en pleno, es evidente que lo de judío no lo puede utilizar. Elías Bendodo es un politiquero que insulta y miente en nombre de su partido y cuya inteligencia no tiene nada que ver con la de la cantidad de judíos que han merecido el Premio Nobel en ciencias y literatura. Ser judío no es, en modo alguno, un hándicap, pero tampoco una ventaja. Elías Bendodo es coordinador general de un partido que en su trayectoria ha contradicho infinidad de veces los valores que deben regir la conducta de toda persona de bien, sea de la etnia que sea.   

Habrá quien quiera disimular su propia ignorancia diciendo que lo que se consideró un insulto en el tuit de Rubiales fue lo de nazi. Pues tampoco vale. Nazi es la palabra que se utiliza para acortar la ideología nacionalsocialista de extrema derecha del Partido Nacionalisocialista  Alemán. Compartir una ideología política, por repugnantemente infrahumana que a algunos les pueda parecer, es algo que la democracia ampara. Llamar a alguien pepero, como afirmar que es de Vox, puede irritar al sujeto mencionado si no comparte esa ideología, pero no es lo que se considera un insulto.

Entonces, ¿qué quiso decir Amparo Rubiales con ese judío nazi? El horror del Holocausto ha convertido la combinación de esas dos palabras en un oxímoron literario. El error de Rubiales consistió en dar por hecho que los lectores de su tuit entenderían ese recurso sin pensar que habría muchos que ni sabrían lo que es un oxímoron ni se molestarían en preguntárselo a Google. Dejando aparte lo de nazi porque tiene mucha enjundia para tan poco espacio, me permito corregir a Rubiales sustituyendo su epíteto por el de fascista. Elías Bendodo es coordinador general de un partido que, en  la práctica, coincide con la ideología fascista; luego es fascista. 

Lo de judío como etnia me la trae al pairo. Lo que la palabra me trae a la memoria son unas frases que James Joyce pone en boca de Bloom, el judío húngaro de su Ulysses: «Pertenezco a una raza odiada y perseguida. Incluso ahora. En este mismo momento…La fuerza, el odio,la historia…Esta no es vida para los hombres y las mujeres, insultar y odiar. Todo el mundo sabe que eso es exactamente lo contrario de la verdadera vida.» Bendodo y los suyos han sustituído los discursos sobre proyectos políticos por insultos y mentiras que instigan al odio. Bendodo es judío étnicamente; religiosamente y moralmente, no. Y ahora que me denuncien por decir la verdad sin recursos retóricos, coño   

En busca del voto perdido

Mi artículo anterior se fue a las nubes de mi mente para explicar el resultado de las elecciones del 28-M basándome en postulados de la mente genial de Carlo Cipolla. Pero sus «Leyes fundamentales de la estupidez humana» responden a un estudio socioeconómico de los seres humanos que hasta puede expresarse en gráficas. Sus definiciones de los tipos humanos explican, con apabullante precisión, las distintas formas en que cada tipo se relaciona socialmente. Faltan, sin embargo, en ese estudio, los aspectos más recónditos, más oscuros del intrincado bosque de cada mente en el espacio infinito de su soledad. Los fenómenos que en ese espacio se producen determinan las decisiones que cada cual decide. Luego para explicar el resultado absurdo de las pasadas elecciones municipales y autonómicas, resultado que, tomando en cuenta las mayorías según los tipos de Cipolla, sólo cabe calificar de estúpidos, hay que adentrarse hasta donde se pueda en el bosque del alma de cada individuo; hay que recurrir a la psicología aunque la disciplina adolezca de las limitaciones insuperables de quien intenta describir un bosque por fuera sin haber entrado nunca en él.

Una anciana, a punto de salir del mercado en el que acaba de comprar su limitadas provisiones, se encuentra con un gentío insólito que apenas le permite moverse. De entre toda esa gente, sale una joven muy mona, muy bien vestida. La joven la mira, se acerca a ella y le sonríe. Es la presidenta y, al reconocerla y saberse reconocida, el corazón de la anciana se agita con aquella emoción que una vez le quitó el aliento, hace muchísimos años, cuando vio a Cenicienta en una pantalla, vestida de princesa bailando con un rey. La presidenta le da la mano. El roce de su piel tiene algo de divino, como si la tocara la Virgen María, la mismísima madre de Dios. El mundo desaparece; desaparece el mercado al que va cada día a comprar las cuatro cosas que necesita para comer. Cuando la Virgen sigue su camino, la anciana ya no ve nada con precisión. Tiene los ojos nublados de lágrimas. Coge la bolsa con su compra, que nunca pesa, pero que hoy parece llena de algodón. Vuelve a su casa y sube las escaleras sin que nada sólido obstaculice sus pies ni le canse las piernas. Entra en su piso y, por primera vez en mucho tiempo, no siente el frío oscuro de su soledad. Si no fuera porque en su vida no ha tenido tiempo de leer, su memoria le recordaría la rima de Becquer: «Hoy la he visto, la he visto y me ha mirado. Hoy creo en Dios». Porque es esa recuperada espiritualidad lo que llena su cuerpo y su alma de una emoción ya casi olvidada.

Pero algo le falta a ese día glorioso; algo que pronto se anuncia con el vacío cotidiano que la obliga a encender el televisor. No tiene nadie a quien contarle el prodigio de sentir en su mano la mano de la presidenta. Vive sola, rotundamente sola, en su casa y en la calle.  Tendrá que guardar en su memoria el instante glorioso en que una mujer muy importante la mira, la ve, le sonríe y la toca. Tendrá que recuperar ese recuerdo para recuperar aquella emoción. Y volverá a recuperarla, sin duda, el día que demuestre su agradecimiento a aquella joven maravillosa votando por ella. 

No hay exageración en el relato. La soledad impuesta por las circunstancias de cada solitario deja un vacío en el alma que para llenarlo por un instante basta una mirada. Y esa sensación de vacío no afecta solamente a una anciana que vive sola; afecta a ancianos de ambos sexos que viven en familia o en residencias;  afecta a niños, adolescentes, jóvenes que en su familia no encuentran la compañía que su alma necesita; afecta a hombres y mujeres que en las noches miran la oscuridad de sus habitaciones sintiendo el vacío de la soledad aunque tengan la pareja al lado. Todo el que se siente solo vive con ese agujero negro que quiere atraer a cualquier persona, sea beneficiosa o peligrosamente nociva.  Si a la anciana del relato le dicen que las órdenes de la maravillosa presidenta obligaron a miles de ancianos a morir en soledad, tomará por demonio a quien se ha atrevido a soltar semejante difamación blasfema. Los ojos de aquella mujer que la miraron con amor, los labios que con amor le sonrieron haciéndola sentir, por primera vez en muchos años, una persona de carne y hueso, visible, no puede revelar otra cosa que el amor de Dios. Digan lo que digan los demonios, el día de las elecciones la anciana votará por aquella joven tan mona y tan simpática que encarna lo mejor del cielo.

