De la posverdad a la poshumanidad

Pablo Casado en el Cogreso de los Diputados defiendo su pacto con la ultraderecha VOX

18 de abril de 2021 – María Mir-Rocafort

El fallecimiento de Felipe, Duque de Edimburgo, me ha devuelto a Inglaterra. El viernes, después de un día muy agitado por problemas personales, mi mente me recomendó distracción y mi memoria me sugirió que volviera a ver y oír el vídeo de la vida de Vera Lynn, la que fue la cantante estrella más brillante del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial y siguió siéndolo hasta su fallecimiento en junio de 2020 a los 103 años. ¿Qué tiene que ver esto, aparentemente tan lejano en el espacio y el tiempo, con nosotros? Todo. En 1944, Vera Lynn, en la cúspide de su carrera teatral y radiofónica, eligió cantar para entretener a las tropas británicas que luchaban en el frente, pero no en Europa, en Birmania, entonces bajo un bombardeo brutal de los japoneses. Con un calor insoportable que impedía maquillarse y vestirse como para un escenario, Vera Lynn cantó para los chicos que estaban arriesgando sus vidas en aquel infierno, vestida como una de ellos. ¿Por qué lo hizo? Por fama o dinero, no, ya los tenía. Lo hizo por humanidad. Y lo de la humanidad parece hoy más lejano que todo aquello. Hoy una pandemia nos amenaza; nos amenaza con algo peor que cualquier guerra. Nos amenaza con convertirnos en bestias habitantes en cavernas previas a la aparición de seres humanos sobre la tierra.

Después de la muerte de miles de compatriotas que no han tenido ni la esperanza de refugiarse de las bombas en alguna parte, como en la Guerra civil; después de más de tres millones de compatriotas enfermos de la pandemia temiendo por sus vidas; después de más millones temiendo por las vidas de los seres que aman, hoy una oposición infrahumana chilla mentiras, insultos y disparates pregonando al mundo entero que las personas no importan. Uno ve y escucha con atención la última intervención de Pablo Casado y Santiago Abascal y otros de las derechas en la comparecencia del gobierno en el Congreso de esta semana y se pregunta, ¿qué quieren, una guerra? ¿No tienen bastantes muertos?

No tienen bastantes muertos. La fijación en las mentes de las derechas es ganar elecciones porque solo teniendo diputados pueden recibir subvenciones suficientes del estado para sobrevivir. Se entiende que eso pase en todos los partidos en otras circunstancias, pero que en estos momentos, cuando cientos de miles se mueren de la enfermedad y millones malviven de miedo y de angustia, ¿no hay un ápice de humanidad en las derechas que les haga olvidar sus cuentas por un momento y pensar en los seres humanos que sufren? El miércoles, Pablo Casado chillaba insultos y mentiras en la tribuna del Congreso.¿Para quién? Para el presidente del Gobierno no sería porque ya sabe que Pedro Sánchez no hace ningún caso a sus disparates. ¿Para quién, entonces? ¿Para quienes se han tragado que la verdad es algo obsoleto, superado; que vivimos en la época de la posverdad?

¿Qué es posverdad? Si alguien no entiende todavía el palabro, posverdad es lo que viene después de que la mayoría haya tragado que los hechos no tienen importancia, que tienen importancia las emociones y las creencias de cada cual porque son lo que conforman a la sociedad. O sea, que en vez de un análisis racional de la realidad, vivimos en una era en la que cada cual puede pensar y sentir lo que le dé la gana, afecte a quien afecte; aunque le haga un daño insuperable a las personas que le importan o a sí mismo. ¿Y quién ha metido semejante disparate en las mentes de la mayoría? La prensa, convencida de que es el cuarto poder y de que su función no es informar sino crear opinión en las mentes desinformadas. O sea, que primero desinforman y después convencen de lo que les interesa convencer.

De alguna manera que escapa a cualquiera que esté en su sano juicio, la prensa ha convencido y sigue convenciendo a los posibles votantes de que hay que votar por las derechas en Madrid. ¿Por qué? Porque la prensa son empresas y la empresas le temen al socialismo. No por miedo al comunismo que robó todo lo privado y fracasó hace muchos años. El terror al comunismo que las derechas pretenden instilar es como el terror a ETA que hace diez años que no existe. Porque no es ETA ni el comunismo lo que las derechas utilizan para espantar votantes, es el miedo lo que intentan instilar en todos sus discursos porque el miedo es una emoción que se mete en el cuerpo de los desinformados de modo más intenso que cualquier hecho, que cualquier verdad.

¿Y cómo convence la prensa de que los discursos de las derechas dicen la verdad? Isabel Díaz Ayuso o sus asesores comprendió o comprendieron la verdad del sobadisimo dicho de que una imagen vale más que mil palabras. ¿A quién le importan las palabras en la era de los emoticones, las abreviaturas, las pantallas vibrando con imágenes impactantes? Un posado convence muchísimo más que un discurso y por eso no hay discurso que supere a la presidenta llorando lágrimas negras por las víctimas del Covid en una catedral. ¿Y los miles de ancianos muertos por no llevarles a un hospital porque, al fin y al cabo, eran viejos muriéndose de viejos? Ancianos. Miles. Muertos. ¿A quién impresionan esas palabras si no llegan al alma con sus caras, con sus expresiones de dolor y abandono mientras veían llegar a la muerte en la soledad de sus camas de residencia? Nadie tiene por qué sentirse culpable si a los verdaderos culpables les desea un destino igual.

¿Y no sienta mejor la posverdad en un tiempo en el que la realidad se ha vuelto insoportable alterando el equilibrio de las mentes, amargando las almas? La posverdad, es decir, las emociones que no pasan por el filtro de la razón, es cosa de animales, de seres primitivos. Si la sociedad renuncia al uso de la razón, renuncia a cualidades propiamente humanas; renuncia a la más humana de todas, la empatía. Esta semana se ha juzgado en Estado Unidos a un policía que asfixió a un hombre apretando su cuello con su rodilla durante nueve minutos; se juzgará a otra policía que mató a un hombre desarmado dentro de su coche disparándole con su pistola; se jugará a otro policía que mató de un disparo a un niño de trece años que iba desarmado. Esta semana, en Estados Unidos, un hombre mató con un rifle automático a ocho personas e hirió a muchas más. Estos individuos que ejercieron sobre los más débiles el poder de su fuerza hasta quitarles la vida carecían de empatía; es decir, no eran seres humanos. Las mentiras inhumanas que nos han conducido a la posverdad son vehículos de trayecto rápido y directo a la poshumanidad. ¿Es eso lo que queremos? ¿Un mundo de salvajes en el que nuestros hijos tengan que vivir una vida mucho más peligrosa, terrorífica, inhumana de la que nos tocó a nosotros?

El viernes me dejé consolar por el recuerdo de una mujer que renunció a la comodidad de su casa y su familia por ir a consolar a unos hombres que se jugaban la vida para que sus compatriotas pudieran vivir en un país humano. Cada semana, su voz sonaba en las radios de las casas y hasta del frente despidiendo su programa en la BBC. Cantaba bien, muy bien, pero cuando su edad ya pasaba de la centena y su garganta ya no podía cantar, Vera Lynn esperaba su viaje al otro mundo pletórica de humanidad y segura de que allí encontraría a todos los que anhelaba encontrar. El viernes volví a ver a todos los que esperaban con ella lo mismo; a aquellos que con ella habían cantado, en aquella pandemia de dolor, «Volveremos a encontrarnos otra vez». Que la canción nos llegue al alma y nos llene de la emoción más positiva, la esperanza; la esperanza de ser cada vez mejores, por ser cada vez más humanos.

18 de abril de 2021 – María Mir Rocafort

¡Ay, si los pobres votaran!

Protesta de Organizaciones sociales ante la sede del área de Familias, Igualdad y Bienestar Social porque «Madrid pasa hambre»
(expresión simbólica de la enorme carencia y precariedad que está sufriendo una gran parte de la sociedad madrileña).

26 de abril de 2021 – María Mir-Rocafort

«Si dais la impresión de necesitar alguna cosa, no os darán nada; para hacer fortuna es preciso aparentar ser rico», escribió Alejandro Dumas padre. La frase suena a cinismo, pero no se la puede calificar de totalmente falsa. Son muy pocos, poquísimos los que dan algo a un pobre que sea y parezca pobre. Un pobre, una sola persona pobre, sólo importa a los suyos porque los demás ignoran su existencia. Ciertos grupos de pobres cuentan con la ayuda de organizaciones caritativas dedicadas a ayudar a determinados grupos de pobres, pero un solo pobre vive en las tinieblas de la más absoluta soledad; la soledad de los ignorados. ¿Por qué les ignoran los que no son o no se consideran pobres? El fenómeno tiene varias explicaciones según se observe bajo el prisma de la psicología, de la sociología, de la economía o de la política, pero una explicación terrible  sobresale en todos los campos: al ser humano no se le ha valorado en cuanto tal, en sí mismo, por ser simplemente un ser humano; por ser simplemente un ser humano, no se le ha valorado jamás. Al homo sapiens primitivo se le valoraba por la fuerza. Hasta que se inventó el dinero y al dinero se dio todo el valor, todo el poder.  El dinero transformó al ser humano en una entelequia en el sentido vulgar del término; en una cosa irreal, y esa cosa irreal tiene que vivir luchando, de un modo u otro, por obtener el dinero necesario para sobrevivir. 

Solo, ignorado, el pobre sobrevive con el mismo grado de esfuerzo que su antepasado de las cavernas; sólo han cambiado las formas.  A alguno le sirve la fuerza física, como al primitivo, si consigue el dinero necesario para sobrevivir recogiendo fruta  o limpiando casas o aguantando las inclemencias en una patera hasta llegar a algún puerto, por ejemplo, o trabajando en cualquier cosa las horas que hagan falta para pagarse techo y comida. Quien no cuente con ninguno de esos medios, necesitará fuerzas, de todos modos, para hacer cola en cualquier parte en la que estén dando ayudas. El pobre sabe y acepta que no es nadie en parte alguna como no eran nadie en las tribus primitivas los individuos débiles que no tenían nada comestible que aportar, como no fueran sus propios cuerpos. Que en aquellos tiempos nadie reconociera el valor  metafísico del ser humano resulta comprensible, ¿pero a qué se debe que no lo reconocieran todos más tarde, cuando ya lo habían descubierto la filosofía y la religión? ¿A qué se debe que aún no lo hayan descubierto, sopotocientos siglos después, los millones de individuos que veneran libros que consideran sagrados en los que Dios mismo declara que los seres humanos fueron creados por Él y que todos son, por lo tanto, sus hijos? ¿Alguien se pregunta cuántos hijos de Dios, o simplemente de otro ser humano, mueren al día por falta de dinero para comprar comida o medios para cultivar la tierra que les podría alimentar? ¿Alguien se pregunta qué puede hacer para evitarlo más allá de dar una limosna para aliviar su conciencia o de plantearse preguntas y condenas estériles?  

