Empecemos bien

Después de desayunar en la cama, se volvió a dormir y dormida estaba disfrutando intensamente un sueño erótico cuando la despertó de golpe la voz de Maria Callas cantando las notas más altas de «La mamma morta» de «Andrea Chenier». «Coño», soltó en voz alta sentada por el sobresalto. Culpa suya por dormirse con la radio encendida. Frente a ella, a cierta distancia, una de las ventanas. Los árboles, tranquilos en la mañana sin viento, la devolvieron a la paz de su casa. «Coño», se volvió a repetir. Ni en las noches más memorables de sus tres matrimonios había llegado al clímax con unos gritos así. «Bruta», se dijo, «la Callas no gritaba, cantaba con una voz privilegiada por Dios». «Vale,» se contestó ella misma, «pero al clímax no se llega con notas de soprano. No es para tanto». Sonrió y de la sonrisa pasó a una risa sorda recordando el sueño, el susto, los «coños», el «bruta». «Todo divertido menos el insulto. Ya sabes que no me gusta que te insultes». De bruta, nada. Las palabrotas le salían por influencia de su padre, allá en su juventud, y porque, según investigaciones científicas, al librarse de convencionalismos sociales, algunos viejos acababan exhibiendo coprolalia con o sin síndrome de Tourette. Volvió a reír al pensarse vieja. Dentro de poco saldría al pasillo al que un espejo de cuerpo entero daba prestancia de vestidor. En ese espejo volvería a verse transformada por la chifladura juvenil que se había concedido, finalmente, el día anterior, después de algún tiempo complaciéndose con la idea de copiar en su pelo las mechas negras de Kristen Stewart en la película «Happiest Season».

Empezó a levantarse. Era lo que más tiempo y esfuerzo le tomaba. Hacía un par de meses que una caída le había agravado el síndrome de Mèniére que la desequilibraba. Levantarse de cualquier asiento y caminar se había transformado en un espectáculo de decrepitud. Sonrió y cuando llegó al espejo la atacó la risa. Lados rapados y teñidos de negro negrísimo; copete de pelo blanco blanquisimo. «Bruta, no. Chiflada», se dijo riendo. «¿Chiflada por qué?», se preguntó ella misma. Al salir de la peluquería se había atrevido a ir con el taxista, su amigote, a tomarse un par de wiskies en dos bares. Todos la habían piropeado y hasta el dueño de uno de los bares, con pelo largo rubio y mechas negras, la había abrazado dos veces. Claro que la reacción no hubiera sido la misma si, por hacer caso a su hijo, hubiera frecuentado las meriendas en la granja del grupo de viejas de su edad. Pero lo que más claro tenía después de haber analizado el asunto con detenimiento era que con la vejez había conquistado su independencia y que ya nada ni nadie podrían privarla de su libertad, ni siquiera las siete enfermedades crónicas que querían encerrarla en su casa. «A la enfermedad, las pastillas de rigor y no se hable más», decía.

No se hable más, se decía cuando la memoria le recordaba el estado desastroso de su locomoción. Bajar escaleras suponía borrar de su mente todo pensamiento profundo para concentrarse en los escalones agarrando una baranda o apoyándose en una pared. Con la espalda apoyada en la pared y una mano apoyada en la pared de enfrente, llegó al primer piso dando gracias, como siempre, al alma de su padre por haber hecho aquellas escaleras entre dos paredes . Y como siempre, al llegar abajo la abandonó el buen humor. A pocos pasos estaba el que había sido su despacho y ahora era su estudio, y en el estudio, el ordenador que la conectaba con el mundo allende sus montañas.

El mundo se había vuelto insoportable y, por ende, los textos e imágenes que cada día consultaba en su ordenador también. Ya no había ser inteligente que cuestionara la paulatina deshumanización del mundo. El hombre, en cuanto especie del orden de los primates, ser racional, se estaba cargando su propio habitat para asegurarse su propia extinción. Impaciente por extinguirse, no podía soportar la lentitud de los efectos del cambio climático. En todas partes, divididos en tribus como en su prehistoria, los hombres se estaban matando para acelerar su desaparición. Las matanzas seguían un orden, un plan concebido por mentes gravemente afectadas por la psicopatología del sadomasoquismo. Según su capacidad de excitar al personal con noticias truculentas, los dueños de esas mentes componían un salón de la fama encabezado por los asesinos que, además de asesinar, contaban con el poder deslumbrador del dinero; en primer lugar de la lista, Putin y Netanyahu. Y por todas partes había quienes, carentes del poder y los medios para asesinar, se contentaban privando a sus conciudadanos de la facultad indispensable para evolucionar como ser humano; la libertad. Claro que los asesinos y tiranos de diversos tipos no infundían terror a otros que no fueran las víctimas a su alcance. Los que producían el terror más terrorífico a los seres pensantes eran los millones de hombres, machos y hembras que, en libre ejercicio de su voluntad, entregaban el poder a tiranos y asesinos mediante su voto.

Las imágenes y los textos de su ordenador la encerraban cada día en la celda del pánico que era su propio país donde políticos entregados a la estrategia fascista para derrocar a la democracia y medios afines o bien pagados y tertulianos balbuceantes esforzándose por exhibir una equidistancia falaz y millones de idiotas masoquitas dispuestos a tragar los bulos y mentiras del fascismo para sentirse poderosos por un día el día de las elecciones, malvivían pergeñando la manera de colaborar a su autodestrucción.

Llegó a su estudio fregando paredes. Arrastró los seis pasos necesarios para ir de la puerta a su escritorio. Se dejó caer en su butaca. Frente al ordenador apagado, empezó a preguntarse. ¿Cuánto tiempo dedicado a escribir su opinión política para consolarse de sus penas íntimas viendo los miles de lectores que le contaban las estadísticas de su blog? ¿Lectores? ¿Y quién le decía que toda esa gente se tomaba de verdad la molestia de leer sus artículos? ¿Quién le decía que no se trataba simplemente de dedos acostumbrados a abrir todas las páginas a las que se suscribían para olvidar por un rato sus penas íntimas? ¿Y por esos miles de dedos se amargaba la vida que podía quedarle dedicando sus días a buscar y leer y ver y oír información que cada día le corroborase el horror del mundo y la estupidez de la mayoría en su propio país? No era la primera vez que se hacía esas preguntas. Esas preguntas vivían agazapadas en su cerebro y le agitaban las glándulas cada vez que encendía su ordenador. La memoria siempre le daba como respuesta unas palabras que Lawrence O’Donnell había citado en uno de sus programas: «La esperanza es una elección. Elegid la esperanza». ¿Esperanza de que? «¿La esperanza que aún mantiene con vida a los supervivientes de la masacre de los palestinos, de los ucranianos, de los africanos sin nombre? ¿La esperanza que empuja a los ciudadanos conscientes de los países democráticos a votar aunque las encuestas digan que ganarán los destructores?»

Encendió el ordenador con la esperanza de escribir otro artículo que terminara, como todos los suyos, llamando a la esperanza, ese estado del ánimo que, por encima de las penas de hoy, empina el alma a mirar al mañana y a verlo mejor; porque la esperanza es una elección, una elección entre dos posibilidades, bucear en la mierda o levantar la barbilla y sonreír trabajando con la esperanza de que mañana será mejor; porque hay que elegir la esperanza aunque solo sea, simplemente, por la sencilla razón de que a uno le da la gana vivir bien.

Seguida de versión cantada por Sydney Christmas, la mejor desde que «Tomorrow» se cantó en «Annie»

Ahora que te tengo

Año nefasto. Guerras en Ucrania, Gaza, Líbano, Yemen, etc. Catástrofes naturales en Valencia y otros lugares. En todos esos lugares cifras de personas que han dejado este mundo, personas que han perdido a los que se fueron, que lo han perdido todo; cifras de asesinos y ladrones que aumentan su poder y su riqueza matando, robando, demostrando su condición de homininos infrahumanos.  Y sin embargo y a pesar de todo, también seres de auténtica y plena humanidad que, a pesar de todo, demuestran esas sencillas palabras del autor del primer capítulo del Génesis: «Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera». 

