No hay negocio como el espectáculo

El hombre primitivo mataba por defender su tierra, caverna, tribu o por robar las de otro. El instinto del troglodita evolucionó y los grupos constituyeron civilizaciones. El hombre civilizado empezó a matar para defender su civilización o robarle la suya a otro. En ese momento, cuando los hombres ya tenían un cierto concepto de humanidad, una mente perversa descubrió que, para destruir a un enemigo, había que deshumanizarle. La deshumanización del enemigo se convirtió en finalidad de las arengas a los soldados y en entrenamiento mental de los civiles para justificar y ganar guerras. Y en esas seguimos. Putin convence a los suyos de que los ucranianos son nazis asesinos a los que hay que eliminar  porque amenazan la supervivencia de los rusos. Netanyahu convence a los suyos de que todos los palestinos son terroristas que hay que matar antes de que maten a los israelitas. Los fascistas españoles, por poner ejemplo europeo, convencen a los suyos de que hay que acabar con los adversarios antes de que los adversarios acaben con ellos, lo que significaría acabar con el país. En España, para simplificar y concentrar la deshumanización a los adversarios se les personaliza en un solo individuo, Pedro Sánchez. 

Hace unos cinco años ya que los fascistas convirtieron el acontecer político español en un melodrama soso. Cinco años ya que el dinero de socios y subvenciones les permite mantener en cartelera el mismo espectáculo aunque el público se haya reducido, como los asistentes a misas diarias, ahuyentado por aquello de lo cual hoy en día todo el mundo escapa; el aburrimiento.     

Moviendo la cabeza rítmicamente y con una media sonrisa para lograr un cierto «sex appeal», Alberto Núñez Feijóo discursea en sus escenas estirando sus monólogos como los adolescentes de los ’60 disfrutábamos estirando chicles bomba. El monotema es la perversión diabólica de Pedro Sánchez, los pecados mortales y veniales que ensucian el alma de Pedro Sánchez y con los que Pedro Sánchez intenta arrastrar al infierno al alma de España. 

La truculencia del discurso de Nuñez Feijóo podría excitar la atención del personal, si no fuera porque, desde el primer día, sus diatribas carecen de originalidad. Antes de su aparición en el escenario nacional, Isabel Díaz Ayuso ya utilizaba la misma técnica dramática con el mismo discurso, pero con cierta ventaja por su condición de mujer. So pena de caer en un afeminamiento que los de su cuerda no le perdonarían, Nuñez Feijóo no puede servirse de atuendo, sonrisas maliciosas, caídas de ojos insinuantes y otros gestos coquetos con los que la Ayuso adereza sus discursos. Pero a pesar de ese handicap, Feijóo la tiene como maestra por admirar sus cualidades histriónicas y la potencia venenosa de sus discursos. 

Santiago Abascal no tiene ese problema. Sin superior ni superiora que le marque el paso, su pose y su discurso revelan cierta tendencia a seguir el realismo psicológico del método Stanislavsky. El pecho de Abascal puede sugerir afición a los ejercicios para aumentar pectorales o el truco de un chaleco antibalas para inflarse, pero sea por lo que sea, su apariencia frontal da el pego de macho de pelo en pecho, que se decía en tiempos de mi abuela. Cuando aparece en la tribuna del Congreso, evoca la figura del pistolero que, al abrir las puertas de la taberna en un western, espanta hasta a las hormigas. Cuando empieza a discursear, su discurso armoniza con su físico. De inmediato saca la pistola de su lengua y se lanza a disparar insultos contra la cabeza de Sánchez con la virulencia de un poseso. Pero Sánchez le quita a su pólvora todo el poder emocionantemente mortífero. Sánchez no se inmuta.  

Hace unos cinco años que Feijóo, Ayuso, Abascal y toda la plana mayor de sus partidos concentran todo su afán apostólico en concebir el modo de convertir a los infieles que no les escuchan. Pero parece que España fuera de verdad un país de pandereta porque, en cuanto se acerca el carnaval, tienen que contemplar de lejos y rabiando de envidia el éxito que obtiene el politiqueo cuando sale de las gargantas de las chirigotas gaditanas. Disfrazarse y cantar no pueden, aunque es probable que  ganas no les falten. Un político no tiene por qué ser serio en todas las acepciones positivas de la palabra, pero tiene que parecerlo. ¿Qué hacer entonces? 

Entonces llegó la Amnistía, como llama del Espíritu Santo, iluminando la mente  de algún asesor. Manifestaciones, concibió el iluminado. Lo más divertido después de una buena comedia o una buena chirigota es una manifestación. Todos los iluminados populares vieron el cielo abierto. En primer lugar, salió el Papa del Consorcio Popular llamando a la Cruzada contra los infieles y su cabecilla, Pedro Sánchez. Enseguida, el presidente visible del consorcio convocó a una manifestación pacífica contra la amnistía y su ejecutor, Pedro Sánchez. No podían faltar los discursos para arengar al personal, dejar claro el «quién manda aquí» y conseguir fotos en medios y redes. Pero para exorcizar al demonio del aburrimiento, harían falta eslóganes excitantes. Todos los asesores se pusieron a parir unos cuantos entre los que se eligió a los más sonoros incluyendo la fruta que, gracias a la Ayuso, ya todo español adulto normal asocia a la madre de Pedro Sánchez. 

Y los fieles populares salieron a la calle y chillaron contra la amnistía y contra Pedro Sánchez y se divirtieron y divirtieron también a quienes les vieron en medios y redes. La manifestación tuvo un cierto éxito aunque no comparable con el carnaval de Cádiz, pero algo es algo siempre mejor que nada. Los iluminados decidieron intentarlo otra vez.

Otra vez, sin embargo, la sagacidad de Santiago Abascal le ganó a los sosos irredentos del PP. Manifestación contra amnistía y Pedro Sánchez, sí, pero sin aburrido pacifismo. Las huestes de Vox consiguen sacar a la calle a cientos de policías para contener a una tropa incendiaria. Ante la imposibilidad de destrozar la sede del partido de Pedro Sánchez sin matar policías, a la tropa se le ocurre la idea genial de convertir a Pedro Sánchez en una piñata y cargárselo imaginariamente a golpes. Las imágenes del linchamiento de Pedro Sánchez consiguen un exitazo internacional. 

¿Y ahora qué hacemos?, se preguntaron los iluminados del PP viendo que los sainetes contra la amnistía ya no daban para más. Como si las autoridades del Cielo fueran, en realidad, católicas y apostólicas, otra vez respondieron a los ruegos de los más devotos con un milagro. A los de otro partido de devotos se les ocurrió exigir a Pedro Sánchez que cediera a su país la competencia de decidir la vida y destino de los inmigrantes. Y a la mente de Feijóo, habituada a no concebir innovaciones, se le ocurrió que la parida de los del partido belga-catalán resucitaría los ánimos para montar otra manifestación. Esta vez, Feijóo se reserva el llamamiento a la Cruzada Nacional porque ya se sabe de memoria hasta dónde van los signos de admiración y no duda de que conseguirá lucirse.

Pero vamos a ver, reflexiona el ciudadano cuerdo y pensante, primero se protesta contra una amnistía cuando aún no se han redactado ni beneficiarios ni condiciones de esa amnistía, y ahora hay que protestar contra traspaso de competencias sobre inmigración al gobierno de un país que no existe como país independiente, concedidas en documentos que aún no se han escrito y que, si llegaran a escribirse, resultarían jurídicamente inválidos. Entonces, la gestión de gobierno que ofrecen los partidos que protestan con manifestaciones, pacíficas o violentas, contra Pedro Sánchez y su capacidad de negociar para gobernar, ¿se reduciría a enfrentarse a molinos de viento? Entonces, la gestión de cuanto afecta a la vida de los españoles quedaría en manos de holgazanes disfrazados de quijotes para pasar por héroes? Entonces, ¿el bienestar de los españoles depende de la cantidad de Sanchos Panza que se encuentre entre los votantes el día de las elecciones?

Sabido es que la diversión puede ser panacea para todos los males de la mente y del cuerpo. Psicólogos y manuales de autoestima recomiendan diversión para aliviar bajones. Pues bien, ya en la primeras décadas del siglo XX, el fascismo descubrió la eficacia de la propaganda política en la voz de actores para divertir al personal. Hoy no es necesario inventar nada nuevo. A los pensadores fascistas les basta montar la política como espectáculo y nada como el espectáculo para divertir. Es muy probable que el votante que ignora lo que ha hecho el gobierno y lo que ofrece el candidato a gobernar acabe votando por el nombre que más recuerda por ser el de quien le ha divertido más. ¿Para qué el esfuerzo de montarse un programa de gobierno si nadie se lo va a leer?, se pregunta el político fascista. Desde los archivos de la memoria, la inolvidable Ethel Merman contesta con una frase de Irving Berlin: «There’s no business like show business».