Algunas preguntas con sentido ligeramente análogo surgen de vez en cuando y hasta parece que encuentran respuesta. En una democracia, por ejemplo, los pobres pueden vivir sabiendo que un día, cada algunos años, su esperanza amanece como un sol, radiante; es el día en que empiezan las campañas electorales y a los ignorados se les saca de la oscuridad de sus vidas para protagonizar los discursos de los políticos; todos ellos ricos y famosos. De pronto, esos ricos y famosos les reconocen, les dan la mano, se hacen selfies con ellos y, lo más importante, reconocen sus necesidades y prometen todo lo necesario para cubrirlas. Sanidad y  educación públicas, salarios mínimos garantizados, en fin,  todo lo que disfrutan los ricos se convierte en promesas, y si el pobre quiere disfrutar de la fiesta, se las tiene que creer. Pero es precisamente  durante la fiesta de las campañas electorales y, sobre todo, en el día crucial de las elecciones, cuando se revela con todo su horror una realidad monstruosa. Si terrible es que a un ser humano no se le haya valorado nunca como tal, lo insuperablemente atroz es que un pobre no se valore a sí mismo como ser humano y acepte la condición de nadie que le ha conferido la sociedad por carecer de dinero.  

En una democracia, el único poder que se concede a los pobres es el de votar. Sin embargo, dicen las estadísticas que son los pobres los que menos votan. ¿No saben que de su voto dependen las promesas que pueden transformar su vida? O no lo saben o no se las creen o se han acostumbrado a ir arrastrando los pies por la vida luchando de día en día por lo imprescindible hasta verse sin fuerzas ni ganas de hacer nada más. ¿Cuánta energía consume la angustia que a un pobre le causa ver su nevera, la nevera de su familia, vacía, por ejemplo? Cerrar esa nevera sin saber cómo volver a llenarla puede quitar a un ser humano hasta las ganas de vivir. ¿Cómo va a reflexionar un pobre sobre las promesas que hacen los políticos? ¿Cómo va a informarse sobre la trayectoria del político que promete, para juzgar si sus promesas son creíbles o no? ¿Cómo culpar al pobre si decide no votar? 

La cuestión es que, ante la disyuntiva de votar o no votar, las razones y la culpa y cualquier otra consideración abstracta importan un carajo.  El político honesto, creíble y, además, inteligente, tiene que saber  que al pobre no se le puede inducir a votar con monsergas; que para convencer a un pobre de que vote, lo primero que tiene que hacer un político honesto, creíble y, además inteligente, es decir, un político humano, es cargarse de empatía y decirle, sin rodeos ni florituras, la verdad. Y la verdad es, simple y llanamente, que si los pobres no votan serán gobernados por políticos que solo cumplen las promesas que les hacen a los ricos porque saben que los ricos no dejan de votar. A esos políticos a los que académicamente se llama conservadores o hasta liberales para que la gente les confunda con amantes de la libertad, son protegidos de quienes viven para proteger su capital. Las necesidades de los pobres es un asunto que a este tipo de políticos se la trae al pairo. Solo se acuerdan del pobre y de lo que el pobre necesita durante la campaña electoral.  Por lo tanto y dada esa circunstancia muy fácil de entender, no votar es votar por quien utilizará el estado para proteger a sus protectores. Por lo tanto y dada esa circunstancia muy fácil de entender, el pobre que no vota renuncia a cualquier ayuda del estado que pueda necesitar. Aquí cabe una paráfrasis de la sentencia de Alejandro Dumas padre: «Si necesitáis alguna cosa del estado, los políticos conservadores no os darán nada; para que os hagan caso es preciso que aparentéis ser ricos«.  ¿Y cómo puede un pobre aparentar riqueza? Imposible. Por eso hay que repetir y repetir y repetir para que no se olvide, que el único poder que en una democracia tiene un pobre es el poder de votar. 

Hoy ya saben todos, los ricos, los medio pobres y los pobres; saben todos porque ha salido en radio y televisión, que el 4 de mayo lo que se juega en Madrid es la democracia, esa forma de gobierno que confiere a todos el poder del voto, un voto que va a decidir si se entrega el gobierno a los políticos comprometidos con quienes anteponen el dinero a cualquier otra consideración o si se entrega a los políticos comprometidos con el bienestar de todos los ciudadanos. 

La elección esta vez no puede ser más fácil.  Por un lado, pide el voto el PP, un partido que lleva 26 años robando el dinero que los más vulnerables necesitaban para vivir como seres humanos; un partido condenado en firme por lucrarse con una trama de corrupción.  Ese partido no ha tenido empacho en comprometerse a gobernar con Vox si sus votos no alcanzan; otro partido que predica el desprecio y hasta el odio a los más vulnerables. Por otro lado, piden el voto el PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos, partidos que, en un puesto u otro, han demostrado anteponer el bienestar de todos los ciudadanos a cualquier otra consideración. 

Dicen las encuestas que gracias a los posados y las mentiras de la candidata del PP, que utiliza la libertad como anzuelo para pescar ilusos, ganará el partido corrupto y su socio camorrista y antidemocrático. Dice la realidad que los partidos democráticos comprometidos con la sociedad solo pueden ganar si votan los pobres. Esperando la fecha fatal, toda persona decente en Madrid y en todo el país tiene los nervios de punta y un suspiro en el alma: «¡Ay, si lo pobres votaran!».  

26 de abril de 2021- María Mir-Rocafort

Por tu Madrid, el que tú me dejaste.

Manuel Robles Delgado candidato del PSOE en las Elecciones de la Comunidad de Madrid de 2021

2 de mayo de 2021 – María Mir-Rocafort

El 4 de mayo hay elecciones en la Comunidad de Madrid. Claro que tú nunca supiste lo que eran elecciones. En la España que dejaste y de la que te exiliaste voluntariamente para siempre no dejaban votar. Por algún motivo, sentimental supongo, nunca quisiste renunciar a tu ciudadanía española y eso te impidió votar en el país en el que te exiliaste y viviste durante cuarenta y seis años. En ese país sí se votaba, pero tú nunca quisiste saber nada de política; para ti la política era sinónimo de guerra. Tu mente, tu memoria se quedaron para siempre en aquellos tiempos de sangre, de muerte, de hambre, de pobreza extrema que nunca pudiste olvidar hasta que el Alzheimer te libró del suplicio. A mi memoria, nada la ha librado aún de aquella guerra, de aquel Madrid que recorrí contigo cuando era muy, muy pequeña, siguiendo tus palabras por aquellas historias que tú me contabas y que yo creía cuentos como los de Cenicienta y Blancanieves, porque la realidad era  que me los contabas vestida con batas hermosas de seda, de tul.  No podía imaginar entonces que me estabas contando tu infancia, tan distinta a la mía gracias a tu esfuerzo. Gracias a tu esfuerzo estoy exprimiendo mi mente para contribuir, con lo ínfimo que puedo, a que el Madrid del día después de las elecciones sea como el Madrid que hubiera querido vivir contigo disfrutando tus últimos años en una ciudad libre, libre de pobreza, de desigualdad, de angustias como las que tú tuviste que pasar.

La cosa está muy mal, mamá. Hay una pandemia y la gente enferma a miles y muere a cientos. Me alegra que no estés en  Madrid. Hubieras tenido que volver a vivir lo peor viendo en la televisión y leyendo como miles de ancianos morían en las residencias ahogándose porque el gobierno les había prohibido el ingreso en los hospitales, donde al menos habrían  muerto con el alivio del oxígeno. Tú, tan empática, tan generosa y, al mismo tiempo, con tanto carácter, habrías rabiado como no quiero imaginarme ante tanta perversidad infrahumana.

Además de mucho enfermo, hay mucho pobre. En Madrid hay una gran desigualdad que con la pandemia ha empeorado porque mucha gente se ha quedado sin trabajo y sin ayudas; hasta los que tenían un pequeño negocio que han tenido que cerrar. Pero qué te voy a contar a ti de la pobreza, mamá. Con lo que ganaba tu madre de administrativa en la RENFE no alcanzaba para que tu hermana y tú pudiéseis comer bien. Tu hermana comía en el internado que pagaba la parte rica de la familia; tú tenías que recorrer calles sin fin hasta llegar a la Cruz Roja donde te ponían una inyección de vitaminas porque tenías anemia. ¿Ves cómo me acuerdo? Porque yo iba contigo, porque mi imaginación te seguía por todas aquellas calles de Madrid que tú me describías tan bien. ¿Pues sabes qué hacen ahora?  Grupos de gente de buena voluntad reparten bolsas de comida para los que no tienen, pero claro, hay que hacer unas colas muy largas porque de los que no tienen, hay muchos. Ya hubieras querido tú que hubiera habido colas de esas cuando eras adolescente. ¿Y sabes lo que dice la presidenta de Madrid? Que los que van a buscar comida son unos mantenidos. Me alivia pensar lo que le hubieras dicho tú a ella si se hubiera atrevido a decir en tu presencia algo así. 

En medio de este horror de enfermedad, pobreza y muerte, la presidenta de la Comunidad de Madrid dice que la libertad es divertirse y que en Madrid uno se divierte como en ningún lugar de España tomándose unas cañas en una terraza, no encontrándose con su ex. Ya, ya sé que tu alma ha pegado un respingo; mi alma lo pegó también cuando escuché el disparate. Recordé enseguida, entre otras cosas, que ya divorciada de mi padre, te alegraba muchísimo volver a verle y que con un desparpajo que no he olvidado jamás le preguntabas, «¿Me encuentras guapa, Pepe?» Mi padre te contestaba siempre que sí con una expresión que a mi me decía que lamentaba muchísimo que dos caracteres tan fuertes no hubieran podido congeniar.

Pero eso que te cuento no es lo peor, mamá.  La presidenta de la Comunidad de Madrid y otra que gobernará con ella si  los votos de la primera no le alcanzan para gobernar, dicen barbaridades de los pobres, de los emigrantes y, sobre todo, de sus adversarios de izquierdas. Ya sé que te di un disgusto cuando me negué en redondo a estudiar Derecho; ya sé que tenías muchas esperanzas depositadas en mí porque tenías buenas conexiones para enchufarme, pero aceptaste que me hiciera el mayor  en Ciencias Políticas aunque mi convicción socialdemócrata te sonara a ilusión de adolescente o a lo mejor porque pensar que pudiera meterme en política te recordaba lo peor.  Pues ya ves, uno de los pocos consuelos de mi vida me los han proporcionado mis convicciones de izquierdas. Ahora resulta que esas dos mujeres de derechas perdidas ponen a parir a cualquiera que entienda la política como gestión de los recursos para el bien de los ciudadanos, sobre todo, de los más débiles. La presidenta y su futura socia, si todo les va bien, relacionan a los de izquierdas a las huestes de Satanás. ¿Otro respingo, mamá? Pues a mi me ha dado la risa. ¿Te acuerdas de aquella noche en que me acompañaste a la cafetería de la universidad donde  los chicos y chicas de primero celebrábamos una fiesta informal de fin de curso? Las chicas decentes no podíamos salir de noche sin chaperona, qué tiempos. Hablando estabas con otras chaperonas y yo bailando en la pista con un compañero cuando se armó la de un saloon  de película del Oeste.  Los chicos empezaron a pegarse y todo tipo de proyectiles a volar. Unas compañeras chillaban y otras lloraban cuando de repente apareciste tú frente a mi. Seria como un juez, me miraste fijamente a los ojos y gritaste para que te escuchara en medio del vocerío: «¿A quién hay que pegar?» La sorpresa me dejó rígida y sin saber ni lo que hacía estiré el brazo y con un dedo señalé a uno de los chicos que no era de nuestro grupo. Allá fuiste tú, bolso en ristre, y qué ánimo tendrían tus bolsazos que el extraño salió de la cafetería por pies. Pocos minutos después escaparon todos los que se habían colado en la fiesta con la intención de reventarla. Seguimos bailando, bebiendo y  comiendo como si no hubiera pasado nada, pero en toda la noche no se habló de otra cosa que de tu carácter admirable y de tu mortífero bolso. Pues mira cómo estoy que, viendo el vídeo de un mitin de la presidenta y otro de su socia, me acordé de tu bolso y de tu genio y de la falta que hacían allí para acallar tanto disparate. 

