Monstruos para quien no quiera verlos

Empiezo, con toda franqueza, por una anécdota que me afectó dolorosamente durante la semana que ayer terminó. Mis dos perros se fueron, montaña abajo, la mañana del lunes, y en vez de volver, como siempre, por la noche, no volvieron. Años de disciplina prepararon mi mente para ocuparse en cosas importantes evitando así regodearme en emociones dolorosas. Busqué distracción en Netflix. Netflix me ofreció primero una película, «The Hours»,  que hace años me hizo reflexionar durante mucho tiempo,  permitiéndome entender algunas cosas del feminismo y del amor sentimental que entonces no entendía. Pero no eran esas reflexiones  lo que necesitaba para aliviar mi preocupación y mi tristeza. Quise aliviarme con otra película, pero el algoritmo de Netflix estaba empeñado en amargarme la mente. Me ofreció un documental sobre la homofobia en  la Alemania nazi que iba mucho más allá de la homofobia; que cubría todas las fobias infrahumanas de monstruos con apariencia de personas que carecían de algunas cualidades fundamentales que el creador o la naturaleza confieren regularmente a un ser humano. Me obligué a ver otra vez esos horrores sobre los que tanto había leído, visto y oído en mis largos años porque todo aquello repetía en mi mente que los mismos monstruos nos siguen acechando; que los mismos horrores los siguen hoy sufriendo millones de víctimas; que quien cierra ojos, oídos y facultad racional para no verlos puede convertir a mayorías en víctimas de esos monstruos y que, entre esas mayorías, puede estar uno mismo.  Me puse a escribir.             

Elecciones europeas el 9 de junio. Muchísimos desinformados piensan que el asunto nos cae muy lejos. ¿En qué pueden afectar la vida de un español las monstruosidades de un Orban, de una Meloni, de otros líderes de nombres más difíciles  que en países remotos de la Unión Europea confían su triunfo a su habilidad para remedar a Donald Trump? Además, las sociedades modernas, capitalizadas, imponen un tren de vida de alta velocidad que no permite a sus pasajeros detenerse a mirar por la ventanilla. ¿Quién tiene tiempo para enterarse de quiénes son y qué hacen Orban, Meloni, Trump y otros de su especie? Será el que cobra por informarse o informar, o el jubilado que no tiene otra cosa que hacer, porque si no, el que tiene toda su vida ocupada por sus propios asuntos y sus asuntos más importantes son remunerados, no lo entiende.     

   Esos que no quieren saber nada de lo que no tenga nada que ver con su cama, su móvil, su nevera, su tarjeta de crédito, su ropa, su trabajo, sus ahorros o préstamos para vacaciones carecen de tiempo y ganas para pensar que las elecciones europeas afectan asuntos vitales de todos los europeos, incluyendo los asuntos vitales de los ignorantes indiferentes. Esos carecen de tiempo, ganas y, probablemente hasta de la facultad de pensar; de pensar que si los líderes fascistas consiguen que la mayoría de los europeos elija a parlamentarios fascistas que elijan, a su vez, a los cargos más altos entre los de su propia cuerda y que, entre todos, decidan convertir a Europa en un conjunto de sociedades idílicas para los dueños de dinero y poder, y a duras penas soportables para los pobres, los medio pobres y hasta para los medio ricos; es decir, si la mayoría de los votantes europeos entrega el poder a los fascistas europeos, la inmensa mayoría de los europeos, incluyendo a los ignorantes indiferentes, podemos darnos por jodidos.  

Dicen las encuestas que toda Europa se inclina a resucitar al fascismo y a regalarle el  poder. Hasta una revista del prestigio de Der Spiegel ha entrado en pánico ante esa posibilidad y en su portada del 17 de este mes ha escrito, sobre una aterradora esvástica, «¿No aprendimos nada?» ¿Qué, demonios, vamos a aprender si en los países europeos donde está resucitando el fascismo están privando a las generaciones más jóvenes de la memoria histórica para que nadie aprenda que entre represión, guerras y holocausto, el fascismo sembró en Europa millones de cadáveres? Pero claro, esa tragedia ocurrió cuando aún no se había inventado la tecnología de la comunicación. La gente de hoy está demasiado ocupada con los aparatitos que engañan a su soledad y atrofian a sus facultades mentales como para ponerse a elegir ideologías y a matar por ellas. Claro que el fascismo tiene formas más sutiles de matar que a tiros y bombas. Por ejemplo, subiendo precios, bajando sueldos, exigiendo pago por ver a un médico o ser admitido a un hospital, condenando a los hijos de pobres y medio pobres a quedarse tan brutos como sus padres para que engrosen la masa de trabajadores semi esclavos obligados a vivir para trabajar, a trabajar para que los fascistas puedan vivir a gusto.    

Una genialidad de la propaganda fascista ha sido convertir la palabra en un insulto. Fascista no es un insulto; es una realidad pavorosa que nos persigue desde la aparición del tirano al que se le ocurrió. Quien no sepa lo que es fascismo puede enterarse en pocos minutos pidiéndole a Google un discurso de Umberto Eco sobre el tema, escrito con tal sencillez que lo puede entender hasta el intelecto menos dotado y leído. Pasa que fue tal el rastro de destrucción que el fascismo dejó en la primera mitad del siglo XX que, a partir de su derrota, los interesados le pusieron la careta de «derechas» y «ultraderechas» para engañar a ignorantes. Entonces, ¿cómo se distingue a un fascista de un político de ideología conservadora basada en valores humanos? Porque por la boca del fascista no sale jamás un programa que informe con veracidad sobre sus intenciones si  llega al gobierno. Por la boca del fascista solo salen mentiras, insultos, calumnias contra el adversario; sólo salen disparates. Cabe y es necesario preguntarse si en España hay políticos de ideología conservadora. A juzgar por lo que dicen los que más suenan, parece que no.

   En España suenan fascistas y por eso sus mítines divierten agitando glándulas y por eso vale la pena darse un paseo en autobús y zamparse un bocadillo gratuito para llenar los recintos donde realizan sus eventos. Este domingo,  por ejemplo, uno de esos recintos estaba lleno a rebosar. Uno de los partidos fascistas españoles llevaba de estrella a un fascista argentino tan divertido que empezó su discurso cantando con voz de transmundo lo que parecía un rap disparatado. Siguió insultando al socialismo con humor negro original, tildándolo de cáncer para asustar a los aprensivos dispuestos a creer que el cáncer se contagia. Siguió difamando al gobierno de España por ser socialista y a la esposa del presidente para que no le acusaran de ignorar a las mujeres. Todo ello con la cara adornada por unas originales patillas y un despliegue de muecas digno de un premio al talento artístico en la categoría de payasos. El público se desgañitaba aplaudiendo y riendo. 

Empecé a preguntarme en serio si los que estaban allí no sentían vergüenza de exhibir su ignorancia o su falta de responsabilidad ante las cámaras que, de vez en cuando, barrían el público. Pero algo, bajo mi escritorio,  me interrumpió. Sobre una pierna sentí el peso de una cabeza peluda. Mamoncete, grité. Me moví para acariciarla y, a pocos pasos, vi a Toribia mirándome como si me pidiera perdón. Mientras les abrazaba, empezó a maullar Tomasito, el gato, como si presumiera de haber traído él a los perros a casa. 

   Cuando volví los ojos a la pantalla del ordenador para apagarlo hasta el día siguiente, la realidad que había escrito amenazó con devolverme la tristeza y el miedo. Dicen las encuestas que el 9 de junio, una gran cantidad de ciudadanos se abstendrá y la mayoría votará a partidos fascistas. ¿Y si a la mayoría le entra curiosidad y le da por preguntarle a Google cómo afectan al común de los mortales las decisiones de los órganos europeos sobre normas económicas, distribución de fondos; sobre todo aquello que afecta a las vidas de todos de verdad? Puede que a todos les entren unas ganas desesperadas de votar y de votar pensando en su propio beneficio.

