Vale la pena

Los fascistas propusieron una moción de censura en el Congreso para destruir. Consecuentemente, los discursos de Vox y el PP fueron destructivos. Con trazos confusos y muy negros, nos pintaron un país distópico, hundido en la miseria, alterado por el odio. La única solución que proponían a tanto desastre era sustituir al gobierno progresista por un gobierno de fascistas retrógrados. De la otra esquina, fueron saliendo los constructores de la realidad en que vivimos; una realidad difícil para tantos y también para los que luchan por reconstruir el país limpiándolo de los escombros que dejó el último gobierno fascista, levantando edificios nuevos, sólidos en los que cada cual pueda ir realizando el proyecto de su vida. Contra un pasado tenebroso, Pedro Sánchez y el socialismo democrático saltaban como chispas que iluminaban la oscuridad del desespero con la luz inextinguible de la esperanza. Sólo por eso, la moción de censura valió la pena. 

Cuesta vivir. A todos nos cuesta. Cuesta al que tiene la vida económicamente resuelta y al que tiene que dedicar todos sus esfuerzos a la tarea diaria de sobrevivir en un mundo en el que vivir tiene un precio. Ante el desvelo, el perjuicio, la dificultad que a una persona causa vivir como persona, casi todos se preguntan, en algún momento de su vida, si vale la pena vivir. ¿Vale la pena? 

La conciencia del significado del nacimiento en este mundo y de la inevitabilidad de la muerte condiciona la vida de todo ser humano al margen de sus conocimientos, de sus recursos. Todos sabemos que nacimos y que a nuestro cuerpo le tocará morir aunque casi nunca pensemos en esos dos instantes que nos determinan. Lo que ocupa nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestros actos es el tiempo que transcurre entre los dos límites. Como homínidos, machos y hembras, conscientes de la existencia de nosotros mismos y de la de los demás, ese tiempo nos exige irnos montando la vida. Dios o la Naturaleza no exigen ese trabajo a ningún animal; criaturas con la vida determinada por sus instintos. Puede que en circunstancias muy difíciles, alguno piense que la conciencia, en el sentido de facultad psíquica que nos permite percibirnos y percibir el mundo, es una tara de la especie con que Dios o la Naturaleza dotaron al hombre, macho y hembra, para amargarle la vida. Y algunos hay que prefieren ignorar su conciencia psicológica y dejar pasar el tiempo con la despreocupación de un animal. Estos encarnan en su desfase el fracaso de su creación. El Dios Creador o la Naturaleza, lo que se quiera, logró jalonar su obra con la creación del ser humano; un ser capaz de ir creando su propia existencia gracias a una facultad de la que todos los otros seres carecen; la libertad. ¿Vale la pena utilizar nuestra libertad para intentar crearnos una existencia feliz? 

La palabra libertad, por sus infinitas connotaciones, conmueve a la mayoría de los seres humanos porque representa la facultad que nos eleva a la cúspide de la creación y desde allí nos permite contemplar el mundo con el convencimiento de que todo es posible. Sin embargo, muchos abdican de su libertad y hasta niegan su existencia. ¿Por qué?  Porque la libertad nos hace a todos responsables de cada pensamiento, de cada paso que damos en este mundo. De nada sirve a nadie responsabilizar a las circunstancias o a los demás por el resultado de nuestras decisiones. La responsabilidad por nuestros pensamientos y nuestros actos libremente elegidos es siempre exclusivamente nuestra. Lo que puede llevarnos a una pregunta: ¿vale la pena cargar con la responsabilidad por nuestros aciertos y nuestros errores para ir creando nuestra vida libremente?

En un mundo en el que todo parece atentar contra la libertad de los seres humanos, cuesta poco negar que el ser humano sea libre. No hace falta deambular por argumentos filosóficos para negar la existencia de la libertad y hasta del libre albedrío. Casi todos se sienten esclavos del dinero, del trabajo con el que se ganan la vida, de las necesidades de los hijos y de los padres, de las exigencias de la tribu a la que pertenecen. Muchos viven esclavos de los traumas de su infancia. Muchos viven prisioneros de malformaciones y enfermedades incapacitantes. ¿Hay alguien que, considerando sus circunstancias personales, pueda sentirse libre?  

Físicamente hundido por la enfermedad, entre los barrotes de una prisión infame, un hombre escribió,

«No, no hay cárcel para el hombre.

No podrán atarme, no.

Este mundo de cadenas

me es pequeño y exterior.

¿Quién encierra una sonrisa?

¿Quién amuralla una voz?»…

El hombre que escribió estos versos se llamaba Miguel Hernández y su nombre superó generaciones y fronteras logrando fama póstuma. Ni la prisión ni la enfermedad pudieron impedir que su mente concibiera esos versos. Y lo que esos versos significan lo concibió Nelson Mandela en Suráfrica durante sus 27 años de prisión y Alexei Navalni desde la cárcel que le aprisiona en Rusia y tantos y tantas cuyos nombres nunca conoceremos. En 2021, una joven de 30 años se presentó a un concurso de televisión cantando una canción que había escrito ella misma y titulado «It’s okay», «Está bien». Jane Marczewski tenía entonces un cáncer metastásico en la espina dorsal, pulmones e hígado y un 2% de probabilidades de sobrevivir. Durante la entrevista de aquella audición, Marczewski pronunció dos frases que, en sus circunstancias, sólo pueden entenderse comprendiendo el destino del ser humano en el mundo y la  libertad que le permite realizarlo: «Yo soy mucho más que las cosas malas que me están pasando» dijo Marczewski, y «No puedes esperar a que tu vida ya no sea tan dura antes de decidirte a ser feliz». Su cuerpo no sobrevivió, pero su misión creadora continuó, inspirando a doscientos millones de personas con su voluntad de seguir creando hasta el último día de su vida. Hoy mismo, en este mismo momento, puede haber un hombre, macho o hembra, encarcelado, privado de sus derechos, paralizado por la enfermedad, atormentado por circunstancias adversas que, en el libre uso de su mente repita: «No, no hay cárcel para el hombre. No podrán atarme, no. Este mundo de cadenas me es pequeño y exterior».  