Algunos creemos en un Creador, otros lo sustituyen por la Naturaleza. Da igual. Todo es bueno en gran manera, desde el más minúsculo de los seres vivos hasta el gigante de la perfección mental que es el ser auténticamente humano. 

Año maravilloso. Algunos hombres, machos y hembras, pugnan, siguen pugnando por alcanzar, en medio de circunstancias favorables o de las más adversas, el más alto grado de evolución hacia la plena humanidad dejando a su paso aquello que al Creador hizo exclamar que todo cuanto había creado era bueno. Unos, en la medida de sus posibilidades, luchan por la paz; otros luchan por la supervivencia de la Tierra; otros, en la intimidad de sus vidas privadas, viven con la convicción de que todos los descendientes del Creador o de la Naturaleza somos literalmente hermanos, y ese sentido de la fraternidad impregna y determina todos sus actos. El amor, en cuanto sentimiento, no se le puede imponer a nadie digan lo que digan, hipócritamente, las religiones. El sentimiento que distingue al ser humano de todos los otros seres vivos es la empatía, la compasión. Todos los seres humanos tenemos que sufrir circunstancias adversas que están fuera de nuestro control. Pero solo quienes conocen y actúan movidos por la compasión gozan del consuelo de saber que cuentan, en todo el orbe, con hermanos que comprenden, que empatizan con su sufrimiento y que si no tienen otra cosa que dar, dan sus oídos para escuchar, sus hombros para que el otro descanse, sus brazos para abrazar y consolar. De eso pueden dar fe las víctimas de la DANA de Valencia, por ejemplo.  

Confieso que me tomó muchos años comprender todo esto y ponerlo en palabras. Tuve una infancia, adolescencia  y juventud para mi horripilantes. Como si me hubiera caído encima la maldición antisemita del judío errante pronunciada por el falso cristo anticristiano de los hipócritas que han utilizado siempre el nombre del Ungido para encubrir su maldad, empecé a errar por el mundo metida en un cesto cuando mis pies aún no se tenían en el suelo y luego con azafatas de vuelo y cuidadoras y educadoras que me enseñaron que en el mundo no contaban los afectos. Crecí sola y aprendí que la realidad estaba llena de madrastras duras de cuentos perversos que jamás acompañarían mi soledad. Nunca nadie me dijo que la soledad no existe. En el fondo de la mente, del alma de todos hay un ser que espera en silencio la voz de su dueño llamándole por su nombre, «Yo». Por culpa de una psicología deshumanizada, la gente confunde Yo con ego y cree que el más ególatra es el que más se quiere; mentira. El ególatra no quiere a nadie y menos a sí mismo. «Yo» es el nombre de Dios, así le dice Dios a Moisés que se llama según  el libro del Éxodo: «Yo soy el que soy». Y todos somos herederos de esa palabra, «Yo». Pero el yo que somos nunca está solo. 

Descubrí que la soledad no existe el día que escuché en la radio una entrevista a una mujer que me hizo sonreír con la sonrisa que provoca lo que nos parece  una tontería. Hablaba de mujeres que se casan consigo mismas. El asunto me llevó a preguntarme más tarde,  ¿Tiene uno dentro de sí mismo a otra persona, otro yo que es el que realmente somos cuando no estamos actuando ante el público que nos rodea? 

Esa aparente tontería, la sologamia,  encendió una débil lucecilla en el lugar más recóndito  de mi mente. Había alguien allí, y al descubrirla, me puse a averiguar quién era. Era una niña flacucha, débil, que no hacía más que mirar para descubrir a los demás porque le daba vergüenza que la descubrieran a ella. Cuando hablaba, unos la miraban con desprecio y otros se reían porque cuando tenía diez años hablaba como una mujer de veinte, decían.  Su madre le decía que no era una niña. Como no era una niña, nunca mereció la atención ni el afecto ni las disculpas que merecen los niños. Nadie la vio crecer. Leía desde los cuatro años y para no tener que oírla, le ponían un libro en las manos para que no molestara hablando. Por las mañanas nunca molestaba. Leía el periódico todos los días. 

La niña no creció nunca. Cuando me tocó ser mayor, empecé a imitar a mi  madre en desparpajo porque a mi madre todo le iba bien y la niña tenía tanto miedo de que la descubrieran que no analizaba lo que hacía la mujer que era yo por fuera y todo me salía mal. Hasta el día en que, acercándome ya a la vejez,  oí en la radio aquella entrevista. Sonriendo me pregunté, «¿Te casarías contigo misma?» La pregunta me quitó la sonrisa, me dejó con la boca abierta. «Por Dios, no. Soy insoportable». Ese rechazo brutal me empujó a mirarme por dentro y allí encontré a esa niña sola a la que el miedo a todos no había dejado crecer. «¿Esa soy yo?», me pregunté. «Así eres tú», me contestó la de adentro. Esa niña escondida me había visto actuar ante el mundo procurando seguir costumbres y normas allí donde estuviera. Y a esa niña no le gustaba yo. 

2018 fue el primer año maravilloso. Después de analizar, de resolver asuntos pendientes con la niña, la  adolescente, la joven que fui y con todos cuantos pudieron hacerme daño a lo largo de mi vida, me vi crecer por dentro y por fuera, y llegó el día en que descubrí en mi al ser humano que al Creador le había parecido bueno en gran manera. La niña se había convertido en una mujer que me aconsejaba induciéndome a seguir sin miedo mi propio criterio, una mujer orgullosa de llamarse yo ante un espejo. «¿Te casarías contigo?», un día volvió a preguntarme. «Sí», le pude contestar con profunda alegría, «pero me falta mucho». «Para seguir evolucionando, te queda todo el tiempo que te quede de vida», me contestó. 

2024 ha sido un año que roza el milagro. Hace unos meses me caí y mi cara se estrelló contra un muro de piedra. Me afectó un oído cuyo tímpano me trepanaron de pequeña y la lesión me ha afectado el equilibrio. No tiene remedio. Tendré que caminar tambaleándome con bastón lo que me quede de vida. Pero me he comprado un bastón muy bonito. Hace unos meses también recibí un email de mi hijo en el que repasaba su infancia en detalle y llegaba a la conclusión de que yo había sido la mejor madre del mundo.  Ayer, su mujer me escribe diciéndome que soy auténtica y muy especial y que siga con la sonrisa que me caracteriza. Regalos, regalos que para mí contienen todos los regalos que nunca recibí en mis navidades sin Santa Claus ni Reyes. ¿Qué más puedo pedir? Pues encima, una guinda; un regalo de Amaia en La Revuelta que me emociona hasta las lágrimas, esas lágrimas de emoción que salen con una sonrisa.  Dirijo las palabras de su canción «Ahora  que te tengo» a la que vive dentro de mi. Sí, finalmente, en 2018, cuando me sentí preparada, me casé conmigo misma ante el monumento donde están enterradas las cenizas de mi abuela paterna y de mi padre, teniendo a mi hijo muy cerca detrás de mi.  

A ver si la letra de esa canción llega a quien lo necesite y le mueve a analizarse y el análisis le empuja a hacerse digno de sí mismo de día en día. A ver si la compañía de sí mismo le lleva a enamorarse de quien es. Feliz año nuevo. Que sea nuevo de verdad y lleno de posibilidades positivas.

https://www.youtube.com/watch?v=sAU-pZCxVMM

La evolución del sadomasoquismo

Hace millones de años, el hominino macho del género Homo descubrió su fuerza y descubrió que la fuerza le hacía superior a quien tuviera menos fuerza que la suya. Así descubrió que las hembras tenían menos fuerza que los machos lo que permitía a los machos someterlas a sus necesidades y antojos. Así, la fuerza superior del macho convierte a la hembra de su género en su esclava. Por la misma razón objetiva, los machos empiezan a medir su fuerza con la de los vecinos. En la lucha por arrebatar a otros tierra para cazar y cavernas donde guarecerse, gana el más fuerte. El hominino homo descubre que el mundo que le rodea pertenece al que por la fuerza se lo pueda ganar. Lo que no descubre es que con esa rutina de ejercicio de la fuerza y dominación del más débil, los de su género, machos y hembras, forjan el primer eslabón de una cadena de odio, de resentimiento, de ansias de venganza que se extenderá por los siglos de los siglos y que dice la evidencia que se seguirá extendiendo hasta el final de la vida del homo, macho y hembra, sobre la tierra.

