Que no cunda el pánico

El presidente del gobierno anuncia conferencia de prensa. Cunde el pánico en los altos despachos del PP. El puto virus le va a dar al gobierno un protagonismo absoluto y, como lo haga bien, una absoluta mayoría de votos en las próximas elecciones. Hay que contrarrestar sacando a Casado inmediatamente después para que la audiencia  olvide la cara y las palabras de Sánchez y se quede con la cara y las palabras de Casado y acabe atribuyéndole a la oposición las decisiones salvadoras del gobierno y al gobierno los fallos que la oposición destaque. Total, la gente no se entera de nada y lo confunde todo.

Sale el presidente del gobierno en pantalla. Los altos cargos y asesores de comunicación del PP dirigen toda su atención hacia sus palabras y sus gestos tomando nota hasta de sus suspiros para encontrar algún flanco débil por el que entrar al ataque. Termina el presidente su comunicación a los ciudadanos. Nada que objetar. Cunde el pánico, pero que no cunda. Alguien les recuerda que tienen un recurso infalible. Todo lo que el presidente dice que se ha hecho y todo lo que dice que se va a hacer lo hizo y lo hará tarde. Esa es la consigna que hay que meter en los cerebros de la masa. Sánchez y su gobierno tardaron tanto en reaccionar que al virus le dio tiempo a llegar de la China y a infectar a todos los españoles sin que el gobierno hiciera nada por detenerle. Si no nos morimos todos será porque Casado le está diciendo al gobierno lo que tiene que hacer.

¿No será algo exagerado el mensaje?, dice alguno con un ápice de sensatez. Otros más pragmáticos y experimentados le responden que qué va. La mayoría no calibra. Los españoles del montón son como los animales de granja que se tragan todo lo que les echen. Casado puede eclipsar al presidente y relegar el anuncio de sus medidas al olvido en un pispás. Los pragmáticos defienden su optimismo recordando la reacción eufórica de empresarios y financieros cuando Casado anunció sus medidas económicas para acabar con el virus: bajada general de impuestos y subida de ayudas y subvenciones a los motores económicos del país; o sea, política liberal a saco.  ¿Quién recuerda las medidas epidemiológicas que anunció el gobierno? Háblale a la gente de dinero y todo el mundo lo entiende y te hace caso. Háblale de ciencias y cambian de canal. Los listos que piensen que los virus se eliminan con vacunas  y no con cuentas de resultados pertenecen a la minoría insignificante que piensa. En la mayoría que no se toma la molestia de pensar, hará mella la acusación de Casado de que Sánchez aborda la situación ignorando la política y parapetándose en la ciencia. Éxito garantizado.

Los asesores dan a Casado las últimas instrucciones antes de salir a escena. Sobre todo, que no se olvide de la parte donde tiene que hablar de lealtad, de solidaridad, de unidad contra el virus para dar la imagen de hombre de estado. Casado se concentra, repasa mentalmente su papel y sale ante el público de periodistas. De Goya, le dicen los pelotas cuando termina. Entre su expresividad y simpatía  y la aburrida seriedad de Sánchez no hay color. Además, l ha dado algo de morbo a los periodistas para aliñar su información. Todo lo que va a hacer el gobierno tenía que haberlo hecho antes. La crítica a la tardanza de Sánchez volverá a poner en movimiento la noria de los opinantes para que puedan llenar los programas dando vueltas y vueltas y más vueltas a la tardanza porque si se hubiera suspendido la manifestación del 8 de marzo, las fallas de Valencia, la Liga, la Champions, la Fórmula, el Congreso de Vox; si se hubieran cerrado bares y restaurantes y teatros y cines en cuanto el virus empezó a matar en la China, no estarían ahora temblando los españoles , con las manos bajo el grifo a todas horas y las despensas atiborradas de papel higiénico. Los opinantes de prensa de papel y online, de radio y televisión se lo van a agradecer con creces repitiendo el sí, pero demasiado tarde. En menos de un día, no habrá en la mente de los españoles otra certeza que la certeza cierta de que estamos todos confinados temiendo al contagio y a la muerte porque el gobierno no hizo nada cuando lo tenía que hacer.

Entendido perfectamente el mensaje, todos los cargos y carguitos de todos los partidos de  la oposición se pusieron a repetirlo en todos los medios que les daban bola. Los que por su irrelevancia no merecían la atención de cámaras y alcachofas, aprovecharon la voz que dan las redes. Hasta el pobre Rivera soltó en Twitter su mensaje “institucional” contra el gobierno. Sin bares, sin restaurantes, sin discotecas, sin sitio alguno donde el español pueda ir a olvidarse de sus preocupaciones, de sus desgracias  y de sus miserias,  la oposición de todos los partidos demuestra, al menos,  su solidaridad con la masa que se muere de aburrimiento ofreciendo morbo político.

Es el aburrimiento el que está matando mucho más de lo que el coronavirus pueda llegar a matar en todas las latitudes de este triste mundo. De pronto amanece un día tras otro sin nada que hacer y el hombre, macho o hembra, se encuentra en su casa condenado a convivir sin tregua  consigo mismo y con sus familias. De pronto, ese hombre, macho o hembra,  se da cuenta de que aquel o aquella joven que un día le alteró las hormonas causándole la locura transitoria del enamoramiento, se ha convertido en una de tantas mujeres maduras, en uno de tantos hombres maduros que en la calle no le moverían a volverse para mirarlos. Ese hombre, macho o hembra, parecía interesante, tal vez divertido. Ahora resulta que después de que todo está dicho y hecho, descubres que no tenéis nada de qué hablar fuera de los aburridos asuntos cotidianos de siempre. Descubres que, si pudieras volver atrás, no se te hubiera ocurrido casarte con esa persona, y descubres, te descubres, tal vez, preguntándote porqué te casaste con una persona así. Si esto ocurre, tampoco es demasiado grave. Hay divorcio. Dicen que en China los divorcios se han disparado por culpa del confinamiento. ¿Qué pasará al respecto ahora que la mayoría de los europeos también estamos confinados? Pasará, seguramente, que los abogados matrimonialistas harán  su agosto como no ha podido hacerlo la hostelería.  En una epidemia grave, como en las crisis económicas, pierden muchos y algunos ganan por todos.

Lo peor no es que una pareja se rompa. Eso de que el amor es eterno ya le suena a cursilada decimonónica hasta a los jóvenes, tan románticos ellos en otros tiempos. Lo peor puede llegar cuando la relación con los hijos te obligue a entrar en el  cuarto más oscuro y apestoso de la mente cuya puerta muy pocos se atreven a abrir. Ese joven adolescente, o madurillo que aún vive en la casa familiar, con el que tenías discusiones  más o menos frecuentes que no llegaban a mucho porque el hijo, macho o hembra, se largaba para huir del temporal o te largabas tú para no arremolinar más el asunto; ese joven, macho o hembra,  de repente se revela estúpido, egoísta, insolidario, carente de valores morales, carente de valores humanos. Ni él o ella, ni tú, podéis huir entonces de la imagen descarnada de un ser primitivo disfrazado de modernidad por la ropa y el vocabulario; de una mente con una ligera patina de inteligencia que le ha dado una carrera, tal vez hasta con máster. Pero ni siquiera eso es lo peor. Lo peor es que, si a oscuras e insomne, te pones a pensar sobre el asunto en tu habitación, de repente te des cuenta de que ese ser primitivo que es tu hijo o tu hija adolece de la estupidez, el egoísmo, la insolidaridad, la carencia de valores morales y humanos que le inculcaste tú, que le has inculcado tú de palabra o con el ejemplo.

Hoy, tras morbosos programas especiales que intentan entretenernos con todos los detalles sobre la pandemia que pretende desahuciar a toda la humanidad, los medios ofrecen otros programas especiales sobre películas y series. Quien no soporte sacar provecho del tiempo libre y confinado para zambullirse en las profundidades de su mente o hacer un repaso racional a lo que ha sido su vida, ya sabe cómo sacarle provecho a su confinamiento: despatarrarse ante una pantalla y ponerse a teclear o a zapear. Total, somos gente tecnológicamente moderna que sabe cómo vencer el aburrimiento, el miedo o lo que haga falta. Total, lo importante no es lo que pase a quien sea, aquí o allá. Lo importante es que no cunda el pánico, por lo que pueda pasar.       

Mi comentario al discurso del rey

Cada vez que empiezo a escribir un artículo, me cercioro de que tengo algo que decir, algo que aportar, algo que no sea repetir lo que mejor o peor han publicado los buenos, regulares y malos periodistas y analistas en diferentes diarios del país. El rey ha comparecido esta noche para repetir lo que ya han dicho todos: políticos, periodistas, analistas, tuiteros, feisbuqueros, etc.

Ahora estoy oyendo en la radio un análisis sobre el discurso del rey. Naturalmente, los analistas no pueden decir más de lo que ya se ha dicho, que es lo mismo que ha dicho el rey. Yo, la miserable yo según los valores del mundo, no me atrevería a escribir un artículo como el que le han escrito al rey, mucho menos a analizarlo en público. Y no me atrevería porque me respeto a mi misma y respeto profundamente a mis lectores.