El mundo de afuera es pequeño. El mundo interior de cada cual es infinito, y por eso son infinitas todas las posibilidades de la mente, y por eso en la mente, todo es posible; hasta ser feliz con la felicidad inmutable y perpetua del que vive creando, creándose el mundo en el que quiere vivir, y viendo, como el Creador o la Naturaleza, que ese mundo es bueno.  

Las cadenas de cualquier índole que otros imponen siempre son exteriores a la voluntad de un hombre, macho o hembra. Ese ser, exteriormente encadenado por las circunstancias que sean, tiene siempre a salvo, en la profundidad de su mente, la libertad de decidir sus pensamientos, sus emociones, el sentido de su vida. Dios o la Naturaleza le dieron con su nacimiento la libertad para ir creando su propia existencia, porque el hombre, macho o hembra, como estirpe de Creador, ha nacido para crear. Por eso, el hombre que niega  la existencia de la libertad niega su propia naturaleza humana. Por eso, quien utiliza la palabra libertad en vano o con la intención de engañar blasfema contra la creación, contra su propia creación.

Hoy suena a blasfemia el lema que pervertía a la libertad en la dictadura fascista. «España una, grande y libre», decía, recordando en objetos y actos públicos el sometimiento de todos los españoles a la voluntad de un dictador, el único ser totalmente libre del país. Hace poco, un partido político utilizó la palabra libertad como lema de campaña reduciendo su significado a la expresión «hacer lo que a uno le dé la gana». La mayoría se dejó confundir y la confusión se reveló enseguida catastrófica. Lo que el lema significaba en realidad era que el partido se reservaba el derecho a hacer lo que le diera la gana en sanidad, educación, vivienda, mientras que de los ciudadanos exigía sumisión y aprobación. El fascismo impone su libertad de hacer lo que le dé la gana a los mandatarios fascistas, y la defiende coartando la libertad de todos los que no pertenecen a sus partidos o a sus gobiernos. Lo que hace saltar otra pregunta. ¿Cómo es que en algunas democracias hay ciudadanos que votan por partidos que atentan contra la libertad del ser humano; que niegan al ser humano el derecho a ir creando su existencia libremente? La respuesta es aterradora por lo que significa para aquellos que sí valoran su libertad. Hay quien renuncia a sus derechos como ser humano para no aceptar la responsabilidad por los propios pensamientos, emociones  y actos que el ejercicio de la libertad conlleva .

Montarse libremente un criterio de valores por el que orientarse en el mundo de la mente propia y en el mundo exterior; observar siempre ese criterio de valores elegido libremente, sin permitir que valores ajenos dirijan nuestra conducta, cuesta, cuesta un esfuerzo que puede ser mayor o menor según las circunstancias de cada cual. Pero realizar ese esfuerzo en cualquier circunstancia, cueste lo que cueste, es lo único que nos permite valorar nuestra humanidad, cumplir con el destino para el que fuimos creados, respetarnos a nosotros mismos y a los demás como los seres más evolucionados que somos. ¿Vale la pena ese esfuerzo? La recompensa es la felicidad. No la alegría que dura lo que dura un momento alegre. La felicidad inmutable y perpetua del que vive satisfecho y orgulloso del trabajo que realiza para irse creando a sí mismo y mejorando el mundo ya creado que recibió.    

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

2 comentarios sobre “Vale la pena

  1. Muy emotivo artículo, María Mir-Rocafort.
    Confortan los versos de Miguel Hernández, conforta la seguridad de que uno, cada uno, somos dueños de nuestro destino, que el libre albedrio nos permite elegir. Sé, me consta, que no siempre se puede utilizar esa libertad, estamos sujetos a unos convencionalismos que hacen que podamos vivir en comunidad con nuestros semejantes, pero esa libertad de nuestra mente, de nuestro espíritu, esa es inabarcable, tan nuestra y única como nuestras huellas dactilares.
    Vivir en armonía con el mundo que te rodea no siempre resulta fácil. Siempre habrá quienes te sojuzguen, quienes quieran imponer sus ideas porque consideran que desde su atalaya, desde su superioridad, económica fundamentalmente, les da derecho a decirnos como debemos vivir nuestra propia vida.
    Mi experiencia personal es la del rechazo frontal del fascismo en cualquiera de sus expresiones.
    Vivir así me trajo siempre algunas dificultades, nada que no pudiese soportar.
    Me permito dejar unos versos que escribí hace años, cuando la vida se me había torcido, pero no consiguió vencerme.
    Dicen esos versos:
    VIVIR

    No vivo para lo que de la muerte espero
    Si viviera esperando lo que ni sé ni conozco
    viviría atenazado por el miedo que me juzga

    Vivo para amar la vida, para vivir sin medida
    porque mi espíritu es libre como es libre el albedrío
    Solo me importa el presente que me trae el nuevo día

    Lo vivido doy por bueno porque soy lo que he sido
    El presente es el ahora que me enseña nueva vida
    Que vivo como si fuera a vivir mi último día.

    24/04/2016

    Gracias, María por estar siempre ahí, poniendo cordura y razón en este mundo tan difícil.

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