Te dije que eso era lo peor porque dicen las encuestas que esas dos mujeres pueden ganar las elecciones y gobernar en Madrid. Para llevarse las manos a la cabeza, ¿verdad? Pero la explicación es muy sencilla. La presidenta es como una de esas niñas repipis que en el colegio se ganaban a las monjas y campaban por sus respetos sintiéndose protegidas. Yo me encontré una en cada colegio en el que me tocó recalar. En Madrid, la presidenta  se hace querer por simpática y por pregonar sin empacho que hace lo que le da la gana. Parece que van a votar por ella todos los madrileños que pueden darse el lujo de hacer lo que les dé la gana o darse el lujo de soñar que algún día podrán. El problema es que la presidenta, de política no tiene ni pajolera idea y que Madrid necesita políticos honestos que sepan gobernar para salir del atolladero sanitario, económico y social en el que se encuentra. Vamos, mamá, que Madrid es un horror y que si vuelve a ganar la simpática chistosa va a ser un complete disaster, como decías tú con acento castizo.

¿Se puede evitar? Lo más horripilante de todo es que solo los pobres y los medio pobres podrían evitarlo votando, y dicen las encuestas que los pobres y los medio pobres no suelen votar. ¿Sabes que necesitaría Madrid? Que este martes un milagro permitiera que te pasearas tú con tu bolso por los barrios más pobres empujando a todos a votar por su salvación, por las izquierdas. Yo votaría por el PSOE. Si conocieras a su candidato, sabrías enseguida por qué. 

Quisiera poder abrazarte, como tantos que anhelan hoy abrazar a sus madres y no pueden. Gracias a mi fe, sé que puedes oírme y, como no puedo regalarte otra cosa, te regalo una de las canciones que más te gustaban.

2 de mayo de 2021 – María Mir-Rocafort

¡Ay, que me da la calambrina!

Isabel Díaz Ayuso celebrando la victoria de las Elecciones de la Comunidad de Madrid celebradas en marzo de 2021

8 de mayo de 2021 – María Mir Rocafort

Tenía yo unos once años cuando las vacaciones de navidad me llevaron a Caracas porque allí estaba mi madre. Un día salió por la radio de su coche una canción que me cautivó porque me hizo reír con ganas. El 4 de mayo, martes, de este año aciago de pandemia y locura, con montones de años más y unas cuantas enfermedades crónicas, desde mi catalana montaña iba yo siguiendo los resultados de las elecciones madrileñas por amor a mi madrileña madre. Resultados devastadores para la razón y los nervios.  Los fui soportando estoicamente con la boca cada vez más abierta, la mandíbula caída, las cejas en la frente, los ojos desorbitados, mi arritmia totalmente arrítmica. Casi al final del recuento de votos, la razón llevó mi mano a la caja de las pastillas buscando alivio, pero el alivio me lo proporcionó mi prodigiosa memoria. De repente, como por milagro del alma de mi madre, empezó a sonar en mis adentros aquella canción transgresora de toda lógica que tanto me había hecho reír en mi infancia. «Al mundo le ha dado la calambrina» me dije, buscando la canción en Youtube. La encontré enseguida y, enseguida también, su inspirada letra iluminó en mi mente, con el prodigio de una intuición, la respuesta a las preguntas que me habían atormentado toda la noche y que podrían condensarse en una sola. ¿Cómo es posible que los infelices medio pobres y pobres totales voten a los defensores del capitalismo salvaje que en cuanto tocan el poder hacen todo lo necesario para dejarlos en cueros? Ya podían salir al día siguiente cientos de analistas ofreciendo sesudas explicaciones de la debacle que la irracionalidad había producido en Madrid. En aquel momento supe que la explicación correcta la tenía yo. Que eso me sirviera o no de consuelo ya es otra historia.  

El mundo al derecho nos llevó de cabeza en 2008 a una crisis económica como la de la Gran Depresión del 29. Para la mayoría, el golpe fue tan fuerte que, para poder soportarlo, empezaron a ver el mundo al revés.  Entonces empezó la Gran Confusión que aún nos confunde. Unos cuantos se aliaron al dios de los vientos para hacer fortuna o incrementar la que tenían. Muchos se aferraron a sus muebles para que el viento no se los llevara. Muchos más suplicaban a su dios de rodillas que lloviera de abajo para arriba por una vez. Un día pareció que el cielo se despejaba de nubes negras. Al día siguiente, del cielo despejado empezaron a caer millones de virus y a los que no murieron, les volvió a dar la calambrina; trastorno mental que se caracteriza por un pánico incontenible y la necesidad vital de encontrar protección. 

Algunos observadores capaces de analizar la situación con algo de racionalidad hoy concluyen que el mundo se ha vuelto muy loco, más loco que nunca antes en la historia de la humanidad. Otros más sabios, tal vez por más viejos, encuentran un antecedente en los años 30. En aquel entonces, gente de toda ralea creyó en la protección de un loco más loco que todos los locos juntos y el protector convenció a todos de que de la desgracia se salía entregando los cuerpos al virus de la guerra. Hicieron falta millones de muertos y años de hambre para que los supervivientes empezaran a recuperar la cordura. 

Un día pareció que una sociedad ya curada trabajaba para disfrutar de su vida en el mundo y mejorar el mundo para que sus hijos pudieran disfrutar de su vida aún más y mejor. Al día siguiente, la economía volvió a estallar en el mundo entero y volvió el pánico y con el pánico, la locura y vuelta a empezar. Y es que la tierra es redonda y gira y no para de girar, por lo que siempre recorre los mismos sitios y a los mismos sitios vuelve una y otra vez. Y el ser humano, ese ser de inteligencia portentosa capaz de transformar el mundo a su antojo y hasta de cargárselo si le da la gana, ¿no puede vislumbrar un modo de caminar en vertical por la ruta del destino que él mismo ha elegido, confiando en la ley de gravedad para no caer de morros y en su propia razón para decidir cómo utiliza su libertad?

Libertad, palabra mágica que llega al alma y a las vísceras erizando el vello y llenando el cerebro de endorfinas. Libertad, libertad, cantaban los jóvenes después de la dictadura preparándose para decidir su propia vida y dispuestos a darlo todo por lograr un país más justo, sede de la igualdad, con libertad y justicia para todos. Libertad, palabra que un genio de la propaganda populista  le dio a la candidata a presidenta de Madrid con  la encomienda de que la repitiera sin descanso en todos sus discursos. ¿Libertad para qué? empezaron a preguntarle sus contrincantes.  ¿Puede ser libre el que tiene que consumir horas de su vida en una cola para llegar a unas bolsas que le quiten un poco el hambre, que se la quiten a sus hijos? ¿Puede ser libre el anciano que agoniza en una residencia sin derecho a recibir atención médica, a paliar con oxígeno  la angustia de no poder respirar? La candidata, sin respuestas, llamó desesperada a su asesor propagandista. «Lo de repetir tantas veces libertad ha sido un error. Me están friendo a preguntas. ¿Qué contesto?» «Libertad para irse de cañas. Libertad para hacer lo que a uno le dé la gana», le respondió el genio con rotunda convicción. Y la candidata le hizo caso y no ganó por mayoría absoluta porque Dios no quiso.  

Mientras los analistas, comentaristas, tertulianos de los medios al uso -o de derechas por interés o convicción, o equidistantes para no quedar tan mal- escribían o soltaban por la boca las palabras de siempre para echar al gobierno la culpa de la derrota del PSOE, los otros candidatos derrotados y los tuiteros y feisbuqueros de izquierdas contemplaban con estupor los gráficos de todo tipo que cantaban en colores la victoria del PP y tras la pregunta de rigor, ¿cómo es posible?, la emprendían contra los votantes que se habían dejado engañar con una campaña que no se la podía dar con queso ni a un niño listo. Algo se ha hecho mal, sentencian los más sensatos. Ahora toca descubrir qué se ha hecho mal. 

Una vez más, los más sensatos se engañan. No se trata de descubrir lo que los derrotados han hecho mal. Se trata de aceptar que la candidata a presidenta de la Comunidad de Madrid por el PP lo ha hecho muy bien al seguir con valentía las directrices de su asesor de propaganda. La propaganda en dos frases concebida por su asesor y actuada magistralmente por la candidata, hubiera merecido en otro tiempo y lugar los honores que se le rindieron a Leni Riefenstahl, la excelsa cineasta propagandista del Tercer Reich. ¿Puede haber algo que atraiga y convenza más al común de los mortales que una ciudad libre con las terrazas llenas donde cada cual pueda hacer lo que le dé la gana? Jura al común que eso harás de Madrid si te eligen; júralo con acento y pose de chulapa para que quienes te escuchen te imaginen con mantón y pañuelo en la cabeza rematado con hermoso clavel, y te los llevas a todos de calle. Entonces,  ¿tiene razón el que tacha a los votantes madrileños de imbéciles e irresponsables por volver a entregar el destino de la Comunidad a una mujer que, si no adolece de imbecilidad e irresponsabilidad, las disimula muy bien? Pues no.

Con media España restringida, perimetrada, confinada, mustia, vacía a la hora en que empezaba la diversión en los buenos tiempos, ofrece libertad para hacer lo que le dé la gana a quien tiene la cartera y la cuenta bancaria llena para permitírselo, y ese te votará, sin duda. A ese sí se le puede tachar de egocéntrico, imbécil e irresponsable, sin remordimientos, considerando el desastre en que la susodicha y su partido han  convertido a la Comunidad de Madrid tras veinticinco años de expolio.   ¿Y a los medio pobres y pobres totales que también votaron a la señora? A esos les hablas de terrazas llenas y no piensan en tomarse una caña, piensan en clientes pagando, piensan en  dinero para pagar facturas, en el negocio que no tendrán que cerrar; piensan y se ven con una bandeja en la mano y un sueldo en la cartera a fin de mes, sueldo y propinas, dinero para pagar su techo y llenar su nevera sin tener que meterse en las colas de los mantenidos. A los medio pobres y pobres totales les hablas de libertad para ganarse la vida y te besan los pies si hace falta,  porque es la vida lo que les ofreces y no hay nada que le pueda al instinto de supervivencia. No son imbéciles ni irresponsables, son personas luchando por sobrevivir en una sociedad injusta. ¿Y si esa libertad se extiende al virus para que libremente siga contagiando y matando? Hasta ahí no llega la capacidad de reflexión de una persona que ha sucumbido a la calambrina. El dueño de un negocio de hostelería en peligro y el aspirante a empleado en un negocio de hostelería no pueden vivir más allá del ahora mismo, no pueden dedicar su tiempo a razonar sobre las ideologías políticas y los programas que unos y otros le quieren vender. 