No hay campaña electoral que no tenga como prioridad vital del candidato sonreír a alguno en particular mirándole a los ojos, estrechar su mano, someterse a un abrazo o a un selfie. Si el candidato tiene formación y cualidades de fisonomista, para tener esos  detalles personales elegirá, entre los que se agolpan a su lado, a aquel cuya mirada, expresión, postura corporal delate a un mindundi desesperado por que alguien le recuerde que es alguien. El candidato importante que con su atención le recuerde a un cualquiera su existencia en este mundo, que con su atención le otorgue al cualquiera un motivo para jactarse ante parientes y amigos de que un candidato importante le reconoció y le dio una prueba de amistad en público; ese candidato habrá ganado un voto que nada de lo que ha hecho o dejado de hacer podrá quitarle. En un instante, ese candidato le ha devuelto la vida al cualquiera dándole la importancia, la prestancia que las circunstancias de su vida le han negado. Un favor así no puede pagarse leyendo, oyendo, viendo, juzgando asuntos de política. Un favor así solo puede pagarse votando por quien le ha rescatado de la muerte en vida a la que sus circunstancias le han condenado. 

Todos sabemos que la vida de todos transcurre en una montaña rusa. Un día tocamos el cielo con la mano y al día siguiente podemos vernos tragando tierra. Hay quien lo tiene asumido, sabe disfrutar de las alturas y traga tierra con resignación esperando otro arranque hacia la cima. Pero esos que entienden los altibajos y los aceptan con la certeza de superarlos son minoría. La mayoría guarda, en algún lugar secreto de su alma, alguna frustración, más o menos dolorosa, que le amarga el viaje más o menos. Algunos guardan muchas frustraciones. Cuando las frustraciones suman tanto que llegan a vencer a la esperanza, la víctima se convierte en un fracasado. Un fracasado sólo espera desprecio de los demás y, lo peor, sólo recibe desprecio de sí mismo. 

El candidato a cargo importante sabe que el voto del mindundi es necesario y que es fácil conseguirlo con una carantoña, sobre todo si el mindundi está aquejado de soledad. Como sabe también que al fracasado iracundo no se le contenta con carantoñas. El fracasado vive hirviendo en las secreciones de la ira que su fracaso le hace segregar, generalmente culpando a los demás de sus culpas, y lo único que relaja la presión de la ira sobre sus nervios es sacarla de su cuerpo y volcarla en otro o en otros. Sabiéndolo, y con los fracasados iracundos en mente, los asesores del candidato importante le aconsejan aderezar sus discursos con mentiras truculentas e insultos atroces contra el adversario más temido. Esos discursos que destilan odio obran, en el fracasado, efectos prodigiosos. Desaparece el dolor de la soledad del que se siente despreciado, marginado. Desaparece el desprecio a sí mismo. Su ira ya no es una emoción vaga, sin objeto, que le desgarra. Otros la comparten. Otros comparten su odio contra el culpable de todas las injusticias del mundo; tantas que no se pueden concretar, ni falta que hace. Otros le acogen en su tribu de fracasados iracundos y le prometen que, pronto, el mundo será suyo y suya será la compañía, la aceptación de otros fracasados iracundos como él. Votar por el candidato predicador de mentiras e insultos en nombre del odio se convierte, para el fracasado iracundo, en cuestión de vida o muerte.

Si en la relación con el otro, los tipos de Cipolla explican los intríngulis del mundo socioeconómico y permiten entender el voto de las mayorías en determinados momentos históricos, para llegar a la explicación más abarcadora, más auténtica, es necesario incluir la relación del ser humano consigo mismo. ¿Qué lleva a una persona a hacer daño a los demás sin obtener beneficio alguno para sí? ¿Qué la lleva a formar parte del tipo de los estúpidos? La respuesta habría que buscarla penetrando en la piel de cada individuo hasta llegar a las profundidades de su alma, y eso es imposible. Los asesores de campañas políticas buscan la respuesta en las generalizaciones de la psicología porque entienden que en el acto de decidir el voto, la mente y las emociones de la mayoría de los votantes juegan un papel fundamental. 

Ante semejante maraña de causas, la explicación del resultado estúpido de las últimas elecciones apenas consigue aproximarse a la realidad. Lo que nos indica que en estos momentos, tal vez resulta inútil devanarse el entendimiento buscando respuestas a causas que casi todos intuyen y casi nadie puede comprender profundamente. La realidad nos dice, sin ambages, que se aproximan unas elecciones generales que pueden alterar el rumbo del país, de la vida de cada cual, por lo que resulta de vital importancia analizar la situación y aplicar lo que nos parece la solución más adecuada con la perspectiva del tipo inteligente de Cipolla.

Si inteligente es aquel que beneficia a los demás obteniendo un beneficio para sí mismo, es evidente que decidir el voto exige ignorar las elucubraciones de nuestra mente y las exigencias de nuestras glándulas para permitir que nuestra razón sopese sin interferencias qué nos ha aportado este gobierno y qué dice el candidato aspirante que, si gobierna, nos aportará. Sólo si una mayoría responde racionalmente a estas preguntas se puede evitar que el voto estúpido entregue nuestro país y nuestras vidas a quien ha conquistado a los estúpidos con carantoñas, mentiras e insultos. Sólo si consigue elegir racionalmente el gobierno que más conviene al país y a su vida, podrá cada cual aceptar la montaña rusa cotidiana con esperanza y aliviar los bajones con el subidón que proporciona sentirse orgulloso de sí mismo.   

Allegro ma non tropo

El resultado global de las elecciones del domingo volvió a traerme a la memoria un ensayo que hace años transformó mi percepción del hombre dentro de la realidad social. Todos los análisis de los resultados de las elecciones del domingo, más o menos superficiales o enjundiosos o embrollados, que han servido para llenar páginas de periódicos y horas de radio y televisión, sobran. La explicación al fenómeno de que la mayoría de los votantes españoles decidiera votar contra el bienestar de la mayoría de los españoles la expuso con claridad meridiana Carlo Maria Cipolla, filósofo y economista, en su ensayo «Las leyes fundamentales de la estupidez humana». 

Para evitar confusión, empecemos por definir el término estúpido según lo define Cipolla. Estúpido es aquel que causa un daño a una persona o grupo de personas  sin obtener ningún beneficio para sí mismo o, incluso, obteniendo un perjuicio. Según esta definición, los resultados del domingo  indican que la mayoría de las personas que votaron y todos los que, teniendo derecho al voto, se abstuvieron son estúpidos. 

Lo que para muchos, incluyendo a los académicos de la Real, estúpido es un término peyorativo que niega la inteligencia del así calificado, es, para Cipolla,una característica destructiva que afecta a un gran número de individuos y que no tiene nada que ver con su educación ni con su ambiente social ni con su sexo. Hay, en todos los ámbitos, una ingente cantidad de estúpidos. La cantidad de estúpidos que circulan por el mundo, dice Cipolla, impide el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana, lo que a su vez explica que la humanidad se encuentre, desde siempre, en un estado deplorable. Según este razonamiento, el resultado de las elecciones del domingo reflejan el estado deplorable en el que se encuentran los españoles. 

