
Algunos cristianos conmemoran el nacimiento de su dios el 25 de diciembre; otros lo conmemoran quince días después. Hay otros dioses en el mundo que no nacieron, se revelaron explicando su vida, milagros y mandatos a algún profeta. Sus fieles conmemoran la supuesta revelación en otras fechas. Pero en todos los conmemoradores de fechas señaladas por la aparición de distintos dioses hay algo en común. Desde el momento en que nacemos, todos los hombres, machos y hembras, nos percatamos de nuestra indefensión. Nuestra vida, la de todos, nos irá corroborando nuestra impotencia, nuestro desamparo ante circunstancias que no podemos controlar. La comprobación constante de la impotencia esencial del hombre le hace necesitar la fe en un ser omnipotente a quien recurrir para sentirse protegido. Así parece que nacieron todos los dioses que consideramos personales porque cada creyente tiene un dios que protege a su persona. Así nacieron todos los dioses creados por los hombres.
Todos los dioses creados por los hombres nacen con las máculas de maldad de sus creadores. Todos los libros que sus creyentes consideran sagrados, libros que nos cuentan las hazañas y mandatos de esos dioses, revelan un ansia de poder y un desprecio al ser humano que en ningún caso se puede atribuir a un ser perfecto. De esos libros salen la misoginia, la desestimación de los niños, la homofobia, la fobia a todo aquel que cree en un dios diferente, la sacralización del castigo, de la venganza; en fin, todas la lacras con que el hombre ensucia y amarga su vida y la vida de los demás. Esta realidad indiscutible debería alejar de esos dioses antropomórficos a todo ser humano con valores morales, pero, por el contrario, las distintas comunidades valoran y ensalzan a quien adora al dios de su comunidad y observa sus enseñanzas y mandamientos. A esa adoración y observancia llaman religión y ser religioso, en ese sentido, se considera una virtud.
Generalmente, quienes rinden culto a esos dioses suelen ser personas muy conservadoras. Entienden que se han de conservar los valores, los mandamientos, las tradiciones que exige el dios milenario de su tribu. En el fondo de esa realidad se encuentra el motivo más perentorio de toda religión, que no es tanto la fe y la confianza en un dios personal, cuanto la necesidad de acogerse al amparo de una tribu que ha elegido como protector a uno de esos dioses. Porque en el principio, para el hombre, la salvación no provenía de un ser sobrenatural, provenía de sus semejantes. Ante el ataque de una tribu extraña, la vida de todos dependía de que todos hicieran piña para defenderse. No fue el amor lo que unió a una comunidad, fue el miedo. Y sigue siendo el miedo lo que congrega a los hombres en torno a un dios, sea el que sea, incluyendo al dios de los ateos militantes. Por eso y como prueba de eso, en los textos más antiguos sobre dioses y religión se valora el «temor de Dios» como máxima virtud indicativa de y hasta superior a la inteligencia.
Y las tribus crecieron y, para autorizar o aprobar todo acto, uso o costumbre de los miembros de cada tribu, apareció la política y, para asegurarse la obediencia a los dictados de los gobiernos, los escritores supuestamente inspirados por los dioses concibieron y divulgaron el temor de dios. A lo largo de los siglos, los teólogos han explicado de diversas maneras en qué consiste ese temor, pero esas explicaciones parten de una premisa falsa. Si existe un creador sobrenatural de todas las cosas, nadie, absolutamente nadie puede saber qué es ni, por lo tanto, cómo es. De lo que se deduce, sin duda alguna, que todo estudio y discurso sobre lo que se llama Dios es fruto de la reflexión de los teólogos para explicar racionalmente la revelación que atribuyen a Dios. Creer que el mismo Dios reveló a los hombres qué es y cómo es depende, por supuesto, de la fe. Y la fe no puede depender de otra cosa que no sea de la voluntad de cada cual.
Quien en el libre ejercicio de su voluntad decide creer en un creador sobrenatural de todas las cosas racional y éticamente, solo cuenta con un texto para explicar su fe sin meter a un dios en el berenjenal de sus necesidades humanas. Ese texto es el primer capítulo del Génesis. Ese texto dice de Dios lo único que se puede decir, que creó todas las cosas, entre ellas, al hombre, y que al hombre le creó macho y hembra. No se puede decir más porque una mente natural como la del hombre no puede, de ninguna manera, penetrar en misterios sobrenaturales sin recurrir a la excusa a la que todas las religiones recurren; atribuir a sus dioses una revelación.