El 5 de noviembre de 2024, los americanos decidirán a quién entregan el poder en su nación; una nación que, por la importancia económica del país y su fuerza militar, recibe la consideración de primera potencia del mundo.

El 5 de noviembre de 2016, los ciudadanos con derecho al voto de esa potencia colosal otorgaron el poder a un necio, multimillonario por obra y gracia de su herencia paterna y estrella de la televisión gracias a su histrionismo y a los guionistas que le escribían los libretos. La presidencia de Donald Trump fue caótica, como todavía pueden recordar los millones que le llevaron a la Casa Blanca y los que no le llevaron pero sufrieron su estancia por igual. Si las consecuencias de aquel caos no fueron peores para la nación y sus ciudadanos se debió a los miembros sensatos del gobierno que otros le ayudaron a montar y a que la pereza de un presidente entregado exclusivamente a su participación en redes sociales y a posar ante las cámaras le impidió dedicarse a gobernar en serio. Si Donald Trump, durante su presidencia, no logró cargarse la Constitución y, con ella, la democracia de los Estados Unidos de América, fue porque la mayoría de los ciudadanos con derecho al voto reaccionaron y le echaron de la Casa Blanca en las siguientes elecciones.

Hoy sabemos que la fuerza física no basta para vencer o perder. Hemos evolucionado, más o menos, intelectual y emocionalmente. Hoy sabemos que venimos al mundo con facultades intelectuales y emocionales que nos permiten evolucionar hasta convertirnos en seres humanos, como sabemos también que no todos los homos alcanzan ese grado superior al de todas las especies. Nacemos con las facultades necesarias para evolucionar hasta el grado que calificamos como humanidad, pero nuestra naturaleza no permite la evolución automática. Esa evolución requiere esfuerzo y ese esfuerzo depende de nuestra voluntad. Lo que muy pocos saben y menos entienden es que la animalidad salvaje de nuestros primeros antepasados fue creando la cadena de odio y resentimiento que hasta el día de hoy nos oprime a casi todos y que a la mayoría impide utilizar sus facultades para convertirse en auténtico ser humano. Todos nacemos y vivimos con esa cadena al cuello heredada de los primeros salvajes que con su fuerza aplastaron a los más débiles y de los más débiles que tuvieron que sufrir el dominio de los más fuertes. Para librarnos de su peso aplastante es condición indispensable descubrirla, deshacer los eslabones que nos oprimen y avanzar, cada vez más ligeros, con la alegría que otorga gozar de la auténtica libertad; la libertad de irnos convirtiendo en lo que queramos ser.

El próximo 5 de noviembre, los americanos se encuentran ante dos opciones.

Una candidata, vicepresidenta del gobierno actual, ofrece lo que puede esperarse de un ser humano plenamente evolucionado, es decir, de un ser que es y actúa de un modo ejemplarmente fiel a los valores y cualidades que distinguen la auténtica humanidad. Kamala Harris entiende y defiende el hecho incontestable de que la creación hace a todos los homos hermanos y de que esa hermandad despierta, en todos los seres auténticamente humanos, la empatía, la compasión. Esta cualidad hace que Kamala Harris se comprometa a gobernar para todos los ciudadanos sin distinguir procedencia, creencias, ideología, partido político. Kamala Harris se compromete a gobernar según los fundamentos de la auténtica democracia que resumió Abraham Lincoln, gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, con el único objetivo de que el pueblo progrese.

El otro candidato, Donald Trump, ya demostró su ineptitud intelectual, moral y política durante los cuatro años de su presidencia. Su campaña por lograr que le vuelvan a otorgar el poder está demostrando que su egolatría patológica se ha agravado durante los últimos cuatro años con síntomas de demencia senil. Trump predica la división del país en amigos, los que le apoyan, y en enemigos, los que le critican o, simplemente, no le siguen. Trump afirma sin ambages que, en cuanto gane las elecciones, eliminará a sus enemigos por diferentes medios. Su misoginia le hace pregonar su intención de coartar la libertad de las mujeres y de castigar a aquellas que no obedezcan sus directrices. Su xenofobia le hace amenazar a los inmigrantes con la deportación masiva y hasta con la pena de muerte a los que cometan delitos. Su nacionalismo fanático pretende aislar al país de sus aliados democráticos y permitir que los otros países lidien como puedan contra los caprichos de cualquier autócrata. Sus convicciones fascistas le hacen prometer que en cuanto recupere el poder, ya no será necesario volver a votar porque gobernará para siempre.

Este programa de gobierno, pregonado por Trump con sinceridad absoluta a través de cualquier micrófono que le pongan delante, nos lleva a la pregunta que atormenta a todos los seres auténticamente humanos en los Estados Unidos y en el mundo entero. ¿Cómo es posible que millones estén dispuestos a votar por un individuo que predica el odio, el rencor, la división, el derecho a la venganza; un individuo que manifiesta su intención de destruir los cimientos de la democracia que define a su país para convertir a su país en líder de un terror universal bajo un autócrata que gobierna emulando a todos los autócratas que en el mundo han sido y a los que aún son, incluyendo a genocidas como Hitler? ¿Cómo es posible que millones estén dispuestos a entregar a un individuo el poder de arrebatarle su libertad, su posibilidad de vivir una vida plenamente humana?

La pregunta resulta retórica para quien comprenda el significado de la cadena que forjó el homo prehistórico convirtiendo a toda su descendencia, por los los siglos de los siglos, en sadomasoquistas.

La mayoría no especializada atribuye al sadomasoquismo un significado exclusivamente sexual. Reducir de esa forma el significado del término hace ignorar a la inmensa mayoría que la palabra define una característica de la psicología del homo que todos heredamos de nuestros primeros antepasados, en mayor o menor grado, y que todos transmitimos, en mayor o menor grado, a nuestros descendientes. El valor de la fuerza física despertó en los primeros homininos vencedores lo que millones de años después alguien llamó sadismo, y el sadismo de los triunfadores impuso a los vencidos el estigma que millones de años después se llamó masoquismo. Sadismo y masoquismo son, nada más y nada menos, respuestas con que las hormonas condimentan diversas situaciones. Es un asunto cada vez más complejo en el que no solo se distinguen grados. Las circunstancias hacen que las respuestas se mezclen produciendo sadomasoquistas.

Para entender la naturaleza del sadismo basta un sencillo ejemplo prácticamente universal y de todos los tiempos. Un hombre del montón que en la oficina o en la construcción o en cualquier trabajo que exija sumisión a un jefe o a una empresa, llega a su casa y alivia las penas que le causa su inferioridad utilizando su fuerza para someter a su mujer y a sus hijos. El cuerpo le responde segregando hormonas que premian su triunfo sobre los más débiles con sensaciones placenteras. Esas sensaciones conmueven las glándulas del macho haciéndole sentir la sensación de superioridad que no tendrá que ganarse con esfuerzo alguno. Se lo da la genética con la testosterona.

Para entender la naturaleza del masoquismo podemos recurrir al mismo ejemplo analizando las reacciones desde el cerebro de los vencidos. El más débil reconoce la superioridad del más fuerte y su cerebro interpreta el mensaje de sus hormonas provocándole una sensación de respeto. El respeto al más fuerte es un modo de defender su supervivencia.