¿Quién vota a un partido que ha demostrado hasta la saciedad, allí donde ha gobernado, un desprecio absoluto por las necesidades de los ciudadanos carentes de poder e influencia? ¿Quién vota a  un partido que no propone un programa que revele su interés por los problemas de esos ciudadanos; es decir, por los problemas del votante? ¿Quién vota por un partido que se compromete a beneficiar a grandes empresas y fortunas a costa de obreros y profesionales que no llegan ni a pobres ni a ricos, es decir, a la mayoría de los españoles? Evidentísimamente, o el dueño de grandes empresas o fortunas o un estúpido.

No vale la pena repetir todas las barbaridades que la y el gobernante de la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, por ejemplo, han perpetrado contra sus ciudadanos anónimos. Miles las han sufrido. No vale la pena recordar el expolio de dinero público que pergeñaron los fascistas en la Comunidad Valenciana, por poner otro ejemplo. Miles de contribuyentes fueron expoliados.  No vale la pena repetir los insultos y mentiras contra el presidente del gobierno con los que los fascistas sustituyeron en sus discursos a programas y propuestas. Se han repetido durante toda la campaña electoral y antes. ¿Una persona inteligente puede plantearse elegir a quienes ocultan sus proyectos de gobierno revelando un absoluto desprecio por la inteligencia de los ciudadanos? Evidentísimamente, no es a los votos de los inteligentes a los que apelan. Apelan a los otros grupos en los que Cipolla divide a los seres humanos: incautos, malvados y estúpidos.       

Analicemos el voto fascista de los jóvenes. En estos momentos de aparente giro radical hacia atrás, sorprende a los analistas la adhesión de los jóvenes a eso que podría llamarse revolución retrógrada. A los jóvenes se les supone rebeldía antisistema. Pues bien, siendo el sistema actual en nuestro país más progresista que nunca, no debería sorprender que los jóvenes se rebelen abrazando la gloria decrépita de la ideología fascista. ¿Que dicen los progres que el planeta  está en riesgo de desaparecer debido a los siglos que llevan los hombres destruyendo la creación de la naturaleza?  «¡Cuán largo me lo fiáis!» dice el joven sin saber que está citando un clásico; sus ojos no ven más allá de la realidad inmediata. ¿Que dicen los progres que las mujeres son iguales que los hombres y deben tener, por lo tanto, los mismos derechos? Responden los jóvenes simpatizantes del fascismo que a las mujeres les gustan los hombres machos que ejerzan de jefes aunque sea en su casa si no pueden hacerlo en otra  parte. ¿Son estúpidos los jóvenes que se adhieren al catecismo fascista y votan por los defensores de esa doctrina? Algunos se encuentran en el grupo de los ingenuos; los que dice Cipolla que se hacen daño a sí mismos por beneficiar a otros. También según Cipolla, los ingenuos presentan, a menudo, cierto grado de estupidez. La rebeldía que lleva a los jóvenes a rechazar el sistema, incuestionablemente progresista, lanza a la mayoría a los brazos de los políticos fascistas en los que les espera el crujir de huesos. Y esto, ¿cómo se explica? Dicen los expertos que la afición al porno despierta tendencias sadomasoquistas. 

Sólo la estupidez puede explicar el voto fascista de los trabajadores y de los profesionales medio pobres que consideran un triunfo encontrarse en lo que se llama clase media. Pasando todos más o menos apuros para sobrevivir en su clase, votan a quienes suponen miembros de una aristocracia política a quienes ni los jueces se atreven a incordiar. Pero esos aristócratas políticos reducen impuestos a los ricos, por lo que tienen que reducir servicios públicos. Sí, lo que demuestra que valoran el compañerismo entre miembros de clase. Muchos roban, sí, pero, ¿quién no robaría para mantener el estilo de vida, las apariencias que su estatus exige? El buenismo progresista no inspira confianza al estúpido. Incapaz de concebir una sociedad de ciudadanos inteligentes que generen ganancia para sí mismos al tiempo que generan ganancia para los demás, el estúpido prefiere entregar el gobierno de sus asuntos a los malvados, esos que generan un perjuicio a los demás para obtener ganancia propia. Esos son, para el estúpido, los más listos, por lo que es de los más listos entregarles el poder.         

Pocas horas después de la supuesta debacle progresista del domingo, el presidente del gobierno anunció adelanto de elecciones generales para el 23 de julio. Los inteligentes se alegraron, aunque no mucho. La previsión del resultado depende del grado de esperanza de cada cual. Afirma Cipolla que los estúpidos son el tipo de personas más peligroso que existe y que cuando su número alcanza la mayoría, pueden causar la ruina de un país. Esa verdad comprobable tendrá a los inteligentes en vilo hasta la fecha fatal. El 23 de julio se sabrá si hay en España estúpidos suficientes como para llevar el país a la ruina.

El verdadero objeto de la reflexión

Antes de elegir a quién queremos que nos gobierne, la ley en España nos ofrece un día para reflexionar, para pensar detenidamente a quién vamos a otorgar el derecho a tomar decisiones que afectarán nuestra vida. El asunto es de una rotundidad que eriza. Por ejemplo, si a un anciano con una pensión muy baja, el gobierno se la sube un 0,25% mientras la leche, por decir algo, sube un 30%, ese gobierno le afectará la salud. Más aún se la afectará si  ese gobierno contrata la alimentación en residencias públicas a empresas privadas que ofrecen sus servicios a precios ridículos en detrimento de la salud de los ancianos. Más aún si a un anciano enfermo se le niega atención hospitalaria. Claro que se supone que ese anciano ya ha vivido y que lo que le queda de vida es tan socialmente irrelevante que ya no le importa a nadie. Aunque también cabe suponer que si un anciano enfermo fallece clamando por una atención que nadie le brinda o aporreando la puerta de su habitación, cerrada para que no moleste, los hijos de ese anciano tendrán que soportar toda su vida el dolor de haberle dejado morir así. Generalmente, las desgracias no afectan sólo a quien las sufre. Se esparcen como virus contagiando el dolor a los más próximos al desgraciado. Por eso, si las decisiones de un gobierno causan desgracias a un grupo de personas, pueden acabar desgraciando a una parte considerable de la sociedad. Por eso, el legislador consideró necesario estipular un día de reflexión antes de las elecciones para que cada ciudadano piense muy bien a quién va a otorgar el poder de gobernar su vida.