Hoy, a los ciudadanos nos tratan como niños, el rey y los medios que quieren exprimir su discurso sin hacer otra cosa que repetir, repetir y repetir. ¿No se les ocurre pensar que somos adultos y que no somos tontos? ¿No sienten ni un mínimo respeto por la inteligencia de los ciudadanos, ni el rey ni los medios?

Vamos a ver. El rey no dijo nada que merezca ser comentado. Dio las gracias a quien tenía que dárselas, dio ánimos, profetizó que superaríamos este mal momento. No dijo nada más. Y me jugaría lo que fuera a que nos van a tener toda la noche comentando al rey, al actual y al emérito, echando mano del escándalo Corina cuando las cuatro rayas del discurso no den para más. Lo mejor del discurso del rey es que fue corto.

He dicho.

¿Vale la pena salvar la vida?

¿Vale la pena salvar la vida?

El coronavirus o COVID-19, está causando un desbordamiento mundial de alcantarillas. Por las calles de los cinco continentes están corriendo las aguas fecales y toda la inmundicia que la hipocresía ocultaba bajo la superficie. No es nuevo el fenómeno. Las epidemias suelen inundar calles y casas de pánico dejando, en cuanto se retiran, un panorama lleno de mierda como tras toda inundación por desbordamientos fluviales.

En uno de los programas de entrevistas y tertulias que me conectan con el mundo cada mañana, oigo al presentador comunicarnos que la situación creada por el coronavirus le hizo pensar anoche en La peste, de Albert Camus, y explicarnos, acto seguido, qué le hizo llegar a su culta asociación. Me sacó una sonrisa.  Si hubiera leído en este diario mi artículo del 2 de febrero: De ratas y banderas, tal vez su mente no habría tardado más de un mes en establecer la relación. Pero es comprensible que un comunicador de gran importancia no tenga tiempo de leer todos los artículos que se publican, y que él y su equipo se limiten a leer y citar aquellos que aparecen en las cabeceras más campanudas. Por si acaso el asunto despierta la curiosidad de algún lector, aquí pongo el enlace a aquel artículo. https://lahoradigital.com/noticia/24940/de-ratas-y-banderas.html No va de virus. O sí. Va del virus que nació incrustado en la especie humana y que incrustado sigue sin que haya vacuna ni remedio que pueda acabar con él: el virus de la discordia.    

Los medios más campanudos -con más lectores, escuchantes, audiencias- nos están metiendo a todas horas entre pecho, espalda y cerebro que estamos sufriendo el ataque de un terrible virus que amenaza diezmar a la población mundial, como antaño la peste negra. La horripilante enfermedad que produce el coronavirus, con síntomas muy similares a la gripe que causan otros virus todos los años, se ha cobrado en España, desde la aparición del primer caso, veintiún fallecidos. La gripe con la que estamos acostumbrados a convivir todos los inviernos causó el año pasado en España 6.300, seis mil trescientos muertos. ¿Armó entonces la prensa el alboroto que hoy hace temblar de pánico a, por lo menos, la mitad de la población? Pues, no; la gripe ya está muy vista y no entretiene.

Todos los años, en cuanto el invierno activa a esos bichos patógenos, cada cual entierra a sus muertos sin alharaca, qué se le va a hacer. Generalmente, los muertos son viejos con el organismo muy cascado o jóvenes con otras patologías. Ah, pero es que el coronavirus es exótico, desconocido y no hay vacuna. Tampoco había vacuna contra la gripe y se descubrió, como pronto se descubrirá la vacuna contra el virus chino, tal vez mucho antes de que cause los estragos que la gripe sigue causando, y a otra cosa, mariposa, que algo habrá que encontrar para mantener al personal hipnotizado ante las pantallas de  móviles y televisores.

En España, el gobierno central, los autonómicos y  los expertos están reaccionando con una serenidad ejemplar. No estamos en situación de alerta, dicen, estamos en contención. ¿Y eso qué quiere decir? Que hay que tomar precauciones –descubrieron el huevo-, que hay que lavarse las manos –coño, lo que me enseñaron las monjas en mi más tierna edad-, que no hay que acercarse a los que están tosiendo o estornudando y no se tapan la boca con lo que sea -¿quién se expone a que un guarro le sople saliva y mocos a la distancia de un beso?-. En fin, que nada, que te cuides y ya está. Pero mientras tanto, a los que tienen la desgracia de sufrir síntomas de  gripe y les diagnostican la presencia en su cuerpo del coronavirus, les encierran en su casa para que solo contagien a su familia;  y si hay varios en un hotel o en un barco, les encierran en el barco o en el hotel para que contagien solo a sus compañeros de turismo; y si hay varios en un pueblo, cierran la entrada y salida del pueblo para que solo se contagien los vecinos: y si tienes la desgracia de vivir en Italia, cierran el país para que solo se contagien sus habitantes.

Las consecuencias personales y sociales de esos aislamientos se están demostrando muchísimo más dramáticas que los efecto del virus. Resulta que los divorcios están aumentando exponencialmente en China. Se ve que las parejas, al verse confinadas en su casa todo el día de día tras día, de pronto descubren que no se aguantan. Veremos qué pasa si esos confinamientos caseros se generalizan en Europa. Pero las consecuencias mortales para la convivencia no se limitan al confinamiento. Muchas parejas no confinadas en las que los dos o uno de los dos son aprensivos, están  sufriendo trastornos de diversos tipos por abstinencia sexual. Personas respetables a quienes se suponía honestidad están robando mascarillas de hospitales. Fabricantes, distribuidores  y dueños de farmacia con trayectoria profesional intachable han mandado sus valores a hacer puñetas para sacar tajada de las circunstancias subiendo astronómicamente los precios de mascarillas y desinfectantes. Destaca, además, la ineptitud o la chifladura de ciertos gobernantes que decretan el cierre al público de los estadios donde se celebren importantes eventos deportivos, permitiendo, sin embargo, que la ciudadanía se contagie en transportes públicos. El 8 de marzo, por ejemplo, los que mandan llegaron al colmo de la insensatez.  Cientos de miles de mujeres y algunos hombres se manifestaron por las calles de todo el país  exigiendo respeto a la igualdad  de hombres y mujeres. Ningún gobernante se atrevió a prohibir esas manifestaciones. Pero he aquí que en Barcelona se prohíbe una  maratón de resonancia mundial. Porque vienen muchos extranjeros, dicen. ¿Y no había extranjeros  en las manifestaciones del Día de la Mujer? Lo que no se puede negar porque consta en vídeos es que había personas mayores, o sea, población de riesgo. Una señora de 94 años, por ejemplo, iba tan ufana entre la multitud en  una silla de ruedas empujada por una joven, exhibiendo un gran cartel en el que pregonaba su edad. No llevaba mascarilla.

Hoy, a estas horas, dieciséis millones de italianos están aislados; para no contagiar el virus al resto de los europeos, será. También hay miles de refugiados de distintas tristes nacionalidades en Grecia, en Turquía, en Jordania, en el Líbano. Esos no pueden contagiarnos. Están confinados. Su enfermedad es más peligrosa que cualquier virus. Están enfermos de pobreza extrema. Aquí se cierran las guarderías, los colegios, las universidades durante catorce días. Pánico general en las casas por no saber qué hacer con los niños durante un período tan larguísimo de tiempo. En los campos de refugiados no tienen ese problema. No tienen ni guarderías ni colegios ni  universidades que cerrar. Aquí se hacen colas en los supermercados para llenar despensas y neveras por si acaso. Allí hacen colas todos los días para comer un poco de algo si alguna organización se pone a repartir comida. Parece que el viajero virus ha llegado a Burkina Faso. Difícilmente se tomen allí medidas para defender a su población del contagio. Burkina Faso es uno de los países más pobres del mundo, así que si el virus merma la población, un problema menos para el resto.

Como todo lo que pasa en nuestro ancho mundo, la epidemia que hoy nos aqueja  y nos descuajeringa tiene fuertes vínculos con la política y la economía. Ayer, sin ir más lejos, el líder de la oposición, Don Pablo Casado Blanco, presidente del partido ultraconservador, desgranó ante la prensa su plan de choque contra el coronavirus. Alguna de esas medidas incluyen que no se revierta la reforma laboral del PP -reforma que creó una masa de trabajadores pobres, que permitió un aumento de la riqueza de los ricos en plena recesión y de desigualdad a extremos desconocidos-; reducir a la mitad el impuesto de sociedades y suprimirlo en zonas de cuarentena; aplazar cobro  de IVA a empresas; suprimir medidas fiscales en materia tecnológica, financiera y medioambiental y un largo etcétera, en fin, de medidas económicas. ¿Alguna epidemiológica? No, ¿para qué? Todos sabemos que si le va bien a los ricos, va bien el país, y si va bien el país, hasta los pobres están contentos; no hay más que ver la cantidad de pobres que vota por Trump en Estados Unidos y los que en España votan por las  tres derechas. Es el fenómeno del comprador de lotería y de los aficionados a ojear revistas como el Hola. Mientras el pobre tiene el billete en la mano, puede soñar que le toca. Mientras ve en las revistas grandes mansiones y mujeres vestidas por importantes modistos y hombres y mujeres en coches de alta gama, el pobre puede imaginar que un día tendrá todo eso.