De aquí, el temor de Dios. Dios, cualquier dios, no es temible por su cualidad sobrenatural. Dios, cualquier dios, es temible por la naturaleza de sus creadores. Los dioses se hicieron temer por las guerras que se libraron en su nombre y por los horribles castigos que se imponían a quienes desintieran o se apartaran de los dogmas o normas establecidos por una religión; dogmas y normas decretados por los creadores de dioses y, ciertamente, decretos que obedecían a las creencias, convicciones e intereses de quienes tenían poder para imponerlos. Todo esto puede ponerse hoy en presente.
Si de esas conclusiones extraídas en la esfera de la razón bajamos a la tierra pura y dura de nuestra vida cotidiana, la realidad nos dice que no es a dios, cualquier dios, al que hay que temer. El peligro real que amenaza, que siempre ha amenazado a los hombres, es el hombre mismo, y el hombre más peligroso para sus congéneres es el que se disfraza de un dios. Los dioses antropomórficos están alienando al hombre y, por lo tanto, descomponiendo a la sociedad. Tal parece que esos dioses pretendieran destruir toda la creación, fuera ésta creada por un ser sobrenatural o por la naturaleza.
Las noticias actuales abruman porque en su conjunto dibujan una distopía que no parece esperar al futuro. El terror al desamparo empuja al hombre a buscar desesperadamente, como en sus principios, la protección de la tribu aunque ello suponga renunciar a su personalidad, a su inteligencia, a sus valores humanos. La máxima demostración de ese terror es la facilidad con que el hombre, de cualquier género y de cualquier edad, ha entregado su humanidad a máquinas que ocupan su tiempo, sustituyen a sus facultades mentales, determinan su conducta. El hombre, deshumanizado, está perdiendo hasta la esperanza de salvar su parcela en el mundo. Bastan unos cuantos ejemplos.
Millones de personas asisten impávidas a la esclavización y hasta el asesinato de mujeres porque dicen los intérpretes de la voluntad de su dios que ese dios así lo manda. ¿Puede un dios crear a una mitad de la humanidad más fuerte en masa muscular y a otra mitad físicamente más débil para que sirva a los más fuertes? Puede en la mente perversa del que creó a ese dios con el mismo propósito que llevaba a los esclavistas a secuestrar africanos para utilizarlos como elementos de producción. La creencia en la inferioridad de la mujer nace de las miles de leyendas que los libros sagrados para muchos atribuyen a la revelación de su dios, ignorando el sencillo relato de la creación: «Creó, pues, Dios al hombre…macho y hembra los creó». Esa perfecta igualdad entre los dos géneros de la especie empezó a ignorarse desde el momento en que el macho descubrió que la vida, la suya y la del resto de la tribu, dependía de la fuerza bruta. ¿Y cómo se convenció a las mujeres de que aceptaran su inferioridad, no ya la física, sino también la intelectual? Atribuyendo tal inferioridad al mandato de dioses.
Millones de personas desprecian a los pobres equiparando la pobreza al fracaso. A nadie se le ocurre indagar sobre las causas de esa pobreza y, menos aún, sobre el modo de acabar con ella. Los pobres, como los fracasados, ensucian las conciencias, y muy pocos están dispuestos a tolerar que les manchen la vida. Aquí también, algunos creadores de dioses ofrecen explicaciones balsámicas. La pobreza es señal del rechazo, abandono, indiferencia de dios al infeliz que no sabe o no puede conseguir dinero suficiente para vivir con dignidad. Si su dios mismo les abandona, ¿por qué iban los humanos a molestarse preocupándose y ocupándose de los pobres? Las religiones que predican amor al prójimo resuelven el problema moral con el paliativo de la caridad; otras, ni eso. En un mundo en el que considerables mayorías abrazan como dogma divino el «sálvese quien pueda», cada cual se siente obligado a buscar su salvación y a no perder el tiempo preocupándose y ocupándose de la salvación de los demás.