En la más próspera economía del mundo, 70 millones de cabezas perdieron la razón por seguir al loco circense de Donald Trump. A la mayoría aún le dura la calambrina. Consuélenos y esperáncenos considerar que 75 millones de cabezas racionales votaron hace poco por Joe Biden, un hombre racional, moral, empático, dispuesto a entregar los últimos esfuerzos de su vida para curar a los enfermitos y volver a dar al mundo una sociedad sana, libre del virus asesino y libre de la calambrina que nos acogota. 

8 de mayo – María Mir-Rocafort

La libertad es mía

La campaña del PP de la Comunidad de Madrid usó el lema Libertad como reivindicación a las restricciones para prevenir la Covid-19

18 de mayo de 2021 – María Mir-Rocafort

Semana apocalíptica, como la anterior y la otra. El mundo lleva años prediciendo la proximidad de su apocalipsis si se toma el término en su acepción de fin del mundo. Pero el mundo no se acaba; se tuerce y retuerce como una tripa crónicamente enferma sin intención de morirse. A nosotros nos ha tocado el apocalipsis en su segunda acepción; «Situación catastrófica, ocasionada por agentes naturales o humanos, que evoca la imagen de la destrucción total», dice el diccionario sacrosanto. Evocando la imagen de la destrucción total hemos vivido este año infausto. El virus nos ha servido a todos para explicarnos todos los males y el gobierno ha servido a los entendimientos más oscuros para señalar al culpable. Los entendimientos más oscuros son incapaces de pergeñar otra cosa que un mundo cuadriculado en el que hacer cuentas con el objetivo y el afán de un aplicado niño de primaria. Lo único que les interesa es que les salgan las cuentas y que les salgan siempre a su favor.  Para esos, los gobiernos que hacen cuentas a favor de los ciudadanos son un estorbo. Y para muchos, muchísimos ciudadanos, también. Hoy el único pecado mortal es la indigencia. Los pobres claman por un mesías salvador y el único mesías salvador es el que tiene el dinero. Que los mesías sucesivos no salven a nadie más que a sí mismos no importa a los miserables. Se conforman con vivir a la sombra de los árboles que más cobijan, aunque no les den más cobijo que la oscuridad.  

Un artículo convencional exige empezar con la enumeración de las desgracias que se pretende analizar. Pero todos estamos hasta el gorro de desgracias y de análisis de desgracias. ¿Quién no sabe a estas alturas que una mujer, sin otro talento ni conocimiento que posar en fotografías propagandísticas y sonreír a troche y moche con coquetería, ganó las elecciones el pasado 4 de mayo en Madrid convenciendo a la mayoría de los madrileños de que estarían mucho mejor si ella gobernaba la Comunidad durante los próximos dos años porque podrían hacer, con plena libertad, lo que les diera la gana?  ¿Quién no sabe que el jefe de la oposición clama en el Congreso contra el decreto del estado de alarma advirtiendo al mundo de que se trata de una imposición dictatorial que pretende acabar con la democracia para oprimir a los españoles con un régimen comunista? ¿Quién no sabe que cuando el estado de alarma expira,  él mismo acusa al gobierno de abocar a los españoles al caos por negarse a prorrogarlo? ¿Quién no sabe que las derechas y ultraderechas llaman, en el Congreso, ilegítimo al Gobierno y asesino al presidente del Gobierno al  que unos  acusan de monárquico y otros de comunista y otros de neoliberal? ¿Quién no sabe que la prensa de papel, digital, radiofónica y televisiva dice que las sesiones del Congreso son solo broncas en las cuales todos se insultan, sin especificar que los del Gobierno  no insultan a nadie? ¿Quién no sabe que todos los medios intentan, por todos los medios, meter en todas las cabezas que el poder legislativo no sirve para nada más que para ofrecer espectáculo de pugilato verbal? ¿Quién no sabe que los mismos intentan convencer a todos los mindundis de que el poder judicial tampoco sirve para nada? ¿Quién no se da cuenta de que entre todos ellos intentan acabar con las instituciones que acabaron con la dictadura? Quien, a fuerza de leerlos u oírlos o verlos en todos los medios todos los días, no se sepa de memoria todos estos ejemplos y muchísimos más de lo mismo, o es tonto o vive absolutamente desinformado. 

Harta de la mediocridad y de la mala leche de nuestros políticos de derechas y de nuestros analistas, de derechas o equidistantes, desde el pasado noviembre dedico unas cuatro o cinco horas diarias a ver en YouTube programas de análisis político de los Estados Unidos.  Para morirse. El Partido Republicano, otrora seriamente conservador, defensor de la familia tradicional y de un gobierno con escasa intervención pública en lo privado, ha perdido tradición, principios y vergüenza por echarse en brazos de Donald Trump. Uno escucha a venerables ancianos legisladores, como el líder de la minoría republicana del Senado, ponerse en ridículo manifestando su absoluta adhesión a la estrella mediática de escasas luces y tupé de viñeta que fue Trump, y empieza a pensar en el Apocalipsis, pero no en el del diccionario; en el Apocalipsis de verdad, el libro de Juan que cierra la Biblia; en el libro en el que el apóstol describe monstruos, ángeles y hasta a Dios mismo como criaturas dotadas de todos los horrores imaginables que deforman las almas de los hombres y de los dioses creados por los hombres; en el libro que parece, más que una revelación divina, el producto de un mal viaje por los derroteros que describían los consumidores de LSD. El fervoroso trumpismo de los políticos republicanos tiene una fácil explicación racional. Trump, con innegables facultades de hipnotizador, arrastró a millones de cándidos pobres y medio pobres creando entre ellos un culto a su persona que ni la pérdida de las elecciones ha conseguido desacralizar. Los cargos electos necesitan esos votos trumpistas si quieren volver a ser elegidos, luego se pregonan trumpistas y trumpistas seguirán proclamándose aunque el mesías de la América ignorante e inmoral acabe entre rejas cuando la Justicia le sentencie en los múltiples casos penales que tiene pendientes. O sea, que lo único que importa a los cargos electos  y a los que tienen la esperanza de ser elegidos son los votos, y por votos serían capaces de vender el alma al diablo aunque tuvieran que hacerlo en un programa de televisión.  Lo que no tiene explicación ni racional ni de ninguna clase es que Trump haya conseguido con sus disparates que tantos  millones cayeran en trance hipnótico. Es eso lo que nos hace sospechar que hay muchos millones en necesidad perentoria de tratamiento psiquiátrico; que peor, mucho peor que una pandemia física con la que pueden acabar las vacunas, es la pandemia de enfermedad mental, de auténtico apocalipsis de los valores humanos  que ha causado en el mundo entero el capitalismo salvaje. 

Ante esta debacle universal, ¿hay alguna solución posible más allá de recurrir a la socorrida esperanza para no caer también víctima de la locura que a tantos empuja al suicidio mental y hasta al suicidio físico? Claro que la hay.  

Dios o la Naturaleza, como cada cual prefiera, creó a una criatura diferente a todas las criaturas. El hombre, macho y hembra, según nos cuenta el narrador de la primera historia de la creación, nació sobre este mundo con una facultades que le permiten crear y dirigir su propia existencia. Entre esas facultades, el poder lo tiene la voluntad. El hombre, macho o hembra, puede elegir una existencia fundada principalmente en su razón o una existencia esclavizada por sus emociones. O puede hacer el esfuerzo de reflexionar sobre el funcionamiento de las emociones y de la razón y dejar que su voluntad decida lo que debe prevalecer  en cada caso. Es decir, la existencia de un ser humano está en manos de ese ser humano, y de su voluntad depende que su existencia sea satisfactoria o no al margen de las circunstancias que la vida le imponga. 

Nadie puede imponer a nadie la libertad y nadie puede quitársela a otro. La libertad es un patrimonio del ser humano recibido de Dios o de la Naturaleza al igual que el resto de sus facultades.  El hombre es libre de elegir el camino por el que quiere transitar su mente y no hay prisión ni fuerza humana que pueda obligarle a desviarse si su voluntad se niega a aceptar el desvío.   

La salvación del mundo, la salvación de una sociedad que algunos milagreros de feria proponen ofreciendo fórmulas propias o de grupos interesados no es posible. Solo es posible la salvación individual. El individuo que piensa puede salvarse si entiende que él mismo y solo él mismo debe decidir el criterio de valores por el que regirse, al margen de dogmas convencionales. Si ese criterio de valores lo informa su razón, no habrá chifladura ajena que pueda condicionar su mente y su conducta. 

Tal como está el mundo, el mundo que han creado los valores convencionales dando el valor máximo al dinero, parece utópico creer en la libertad de un individuo que carece de lo esencial para vivir como un ser humano. Pero es indiscutible que nadie puede ser feliz rodeado de desgracias y miseria. Luego el ser humano que busca y se propone una existencia feliz, seguirá siempre a los políticos que verdaderamente trabajan por conseguir sociedades justas, igualitarias, invirtiendo los recursos para el bien de todos los ciudadanos. «Ningún hombre es una isla«, en palabras de John Donne. Y por eso, de la misma forma que una minoría ha creado un mundo insolidario, donde la mayoría no puede vivir si no es luchando por la comida como animales salvajes, abriéndose paso a codazos para defender la existencia, un individuo humanamente sano más otro, más otro, en una suma de uno más uno, pueden llegar a ser mayoría; pueden llegar a salvar al mundo. La recompensa por todos los esfuerzos que haga un individuo por evolucionar y superarse a sí mismo y por ayudar a los demás inspirado por una auténtica empatía, es la felicidad. 

El hombre, macho o hembra, feliz tiene la facultad de soportar y superar todas las circunstancias adversas. En medio de lo peor, el ser humano puede imaginar hasta sus propios trucos para no permitir que se le hunda el ánimo. A mi, entre otras cosas, me sirven la música y el ejemplo de una pianista, compositora y cantante cuya excelencia la encumbró en el mundo entero. Nina Simone era negra, lo que le auguraba dificultades y fracasos desde el principio en un país endémicamente racista como lo es Estados Unidos. A Nina Simone la violó un ente infrahumano con el que tuvo que casarse  y del que tuvo que soportar malos tratos durante muchos años al mismo tiempo que le mantenía con su arte. Nina Simone lo soportó todo y, a pesar de todo, logró esa felicidad permanente que Epicuro enseñaba a sus discípulos. Producto de esa felicidad fue una canción muy sencilla que se encuentra entre las mejores que se han compuesto. «I’m feeling good», se llama. Me siento bien. No fue su triunfo espectacular lo que consiguió que Nina Simone se sintiera bien hasta el final de su vida. Fue su triunfo sobre sí misma y sobre todas las circunstancias adversas que le tocó vivir. Fue ese triunfo el que le permitió cantar «La libertad es mía y yo sé cómo me siento».  

Nina Simone se convirtió en mi truco y, seguramente, en el de muchísimos más para despejar nubes negras y levantar el ánimo. Cuando el mundo a mi alrededor pinta muy mal, la memoria me recuerda que la libertad es mía; que soy libre de, a pesar de todo, sentirme bien.  