Desde hace millones de años, las reacciones de vencedores y vencidos no se quedan en anécdotas que se extinguen con las circunstancias. Cada situación que pone a prueba la valía de un individuo, su calidad como persona, va dejando una huella en su cerebro, en su mente, en su alma. Si es una huella fea que le oprime, la psicología moderna le llama trauma. Los homos prehistóricos vivían traumatizados por la necesidad de ganarse la vida con su fuerza o de conseguir la protección de los fuertes con su obediencia. Esos traumas siguen complicando hasta hoy la vida de los hombres, machos y hembras, porque la mayoría no ha logrado modificar las circunstancias para hacer del mundo un lugar idóneo para la vida de los seres humanos. Hoy, millones malviven víctimas de los miles que siguen matando por un trozo de tierra; millones de asesinos y víctimas malviven retorciéndose bajo la tortura de sus traumas y las consecuencias de los traumas que sufren los que viven amargando la vida de los demás. En los países supuestamente más avanzados, los traumas se esconden bajo una apariencia de normalidad, pero, ocultos o detectables, esos traumas siguen incordiando la vida de la mayoría. La mayoría los sigue arrastrando tras agregar más eslabones a la cadena que, conscientemente o no, transmitirán a sus herederos.

El próximo 5 de noviembre, en los Estados Unidos de América, una mayoría de votantes decide a quién le otorga el poder. ¿A un ser humano dispuesto a gobernar para que el país siga evolucionando, siga ofreciendo a sus ciudadanos un territorio donde cada hombre, macho y hembra, pueda progresar en libertad; un territorio habitado por seres humanos libres de la cadena de traumas prehistóricos? El próximo 5 de noviembre, los Estados Unidos de América y el mundo entero se exponen a que una mayoría no pueda librarse de la cadena de traumas prehistóricos que la esclaviza y entregue el poder a quien promete seguir esclavizando a todos, librando a todos del esfuerzo de evolucionar.

Todos los seres auténticamente humanos del mundo entero esperan el 5 de noviembre con preocupación, porque el mundo entero asiste a una proliferación inaudita de imitadores de Donald Trump. Los partidos mal llamados de derechas, antes conservadores, han estado observando con envidia los triunfos del salvaje americano y, ávidos de poder, han copiado su estrategia para cazar votantes sadomasoquistas. Es una estrategia muy simple. Se trata de convencer a los débiles emocionales de que si siguen a un líder sádico, ese líder les protegerá y podrán disfrutar de sus triunfos; podrán disfrutar de la satisfacción de vencer a los masoquistas; podrán convertirse en dioses como Mussolini, como Hitler, como Franco, como si no se tuvieran que morir.

El poder de la alegría

Un hangar inmenso lleno de gente. Afuera hay cola de más gente para entrar. Desde un coche, una cámara sigue a la cola a toda velocidad para grabarla. El espectáculo es insólito, increíble. Cientos, miles de personas esperan en una fila interminable que jalona la carretera, bajo un sol ardiente, soportando un calor que se diría insoportable, para entrar en un recinto donde seguramente impera el calor. ¿Qué estarán regalando en ese hangar para que tantas personas sometan a su cuerpo al calor, al cansancio, a la impaciencia de la espera? ¿Qué estarán regalando para que tantos se torturen con el propósito de llegar a un sitio donde parece no haber otra cosa que miles de personas sudorosas esperando, el qué? ¿Dinero? ¿Comida? 

Hace unos días, una mujer, candidata a presidenta de la nación más poderosa del mundo, convocó a prensa y seguidores a un mitin en Filadelfia para presentar al candidato que había elegido para acompañarla en su papeleta como vicepresidente. Aparecieron los dos en el escenario; una mujer relativamente joven y un hombre aparentemente entrado en años, pero con porte y gestos de juventud. Saludaron con energía juvenil a una multitud que los recibía con aplausos. Ella presentó al compañero limitándose a decir su nombre y le dejó solo para que él mismo se presentara dando más detalles. El hombre esperó sonriente a que cesaran los aplausos para poder hablar; una sonrisa franca, contagiosa, de niño sorprendido ante un regalo de ensueño que nunca había soñado. Los dedos de los periodistas no daban abasto para comunicar a su medio el nombre y currículum de aquel desconocido que aparecía de repente contradiciendo todas las predicciones de los entendidos. No contaba entre los favoritos; parecía más bien que, entre la lista de candidatos posibles, su nombre salía como relleno o como equivocación. Cesaron los aplausos y el hombre, siempre sonriendo, pronunció su primera palabra. La primera palabra del aspirante a vicepresidente de la gran nación americana resultó digna de registrarse en libros de historia. El hombre dijo «Wow!»  

Aquel «wow» expresaba, con franqueza infantil, la sorpresa de un hombre que, de pronto, se veía aplaudido y aclamado por miles de compatriotas. Pero sorprendido como estaba, se tenía que presentar y se presentó. Con cierta seriedad superada, muchas veces, por la sonrisa, contó a la multitud su trayectoria desde suboficial en el ejército a estudiante universitario y de ahí a maestro y coach de fútbol en un colegio y de ahí a representante en el Congreso y de ahí a gobernador de Minnesota, estado del medio oeste, doceavo en territorio y con una población que no llega a los 6 millones de habitantes. Diríase que su biografía es la trayectoria, más bien oscura, de cualquier persona normal de clase media; poco que ver con la de políticos poderosos o aspirantes al poder. Confesó el hombre que quienes le habían empujado y metido en la política habían sido sus alumnos. Por su discurso y su porte, diríase que se trata de un hombre de sesenta años bien puestos en el que lo único que llama la atención es su extraordinaria simpatía; la extraordinaria espontaneidad, sinceridad y luminosidad de su sonrisa. Pues bien,  aquella noche Tim Walz, ese hombre normal que solo la sonrisa y la simpatía extraen de la oscuridad, se convirtió en el héroe de un milagro que, desde entonces, trae de cabeza a todos los analistas políticos del país. Terminó su discurso presentando a Kamala Harris con una enumeración de las cualidades de la candidata a presidenta y de su programa que la convierten en el voto más conveniente para el progreso del país. Elogios normales en una campaña electoral. Pero su presentación culminó con una revelación insólita. En el fondo de serias medidas concretas que Harris ofrece en su programa para lograr el progreso, late un sentimiento, sentimiento que Kamala Harris ofrece a todos los ciudadanos para que entre todos luchen  por lograr un auténtico progreso fundado en una profunda regeneración, dijo Tim Walz, y entonces reveló que la campaña y futura incumbencia de Kamala Harris tenían por objetivo primordial despertar la alegría. 

Kamala Harris respondió a aquella revelación con su sonrisa más luminosa. Sonriendo con ganas, Kamala y Tim chocaron manos con el entusiasmo de niños cuyo equipo acaba de triunfar. El público reaccionó gritando, entre sonrisas, los eslóganes más optimistas extraídos de los discursos que acababan de escuchar. Sobraron entonces todos los sesudos análisis de doctos analistas políticos para comprender por qué Kamala Harris había elegido a aquel desconocido gobernador de un estado pequeño y no decisivo electoralmente para que la acompañara en la lucha por devolver al país la ilusión y las ganas de trabajar para, entre todos los ciudadanos, empujarlo hacia adelante. Kamala Harris había descubierto su alter ego. 

Ese descubrimiento y la revelación de Tim Walz han conseguido llenar los recintos en los que se presentan, recaudar fondos de récord para la campaña, catapultar en las encuestas al partido Demócrata y electrizar a los ciudadanos con una atmósfera nueva cargada de esperanza, de ilusión, de alegría. Los analistas se preguntan cómo es posible que la actitud de la mayoría haya cambiado, en un abrir y cerrar de ojos, sorprendiendo a todos. Pregunta fácil de responder por quien haya sentido, con profundo desánimo y preocupación, la decadencia de un mundo oscurecido por la perversión de los valores y la denigración de la Política al nivel de un politiqueo infrahumano. 