   Dejé que la esperanza me aliviara todo lo demás y me fui a la cocina a buscar chuches para mis perros y mi gato.                                           

La política en el alma

Concluídas las elecciones en Cataluña y a pocos días de iniciar la campaña para las elecciones al parlamento europeo, puedo dedicar un tiempo para seguir escribiendo mis memorias. ¿A quién pueden interesar mis memorias? Interesaron a un editor que me ofreció por email un adelanto  si las escribía, y mi necesidad del adelanto me empujó a empezar a escribirlas. Lo que el editor no sabía es que no hay necesidad alguna que me obligue a salir de mi pueblo, de la montaña solitaria donde mi padre culminó sus esfuerzos profesionales construyendo una casa de cuento de hadas. Esa casa recompensa cada día mis esfuerzos de toda la vida dándome una vejez que ni en mis sueños más optimistas había imaginado. De aquí me sacan con los pies por delante, digo cada vez que se tercia, para devolver aquí mis cenizas y enterrarlas en el monumento en el que las cenizas de mi abuela y de mi padre persisten mezcladas con esta tierra para siempre. Sé que no hay editor en su sano juicio que publique la obra de un autor que se niega a embarcarse en la promoción de su obra. Sabiéndolo a ciencia cierta, ¿por qué sigo escribiendo esas memorias que me causan más dolor que otra cosa? Tal vez porque quiero  irme a la otra dimensión libre de ese tipo de dolores. Además, me impulsa cada día a seguir escribiéndolas unas palabras que una noche me dedicó Salvador Illa sin saber que esas palabras me abrían una llaga muy vieja y hurgaban en ella. Recuerdo esas palabras cada día y cada día sigo escribiendo como si compartiera la maldición de Sísifo, pero sin resignarme. Cada día escribo con la ilusión de que mis reflexiones sirvan a alguien para algo.           

Una noche de hace un tiempo, me invitaron a una cena del PSC en Sort. Presidía Salvador Illa. A los postres, Illa pronunció un discurso. Como todos los discursos de Illa, sus palabras sonaban a cascada de aguas claras deslizándose por una montaña. Hablaba de valores humanos; de una política fundada en valores humanos como la que concibiera la mente de Aristóteles en sus momentos más lúcidos. Hablaba de esa Política con mayúscula que gobierna gobernada por el bien común, pero, superando siglos de prejuicios, llegaba al dogma natural de que todos los seres humanos son iguales. Dada la siniestra realidad del politiqueo actual, era un alivio escuchar a un político auténtico ofreciendo un gobierno de seres humanos para seres humanos. Hasta que, de repente, de la boca de Illa salió mi nombre.

   Oí mi nombre. ¿Cómo sabía Illa mi nombre si apenas habíamos hablado una vez durante pocos minutos? Recordé otra noche en un teatro del pueblo. En un mitin del PSC, iba a hablar Ernest Lluch. Yo estaba en primera fila. Antes de empezar el evento, Ernest Lluch se me acercó y me pidió, con suma sencillez, que le dijera a qué personalidad del pueblo podía referirse en su discurso. Por razones obvias, no he olvidado su cara, muy cerca de la mía, que poco después la sinrazón nos quitó a todos para siempre. Al oír mi nombre en el discurso de Illa supuse que le habría preguntado a alguien lo mismo que Lluch me había preguntado a mi y me salió una sonrisa. Sí, en Sort soy una personalidad, pero no por méritos propios. Soy una personalidad heredada. Todos me conocen por el seudónimo que mi padre hizo famoso en medio mundo; me conocen por María Fassman. Eso también me hace sonreír porque no me molesta. No me habría molestado que Illa cambiara mi apellido por el seudónimo que hacía  muchos años tenía asumido. Pero Illa, mencionandome por nombre y apellido, pronunció, sin saberlo, una frase para mi maldita; «A Maria le gusta escribir».

    Empecé a escribir a los siete años, seguramente como pasatiempo. Poco después, sin embargo, seguí escribiendo porque los adultos más significativos para mí me convencieron de que no servía ni serviría nunca para hacer otra cosa. Como tantos escritores jóvenes, durante una época soñé ganar un Nobel. Pero, como la mayoría de esos soñadores, me estrellé de bruces contra la realidad. Mi carrera literaria me hizo ganar elogios toda mi vida, pero el capitalismo no permite vivir de elogios. Mis primeros escritos remunerados salieron firmados por otros que no eran yo; fui algún tiempo lo que se llama con el feo nombre de «negro». Tenía ya 35 años cuando una editorial me encargó escribir una obra en tres tomos sobre el poder de la mente. La escribí, la publicaron, me la pagaron muy bien, pero mi nombre salía en letra pequeña en página distinta a la del título poniéndome, no como autora, sino como directora de la obra. Tuve que seguir de «negro». De vez en cuando, escribía algo para mí. Algún intento hice de conseguir editor, pero al primer rechazo, no intentaba nunca dar a un trabajo mío una segunda oportunidad. Supongo que me dejé influir por una de esas escenas que se graban indelebles en la memoria. Un día apareció uno de los «jefes» que me pagaba por hacerle de «negro» y me pescó escribiendo algo para mí. Le di un papel que había escrito y le pedí su opinión. El interfecto cogió el papel y, sin leerlo, hizo una bola en su mano y lo tiró al suelo. Tenía razón, pensé, él me estaba pagando por otra cosa. 

   Si Salvador Illa hubiera conocido esos antecedentes, habría sabido que nunca he escrito por gusto; he escrito siempre por obligación. Aún ahora, con techo y necesidades básicas resueltas, sigo escribiendo por obligación y con la inquietud que causa un trabajo arriesgado. ¿Por qué?

   Parece que un monstruo sobrenatural hubiera arrancado de la historia todas las páginas posteriores a la segunda mitad del siglo XX. De pronto nos levantamos una mañana rodeados por aludes de fango del fascismo que amenazan sepultar las mentes de la mayoría. Como a principios del siglo pasado, por todas partes han resucitado Mussolinis, Hitlers, Francos que intentan insuflar en las mentes más débiles antivalores infrahumanos. La diferencia entre aquellas personalidades diabólicas y sus émulos actuales, es que aquellos arrastraban multitudes por sus pintas y sus cualidades histriónicas mientras que los políticos fascistas actuales son remedos grises, mediocres, incapaces de hilvanar discursos sin disparates. ¿A quienes pueden influir esos personajillos que hoy se camuflan bajo el término dieciochesco de «derechas»? Diríase que a cerebros disueltos por una epidemia de zombismo probablemente causada por la sustitución de vidas auténticamente humanas por las vidas falsas de millones hipnotizados por pantallas. Hoy por hoy, son estos cerebros zombificados los que constituyen el peligro mortal que acecha a la humanidad. ¿Exageración? 

   El fascista Netanyahu consiguió que le votaran para gobernar y desde su gobierno dirige a las tropas que han asesinado a más de 35.000 palestinos y que no van a parar hasta que consigan borrar del mundo a toda esa etnia. El fascista Putin asesina a ucranianos con la intención de convertir en rusos a los que sobrevivan. Esos asesinatos y muchos más en muchas otras partes del  mundo entero llenan las pantallas cada día ofreciendo minutos de excitante secreción glandular que contribuye a la zombificación de la mayoría. Mientras tanto, la mayoría zombificada del mundo entero sigue a sus asuntos ignorando la sed, el hambre, la muerte de hermanos de especie que sufren lo indecible por haber nacido en un lugar equivocado. Las mayorías afortunadas siguen disfrutando de su suerte como si la mala suerte de otros no les pudiera alcanzar. ¿Ingenuidad?