   

La magia buena. Mi regalo de navidad

Medio día. Después de pasar toda la mañana relatando en mis memorias un episodio durísimo de la adolescencia de mi madre, me vi atacada por emociones que había combatido toda mi vida consciente para no condenarme a existir sufriendo los efectos de esas emociones. Creía que mi facultad racional y mi empatía me habían librado de los sentimientos negros  que amargan la vida de quien los deja apoderarse de su mente y de su cuerpo. Creía haber desterrado de mi alma la ira, el rencor. Pero leyendo lo que había escrito, volviendo a ver en mi memoria a una niña de quince años forzada por un hombre poderoso a entregarle el cuerpo para sobrevivir a la miseria de la posguerra; una niña que de pronto descubre la realidad de un embarazo; una niña que por ese embarazo forzado condenan al desprecio, a la marginación hasta aquellos que se habían beneficiado del sacrificio de su cuerpo, volví a sentir el fuego de la ira, el aguijón del rencor, todas las emociones que llevan a un ser humano a renegar de sus congéneres. 

    Ayudada por mi fe, me puse a hablar con el alma de mi padre, a contarle lo que me pasaba. Vomité toda la bilis que me ahogaba sin sentirme después totalmente libre de la porquería que alteraba mi alma y mi cuerpo. Entonces vi una solución, ¿inspirada por el alma de mi padre? Cogí el teléfono. Llamé al taxista. Le pedí que viniera a buscarme y me llevara al pueblo. Le pedí que me llevara al Escalarre. Tardé poco en darme cuenta de lo que estaba buscando; lo que tardó mi memoria en recordarme la sencilla frase que pronuncia una vieja en una película que había visto varias veces, «Lo más importante en esta vida son los amigos, los buenos amigos». 

   Llegué al Escalarre con Colom, mi taxista y buen amigo. Antes de sentarme en una mesa, me topé con Ariadna, una de las camareras. Ariadna me abrazó. Sabía que me abrazarían los demás cuando me vieran. Desde el primer abrazo al que se atrevió Pablo, todos los camareros me abrazan. Esos abrazos, para una vieja que vive en medio de una montaña con la única compañía de dos perros y un gato, cariñosos, pero que no pueden abrazar; esos abrazos producen un efecto mágico.   

     En la calle, la entrada al Escalarre Rock Café la marcan dos individuos tamaño persona de altura media realizados con piezas recicladas de vagones de tren. Sus cuerpos son muelles y muelles más pequeños, sus brazos. Su cabeza, una caja metálica. Uno toca una guitarra; el otro, un saxofón. Cuando algún niño pasa y los empuja, los muelles de esos músicos de otra galaxia bailan a un ritmo suyo, solo suyo. Entrando, a la izquierda de la puerta, la estatua de un enorme  negro, vestido a la guisa de los artistas de jazz de los años 30 del siglo pasado, exhibe un cartelito que indica dónde está el WC. En las paredes, carteles anunciando festivales y conciertos de rock. El primer cartel que llama la atención es de un festival de 1996 que  anuncia a David Bowie. David Bowie mira de frente o de lado desde varias fotos revelando la predilección de Alex, el dueño. Alex  se mueve entre camareros y clientes  destacando más que todos los elementos decorativos del lugar. Alto sin exageración, exageradamente robusto, con pelo muy corto a veces verde, a veces rojo, a veces azul, su seriedad desmiente la impresión que causan su pelo y su vestimenta, colección de camisas y camisetas tan llamativas que algunas chillan. 

    Una mañana de confidencias, Alex me dijo que para él, la música era vida y que su vida la guiaba la música. Me contó que el día en que había abierto las puertas de su negocio, la emoción le ahogaba, como le ahoga hasta el presente la música de Nirvana, el riff guitarrero, las notas contundentes del bajo, las notas vocales rasgadas que Alex califica como desaliñadas, sucias, pero angelicales. Alex atribuyó a Nirvana dejarle el alma en vilo.

     En vilo se le quedó el alma cuando un día cualquiera, un  aneurisma se le llevó a Imma, su mujer,  y le dejó solo, solo consigo mismo y su música, con su memoria repitiendo el Molly’s Lips de Nirvana  que un día le había atrapado.          

    La música suena constantemente en el Escalarre a un volumen que no impide conversar. Durante todo el día conversan, en las mesas de la terraza y el local, gente de todas las edades. ¿Cómo consigue un ambiente tan aparentemente concebido para jóvenes muy jóvenes  atraer a lugareños y forasteros, jóvenes y viejos por igual? Atribuyo el fenómeno a cierto tipo de magia que Alex asigna a la música y que yo asigno a la empatía. Un día llegué al Escalarre  con la mente cargada de problemas y el alma soportando ese peso con dolor. Alex pasó por mi mesa, se detuvo a saludar y algo percibiría en mi  expresión. 

    -Te pongo una canción que te va a gustar -me dijo y entró en el local. 

    A los pocos minutos, la música que sonaba se calló. Segundos después, la voz inconfundible de Nina Simone  empezó a cantar a capela: «Birds flying high. You know how I feel. Sun in the sky. You know how I feel. Breeze driftin’ on by. You know how I feel. It’s a new dawn. It’s a new day. It’s a new life for me. And I’m feeling good». Y mi atención huyó de la oscuridad de mi memoria y se fue a los pájaros que volaban alto y a los que volaban bajito buscando migas en el suelo y en las mesas. Se me fue al sol de otoño que iluminaba sin quemar. Se me fue a la brisa que movía las hojas de los árboles próximos. Era un nuevo día, y como cada nuevo día, una nueva vida. Sin darme cuenta, empecé a cantar mentalmente con  Simone, «And I’m feeling good». 

    Otra mañana, Alex se sentó conmigo  y empezó a contarme lo que le decía su pensamiento: «Ahora solo me importo yo, el todo y nada está lejos. Libre, quiero volar libre. Solo me importaba ella y ella ya no está». Ella sí estaba, me dijo mi fe, pero no era momento ni de consejos ni de consuelo. Alex había encontrado su camino con su propia magia y esa magia le abría camino a los demás aunque él no lo supiera. ¿O sí lo sabe? 

     Es verdad que los amigos son lo más importante de la vida. Los amigos producen el efecto mágico de recordarle a uno su humanidad; los buenos amigos con los que uno intercambia ideas, recuerdos, desahogos, y esos amigos desconocidos con los que se intercambia lo mismo electrónicamente.  Ese efecto mágico es la empatía; la capacidad de sentir las penas y alegrías del otro; esa capacidad que nos hace conscientes de que pertenecemos al género humano y de que esa pertenencia nos permite reconocer a un hermano en los demás.

     A veces, la empatía causa dolor, naturalmente. ¿Cómo ignorar el dolor de los hermanos israelitas con sus vidas alteradas por el miedo, por los recuerdos horrísonos del Holocausto transmitidos de generación en generación condenándoles al temor perpetuo a perder su país y sufrir el antisemitismo y sus consecuencias?  ¿Cómo ignorar el sufrimiento de los hermanos palestinos condenados a muerte por desaprensivos carentes de empatía, de humanidad, que utilizan el miedo de los más débiles para conseguir el poder y que utilizan el poder para asesinar? En todas partes y a todas horas el fascismo intenta ensuciar las mentes y agitar las glándulas  instilando odio contra  los adversarios.  ¿Cómo ignorar el peligro que amenaza a millones de hermanos en el mundo entero con caer en las redes del fascismo inhumano y deshumanizador? 

    No se trata de ignorar; se trata de combatir, como pueda cada cual, los sermones diabólicos de quienes intentan  alterar el propósito de la creación del hombre, macho y hembra, deshumanizándonos. Se trata, sobre todo, de intensificar el efecto mágico de la empatía con la magia de la esperanza.  

  

Nina Simone Feeling Good subtitulos en español e ingles

Es lo que hay y no hay otra

¿Qué puede hacer que la ambición lleve a una persona a destruir un país, a destruir a los millones de personas que habitan un país? Es una pregunta que muchos seres humanos se habrán hecho desde que existen los países porque, desde el principio de los tiempos, existen homínidos a quienes sus congéneres no importan; homínidos incapaces de identificarse con los demás, de compartir los sentimientos de los demás; homínidos que carecen de empatía, de compasión, de eso que hace a una persona un ser plenamente humano. La ambición, el deseo desmedido  de conseguir poder, riquezas, fama o las tres cosas ocupa, en esos homínidos, todo el espacio de su alma negando lugar a sentimientos humanos. Ese deseo desmedido en políticos con poder y en aquellos desesperados por obtenerlo, hoy está infectando las almas de millones en todo el mundo; empezando por el ejemplo más trágico del genocidio de palestinos por la ambición desquiciada del gobieno totalmente inhumano de Israel, y terminando por los países en los que la opisición lucha por alcanzar el poder esparciendo el odio, como en España.  

Cualquier persona racional que aguante, durante un rato largo, las imágenes en televisión de las manifestaciones que están alborotando las noches, desde hace muchas noches, en Madrid, es muy probable que se pregunte, con más o menos perplejidad, cómo es posible que haya tantos homínidos carentes de empatía y de inteligencia en una ciudad que se supone centro de cultura, de convivencia entre culturas diferentes, de modernidad. Se ven jóvenes de ambos sexos saltando como simios; gritando consignas que ultrajan a la inteligencia y descomponen la armonía social; exhibiendo símbolos que atacan a grupos de personas y ensalzan ideologías inhumanas; lanzando todo lo que encuentran contra quienes intentan detenerles; quemando todo lo que pueden para crear un ambiente infernal. Es probable que, al contemplar ese espectáculo, algunos sientan miedo. ¿Qué sería del país si ese tipo de homínidos proliferara hasta el punto de otorgar con sus votos el poder a quienes les han llevado a ser lo que son y a estar donde están?