Pues nada, a acumular mascarillas y a llenar neveras y a negarle la mano al conocido y el abrazo al amigo; a dejar que el pánico apriete los granos que afean el alma y salga el chorro de pus del egoísmo y la hipocresía. Tal vez cuando esto acabe -y acabará cuando el poder financiero se vea con el agua al cuello- a muchos les dé por ponerse a limpiar la porquería para que sus casas queden más limpias, para que sus conciencias les digan que ha valido la pena no sucumbir al virus porque sus vidas son necesarias para que ellos y los suyos puedan vivir en un mundo con menos mierda soterrada; en un mundo en el que a los seres auténticamente humanos les dé gusto vivir.

El espíritu del tiempo. ¿Tiempo de igualdad?

Colaje de Ana Braga. 1985

La imagen podría representar a la mujer de la curva, ese fantasma  que, según la leyenda, aparece en la curva de alguna carretera deteniendo al coche que se acerca, para luego desaparecer. También puede simbolizar a la mujer esperando, siempre esperando que otro la lleve. Y puede simbolizar también a la mujer, a cualquier mujer, sola ante la carretera por la que deberá transitar venciendo su blandura, su debilidad, para llegar al destino que le señala su ambición. La tercera alternativa parece la más acorde con el espíritu de nuestro tiempo, pero, ¿lo es?

La mujer es blanda, es débil físicamente como indica la etimología del término. Quiso la naturaleza dotar al macho adulto de la especie humana con una concentración de testosterona en el plasma sanguíneo diez veces superior a la de la hembra. Esa hormona es la responsable de la superior masa muscular del macho, de la superior longitud de sus huesos, de su fuerza superior. La naturaleza decide esa diferencia entre los machos y las hembras de casi todas las especies destinando a los unos a las tareas que requieren mayor fuerza física y a las otras a procrear y sacar adelante a la prole. Esta diferenciación obedece a la necesidad de preservar la supervivencia de las especies y es la supervivencia el propósito vital de todos los animales; de todos, excepto del ser humano.

Limitar al ser humano a la condición de animal como cualquier otro animal es un postulado cientificista. El animal es su cuerpo, del que no puede ir más allá. El ser humano es su cuerpo, un cuerpo análogo al de cualquier animal, animado por eso que llamamos mente o alma, como se quiera. La mente permite al ser humano elevarse por encima de las determinaciones de la naturaleza; ser libre al margen de cualquier circunstancia, al margen de toda determinación ajena. El cuerpo puede ser sometido por cárceles físicas o por circunstancias adversas, pero nada ni nadie puede someter a la mente que no se deja someter. Tenemos un ejemplo reciente; la libertad irreductible de la mente de Nelson Mandela. Y otro más próximo; Marcos Ana. Veintitrés años de prisión en cárceles franquistas no lograron agotar la fuente de sus versos. Pues bien, la mente  ignora las diferencias físicas entre macho y hembra. Es la mente la que iguala a macho y hembra de nuestra especie en un solo género; el género humano.   

Sin embargo, la inferioridad física de la hembra ha determinado en todas las sociedades su sometimiento al macho. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el más fuerte siempre tiene en sus manos someter al más débil; con un golpe basta. Un golpe puede bastar para que un macho deje sin vida el cuerpo de una mujer. Y la certeza de que esa posibilidad existe incide sobre las facultades mentales y las emociones de machos y hembras estableciendo una desigualdad radical que siglos de evolución del pensamiento no han conseguido superar.

Evidentemente, un macho que cree que su superioridad física le hace superior a una mujer en todos los sentidos es un individuo cuya mente no ha alcanzado la evolución de sus facultades que distingue a un ser humano de un animal. ¿Hay que tratar entonces como a animales a maltratadores, violadores, acosadores? Un ser humano, auténticamente humano, siempre ve en los animales a un hermano al que hay que tratar bien  y a los animales con los que convive procura enseñar reglas básicas de convivencia que permitan su socialización. De esto se deduce que si la mente de un macho no consigue asimilar la igualdad esencial del macho y la hembra del género humano, se le debe entrenar para que entienda, al menos, que la sociedad humana no puede regirse por las normas de la selva y que su convivencia con seres humanos le obliga a respetar la integridad física, la libertad  y los derechos de sus congéneres de ambos sexos sea cual sea el grado de su evolución.

Esto se aplica,  naturalmente, a los políticos. Flota en nuestros tiempos un espíritu de discordia que cuestiona los grandes logros del pensamiento en lo referente a la convivencia de los individuos de nuestra especie. Este cuestionamiento se disfraza de ideología, pero no puede haber ideología cuando lo que se predica es un retroceso en la evolución. La ideología es un conjunto de ideas que brotan del pensamiento de una persona y que puede compartir un grupo político o religioso. Salta a la vista que creencias y actitudes que niegan la realidad y la ley natural no pueden surgir de una reflexión racional sobre realidades incuestionables como la igualdad de todos los individuos del género humano.

Negar, por ejemplo, contra toda evidencia, el ejercicio de la fuerza física de los machos no evolucionados contra una mujer y las consecuencias personales y sociales de esa brutalidad, no puede surgir de una idea racionalmente meditada ni puede formar parte, por lo tanto, de una ideología política. Esa negación de la realidad que llega hasta a utilizar datos falsos para defenderse, solo puede surgir de reacciones instintivas, como las que mueven a los animales, o de trastornos mentales como las fobias o las monomanías de los fanáticos. Lo que puede aplicarse a otro ejemplo. Los políticos que niegan los derechos de las mujeres, niegan también los derechos de los emigrantes. Claro que en política, la causa de este tipo de disparates puede ser, simplemente, el interés personal; la necesidad de superar frustraciones, de conseguir notoriedad, de abrirse camino como sea y cosas por el estilo.  

¿Y qué le pasa al ciudadano común y corriente que vota por estas mal llamadas ideologías? O bien persigue un interés personal, como  algunos políticos, o bien comparte trastornos mentales como los mencionados, o bien es presa del miedo. ¿Miedo a qué? Miedo a perder la supremacía sobre la mujer que suele afectar a machos no evolucionados; miedo a los emigrantes que vienen, según le dicen, a privarle de trabajo y derechos sociales. ¿Y si es una mujer la que las vota? El miedo, consciente o inconsciente, es la causa principal de que las mujeres voten a aquellos que cuestionan su libertad y la igualdad absoluta de libertad y derechos de todos los seres humanos.  

En casi todas las culturas, la mujer ha sido y sigue siendo la principal guardiana de las tradiciones sociales y religiosas porque a ella corresponde la educación de los hijos, al menos en su primera infancia. Según la teoría de la mente, avalada por una rigurosa investigación de muchos años, el ser humano tiene la capacidad de percibir las sensaciones y comprender los estados mentales propios y ajenos. Esa capacidad se activa a partir de los estímulos que el niño recibe de los otros y alcanza su mejor momento entre los tres y cinco años de edad. En circunstancias normales, las personas más próximas al niño durante sus primeros años de vida son la madre y otras mujeres de la familia. Son las mujeres, por lo tanto, las que inciden en las facultades mentales del niño que luego determinarán su desarrollo social, su autoimagen, su autoestima, su competencia social y sus capacidades cognitivas.

Pues bien, ahora que todos coincidimos en que el respeto a la igualdad de los géneros depende de la educación del niño, ¿no deberíamos plantearnos la necesidad de atacar el problema desde su origen poniendo el énfasis en la educación de las madres y de las niñas? El sometimiento de las mujeres a leyes que, utilizando religión y tradiciones, atentan contra sus derechos más elementales en países gobernados por musulmanes integristas, por ejemplo, no sería posible si las mujeres se rebelaran y educaran a sus hijas a rebelarse contra esas leyes injustas. El sometimiento consciente o inconsciente que mueve a la mujer occidental a votar por partidos que niegan la igualdad de los géneros no sería posible si de la manipulación emocional de los líderes políticos que la niegan, la mujer pudiera defenderse con los argumentos racionales  que solo puede proporcionarle una adecuada educación.

Claro que la educación lleva tiempo, un tiempo en el cual los machos con instintos de brutos seguirán maltratando y matando mujeres. ¿Tenemos que  esperar limitándonos a quejarnos con manifestaciones y minutos de silencio cada vez que un macho mata a una mujer? Hay otra alternativa que, por algún motivo, no parece tomarse en cuenta. Podemos suministrar a niñas y mujeres medios eficaces para defenderse ofreciendo a todas clases de defensa personal, obligatorias para niñas en los colegios y gratuitas para adultas.  Dice un viejo dicho que más vale maña que fuerza. ¿Por qué obligar a las mujeres a vivir con miedo e inseguridad mientras la educación de machos y hembras surte efecto?

El nacimiento del mundo se narra con divina simplicidad en el primer capítulo del primer libro del Tanaj judío y de la Biblia cristiana; el Génesis. No hace falta ser creyente para leerlo y meditarlo. Cuenta como en el principio Dios creó los cielos y la tierra -quien quiera sustituir el nombre de Dios por el de Big Bang o cualquier otra cosa puede hacerlo sin alterar la esencia-. Y dice que dijo Dios: “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra”. Y así, dice, “Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó”. En la voluntad de Dios –o de lo que crea cada cual- todos, machos y hembras, somos hombres de la estirpe de Dios, llamados por Él a ser creadores que vayamos perfeccionando la creación, cuidando de los mares y los ríos, de las hierbas y los árboles, de los peces y las aves, de las bestias, las sierpes y las alimañas.   El creyente cristiano que niegue la igualdad del macho y la hembra de la especie humana creados ambos a imagen y semejanza de Dios, blasfema. Al agnóstico o ateo no le cae la acusación de blasfemia, pero el relato debería moverle a reflexionar sobre la evolución de sus facultades mentales.  