¿A alguien se le ocurre imaginar que la mayoría de ciudadanos con derecho al voto se encierra en su casa el día de reflexión para informarse de las propuestas de los candidatos y tomar una decisión meditada, basándose en datos y experiencias, sobre qué personas y partidos  le ofrecen garantías a su bienestar? Sólo plantearlo produce a cualquiera sonrisas de incredulidad. Por supuesto, hay quien no necesita tomarse un día para reflexionar porque ha seguido a diario las políticas del gobierno y las propuestas de la oposición. Según las estadísticas, sin embargo, la mayoría dice pasar de la política. Hay muchos que pasan tanto que hasta pasan de votar. Esta indiferencia también produce sonrisas; sonrisas de pena ante una ignorancia de tan graves consecuencias que, de pensarlo, acaba produciendo miedo. Esa indiferencia podría explicar las encuestas que dicen que los políticos que han basado su campaña en insultos  y mentiras contra el adversario sin ofrecer sus propuestas de gobierno pueden alcanzar votos suficientes para gobernar. Cualquier persona de inteligencia media  que otorgue crédito a esas encuestas se queda estupefacto. Si un partido no propone su proyecto de gobierno será, se supone, porque no lo tiene. Y un político que se propone gobernar sin proyecto, sea como presidente de autonomía o alcalde, responde a la definición de dictador empírico; es decir, que ese individuo está dispuesto a gobernar según lo que se le vaya ocurriendo a su santa voluntad de día en día sin otra consideración que la de su propio beneficio. ¿Tantos millones de personas están dispuestas a entregar el gobierno de sus vidas a individuos a los que sus vidas les trae al pairo? ¿A tantos les trae al pairo la calidad de sus propias vidas? Son tan graves las consecuencias que un mal gobierno puede tener para los ciudadanos que, en el momento de depositar el voto en la urna,  ninguna persona inteligente y mentalmente sana  puede estar dispuesta a ceder a presión alguna para elegir a un gobernante, ni siquiera a la presión de sus propias simpatías.

Entonces, ¿hay que suponer que millones carecen de inteligencia media o que millones sufren algún trastorno mental? Es posible que la respuesta revele algo aún más inquietante. Quien está dispuesto a poner la calidad de su vida en manos de un mal gobierno es que no se quiere y quien no se quiere a sí mismo no puede querer a los demás.

Tal vez el día de reflexión resultaría más provechoso si cada ciudadano lo dedicara a reflexionar sobre sí mismo. ¿Qué descubriría en el fondo de su indiferencia o de su rechazo a la política? ¿Qué descubriría si cayera en la cuenta de que ni siquiera sabe a quién votar? O, ¿qué descubriría si analizara objetivamente su simpatía por políticos ignorantes, mentirosos, corruptos sabiéndolos ignorantes, mentirosos, corruptos? Tal vez comprendería que la persona con la que tendrá que convivir las veinticuatro horas del día durante todos los días de su existencia le pide respeto, afecto; le exige votar por los políticos que ofrecen respeto y afecto a los ciudadanos a la hora de tomar decisiones que conciernen a sus vidas.  

La derogación del sanchismo

Buscando explicación a la estupidez reinante en países democráticos, se puede empezar por arriba analizando el segundo mandamiento que Mateo atribuye a Jesús, como en mi anterior artículo,  o se puede empezar por abajo analizando el trastorno que afecta a millones de ciudadanos obligándoles a votar por partidos políticos que desprecian a los mindundis. Para los fascistas, empeñados exclusivamente en llegar al poder y conservarlo, mindundis son todos los pobres y medio pobres, es decir, todos aquellos que carecen de poder y de influencia, según el diccionario. Dicen las estadísticas que la mayoría de los pobres no votan. Dicen las encuestas que los partidos fascistas suben en intención de voto en América y en Europa, por no ir más allá. Luego son los medio pobres los que con su intención de voto y con sus votos están aupando al fascismo en democracias del mundo entero. ¿Por qué? Dicen los analistas que la gente está harta de problemas  y vota a lo que llaman «derecha extrema» a ver si resuelve lo que el progresismo no ha podido resolver. Digo yo que estoy harta de los partidos que sólo se apoyan en el hartazgo de la gente para engatusar a los mindundis y harta de los mindundis que se dejan engatusar. 

La proximidad de las elecciones convierte a nuestro país en un ejemplo que debería analizar toda Europa, todo el mundo democrático. Los políticos fascistas se han desmelenado como si en el fondo de su alma una voz les gritara que es ahora o nunca. Para conseguir que sea ahora, los políticos fascistas han decidido lanzarse contra toda contención moral, humana; han decidido levantar toda presión al freno ético con la convicción de que la mayoría de los mindundis son seres infrahumanos que comprarán sus discursos por afinidad, por identificarse con los poderosos infrahumanos; infrahumanos admirables para los mindundis porque el poder les libra de toda responsabilidad. 

Sí, se acercan elecciones y, como se acercan elecciones, los politiqueros han convertido nuestro país en una pocilga repugnante. Lo que significa que, a la mayoría, nos toman por cerdos a los que se puede echar en el comedero todas las sobras de sus mentes podridas. Sabe mal utilizar a los cerdos para esta comparación. Los cerdos son animales sumamente inteligentes que si viven en la inmundicia, es porque los seres aparentemente humanos les obligan a vivir así, alimentándolos de sobras para aprovechar de ellos hasta los pelos. 

Irrita imaginar las reuniones de los líderes de los partidos fascistas, llamados de derechas por estúpida corrección. Irrita imaginarlos concibiendo mentiras, insultos, promesas y argumentos falaces para echarles en el comedero a los que consideran al nivel intelectual de los cerdos. ¿Y cómo convencer a esos líderes de que la mayoría de los ciudadanos piensan y, por lo tanto, rechazan las sobras podridas con que los fascistas les intentan engañar? ¿Tiene razón Ayuso cuando permite que le echen comida podrida a los ancianos de ciertas residencias porque cuando les apriete el hambre se la comerán como esté, y tiene razón cuando dice en un discurso que la comida podrida de las residencias es una mentira de los progresistas que en sus vídeos sacan tuppers con comida podrida de sus neveras? ¿Tiene razón Feijóo cuando dice que Bildu es lo mismo que ETA y que, por lo tanto, Sánchez es ETA porque pacta con Bildu? ¿Tienen razón todos los candidatos del PP y de Vox cuando dicen que el gobierno ha llevado el país a la ruina y que quiere romper a España? 

Claro que tienen razón. En Francia, Marine Lepen obtuvo el 42% de los votos. En Hungría, ganó Orban. En Italia, ganó Meloni y tuvo que darle un ministerio al fascista Salvini. Los países del socialmente idílico norte de Europa también están a punto de ser exprimidos por las garras fascistas. Y Trump, ay Trump, el mentiroso patológico que estuvo a punto de destruir la democracia americana, se presenta a las elecciones presidenciales de 2024 con buenas expectativas. Luego los expertos en propaganda de los partidos fascistas tienen toda la razón en utilizar la estrategia de la propaganda nazi, y los candidatos fascistas tienen toda la razón en hacerles caso. ¿Y si la realidad y los datos objetivos desmienten todas sus mentiras? A la mayoría de los medio pobres no importa la durísima realidad ni los aburridisimos datos objetivos, suponen. Importa lo que les agite las glándulas permitiéndoles soportar los golpes de la realidad y de los datos. ¿A quién le importa la verdad? A pensadores anticuados. Hoy lo que importa es el poder y el poder lo da el dinero. Quien no tenga poder ni dinero seguro que puede jugar juegos y ver películas y series en los que el peligro y los muertos agiten sus glándulas, estimulen la secreción de dopamina y consigan así que el cerebro ignore por un rato los aguijones de la realidad.