Da miedo que los discursos de odio al adversario que sueltan los que la ambición ha cegado, produzcan hoy el mismo efecto en las emociones de los mentalmente más débiles que los discursos que en la primera mitad del siglo pasado enloquecieron a millones llevándoles, primero, a abdicar de su libertad y, después, a la muerte. ¿Es que en todos los años transcurridos desde aquella época de salvajismo el hombre, macho y hembra, no ha conseguido evolucionar; no ha conseguido crear comunidades auténticamente humanas? ¿Es que el hombre, macho y hembra, sigue reaccionando como un animal ante una golosina cuando los políticos cegados por la ambición les echan propaganda que les excita las glándulas? ¿Es que la mayoría se niega o no puede  razonar cuando se trata de aquello que afecta a su vida; eso que se llama política y que significa gobernar para el bienestar o el malestar de todos?

Si todos se preguntaran en qué afecta su vida la amnistía de unos cuantos por los delitos incruentos que cometieron quienes pusieron sus ambiciones personales por encima del interés general, nadie movería un dedo por defender a quienes  están utilizando esa amnistía para destruir la convivencia pacífica en este país, poniendo sus ambiciones personales por encima del interés de todos. Si la mayoría se niega a preguntarse las verdaderas causas de la crispación, de la división entre parientes, vecinos, comunidades que la ambición de los crispadores está causando, solo queda a los seres humanos racionales de este país esperar con paciencia a que los homínidos se cansen de barullos y se empiecen a preocupar  de las cosas que verdaderamente afectan a su vida y a la vida de los suyos. Es triste, muy triste que la esperanza y la ilusión tengan que conformarse con esperar que los irracionales se cansen de una puta vez, pero es lo que hay  y no hay otra.         

El triunfo de los dioses creadores

Me despierto. Pongo la radio. Otra vez la bofetada de otra noche de protestas; símbolos, gestos y gritos fascistas; insultos y mentiras. Y después de ese espectáculo grotesco, el genocidio en Gaza. Hambre, sed, muerte de miles de seres humanos condenados por ser palestinos. Tengo muchas razones para admirar y amar al pueblo judío. Al horror y al dolor por el sufrimiento de los palestinos, se me agrega en el alma el horror y el dolor al ver que un fascista inhumano está marcando a todos los judíos de su país con la lacra de genocidas. Ira, odio por todo el mundo exudando de seres que han fracasado en su evolución hacia la plena humanidad.    

Me levanto. Empiezo mi rutina de cada día dando el desayuno a mis dos perros y a mi gato; una salchicha barata a cada uno. Tienen pienso, pero esa salchicha no es para matarles el hambre; es para que puedan empezar el día con una alegría. ¿Con qué alegría puedo empezar yo?, me pregunto mientras preparo mi café con leche. 

Con mi tazón caliente, me siento ante mi ordenador. Enciendo. Empiezo, como siempre, por revisar mis emails. Dos de mi hijo. ¿Tan temprano? Empiezo a leer y, desde las primeras palabras, me voy a otra dimensión.

El hombre al que traje al mundo se vuelve niño enumerando recuerdos que le recuerdan que tuvo una infancia feliz. Termina exponiendo todas las razones por las que me juzga y concluye que fui la mejor madre del mundo y todavía lo soy. Sé que no se trata de un derramamiento de emociones provocado por una fecha señalada u otra circunstancia superficial. Mi hijo ha leído los primeros capítulos de mi biografía, esos que escribí con un dolor profundo relatando la horrísona infancia y adolescencia de mi madre sometida a una guerra y luego a lo más obsceno y degradante de una posguerra en la que fue víctima de lo más obsceno y degradante del fascismo. Mi hijo ha percibido en todos los capítulos que llevo escritos la sombra de mi infancia y adolescencia desgraciadas por unos padres marcados para siempre por las desgracias sufridas en su propia infancia y adolescencia. Que todas esas penas  llevaran a mi hijo a recordar lo mejor de los primeros años de su vida me confirma que mi lucha por convertirme y ayudarle a convertirse en un ser auténticamente humano ha sido mi gran triunfo. He cumplido la encomienda que se me dio al crearme. Lo que en este mundo podrido por la ambición, el dinero y el poder se considera un triunfo, me importa un carajo. Sin dinero y sin poder he triunfado. 

La escoria que hoy rige los destinos de medio mundo se volverá polvo bajo la tierra o en algún nicho. Qué pueda pasar después a sus almas no lo sé ni puede saberlo nadie, como nadie puede saber nada de Dios más allá de que nos creó. Los dioses creados por los hombres adolecen de todas las miserias, lacras, pústulas de sus creadores. Esos dioses también se están muriendo. Mientras tanto, en todo el mundo crecen y se reproducen  aquellos que creen en la superioridad de la naturaleza auténticamente humana; aquellos que, como el Dios que todo lo creó, ven que todo lo creado es bueno y dedican sus vidas a crear y preservar la bondad de todo. La vida de estos confirma el triunfo de la creación aunque algunos de ellos hayan decidido no creer en el Dios Creador. Todos los que dedican su vida a la evolución de la humanidad son dioses creadores. Hoy, gracias a ellos, empiezo el día con la alegría que me otorga la esperanza. 

Mis perros y mi gato han venido a buscar su trozo de magdalena diaria, sin azucar. Están contentos. Yo también                

Cuando la mayoría se detesta

Serigne Mbaye, ex diputado y activista

Hay momentos en que algo pasa que excita  las emociones y las emociones pinchan las glándulas y las glándulas segregan sustancias que alteran el cuerpo y esa perturbación momentánea de la normalidad se queda en la memoria para siempre. Un día de 1958 algo me perturbó de tal manera que determinó el rumbo que iba a elegir mi mente para dirigir mi vida. Era sábado. El internado que aquel año me había tocado en suerte estaba en Miami. Los sábados, las internas podíamos elegir las actividades que quisiéramos para llenar el ocio. Yo me había apuntado al club de lectura. Después del desayuno, fui al salón de recreo y cogí, como siempre, la revista LIFE. La memoria me devuelve a aquel momento cada vez que algo me lo recuerda. En portada, la foto de encapuchados blancos portando antorchas encendidas; a lo lejos, una cruz. No sé si lo leí en titulares o me atreví a leer el artículo. Un grupo del Ku Klux Klan había linchado a un negro y habían quemado su cuerpo en la cruz, no sé si vivo o muerto. No creo que LIFE llevara la fotografía de la quema; sé que mi imaginación la vio como si la hubiera presenciado. Sé que aquel día y en días sucesivos me enteré de lo que era racismo, discriminación, odio al diferente, los abusos de la superioridad. Al cabo de unos días de preguntar para entender,  aprendí también a no preguntar nada más porque quien preguntaba sobre cosas serias estaba mal vista; aunque solo tuviera diez años.

Desde el domingo 23 de agosto de este año, todos los medios han tratado extensísimamente el asunto del beso forzado por un individuo a la futbolista Jeny Hermoso. El uso de la fuerza por un macho humano moralmente retrasado  no me devolvió a un momento concreto. Sufrí las consecuencias de esa fuerza física  durante varios años cuando era una niña, y creía yo que mi cuerpo le había dado más importancia que mi mente. Pero, como todos sabemos, la mente es un ámbito tan misterioso que guarda misterios hasta para su propio dueño. 

Los sábados y domingos suelo concederme un rato más o menos largo para dejar el trabajo y entretenerme. El domingo siguiente al escándalo del beso repugnante, algo escondido en las profundidades de mi mente me llevó a elegir, para pasar el rato,  una película que he visto varias veces y que hacía tiempo que no había vuelto a ver: Fried Green Tomatoes, Tomates verdes fritos. Enseguida descubrí lo que mi mente quería decirme. La película se resume en tres temas; racismo, violencia de género, el valor incalculable de la amistad. Mi mente necesitaba esa película para seguir reflexionando sobre la cantidad de preguntas cruciales que hoy plantea la política y que hace tiempo me están mareando la mente y agitando las emociones. Hoy, la foto del ex diputado Serigne Mbaye, ilustrando un reportaje en el que denuncia el racismo en la policía, me devuelve el horror de aquel momento de 1958, racismo; y me recuerda mis reflexiones sobre la violencia de género, violencia antinatural;  y me despierta el miedo sobre un presente amenazado por el fascismo y un futuro en el que el fascismo puede detener la evolución de la humanidad, lo que me lleva a reflexionar sobre el estado de la amistad que revela la política. La mayoría no se quiere y no quiere, por lo tanto, a los demás. Por eso, la mayoría está votando, en países supuestamente civilizados, por partidos que atentan contra los derechos de las mayorías. 

El 28 de agosto de 1960, Martin Luther King Jr. pronunció un discurso que hoy se reconoce como el más famoso de la historia. Todo adulto medianamente informado sabe de dónde proceden las palabras «I have a dream», «Yo tengo un sueño». Luther King contó su sueño de una fraternidad universal ante 250.000 personas, y su sueño provocó una revolución pacífica de las almas que le escucharon.  En los meses y años siguientes, los políticos americanos firmaron leyes a favor de los derechos civiles, contra la discriminación, contra la división antinatural de los seres humanos en dueños de derechos y poder y esclavos por su raza y su pobreza. Esa proclamación humana de la igualdad de derechos de todos los seres humanos alcanzó de rebote a las mujeres, consideradas hasta entonces siervas de los machos. Las leyes también permitieron que las mujeres se libraran de un yugo injusto y antinatural para demostrar al mundo la igualdad de las facultades que la creación había dado a todo hombre, macho y hembra. 