18 de mayo de 2021 – María Mir-Rocafort

Un asunto muy serio

El líder del PP, Pablo Casado, se reúne con Aziz Ajanuch, presidente del partido Reagrupamiento Nacional Independiente (RNI) Fuente:LaHoraDigital
24 de mayo 2021 – María Mir-Rocafort

Empiezo en el mismo punto en el que dejé mi artículo anterior; con Nina Simone. Nina Simone se exilió voluntariamente de  Estados Unidos en 1969 tras el asesinato de Martin Luther King.  Aquel fue el último palo que mató a los gloriosos sesenta y dejó en su lugar un mundo cada vez más cínico, más decadente, más infrahumano. Los asesinatos de John Kennedy y su hermano Robert habían destruido todo sueño de su  Camelot, del país de utópica justicia social que ambos concebían y prometían. Quedaba Luther King con su lucha por una América libre de la infrahumana lacra del racismo. Cuando le mataron,  se murieron los sueños. Ya no quedó nada más que la certeza de que vivíamos en una selva de animales salvajes dueños de todos los árboles, a los que teníamos que vivir sometidos para poder comer. Hace unos días, hombres, mujeres y niños fueron cayendo en Gaza bajo los bombardeos de Israel; hombres, mujeres y niños buscaron desesperadamente llegar a la tierra de leche y miel que Ceuta les hacía imaginar.  Hoy, Israel ha dejado de matar en Gaza, y Marruecos ha cerrado su frontera para que no sigan pasando  miserables. Los muertos, las casas destruidas, los miserables que han sido devueltos al país de la miseria con sus sueños apaleados hasta la inconsciencia ya solo son cifras que no alteran las emociones a nadie. Nina Simone eligió exiliarse para siempre en Francia. Los seres humanos, verdaderamente humanos, hoy no saben dónde exiliarse.   

Lo de Gaza y lo de Ceuta ha dejado a los  auténticos seres humanos hechos polvo emocionalmente y con un lío mental considerable. 

Por un lado, Biden tiene que apoyar a Israel sancionando la matanza de palestinos indefensos y la destrucción de otra parte de su franja, ya casi destruida por años de ataques y de imposiciones infrahumanas. Biden tenía que apoyar a Israel porque Estados Unidos ha sido el único apoyo lo suficientemente fuerte que ha evitado que se cumpliera el juramento de los vecinos árabes que se comprometieron hace muchos años a echar a los israelitas al mar. Dirigidos por el poder de una derecha salvaje, los israelitas se defienden matando y destruyendo. Su dios y su instinto de supervivencia les llaman a una defensa asesina.

Lo de Ceuta ha dejado ojipláticos a la mayoría de los españoles. Resulta que el gobierno de España no tiene derecho a prestar ayuda sanitaria a quien le parezca sin pedir permiso al rey de Marruecos, porque si al rey de Marruecos no le gusta el enfermo que se está asistiendo, abre la frontera para que pasen a España miles de los miserables que viven en la miseria porque al rey de Marruecos y a las élites que le sustentan les importa un rábano la miseria de los miserables de su país. Quien allí no encuentre para comer que se vaya, a ver si en otro país le dan.  

Diríase que esto era lo peor que le faltaba a un gobierno asediado por la pandemia y por una situación política que sin duda inspiraría una de sus pesadillas a Tenesee Williams, padre de escorpiones rabiosos que exhibían en los  escenarios la potencialidad del odio y el rencor. Pero no, no era lo peor. Lo peor fue descubrir o constatar que dentro de nuestras fronteras, el odio, el rencor, la envidia de los enemigos del gobierno de España podían alcanzar con su lengua venenosa a los mismísimos cimientos del país; que los enemigos del gobierno de España albergaban tanto resentimiento en su seno, que se habían convertido en enemigos de España.

Que el nacionalismo es miope y excluyente lo sabe cualquiera que haya reflexionado sobre el asunto con racionalidad; como sabe cualquiera que una nación que llamamos nuestra por ser el territorio en el que nacimos o adoptamos para vivir, tiene cualidades de hogar, nos introduce en una gran familia, nos hace herederos de su memoria. Si un extranjero menosprecia o insulta a los españoles, difícilmente habrá español alguno que no se sienta ofendido por poco nacionalista que sea. 

Pues resulta que el principal partido de la oposición, en su afán ya casi demente por derrocar al gobierno de España, ha menospreciado a todos los españoles procurando que no alivie nuestra situación económica el dinero que tiene que llegarnos de la Unión Europea; ha amenazado la integridad territorial de España confabulándose con líderes de partidos marroquíes que quieren recuperar para Marruecos las ciudades de Ceuta y Melilla. Esto último merecería el juicio de traición y las consecuencias penales que se derivan del delito. Quien lo perpetró merecería,  sin contemplaciones, el epíteto de traidor. Si no fuera  porque la persona o personas involucradas tienen el eximente de la estupidez, de la más supina ignorancia y tal vez de algunos trastornos de mayor enjundia.          

¿A quién se le ocurre alardear de sus gestiones ante organismos extranjeros para que el dinero europeo no llegue a España? Al jefe de la oposición, Pablo Casado Blanco. ¿A quién se le ocurre alardear de que su jefe, Pablo Casado Blanco, se enteró antes que el presidente de gobierno de la intención de Marruecos de abrir la frontera de Ceuta, gracias a sus reuniones con líderes de los partidos marroquíes que quieren que Ceuta se anexione a Marruecos? El segundo de Pablo Casado Blanco. O sea, que los líderes del principal partido de la oposición no solo traicionan los intereses de España si no que lo hacen en tribunas con micrófonos abiertos y en programas de televisión; o sea, en público y alardeando de su traición como si fuera un gran triunfo. Esto supera, no ya la más ignorante de las ignorancias, sino diversos grados de trastorno mental.

Pero no debería extrañarnos.  El líder republicano de la minoría del Senado de la primera potencia y más antigua democracia del mundo confiesa en tribuna y con micrófono abierto que su principal cometido es bloquear el 100% de las iniciativas del presidente del país. O sea, que las leyes que posibiliten el bienestar de sus electores no son asunto suyo ni de su partido; y lo dice en público como para quedar bien.  El estado de Arizona, gobernado por el Partido Republicano, ha entregado todos los votos y máquinas tabuladoras de votos a una empresa llamada Cyber Ninja, sin ninguna experiencia en la auditoría de votos, para que audite los votos y certifique la victoria de Donald Trump, analizando los papeles a la busca de indicios de bambú para demostrar que hay países asiáticos implicados en el fraude electoral. El jefe del asunto lo dice así en televisión. Y podríamos seguir páginas enteras enumerando disparates; disparates que conocen todos los medianamente informados. Pero lo que en España, en Estados Unidos y en tantos otros países preocupa y mucho a los ciudadanos cuerdos es el grado de demencia que afecta a los líderes de las derechas, a sus seguidores y, lo que es peor, a los votantes a quienes contagian su locura. 

¿La mayoría está dispuesta a poner su vida en manos de gobiernos de dementes? El no tan pesimista tiene la tentación de decir que no será tanto, pero las últimas elecciones de la Comunidad de Madrid le desmienten. Todo es posible. Es posible hasta que se ganen elecciones en un futuro no muy lejano regalando en la puerta de los colegios electorales un chupachup o cualquier cosa a quien vote por uno de los partidos de derechas. ¿Imposible? Estos ojos que han de disolver la tierra vieron hace muchos años como el Partido Estadista Republicano de un estado asociado a los Estados Unidos ofrecía una mano de plátanos a quien les votara. Buena idea si en el país hubiese habido hambre, pero el caso era que, en aquella época, casi todo el mundo tenía una platanera en su terreno. El partido en cuestión perdió las elecciones, pero a mi se me quedó en la memoria la propaganda de un partido contrario. Decía: «Cojan los plátanos y voten a quién les dé la gana«. 

Tal como está la situación en nuestro país, que es naturalmente el que más nos interesa, cabe aconsejar a los cuerdos que no dejen de ver y oír a los líderes de las derechas en mítines y entrevistas por radio y televisión. Yo les aconsejaría hasta que tomen notas para constatar luego los datos que han pronunciado. Quien no se tome a risa lo que digan por considerar sus disparates asunto muy serio, tendrán, de todas formas, garantizada la sorpresa. No hay persona cuerda que no se sorprenda del grado de estupidez e ignorancia que algunos líderes políticos son capaces de exhibir sin ápice de vergüenza. La explicación más racional que a uno se le ocurre para entender el fenómeno es que los susodichos están convencidos de que los de sus audiencias son aún más ignorantes y más estúpidos que ellos. 

Lo más tranquilizador es que, aunque esa audiencia fiel sea multimillonaria, siguen siendo mayoría los que conservan su cordura por respeto a sí mismos. 

24 de mayo de 2021 – María Mir-Rocafort

El arte de maleducar

En una fecha próxima a la navidad de 1970, la única cadena de televisión que había en aquella época metió en nuestras casas a un anciano de expresión bondadosa y a un entrevistador que no conseguía controlar del todo la cara y el tono de voz de tonto que utilizan la mayoría de los adultos para dirigirse a los niños muy pequeños y a los ancianos muy ancianos. Intentaba controlarlos, sí, porque con ese anciano en particular, poca broma. Suyo era el reino, el poder y la gloria y lo serían hasta el último suspiro que sus pulmones soltaran en la sacrosanta atmósfera de España. 

El entrevistador empezó a hacerle preguntas y el egregio anciano a contestarlas con su vocecilla de abuelita cariñosa. No las recuerdo, tal vez porque me interesaba más la cena. Hasta que el entrevistador, con la sonrisa bobalicona del servilismo, le hizo una pregunta que me pinchó las glándulas. «Excelencia, ¿los españoles hemos sido  difíciles de gobernar?» El anciano, con sonrisa paternal, respondió que no. No registré las palabras con las que prosiguió su respuesta. La roja sustancia de la ira me inundó el cerebro, los oídos y creo que hasta los ojos. De sus argumentos me quedó en sinopsis que para el bondadoso anciano, los españoles habíamos sido unos hijos y nietos muy buenecitos. En ese momento, mi orgullo maltratado sufrió una hemorragia y mi memoria se llenó de sangre, solo sangre; la sangre que ese anciano simpático había hecho derramar a los españoles cuando, siendo un cuarentón, los dividió en dos bandos asesinos y siguió encarcelando y matando a los del bando contrario al suyo porque ni la victoria había logrado saciar su soberbia, su ambición, su odio y su sed de venganza. 

Pero ganar la guerra no fue el mayor triunfo de aquel Führer español. Su gran triunfo fue maleducar a dos generaciones de españoles con tal arte que, según el individuo, esa mala educación iba a durar toda la eternidad. ¿Tendría razón? Quien no distinga lo eterno de lo inmortal y además crea en la inmortalidad del alma, puede creer que sí. Quien razone más científicamente lo negará de plano. La inmensa mayoría de los seres humanos somos tan imbéciles que no falta mucho para que en este planeta, saqueado y destruido, no quede bicho viviente, maleducado o no. Lo que al menos permite albergar la esperanza de que, algún día, en este desdichado país no quede ni un solo franquista. Hoy por hoy, desgraciadamente para los españoles y para toda la humanidad, la mayoría imbécil replica, con el sarcasmo chulesco del burlador de Sevilla: «¿Tan largo me lo fiáis?»