   Dicen las encuestas que las «derechas» suben en intención de voto en medio mundo; la democrática Europa incluida. ¿Tan zombificada está la mayoría que es capaz de entregar el poder a quienes por política entienden la crispación, el insulto, la mentira, la amenaza, todo lo negativo, en fin, que puede convertir un país en un espacio inhabitable de enemigos contra enemigos? Milei, por ejemplo, sin haber metido a Argentina en una guerra, por el momento, está estrangulando lentamente a los desposeídos de su tierra con medidas típicamente fascistas. Ese también llegó a la presidencia por los votos de los zombificados. Y, por no ir más lejos,  la mayoría de los votos de los zombificados hizo ganar en votos a los fascistas de nuestro país, en municipales y generales. ¿Qué ganaron en autonomías y ayuntamientos?  Ganaron en menos impuestos para los más ricos, menos beneficios para las mujeres, ningún beneficio para extranjeros pobres, ningún beneficio de sanidad o educación para nativos pobres tampoco, censura de cualquier idea por cualquier medio contraria a la de los gobiernos fascistas; ganaron, además,  en hacer la vida imposible a quien no pensara en fascista y resultara, por lo tanto, una mancha en el paraíso fascista que sus políticos pretenden crear para disfrutar a sus anchas y sin obstáculos de todas las ventajas de un paraíso terrenal. 

   Los votantes no zombificados tuvimos la suerte de que Pedro Sánchez exprimió al máximo su aguante y sus dotes de persuasión para conseguir mayoría parlamentaria para gobernar. Los catalanes tuvimos la suerte de que a Salvador Illa le escuchara una mayoría de ciudadanos no zombificados y la suerte de que Illa tiene la misma contención y las mismas dotes de persuasión que Sánchez para conseguir formar gobierno.  Pero, ¿se puede confiar el destino de millones a la suerte sin sentir miedo?

   Me vi obligada a escribir por pura necesidad alimenticia. Hoy me veo obligada a escribir por exigencias de la fraternidad. Por mi fe creo firmemente que todos los seres de mi especie son mis hermanos. Y por mis hermanos me siento obligada a escribir con la esperanza de que lo que escribo pueda ayudar a muchos a salvar sus cerebros de la zombización y a estimular la esperanza de los que ansían un mundo más humano. Escribir es lo único que sé hacer; el único medio que cada día me permite justificar mi vida.     

Otro homenaje a la Pachamama

Acto de campaña del PSC en Sort, Pallars Sobirà

Reunión en la sala de plenos del ayuntamiento de Sort, capital de la comarca del Pallars Sobirà. Convoca el PSC para pedir el voto. Un pueblo no da para mítines espectaculares. Por eso a esas reuniones se les llama actos de campaña. Ayer, el PSC ofreció un acto de campaña que fue, en realidad, una reunión de vecinos.

   Hay tres oradores, tres candidatos al Parlament de Cataluña. Cada uno representa un trozo de una región que durante siglos vivió en el misterio. La geografía llama Pirineos a esa región; para la gente es «la montaña». «La montaña» son trozos de tierra, valles rodeados de gigantes oscuros que hacen guardia perpetua para protegerles. En esos valles puede pasar y pasa de todo, como en todas partes, pero todo pasa amparado en el secreto; más que por el secretismo de sus habitantes, por la ignorancia, a veces desprecio de los habitantes de la «tierra baja». Pasaron los árabes y se fueron sin montar reinos. Pasaron los judíos huyendo de la locura asesina de los nazis y se quedaron lo justo para reponer fuerzas antes de lanzarse a la aventura y los peligros de las grandes ciudades. Han pasado políticos de las tierras planas que venían a prometer a los nativos el oro y el moro y que en cuanto volvían al bullicio politiquero, olvidaban el silencio preñado de las montañas. Quien pasó y se fue tal vez no se dio cuenta de que abandonaba el valle protegido, el vientre materno de la madre tierra, de la Pachamama de los andinos, de un trozo del mundo que el Dios creador quiso que fuera símbolo de su providencia, realidad palpable de su voluntad de alimentar a la humanidad en su nombre.

   Los tres oradores hablaron de agricultura, de las necesidades de la tierra, de las necesidades del hombre, macho y hembra, de respetar y satisfacer las necesidades de la Pachamama para que la Pachamama pueda seguir alimentando a sus hijos. Hoy eso se llama ecologismo. Los tres oradores hablaron en términos actuales de los problemas actuales de la agricultura y la ganadería y de las soluciones que actualmente necesitan los que se ocupan de estas labores milenarias bajo la presión de la exigencia de los tiempos. La montaña necesita la acción de los políticos para dar a la tierra lo que sus trabajadores necesitan de modo que la tierra pueda devolvernos lo que necesitamos todos para sobrevivir. 

   Pero el hombre, macho y hembra, de hoy, no se conforma con sobrevivir. Quiere cuanto el mundo le ofrece para disfrutar de una vida plena. Y el mundo ofrece parajes estimulantes por su belleza o por sus posibilidades de recreo o por ambas cosas. Después de dos guerras mundiales y décadas de esfuerzo para reconstruir lo destruido por la estupidez infrahumana, el hombre tiene ganas de moverse para ampliar el mundo en el que transcurre su cotidianidad. Nace el turismo.

   Los tres oradores hablaron de turismo porque el turismo ha conseguido lo que no pudieron conseguir ni invasiones ni políticos obsesivamente cosmopolitas. El turista logró penetrar en la montaña y descubrir la belleza de sus valles y el recreo en sus ríos y en las mismas montañas blanquecidas por la nieve. El autóctono descubrió en el turista una fuente de riqueza y descubrió, a la vez, que esa fuente, para seguir manando, exige respeto y normas, como la madre tierra. Hay que dar al turista alojamiento que cubra sus necesidades y expectativas; hay que ofrecerle alimentos que, después de pasar por las cocinas, estimulen y complazcan hambres y gustos. Hay que darle buena acogida y buen servicio. Lo que inmediatamente obliga a volver la mirada a los nativos, a sus condiciones de trabajo, a su derecho a una vida plena, igual al derecho de todos los demás. Y resulta que, como todos los derechos, depende de decisiones políticas.  

   Los tres oradores hablaron de vivienda, de la premura por resolver un problema de todos los habitantes de casi todos los países «civilizados». Si los políticos no son capaces de ofrecer techo digno a quienes no tienen recursos para pagar los precios ascendentes de los alquileres, las calles de todos los países se irán inundando de desposeídos a quienes se les niega hasta su humanidad. En la montaña, el problema tiene componentes trágicos, sobre todo afectivos. La carencia de techos dignos a alquileres razonables es una de las garras monstruosas que empujan a los jóvenes a emigrar.  Otra vez tiene que intervenir la política para que la circunstancia no aleje a los jóvenes de su tierra, de su familia. Pero esta circunstancia no es la única que les puede alejar.

   Los tres oradores hablaron de tecnología. Los viejos entienden poco o nada de satélites, servidores, es decir, de tecnología de comunicación por Internet. Los jóvenes ya no saben vivir en un mundo que carezca de esta tecnología. La montaña no ha podido ponerse totalmente al día en la exigencia de los jóvenes y del mundo entero de comerciar y comunicarse por medios tecnológicamente avanzados. Luego las carencias tecnológicas son otro motivo para que los jóvenes abandonen tierra y familia. Y esas carencias dependen, como todo lo vital, de la política. 