Esa evolución de la humanidad tal vez llenó de alegría el alma de Martin Luther King. El alma de Martin Luther King, a quien el salvajismo de un supremacista blanco había expulsado a tiros de este mundo, tal vez se alegró en el otro mundo al ver su sueño convertido en realidad. Pero esa alegría no puede haberle durado mucho. Pronto el fascismo empezó a construir un muro para detener la evolución y la realidad se convirtió en una pesadilla. Ese muro, contra el que hoy se estrellan los derechos que permiten la evolución del ser humano, está construido de Dinero, y el Dinero cuenta con un ejército cada vez más numeroso de fascistas que defienden el muro con todas las armas que les ofrece la ambición.

El 28M del año en curso, las elecciones autonómicas y municipales revelaron la realidad descarnada de una sociedad en guerra contra sí misma. La mayoría aceptó la gran mentira de los fascistas para despertar el miedo, resumida en un dicho del tiempo de nuestros abuelos: «tiempo de rojos, hambre y piojos»; la mayoría aceptó la gran mentira de los fascistas para vencer ese miedo: el cielo azul y la verde luz de los fascistas iluminará a todos con el brillo del Dinero. 

Cuesta creer que en nuestros tiempos haya tantos millones de ingenuos. Más realista parece suponer que los propagandistas del Dinero consiguen alelar a los hombres, machos y hembras, y determinar su criterio de valores colocando a la ambición por encima de toda consideración humana. Los fascistas que ganaron autonomías y ayuntamientos empezaron enseguida a decretar el regreso al abandono de pobres y medio pobres; el regreso a la desprotección de la mujer; el regreso a la discriminación del diferente. Y la mayoría cayó en la trampa de demostrarse y demostrar que su ambición le situaba por encima de esos grupos inferiores. Hoy esas mayorías ya comprueban las consecuencias de permitirse creer ese engaño y, sin embargo, el 23J la mayoría volvió a votar por los fascistas; la mayoría volvió a demostrar que su máxima ambición es tener su propio culo caliente y que la empatía, característica exclusiva de los seres humanos,  es cosa de rojos hambrientos y piojosos. Sin ayudas, sin becas, sin salud pública a la que confiarle sus dolencias, al ingenuo verdiazul solo le queda la ambición para soñar, como a los aspirantes a ricos del Topol de «Violinista en el tejado» o de la Donna de «Mamma Mia». 

Los dioses del fascismo, sometidos al Dinero, rey de los dioses, intentan recrear el mundo. En las democracias, solo las mayorías pueden demostrar que el ser humano se creó una vez para que siguiera creando un mundo cada vez más habitable para todos los seres humanos. Quien no se lo crea, quien no obedezca el objetivo de la Creación, tendrá que pagar las consecuencias como todos a los que sacrifica su ingenuidad y su egoísmo.               

La entronización de la mentira

«Lo que me importa es la verdad», dijo Luis Rubiales, hoy figura suprema del fútbol español convertido en mundial por un puñado de mujeres, en un discurso histórico, pronunciado el sábado 26 de agosto de 2023 ante una audiencia universal. He escuchado el discurso tres veces buscándole un fallo. No se lo encuentro. Ni siquiera me parece un fallo lo de «falso feminismo…una lacra»; es su opinión. He leído críticas que le atribuyen una soberbia, una prepotencia que yo no percibo. El discurso de Luis Rubiales me pareció casi impecable; semánticamente y moralmente casi impecable. Poniendo varias veces por testigos a sus propias hijas, Rubiales transmitió, con emoción contenida, la tragedia de un hombre que se siente injustamente acosado por quienes buscan su ruina para borrar de la historia los cinco años de su gestión al frente de la RFEF, «la mejor gestión del fútbol español», dijo con humildad conmovedora; porque lo que verdaderamente importa, dijo también varias veces en diferentes construcciones, es la verdad. Pero al final de ese discurso irreprochable que comentaristas y autoridades se apresuraron a reprochar con calificativos muy feos, saltó de pronto una alarma; una alarma de estridencia alarmante; una alarma desequilibrante que solo percibe la mente que exige la verdad por encima y al margen de toda palabrería. Esa alarma advierte del peligro de aceptar un discurso perfectamente hilvanado para camuflar la mentira. En medio de esa alarma, suena en la mente sana  la voz rotunda de la razón con una pregunta desconcertante; ¿dice toda la verdad quien pregona decir la verdad y nada más que la verdad? Y surge, como colofón, otra pregunta que puede dejar muda a la mismísima facultad racional: ¿Qué es la verdad?    

Donald J. Trump tiene una red social de su propiedad que se llama Truth Social, Verdad Social. Los analistas políticos y cualquier persona en su sano juicio, hartos de  buscar algún hecho sólidamente verdadero que avale los comentarios que Trump escribe en su red a diario, se están cansando de su inútil investigación. Trump tiene por norma vital no escribir ni decir cosa alguna que no se conforme con el concepto de la cosas que concibe su mente sin tener en cuenta para nada a la realidad. 

Resulta que la definición de la palabra verdad, en todas sus acepciones, tiene un componente subjetivo. Según esas definiciones, por ejemplo, nada ni nadie puede discutir lo que Trump piensa o siente  ni negar que lo que piensa o siente es la verdad, porque es su verdad. Cuando Trump le pide al secretario de estado de Georgia que le encuentre como sea los 11.780 votos que le faltan para ganar las elecciones de 2020 en ese estado, remata su petición con un motivo indiscutible; el secretario de estado tiene que encontrar esos votos como sea porque él, dice Trump, ganó las elecciones. La realidad desmiente a Trump. Después de múltiples recuentos y apelaciones a tribunales, el resultado definitivo es que Biden obtuvo más de 80 millones de votos y Trump, 74 y pico; es decir, Biden obtuvo el 51.3 por ciento de los votos y Trump el 46.8 por ciento. ¿Ganó Biden, no? No en la mente de Trump. En la mente de Trump era absolutamente imposible que él perdiera las elecciones. Luego no las perdió por más que la realidad se empeñe en contradecirle con cifras. Pero la realidad es un muro inexpugnable que nadie puede ignorar so pena de pegarse contra él un batacazo de gravedad diversa, como es también un hecho incuestionable que millones de homínidos humanos están dispuestos a estrellarse contra ese muro ignorando las consecuencias que tendrán que afrontar. Trump y, hasta ahora, diecinueve de quienes intentaron ayudarle a alterar la realidad de los resultados electorales se enfrentan a juicios con penas de cárcel de varios años y puede que en la cárcel acaben sus huesos. Pero resulta que la verdad de Trump cuenta con millones de seguidores a quienes la verdad de sus mentes permite concebir la esperanza de que la Justicia no llegue a tiempo de condenar a su ídolo antes de que gane las elecciones de 2024 y, una vez presidente, pueda indultarse a sí mismo y a todos los que con él conspiraron para cargarse las elecciones de 2020. ¿Consecuencias? Si se diera este último caso, las verdades que concibe la mente de Trump alterarían la realidad de todo el país y, tal vez, de todo el mundo civilizado. Contra esa nueva realidad se estrellaría la igualdad de todos los ciudadanos, es decir, la democracia; es decir, la libertad. Contra esa nueva realidad se estrellarían todos los hombres, machos y hembras, que en este mundo luchan por ir creando sus vidas con las facultades que recibieron al nacer, predominando, sobre todas, su voluntad. 

La verdad de Trump en cuanto a la política no tiene nada de original. Sus verdades son las que hace años predicaron genios maléficos como Mussolini, Hitler, Franco. Son las verdades de aquellos que solo aceptan la verdad de sus verdades ignorando las verdades de todos los demás. Son las verdades del fascismo, y las verdades del fascismo atentan de tal manera contra la realidad de una vida plenamente humana que acaban por hacer imposible una vida plenamente humana. Bajo Trump, la república democrática de los Estados Unidos de América se transformaría en un Reich en todo similar al de la Alemania nazi incluyendo el racismo, icluyendo la discriminación contra todo el que difiera de la mayoría uniformizada por un régimen de culto al poder; de culto al más poderoso.

El 28 de mayo de 2023, millones de españoles aceptaron las verdades del fascismo sin intentar siquiera cotejarlas con la realidad. El resultado fue que cinco comunidades autónomas y ciento cuarenta municipios cayeron en manos del fascismo; declarado o encubierto. Los gobiernos de esas comunidades y ayuntamientos empezaron enseguida a eliminar consejerías y regidurías, obras de teatro, películas y libros que contradecían los dogmas de los partidos fascistas. Se eliminó la denominación de violencia de género que destaca la violencia contra las mujeres. Se eliminaron las Consejerías de Igualdad. 

En el catecismo fascista, lo primero que se reconoce es la inferioridad de la mujer de acuerdo con el segundo relato de la creación. De nada sirve enfrentar al macho fascista con la realidad de que a todos los machos humanos de este mundo los parió una mujer, por lo que su ideología con respecto al género equivale a confesarse hijo de un ser inferior. Contra la verdad concebida por una mente como verdad absoluta, no hay razón que valga.    