Por eso, bien asesorados por los expertos en la propaganda nazi que llevó a un desconocido Adolf Hitler a la cúspide de un mesías, los líderes fascistas de nuestro país han puesto en la picota a Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez, presidente de un gobierno de coalición que hubiera reventado el cerebro y los nervios de cualquiera con menos resistencia que la suya; con una capacidad de negociación que le ha permitido aprobar más de doscientas medidas sociales con los votos de cercanos y muy lejanos, se ha convertido, por la estrategia fascista, en protagonista absoluto de las elecciones municipales y autonómicas. A los fascistas no les importan los ayuntamientos, no les importan las comunidades autónomas. Los problemas de esos entes son problemas de mindundis. Lo que importa a los fascistas es el poder que otorga el gobierno de todo el estado; un estado mucho más fuerte cuando los fascistas lleguen al gobierno que les permita derogar competencias para acumular poder. Por eso se trata de derrocar a Sánchez, de derrocar al sanchismo como sea porque el sanchismo significa elevar a los mindundis a la categoría de ciudadanos que determinen el rumbo del gobierno; otorgar a los ciudadanos la auténtica libertad, la libertad de vivir libres de la bota del dinero y de los fascistas poderosos que quieren aplastar su vida. ¿Conseguirán los fascistas el triunfo que el fascismo ha conseguido o conseguirá en medio mundo?

Los españoles no se rindieron al golpe de estado de los fascistas. Para destruir a la democracia, hizo falta una guerra civil que se perdió por la cobardía de los gobiernos europeos de aquella época. Los españoles no se rindieron cuando las últimas elecciones generales ratificaron lo que los fascistas llamaban el gobierno ilegítimo de Sánchez. Millones de españoles no quieren perder los beneficios que para ellos ha supuesto el gobierno progresista del sanchismo. Los fascistas, obsesionados por la estrategia nazi de los 30, han olvidado una de las pocas verdades que dijo Rajoy: los españoles son mucho españoles. Y porque son mucho españoles, votarán como ciudadanos para defender sus derechos y su libertad contra todos los que quieren tomarles por mindundis.       

Lo que nos importa

«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» reza el segundo mandamiento según el Jesús del evangelio de Mateo. Ese mandamiento parece casi imposible de cumplir. La Historia nos revela a cada paso lo poco o nada que la mayoría de los hombres de ambos géneros ama a su prójimo, de lo que habría que deducir que esa mayoría se ama muy poco o nada. Hay momentos históricos en que esta falta de amor universal se manifiesta de un modo horripilante. Momentos de guerras entre países, como la de Ucrania, por ejemplo; de guerras entre vecinos, como por ejemplo la de Sudán; de represión salvaje de la libertad por parte de regímenes totalitarios, como en Irán, Afganistán, Arabia Saudita y no paremos de contar; de difusión del odio al adversario como medio de conseguir el poder, como en todos los países en que intenta abrirse camino el fascismo disfrazado del término vacuo de «derechas». Pues sí, la historia de nuestro hoy es uno de esos momentos horripilantes.

Hace poco, en los Estados Unidos emergía un político hasta entonces poco conocido al que de repente los medios empezaron a presentar como posible sustituto de Trump en la candidatura republicana a la presidencia de 2024. Ron DeSantis, gobernador de Florida, ha conseguido saltar a primera plana de prensa y a informativos y programas de análisis político de máxima audiencia por su reto a Donald Trump. Como gobernador de Florida, las leyes que ha logrado aprobar el individuo superan lo más retrógrado y totalitario del trumpismo. Negacionista de realidades como la eficacia de las vacunas y el confinamiento en los peores momentos de la epidemia de Covid y negacionista del cambio climático; xenófobo que empezó a trasladar a inmigrantes ilegales que pedían asilo a estados gobernados por demócratas, en pleno invierno, sin ropa adecuada ni alimentos y sin avisar a los estados de destino para que pudieran asistir a los deportados; totalitario que ha impuesto en su estado una ideología nacional-cristiana que pervierte los conceptos de Cristo y nación prohibiendo en todos los centros educativos la enseñanza de la historia de los negros en  Estados Unidos, prohibiendo en clase toda referencia al género y a la homosexualidad, prohibiendo en las bibliotecas de colegios todos los libros que puedan contener referencias al sexo, prohibiendo el aborto, prohibiendo, prohibiendo, a de DeSantis y su gobierno solo les falta organizar quemas de libros para hacer aún más evidente y espectacular su similitud a la política de la Alemania nazi. ¿Tiene esto importancia para España? Un ex gobernador de Florida condensa la figura del individuo definiéndolo como «una de las mayores amenazas contra la democracia». ¿Sólo contra la democracia americana?

Dicen ciertas encuestas que el PP ganaría las elecciones generales si se celebraran hoy y que podría gobernar con Vox. La unión de esos dos partidos, calificados de «derechas» por respeto a una malentendida corrección política, produciría en España un clima de crispación, de lucha de clases por el enriquecimiento de los más ricos y el empobrecimiento de los pobres, de rechazo al extranjero, de pérdida de derechos para las mujeres con excepción de aquellas que pudieran exhibirse como elementos decorativos, de pérdida de derechos para los homosexuales y para todos aquellos que contravinieran lo establecido por el poder. Prometen reducir impuestos. La reducción de impuestos a las grandes fortunas y empresas se traduciría en rebaja de fondos para la sanidad y la educación públicas, para la dependencia, para todos los servicios que palían la desigualdad y ayudan a los desfavorecidos a superar su situación. O sea que, para resumir, un gobierno de dos partidos de ideología y estrategia fascista extendería a toda España la realidad que hoy sufren los que menos tienen en Madrid, donde PP y Vox, brazo con brazo, entienden que la libertad es facultad natural y exclusiva de quienes comulgan con sus partidos en el mismo altar y que la democracia es, por ende, un régimen en el que se respeta la libertad y la igualdad sólo de quien pueda pagarlas.

Cuesta entender qué lleva a algunas personas a pergeñar políticas que perjudican a la mayoría de los ciudadanos de un país. Cuesta más aún entender qué lleva a millones de ciudadanos a entregar el poder con sus votos a esos políticos nefastos. Cuesta entender qué lleva a un ser humano a vivir haciendo daño conscientemente a los demás y qué lleva a una parte considerable de los demás a dejar que el engaño les convierta en víctimas. Tanto cuesta entender la maldad que, para explicarla, todas las culturas inventaron  en tiempos inmemoriales la existencia e intervención de seres sobrenaturales malignos. Hoy se buscan explicaciones más científicas o más enrevesadas. La explicación más lógica y sencilla, sin embargo, se encuentra en ese mandamiento que Mateo Leví atribuyó a Jesús: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Un mandamiento terrible porque revela, a quien se atreva a asomarse al fondo, que millones de seres humanos se detestan. 