   Tres aspirantes al Parlament expusieron con brevedad necesidades  y lo que su partido ofrece como soluciones y después, ¡oh dioses de lo insólito!, el Primer Secretario del partido dio voz a la concurrencia para que expusiera problemas, soluciones y opiniones. Una reunión de vecinos, vaya; de vecinos que entienden que la política gobierna sus vidas y que, por lo tanto, no pueden dejar sus vidas en manos de los políticos desentendiéndose de toda acción. La democracia da a los ciudadanos el arma más poderosa a la que todo político teme; el voto. El bienestar propio de cada cual depende, por lo tanto, del partido y el candidato al que elija para empatizar con sus problemas y aportar soluciones. Pero los que ayer llenaron la sala de plenos del Ayuntamiento de Sort estaban dispuestos a ir más allá del instante de votar. Los asistentes a esa reunión de vecinos expusieron sus necesidades, sus carencias, su opinión sobre las soluciones que esas necesidades y carencias exigen. Es decir que esos vecinos expusieron, a quienes se ofrecen para representarles, cómo querían ser gobernados.      

   Ninguno de los tres oradores se afanó en pedir votos en aquel acto de campaña. Aquello no era un mitin, era una reunión de vecinos conversando sobre sus problemas y por eso, como broche de oro, el Primer Secretario de los Socialistas de Lleida, Pirineu y Aran pidió a una vieja del público que diera su opinión a la concurrencia,  como si la Pachamama le hubiera recordado lo que los andinos no olvidan; que los viejos encarnan la tradición, que son símbolos vivos de sabiduría, fertilidad y reproducción. La vieja interpelada dudó un instante. Vive con la Pachamama  y su Creador en una montaña solitaria, pero siente a sus vecinos del mundo entero muy cerca porque le importan. Hablar, no habla mucho; todo se le va en escribir. Pero ayer, por no hacer un feo, decidió lanzarse y se lanzó. No habló de ningún tema local. Estaba todo dicho. Escudándose en el bagaje filosófico de Salvador Illa, con la potencia de voz de sus tiempos jóvenes y el aderezo de algunos tacos en memoria de su padre, psicólogo que recomendaba la palabrota para desahogarse, la vieja soltó una arenga sobre la importancia de la política. 

   Ayer, el PSC convocó un acto de campaña para contar a los vecinos lo que pensaban hacer y escuchar a los vecinos para enterarse de lo que ellos creían que hacía falta. En un país ensuciado y rasgado por el politiqueo de politicastros fascistas, Sort, en representación de «la montaña», ofreció a la Pachamama, diosa de la tierra, la tierra misma, un homenaje de sus hijos hermanados en el deseo de prosperar y en la voluntad de luchar con todos los medios a su alcance para seguir prosperando.                      

Una casa llena de porquería

El desorden, la suciedad deprimen. Quien pueda vivir en medio del desorden y la suciedad sin deprimirse adolece de un trastorno mental. Desde las épocas en que se lanzaban a la calle heces y orina, el ser humano ha evolucionado  construyendo cloacas para librar a la sociedad de porquería y hedores. Las calles parecen limpias; al menos limpias de detritos fisiológicos. Limpias de otros tipos de basura, no. Parece que el ser humano va a necesitar más años para entender que la basura que no tiraría al suelo de su casa no puede tirarla al medio de la calle porque la calle es la casa de todos. Y, tal como están las cosas, parece que el ser humano necesitará siglos para identificar otro tipo de basura, la basura que se esconde en las mentes, que ensucia vidas, que deforma las almas que la acumulan, que apestan al sensible olfato de la moralidad, que convierten al mundo en una casa llena de porquería donde nadie que se precie puede vivir a gusto.

En España hemos vivido recientemente y seguimos viviendo una inundación de basura mental. Es como si de repente nos hubiera caído encima un diluvio que anega calles y arrastra contenedores y los vuelca llevando basura a todas las puertas; un diluvio de porquería mental. 

Resulta que el presidente del Gobierno decide tomarse cinco días de intimidad absoluta para reflexionar. Y la basura que llena ciertas mentes empieza a revolverse como si la estuviera revolviendo la mano de un monstruo de película. ¿Qué tiene que ver la decisión del presidente con la histeria de los acumuladores de ese tipo de basura? Tienen que ver los miles de seguidores de toda España que salen a la calle para apoyar a su presidente. Los acumuladores de porquería  contemplan atónitos a esas multitudes y escuchan sus gritos y cánticos con terror. Los manifestantes exigen la limpieza de la democracia; piden a su presidente que se quede y se ponga a limpiar. Los acumuladores de porquería ven en ellos hordas  que, con escobas y mochos, pretenden limpiar sus mentes y las de los suyos de basura privándoles de la porquería sin la que ya no saben vivir.

La psiquiatría ha identificado el llamado síndrome de Diógenes, un trastorno que aqueja a pobres infelices que viven solos y que les mueve a acumular compulsivamente todo tipo de basura con la creencia de que, algún día, pueden necesitar alguno de esos desperdicios. Pero ningún científico  hasta ahora se ha puesto a estudiar la posibilidad de que exista un síndrome de Diógenes estrictamente mental; es decir, que el trastornado acumule todo tipo de basura moral por si en algún momento le resulta útil

De este tipo de trastornados se aprovechó el fascismo italiano cuando era solo un proyecto. La propaganda del fascismo italiano fue copiada y mejorada por el propagandísticamente llamado Nacional Socialismo alemán. El fascismo de Franco se lo encontró todo hecho; solo tuvo que copiar de los dos. Lejos ya de la desaparición de las tres importantes figuras del fascismo, hoy pululan figurones que tal vez sueñan, como niños, convertirse en uno de aquellos tres campeones de maldad. Pero cuidado con menospreciarles, se dijo Pedro Sánchez durante sus días de reflexión. Para acabar con Mussolini y con Hitler hizo falta una guerra mundial. Franco se fue de este mundo en su cama, pero dejó herederos importantes en la Iglesia, en la judicatura, en la política, en la mente de los infelices que se sienten franquistas para creerse vencedores de algo. Cuidado con menospreciar a esos infelices. Tienen en sus manos el arma más poderosa que la democracia otorga a los ciudadanos, sanos o trastornados; el voto.    

Todo aquel que piensa, aunque solo sea un poco, hace tiempo que se ha dado cuenta de que en este país, como en tantos otros, abundan los políticos de mente sucia, inteligencia mediocre y conocimientos muy justos cuyo triunfo en las urnas depende totalmente de la propaganda. Todos sabemos que la propaganda propicia a ese tipo de políticos depende del dinero que se unta a las cabeceras de periódicos digitales y de papel y a los seudoperiodistas  que en ellas trabajan. También hay periodistas limpios, pero cobardes, que ocultan su cobardía con la equidistancia. Y también, todos sabemos que tras la sacrosanta columna del tercer poder se ocultan jueces propicios al fascismo que sirven a los intereses de ese tipo de políticos por si algún día llegan al poder y no lo sueltan. Diarios subvencionados, digitales o en papel; seudoperiodistas; tertulianos equidistantes por cobardes; jueces enchufados por fascistas forman parte de una máquina de propaganda que va horadando los cimientos de la democracia para que se derrumben nuestros derechos, para que sucumba nuestra libertad. 

Ayer, nuestro presidente democráticamente elegido por el Congreso, democráticamente elegido éste a su vez por los votos de los ciudadanos, concluyó sus cinco días de reflexión anunciando que se quedaba en la presidencia para defender la democracia, para defender nuestra libertad. Su discurso hizo referencia a la porquería que ensucia nuestra casa común y nos pidió a todos que nos pusiéramos a limpiarla. 