Solo la reflexión racional puede hacernos superar el espíritu de estos tiempos; el clima intelectual, cultural y moral que nos ha tocado vivir. Un clima de desprecio a los valores humanos, de individualismo que rechaza la solidaridad. Un clima de discordia, de deshumanización. Solo la reflexión racional puede devolvernos al mundo que nos fue dado para que fuéramos haciéndolo cada vez más habitable. Solo la reflexión racional puede hacernos más humanos; más hombres, machos y hembras, dignos de ser la estirpe de Dios o de estar en la cúspide de la naturaleza. Cuando esté a punto de llegarnos el momento del descanso, solo la reflexión racional puede hacernos repasar cuanto hemos hecho a lo largo de nuestra vida y a ver, como el Dios del Génesis, que todo estuvo muy bien.   

El miedo mata

Se cumplen cien años del estreno de la película alemana El gabinete del doctor Caligari, película de terror que impresiona por el guión, las imágenes, el decorado propio de un museo del expresionismo, pero sobre todo, porque indaga en las aterradoras consecuencias del terror.

La derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial dejó a los alemanes en la miseria y aterrorizados. Tres años después del estreno de la película, un joven Adolf Hitler, al frente del Partido Nazi, inicia, con un golpe de estado fallido, una carrera que le llevará a la Cancillería y de ahí al trono de líder absoluto de Alemania. Le había resultado fácil convencer a los alemanes de que los culpables de la rendición de Alemania habían sido los socialdemócratas, de que los políticos socialistas y marxistas habían traicionado a los alemanes y a sus soldados dándoles una puñalada por la espalda mientras combatían por su país. No hay evidencia alguna de que haya sucedido semejante cosa, pero los alemanes no necesitaron evidencias para creerse cuanto les decía la propaganda nazi.

Los estudiosos del cine han visto siempre en El gabinete del doctor Caligiari una premonición del terror que permitió a Hitler crear y sostener el Tercer Reich, arrastrar a los alemanes a otra guerra mundial y matar a millones de seres humanos.

Hace doce años, la caída de Lehman Brothers causó una depresión que aquí ha pasado a la historia con el nombre de la Crisis. Todos sabemos que fue una crisis mundial, pero a la derecha le resultó fácil convencer a los españoles aterrorizados de que la crisis la desató en España el gobierno socialdemócrata de Zapatero. La mayoría absoluta de los españoles entregaron el gobierno a la derecha para que les salvara de la ruina. El gobierno cortó derechos y libertades y de la ruina solo salvó a su partido y al poder financiero; sus leyes crearon una masa de trabajadores pobres. Aún así, la mayoría de los españoles volvió a votar por ese partido.

Hoy, los tres partidos de derechas gobiernan en autonomías y ayuntamientos gracias a la suma de millones de votos, los votos de aquellos que aún se aferran a las faldas de quienes les prometen librar a España de todo mal. Los líderes de los tres partidos pregonan mentiras que los hechos no tardan en desmentir; difaman a los políticos socialistas sin mesura, con acusaciones tan burdas que no hay mente racional que las acepte. Con esas mentiras y calumnias y con un alboroto constante en el Congreso para callar al gobierno, las tres derechas intentan erosionar las instituciones que sostienen a la democracia. ¿Cómo es posible que, según las encuestas, millones les sigan creyendo?

En la película, el doctor Caligari es un hipnotizador que condiciona a un hombre común y corriente a matar. El argumento plantea una pregunta inquietante; ¿puede la propaganda tener efectos hipnóticos sobre quien carece de medios intelectuales para defenderse? Cuando un político de las derechas dice que el gobierno es ilegítimo, y otra dice que la situación en el País Vasco es dramática y los constitucionalistas tienen que tener cuidado por donde van, y otra dice que estamos peor que cuando ETA mataba, que en La Moncloa se entierra a la izquierda y que hay que enterrar a los muertos, ¿en qué estado mental tienen que encontrarse quienes les creen?

El 26 de febrero de 2020 pasará a la historia por la reunión del Gobierno con los negociadores catalanes después de muchos años de desencuentros y conflictos. ¿Qué negociadores catalanes? Los impuestos por el Govern de Cataluña. Pero es que el Govern de Cataluña es un gobierno independentista que no representa a la mayoría de los catalanes. Los políticos del Govern están donde están por una ley electoral que permite tener una mayoría de diputados aunque no se consiga una mayoría de votos. O sea, que la mayoría de los catalanes queda fuera de la reunión en la que se supone que se decida el futuro de Cataluña. ¿Y no protestan? O sea, que poco a poco los españoles todos van  cayendo en la irracionalidad sin darse cuenta, como un sonámbulo hipnotizado.

Y ahora resulta que nos amenaza una epidemia; una epidemia de un nuevo tipo de gripe que solo resulta mortal para ancianos o enfermos de otras patologías. Resulta que expertos y autoridades dicen que no hay motivo para el pánico y que las mascarillas no sirven para evitar el contagio.  Resulta que la prensa mantiene a todo el país en estado de alerta dando cifras de contagiados como si estuviéramos viviendo una peste negra. Y resulta que en un par de días se agotan las mascarillas en las farmacias y sin mascarillas se quedan enfermos que sí las necesitan demostrando dos cosas: que el miedo no atiende a razones y que el miedo mata.

Si las tres derechas consiguen convencer a la mayoría de los españoles de que el gobierno socialdemócrata quiere destruir a España, nuestro país irá sonámbulo hacia el precipicio donde le esperan los países de hipnotizados que han perdido su libertad, sus derechos, sus valores morales; precipicio en el que las ideas peligrosas como la democracia, el socialismo, la igualdad, habrán desaparecido bajo las botas del totalitarismo.   

Tal vez convendría ver aquella película que expresa los efectos y consecuencias del terror con más intensidad que cualquier otra película contemporánea. Porque en El gabinete del doctor Caligari  no hay efectos especiales ni ruidos ni música ruidosa. Lo que hay puede llevar al espectador a enfrentarse en silencio con su propia mente y descubrir, tal vez,  los efectos devastadores de su cobardía.   

Acabar con la plaga de vampiros

Sigo con la sesión de control del miércoles. Después del espectáculo de las tres derechas obsesionadas con la vice presidenta de Venezuela, le tocó el turno al diputado del Grupo Parlamentario Republicano, Francesc Xavier Eritja,  con una interpelación urgente sobre la situación por la que atraviesa el sector frutícola. No tardaron ni tres minutos en vaciarse los escaños de las tres derechas. Pensaría un bien pensante que los diputados tenían prisa por ir al baño. ¿Todos los de la misma ideología con pipí al mismo tiempo? Si esa fue la razón, en el baño deben haber sufrido serias dificultades intestinales a juzgar por el tiempo que tardaron en volver al hemiciclo. ¿Volvió alguien?

Al día siguiente, aún no había salido el sol cuando mi mano se fue a la radio y la radio empezó a contarme lo que estaba pasando. Pasaba que en la capital de mi provincia, Lleida, cientos de tractores se preparaban para salir a las calles en una manifestación autorizada. Pasaba  que lo mismo estaba sucediendo en varias capitales de provincias con agricultura importante. Los de la cara curtida por el viento y el sol y las manos renegridas por el trabajo de la tierra se disponían a tomar las ciudades para hacerse oír. Hasta ahora, sus lamentos se habían perdido en sus campos o en despachos extraños o en hemiciclos semivacíos. No interesaban a nadie.

Lo único que del campo ha interesado hasta ahora en este país es que mercados y supermercados estén bien surtidos de frutas y verduras y que haya bonitas casas rurales con granjas y campos cercanos para llevar a la familia a pasar un bucólico fin de semana. Claro que cuanto el campo ofrece es exclusivamente para aquellos que tengan con qué pagarlo. Los campesinos, por ejemplo, no pueden permitirse un fin de semana de descanso; no pueden comer más fruta y verdura que la que les da su propia tierra. Porque resulta que en Lleida, por ejemplo, un agricultor tiene que vender cuatro kilos de fruta para poder pagarse un café.

Quien piense que los agricultores que se manifestaron exageran, que se informe leyendo un poco en fuentes fidedignas sobre el estado de la agricultura en nuestro país. Al agricultor le pagan por los productos de sus tierras menos de lo que le cuesta cultivarlos. ¿Cómo es posible? Por los vampiros, por los vampiros que vuelan por todo el ancho mundo y que en los campos de España se han convertido en plaga.     

Hay diversos tipos de vampiros. La ciencia llama así a los murciélagos hematófagos que chupan sangre al ganado tras hacer una pequeña incisión a los que eligen para alimentarse. Son casi inofensivos, a menos que porten alguna enfermedad, porque se conforman con poquísima sangre y no matan.  En psicología se llama vampiros emocionales a esas personas que se aprovechan de otro más débil para robarle energía y descargar sus propias desgracias sobre los hombros de quienes les prestan atención. Son peligrosos porque manipulan muy bien, pero no consiguen afectar a una persona racional y con un sano nivel de autoestima. Por último, hay vampiros que no registra la taxonomía ni la psicología; vampiros que causan daños irreparables, auténticos chupasangres que, alegóricamente, podríamos identificar a los de las películas de terror, vampiros que sí suponen un peligro mortal. Son los dueños de las empresas que se enriquecen con la sangre de sus trabajadores. ¿Qué nombre les ponemos? Llamémosles vampiros empresariales para entendernos.