La verdad primigenia, determinante de todas las demás verdades, es el primer relato de la creación, primer capítulo de nuestra historia. Ese capítulo declara la absoluta igualdad de hombres y mujeres. Cuanto contradiga esa verdad tiene que ser mentira. Dice el primer relato de la creación que Dios creó al hombre, que macho y hembra les creó y les mandó mandar sobre todo lo creado. No dice nada más. Siglos después, algunos crearon un Paraíso, una serpiente, una manzana, una mujer desobediente, un dios antropomorfo que por el Paraíso se paseaba sopesando pecados y castigos. Esto nos obliga a preguntarnos, ¿puede una criatura creada como todos los elementos y animales de la naturaleza, pero con facultades mentales únicas de su especie, alterar la realidad de su propia creación? ¿Pueden las facultades mentales exclusivas del hombre, macho y hembra, permitirle crear una realidad a su capricho según las verdades de su mente? Según la definición subjetiva de la palabra verdad, puede.   

Dice el segundo capítulo del Génesis que Dios creó a la mujer de la costilla del hombre decretando para siempre la inferioridad y obligada sumisión de la hembra humana al macho de la especie. Ese segundo relato de la creación  se convirtió en ley de obligada adhesión y cumplimiento para los fieles de las principales religiones de este mundo.

¿Cómo pudo ese producto del capricho de los poderosos alterar el objetivo de la creación del hombre transformando para siempre la realidad social? Gracias a esa tergiversación, la mitad, más o menos, de los homínidos humanos, las hembras, se han visto reducidas durante siglos a la condición de siervas de los machos. La explicación es muy sencilla. El macho humano, dotado por la naturaleza de una fuerza física superior a la de la hembra, puede imponer su autoridad pegando, torturando, encarcelando a la hembra díscola y hasta provocándole la muerte. Por la fuerza superior del macho humano, millones de hembras humanas, por ejemplo,  tienen que pasar su vida asomándose al mundo a través de la rendija del burka y otros tapacuerpos similares que solo dejan los ojos al descubierto. En países más civilizados, las hembras humanas no tienen que ir físicamente tapadas de la cabeza a los pies, pero una sociedad entrenada para respetar la fuerza y desconsiderar la debilidad les tapa la facultad racional y, a la mayoría, la boca, condenándolas a ver el mundo desde la situación inferior de un sótano. Es el macho humano el que tiene las llaves de las puertas y domina las calles a su antojo. Lo dice con descaro la canción de James Brown, It’s a man’s world,  Es un mundo del hombre; por cierto, con letra escrita por su mujer, Betty Newsome. 

El domingo 23 de agosto del año en curso, ante millones de espectadores presenciales y remotos, un macho humano, con la fuerza que le otorga su testosterona, agarra la cabeza de una hembra humana y le clava un beso en la boca sin previo aviso ni indicio de consentimiento. Esa exhibición de fuerza causa un escándalo internacional. Porque resulta que el movimiento llamado feminista por defender los derechos de las féminas, ha conseguido concienciar a la sociedad de los países civilizados de que la preponderancia del hombre sobre la mujer es injusta. Pero calificar de injusto el asunto denota una imprecisión, un error lingüístico que arrastra a otra serie de errores. La preponderancia del hombre sobre la mujer no es injusta, es antinatural. En primer lugar, Dios o la Naturaleza, como se quiera, crea al hombre. Hombre es el nombre de la familia biológica, y macho y hembra, los géneros de esa familia. Luego todos los seres humanos somos hombres. Gracias a sus facultades mentales, el macho y la hembra humanos van evolucionando hasta convertirse, en efecto, en amos de la creación. Pero no todos evolucionan al mismo ritmo; unos, por no tener sus facultades plenamente desarrolladas y otros, por limitar sus facultades a la aceptación exclusiva de las verdades que conciben sus mentes aunque contradigan a la realidad. Así, los machos humanos que emplean su fuerza para hacerse obedecer por las hembras contradicen la realidad de su condición humana adoptando conductas de animales violentos. Claro que hay diferentes grados de violencia que llevan a diferentes valoraciones. 

Cuando un poderoso le clava a una subordinada un beso en la boca sin pedírselo y  la subordinada tiene que soportarlo aunque no le guste, es probable que a otros machos el espectáculo les resulte divertido y condenarlo les parezca una exageración. Eso parece que le pareció al Tribunal Administrativo del Deporte, por ejemplo. Para ese tribunal, que un macho demuestre su fuerza obligando a una hembra a soportar un pico es una falta grave, sí, pero no muy grave. Total, fue solo un pico. Pero tomar en cuenta en este asunto solo la gravedad de un  pico, beso superficial en los labios según la RAE, es de una trivialidad inexcusable en licenciados en derecho destinados a juzgar. ¿Qué verdades en las mentes de esos funcionarios les lleva a calificar de no muy grave la violación de la libertad de un ser humano? 

Esa última pregunta provoca una avalancha de otras preguntas en las mentes que piensan. ¿Qué verdades en las mentes de los votantes les movieron a votar, el 28 de mayo de 2023, por quienes habían demostrado, en discursos y con sus votos en el Congreso, su desprecio a la libertad de acción y opinión de quienes no comparten sus verdades? ¿Qué verdades en las mentes de los votantes les llevaron a votar por aquellos que, copiando a Trump, entronizan la mentira en todos sus discursos dando a sus falacias la categoría de verdades solo por ser concebidas por sus mentes aunque la realidad las desmienta? ¿Existe en la mente de esos votantes la voluntad de dejarse engañar o comparten con los poderosos la voluntad de engañar a los demás para sentirse partícipes de un poder que no tienen? 

Es posible que haya que repetir las elecciones en España. Las del 23 de julio no decidieron con rotundidad si los españoles prefieren la realidad de un país que progresa en bienestar y libertad o una sociedad desigual atontada por las verdades fascistas. La formación de un gobierno, en un sentido o en otro, hoy depende de los siete votos de un partido dispuesto a engañarse y engañar para seguir existiendo. 

La realidad de las vidas de los españoles hoy depende de que la mayoría exija la verdad corroborada por hechos realmente comprobables o acepte la entronización de la mentira disfrazada de verdad por las mentes que la conciben. Las consecuencias que tendremos que afrontar todos si la mayoría se aferra a sus verdades subjetivas serán la pérdida del bienestar, de la libertad. Si la mayoría se niega a respetar la verdad de la realidad, acabará pegándose un batacazo mortal y estrellándonos a todos contra ese muro inexpugnable. ¿Y si la mayoría  hiciera un esfuerzo  por defender su vida de la mentira de los mentirosos?         

La era de la histeria

Si uno utiliza la palabra histeria, hay que especificar la acepción con la que se la utiliza. Del griego hystera, útero, el que bautizó el trastorno estaba pensando, obviamente, en mujeres. El término ha sufrido tantas vicisitudes a lo largo de los siglos que hoy ha perdido precisión quedando en la mente del vulgo reducida a la expresión popular «estar de los nervios». La Real la define en su segunda acepción como un «estado pasajero de excitación nerviosa producido a consecuencia de una situación anómala». En este sentido, puede decirse que todo homínido humano, macho y hembra, sufre uno o varios episodios de histeria a lo largo de su vida. En este mismo sentido, hoy resulta evidente que la histeria se ha extendido urbi et orbi como una epidemia. En el lenguaje y según las creencias de siglos pretéritos, se diría que el mundo entero sufre una posesión demoníaca, como si al fin todos los demonios hubiesen conseguido escapar del averno y vagaran por el mundo metiéndose en el alma del que más rabia les da. Esta «situación anómala» resulta evidente, sobre todo, en la política.           

Un payaso televisivo, en la acepción peyorativa de la palabra payaso, del que no podía esperarse nada serio, se convierte en presidente de la primera potencia mundial poniendo en entredicho la grandeza pretérita, presente y futura de la, para sus ciudadanos, gran nación americana. Sus cuatro años de presidencia dan para miles de memes y vídeos en los que el individuo alcanza el grado supremo del ridículo. Ciertas medidas de su gobierno causan estragos inimaginables. La epidemia de Covid, por ejemplo, cuya seriedad negó recomendando que, en vez de vacunas, se inyectara en las venas del enfermo desinfectante común y corriente, causó más de un millón de muertos durante su mandato. Concluída la pesadilla de su presidencia, pierde las elecciones a un segundo término en lo que parece una intervención divina para evitar que el país se vaya al garete y con él todos los países que dependen de su influencia. Pero es entonces cuando estalla la histeria en toda la nación. Donald J. Trump se niega a aceptar el resultado de las elecciones y monta un cirio que nadie sabe cómo acabará, pero que ni los más optimistas se atreven a predecir que acabará bien. La Justicia intenta borrar del mapa político al ex presidente chiflado, pero hasta ahora no lo ha conseguido. Con cuatro casos delictivos en su contra y un total de noventa y una imputaciones en cuatro estados, Trump encabeza, con gran diferencia a su favor, la lista de candidatos que se presentan a las primarias del Partido Republicano para decidir quién le disputará a Joe Biden la presidencia en 2024. En ese GOP, Gran y Antiguo Partido, que llevó a la presidencia a Abraham Lincoln, nadie se atreve a contradecir, mucho menos a atacar, a Donald Trump por terror a sus seguidores; una tercera parte de ciudadanos con derecho al voto. Sus millones de seguidores y las donaciones multimillonarias a su candidatura permiten a Trump insultar y difamar en su red social a jueces, fiscales, jurados y testigos, con nombres y apellidos, y amenazar a todos con la ira de sus incondicionales, demostrada en el Capitolio el 6 de enero de 2021. «Si vais a por mí», escribió, «yo iré a por vosotros». Hay analistas políticos de mucho prestigio que se atreven a decir que la nación está al borde de una guerra civil. Trump ha conseguido contagiar su histeria a casi la mitad de la población.