Uno pudo imaginar el chillido de horror de los fascistas acumuladores de porquería. Pocos minutos después, ya no tuvimos que imaginar  nada. Feijóo, con alcachofas delante, salió de su refugio a confirmar el panorama desolador que había descrito el presidente. Ayuso le siguió. Dos seres manchados por el síndrome de Diógenes mental se pusieron a largar insultos y mentiras sobre Pedro Sánchez, el adversario a destruir, sin acordarse de los miles de españoles que dos días antes habían salido a la calle a defenderle; sin acordarse de que esos miles y muchos más conocen la corrupción que ensucia a esos dos seres, dos seres convencidos de que si echan porquería a sus adversarios, la gente no recordará la porquería que ellos mismos llevan a cuestas. 

Escuché a esos dos con ligera sorpresa. Me sorprendió que ambos pudieran olvidar las ganas con que una mayoría se iba a constituir en brigada de limpieza. Cuando Feijóo y Ayuso terminaron de decir las barbaridades de siempre, quiso agitarme la furia, pero la memoria me salvó. Recordé el final de una película con un guión descacharrante. Penélope Cruz, con porte y valor de reina de España, le dice al Caudillo: «Excelencia, lo que usted diga me lo paso por el coño». 

La frase me sacó una sonrisa, pero tuve que ponerme seria otra vez cuando el presidente se sometió  a dos entrevistas en medios serios conducidas por auténticos periodistas de reconocida seriedad. Todo bien hasta que a aquellos probos profesionales se les ocurrió preguntar al presidente qué iba a hacer para limpiar el panorama. La cosa está más grave de lo que parece, me dije. ¿A quién se le ocurre que el presidente ha salido a contarle al mundo cómo va a acabar con bulos; cómo va a renovar el Consejo General del Poder Judicial; cómo va a conseguir que un voto sirva para limpiar de porquería la casa de todos? Las preguntas estúpidas de los periodistas de verdad me volvieron a meter el miedo en el cuerpo. ¿Estarán consiguiendo los fascistas atontarnos a todos? ¿Estarán consiguiendo que su porquería ahogue nuestra inteligencia? ¿Estarán consiguiendo acobardarnos a todos hasta que ya no quede nadie que se atreva a decirles lo que la cinematográfica reina de España le dijo a Franco?                                         

El reino de los monstruos

Dice el diccionario que un monstruo es  un «ser que presenta anomalías o desviaciones notables respecto a su especie».  Distinguiéndose la especie hombre  por la capacidad de identificarse, mental y afectivamente, con el estado de ánimo de los otros -eso que se llama empatía-, el hombre, macho y hembra, que carece de esa cualidad presenta una anomalía monstruosa. Cada vez que buscamos información en cualquier medio, las noticias indican que el mundo está lleno de monstruos de apariencia humana. Esa realidad aterra, deprime al individuo que posee, indemnes, todas las facultades inherentes a la auténtica humanidad.

Un ser humano cualquiera despierta y enciende la radio para enterarse de lo que trae un nuevo día. De una punta a otra del mundo, muertos, heridos por bombas dirigidas por entes infrahumanos enloquecidos por el odio, por el afán de poder; bombas lanzadas por infelices convertidos por los ejércitos en asesinos sin conciencia. Muertos o moribundos por el hambre; hambre causada por los monstruos que les niegan lo más indispensable para sobrevivir. Heridos o muertos víctimas de la fuerza de bestias con apariencia humana que ostentan su superioridad maltratando y matando a mujeres y niños. 

El mundo está lleno de monstruos, piensa y siente con pesar el ser humano que se ha convertido en audiencia a primera hora de su mañana. Suerte que, al menos, todos esos horrores están sucediendo lejos de su casa, de su familia, de su vida. Y entonces las noticias le aproximan el horror. ¿Qué está pasando cerca de su casa? ¿Qué está pasando que afecta a su familia? ¿Qué está pasando que afecta a su vida, a su forma de vivir su propia vida? 

En la radio entrevistan a un político que dice que el país donde vive ese ser humano es un desastre. Dice que un gobierno ilegítimo y corrupto comete diariamente todas las tropelías concebibles para hundir el país con todos sus ciudadanos dentro. ¿Será verdad? ¿Será verdad que sus hijos tienen que salir a calles inseguras? ¿Será verdad que él y su pareja tienen que exprimir su cartera y medicar sus nervios para pagar el pan de la familia? ¿Será verdad que el gobierno les roba el derecho a vivir dignamente? ¿Será verdad que las mujeres, sugestionadas por el feminismo, están causando el caos en la sociedad?¿Será verdad que los homosexuales están desnaturalizando a la familia?¿Será verdad que los emigrantes roban trabajos, sueldos y subvenciones a los españoles? ¿Será verdad que los extranjeros miserables contaminan la sangre de los españoles ensuciando el alma de España? ¿Será verdad que España está en manos de un dictador tiránico que ha impuesto el peor gobierno en ochenta años?

El ser humano sale de su casa al sol del día. Por la calle pasan seres de su especie caminando, decididos, hacia una meta. Pasan jóvenes con libros que, seguramente, van a estudiar; adultos maduros que van a trabajar; ancianos que cumplen con la rutina de estirar las piernas. Algunos caminan serios o sonriendo mientras conversan con la voz que sale de sus móviles. Las caras no expresan miedo ni depresión ante el  ambiente trágico que describía  el político de la radio; ni siquiera las caras de los que se toman su café de la mañana en las terrazas leyendo en sus periódicos las noticias de horrores lejanos. En el transporte hacia su trabajo, el ser humano se fija en la expresión de las personas que le rodean y en su mente responde a las preguntas inquietantes que le provocó el relato catastrofista del político.

No, no puede ser verdad que el trozo de mundo en el que vive sea un desastre. No puede ser verdad que un gobierno ilegítimo y corrupto amargue la vida de la mayoría robando a la mayoría lo que necesita para vivir. No puede ser verdad que el país se esté hundiendo sin que se den cuenta los millones que viven en él haciendo su camino sobre suelo sólido. No puede ser verdad que cada cual se queje de los obstáculos que se le presentan y que exija al gobierno que le ayude a apartarlos del camino con miedo a que la policía de un dictador le encierre en una celda o le cierre la boca para siempre. No puede ser verdad que un gobierno que respeta la libertad de todos sea el peor gobierno que ha tenido España después de cuarenta años de dictadura con miles de muertos y presos.

Entonces, se pregunta el ser humano, ¿por qué el político que entrevistaron en la radio pintó un panorama tan lóbrego que induciría a exiliarse a quien le creyera? ¿Por qué ese político y otros como él proclaman catástrofes desde las tribunas del Congreso y del Senado inoculando el miedo en cualquier alma que se tome sus discursos en serio? ¿Por qué hay políticos que, para derrocar al gobierno, procuran aumentar las preocupaciones de los ciudadanos vaticinando lo peor para que nadie pueda concebir un futuro en paz?

No puede ser verdad que un ente dispuesto a amargar a todos con mentiras y augurios catastróficos sin empatizar con los auténticos problemas de los demás sea capaz de trabajar en la auténtica política; siendo la auténtica política la administración de los recursos en beneficio de los ciudadanos. El actual estado del mundo obedece al politiqueo de los monstruos con apariencia de personas para quienes el poder y el dinero son los valores primordiales que superan todo concepto de humanidad. Y el politiqueo de esos monstruos es posible por los millones de personas que caminan sin preguntarse adónde quieren llegar, quién les dirige y por qué se dejan dirigir por seres monstruosos.

El ser auténticamente humano va haciendo su camino guiado por su voluntad con su voluntad informada por su facultad racional. La deformación de la realidad que predican los monstruos no puede ser verdad.      