Esos vampiros chupasangres vuelan por todo el mundo. En los países en los que nadie les regula el vuelo eligen a sus víctimas en los barrios más miserables de las ciudades y les meten a trabajar en galpones por poco más que la comida, cosiendo prendas de vestir, por ejemplo, que luego comprarán respetables personas de clase media en los países occidentales, es decir, acomodados.

Los pobres que tienen que trabajar por sueldos de pobre no encuentran acomodo en parte alguna. En nuestro país, la vida del trabajador pobre se ha convertido en un vagabundeo de trabajo temporal en trabajo temporal para poder llevar comida a su casa, si tiene la suerte de poderse pagar un alquiler. Pero los agricultores no son pobres. Tienen tierras. ¿De qué se quejan?

Sobre los campos de España ha caído una plaga de vampiros empresariales que pagan al agricultor una miseria por los frutos que le ha sacado a su tierra con su sudor y su sangre, frutos que luego se venderán en mercados y supermercados a unos precios que engordarán la riqueza de los vampiros. La riqueza de esos vampiros les lava el nombre. Ante la sociedad, son respetables intermediarios, distribuidores, empresarios de grandes cadenas nacionales y multinacionales. ¿Quién va a hacer caso a un pobre agricultor que ni siquiera gana bastante para pagar lo que le cuesta producir lo que vende?

En nuestra economía de mercado, revestida con el nombre sacrosanto de liberalismo, solo los vampiros empresariales tienen libertad para enriquecerse. El pobre, sea agricultor o trabajador por cuenta ajena solo tiene libertad para malvivir. Decía el comunismo que esa situación era intolerable y que los proletarios serían los dueños del producto de su trabajo. Mentira. Allí donde el comunismo triunfó, otra clase de vampiros se adueñaron de todos los productos y hasta de la libertad. En los países comunistas se acabó la lucha de clases porque todos acabaron pobres menos los vampiros políticos que, en premio a sus desvelos por la igualdad, se reservaron todos los privilegios para los altos cargos de su partido. Por fortuna, de esos quedan pocos en un puñado de países. Como dicen que decía Abraham Lincoln, no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.

Quiso la mayoría de los ciudadanos de nuestro país que accediera al gobierno un partido socialdemócrata y que formara coalición con otro partido también socialista. Algunos militantes y simpatizantes de ambos partidos se enfadaron con los agricultores que se manifestaban recriminándoles con una pregunta. ¿Por qué no se manifestaron cuando gobernaba el Partido Popular? La respuesta es muy sencilla. Ese partido ultraliberal que en nombre de la libertad libró a los empresarios de regulaciones y dio aire libre de obstáculos a los vampiros empresariales, creó en muy poco tiempo una masa de trabajadores pobres. La pobreza mata la libertad, la dignidad y, con el tiempo, hasta la esperanza. La llegada del socialismo democrático al poder está sacando a la calle a todos los colectivos que están recuperando la esperanza de que el gobierno les escuche y de que haga todo lo posible por acabar con la plaga de vampiros que les ha estado chupando la sangre, la vida, una vida digna.

Hace unos días, Oscar Ordeig, diputado en el Parlament de Catalunya por el grupo del partido de los socialistas,  Primer Secretario de la Federación del PSC de Lleida, Pirineu i Aran, me envió el documento que presentará esta federación al congreso del partido el 7 de marzo. Son veintiséis páginas de propuestas en las que destacan la cohesión territorial y la lucha contra la despoblación.

Habría que hacer correr la voz en román paladino para que nadie ignore los términos pensando que son cosa de políticos. Cohesión territorial es que todo el territorio del país tenga las estructuras y servicios que los habitantes necesitan para vivir bien. La despoblación es consecuencia de la falta de estructuras y servicios, pero sobre todo de oportunidades. La mayor desgracia de los agricultores y ganaderos que están sufriendo la plaga de los vampiros no es su propia pobreza; su mayor desgracia es ver marchar a sus hijos a  buscarse la vida donde puedan y como puedan.

Las tractoradas que el jueves llevaron el campo a las ciudades eran protesta, sí, pero también esperanza; la esperanza de que el gobierno acabe con los vampiros y consiga que empresarios conscientes se pongan de acuerdo con los agricultores para conseguir un reparto justo de ganancias. La alternativa a ese acuerdo es muy peligrosa; campos desiertos y mercados y supermercados vacíos.

La maldición de los politiqueros

En 1985 me encargaron una obra que por elección del editor acabó en tres tomos con el nombre de El poder de la mente.  El tercer volumen fue ilustrado por una serie de colajes de Ana Braga. Esas ilustraciones son poesía. 

La poesía es el lenguaje de las emociones; sale del alma del poeta y llega al alma del otro en una comunicación que trasciende las palabras porque es anterior a la lengua. Antes de llegar a la mente, donde la razón puede encontrarle todos los significados que quiera la voluntad, la poesía deambula por el alma y en el alma se empapa de humanidad, de todo lo humano.

Hoy recupero esos colajes para ilustrar una serie de artículos sobre Política.  ¿Qué tiene la Política de poesía? Todo cuanto tiene de humana si se contempla a vuelo de pájaro, lejos de la ramplonería cotidiana del politiqueo. Es el politiqueo el que escribe la Historia. La Política determina la historia del ser humano individual, su lucha diaria por vivir y convivir en este mundo hasta que se marcha.  

Sentenció Aristóteles que la poesía es más profunda y filosófica que la historia. La Política es poesía porque nada más profundo y filosófico que el hombre, macho y hembra, contemplado en su totalidad. Y es precisamente el hombre, macho y hembra, el objeto y el fin de la Política.

 La maldición de los politiqueros

“Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya,

  a imagen de Dios le creó, 

                   macho y hembra les creó”.  Génesis, 1,27

Como lo cuenta el autor del primer capítulo del Génesis, así de sencillo empezó todoHay quienes prefieren creer que aparecimos en el mundo tras una explosión cósmica y una lenta evolución. Cada cual es libre de creer lo que quiera. El hecho es que estamos aquí y que, desde que estamos aquí, no hemos dejado de hacernos la puñeta los unos a los otros. En el siguiente capítulo nos cuenta el Génesis  cómo el hombre creó a Dios a imagen y semejanza suya y cómo lo que era bueno al principio, se jodió. No tiene nuestra lengua palabras menos vulgares para describir más gráficamente el desastre causado por la cadena de egoísmo, de codicia, de envidia, de odio que los hombres han ido forjando día tras día de siglo tras siglo desde que Caín puso el primer eslabón.

¿Quién no ha visto personalmente o en fotos, en el techo de la Capilla Sixtina, ese instante en que Dios toca con su dedo el dedo del primer hombre convirtiéndole en criatura de su propia estirpe? Todo adjetivo sobra para calificarlo. Miguel Ángel quiso imprimir a ese fresco la belleza que los bien llamados renacentistas pretendían resucitar. Hoy sus formas y su fondo producen una profunda tristeza.

El colaje  que ilustra este artículo cuenta la creación de otro Adán. No hay aquí formas que puedan contemplarse gozando la emoción que la belleza produce. El fondo depende de la imaginación y, según donde nos lleve, puede producir también tristeza, pero además, terror. Ese otro Adán es el  hombre actual, macho y hembra. No sustituyo la palabra hombre por la de ser humano, como hace la Biblia de Jerusalén, porque el ser humano es el que se encuentra en un grado de evolución al que no todos los hombres, machos o hembras, llegan.

En esta imagen, una mano, la mano de ese dios que los hombres humanizaron, asoma entre una pared de ladrillos y se extiende hacia un objeto difuso que sale de unas brumas espaciales. Ese dios lleva camisa. Su mano se abre paso entre un muro y la oscuridad. El hombre que creó a su dios no sabe vivir sin muros. Los dedos de ese dios parecen ensangrentados. ¿Qué tocan? Algo informe. El hombre ha perdido su forma a imagen del Dios del principio para dejarse formar a imagen de lo que le mandan los usos y costumbres. Los usos son las pantallas, perder la propia imagen mirando las imágenes que las pantallas imponen. Las costumbres las deciden también lo que dicen las pantallas. Ese hombre prefiere y consume una vida virtual mientras la suya de carne y sangre se va desgastando hasta extinguirse. Mientras tanto, el mundo real sigue su curso.  