Millones de personas se adhieren a los versículos del libro que consideran sagrado en los que su dios maldice al extranjero y ordena a los suyos que no permitan extranjeros en su país. Ese mandamiento cumplen hoy gobiernos que se proclaman cristianos y que de su Biblia leen lo que consideran más conveniente a su concepto del gobierno. Pululan por los mundos de la política partidos que se proclaman «nacionalistas cristianos» atribuyendo a Cristo la división del mundo en parcelas y el rechazo a quien proviene de una parcela distinta a la suya. Algunos de esos partidos rizan el rizo proclamándose «nacionalistas cristianos blancos». De lo que resulta un Cristo xenófobo y racista. ¿Cómo puede tal aberración triunfar en las mentes de seres humanos y convertirse en votos en las democracias? Otra vez, por el poder de los que dirigen su tribu y la necesidad perentoria de los hombres de vivir incluído en una tribu temiendo su exclusión.
Millones de personas abdican de las facultades de su mente, de su razón, de su voluntad, para entregarse a las creencias de su tribu, a las decisiones de quienes dirigen su tribu; tribu a la que pertenecen por nacimiento o tribu en la que cada cual consiguió introducirse por distintos motivos para huir de la soledad. ¿No hay, entonces, quienes puedan deshacerse de cadenas para buscar un sitio donde les dejen vivir libres sin sufrir el ostracismo por lo que creen o dejan de creer?
Hoy existe algo que se llama socialdemocracia. Social por tener a la sociedad, al hombre que compone todas las sociedades, como centro de toda preocupación y actividad humana. Democracia por tener a la libertad como facultad humana para decidir la vida de cada cual según su propia voluntad. Parece que todo hombre, macho o hembra, que se precie debería abrazar la libertad que le permite evolucionar como ser humano. ¿Cómo es, entonces, que millones se sumergen en lo que les dictan las máquinas para huir de su humanidad? ¿Cómo es que millones prefieren pasar por conservadores observantes de lo que dictan los dioses creados por los hombres antes que considerarse seres humanos libres para pensar y actuar? Estas preguntas debe contestárselas cada cual después de haber respondido a la más crucial de todas las preguntas: ¿Me considero un hombre, macho o hembra, dispuesto a cultivar y a luchar por mi humanidad, o estoy dispuesto a renunciar a mi humanidad por seguir los dogmas y las normas de quienes han creado dioses para someter a los hombres deshumanizándoles?
María Mir-Rocafort. El mejor artículo de todos cuantos te he leído, todos magníficos, sin duda, pero ninguno tan profundo y verdad como este.
No me atrevo a poner una coma a cuanto dices.
Enhorabuena y que sean muchos quienes lo lean y lo mediten.
Feliz año nuevo lleno de letras mágica que conmuevan a quienes las lean.
Abrazote.
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Gracias, amigo. Pensaba que no iba a leerlo casi nadie y que nadie me lo iba a comentar. Tenías que ser tú. Buen regalo de Reyes.¡¡¡Gracias!!!
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María Mir-Rocafort.Te doy las graciaspor exponer tan clara yconcisamente esa realida que ha sido durante siglos tan nefasta para los seres humanos, ya esta bien de mantener tanta mentira de las distintas religiones ,espero que la gente piense mas en las realidades y se aborregue menos.GRACIAS
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Gran artículo María, como siempre pones «el dedo en la llaga» y aciertas de pleno en las conclusiones… El miedo, es el miedo lo que vuelve gregario al ser humano,lo que les hace actuar en su propia salvación,y no el amor al semejante…
Gracias María por escribir éstas perlas que nos invitan a cuestionar la vida en ésta sociedad que tenemos.
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María Mir-Rocafort.Te doy las gracias por exponer tan clara y concisamente esa realidad que ha sido durante siglos tan nefasta para los seres humanos, ya esta bien de mantener tanta mentira de las distintas religiones ,espero que la gente piense mas en las realidades y se fanatice menos.GRACIAS
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María Mir-Rocafort.Te doy las graciaspor exponer tan clara yconcisamente esa realida que ha sido durante siglos tan nefasta para los seres humanos, ya esta bien de mantener tanta mentira de las distintas religiones ,espero que la gente piense mas en las realidades y se aborregue menos.GRACIAS
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