         

Vuelven los vampiros

Dicen que la creencia en el mito de los vampiros se popularizó en Europa después del siglo XVII, tal vez por la necesidad  de encontrar una explicación a las mortales epidemias que habían asolado el continente. Sobre esos seres que, después de la muerte de su cuerpo, permanecían en este mundo alimentándose de la sangre de los vivos se ha escrito, se ha dibujado, se ha filmado tanto que algo saben sobre su existencia tanto eruditos historiadores, como analfabetos por igual. Algunos pensadores explican la existencia de los vampiros y la atracción que estos personajes han ejercido siempre sobre el vulgo por considerar al chupador de sangre encarnación del mal. Pero pocos, muy pocos, han librado al fenómeno de sus características míticas para estudiarlo como una realidad fáctica. En sentido metafórico, pero profundamente analógico, vampiro es el que alcanza el éxito o amasa su fortuna robando tiempo y recursos a los demás; es decir, en sentido metafórico,  pero profundamente analógico,  vampiro es el que vive de la sangre del prójimo. Esta clase de criaturas ha existido siempre en todas partes, pero en estos momentos prolifera en partidos políticos y gobiernos de tal forma que hoy, en gran parte del mundo, amenaza la evolución de valores humanos. La amenaza actual del vampirismo en política es el fascismo. 

El vampiro actúa en las tinieblas. El éxito de su maldad depende de que la penumbra oculte las intenciones perversas de su mente deforme. La estrategia del fascismo empieza por oscurecer el ambiente político y apestarlo para espantar al ciudadano. Enrarecer el ambiente político cuesta muy poco. Basta atacar al contrario con insultos de todos los calibres, difamarle con mentiras, y si el contrario está en el poder, pintar el país con un panorama lóbrego que despierte el miedo de los ciudadanos y el odio contra quienes les gobiernan. Semejantes discursos, repetidos por los políticos fascistas un día tras otro ante todos los micrófonos que les ponen delante y por toda la prensa que los políticos fascistas subvencionan, penetra en las mentes desprevenidas dejando la conclusión de que lo que dicen será verdad. Y ese constante bombardeo de infundios aceptados como verdades aleja a los ciudadanos de la política, de la información auténticamente veraz  convirtiéndolos en víctimas indefensas de los vampiros políticos. 

En España podrían encontrarse miles de ejemplos de fascistas que gobiernan o aspiran a gobernar, pero uno destaca sobre los demás por el horror de su falta de humanidad. En las residencias públicas de la Comunidad de Madrid, 7. 291 ancianos murieron ahogándose sin paliativos por orden de un protocolo que les privó de atención médica y del traslado a un hospital. En un país democrático con un poder judicial íntegro, quienes emitieron esa orden habrían sido juzgados por omisión del deber de socorro regulada en el artículo 195 del Código Penal. Pero quienes emitieron esa orden eran fascistas y se libraron de la penalización recurriendo a la estrategia fascista de culpar a contrarios o de ampararse en falacias como la de que los ancianos iban a morir de todas maneras aunque se les llevara a un hospital; verdad incontestable porque todos los seres vivos estamos destinados a morir de todas maneras. Hasta tal punto consiguieron librarse de culpa, que en  las siguientes elecciones al gobierno de  la Comunidad de Madrid, los que concibieron y firmaron el protocolo de la muerte inhumana ganaron por mayoría absoluta. Solo caben dos explicaciones; o los fascistas han vampirizado a la mayoría de los votantes de Madrid chupándoles el entendimiento o la mayoría de los votantes de Madrid han abrazado el fascismo porque aspiran a convertirse en vampiros para vivir mejor. En cualquier caso y prescindiendo de metáforas, tanto los culpables de semejante monstruosidad como los que volvieron a otorgar a los culpables el poder de perpetrar otras monstruosidades son monstruos.

   Monstruo, en la primera acepción del diccionario, es un «ser que presenta anomalías o desviaciones notables respecto a su especie». Entre otras características, la especie humana se distingue por la empatía, la «capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos». En «Los 14 síntomas del fascismo eterno», Umberto Eco ofrece unas características del fascista, avaladas por la historia, que le convierten en un monstruo por carecer de empatía. Ayer, Donald Trump afirmó en un discurso que si perdía las elecciones habría un baño de sangre en todo el país. Milei prometió gobernar para los ricos agravando la pobreza de la mitad de la población. Para anexionarse a Ucrania, Putin bombardea objetivos civiles matando a mujeres y niños. Netanyahu decide acabar con los palestinos con bombas y matándoles de hambre y de sed. Son monstruos, sí, pero el daño que causaría su monstruosidad sería limitado si otros monstruos no les hubieran entregado con sus votos el poder de destruir a millones sin lástima ni sentimiento de culpa. 

   En España no estamos libres de peligro. Las últimas elecciones han demostrado que la mayoría no sabe defenderse de la estrategia fascista; los enterados, por monstruos; los ignorantes, por no hacer esfuerzo alguno por informarse. Incluyo aquí los síntomas del fascismo de Eco con la esperanza de que los monstruos vampiros sean una minoría. La ignorancia tiene remedio; la infrahumanidad, no.

https://ctxt.es/es/20190116/Politica/23898/Umberto-Eco-documento-CTXT-fascismo-nazismo-extrema-derecha.htm

Varonas

Cada 8 de marzo, publico este poema de mi antología personal «El reino nuestro».

Varona (Génesis, 2-4)

Dijo el más fuerte:
“Corríjase el relato de la creación
añadiendo escenarios, pasiones, intrigas
que el vulgo entienda.
Háblesele de envidia, crímenes, venganzas
para que sienta suya la palabra de Dios”.
“Que salga la mujer de mi costilla.
Sea eternamente esclava por decreto
de mi invencible porra.
Sea ungida la fuerza de Caín
y que se imponga
sobre todo mortal inteligente.
Sea santificado el músculo potente
que, como Dios, puede quitar la vida”.
“Ordene, Dios, al hombre que nomine
todo animal creado
para de esa manera hacerlo suyo.
Así suya será la criatura
a la que daré el nombre de varona
por salir del varón”.
“Que sea la varona dominada
y para siempre fámula,
por haber dado al Hombre
el fruto creador de las conciencias.
Que Dios premie a Caín
con tierras y varonas paridoras
y condene al hermano generoso
a servir de carroña.
Que sea el bien del fuerte lo más bueno
y sea, el mal, la rebelión del débil”.
“Expulse Dios al hombre y su ayudanta
del Paraíso
no sea que comiendo del árbol de la vida,
además de conscientes, se hicieran inmortales.
Que todos sepan
que la desobediencia se condena
con pena eterna.
Que todos sepan
que quien manda y castiga con la muerte
a quien desobedece,
está imitando a Dios”.

Y así los sacerdotes del más fuerte
crearon una nueva creación,
ignorando al Creador del hombre
que hombre, macho y hembra, les creó.
Así crearon
otro dios a su imagen que creó otro hombre
de un muñeco de fango,
al que insufló su aliento para convertirle
en ser viviente,
en todo semejante a cualquier bruto
sin signo humano.
Fue así la hembra
varona pecadora, amiga de serpientes,
merecedora, por desobediente,
de todos los castigos,
condenada a perpetua sumisión.
Y fue así que la tierra se decretó
posesión del más fuerte
con derecho a vivirla y a agotarla
hasta volver al polvo sin más pena.
.
¿Adónde van los hombres, machos, hembras,
de la estirpe de Dios?
Dios no lo dijo.
Viendo bueno todo lo creado, Dios descansó.

Desenmascarar al fascismo

«El Ur-Fascismo, (fascismo eterno), puede volver con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo. Libertad y liberación son una tarea que no acaba nunca». Esto dijo Umberto Eco en la Universidad de Columbia en 1995. Su discurso se publicó en España en dos libros en 2010 y 2018. En octubre de 2022 gana las elecciones en Italia el partido fascista de Georgia Meloni. La mayoría, aquí y allá, no reflexiona, no lee sobre política. A la mayoría, aquí y allá, no le preocupa entregar sus vidas a gobiernos hostiles a la mayoría.