Han pasado noventa años desde la locura de racismo y nacionalismo xenófobo que empañó de odio los años treinta del siglo pasado. A esas lacras morales y otras se agregó un masoquismo que llevó a la mayoría de los europeos a renunciar a la democracia y hasta a la libertad individual. La causa que hundió al mundo en esa inercia maligna fue la gran recesión de 1929; las consecuencias: miseria, hambre, muerte. 

A quien no le suene a viejo lo que está pasando ahora mismo en España, en Europa, en América o es un milenial o un hijo de padres que no quisieron o no se atrevieron a recordar su pasado en voz alta o el producto de una educación formal que ha deshumanizado la escuela eliminando la filosofía, materializando la historia. Quien no se dé cuenta de que los populistas están utilizando la recesión de 2008 para pescar incautos pusilánimes, como lo hicieron los populistas de los años veinte y treinta, debe ser alguien que no llegó al bachillerato o que terminó el bachillerato tan ignorante como lo había empezado o un joven periodista inculto o un inculto de cualquier profesión que no tiene muy claro en qué consiste vivir una vida plenamente humana enriquecida con los logros de siglos de humanización. Nadie se ha molestado en enseñarles eso porque hace años que la educación, sobre todo la pública, solo tiene como objetivo orientar a los alumnos hacia la productividad, ignorando las necesidades intelectuales de sus mentes en favor de las necesidades del mercado de trabajo, es decir, de los empresarios. Las mentes de los pobres y medio pobres no tienen porqué tener necesidades intelectuales. Hay que maleducarles para que se ocupen solo de sus estómagos, sus canales de pago, su coche a plazos, sus vacaciones.  

La moderna mala educación, planificada para corregir los errores de la educación integral que intentaron los progres con su obsesión por la igualdad, ha conseguido la paz social convirtiendo a los ciudadanos en sumisos súbditos del dinero. Planificada, sí, concienzudamente. Maleducar se convirtió hace años en un arte bajo el dominio de los artistas de la propaganda y la publicidad.  

Gracias a la mala educación que se imparte en colegios públicos y pantallas de diferentes tipos, millones a lo largo y ancho del mundo parecen estar haciendo cola para meterse en una máquina del tiempo que les devuelva al pasado de los grandes hombres: Mussolini, Hitler, Salazar, y el más genial de todos, Franco. Todos ellos fueron Padres de sus Patrias, pero los dos primeros murieron ya sabemos cómo y el tercero no aspiraba a la gloria ni en vida ni después de muerto. Solo Franco tuvo tiempo suficiente y vocación para ser, además de padre, educador. Solo Franco quiso dejar todo, absolutamente todo, atado, antes de ser ascendido a la gloria de los santos. Lo hizo por sus hijos,  para que ninguno de sus hijos sufriera la zozobra de sentirse libre,  obligado a montarse la vida con la única asistencia de su propia razón y de su propia voluntad. 

Y a fe de Dios que lo consiguió. Lo del gobierno del estado lo ató con la banda del rey. Allí donde apareciera el rey con cualquiera de sus múltiples uniformes, la plebe acudiría, entusiasta y sumisa, a aplaudirle , como aplaudían a su Caudillo, como su Caudillo les había enseñado a aplaudir. Cierto que Juan Carlos era mujeriego y aceptaba regalitos, vinieran de quien vinieran, sin preguntarse si aceptarlos era o no legal. Pero precisamente por eso, el chico garantizaba la supervivencia del statu quo. Juan Carlos era  como lo había maleducado él para que respetara e hiciera respetar a todos los maleducados que le habían ayudado a maleducarlo desde su infancia. Y no había peligro alguno de que sus súbditos se rebelaran. A esos también les había maleducado él mismo desde la más tierna infancia de la nueva España católica, apostólica y romana haciéndoles creer que, a pesar de su condición de  mindundis, todos los españoles fieles a Dios, a la Iglesia y a su Caudillo, eran, por la gracia de Dios, de la Iglesia  y de su Caudillo, defensores de España, siendo España baluarte de los valores de occidente.  Aquellos infelices que, el día siguiente al desfile de la victoria, vieron a un obispo arrodillarse ante Franco y a Franco entrar en una iglesia bajo palio como la Santa custodia, quedaron maleducados para siempre en la veneración que les hacía aclamar ¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco! con la devoción con que un creyente aclama a Dios al final del Prefacio de la misa; «Santo, Santo, Santo». ¿Que eso ocurrió hace muchos años? ¿Que los jóvenes ni lo saben ni les importa enterarse? Cierto. ¿Qué eso demuestra que Franco fracasó en su intento de mal educarnos para siempre? Falso. Franco logró inocular en todos los cerebros una orden rotunda: «No te metas en política». Los padres la transmitieron a su hijos. La inmensa mayoría de esos hijos la obedecen hoy y la transmiten a los suyos. Hagan lo que hagan los que ostenten el poder, la paz social queda garantizada para siempre por la indiferencia de la masa de los mindundis.  

Casado, Abascal y Arrimadas, expertos ellos en el arte de maleducar, lo saben y por eso insultan, mienten, no se preocupan por la recta gestión política en los gobiernos en los que han logrado gobernar. Fieles a la mala educación franquista recibida, no se meten en política. Su trabajo es otro. En pleno siglo XXI, siglo del triunfo del neoliberalismo, la función del presidente de un partido político debe consistir en administrar el partido como una empresa y en conseguir el máximo de votos, es decir, de dividendos para su empresa. Las derechas populistas, aquí y en el mundo entero, saben por educación y experiencia, que los votos se consiguen maleducando. Saben que quien tiene mayores posibilidades de triunfo es el que mejor domine el arte de maleducar.  

Ay, amor ya no me quieras tanto

(Publicado en La Hora Digital el 13 de septiembre de 2020)

«Ay, amor, ya no me quieras tanto», decía un bolero tan  popular en Latinoamérica cuando yo  era pequeña que mi memoria absorbió toda la letra por ósmosis. La cantaba yo porque la cantaban las señoras que me cuidaban, pero no la entendía. Tantos años después, la entiendo menos. Que un hombre le aconseje a una mujer que deje de quererle y se busque otro porque él solo sirve para causarle llanto, como dice la letra,  parece inverosímil dadas las circunstancias; las de aquella época y las actuales. Lo mejor que se puede esperar de un maltratador o asesino de pareja arrepentido es que se suicide, lo que no puede considerarse un acto de generosidad porque esos brutos se matan después de haber perpetrado su crimen. Cada vez que leo u oigo un suceso de estos, se me repite automáticamente un pensamiento: coño, podía haberse matado antes de matar.  Con el mazazo en la cabeza que esta semana nos  propinaron los medios ventilando el número de mujeres maltratadas y asesinadas por sus parejas, cuesta no imaginar otra cosa que no sea el sufrimiento cotidiano de las que no saben o no pueden defenderse. La indignación ante el hecho se vuelve amargura cuando uno sabe que la ley les ofrece y les ofrecerá protección y amparo, pobrecitas, pero que ningún político se atreverá a imponer por ley que se enseñe a esas mujeres a defenderse desechando la lástima e imponiendo el respeto. Mientras eso no ocurra, tenemos minutos de silencio para más de una generación. 

¿Por qué será que, cuando tienen el poder, la mayoría de los políticos ignoran los problemas más espinosos o los resuelven a medias? ¿Vagancia? ¿Cobardía? ¿Prudencia?  Por encima de todas las causas posibles, hay una explicación común a todas; la falta de empatía. 

Ayer por la mañana escuché en la radio una entrevista a Inés Arrimadas. Me quedé lela. Pocas veces había escuchado un discurso tan empático con los problemas de la gente, tan empático que me sorprendí pensando que quien escuchara esas homilías tan cargadas de humanidad tendría que votar  a Ciudadanos por su propio bien y el de todos los españoles. Es probable que esa sea la conclusión a la que llegarán millones tras escuchar a la candidata en la próxima campaña electoral; si no van más allá de sus palabras. Y no hace falta ir mucho más allá. Con una pregunta basta. ¿Cómo va a tener el alma rebosante de empatía una mujer que ha logrado meter a líderes de su partido en gobiernos autonómicos pactando con partidos que defienden el egoísmo más salvaje y esparcen el odio más inhumano? La señora me contestaría que eso es estrategia, que es la única forma de acceder al gobierno para mejorar la vida de las personas. Y uno que no es tonto replicaría con otra pregunta. ¿Es posible imponer un programa inspirado por el amor al prójimo con unos socios de gobierno decididos a imponer un egoísmo salvaje y un odio inhumano? Cuando Arrimadas terminó, mi mente, que estaba en modo musical, empezó a cantarme: «Cuéntame un cuento y verás qué contento».

¿Qué es el amor, el auténtico amor? La pregunta la han intentado responder durante siglos filósofos de toda procedencia. Tal vez el más próximo y conocido sea Stendhal. En su libro «Del amor», Stendhal afirma que el amor mueve la imaginación a proyectar en el amado inexistentes perfecciones, y al fenómeno le llama «cristalización.» Por supuesto, la «cristalización» se hace papilla como una copa contra el suelo cuando nos damos cuenta de que esas perfecciones eran producto de nuestra imaginación y de que la persona amada es como es y no como queríamos verla. Eso no es amor o es, en todo caso, amor a nuestra propia creación, pero no a otra persona. 

El amor auténtico, cualquier tipo de amor, pero auténtico, es empatía; la intención de penetrar bajo la piel de otro intentando comprender y compartir sus ideas, sus sentimientos, sus emociones. Da igual que ese otro sea un hijo, una pareja, un grupo humano, toda la humanidad, uno mismo o, en personas muy sensibles, hasta un animal. El tipo, la forma, las manifestaciones del amor pueden variar según las fibras del alma y del cuerpo que ese amor toque; lo que no varía ni puede variar es la voluntad de entender, comprender, compadecer, compartir las vicisitudes que vive el alma del que se ama. Si esa empatía no existe, puede haber sentimientos y emociones que se confunden con el amor; pero rotunda e indiscutiblemente, amor auténtico no hay. 

¿Puede un político amar, auténticamente, a las personas que aspira a gobernar mediante leyes que determinarán su modo de vida? Hay que creer en esa posibilidad aunque sepamos que es tan remota como una utopía Si no creyéramos, moriría nuestra esperanza. Lo que sí podemos esperar sin ir tan lejos es en la voluntad de algunos políticos de gobernar por el bien común haciendo todo lo posible por imponer leyes que favorezcan la igualdad de todos los ciudadanos en todos los aspectos de la vida social, como cabe esperar que otros gobiernen a favor de quienes ostentan el poder que da el dinero, dejándoles hacer sin cargarles con impuestos y regulaciones e ignorando las necesidades y el bienestar de la mayoría de los gobernados, suponiendo que los propietarios del dinero y del poder ya se encargan, de alguna manera,  de irradiar el bienestar a la masa. Estas dos perspectivas determinan las dos ideologías que engloban todas las demás: el socialismo y el liberalismo. Los políticos de un campo u otro pueden defender las bondades del suyo con más o menos eficacia según sus dotes de oratoria, pero amar, lo que se dice amar a los ciudadanos que gobiernan o van a gobernar y a los que no son ciudadanos por su edad o por la falta de papeles  que otorgan esa categoría; amar, lo que se dice amar penetrando hasta el alma del que se despierta cada mañana y con él se despiertan las necesidades con las que tendrá que cargar todo el día cuya solución depende del gobierno; amar, lo que se dice amar es muy difícil, casi imposible para un político, sea cual sea su signo. Sumergido bajo miles  de papeles, apremiado por la necesidad de parecer y convencer, el político no tiene tiempo para dedicarlo a las exigencias del amor. 