En Argentina, por ir al extremo opuesto del mapa, otro candidato a la presidencia, más chiflado que Trump,  promete barbaridades que le habrían granjeado la admiración de la Alemania nazi. Entre otras medidas salvajes, promete legalizar la venta de órganos. Con tal medida, ¿qué podría suceder en un país en el que la inflación desbocada tiene a una gran parte de ciudadanos en la miseria? ¿Colas de arruinados para vender un riñón a fin de no morirse, a fin de que sus hijos no se mueran de hambre? Ese fascista, evidentemente perturbado, acaba de ganar las primarias a la presidencia del país. ¿Cómo es posible? Excitando con su espectacular histeria la histeria de quienes asisten a sus mítines y de quienes le ven por televisión y le oyen gritar por la radio. 

No tenemos, en España, candidatos a la presidencia del gobierno tan histriónicos. Los cuarenta años de dictadura, de silencio forzoso en aras de la paz, acostumbraron a los españoles a rechazar el alboroto en política. Hoy todos, políticos y politiqueros, guardan la compostura, y los fascistas mienten, insultan y difaman sin chillar demasiado. Eso no significa que los fascistas y su público estén libres de histeria. Los del PP están sufriendo la «situación anómala» de haber perdido el poder, lo que les produce una «excitación nerviosa» incontrolable. Los seguidores de los fascistas PP y Vox están sucumbiendo a los síntomas más comunes de la histeria; ansiedad y depresión. Cuando Feijóo, Abascal y otros líderes de su cuerda pintan una España desastrosa al borde de la destrucción, ofrecen a las víctimas de histeria motivos que justifican sus perturbación librándoles así del sentimiento de culpa y de la perplejidad que les causa el desconocimiento sobre sus trastornos. La culpa de todos sus males es de Pedro Sánchez y su gobierno monstruoso empeñados, todos ellos, en destruir el país.

Las cifras macroeconómicas y las medidas sociales de los gobiernos de Joe Biden y de Pedro Sánchez, salvando la diferencia en cantidades de población y recursos, han puesto a sus respectivos países a la cabeza de las economías mundiales. ¿Cómo es posible, entonces, que millones de ciudadanos traguen las mentiras fascistas que pintan panoramas horribles que la realidad desmiente? La respuesta es tan sencilla que, de entrada, sorprende que no se divulgue. 

La Gran Depresión de 2008 afectó la economía de millones de ciudadanos en el mundo entero. En vez de concentrar sus esfuerzos en paliar los efectos de la catástrofe en la vida de las personas, los gobiernos neoliberales se embarcaron en salvar a las empresas, al gran capital. El resultado no fue, como decían los mal llamados conservadores, que la riqueza de los ricos contribuiría a la salvación de los pobres, es decir, a la salvación de sus respectivos países. El resultado fue un aumento desmesurado de problemas de salud mental por la desmesurada cantidad de personas que, abandonadas por los gobiernos, no podían superar la crisis. Ese fue el principio de la epidemia de histeria que hasta la ciencia ignoró durante años. Cuando aún no se había superado esa catástrofe, llegó la epidemia del Covid y la ciencia se volcó en buscar soluciones a la enfermedad infecciosa ignorando, otra vez, sus efectos sobre la salud mental. La mayoría de los ciudadanos tuvo que buscar alivio en los psicotropos y en la distracción que le proporcionaban los móviles, las series, los programas del corazón, cualquier cosa que paliara por un rato los efectos de su histeria. Esos paliativos han tenido, en algunos casos,  consecuencias tremendas; desde la adicción a psicofármacos hasta la proliferación de agresiones sexuales cometidas por jóvenes enganchados a la pornografía.   

La ciencia ignoró la salud mental de los afectados por las sucesivas crisis y por el miedo a verse afectados, pero los políticos fascistas, no. Comprendiendo la similitud de la situación actual con la de las críticas décadas de principios del siglo pasado, los fascistas de todo el mundo decidieron aplicar la estrategia que había conseguido el triunfo del fascismo en toda Europa aprovechando los trastornos mentales de una población empobrecida, humillada y aterrorizada ante la perspectiva de un futuro negro. Los partidos fascistas en España, uno sin miedo a exhibir su fascismo y otro tapado, reconocieron pronto la histeria que afectaba a la mayoría y aplicaron toda su estrategia a aprovechar la debilidad de los trastornados. Todos los discursos del PP y Vox sobre la situación política y social de España llevan más de cuatro años incidiendo sobre la situación calamitosa del país; presentándose ante los ciudadanos como la única tabla de salvación para que el país no caiga en el abismo. 

Siendo la histeria la única explicación posible ante la ingenuidad de los ciudadanos que han dado mayoría a los partidos fascistas tragando todas sus mentiras con credulidad infantil, es evidente que la única solución para que los partidos progresistas puedan gobernar en paz es que esos gobiernos se marquen como prioridades mejorar el tratamiento de la salud mental en la sanidad pública y proteger a los jóvenes y a las generaciones venideras con la mejor educación pública posible.

Dadas las circunstancias, cabe predecir que contaremos con un gobierno de coalición progresista encabezado por Pedro Sánchez. Esperemos con esperanza y con ilusión que ese gobierno nos libre de circunstancias perturbadoras,  y cuidemos todos nuestras mentes y emociones para librarlas de la histeria que puede hacernos víctimas de cualquier embaucador.

Al borde del precipicio

Otra bomba informativa. Donald Trump es imputado con cargos de interferencia en las elecciones federales. La imputación del Gran Jurado de Washington detalla, en sus 45 páginas, cómo el entonces presidente, para perpetuarse en el poder, organizó una conspiración para anular el resultado de las elecciones generales de 2020 que daban ganador a Joe Biden. Pero la bomba con peligro mortal no la arrojaron los medios con la noticia de la imputación. Esa bomba asesina estalló en 2016, cuando Trump llegó a la Casa Blanca tras una campaña que siguió la estrategia de la propaganda fascista, copiada y superada por la propaganda nazi, acusando a su contrincante, Hillary Clinton, de diversos delitos y repitiendo constantemente que debían encarcelarla. Fue una bomba, una bomba dirigida contra el edificio de la democracia para demoler la estructura que alberga a la libertad, facultad que, políticamente, convierte a los súbditos en ciudadanos. La onda expansiva de aquella explosión llegó a Europa y empujó a la democracia de los países europeos al borde de un precipicio; empujó al borde de un precipicio a la libertad de millones de ciudadanos para convertirles en súbditos. Y ahí está la libertad desde entonces, luchando entre la vida y la muerte.

En la primavera de 2018 prospera una moción de censura contra el gobierno  de Mariano Rajoy, presidente entonces del Partido Popular. La Audiencia Nacional había sentenciado que el Partido Popular, desde su fundación, había ayudado a establecer «un sistema genuino y efectivo de corrupción institucional a través de la manipulación de la contratación pública central, autonómica y local». La Audiencia consideró, además, que Rajoy había mentido como testigo durante el juicio del caso Gürtel. La moción de censura fue un recurso perfectamente legal para librar al país de un presidente perjuro; presidente, a su vez, de un partido corrupto.   

Abierta la memoria a devolvernos la realidad política de aquellos días, empiezan a entrar en ella a borbotones los detritos de la reacción de los líderes del Partido Popular a la tragedia de haber perdido el poder y, con él, los medios para seguir financiándose con dinero de los españoles sin dar cuentas a nadie; ignorando cualquier traba impuesta por la legalidad. La utilización de las instituciones a capricho era práctica familiar de los políticos poderosos durante el franquismo. Perdido el poder, los líderes del Partido Popular pierden los privilegios y beneficios de aquellos políticos de los que se sentían herederos, y  deciden recurrir a la estrategia de la propaganda fascista para recuperar ese poder; el poder que garantiza la impunidad de cualquier chanchullo.  

El 2 de junio de 2018 asciende a la presidencia del gobierno Pedro Sánchez Pérez-Castejón, secretario general del Partido Socialista Obrero Español. Los estrategas del Partido Popular se lanzan de inmediato contra quien consideran usurpador de los privilegios que ellos mismos se habían concedido por su fidelidad a la ideología franquista. No tienen que trabajar demasiado. La tecnología moderna les permite acceder en segundos a los portales donde se encuentran los once principios de la propaganda nazi, resumen de las deducciones extraídas de los diarios de Goebbles, genial Ministro de Propaganda del gobierno de Hitler. 