Cuando en España un político al que suponían derrotado por su propio partido consiguió acuerdos para que se aprobase una moción de censura contra el presidente de gobierno de entonces, un triunfador gracias a su corrupción personal y política, el país cayó en el pozo de melancolía en el que ya chapoteaban políticos y ciudadanos en medio mundo. ¿Por qué? Quienes habían perdido el poder y luchaban por recuperarlo a toda costa desenterraron de la estrategia de la propaganda nazi la mentira, la difamación, los insultos, el odio para impregnar el ánimo de los descontentos con su vida, de los fracasados. Repitiendo mentiras hasta conseguir que una cantidad considerable de cerebros las acepten como verdades y que otros, aún reconociéndolas como mentiras,  las acepten, resignados, como ingredientes inevitables de la política, los copiones de las instrucciones de Goebbels han conseguido internacionalizar la cizaña causando entre los ciudadanos de todas partes una epidemia de confrontación que anima a la violencia. La violencia salta en Alemania con una multitudinaria manifestación de fascistas adornados con la máscara de ultra derechas. La violencia salta en Francia animada por los de Le Pen y otros peores. Salta la violencia en el Reino Unido contradiciendo la fama de ordenados flemáticos de los británicos. Los españoles, domesticados por una guerra civil y décadas de dictadura, no se desmadran demasiado. Llevan sus frustraciones, sus fracasos a la sede del partido que frustra sus confusas ambiciones apaleando a un muñeco que representa al presidente del gobierno, mientras los dirigentes del partido de los frustrados les echan gasolina instándoles a colgar al presidente por los pies. ¿De dónde sacan tanta gasolina los líderes fascistas enmascarados de derechas? De un surtidor inagotable de paridas que a base de paridas ha conseguido convertirse en ídolo de millones de fans; Donald Trump. 

Donald Trump desprecia a todos y todo lo que no tenga que ver con su propio ensalzamiento. Sin ápice de vergüenza, luciendo su estatura y su copete como lucían antiguos reyes ricas vestiduras para señalar su superioridad, Trump se proclama en todo superior a todos los mortales retorciendo datos para demostrar que es el nuevo mesías. Es imposible que líderes fascistas de otros lugares, españoles, por ejemplo; líderes que no conseguirían pasar un casting ni como actores secundarios, imiten a un figurón reconocido en el mundo entero por la exteriorización de su egolatría patológica. A esos líderes, desprovistos de genio y figura notables,  incapaces de impresionar al personal con su presencia gris, no les queda otra que copiar el discurso destructivo de la gran estrella del politiqueo americano; no les queda otra que predicar el caos, el miedo y el odio. El caos, el miedo y el odio, instilados en los cerebros comunes por una propaganda bien diseñada, consiguieron elevar a Trump a la mansión más sagrada para el mundo, desde la que siguió vaticinando el caos, el miedo y el odio si él faltaba y elevando sus palabras a dogma de fe.

Hasta que una mujer, representante de minorías tradicionalmente despreciadas, y un hombre, maestro de instituto y coach de un equipo de fútbol amateur, se plantaron ante un micrófono de alcance internacional para gritar al engreído monigote y a todos sus seguidores, «¡BASTA YA!». «¿Qué queremos?», preguntan los dos a sus compatriotas, «¿Queremos un país en el que imperen el caos, el miedo, el odio o un país de libertad, compasión, alegría?» El descubrimiento de la última alternativa como posibilidad provocó en los ciudadanos lo que parece el súbito despertar de una pesadilla.

¿Despertarán los españoles de la pesadilla, también agobiante, en  la que quieren hundirnos los discursos fascistas con fabulaciones de catástrofes? En el presidente del gobierno y en el flamante president de la Generalitat, por ejemplo, nada sugiere habilidades de profesionales de farándula. Son serios. Sonríen, pero su sonrisa carece de la intención de animar al público. Lo suyo es gobernar, tal vez marcados por los agotadores esfuerzos que les exigió la pandemia. Son serios, pero quien quiere verlo descubre, sin duda, que su seriedad manifiesta un compromiso absoluto con la eficiencia; eficiencia para solucionar los problemas del país. Tal vez por eso, Pedro Sánchez y Salvador Illa llevan por dentro su alegría, la alegría de saber que su esfuerzo consigue lo que se propone haciendo avanzar vidas y haciendas para que todos los ciudadanos puedan disfrutar de la alegría de vivir.            

La omnipotencia de la palabra

«En el principio existía la palabra, y la palabra estaba con Dios, y la palabra era Dios», dice el Evangelio de Juan. Para el creyente, Dios crea todo lo que existe mediante la Palabra, que es Dios mismo. Para el no creyente, todo lo que existe sale de una misteriosa sopa cósmica que en algún momento hizo bang. Esa creación atea se le adjudica a la Naturaleza porque a algo se le tiene que adjudicar. Pero sea como sea, la misión del hombre, macho y hembra, progenie de Dios o de la Naturaleza, es crear. Aún quien no se da cuenta crea, vive creando mediante la palabra como Dios o  como la Naturaleza le facultó. Pero también mediante la palabra, el hombre, macho y hembra, tiene la facultad de destruir todo lo creado. Y algunos viven destruyendo.     

Seguí al presidente del gobierno mientras hacía el balance del curso político resumiendo leyes aprobadas y ofreciendo datos económicos. No le escuché con atención. Habiendo seguido en los medios durante todo el año los trabajos del Consejo de Ministros y los discursos del presidente y de los diputados y senadores, el resumen no me decía nada que no supiera. Por eso, en vez de registrar lo que era, para mí, una repetición, mi mente pasó el rato vagando por el contenido de mi memoria con textos, vídeos, fotos que las palabras del presidente me sugerían, acompañados por las impresiones que me habían causado y las conclusiones de mi razón. En el fondo de todo, una conclusión persistente que siempre me descorazona; la certeza de que la información que el presidente ofrecía a los ciudadanos no le interesaba a nadie, ni siquiera a los periodistas que estaban allí para transmitir la información. 

La información pura y dura aburre, máxime cuando el que informa lo hace con seriedad y contención, sin palabras destinadas a excitar las glándulas, sin exabruptos. Sabiendo, como a estas alturas sabe todo el mundo, que de Pedro Sánchez no cabe esperar un discurso en modo alguno histriónico, confieso que esperaba con ganas el turno de preguntas de los periodistas que ayer prometían una diversión que me hacía mucha falta. Con un juez dispuesto a prevaricar por verse en una foto en el sanctasanctórum de La Moncloa; con las mal llamadas derechas dándose de tortas verbales por acompañar al juez; con un presidente del gobierno que las mal llamadas derechas presentan como moribundo, acojonado por el interrogatorio al que iba a someterle un juez temiblemente implacable, había material de sobras para predecir una sesión de preguntas hilarante. Y sí, en cuanto pudieron, los periodistas se lanzaron a preguntar al presidente cómo había ido el suplicio. Pero el suplicio solo había durado dos minutos, lo que había tardado el presidente en confesar que Begoña Gómez era su esposa y que se acogía al derecho de no declarar. ¿Y? Y nada más. Más punta le sacó al asunto la portavoz Alegría, animando a los escribidores. Pedro Sánchez tiene  cualidades serias de gran importancia que se le admiran nacional e internacionalmente, pero nadie puede negar que la comicidad no es su fuerte. Ayer concluyó la exposición detallada de los trabajos de su gobierno en este año de legislatura con una conclusión tan rotunda que no invita a ninguna pregunta ni comentario; ni siquiera a una sonrisa. «Hay un gobierno que gobierna y una oposición que fabula», dijo, y eso que dijo resume de forma incuestionable lo que verdaderamente debe importar a todo ciudadano inteligente, además de destacar una realidad que a todo ciudadano inteligente debería preocupar; la polarización política del país. 