Porque el amor auténtico exige. Exige despertar cada mañana imaginando lo que miles sentirán al saber que tienen la despensa y la nevera vacías y estómagos hambrientos que alimentar, aunque solo sea el propio. Exige despertar sintiendo la frustración de miles que saben que les espera un día de frustraciones buscando un trabajo que nadie les quiere dar por ser demasiado jóvenes para tener experiencia o demasiado mayores para garantizar energía y buena salud. Exige sentir lo que siente alguien que, teniendo la cartera vacía, volverá a llevar su desesperación a un funcionario para ver cómo va lo de la ayuda que necesita para sobrevivir, sabiendo que su solicitud espera bajo toneladas de solicitudes porque valen más las normas burocráticas que la vida de un ser humano. Exige ponerse en los zapatos de ese hombre o de esa mujer que, al salir de la oficina del funcionario, tienen que elegir a dónde se dirigen con tres opciones: pedir limosna en la calle o caridad a una ONG o robar comida.    

Ayer por la tarde pasé un rato contemplando una escena de egoísmo que helaba la sangre. La Asamblea Nacional de Cataluña había organizado un acto para celebrar la Diada. Fue un acto ejemplar. El ayuntamiento de mi pueblo permitió que se bloqueara toda una travesía. La Asamblea puso sillas a la distancia correcta y, para evitar aglomeraciones,  solo se permitió la entrada al acto a las personas que se hubieran inscrito. El acto consistía en la ofrenda floral al monumento de un héroe histórico y una serie de discursos. Carteles, banderas, camisetas y discursos exigían la liberación de los presos políticos, el retorno de los exiliados, la independencia de Cataluña. Nadie, absolutamente nadie, pedía al govern de la Generalitat que tomara medidas urgentes para paliar la situación de ancianos, enfermos, desempleados; la epidemia de pobreza que se extiende por todo el país. Clama por la independencia la mitad de los catalanes; la otra mitad se ignora como si no existiera. Las instituciones celebran el Día de Cataluña para la mitad independentista; se supone que la otra mitad no tiene nada que celebrar. Del gobierno abajo, todos los que exigen independencia como sea y ya, no dan señal de sentir con los que lloran por sus muertos, con los que agonizan solos en una residencia, con los que deambulan todo el día por las calles y en las calles duermen con tanto miedo a infectarse como los que tienen techo que les proteja. En Cataluña no le pasa nada a nadie que no tenga que ver con la independencia y la república porque los catalanes han dejado de existir en aras de un nacionalismo al que solo importa levantar otra frontera.

La situación sanitaria, económica y social de toda España es tenebrosa; lo sabemos todos. Tan tenebrosa que el miedo y la frustración tienen el terreno bien abonado para que germine el odio. Pero estamos todos tan frustrados y tan aterrorizados que ni contra el odio somos capaces de reaccionar. Pues más vale que reaccionemos. No podemos esperar amor de los políticos, pero sí podemos exigir respeto. Y sabiendo que contamos con el respeto de un gobierno que trabaja por nuestro bienestar, tenemos la obligación de apoyarlo, al margen de nuestros gustos y convicciones, por amor a nosotros mismos. 

Quien no se ama a sí mismo no es capaz de amar a los demás. Quien no se ama con amor auténtico, comprendiendo a ese otro que todos llevamos dentro; ayudándole a evolucionar, nunca será capaz de penetrar bajo otra piel para comprender, para amar a otro ser humano. Y lo peor, lo más irremediablemente trágico que puede ocurrirle a un egoísta es descubrir un día que el egoísmo le ha secado para siempre la capacidad de amar. A ese ya no le sirve ni cantar «Ay, amor, ya no me quieras tanto. Ay, amor no llores más por mi. Si no más puedo causarte llanto, ay, amor, aléjate de mi». El egoísta que no ha amado nunca y que ya no puede amar, jamás tendrá ni siquiera el consuelo de alejarse de la cáscara vacía en la que le ha convertido su egoísmo. 

La esperanza de los valientes

(Publicado en La Hora Digital el 22 de agosto de 2020)

To be or not to be, dice Hamlet con la calavera del bufón Yorick en la mano. Meditar ante una calavera no llama al optimismo a menos que uno tenga fe en la inmortalidad del alma y en la existencia de un paraíso al que irán a parar los algo buenos o los menos malos; la bondad absoluta no cabe dentro de nuestros límites. El de la calavera dejó de ser un ser vivo. Ya no permite esperar que crezca, evolucione, se transforme, contribuya a transformar el mundo. En este mundo, era y ya no es. Simplemente se acabó, y con él se acabó para él toda esperanza. 

No hace falta ser filósofo, ni siquiera estudiante de filosofía,  para darse cuenta de que ser es un verbo perfectamente estático. Su contrario es el verbo esperar en su primera acepción: tener esperanza de conseguir lo que se desea. Esperar, en este sentido, es el verbo dinámico por excelencia y, por lo tanto, vital en todas las acepciones del término vital: perteneciente a la vida; cuestión de suma importancia; algo dotado  de gran energía o impulso para actuar o vivir. El inglés distingue entre esperar en una parada de autobús o en la consulta de un médico, por ejemplo, y tener esperanza de que ocurra algo bueno. El esperar que requiere paciencia se indica con el verbo wait. La espera cargada de optimismo que nos permite desear e imaginar un futuro mejor se expresa con el verbo hope, igual a su sustantivo, esperanza

El soliloquio de Hamlet se considera una expresión genial de la duda, pero es, al mismo tiempo, la confesión de la cobardía más radical. Hamlet afirma que si aguantamos todas las desgracias que tenemos que sufrir en este mundo, es por el miedo a no saber que vamos a encontrarnos después de la muerte. Es decir, que nos describe como cobardes existenciales. No nos suicidamos a la primera de cambio, no por el deseo de vivir, sino por el miedo a morir. Hamlet está paralizado por la duda y por el miedo y al final, la duda y el miedo causan la muerte hasta del apuntador. Evidentemente, si en vez del To be or not to be, Hamlet se hubiera planteado To hope or not to hope, tener o no tener esperanza, puede que hubiera llegado a la  conclusión contraria y que la obra de Shakespeare hubiera tenido un final feliz. Aunque hasta a Hamlet se le cuela la esperanza a pesar de la duda y el miedo que le paralizan. Terminada su meditación pesimista sobre la calavera de Yorick, el pensamiento se le va a su amada Ofelia y le sale un pero: Pero…la hermosa Ofelia, graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones. Perdida la confianza en todo cuanto este mundo le ofrece, Hamlet aún se aferra a la esperanza de la redención y, con ella, de la felicidad eterna. Porque aquí, lo que se dice aquí, en este mundo, sin esperanza no se puede vivir, como lo sabe la sabiduría popular que desde hace siglos repite que la esperanza es lo último que se pierde.     

Tener esperanza puede ser una actitud idiota cuando no se funda en algún aspecto de la realidad -dejo el trabajo porque espero que me toque la lotería, por ejemplo- o puede ser la actitud más inteligente cuando responde al convencimiento racional de que la realidad puede mejorarse si se actúa para mejorarla. La esperanza puede ser, en efecto, la espoleta que dispare nuestra voluntad para hacernos actuar. Pero, ¿cómo colocarnos esa espoleta cuando todas las circunstancias conspiran para arrastrarnos a la desesperación? En medio de una pandemia, sin vacuna ni remedio seguro, con un virus que, además de quitarnos la salud y hasta puede que la vida, cierra empresas y quita trabajos; en medio de ese horror, ¿se puede decir a alguien que se pinte la cara color esperanza y se ponga a cantar soñando con tiempos mejores? ¡Y una mierda!, puede contestar quien está preocupado o deprimido del todo, con todo el derecho a estarlo porque la cruda realidad le da la razón. Pero en medio de la preocupación y del dolor, podemos mantener viva la esperanza aunque no nos sirva de analgésico. Observar las instrucciones para no contagiarnos ni contagiar a nadie es una manifestación de la esperanza de sobrevivir. Utilizar el tiempo para buscar ayuda y ayudar; para buscar una salida a un negocio que ha tenido que cerrar las puertas y ofrecer la salida que se nos ocurra a quien se encuentre encerrado en la misma situación; utilizar el tiempo  para abrir nuevos caminos que nos permitan reorientar nuestra vida y conducir a otros a reorientar la suya; utilizar el tiempo para cargarnos de esperanza convencidos de que podemos transformar nuestro mundo inmediato entrenando constantemente nuestra voluntad para llegar a la meta que nos proponemos; luchar como se pueda con la esperanza de vencer  es una manifestación del amor a la vida, del deseo de vivir. Hace poco nos sobrecogió la cuidadora de una residencia de ancianos contando en la radio que una anciana murió aporreando la puerta de su habitación para que le abrieran. Esa mujer, tal vez enferma, tal vez con muy poco tiempo de vida, es un ejemplo de cómo la esperanza es capaz de mover la voluntad hasta el último límite. Murió aporreando una puerta cerrada con llave para que la dejaran salir. Murió con la esperanza de que alguien la abriera.

El To be or not to be de Hamlet es la frase más conocida, más popular jamás escrita. Tal vez porque a lo largo de los siglos desde que se escribió y se pronunció por primera vez, la mayoría se ha identificado con todo lo que implica esa cuestión; tal vez porque para la mayoría, vivir es cuestión de ser, de ser como sea porque a saber qué será cuando dejemos de ser; tal vez porque la mayoría es esencialmente cobarde. 

Cada cuatro años, más o menos, la cobardía de esos cobardes se revela en su elección del partido político al que entregan el poder de gobernar sus vidas. Los populistas de todo signo conocen a ese tipo de electores  y procuran convencerles  de que, si gobernaran otros, el país se hundiría en el caos. Los populistas saben que pintando el presente con las pinceladas más negras, aunque el resultado no tenga nada que ver con la realidad, se ganan el rechazo de los ciudadanos racionales y reflexivos, pero atraen a la masa de cobardes que prefieren tragar mentiras y soportar gobernantes corruptos, recortes salariales, recortes o eliminación de servicios públicos, de derechos, de libertades, de cualquier cosa por el miedo a los otros que los populistas les han instilado; por el miedo a que los populistas tengan razón y pueda ser peor lo que está por venir. Los populistas de todo signo luchan por el poder con la esperanza de que la masa cobarde constituya una mayoría suficiente para llevarles al triunfo, y en varios países del mundo lo han conseguido. Gracias a una crisis económica que afectó y aterrorizó a la mayoría, en esos países,  una mayoría de electores cobardes entregaron el gobierno, es decir, sus vidas, a políticos populistas que les engatusaron con promesas inconcebibles y que les siguen engatusando con inconcebibles mentiras. Los ciudadanos racionales y reflexivos se preguntan cómo es posible. La respuesta está en el discurso de Hamlet. Todos esos cobardes existen por no dejar de existir y renuncian a toda esperanza de transformar el mundo porque, como ellos, las cosas son como son y no pueden ser de otra manera.     