La mentira que inició la estrategia de destrozar la imagen de Pedro Sánchez fue declararle ilegítimo. ¿Ilegítimo habiendo llegado al gobierno tras una moción de censura al mandatario anterior? En 2020, Sánchez gana las elecciones y la mayoría de votos de la cámara. Pero ni el apoyo de la mayoría parlamentaria consigue que los líderes del PP dejen de dar la matraca con su ilegitimidad. ¿Qué entienden por ilegítimo? Educados los más viejos en las costumbres del franquismo y los más jóvenes con los relatos de sus padres, los líderes del PP consideran que cualquier modernización democrática atenta contra la paz, la unidad, la grandeza de la España que el Dictador creó, reduciendo la libertad de los ciudadanos al derecho a defender aquella España; reduciendo a todos los ciudadanos a la condición de súbditos de un régimen superior a cualquier consideración humana. Todo intento de transformar aquella España es, para los líderes del PP, ilegítimo, puesto que atenta contra la Patria que concibió e impuso el Salvador de la Patria por la gracia de Dios. Pero, dependiendo hoy el triunfo del partido defensor de aquella España, no de la cantidad de muertos en una guerra, sino de la cantidad de votos en unas elecciones, ¿cómo convencer a los que votan de que deben dar el triunfo a los patriotas que luchan por recuperar a la España que la democracia desmoronó? Hay que convencerles siguiendo al pie de la letra las instrucciones de la propaganda que convirtió a Mussolini en estrella mundial y a Hitler en el Mesías destinado a salvar a Alemania y a Franco en el Generalísimo Caudillo destinado por Dios a librar a España de los demonios del republicanismo, del libertinaje desatado por la democracia.

Siguiendo las instrucciones de Goebbels como sigue un fanático religioso su libro sagrado, el sucesor de Rajoy en la presidencia del PP soltó un día, ante micrófonos y cámaras, una letanía de improperios contra Pedro Sánchez que delataba una minuciosa búsqueda en el diccionario para no dejarse ni un insulto utlizable. ¿Utilizable para qué? Para deshumanizar al adversario convirtiéndole en encarnación de todas las faltas, leves y graves, que ensucian el alma de los mortales. Defenestrado aquel presidente ducho en insultos, accede a la presidencia del PP un político que venden como moderado. Su moderación se revela cuando comprime toda la letanía de su predecesor en una sola palabra: sanchismo. Esa única palabra confirma su intención de continuar siguiendo, al pie de la letra, las instrucciones de la Biblia  de la propaganda fascista. «Individualizar al adversario en un único enemigo», dice uno de sus mandamientos. Y Núñez Feijóo, cumplidor, basa su última campaña electoral en culpar de todos los desastres de la España actual, peores todos ellos que los desastres que componían el desastroso estado de los países europeos después de dos guerras mundiales, a Pedro Sánchez;  en repetir hasta la náusea que el único culpable de tan espeluznantes desastres es Pedro Sánchez y de que el único modo de salvar a España de su hundimiento total es derogar al sanchismo. «La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente», Goebbels dixit.

Quien haya seguido los discursos de Donald Trump en los mítines de su campaña para ganar las primarias del Partido Republicano se habrá quedado patidifuso ante los improperios que Trump dedica contra el Secretario de Justicia, el Fiscal Especial, todo Procurador General y Juez de todos los Estados que se han atrevido a investigarle e imputarle. Pero el que se lleva la mayor parte de los peores insultos es el Presidente de Estados Unidos. Uno piensa que algunos de esos insultos merecerían demandas por difamación. Pero Donald Trump defiende su derecho a insultar y mentir como le salga de su voluntad amparándose en la libertad de expresión que protege la Primera Enmienda de la Constitución americana. Incapaces de encontrar una sola evidencia que demuestre la corrupción de Joe Biden, Trump y todo el Partido Republicano que tiembla a sus pies concentran las acusaciones contra su hijo, confiando en  que los ciudadanos desprevenidos asocien la corrupción al apellido Biden como si la corrupción fuera una tara congénita de esa familia. Otra vez se trata de la sencillísima estrategia de repetir mentiras hasta que las mentes más débiles las acepten como verdades. Otra vez se trata de recurrir a cualquier cosa para recuperar el poder. Donald Trump recurrió a las conspiraciones más estúpidas, más infames para revertir el resultado de las elecciones de 2020 que dieron el triunfo a Joe Biden convirtiendo a Trump en el primer presidente de un solo mandato. Hoy, el Poder Judicial lucha con todas sus facultades por reanimar a la democracia que Donald Trump, con la ayuda del Partido Republicano, intentó eliminar.

Las mentes sanas se preguntan, en los Estados Unidos, en España, en el resto de Europa, cómo es posible que millones traguen mentiras inverosímiles; cómo es posible que millones renuncien a la libertad que les permite evolucionar como seres humanos,  siguiendo y votando por líderes que intentan imponer a todos la camisa de fuerza del fascismo. Goebbels también ofrece una respuesta. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”. 

La capacidad receptiva de las masas sólo puede dilatarse mediante la educación. La educación tiene que alimentar la memoria para que el recuerdo de tragedias pasadas impida su repetición; impida que los ataques contra la libertad se consumen en delitos que exijan la actuación de los jueces. La memoria recuerda, a los más interesados en informarse, el juicio de los jueces que aplicaron las leyes nazis, juzgados en Núremberg en 1947. La tiranía no depende de instituciones ni de fechas. Una y otra vez surgen individuos ególatras dispuestos a privar a sus semejantes de todos sus derechos para gozar de todos los privilegios que se les antojen. En las democracias actuales, el ególatra con ambiciones tiránicas se camufla en partidos políticos y se rodea de jueces y dueños de medios de comunicación.

Nuestra libertad, amparada por la democracia, está al borde del precipicio. Dos partidos consiguieron, mediante la propaganda fascista, hacerse con el poder en varias comunidades autónomas y ayuntamientos. Quien no quiere dejarse abatir por el miedo, cultiva la esperanza de que los ciudadanos de esas comunidades y ayuntamientos reaccionen a la confiscación de su libertad votando racionalmente en la próxima oportunidad que tengan. Pero la esperanza va más allá. El ciudadano consciente hoy espera que una mayoría parlamentaria nos libre a todos de un gobierno fascista. El ciudadano consciente hoy espera que un gobierno comprometido a gobernar para el bien de todos comprenda la importancia de la educación y dedique todos los esfuerzos posibles a evitar que una masa de personas limitadas por su escasa comprensión y su desconocimiento de la historia caiga víctima de la propaganda fascista poniendo en peligro la libertad de todos.       

¿Qué será?

Muy pocos se atreven a predecir lo que va a pasar mañana. No se atreve ningún analista político que no pertenezca a los medios subvencionados por los partidos fascistas. Estos machacan con la victoria de la que llaman derechas para camuflar el fascismo. Tal vez no es porque estén tan convencidos, sino para curarse en salud. Si ganan los partidos progresistas, esos analistas saben que no tienen nada que temer. Los fascistas seguirán subvencionándoles y los progresistas les dejarán que sigan con su propaganda en paz porque estarán trabajando. Si ganan los fascistas, cada uno de estos espera que se vea satisfecha su ambición personal. 

La opinión pública se ha dividido en dos bloques; esos que llaman de derechas e izquierdas para abreviar. En el medio, los que, abdicando de su condición de ciudadanos, no se interesan por la política; es decir, no se interesan por quiénes ni cómo van a gobernar sus vidas; lo que parece indicar que la calidad de sus propias vidas les interesa muy poco o nada. 

Los analistas políticos se han partido también en dos bloques; esos que llaman derechas e izquierdas. En el medio, los que entienden que su profesión les impide opinar y que la profesionalidad les exige equidistancia. Los que, por un motivo u otro, están en el medio parecen no darse cuenta de que los Estados Unidos, Europa y España están al borde de un precipicio preguntándose, como en la canción de un musical sueco, «¿Quién me salvará si caigo dentro de la oscuridad?»

Los fascistas nos han sometido a una campaña de bulos, mentiras e insultos. Forma parte de su estrategia. No les hace falta convencer a quienes emocionalmente han abrazado el fascismo, por supuesto. Es difícil que puedan convencer a quien racionalmente no quiere renunciar al progreso. Entonces, ¿cuáles son sus dianas? Quedan los del medio. El contenido repugnante de los discursos fascistas ofrece una excusa perfecta a los que dicen con orgullo que no les interesa la política. La política, tomando en cuenta esos discursos, es algo sucio en lo que no se quieren embarrar. En esa inmundicia incluyen a fascistas y progresistas. La prensa más profesional, con su equidistancia, les confirma que todos los partidos son iguales.             

¿Son iguales? Quien entrega su vida a trabajar por los demás, a utilizar al gobierno para que los demás puedan progresar según su ganas, su ilusión se lo permitan, contribuyendo a que se lo permitan sus circunstancias, ¿es igual a quien concibe la política como un medio para forrarse, para ganar dinero y prestigio al margen de los demás?

Hay miedo; miedo al recorte de derechos, a la mutilación de la libertad, a la soledad aterradora de quien, no teniendo recursos suficientes para pagar lo que cuesta su bienestar o una vida digna, teme perder la protección de lo público. Ese miedo saca a algunos a la calle en manifestaciones donde uno se apoya en el otro y unos y otros caminan y gritan con la esperanza de que los políticos les oigan. Pero la mayoría oculta ese miedo en casa, en las noches en que las cuentas que no salen ahuyentan el sueño. 