Pocos minutos después de la rueda de prensa de Sánchez, los opositores de siempre salieron a fabular ante los medios condimentando  el asunto, como siempre, con los comentarios más picantes. Pero pasa que la costumbre le ha quitado virulencia al ají. Después de una retahíla de datos que sitúan a España en la cabecera de las economías más sólidas, los de la oposición ya no pueden decir que Sánchez está acabado y que le quedan minutos para dimitir sin que hasta sus más fervientes seguidores se queden con cara de pasmo. 

Sin ganas de perder tiempo volviendo a oír las fabulaciones de siempre a los del PP, Vox y otros por el estilo, me fui a Estados Unidos a ver cómo estaban las cosas por allí. Allí sí que la política está de sainete y para partirse de risa. Desde que Biden pasó la antorcha a Kamala Harris, Trump ha perdido la razón por completo; tanto que seguidores y detractores dicen que tal vez su locura es fingida para ganar más votos causando lástima. Todas sus respuestas en entrevistas y todos sus discursos en mítines se concentran en dedicar los peores insultos a Kamala Harris. Llama vagabunda a una mujer que es vicepresidenta de los Estados Unidos de América después de haber sido durante años Fiscal de Distrito de San Francisco, Fiscal General de California y luego  Senadora. La llama de todo y nada bueno. Invitado a responder a las preguntas de tres entrevistadoras ante una audiencia de la Asociación de Periodistas Negros, Trump afirma que no sabía que Kamala Harris era negra porque ella nunca había ido de negra, porque siempre había ido de hindú. Y se armó.

Kamala Harris, hija de madre hindú y de padre jamaicano negro, estudió su carrera en Howard, una universidad de negros, y es miembro de una de las nueve más importantes sororidades de negras del país. Sus padres eran activistas y desde muy pequeña la llevaban a las manifestaciones; activismo por la justicia social y racial que Harris continuó de adulta luchando contra el racismo. 

La barbaridad que soltó Trump acusando a Kamala Harris de ocultar la mitad de sus orígenes causó un oleaje de indignación en presentadores y analistas políticos de todas las cadenas de televisión por cable serias y en toda la prensa escrita de prestigio. En el caso de los parlantes televisivos más sensibles, esa indignación llegó a alterarles la voz y humedecerles los ojos. Hoy, después de darle muchas vueltas al asunto, Joy Reid, una presentadora estrella de la MSNBC -negra, por cierto- consiguió analizar el estado mental de Trump en serio, lo que le provocó sonrisas que alguna vez estallaron en carcajadas. ¿Cómo se le pudo ocurrir a Trump soltar ante una audiencia de periodistas negros que los emigrantes que violaban la frontera iban a América a robar trabajos de negros, (sic)? La periodista que le entrevistaba saltó en el acto. ¿Qué trabajos le parecían a Trump trabajos de negros? Alboroto en la audiencia. Tras una pausa de segundos, Trump gritó, irritado, que todos los trabajos eran trabajos de negros y le dijo a la presentadora que era una maleducada horrible, como las presentadoras de la ABC, por hacerle las preguntas que le hacía. La misma noche, ante un público de miles, Kamala Harris se dio por enterada de que Trump le había dedicado otra sarta de insultos y mentiras y se dirigió a él por el micrófono, con la más cautivadora y contagiosa de sus sonrisas, invitándole a debatir con ella en un escenario. «Donald», le llamó, «como dice el dicho, si usted quiere decirme algo, dígamelo a la cara». Las carcajadas atronadoras del público y su propia risa no le permitieron decir nada más al respecto. El ruido de diez mil gargantas gritando «Say it to my face» inutilizaba el micrófono. Esas cinco palabras todavía resuenan. Millones, en todas partes,  empezaron a repetir «Say it to my face» como un eslogan de campaña, y el eslogan produjo efecto de inmediato. Trump había dicho muchas veces que jamás participaría en un debate con Kamala Harris. Ayer aceptó un debate televisado con ella en septiembre. Tal vez por asociación de ideas, a los gritos de las multitudes, «Say it to my face», se añade ahora otro eslogan de otro tiempo; «Yes, we can».

Sí podemos, podemos crear. Las palabras de Kamala Harris crean, están creando esperanza para que gentes de todas las condiciones y de todas las edades luchen por regenerar un mundo cada vez más inhabitable, un mundo perverso creado por el poder destructivo de palabras inspiradas por la codicia, por el odio. Porque las palabras también tienen el poder de destruir. Como toda organización terrorista, la cúpula de Hamás se reunió, planeó y ordenó el asesinato indiscriminado, la tortura y el secuestro  de israelitas para demostrar al mundo su poder destructor. Esa salvajada inspiró las palabras asesinas de otro destructor salvaje. Son las palabras de un mandamás corrupto, enloquecido por el terror a perder el poder y acabar su trayectoria política en una prisión, las que ordenan lanzar misiles y desplegar un ejército armado sobre Gaza, causando miles de muertos, heridos, enfermos, sedientos y hambrientos que se han quedado sin casas, sin medios para seguir viviendo una vida humana. Fueron las palabras del genocida Netanyahu las que decretaron el exterminio del pueblo palestino para pagar lo que robó su codicia corrupta regalándole al estado de Israel las tierras de una etnia exterminada. Con la misma motivación y las mismas intenciones, su análogo Putin asesina ucranianos para ganarse el triunfo de regalar sus tierras a Rusia. La codicia y el odio, pasando de oído en oído convertidos en palabras, asolan todo lo creado en Yemen, en Sudán, en tantas partes del mundo que si Dios Creador fuera el ser vengativo que se han inventado los hombres, parecería que, harto de su creación, hubiese decretado un apocalipsis para destruirlo todo lentamente.  
      

Hay quien se dice, en la boyante Europa, que todo eso ocurre muy lejos de aquí, por lo que no vale la pena amargarse la vida escuchando y viendo  noticias de masacres. ¿Muy lejos de nosotros el palabrerío que intenta destruir el mundo? Dijo Michelle Obama en una entrevista que solo la idea de que Trump volviera a la presidencia le infundía terror. Bueno, piensan los despreocupados, los Estados Unidos están un poco más cerca, pero no tanto como para suponer un peligro que nos deba preocupar. Y considerando la poderosa influencia de todo lo americano sobre el mundo entero, ¿no debería preocuparnos lo que pueda suceder allí? Puede, pero si se trata de distancia, algunos países de América latina están más cerca. O sea, que tenemos a la vuelta de la esquina mafias, drogas, dictaduras. De acuerdo, pero es evidente que España no está tan mal. ¿No? 

En un país como España, que consiguió librarse de la amenaza de las armas, el mayor peligro contra la libertad y el bienestar de los ciudadanos lo constituyen las palabras que intentan destruirlo todo y, sobre todo, los ciudadanos que oyen esas palabras con la indiferencia con que se oye la música de fondo en un ascensor. En España no hay un autócrata asesino que pueda movilizar al ejército contra la población causando otra guerra civil. Pero en España, como en todo país democrático, hay millones de personas con derecho a decidir con su voto a quiénes otorgan el poder. De esos millones depende que todos podamos seguir adelante o de que un tornado oscuro nos arranque del suelo y nos haga aterrizar atrás.  

La oposición fabula, dijo Pedro Sánchez. Y los que escuchan y piensan saben que esas fabulaciones contra los adversarios son siempre mentiras infamantes que intentan colarse en los cerebros desprevenidos. Los cerebros desprevenidos se tragan todo lo que les echen sin cuestionarlo. En vez de rechazar mentiras evidentes para sugestionar a estúpidos; en vez de exigir a los políticos un programa de gobierno que informe cómo piensan llevar a los ciudadanos adelante, los cerebros desprevenidos tragan mentiras con la fruición de animales hambrientos que tragan lo que les echen sin reparar en que el alimento puede estar podrido.