Una semana ya leyendo en prensa y oyendo en las tertulias el mismo rollazo sobre un tipo que se embolsó comisiones por la compra de mascarillas durante la pandemia de Covid. Que si fulano habló con sutano y se vio con mengano para conseguir mordidas. Un día sí y otro también,  al notición solo se agregan nombres que la mayoría no conoce y que para la mayoría tienen la importancia de un listín telefónico. A tan sesudo análisis, cada comentarista agrega  explicativos para dejar bien clara su equidistancia porque su misión e intención es distinguirse como paladín de la ética. 

Que sí, coño. Que la mente saludable lo ha entendido todo a la primera y no hace falta aburrir al personal durante una semana con el dale que te pego. ¿No temen nuestros ínclitos comentaristas que el lector u oyente, harto de la rueda de hámster en que un día y otro también le obligan a dar vueltas a un tema que no interesa a nadie, cambie de periódico o de tertulia? No. El hartazgo del sufrido lector u oyente no tiene cura vaya donde vaya en busca de información y comentarios ilustrativos porque en todos los diarios y  emisoras, analógicas o virtuales, están escribiendo o hablando de lo mismo con las mismas palabras envueltas en los mismos giros. El único alivio a su aburrimiento es el sonido del agua de la ducha que apaga las voces de la radio, o el de sus propios pensamientos que le distraen de todo lo demás por la noche si tiene la radio encendida. 

Si uno se toma la molestia de reflexionar sobre la determinación con que  periodistas y comentaristas de todos los medios se empeñan en perder el tiempo, en el fondo de la mente puede aparecer, de pronto, la chispa de una sospecha. La repetición de tanto comentario sobre lo mismo podría delatar la falta de otros temas más importantes o la carencia de ideas de comentaristas que las tendencias actuales han abocado a la mediocridad. Pero lo primero es falso de toda falsedad. 

Podría llenarse un mamotreto de páginas y horas de comentarios anunciando y denunciando los ataques despiadados contra la naturaleza en varias comunidades autónomas; las dietas de comida podrida en residencias de ancianos entregadas por algunas  comunidades autónomas a empresas carentes de moral, de eficiencia y de misericordia; el trato insoportable a los profesionales de la sanidad pública y otros ejemplos que atentan contra el bienestar de la ciudadanía. Temas de administraciones nefastas sobran en todos los países gobernados por seres de apariencia humana que en sus actos revelan una indudable falta de humanidad. Esos temas se mencionan en las noticias y en las cortas entradas que se escriben en las redes sociales. Pero nada de cuanto afecta directa y gravemente a las personas merece las horas de comentarios que se dedican a un escandalete cualquiera. ¿Será, entonces, falta de ideas? Eso ya parece cuestionable.  

En todos los comentarios sobre el escandalete de las comisiones cobradas por el subalterno de un ministro se menciona o se sugiere la depresión del partido socialista y los efectos sobre un gobierno afectado y un presidente tocado por las llagas purulentas de la corrupción. El hecho de que decenas de casos de corrupción de un partido fascista no hayan merecido ni de lejos tanta cobertura en los medios enciende la sospecha de que, detrás de tanto ataque al partido gobernante, se encuentra de titiritera  la estrategia del fascismo

Esto ya no es un simple episodio de mediocridad periodística o de comentaristas anclados en la repetición porque se han quedado sin ideas y sin temas. La estrategia fascista avisa del peligro que acecha a media humanidad de perder la libertad y los derechos de los ciudadanos que garantizan las democracias, para volver a la era oscura del irracionalismo; del rechazo al desacuerdo; de rechazo al diferente por ideología, raza, etnia; del elitismo que desprecia a la masa; de la imposición de valores tradicionales que marginan a los homosexuales y a las mujeres. 

Ante el escandalete que ha congestionado a todos los medios durante más de una semana, el PSOE ha respondido echando del partido a uno de sus personajes más valiosos para exhibir responsabilidad política. El único resultado que el partido socialista logra con su exhibición es regalar al partido fascista un trofeo con el que presumirán hasta que el tema se agote porque surja otro más escandaloso. Conviene que líderes, militantes, simpatizantes y votantes dudosos de todos los partidos democráticos se aprendan de memoria y se repitan la amonestación de Umberto Eco sobre el fascismo eterno que hoy vuelve a enseñar sus garras para sofocarnos a todos:

«El Ur-Fascismo puede volver con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo. Libertad y liberación son una tarea que no acaba nunca». 

Carta abierta al PSOE

Los partidos fascistas están amenazando a la socialdemocracia en todos los países civilizados creando un ambiente de gusanera. Y los partidos socialdemócratas se están demostrando incapaces de limpiar la basura que escampan los fascistas por doquier. Los partidos fascistas se ofrecen como columna fuerte a la que los ciudadanos pueden agarrarse para que no les arrastre el río de fango de los problemas del estado y de sus propios problemas personales. Y los partidos socialdemócratas pregonan su debilidad. Como no podía ser de otra manera, que dicen todos, los ciudadanos están votando a los partidos que, con su fortaleza,  les ofrecen protección aliviando sus miedos; los partidos fascistas.   

Surge de pronto en España un caso de supuesta corrupción espantosa. Los medios acuden prestos a la gusanera como gallinas hambrientas. Resulta que un subalterno de un ex ministro socialista consiguió comisiones por vender mascarillas; una cantidad ridícula en comparación con los millones de millones que han mordido y siguen mordiendo ciertos estafadores con categoría ejecutiva. Pasa que, como no se detecta en el gobierno corrupción alguna, los medios tienen que elevar las propinas que consiguen los conserjes a la categoría de escándalos para seguir alimentando los morbos que atraen audiencias. 

En España han armado tal revuelo mediático las comisioncillas furtivas que se llevó un asistente de un ex ministro, que el ruido ha ahogado todo lo que está sucediendo en nuestro país y en el mundo. ¿A quién le importa que se proclame amigo de Putin y enemigo de la OTAN un individuo que, estando evidentísimamente como un cencerro, aspira a convertirse en el próximo presidente de la nación más poderosa del mundo y que, según las encuestas, tiene posibilidades de ver su ilusión cumplida? ¿Que el triunfo de ese desequilibrado es señal de que el fascismo está amenazando a todas las democracias y de que podría contribuir a la victoria de un totalitarismo mundial? ¿Y qué? Esas son cosas de la política, tema prohibido en las casas de gente equilibrada que vive de su trabajo.  

En España, el PSOE está cayendo en la trampa de los fascistas y de los medios buscabullas a la caza de audiencias.  Despreciando la presunción de inocencia y las tres sentencias firmes que declaran organización criminal al PP, el partido fascista acusa de corrupción al subalterno de un exministro del PSOE, exige la renuncia del exministro al acta de diputado y hasta la explicación en el Congreso del presidente del gobierno. O sea, que se lanza fuerte. A esta reacción desproporcionada  y difamatoria, los líderes del PSOE responden a la defensiva repitiendo clichés tan trillados como el «Yo no fui» de un niño acusado injustamente. Dice una portavoz que el partido muestra tolerancia cero contra la corrupción. Ya. Después de oírle lo de la tolerancia cero sopotocientas veces a los de un partido fascista que podría causar problemas de superpoblación en las cárceles si la justicia observara estrictamente lo de la tolerancia cero con la corrupción, las protestas de pulcritud de los políticos suenan a los ciudadanos a discos rallados de la época del vinilo. Los ciudadanos ya no distinguen quién dice la verdad y quién no. Tampoco les importa. En el mundo entero está triunfando la estrategia fascista de ensuciar la política para que ninguna persona decente quiera acercarse a ese fenómeno pútrido y maloliente. Todos los líderes del PSOE que se han acercado a un micrófono han proclamado la inocencia del partido. Todos los medios han utilizado esas proclamas para decir que el partido está abandonando al ex ministro. ¿Se quedarían sin tema si el ex ministro renunciara a su escaño de diputado? Que va. Con el pus que va a segregar la amnistía, hay porquería para rato.