Ya todos sabemos lo que hemos hecho  con la Tierra. No solo se ha atrevido el hombre a humanizar a Dios; se ha atrevido a ir destruyendo poco a poco  cuanto nos dice el Génesis que Dios creó para nosotros. Cambie quien quiera el nombre Dios por Big Bang o lo que sea. En el fondo es lo mismo. Nos encontramos un mundo con todo lo necesario para cubrir nuestras necesidades y para inventar mil cosas con que mejorar nuestra vida, y nos dio por destruirlo todo como un niño malcriado que, en una rabieta, rompe todos sus juguetes. El niño paga las consecuencias cuando ya no tiene con qué jugar, pero el tiempo y la experiencia le enseñarán a cuidar sus cosas, si es que su mente está sana. ¿Está sana la mente del hombre que sigue haciendo todo lo posible por destruir el mundo en el que vive, en el que tendrán que vivir sus hijos y los hijos de sus hijos? Parece que se dijese qué largo me lo fiais. Lo que revela un egoísmo monstruoso. Porque con la rotundidad de una losa sepulcral, la Naturaleza responde: No hay plazo que no se cumpla. Cuando se cumpla el plazo, ¿acabarán todos los que estén sobre la Tierra sobreviviendo en un infierno? Los politiqueros dicen que el plazo no se cumplirá, que es todo mentira, que nuestros juguetes son eternos y que si no lo son, no importa porque los que vivimos hoy no nos vamos a enterar. Los politiqueros defienden el egoísmo a capa y espada porque es egoísmo lo que entienden por libertad.

¿Entonces, no hay futuro, no hay esperanza?  Aparece la Política como deus ex machina y dice que esperanza sí hay y que el futuro depende del presente. Dice la Política que hay alternativas, que nuestros juguetes aún tienen arreglo, que aún podemos devolverle al mundo la lozanía de aquella primera semana de la creación. ¿Cómo? Renunciando al egoísmo de los politiqueros; ignorando sus voces hasta dejarles predicando solos en su desierto para que puedan disfrutar libremente burlándose de Dios y de los hombres, machos y hembras, sin hacer daño a nadie; deshaciendo la maldición que su egoísmo intenta hacer caer sobre la humanidad y el mundo que habitamos.¿Pero quién puede deshacer la maldición de los politiqueros sobre este mundo, sobre sus semejantes? Los políticos, los hijos de la Política que a la Política entregan lo mejor de sus mentes, de sus vidas. Los políticos que por libertad entienden la libertad de todos por igual; que por egoísmo entienden gozar de la satisfacción de ir cumpliendo con lo que exigen los valores que conforman su criterio; que por egoísmo trabajan para que el mundo sea un lugar habitable para ellos, para sus hijos y los hijos de sus hijos, y la felicidad algo posible y alcanzable cuya búsqueda es lo único que puede dar sentido a una vida humana. ¿Y quiénes son esos políticos? Eso tiene que decidirlo cada cual utilizando su propio descernimiento. Yo soy socialista, por eso. Allá cada cual.     

De ratas y banderas

Era yo muy joven cuando me metí en el Orán de La peste de Albert Camus; una ciudad tomada por las ratas que llevaban por todos los rincones las pulgas de la peste esparciendo la enfermedad y la muerte. Para algunos, la novela de Camus era una alegoría. Se le buscaron y se encontraron diversos significados. Yo me quedé con los que vieron una alegoría del nazismo que se extendió por Europa y con el que no se pudo acabar antes de que matara a millones de personas.

Ayer sábado, al despertarme y encender la radio, los caprichos de mi memoria me llevaron a la Orán de Camus y, por si tenía poco para angustiarme, me sobrecogió la sensación de estar girando en un bucle. Me había dormido poco después de que las campanas del Parlamento británico dieran la hora en que el Reino Unido se separaba de Europa; en que volvía a encerrarse en su isla para celebrar el orgullo de su imperio fantástico. Ahora resulta que  Escocia e Irlanda del Norte quieren convertir el nombre del Reino Unido en una broma. Ambas piden referéndums para separarse. Como en Cataluña.

Volví a oír en mi memoria las palabras de Oriol Junqueras, lo volveremos a hacer; las estupideces de QuimTorra, President de la Generalitat por la gracia del capricho de otro que también llegó a la Generalitat por el capricho del que, habiendo organizado la debacle de la independencia, no obtuvo votos suficientes para conducir al poble de Cataluña a través del Mar Rojo hacia la tierra prometida de una Cataluña independiente, libre, sola, y nos dio a Puigdemont para que concluyera su gesta. La radio me recordó que Puigdemont, el genio que elevó una fuga a la categoría de exilio y al fugado a una especie de monarca destronado por las fuerzas opresoras de España, prepara para dentro de poco un gran espectáculo en el sur de Francia, o en la Catalunya Nord, como quieren los que llevan tres siglos montados en la misma noria. Otro espectáculo más. Volarán las banderas de miles de catalanes oprimidos llenando el cielo francés de estrellas que iluminarán las portadas de los periódicos españoles y alguna página interior de algún periódico extranjero  repitiendo, por enésima vez, que los catalanes piden libertad para auto determinarse.

Y mi memoria me devolvió otro recuerdo que vive conmigo, que no se deja olvidar, que no olvidaré hasta que me vaya a la otra dimensión. Volverán banderas victoriosas…me cantaba mi madre con el mismo entusiasmo con que me cantaba ¡Arriba parias de la tierra. En pie famélica legión!   Mi madre no distinguía entre azules y rojos. Tenía once años. Cantaba las canciones que oía a los unos y a los otros para paliar el terror cuando caían las bombas en la calles de Madrid y ella corría con su madre hacia el refugio.

Banderas con yugo y flechas, esteladas, con hoz y martillo, rojigualdas con o sin águila, qué más da. Las banderas han servido desde siempre para lo mismo: identificar y separar a los nuestros de los otros; identificarse para saber quién es el enemigo que se debe aplastar y evitar que un amigo se confunda y te aplaste.

Las banderas se me confunden en los giros de mi bucle. Veo miles de rojigualdas en un mítin de los actuales salvadores de la  unidad de la patria y la memoria me devuelve una imagen que hace muchos años fue reconstruyendo mi imaginación mientras me la describía William Schirer en su libro sobre el Tercer Reich. En una aciaga noche berlinesa, bajo la ventana del hotel donde vivía el periodista americano, desfilaban las tropas nazis con antorchas, y miles de banderas con esvásticas negras presagiaban el incendio de toda Europa. La descripción de ese desfile me hizo vivirlo  en mi imaginación como si lo estuviera viendo y compartí el miedo de Schirer y el de tantos que debían haberlo sufrido aquella noche.

La noche del viernes, miles de británicos celebraron el triunfo de su retorno al insularismo ondeando la Union Jack. La Gran Bretaña volvía a ser libre, gritaban, libre de Europa. Y otra vez la memoria se me fue sesenta y un años atrás cuando aterricé en un país que se llamaba Estados Unidos de América, en un colegio en el que las clases empezaban  por las mañanas con todas las alumnas de pie y con la mano derecha puesta sobre el corazón jurando lealtad a la bandera. Me aprendí el juramento enseguida. A los diez años se aprende cualquier cosa. A los setenta y uno, cualquier cosa pone a trabajar la memoria como si se apretara un botón. Pero la memoria no responde con la precisión de un ordenador; responde como le da la gana con lo que le da la gana. La noche del viernes, la mía me amargó con la cara de Boris Johnson coronada por una maraña de pelos rubios, como si en el Reino Unido no hubiera peines ni gomina, y a esa cara se superpuso la de Donald Trump, con sus muecas histriónicas, coronada  con los pelos largos color de Johnson que cubren su cabeza monda y lironda. Los dos tenían cara de amenazadora mala leche. Los dos pregonaban la grandeza de sus respectivos países dispuestos a cegar al mundo con el resplandor de su gloria. Lo más aterrorizador eran las palabras de Boris Johnson en el discurso en el que anunciaba la ruptura del Reino Unido con Europa. “Este es el amanecer de una nueva era”, dijo. Esas palabras me recordaron la exclamación de Miranda en La Tempestad  de Shakespeare: “¡Oh, espléndido mundo nuevo, que alberga tan maravillosas criaturas», (traducción de Luis Miracle). Las criaturas que Miranda consideró maravillosas eran unos náufragos movidos por la ambición, el odio, la traición, las tentativas de asesinato.

No pude más, y como mi memoria entendió que no podía más, tuvo a bien aliviarme con el recuerdo de una chirigota de Cádiz cuyo vídeo me hizo más llevaderas las preocupaciones, hace unos días, en Twitter. Aparece un grupo de personajes esperpénticos con disfraces horripilantes exhibiendo la historia de la humanidad, desde una momia egipcia hasta Napoleón, pasando por todo lo imaginable en la pesadilla  de un historiador trastornado. Cantan a la bandera, a la gloriosa rojigualda con la que últimamente intentan conquistarnos y amenazarnos los del partido de los machos muy españoles y sus acólitos. Cantan, “…Cuando te echen de tu casa, acampa con la bandera…Cuando te falte hasta el pan, bandera vuelta y vuelta pa’ almorzar y pa’ cenar.”

Amanecí en Orán, ciudad sembrada de ratas muertas, víctimas de sus propias pulgas, y de ratas vivas empeñadas en contagiar su muerte; ratas que un día llevaron a aquel Orán el amanecer de una nueva era de terror, de odio, de sálvese quien pueda.

¿Por qué ocurrió aquello? ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué seguimos girando por los siglos de los siglos en el mismo bucle de dolor como si no supiéramos vivir de otra manera? Otra vez mi memoria salta por sus fueros. Ahora me lleva a un colegio de Caracas. Todas las niñas estamos formadas en el patio cantando el himno nacional. Me vuelve un verso, “…el vil egoísmo que otra vez triunfó”. Esa parece ser la respuesta que lo explica todo.