Dicen eruditos de diversas materias que para actuar contra un prójimo convirtiéndolo en enemigo a eliminar, es necesario deshumanizarlo. Eso es lo que pretende la propaganda fascista, por ejemplo. Pero, ¿y si no se trata de deshumanizar a otro? ¿Y si se trata de deshumanizarse uno mismo? o ¿y si no hace falta deshumanizarse en un momento concreto  porque uno ha vivido siempre deshumanizado?                   

Hace unos meses, Cassidy Hutchinson, una joven de 25 años que había sido asistente del ex-Jefe de Gabinete de Donald Trump, asombró a toda la nación americana testificando contra el ex presidente ante el comité que investigaba en el Congreso el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021. A pesar de presiones y amenazas, Cassidy Hutchinson dijo que había decidido decir la verdad porque quería seguir aprobando el «test del espejo» el resto de su vida. ¿Cuántos se miran al espejo y, en vez de conformarse con ver su apariencia física, se detienen a profundizar en su interior, a dialogar con su propia mente? ¿Cuántos ven en su propia imagen la imagen de un ser humano al que se debe amar antes y por encima de todo para poder amar a los demás? Es cierto que el amor no se puede imponer a nadie. Pero sí es posible que esa prueba del espejo logre que alguien descubra la compasión.

Se acercan unas elecciones; unas elecciones en las que decidimos quiénes van a gobernar nuestras comunidades más próximas, quiénes van a mejorar o a perjudicar o a dejar igual nuestra vida y la vida de nuestros vecinos; unas elecciones que pondrán a prueba nuestra humanidad. A todo el que vaya a ejercer su derecho al voto conviene informarse, aunque sea someramente, sobre lo que prometen los partidos y, lo que es mucho más importante, lo que han hecho en las comunidades autónomas y ayuntamientos donde han gobernado. Pero para poder cuestionar la ideología propia o la que se ha aceptado por influencia de otros, para poder votar libre de toda imposición ajena a uno mismo, nada mejor que la prueba del espejo. La prueba del espejo es, sobre todo, necesaria para quien haya decidido no votar. Tal vez cambie de opinión si dialogando consigo mismo, su propia imagen le pregunta, sorprendida, «¿Tan poco te importas?»                       

De ambiciosos y votantes

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A la ambición la define el diccionario de la Real en su primera acepción como «deseo intenso y vehemente de conseguir una cosa difícil de lograr, especialmente riqueza, poder o fama». Dicen  que la política exige ambición a quien quiere entrar o ya está dentro de ese mundo. A estas alturas del partido vital de los homínidos sobre la faz de la tierra, ya no cabe duda de que en las democracias, plenas o mermadas, el embrollo de partidos, partidistas y partidarios tiene muy poco que ver con el concepto aristotélico de la Política. Hoy, en las democracias, en vez de ser la Política el medio que nos permita ir evolucionando gracias a la igualdad y a la libertad, los ambiciosos han convertido a la Política con mayúscula en un politiqueo infame que el ciudadano corriente considera alejado de sus necesidades, de sus intereses. Ese politiqueo, por el desinterés general que causa, se ha convertido en un tesoro para el fascismo. 

Las democracias se desmoronan. Tras el horror de los totalitarismos que aplastaron la libertad de los ciudadanos bajo la bota de gobiernos infrahumanos; tras la hecatombe de una guerra mundial que sepultó a millones bajo tierra, la conquista de la libertad en gran parte del mundo pareció abrir el camino para que la humanidad siguiera avanzando. Pero en ese camino, la ambición de los ambiciosos se coló entre la multitud y no paró hasta ponerse en cabeza y formar un muro impidiendo el avance de la mayoría. ¿Cómo consiguieron los ambiciosos levantar ese muro que hoy estanca a la multitud y amenaza con echarla atrás hacia los tiempos negros de la deshumanización? Lo consiguieron gracias a los ignorantes, a los cobardes y a los perezosos que no se atrevieron a cerrar el paso a los ambiciosos.

Los Estados Unidos de América, ejemplo para el mundo por su aparente democracia dos veces centenaria, por su aparente respeto reverencial a su Constitución y a las leyes que rigen la convivencia de sus ciudadanos y por mucho más,  hoy sufre y muestra al mundo su descomposición, largamente ocultada bajo una apariencia saludable. El racismo, superviviente a la abolición de la esclavitud, ha desmentido allí, hasta hoy, a la democracia, garante de libertad y de igualdad para todos; el rascismo y tantas otras lacras han desmentido y desmienten la humanidad ejemplar del país. Eso significa que esa América que ha sido gloriosa ocultando la podredumbre de sus mentiras bajo montañas de dinero, hoy sufre la plaga de gusanos que de pronto han reventado la cáscara de mentiras y han salido a la superficie para pudrirlo todo. Lo grave, lo gravísimo para todo el mundo es que los Estados Unidos de América, tantos años ejemplo a seguir en tantas cosas, sigue siendo, en muchos países, ejemplo a seguir en la liberación de gusanos que amenazan pudrir al mundo entero.

En las elecciones de 2016, millones de americanos votaron por un multimillonario estrella de la televisión y le elevaron a la presidencia de la primera potencia mundial a pesar de su falta de conocimientos y experiencia política, a pesar de su patológica propensión a mentir, a pesar de su pasado de inmoralidad y corrupción, a pesar de su misoginia y su racismo, a pesar de todos los pesares que reveló abiertamente en los debates televisados con su contrincante electoral. La presidencia de ese individuo resultó tal desastre que muchos, que por  indiferencia hacia la política o por pereza o por cobardía no habían votado en 2016, votaron en 2020 para sacar de la Casa Blanca a aquel individuo que avergonzaba al país ante el mundo entero. Pero la deposición de Donald J.Trump no sólo no detuvo la descomposición de la sociedad que habían conseguido sus cuatro años de mandato; la empeoró. El glorioso Partido Republicano de Abraham Lincoln se convirtió en una horda de cobardes dispuestos a destruir la Constitución, las leyes, la convivencia en libertad de toda la sociedad americana por defender al perturbado que había intentado y aún intenta cargarse los valores más sagrados de su país. Donald Trump, procesado dos veces por el Congreso siendo presidente; imputado por treinta y cuatro delitos la semana pasada y con varias imputaciones a punto de caerle por otros delitos más graves, se defiende de toda acusación en su red social insultando a fiscales, jueces, adversarios políticos y a sus familias. Y eso no es lo peor. Donald Trump amenaza a todo el país  con destrucción y muerte si le llevan a la cárcel y hace un llamamiento a todos sus seguidores a que protesten en las calles; llamamiento que ya resultó en el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021. A todas estas barbaridades se agrega su firme resolución de presentarse como candidato a la presidencia en 2024, aunque esté en la cárcel; a lo que se añade que sus acólitos del Partido Republicano están decididos a hacer todo lo que haga falta por volver a llevarle a la Casa Blanca. Cualquier persona mentalmente sana se pregunta cómo es posible que los republicanos que gobiernan el Congreso y que se acercan a la mayoría en el Senado respalden a un demente dispuesto a acabar con la dos veces centenaria democracia del país. La respuesta es tan sencilla y tan obvia como repugnante. Todos ambicionan prosperar en sus carreras políticas y, parafraseando a un político de aquí, es Trump quien decide el que sale o no sale en la foto. Además, Donald Trump y sus acólitos suplican a diario por todos los medios dinero para pagar por la defensa de los múltiples delitos del ex presidente. Tras su detención la semana pasada, Trump recaudó en donativos 4 millones de dólares en 48 horas. Lo que nos lleva a otra pregunta, ¿es que millones de americanos están dispuestos a vender su país a un multimillonario cuya única cualidad es su ambición? Hasta ahora no hay respuesta objetiva.