El PSOE tiene que decidir, y muy rápido, si le sigue el juego a los fascistas y a los medios o demuestra su respeto a la ciudadanía negándose rotundamente a comentar lo que no tenga nada que ver con los intereses cotidianos de la gente; objeto obligado de la auténtica Política con mayúscula. Claro que los fascistas y los medios acusarán a sus líderes de falta de transparencia, pero al ciudadano la transparencia se la trae al pairo. Al ciudadano le resuenan en la mente las palabras «salario», «pensión», «sanidad», «colegios» y asuntos que tengan que ver con su bienestar.

Los líderes del PSOE tienen que meditar hasta descubrir por qué acumula  votos prometer libertad para que cada cual haga lo que le dé la gana y por qué no los resta negar hospitales a ancianos enfermos causando más de siete mil muertes en circunstancias espantosas por denegación de socorro. ¿La gente está perdiendo la empatía, la humanidad? Tal vez. Lo que la gente no ha perdido es el interés por lo que le parece más necesario a cada cual para vivir como quiera.   

La época de los romances y las frases bonitas se acabó. Hoy la gente quiere pan y vino y por eso al pan, pan y al vino, vino y el que quiera lucrarse con follones que se monte un corto, una película o una serie.                        

Víctimas

Más de un millón y medio de condenados a muerte esperan en Rafah el momento de la ejecución anunciada. Hasta hace no mucho tiempo, masas de infelices con ansia de diversión acudían a las ejecuciones en plazas públicas. Hoy no hace falta desplazarse a lugar alguno para divertirse viendo matar a condenados. Salen en pantallas caras de terror,  miembros amputados, cadáveres, deudos llorando. Con el único movimiento de un dedo sale en cualquier pantalla todo el horror de un mundo creado para el hombre que el hombre empezó a convertir en un horror desde el primer momento en que descubrió la libertad para seguir creando o para destruir todo lo creado. 

«Vio Dios que todo estaba bien», nos dicen que dice el libro que judíos y cristianos aceptan como inspirados por el mismo Dios. Nos dicen que Dios vio buena su obra en el momento de concluirla. Lo que no nos dicen es qué dijo, qué sintió el hombre cuando Dios le entregó toda su obra buena y le dio potestad para hacer con ella lo que le diera la gana. Se entiende que esa libertad absoluta hizo que el hombre se sintiera dios. Dios para matar a otros hombres creados por Dios, para robarles lo que Dios les había dado. Dios hasta para matar al hijo de Dios que pretendía reinar sobre todos. Dios hasta para declararse públicamente ateos, negando la existencia de ser alguno superior a los hombres. Dios hasta para negar la vida eterna del alma. ¿Quién querría vivir eternamente en una eternidad habitada por las almas de los dioses que han convertido la creación de Dios en una inmundicia física y moral?

Millones de palestinos condenados a muerte esperan el momento de su ejecución. A muchos ya no les quedan energías ni para sentir miedo. ¿Resignación? Ni eso. Su cuerpo y su alma ya no pueden sentir otra cosa que dolor y hambre, como otros millones de seres humanos en otras partes reducidos a las sensaciones de cualquier animal comestible mientras esperan el momento en que sus dueños decidan que ha llegado la hora de sacrificarlos. 

Uno de los primeros pasos gigantes hacia el progreso económico lo dieron algunos habitantes del continente europeo y de un continente americano separado en estados que se fueron uniendo para formar el país más rico del mundo. Tanta riqueza en Europa y en América salió del expolio de otro continente; el continente africano. De allí se llevaron, americanos y europeos, cuanto podía servir para enriquecerlos incluyendo mano de obra gratuita de unos individuos que parecían humanos, pero que no podían serlo porque eran negros. Pero no fue en ese momento de la historia cuando se descubrió el valor económico de la esclavitud. Eso se había descubierto siglos atrás en todas partes, en todas las guerras en que los vencedores esclavizaban a sus vencidos agregando a su triunfo el beneficio de la mano de obra gratuita. Los hombres no han entendido nunca que todos los seres humanos son hijos de un Creador y, por lo tanto, hermanos.                

     No se puede conseguir que un rico acepte la fraternidad de todos los seres humanos. Decir a un rico que goza de abundancia de lo material y del reconocimiento social que su abundancia le otorga; decirle que el pobre que carece de todo lo que sobra y hasta de lo que falta es su hermano, suena al rico a sentimentalismo, a religión mal entendida y hasta a blasfemia. Sentimentalismo porque un desheredado de la fortuna no puede pertenecer a la familia de los afortunados; la diferencia no necesita explicación, es evidente. Religión malentendida que roza la blasfemia porque supone culpar a Dios de desheredar arbitrariamente a millones de sus hijos condenando a algunos a  sobrevivir en la miseria como cualquier animal y a otros a suplicar trabajo y a otros a trabajar por lo mínimo para sobrevivir. En los países desarrollados hay otra clase de individuos que justifican a los ricos y culpabilizan a los pobres de su pobreza. Estos forman la llamada clase media; clase de individuos que ignoran a los pobres para que no les confundan y procuran imitar a los ricos con todas sus posibilidades para dar el pego. 

Los ricos y los del medio suelen asistir a iglesias o sinagogas o mezquitas para sentir y pregonar su probidad, pero cada vez son menos los que se toman la molestia de asistir a sus templos o de hablar con sus dioses en su conciencia. Para evitarse el agobio de elucubraciones religiosas y morales, para evitarse el vértigo de aceptar el misterio,  cada vez son más los que alivian sus conciencias negando la existencia de Dios creador. Resulta más tranquilizante aceptar las explicaciones de la Ciencia. Dice la Ciencia que el universo era una sopa y que un día la sopa explotó y con la explosión saltaron infinidad de átomos. Bendita explosión. Esa explosión nos libra del respeto a un Padre omnipotente y del engorro de convivir con millones de hermanos que nos exigen, por lo menos, respeto. Esa explosión hizo posible que el ruido de millones de voces dejara en silencio, para siempre, el corazón del mundo. Ese ruido metió a cada cual en su casa para protegerse del miedo al extraño. Los hombres dejaron de ser la estirpe de Dios Creador y se convirtieron en víctimas.

Hace unos cuantos años, miles de salvajes víctimas de su codicia, agravada ésta  por sus delirios nacionalistas, asesinaron a millones de judíos convitiéndoles en víctimas para apropiarse del bienestar de los de su etnia. Desde hace unos meses, unos judíos salvajes víctimas de su codicia están asesinando palestinos para quedarse con toda su tierra. Las víctimas de tragedias tan cruentas llaman la atención de todos; como llaman la atención las películas de extrema violencia. Pero hay otras víctimas en todas partes que ni saben que lo son. Víctimas de la ignorancia o de la indiferencia, millones de seres humanos que la democracia convierte en ciudadanos con derecho a elegir quién y cómo les va a gobernar, votan por alguien que quiere robarles el poder y enriquecerse con el  producto de su trabajo. No les interesa la política, dicen. No les importa si el partido por el que votan hará su vida más fácil o más difícil según la ideología que le inspire. Abdican los derechos que les otorga su condición de ciudadanos para convertirse en víctimas de quienes solo ambicionan poder y las prebendas que el poder otorga. Cuando esas víctimas de su estupidez entregan el poder a quienes viven víctimas de su codicia y de su corrupción, convierten en víctimas a todos los demás.