Cuando me tocó cantar aquello, Venezuela se había librado hacia poco de un dictador y estrenaba democracia. ¿Dónde está ahora? ¿Cómo? El país cuya bandera juraba yo respetar cada día me enseñó que el honor, la honestidad eran valores fundamentales que una persona no podía traicionar sin traicionarse a sí mismo. Hoy tiene como presidente a un individuo sin valor moral alguno y el Senado impide que se le juzgue porque los senadores de su partido han renunciado a sus principios. ¿Y Johnson? Le quedan varios años para hacer con sus votos lo que le salga del pelo. Mientras consiga mantener deslumbrados a los británicos con la gloria de su imperio insular,  seguirá conservando la adhesión de la mayoría de sus patrióticos votantes. ¿Y en el resto de Europa? Está por ver. Hace un tiempo la peste se desató en Hungría, en Polonia. Italia pareció superarla hace poco, pero, ¿le durará la buena salud?      

La salud de Europa, del mundo más o menos democrático, depende de los votos de analfabetos políticos a los que las banderas emocionan y engañan; dependen del entendimiento de Mirandas hembras y Mirandas machos que al ver tipos fornidos y osados, dispuestos a cargarse a emigrantes indigentes, a mujeres indefensas, a toros, a perros y a cuanto bicho se les ponga por delante siempre que lleven cargados sus puños y sus fusiles, exclamen:  “¡Oh, espléndido mundo nuevo, que alberga tan maravillosas criaturas».

En Europa, en el Reino Unido, en América, en España, esas maravillosas criaturas esconden bajo sus pelos y sus barbas las malas pulgas que desataron la peste en Orán, en todos los alegóricos Orán hoy sometidos al vil egoísmo del dinero. ¿Tendrá remedio la epidemia? ¿Podrá detenerse antes de que acabe con nuestra civilización transformando el mundo en un campo de guerra inhabitable? Para no abandonarnos a la desesperación, hay que recordar una conclusión de Camus a su Peste: “En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

Creamos, pues, en el hombre, macho y hembra, y sigamos trabajando por él, por ella, por nosotros. Despreciemos a las ratas hasta hacerlas volver a sus madrigueras.   

A la pesca de analfabetos

La cifra de analfabetos en España y en cualquier parte del mundo es engañosa. Se refiere a las personas que no saben leer ni escribir. Pero el analfabetismo puede entenderse también, en sentido amplio, como la incapacidad de comprensión de textos, manifestaciones culturales, cualquier área de la realidad, en fin, que requiera comprensión intelectual. A quien adolece de esta incapacidad se le llama analfabeto funcional. Es decir, que hoy se consideran diferentes tipos de analfabetismo en sentido más amplio que el estrictamente etimológico. El catedrático Pérez Royo, por ejemplo, calificó hace unos días a Pablo Casado de analfabeto jurídico por su desconocimiento de la Constitución y otras leyes o su incapacidad para comprenderlas.

En este sentido puede decirse que analfabetos de todo tipo hay millones de millones en el mundo, en todos los países, desarrollados o no. Porque el analfabetismo en sentido estricto se debe a circunstancias externas que impiden a las personas aprender a leer y escribir; la pobreza que obliga a los niños a trabajar, la falta de colegios. Pero la causa principal de otras formas de analfabetismo procede de la voluntad de la persona; falta de curiosidad, falta de interés por conocer y aprender. De hecho, esta es la causa de que la mayoría de la población mundial pueda considerarse analfabeta política.

A la mayoría no le interesa la política porque asume que paga con sus impuestos a quienes trabajan administrando los recursos del país y que no tiene por qué dedicar tiempo y esfuerzo a controlar ese trabajo porque ya lo controla votando cada vez que llaman a elecciones. Esa delegación absoluta de responsabilidad, esa indiferencia hacia la administración pública de sus asuntos, hace que la mayoría ni siquiera se pregunte cómo va a poder un analfabeto político elegir correctamente a sus gobernantes y administradores. El analfabeto político vota con el mismo criterio con el que un analfabeto a secas elegiría la foto que más le gusta en una revista. De lo que lógicamente se deduce que el analfabetismo político es el mayor peligro al que se enfrentan los ciudadanos de un país, que son los que, analfabetos políticos o no,  sufren o disfrutan las consecuencias de las acciones de los políticos.

Partiendo de la certeza de que la mayoría adolece de analfabetismo político, los asesores de comunicación de todos los partidos procuran que las ideas y argumentos que deben repetir los líderes se reduzcan a una serie de conceptos elementales de fácil comprensión. Los conceptos y el modo de comunicarlos se diferencian según  la ideología, la mayor o menor habilidad de los líderes para comunicar las ideas, su mayor o menor o nula honestidad. O sea, que esos conceptos elementales que el líder comunica para que se entiendan pueden ser verdades que la realidad corrobora, medias verdades que la realidad puede corroborar en parte o no y medias mentiras o  mentiras flagrantes con toda la intención de engañar.

Además de este truco tan simple, el analfabetismo político de la mayoría de los votantes permite a los partidos incluir en sus listas a analfabetos de cualquier tipo con la certeza de que nadie les va a detectar. En España, los partidos presentan largas listas de diputados a elección. Unos pocos de los primeros son conocidos con currículums idóneos y unos pocos de los últimos son simplemente apretabotones para votar en un pleno. Y puede ocurrir que hasta los líderes máximos que se presentan como candidatos a presidentes del gobierno carezcan de la formación necesaria aunque tengan currículums inflados. Durante la campaña de las últimas elecciones, Abascal, por ejemplo, se negaba a  debatir o a contestar preguntas sobre cualquier tema político que requiriera conocimientos específicos. Lo suyo era arengar a sus huestes y criticar a los contrarios. Casado, en su desesperación  por hundir a los socialistas, les denunciaba por cualquier cosa y, si algún periodista le pedía alguna explicación,  se metía en selvas intrincadas de las que no podía salir por desconocer el camino. Rivera copiaba un poco de los dos.

Sabiendo que los analfabetos políticos no podrán descubrir los puntos débiles de sus ideas, la falsedad de sus promesas y su propia incapacidad, los populistas se lanzan a la arena de las elecciones utilizando ideas y promesas con fines exclusivamente estratégicos. ¿Pero qué significa, en realidad, ser populista?

El término populismo, generalmente utilizado en sentido peyorativo, hoy se confunde y hasta se cuestiona su validez porque hay populistas de derechas y populistas de izquierdas y es muy difícil atribuirles características que los distingan. Para evitar confusiones, podría decirse que populista es el político de cualquier signo que se dedica, con todas sus artes, a pescar analfabetos políticos, utilizando como anzuelo cualquier cosa que pueda interesar al  bolsillo de los susodichos o que pueda agitar sus glándulas.

Las circunstancias  han hecho proliferar populistas en todas partes y España no se ha podido librar de la plaga. De hecho, políticos que hasta hace poco se consideraban  serios, preparados y tal vez honestos  se han desmelenado  para captar votantes, renunciando  a toda mesura hasta el punto de delatar su propio analfabetismo. En las pasadas elecciones, por ejemplo, hubo personas sensatas que siempre habían votado al Partido Popular, a quienes los despropósitos de su candidato dejaron boquiabiertos, ojipláticos y desconcertados. Una persona puede ser políticamente analfabeta, pero intelectualmente capaz en otras áreas.

De pronto se hizo imposible comparar los programas de los partidos conservadores con los de las izquierdas porque en los discursos de los líderes de las derechas no aparecía programa alguno; se hizo imposible comparar argumentos porque sus candidatos a presidente y otros líderes  no debatían los argumentos del adversario, se limitaban a insultar y difamar.

Pablo Casado se convirtió, a todos los efectos, en un simple pescador de analfabetos políticos que soltaba cualquier disparate que se le pasara por el magín con el único propósito de captar votos. Se había metido en su caladero un intruso con artes mucho más peligrosas y sin ninguna contención, dispuesto a llevarse en sus redes a todos los analfabetos políticos aburridos de los anzuelos tradicionales. Y Pablo Casado se aterrorizó.

Vox irrumpió en el caladero exhibiendo un poderío que impresionó a todos. El pánico se apoderó de las otras derechas ante el pirata que les disputaba su cardumen,  y en vez de intentar vencerle, Casado y Rivera intentaron superar sus artes. Como consecuencia de esa guerra entre matones, la política perdió su identidad y los discursos se transformaron en una guerra a muerte contra el adversario socialista, que las encuestas señalaban como ganador, utilizando toda suerte de trucos y trampas para hundirle.

Si esta guerra se hubiera limitado al período electoral, ahora solo cabría comentarla como un triste episodio más en la multimilenaria historia de la ambición. Pero las elecciones concluyeron y los analfabetos políticos eligieron a quienes les habían ofrecido el espectáculo más divertido. Como para gustos, los colores, el Parlamento se llenó de colores varios.  La prensa se deshizo en elogios a la diversidad de partidos porque eso era bueno para la democracia, dijeron los opinantes. Pero en cuanto empezaron los discursos de las derechas en el debate de investidura, la política desapareció.  Hasta un analfabeto político puede comprender que si quienes se eligen para administrar un país en favor de los ciudadanos dedican su tiempo a inventar estrategias, trucos y trampas para destronar al adversario, el país, es decir, los ciudadanos tendrán que resolver los asuntos públicos con sus impuestos sin que el Estado les devuelva el esfuerzo resolviendo los suyos.