Ya puede el político honesto esforzarse por convencer a los ciudadanos de que todos unidos pueden crear un país cada vez más humano donde la primera y máxima prioridad sea el bienestar de todos. Las fabulaciones divierten mucho más que las verdades y los datos, y quien valora la diversión por encima de todo, no tiene en cuenta que hay palabras que pueden destruir.

¿Orgullo de qué?

Antes de entrar a saco, una puntualización para que no se me malinterprete. ¿Es necesario ir por la vida reivindicando las siglas LGTBI+? Sí. ¿Es necesario destinar un día para pregonar y festejar el orgullo gay? Sí. Es necesario para poner un espejo  ante los enfermos de homofobia y los afectados por dudas homófobas esperando que algunos reconozcan su enfermedad y otros su confusión como primer paso para intentar su curación o el esclarecimiento de sus ideas. Pero una vez explicada y aceptada la reivindicación de las personas que reclaman su libertad sentimental, sexual; su libertad de vivir según su género elegido sin interferencia de aberraciones dogmáticas, sean religiosas, políticas o sociales; su libertad de exigir el respeto a sus derechos por puro respeto a su condición humana, también es necesario profundizar en el asunto para no permitir que unos y otros lo desvirtúen. La orientación sentimental, sexual, de género de una persona no puede ser motivo de orgullo para nadie. Se puede deber a diversas causas, algunas simplemente genéticas. El auténtico orgullo; la satisfacción por los méritos y los logros de una persona corresponde a aquel que, por su propio esfuerzo, ha logrado evolucionar desde su condición de homínido, con la que todos nacemos, hasta convertirse en un auténtico ser humano.

La orientación sentimental, sexual, de género de una persona surge y se manifiesta en el rincón más íntimo del alma. Ningún extraño puede penetrar en ese ámbito, como nadie puede salir de su propia piel para penetrar en la piel de otro. Esta es una realidad irrefutable; una realidad que casi siempre causa frustración, a veces dolorosa. La homofobia surge de la manía estúpida de meterse en lo más íntimo del alma de los otros para juzgarles o con la vana esperanza de eliminar lo que no les gusta. ¿Por qué a algunos les disgusta la mal llamada homosexualidad hasta el punto de causarles fobia?

Tenía yo un amigo homosexual que acostumbraba reunirse con un grupo de homosexuales para tomar algo y compartir experiencias. Algunos de los  pertenecientes a ese grupo estaban casados y tenían hijos. Algunos de ellos votaban y hasta militaban en partidos que denuestan la homosexualidad incitando a la homofobia. Cuando alguien se manifiesta homófobo agrediendo a los homosexuales de palabra o físicamente, podría deducirse que se trata de una persona que intenta encubrir su propia homosexualidad fingiendo homofobia. En estos casos es evidente que la exhibición pública de los homosexuales pregonando su orgullo no puede lograr la aceptación de los fóbicos. Las fobias requieren tratamiento psiquiátrico.

Claro que no todos los que rechazan a los homosexuales padecen de fobia. En algunos se trata simplemente de su incapacidad para superar un rechazo impuesto, históricamente, por la presión religiosa y social. El caso más leve de rechazo encubierto, por ejemplo, es el de aquellos que se manifiestan comprensivos declarando, sin que nadie les pregunte, que tienen amigos homosexuales. Esa manifestación, suponen, informa a los demás de su heterosexualidad; de su pertenencia al grupo mayoritario de la gente de bien, de los justos. Tener un amigo homosexual tiene, para esa gente, un cierto matiz de apertura de mente y acto de misericordia que les deja bien ante los demás.      

La causa principal del rechazo histórico a la homosexualidad es puramente económica. La sociedad necesita que hombre y mujer copulen para garantizar la preservación de la especie humana y la riqueza. Desde siempre, los poderes defensores del capital son, a su vez, defensores de la familia como núcleo de progenitores de mano de obra  ignorando la compleja realidad del alma humana y sus necesidades. Para imponer ese concepto economicista de la familia, los poderes lo adjudicaron al mandato divino, persiguiendo y excluyendo de la sociedad a todo aquel que les llevara la contraria viviendo según su propio criterio. Así de simple y así de nocivo. 

La represión de las propias tendencias sexuales ha causado desde siempre un fenómeno social de proporciones monstruosas. El hombre, macho y hembra, se acostumbró a lidiar con sus propios problemas sexuales fijando su atención en la sexualidad de los demás. ¿A quién en su sano juicio puede importarle con quién y cómo se acuesta el vecino? Pregunta que nos lleva a otra que a su vez nos ofrece una respuesta demoledora. Tomando en cuenta la realidad social y política del mundo actual, ¿cuántos seres humanos equilibrados habrá entre la incontable mayoría de homínidos perturbados? A homínidos perturbados debemos las guerras que hoy nos asolan. A homínidos perturbados debemos los votos que otorgan el poder a politiqueros que se abren paso mintiendo, difamando, insultando al adversario y a todo aquel que cuestione su derecho a gobernar a perpetuidad y a enriquecerse ignorando las necesidades físicas y mentales de quienes les otorgaron el poder.

¿Qué pueden las manifestaciones del Orgullo Gay contra las hordas de perturbados más o menos homófobos que pretenden eliminar toda manifestación de homosexualidad y elección de género de las sociedades de la «gente de bien»; de los «justos» que entienden por justicia dar la razón a las imposiciones atrabiliarias de los poderes de otros tiempos? Nada, no consiguen nada que no sea entretener un rato a propios y extraños. No consiguen otra cosa que sugerir a un grupo de perturbados la diversión de copas, tacones y preservativos que les sugiere su propia sexualidad. Quien aún goce de  ganas y esperanza de transformar este mundo de enfermos en un mundo habitable para seres humanos sabe que el único remedio es la educación y los tratamientos psiquiátricos. Este mundo necesita psiquiatras, muchos psiquiatras. 

Retales II

Acabo de llegar a casa después d votar y comer. Será q el pacharán de postre me ha hecho olvidar el olmo reverdecido y mi tranquilidad. Lo que ahora me machaca en la cabeza son unas palabras de Penélope Cruz a Franco en «La reina de España». Le dice: «Excelencia, ¿sabe una cosa?, que yo, lo que ud. me diga, me lo paso por el coño».

Será porque me he pasado toda la mañana pensando en qué nuevo disparate soltarán Feijóo, Samper, Tellado, Bendodo et al para echar a Pedro Sánchez de La Moncloa o será mi frustración por no poder soltarles a la cara las palabras que Penélope Cruz le soltó al Caudillo.

Retales I

Bajo a la cocina. Doy el desayuno a mis tres peludos. Me preparo el café con leche. Entro en mi despacho. Enciendo el ordenador. Enciendo la radio. Abro el correo, abro X y empiezo a leer y contestar mensajes. Rutina de cada día, pero algo me sorprende. Me sorprende mi tranquilidad.

Hoy es un día climatérico, me digo, recordando un adjetivo que mi madre utilizaba con frecuencia refiriéndose a situaciones críticas, peligrosas. Hoy nos jugamos un lustro de nuestra vida eligiendo a quienes, desde el Parlamento europeo, decidirán asuntos que afectarán la vida de quienes vivimos en los países unidos del continente. Los europeos de esa unión tenemos que elegir entre dos tendencias que son, en realidad, dos modos muy diferentes de vivir: amparados por la justicia social o desamparados por quienes predican e imponen la doctrina del «sálvese quien pueda»; cobijados por una sociedad solidaria que sacraliza la libertad y la igualdad de todos o amenazados por una motosierra mental que a todos nos divide. Tan grave es el asunto que es para echarse a temblar y, sin embargo, me siento inusitadamente tranquila; con una tranquilidad pasmosa. ¿Debo esta tranquilidad a la esperanza de la que hablaba en mi artículo de ayer? ¿La esperanza de que en nuestro mundo haya más seres auténticamente humanos de lo que parece?