En política con minúscula, los ambiciosos engordan devorando cobardes y otros homínidos infrahumanos. Por ejemplo, tenemos en España una comunidad autónoma que a diario nos ofrece en miniatura una imitación de la podredumbre americana. Un protocolo del gobierno de esa comunidad impidió llevar a ancianos enfermos de Covid de las residencias a los hospitales. Siete mil doscientos noventa ancianos murieron abandonados en sótanos, en habitaciones cerradas, golpeando las puertas pidiendo auxilio con las últimas fuerzas que quedaban a sus brazos. Ya sin Covid, varias residencias privadas y públicas con administración privada están matando a sus ancianos de hambre y enfermándoles con comida podrida. Unos cuantos valientes lo denuncian. La mayoría, por cobardes, callan. El gobierno que obligó a miles de ancianos a morir abandonados; que aporta para alimentar a los vivos una cantidad irrisoria que no alcanza ni para alimentar diariamente a un niño, ganó las últimas elecciones por mayoría casi absoluta. ¿De dónde salió el más de millón y medio de votantes que premiaron la ambición de los políticos madrileños del PP? ¿De dónde salieron los votantes que entregaron el poder en Andalucía a unos ambiciosos dispuestos a acabar con la sanidad pública y hasta con Doñana, Patrimonio de la Humanidad? 

La ambición que mueve a los políticos fascistas como Trump y otros que en el mundo entero se disfrazan de derechas, se ve saciada en las urnas de las democracias por la ignorancia o la cobardía o la pereza de los votantes. La ignorancia lleva a miles a creer que la política no tiene nada que ver con sus vidas particulares. De repente, el gobierno de un partido al que han votado les roba la educación y la sanidad que quisieran para sí y sus familias; les reduce el salario mínimo; les baja las pensiones. Con el agua al cuello y la vida en precario, ese tal vez despierta un día descubriendo que la política sí tenía que ver. Vota el cobarde a los que supone más poderosos creyendo que le recompensarán por haberles votado; creyendo que, de algún modo fantástico, los ambiciosos poderosos enriquecerán al país de tal manera, que la riqueza llegará hasta a los desgraciados como él. Cuando finalmente se entera de que al ambicioso poderoso sólo le importan los ambiciosos poderosos que pueden incrementar su poder, ya es demasiado tarde, para el cobarde y para todos los demás. En cuanto al perezoso, ese que no encuentra motivo suficiente para sacrificar su tiempo haciendo cola ante un colegio electoral, le esperan las mismas consecuencias que a los ignorantes y cobardes que votaron por los ambiciosos, pero al menos puede quejarse y sentirse víctima inocente porque no votó a nadie.

Con la zozobra que causa el crecimiento del fascismo en el mundo entero, el que se siente responsable de su vida y, por empatía, de la vida de los demás, espera las elecciones autonómicas y municipales que se acercan temiendo, más que a los ambiciosos, a los ignorantes, a los perezosos y a los cobardes. Dentro de unos días, los que no votan, los que votan con las vísceras, los que votan sin reflexionar volverán a tener en sus papeletas el presente y el futuro de todos; el presente y el futuro de la democracia. Más vale que el que se sienta responsable se ponga a convencer a cuantos pueda de que el bienestar de todos depende de que todos voten con la cabeza después de analizar y comparar. A todos, nos va la vida.   

Vale la pena

Los fascistas propusieron una moción de censura en el Congreso para destruir. Consecuentemente, los discursos de Vox y el PP fueron destructivos. Con trazos confusos y muy negros, nos pintaron un país distópico, hundido en la miseria, alterado por el odio. La única solución que proponían a tanto desastre era sustituir al gobierno progresista por un gobierno de fascistas retrógrados. De la otra esquina, fueron saliendo los constructores de la realidad en que vivimos; una realidad difícil para tantos y también para los que luchan por reconstruir el país limpiándolo de los escombros que dejó el último gobierno fascista, levantando edificios nuevos, sólidos en los que cada cual pueda ir realizando el proyecto de su vida. Contra un pasado tenebroso, Pedro Sánchez y el socialismo democrático saltaban como chispas que iluminaban la oscuridad del desespero con la luz inextinguible de la esperanza. Sólo por eso, la moción de censura valió la pena. 

Cuesta vivir. A todos nos cuesta. Cuesta al que tiene la vida económicamente resuelta y al que tiene que dedicar todos sus esfuerzos a la tarea diaria de sobrevivir en un mundo en el que vivir tiene un precio. Ante el desvelo, el perjuicio, la dificultad que a una persona causa vivir como persona, casi todos se preguntan, en algún momento de su vida, si vale la pena vivir. ¿Vale la pena? 

La conciencia del significado del nacimiento en este mundo y de la inevitabilidad de la muerte condiciona la vida de todo ser humano al margen de sus conocimientos, de sus recursos. Todos sabemos que nacimos y que a nuestro cuerpo le tocará morir aunque casi nunca pensemos en esos dos instantes que nos determinan. Lo que ocupa nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestros actos es el tiempo que transcurre entre los dos límites. Como homínidos, machos y hembras, conscientes de la existencia de nosotros mismos y de la de los demás, ese tiempo nos exige irnos montando la vida. Dios o la Naturaleza no exigen ese trabajo a ningún animal; criaturas con la vida determinada por sus instintos. Puede que en circunstancias muy difíciles, alguno piense que la conciencia, en el sentido de facultad psíquica que nos permite percibirnos y percibir el mundo, es una tara de la especie con que Dios o la Naturaleza dotaron al hombre, macho y hembra, para amargarle la vida. Y algunos hay que prefieren ignorar su conciencia psicológica y dejar pasar el tiempo con la despreocupación de un animal. Estos encarnan en su desfase el fracaso de su creación. El Dios Creador o la Naturaleza, lo que se quiera, logró jalonar su obra con la creación del ser humano; un ser capaz de ir creando su propia existencia gracias a una facultad de la que todos los otros seres carecen; la libertad. ¿Vale la pena utilizar nuestra libertad para intentar crearnos una existencia feliz? 