Entonces, ¿qué ha pasado con la política? Gracias a que en España el número de analfabetos políticos que votan al anzuelo que más les  gusta aún no llega a mayoría,  la política está trabajando en La Moncloa, en los ministerios, en las autonomías, en los ayuntamientos gobernados por políticos que saben lo que es la política y se ganan el sueldo con su ejercicio.  Mientras los opinantes dedican horas a discutir si Ábalos se entrevistó con la vicepresidenta de Venezuela y Pedro Sánchez no quiere entrevistarse con Guaidó y  las derechas van a recibirle en actos multitudinarios y a regalarle la llave de Madrid,  hoy hay políticos echando horas a documentos y cuentas para paliar el sufrimiento de los damnificados por el Gloria. Los mismos políticos que se recalientan el cerebro por subir pensiones y salarios sin aumentar déficit y deuda. Los mismos políticos que no tienen tiempo para concebir estrategias, trucos y trampas que les permitan pescar analfabetos.

Tal vez los últimos disparates de las derechas, que hoy aparecen en prensa y redes, convenzan a muchos analfabetos políticos para que se interesen un poco más en los asuntos de los gobiernos que atañen a la vida de todos. Tal vez en las próximas elecciones haya muchos ciudadanos más capaces de identificar los anzuelos y de no dejarse pescar.  ¡Ojalá!

La religión en política. Otra blasfemia

Las tres derechas han regalado a los medios otra minita; el llamado “pin parental”. Como si fuera una venganza contra Teruel Existe por haber votado a favor de la investidura de Pedro Sánchez, los partidos defensores de las tradiciones, relegados por el socialismo del PSOE y el comunismo de Podemos a la categoría segundona de oposición, han conseguido eclipsar el protagonismo de Teruel situando  a Murcia bajo el foco de la atención mediática; buena recompensa por haberles llevado al poder en esa comunidad. Desde ese punto del territorio patrio que solo llegaba a los medios por la emigración, las comidas anuales que preparaba un personaje político, las sequías, las inundaciones y algún suceso, la inefable ultra derecha españolísima ha lanzado una bomba cuya onda expansiva afecta hasta el último rincón del país  con la intensidad universal que solo provocan las cosas de Dios. Dios ha hablado por boca del gobierno nacional católico de Murcia, y España entera escucha y comenta, estupefacta.  

¿Dios?, pero, ¿qué Dios? Dioses ha habido siempre muchos desde que los hombres decidieron recrear a su creador a imagen y semejanza suya. Naturalmente, esos dioses recreados han exhibido siempre las cualidades de sus creadores en grado superlativo, sobre todo, la mala leche.  Desde los dioses que exigían sacrificios humanos hasta los que premiaban el uso de la mayor fuerza física eliminando enemigos, sometiendo al más vulnerable, esclavizando a la mujer, el creador de todo lo creado, recreado este a su vez por el capricho de los hombres, se ha distinguido siempre y en todas partes por cualidades antropomórficas como la soberbia, la intolerancia, el odio y otras que persiguen aplastar al más débil, hacerle la vida imposible o quitarle la vida de una vez.

¿Qué relación establece el ser humano con esos dioses? Los teólogos y otros entendidos han discutido y siguen discutiendo la etimología de la palabra religión. Esas discusiones no interesan al lego. La persona común y corriente que observa la religión como parte de su cultura, de sus tradiciones y, muchos, como exigencia de su grupo social, raras veces, si alguna, la asocia a su relación individual con el ser que llama Dios. La religión suele ser para esa persona una cosa y lo que quiera que sea Dios, otra.    

Las relaciones que han establecido los creadores de dioses con la criatura que llaman Dios, han dependido siempre de la psicología particular de esos creadores y de su influencia sobre el grupo al que han logrado imponer sus creencias y determinar sus costumbres; creencias y costumbres que con el tiempo se convierten en tradiciones que determinan, de diversos modos, la cultura de un grupo humano. Pero por encima de todas las diferencias culturales, hay en todos los  grupos un motivo común que les liga al Ser Supremo que llaman dios. Dios, el dios de cada grupo, se concibe y se adora como salvador; salvador contra todo mal, contra toda amenaza: salvación contra el mismo miedo. «»Mi amparo, mi refugio, mi Dios, en quien yo pongo mi confianza…El te librará del lazo del cazador y del azote de la desgracia… No temerás los miedos de la noche ni la flecha disparada de día», dice el Salmo 91, por ejemplo. Evidentemente, la relación que estos seres humanos establecen con los dioses creados a su imagen y semejanza es una relación de interés. La religión viene a ser, según esta evidencia, un religarse a un dios providente; un dios al que encomendamos la satisfacción de nuestras necesidades, nuestro  bienestar y el de quienes nos importan, para que nos proteja y nos provea de lo que nos parece que necesitamos. Creer en un Dios que no dé nada exige una capacidad de abstracción de la que carece la mayoría. En cuanto a los que desde siempre se han arrogado una posición privilegiada de intermediarios entre sus dioses y los fieles, su particular relación con el dios que dicen representar también se funda en el interés. De ese dios dependen sus privilegios y su poder sobre el grupo de creyentes.

¿Y qué tiene todo esto que ver con lo del “pin parental” que Vox ha ordenado establecer en los colegios de Murcia? Vox y los partidos que deben obedecer sus directrices para conservar el poder que le dan sus votos han decidido exigir a los directores de los centros educativos que informen a los padres previamente sobre cualquier materia que afecte cuestiones morales “socialmente controvertidas o sobre la sexualidad que puedan resultar intrusivos para la conciencia y la intimidad de nuestros hijos de tal modo que como padre o madre pueda conocerlas y analizarlas de antemano, reflexionar sobre ellas y en base a ello dar mi consentimiento o no, para que nuestro hijo asista a dicha formación”. (El redactado y los errores gramaticales no son míos).

El asunto ha obligado al PP a redactar un argumentario para justificar su aprobación; argumentario que durante toda la semana han estado repitiendo los cargos del PP con voz  pública y que resumen las palabras de su secretario general. Dijo García Egea: «Vamos a rechazar el adoctrinamiento y apoyar la libertad de los padres para elegir la formación moral, y por su supuesto, la religiosa (de sus hijos)» Casado puso su rúbrica con una afirmación lapidaria: “Mis hijos son míos y no del estado”. ¿Y la otra derecha? Ciudadanos, como siempre, sigue intentando convencer al personal de que no está de acuerdo con Vox, de que no tiene nada que ver con Vox, de que acepta las exigencias de Vox solo porque sin los votos de Vox no podría gobernar en ninguna parte. En Murcia, por ejemplo, ha votado a favor de las directrices de Vox. Vox ya ha avisado que se preparen los colegios de Andalucía y de Madrid.

Van a apoyar la libertad de los padres para elegir la formación moral y religiosa de los hijos, dicen las derechas. O sea, que los padres van a decidir los valores que determinarán el criterio de sus hijos durante toda su vida. O sea, que si los valores morales que determinan el criterio de los padres contradicen los que el ser humano ha ido descubriendo a lo largo de siglos de evolución, los hijos tienen que ser educados según esos valores infrahumanos y nadie lo puede impedir. ¿Por qué? Porque los hijos son propiedad de los padres, dicen Pablo Casado y los suyos.

Porque los hijos son propiedad de los padres, los padres tienen derecho a educarles en el rechazo a la homosexualidad y a los homosexuales; en la defensa de la supremacía de los hombres sobre las mujeres; en la aversión a los inmigrantes de otras razas y de religión distinta a la católica. Porque los hijos son propiedad de los padres, que nadie intente adoctrinarles sobre la tolerancia, valor esencial para vivir en paz; que nadie intente adoctrinarles sobre la igualdad de todos y el respeto al más débil, esencial para la convivencia en una sociedad humana; y, sobre todo, que nadie intente adoctrinarles sobre la libertad de elegir el modo en que han de relacionarse con Dios o elegir no creer en la existencia de Dios o creer y no querer relacionarse con Dios en absoluto. Porque los hijos son propiedad de los padres, hay que respetar la libertad de los padres para hacer con ellos lo que los padres quieran. ¿Y si lo que quieren causa un daño a los hijos? Nadie tiene derecho a inmiscuirse porque inmiscuirse es atentar contra la libertad de los padres reconocida por la Constitución.

Otra vez la falacia de la España una, grande y libre; sobre todo, libre por ser fiel a los valores de la tríada carlista: Dios, patria y rey; un rey garante de la uniformidad de la patria; una patria concebida como el territorio en el que habitan los fieles a una religión única; un Dios creado para proteger los privilegios de una clase superior convenciendo a los inferiores de la necesidad de su pacífica servidumbre para alcanzar la felicidad de la gloria eterna reservada a los pobres obedientes.       

Quienes creen en el Creador según el relato simplicísimo del primer capítulo del Génesis: en el Creador que creó al ser humano, macho y hembra, a su imagen y semejanza, para que, a su semejanza continuara creando todo aquello que Dios vio que era bueno; esos creyentes no aceptan falacias malignas; esos creyentes no votan a Vox ni a partido alguno que se le parezca. Para esos creyentes, recrear a Dios a imagen y semejanza de quienes le quieren para obtener, justificar y conservar sus privilegios y su poder, es una blasfemia.