Parece que ese miedo, público o disimulado, debería decidir el voto a favor de los partidos que entienden a la política como un trabajo por el bien de todos. Y, sin embargo, quienes se atreven a mirar a la realidad y analizar lo que está pasando sin subterfugios tienen miedo, miedo de que quienes no se atreven ni a analizar la realidad ni a analizar su propio miedo acaben votando por quien mejor les ha engañado. 

Nadie sabe qué pasará mañana; si ganará la mentira porque la mayoría no se ha tomado la molestia de buscar la verdad o si ganará la verdad porque la mayoría aún no ha perdido la fe en sus semejantes. Quienes se aferran a la esperanza confían que en el momento crucial de votar, el hombre, la mujer piensen en sí mismos y entreguen el gobierno a quienes les prometen gobernar pensando en ellos, a quienes han gobernado durante los últimos cuatro años pensando en ellos porque la política es eso y lo demás es politiqueo fascista. 

«Qué será» José Feliciano.(con letra)

 

El peligrosísimo sentido común

Debate a siete. El portavoz del mal llamado partido de ultraderecha pide el voto, en el discurso final, apelando al sentido común de los votantes. Las mal llamadas derechas saben que el común de los mortales, el populacho, la mayoría, la manada parece haberse deslizado en los últimos tiempos hacia el lodazal de las mal llamadas derechas y en ese lodazal chapotea como cerdos contentos con su destino; comer y divertirse revolcándose con sus hermanos. Algunos explican la tragedia con la ley del eterno retorno. Hemos vuelto a los tiempos marrones del fascismo que intentó cargarse a la humanidad en el siglo pasado. Otros rechazan esa estúpida explicación conspiranóica que cuestiona el sublime propósito de la creación del hombre, atribuyéndola a la ciega naturaleza o a dioses sádicos. Esos otros afirman que la repetición supuestamente eterna de lo mismo, que desde siempre ha impedido la evolución del ser humano, se debe a la perversa inteligencia de los malvados más listos que, desde el principio de los tiempos, aprendieron a aprovecharse de la ingenuidad de los ingenuos y de la estupidez de los estúpidos para llenar sus alforjas robándole la vida a los demás; convenciendo a los demás de que el sentido común es la suprema manifestación de inteligencia. Tal vez la suprema manifestación de inteligencia sea preguntarse qué cosa es ese sentido común que ha servido a los malvados de todas las épocas para mantener a las manadas de homínidos humanos pastando pacíficamente entre verjas de alambre de espino.  

El sentido común es un «monstruo ceñudo», dice Vladimir Navokov, el escritor que mandó al sentido común a hacer puñetas para escribir sin censura su «Lolita», obra genial que el sentido común tacha de escándalo por refocilarse en la anécdota ignorando el fondo. El sentido común engendra a los «duendes gordos y verrugosos del convencionalismo», dice Navokov, siendo lo convencional la camisa de fuerzas que ahoga el intelecto. Porque el sentido común no es hijo de la lógica, como dicen sus defensores, es sentido hecho común por los más listos para controlar a los más cobardes. Los cobardes sólo creen lo que creen que cree todo el mundo; sólo dicen lo que creen que todo el mundo dice. Ese supuesto «todo el mundo» es la inmensa tribu de los cobardes que hace sentir a los cobardes protegidos por la mayoría; libres del peligro de verse aislados y abandonados a su suerte. Los cobardes son ese común de los mortales cuyas certezas y creencias forman el cuerpo plúmbeo del sentido común. Uno de los ejemplos más evidentes de esto es que hay muy pocos analistas políticos que se atrevan a alejarse del sentido común para decir la verdad.

En el mismo debate a siete, Patxi López, portavoz de un partido mal llamado de izquierdas que se había opuesto al galope de mentiras de los portavoces de las mal llamadas derechas, destacó el lazo indestructible que une la verdad a la realidad. Cualquiera que eche un vistazo a su alrededor puede ver, en vez del desastre negro que describen los mentirosos malvados, la realidad multicolor de un país próspero donde la gente trabaja y se divierte con la ilusión de prosperar.

En su «Breve tratado de la ilusión» dice Julián Marías que «la vida humana se nutre de ilusiones , que sin ellas la vida decae, se convierte en un tedioso proceso rutinario amenazado por el aburrimiento». La amenaza del aburrimiento acecha hoy a los tristes habitantes de las comunidades y ayuntamientos en los que, sin más inspiración que el sentido común, la mayoría votó el 28-M por los partidos que ofrecen un futuro plano, sin ilusiones, sin nada que agite al personal con la ilusión de progresar. Ese futuro gris empezó a hacerse presente en cuanto empezaron a gobernar los malvados cenizos. De un plumazo se cargaron obras de teatro y películas que pudiesen estimular el pensamiento, que pudiesen estimular la ilusión de quienes con su voto habían entregado su vida y la de sus paisanos a los cruzados del estancamiento; del estancamiento de los comunes, necesario para el apalancamiento de los cruzados en el poder. ¿Cómo consiguieron esos cruzados convencer a la mayoría de que renunciara a la ilusión de progresar que estimula y distingue a una vida humana de la vida de cualquier animal, esclavizada ésta por el instinto? Lo consiguieron convenciendo a la mayoría de sumarse a la manada que abdica de su propio juicio entregando su facultad racional al sentido común. 

El sentido común se nutrió de mentiras inoculadas por repetición en los cerebros de italianos, alemanes y españoles en las primeras décadas del siglo pasado. Las mentiras hicieron que sus mayorías perdonaran torturas, prisiones, campos de concentración, fusilamientos  que amordazaron o hicieron desaparecer a quienes se atrevían a guiarse por su propio juicio y a cualquiera que se distinguiese por ser diferente al común de la manada. En este último grupo entraron judíos, gitanos y homosexuales. El horror de esa limpieza a fondo de seres humanos no horrorizó a la mayoría que chapoteaba en la pocilga porque no iba con ellos.  

Dicen los expertos que el triunfo de la propaganda, que costó millones de vidas humanas segadas por la represión y las guerras, se debió a que la mayoría, desesperada por las crisis económicas y sociales que le negaban el bienestar, estaba dispuesta a adherirse a cualquiera que le prometiese librarla de la miseria. Pues bien, las sucesivas crisis económicas y sociales de este siglo recordaron a los malvados más listos el poder prodigioso de aquella propaganda, y a mentir se lanzaron a galope. Las víctimas de su proyecto de limpieza son ahora negros, homosexuales, emigrantes pobres y cualquiera que se niegue a aceptar la tiranía del sentido común. 

Los de las mal llamadas derechas culpan de todos los desastres del mundo a las mal llamadas izquierdas. Por enésima vez repito que la nomenclatura que divide a la política en dos bloques, izquierdas y derechas, es otra mentira peligrosa, tal vez más peligrosa por su prodigioso poder de engañar a incautos. Lo de izquierdas y derechas es una reducción simplista que lleva más de dos siglos repitiendo la diferencia anecdótica entre los que en la Asamblea General francesa de 1789 se sentaron a la derecha, los nobles, y los que se sentaron a la izquierda, la plebe. Eso no tiene nada que ver con la orientación política de hoy en día. Hoy no se trata de una repetición del asunto por pereza de buscar una ocurrencia nueva. Hoy se trata de otro modo de disfrazar otra mentira para abrir posibilidades a los mal llamados políticos que por política entienden, exclusivamente, el modo de alcanzar el poder para inflar sus egos y llenar sus carteras. Es falso, por supuesto,  que los verdaderos políticos se distingan por el lugar en el que se sientan. Los verdaderos políticos se distinguen por su ideología. O son conservadores o son progresistas. Entre los primeros intentan camuflarse los fascistas, los que confunden la política con su ambición personal y la utilizan para su propio beneficio. Lo único que quieren conservar los fascistas es el poder. En España no hay partidos conservadores salvo, tal vez, uno muy minoritario por estar circunscrito al País Vasco. En España hay partidos progresistas y partidos fascistas, estos últimos disfrazados de derechas, término que, en realidad, no dice nada de su realidad. Como no dice nada de su realidad que algunos se proclamen moderados. Moderadamente o a tiros, los fascistas pretenden animalizar a la gente para convertir a la mayoría en su ganado, un ganado que trabaje en silencio para beneficio de los patrones. Moderados o exacerbantes, los fascistas son fascistas se sienten donde se sienten y su misión en el mundo es estancar la evolución de la humanidad.

Los españoles que viven con las dificultades propias de la vida de cualquier ser humano, aliviadas estas por la ilusión de progresar que ilumina su presente y su futuro, esperan el cercano 23-J con cierto miedo a la desilusión provocado por las encuestas. Las encuestas dicen que las mentiras del sentido hecho común por los fascistas derrotará a la percepción de la realidad de la mayoría; la realidad de un país que prospera, que progresa gracias al trabajo ilusionado del gobierno durante los últimos cuatro años y al trabajo de los españoles, nativos o inmigrantes, que se esfuerzan en trabajar con ilusión. Pero un gobierno democrático no puede librarnos de la amenaza de los fascistas. Del único que depende que se cumpla la ilusión de progresar en libertad de todos los españoles, nativos e inmigrantes, es del ciudadano que se acerca a una urna electoral con un voto en la mano, consciente de que de ese voto depende el progreso o el retroceso de él mismo y de todos los demás.