La palabra libertad, por sus infinitas connotaciones, conmueve a la mayoría de los seres humanos porque representa la facultad que nos eleva a la cúspide de la creación y desde allí nos permite contemplar el mundo con el convencimiento de que todo es posible. Sin embargo, muchos abdican de su libertad y hasta niegan su existencia. ¿Por qué?  Porque la libertad nos hace a todos responsables de cada pensamiento, de cada paso que damos en este mundo. De nada sirve a nadie responsabilizar a las circunstancias o a los demás por el resultado de nuestras decisiones. La responsabilidad por nuestros pensamientos y nuestros actos libremente elegidos es siempre exclusivamente nuestra. Lo que puede llevarnos a una pregunta: ¿vale la pena cargar con la responsabilidad por nuestros aciertos y nuestros errores para ir creando nuestra vida libremente?

En un mundo en el que todo parece atentar contra la libertad de los seres humanos, cuesta poco negar que el ser humano sea libre. No hace falta deambular por argumentos filosóficos para negar la existencia de la libertad y hasta del libre albedrío. Casi todos se sienten esclavos del dinero, del trabajo con el que se ganan la vida, de las necesidades de los hijos y de los padres, de las exigencias de la tribu a la que pertenecen. Muchos viven esclavos de los traumas de su infancia. Muchos viven prisioneros de malformaciones y enfermedades incapacitantes. ¿Hay alguien que, considerando sus circunstancias personales, pueda sentirse libre?  

Físicamente hundido por la enfermedad, entre los barrotes de una prisión infame, un hombre escribió,

«No, no hay cárcel para el hombre.

No podrán atarme, no.

Este mundo de cadenas

me es pequeño y exterior.

¿Quién encierra una sonrisa?

¿Quién amuralla una voz?»…

El hombre que escribió estos versos se llamaba Miguel Hernández y su nombre superó generaciones y fronteras logrando fama póstuma. Ni la prisión ni la enfermedad pudieron impedir que su mente concibiera esos versos. Y lo que esos versos significan lo concibió Nelson Mandela en Suráfrica durante sus 27 años de prisión y Alexei Navalni desde la cárcel que le aprisiona en Rusia y tantos y tantas cuyos nombres nunca conoceremos. En 2021, una joven de 30 años se presentó a un concurso de televisión cantando una canción que había escrito ella misma y titulado «It’s okay», «Está bien». Jane Marczewski tenía entonces un cáncer metastásico en la espina dorsal, pulmones e hígado y un 2% de probabilidades de sobrevivir. Durante la entrevista de aquella audición, Marczewski pronunció dos frases que, en sus circunstancias, sólo pueden entenderse comprendiendo el destino del ser humano en el mundo y la  libertad que le permite realizarlo: «Yo soy mucho más que las cosas malas que me están pasando» dijo Marczewski, y «No puedes esperar a que tu vida ya no sea tan dura antes de decidirte a ser feliz». Su cuerpo no sobrevivió, pero su misión creadora continuó, inspirando a doscientos millones de personas con su voluntad de seguir creando hasta el último día de su vida. Hoy mismo, en este mismo momento, puede haber un hombre, macho o hembra, encarcelado, privado de sus derechos, paralizado por la enfermedad, atormentado por circunstancias adversas que, en el libre uso de su mente repita: «No, no hay cárcel para el hombre. No podrán atarme, no. Este mundo de cadenas me es pequeño y exterior».  

El mundo de afuera es pequeño. El mundo interior de cada cual es infinito, y por eso son infinitas todas las posibilidades de la mente, y por eso en la mente, todo es posible; hasta ser feliz con la felicidad inmutable y perpetua del que vive creando, creándose el mundo en el que quiere vivir, y viendo, como el Creador o la Naturaleza, que ese mundo es bueno.  

Las cadenas de cualquier índole que otros imponen siempre son exteriores a la voluntad de un hombre, macho o hembra. Ese ser, exteriormente encadenado por las circunstancias que sean, tiene siempre a salvo, en la profundidad de su mente, la libertad de decidir sus pensamientos, sus emociones, el sentido de su vida. Dios o la Naturaleza le dieron con su nacimiento la libertad para ir creando su propia existencia, porque el hombre, macho o hembra, como estirpe de Creador, ha nacido para crear. Por eso, el hombre que niega  la existencia de la libertad niega su propia naturaleza humana. Por eso, quien utiliza la palabra libertad en vano o con la intención de engañar blasfema contra la creación, contra su propia creación.

Hoy suena a blasfemia el lema que pervertía a la libertad en la dictadura fascista. «España una, grande y libre», decía, recordando en objetos y actos públicos el sometimiento de todos los españoles a la voluntad de un dictador, el único ser totalmente libre del país. Hace poco, un partido político utilizó la palabra libertad como lema de campaña reduciendo su significado a la expresión «hacer lo que a uno le dé la gana». La mayoría se dejó confundir y la confusión se reveló enseguida catastrófica. Lo que el lema significaba en realidad era que el partido se reservaba el derecho a hacer lo que le diera la gana en sanidad, educación, vivienda, mientras que de los ciudadanos exigía sumisión y aprobación. El fascismo impone su libertad de hacer lo que le dé la gana a los mandatarios fascistas, y la defiende coartando la libertad de todos los que no pertenecen a sus partidos o a sus gobiernos. Lo que hace saltar otra pregunta. ¿Cómo es que en algunas democracias hay ciudadanos que votan por partidos que atentan contra la libertad del ser humano; que niegan al ser humano el derecho a ir creando su existencia libremente? La respuesta es aterradora por lo que significa para aquellos que sí valoran su libertad. Hay quien renuncia a sus derechos como ser humano para no aceptar la responsabilidad por los propios pensamientos, emociones  y actos que el ejercicio de la libertad conlleva .

Montarse libremente un criterio de valores por el que orientarse en el mundo de la mente propia y en el mundo exterior; observar siempre ese criterio de valores elegido libremente, sin permitir que valores ajenos dirijan nuestra conducta, cuesta, cuesta un esfuerzo que puede ser mayor o menor según las circunstancias de cada cual. Pero realizar ese esfuerzo en cualquier circunstancia, cueste lo que cueste, es lo único que nos permite valorar nuestra humanidad, cumplir con el destino para el que fuimos creados, respetarnos a nosotros mismos y a los demás como los seres más evolucionados que somos. ¿Vale la pena ese esfuerzo? La recompensa es la felicidad. No la alegría que dura lo que dura un momento alegre. La felicidad inmutable y perpetua del que vive satisfecho y orgulloso del trabajo que realiza para irse creando a sí mismo y mejorando el mundo ya creado que recibió.