Pronto la realidad confirmará lo que parece ser una simple teoría. Uno de los partidos populistas de este país nos ha prometido una moción de censura al regreso de las vacaciones. Pero el líder de ese partido no será el único que evoque monstruos y monstruosidades para aterrorizar al personal. Casi todos los otros líderes recurrirán al marrón oscuro para pintar el país con tintes escatológicos. El convocante a la moción se ofrecerá  como adalid de España, único capaz de acabar con todas las fuerzas malignas blandiendo su flamígera espada milagrosa. Los otros líderes se anunciarán como los únicos detergentes capaces de limpiar toda la mierda que previamente habrán descrito. Y el presidente del gobierno, ¿que hará? Lo de siempre. Informar sobre la realidad sin colores ni matices y hacer un llamamiento a la esperanza. 

Es un axioma que sin esperanza no se puede vivir una vida plenamente humana. Decidir si se quiere vivir con esperanza o ir sobreviviendo con lo que depare cada día sin otra perspectiva que la muerte, es decir, irse muriendo al ritmo del tiempo, es un derecho. Cada cual tiene derecho a elegir si quiere quedarse quieto para que no le pase nada en el camino o si, como Machado, quiere vivir haciendo su propio camino con su esperanza hasta que ese camino llegue al final o hasta que se abra otro camino después, quién sabe.               

Los réditos del odio

(Publicado en La Hora Digital el 4 de septiembre de 2020)

Iba a escribir yo un artículo sobre el amor; última de las virtudes teologales que me quedaba por tratar. Hasta me puse a buscar en mi mente un título que, siendo bonito, no resultara sentimental. Me prometía un trabajo relativamente fácil. Tanto se ha escrito sobre el amor que era cosa de acudir a la memoria y cribar el relleno de lo sustancial para no extenderme demasiado. No sería difícil relacionarlo con la Política si enfocaba el tema en las virtudes ciudadanas. Total, que me auguraba un día de gloriosa inspiración cuando la voz de la radio me dio un mazazo en la cabeza que me dejó tonta. Donald Trump, dijo la voz, está recuperando posiciones en la valoración de sus compatriotas desde que ha radicalizado aún más su discurso justificando el asesinato como medio de imponer la ley y el orden. Me espabiló un subidón de adrenalina que me dispuso a huir. Mi razón intervino. ¿Adónde? ¿Cómo? Y un súbito bajón volvió a atontarme. Porque no es solo en América donde la atmósfera se oscurece cada vez más y se vuelve cada vez más pestilente. No es solo en América donde el proceso de evolución del homo sapiens parece haberse invertido. Es el mundo entero el que parece haberse detenido de golpe para volver a arrancar marcha atrás.

Todos, en todas partes, estamos enfermos, muy enfermos, pero no de un virus que ataca los pulmones -ese virus solo ha conseguido penetrar en una minoría, por el momento. Todos estamos enfermos de miedo; de miedo al contagio, si no nos hemos contagiado; de miedo a las consecuencias de la enfermedad, si ya la tenemos; de miedo a perder el trabajo, si no lo hemos perdido; de miedo a la pobreza; de miedo al extraño. Como si un germen maligno, mucho más peligroso que cualquier virus, se nos hubiera metido en el tuétano de los huesos y en el núcleo del alma, estamos mortalmente enfermos de miedo, y el miedo nos ha debilitado las facultades convirtiéndonos en víctimas fáciles de estafadores que nos venden protección.

¿Qué nos está pasando? ¿Secuelas de la gran recesión? Pero la gran recesión se estaba superando en todos los países desarrollados. En España hubo un cambio de gobierno y el nuevo enseguida empezó a tratar las lesiones que nos había causado el viejo con su obsesión de imponer la austeridad a los ciudadanos rasos mientras dejaba hacer a los económicamente importantes y a los corruptos. Y entonces llegó el virus y empezó a llenar hospitales y a llevarse vidas al otro mundo. Pero enfermos y muertos no son más que cifras para los que están sanos y no tienen ni enfermos ni muertos a quienes llorar. El miedo al virus se controla poniéndose mascarillas, guardando distancias, lavándose las manos. ¿Por qué, entonces, se está extendiendo por el mundo un pánico paralizante; un pánico que ataca la razón, la voluntad, la esperanza, convirtiendo a seres humanos inteligentes en peleles a merced de los estafadores?

Hordas de negros furiosos toman las calles del país de la libertad y los sueños de progreso, amenazando la paz de familias honestas de probada rectitud, laboriosas de lunes a viernes, fieles asistentes a los servicios religiosos cada domingo; familias con buenos sueldos que no requieren la asistencia del estado porque se pueden pagar seguros; familias blancas. Naturalmente, esas familias escuchan y bendicen al hombre que promete librarles de la horda de negros, negros cuyo origen común es el de los esclavos a quienes se impedía aprender a leer y escribir; negros que luego recibieron una pésima educación en colegios de negros; negros que se hacinan en barrios de negros decorados con la suciedad que acompaña a la pobreza; negros que se aprovechan de los impuestos que pagan los blancos con buenos trabajos, pidiendo constantemente asistencia al estado para sobrevivir si no lo consiguen, como la mayoría de los suyos, con la delincuencia. Ese hombre dispuesto a librar a los americanos blancos de la epidemia de negros y emigrantes pobres dedicó su campaña electoral a decir la verdad sobre el peligro que para los americanos blancos suponían los negros y los emigrantes pobres. Ese hombre demostró su valentía y su honestidad atreviéndose a decir la verdad sobre esas lacras que amenazaban al país, cuando los ingenuos y los cobardes habían conseguido imponer un lenguaje políticamente correcto para declarar y hacer respetar la igualdad de todos los americanos. Y a cambio de exponer su fama, su prestigio, por decir la verdad, ¿qué pedía ese hombre valiente? Poder, solo poder. Lo dijo Jesús según el evangelio de Mateo: «Buscad el reino de Dios y su Justicia y lo demás se os dará por añadidura«. Y en nuestro siglo ya no hay quien no sepa que el reino de Dios y la Justicia pertenecen a quien tiene el poder y que es el poder el que da, por añadidura, todo lo demás. Admirados de su valentía y aterrorizados por el panorama apocalíptico que les vaticinaba si no se refugiaban bajo su protección, los americanos entregaron a Donald Trump todo el poder.

Hace muchos años que el poder pintó de oro a todo lo americano convirtiendo a la primera superpotencia del mundo en envidiable e imitable. En cuanto accedió al poder, a Donald Trump le salieron imitadores por todas partes. La idea de simplificar al máximo el discurso político y la tarea de gobernar descendió sobre las cabezas ideológicamente afines de los aspirantes a ganar elecciones como la llama divina en Pentecostés. Profetiza la distopía más negra -las distopías, como las películas de terror, gustan mucho al personal, como demuestran las audiencias-, preséntate como superhéroe a la cabeza de muchos superhéroes dispuestos a salvar al mundo, y una mayoría sin ganas de cansarse el cerebro pensando en política, te votará. Así de simple. Que se lo pregunten a Bolsonaro, a Casado, a Abascal, por ejemplo. ¿Alguien les ha oído exponer alguna vez un programa de gobierno?

Todos los que ocultan sus convicciones retrógradas haciéndose pasar por liberales o conservadores o centristas se han impuesto la norma de no exponer jamás en sus discursos sus ideas, sus proyectos, sus programas para gobernar. ¿Qué interesa al populacho? ¿Las películas de terror? Pues nada, a relatar un futuro terrorífico bajo gobiernos socialistas. Nada de amor. El amor está tan pasado de moda que a los buenos sentimientos se les engloba hoy en el término despectivo de «buenismo». No le digas a quien gana poco y le duele que, encima, le cobren impuestos; no le digas a quien gana mucho y le duele tener que pagar impuestos también; no digas a todos esos que hay que rescatar una patera con hombres, mujeres y niños que está a la deriva en el mar. Dile que son negros que vienen a robar, a violar mujeres, a quitarnos trabajos y subsidios, a conseguir vivienda y atención sanitaria gratuita que los gobiernos socialistas niegan a los españoles. Diles que no les dejarás desembarcar, como hacía aquel italiano tan macho, y verás cómo te aplauden. Y quien dice negros, dice mujeres. ¿A dónde van a parar los hijos, la familia si se permite a las mujeres faltar el respeto a los maridos y las dejan que decidan cuándo quieren parir? Y quien dice mujeres, dice homosexuales, decididos, ellos, a extinguir la especie. ¿Y los toros? Nos quieren quitar los toros porque en las corridas se tortura y se mata al animal. Los buenistas conseguirán que se prohíba el fútbol porque en el fútbol se dan golpes y patadas al contrario. Y quien dice fútbol, cualquier otra cosa, porque los buenistas socialistas comunistas prohíben hasta que cualquiera se enriquezca porque te quitan todo lo que ganas para repartirlo entre los emigrantes y los vagos. ¿Que muchos se darán cuenta de que lo que dices es mentira? No les importará. Si consigues encenderles el odio y no dejas de aventar el fuego dándoles razones para odiar a quienes predican la igualdad, no se preocuparán por contrastar lo que digas. Tienes que hacerles entender que el buenismo no produce nada; que el odio, por mal visto que esté, es lo que deja réditos y esos réditos estimulan las inversiones y esas inversiones estimulan la economía del país. ¿Que solo te votarán egoístas que viven encerrados en su valvas, cobardes aterrorizados, fracasados resentidos, seres infrahumanos? Mientras sean millones, ¿qué más te da?

El siglo pasado vio la venganza de los dioses que narran varias mitologías antiguas. Los seres humanos evolucionaban demasiado a prisa y los dioses decidieron detenerles antes de que rivalizaran con su poder. Una pandemia, una gran recesión y dos guerras mundiales consumieron sentimientos, valores; desmintieron la bondad, el amor. Pero fue un siglo de grandes inventos. Se inventaron y triunfaron nuevos medios de diversión para aliviar las penas y las preocupaciones; para que las pobres víctimas del egoísmo y del odio no tuvieran ni tiempo ni ganas de pensar quienes habían causado tanto sufrimiento. Nuestro siglo ya lleva una gran recesión y una pandemia, pero la tecnología ha avanzado tanto, que ya no hay dolor que no se alivie ante una pantalla y queda muy poca gente que no tenga pantalla en la que aliviar su dolor.

Entonces, ¿no hay esperanza de volver al esfuerzo por humanizarnos? El «buenismo» socialista sigue ganando elecciones aquí y allá. Aquí y allá, millones de seres humanos aún sienten y manifiestan el amor que no es, al fin y al cabo, otra cosa que empatía, la capacidad de penetrar en la piel hasta el alma del otro para compartir emociones y sentimientos. Hay esperanza y la habrá mientras existan seres humanos. Sin esperanza, el ser humano no puede vivir.