Dentro de un rato bajaré al pueblo, haré lo que tengo que hacer, votar por mi vida, por mi. Y volveré a casa con ganas de seguir escribiendo, pero no artículos; retales, ideas sueltas. Me apetece dejar que mi mente se ponga a parir con la bendita tranquilidad que hoy me está regalando este día tan especial.

El día de la esperanza

No recuerdo cuándo ni cómo descubrí la esperanza. Nació conmigo, por supuesto, como el miedo. El Creador de la especie humana, macho y hembra, o la Naturaleza para el no creyente, nos puso el miedo en el cuerpo para que nos libráramos de peligros y nos puso la esperanza en el alma para evitar que el miedo nos paralizara. No recuerdo cuándo ni cómo descubrí el nombre y el significado de ese don salvador, pero sé que desde el momento que reconocí sus efectos, me sentí como las Inmaculadas que adornaban los colegios donde pasé mi infancia y adolescencia; estatuas de Vírgenes que aplastaban con un pie desnudo las cabezas de serpientes. Esas Vírgenes que, con fuerza sobrenatural derrotaban a todo lo maléfico del mundo, despertaron en mí la esperanza de emularlas, y la esperanza ha ido derrotando todos los miedos que, por causas objetivas o imaginarias, me han asaltado, como asaltan a todos, durante toda mi larga vida. Hoy, por ejemplo, tengo miedo, mucho miedo, tanto que me aferro a la esperanza para que el miedo no me venza; para sentirme capaz de aplastar todas las serpientes que amenazan el mundo en el que vivo, el mundo en el que vivimos todos y en el que tendrán que vivir las vidas nuevas.

La semana pasada, un jurado de doce neoyorquinos declaró a Donald J. Trump culpable de treinta y cuatro delitos. El juez convocó audiencia para sentenciar el próximo 11 de julio. Al abandonar la sala, Trump advirtió al mundo entero, a través de la multitud de periodistas que le esperaban, que si el juez le sentenciaba a prisión, sus seguidores provocarían un baño de sangre en todo el país. Desde ese momento, Trump no ha dejado de vaticinar una guerra civil si los jueces se atreven a hacerle pagar con pena de cárcel los múltiples delitos de los que se le acusa y que aún deben juzgarse en diversos estados. Pero la amenaza más terrible del individuo es que se presenta, en las elecciones de noviembre,  como candidato del Partido Republicano para ser elegido otra vez presidente de los Estados Unidos, y las encuestas dicen que esa amenaza tiene posibilidades reales de cumplirse.  La experiencia del primer mandato de ese desquiciado hace temer lo peor. Michele Obama, la graduada de Harvard que ayudó a su marido a convertirse en presidente de los Estados Unidos, convirtiéndose ella a su vez en la Primera Dama americana más admirada de todos los tiempos, confesó en una entrevista reciente que la candidatura de Trump para la presidencia le causaba terror. Su confesión me hizo sentir, como a muchos otros, el alivio de su solidaridad.

      Desde que los Estados Unidos de América se convirtieron en primera potencia mundial tras ganar la guerra a los ejércitos asesinos de Mussolini, Hitler y Hirohito, en el mundo entero estalló la locura del fenómeno fan. Todo lo americano adquirió la magia del flautista de Hamelin arrastrando a la juventud de todo el mundo a seguir a ciegas toda la letra que sugería  América the beautiful; fast food, ropa, películas, series, actores, cantantes, música. Tan alto llegó el poderío de todo lo americano que le salieron fans e imitadores hasta en los partidos políticos. La nueva tecnología convenció a todos de que todo lo americano era un fenómeno de copia y pega; un fenómeno que facilitaba la vida sustituyendo el esfuerzo de pensar y crear por la diversión inocua de vivir copiando y pegando. ¿Inocua?

    Desde el principio de la pandemia, copiando y pegando los disparates de Trump, entonces todavía presidente, nacieron y crecieron como gusanos venenosos los antivacunas y los anti sanidad pública. ¿Cuántas muertes podrían haberse evitado sin sus sermones mortíferos? Ya ni vale la pena preguntárselo. Lo que sí merece reflexión son las causas de que el mundo se detuviera de repente con la aparición del virus y, de repente, empezara a correr marcha atrás como si, volviendo al pasado, la gente pudiera ganar años de vida. ¿De qué vida? ¿De aquella vida determinada por individuos autócratas y partidos autocráticos que decidían la vivienda, la educación, la sanidad, los trabajos, los sueldos, las diversiones que correspondían a cada cual según el peso de  sus carteras? ¿De aquella vida en que un enfermo no podía poner sus esperanzas de curación en médicos, hospitales y medicinas si no tenía con qué pagarlos? ¿De aquella vida en que nadie podía fiarse de la veracidad de la prensa y otros medios porque los mandamases les pagaban por divulgar lo que a los mandamases  convenía y amenazaban con el ostracismo a los periodistas que se atrevieran a contradecirles? De aquella vida no quieren acordarse ni la mayoría de los que la sufrieron ni quieren enterarse los que nacieron después. De aquí la aversión de los políticos a la memoria histórica que ha llevado a los gobernantes americanos trumpistas a prohibir en colegios y bibliotecas los libros que hablen de la esclavitud y de las leyes segregacionistas de Jim Crow. De aquí que los imitadores del trumpismo en España hayan sustituído la Ley de Memoria Democrática por unas impostoras eufemística y falsamente llamadas Leyes de Concordia que, con el mismo espíritu que el de las leyes americanas restrictivas, intentan hacer que los ciudadanos actuales olviden o no se interesen por lo que tuvieron que sufrir sus padres. ¿Y eso por qué? 

   En España, y hoy en muchos países de Europa, lo que intentan los líderes fascistas es repetir la historia del ordeno y mando que añoran, quitar a los ciudadanos la libertad que les permite decidir su vida y pedir cuentas a los gobernantes que no les permitan decidirla. Su motivo es muy sencillo; que nadie recuerde las penas de lo que fue para que nadie intente impedir que se repitan. Hoy en España y en muchos otros países de Europa, los fascistas nuevos mienten, insultan y difaman a lo Trump para que quienes no quieren recordar o no quieren enterarse de lo que ocurría en la época tenebrosa que dividía al país en poderosos y súbditos, sigan imitando a sus admirados americanos, divirtiéndose con las payasadas fascistas para evitarse el engorro de pensar. 

   El Creador o la Naturaleza, según la fe de cada cual, distinguió a los seres humanos con la libertad de vivir según su propio criterio. Para formarse el criterio hay que pensar. Puede que pensando, uno descubra obstáculos en su vida cotidiana que le despierten el miedo y que el miedo le impida seguir caminando siempre hacia adelante. Pero puede también que descubra el don omnipotente que el Creador o la Naturaleza otorgaron a la humanidad para ayudar a su supervivencia; el don de la esperanza.

    Hoy, cuando intento adormecer el miedo con la esperanza ya no pienso en aquellas Inmaculadas que me consolaban en mi infancia y adolescencia. Pienso en un hombre herido por el miedo a una pérdida inminente que anota en su cartera la gracia de la rama verdecida que acaba de descubrir en un olmo viejo. Pienso en aquel Machado que el fascismo expulsó de los caminos de su tierra; en el Machado que sigue haciendo camino en mi memoria para que nunca pierda la esperanza de reverdecer. 

   Con ese hombre, con su esperanza que quiere eternizar la mía, despertaré mañana convencida de que millones de mis hermanos y hermanas compatriotas serán capaces de romper las cadenas que quieren oprimir su mente y que saldrán de sus casas hacia el colegio electoral con el ánimo de ejercer el poder indiscutible que les otorga la libertad democrática; el poder de defender su libertad votando por los que quieren, por encima de todo, una tierra de ciudadanos libres.

    «Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo

algunas hojas verdes le han salido.

…………………………………………..

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.»

Antonio Machado. 1912

¡Arriba, compañeros y compañeras! A disfrutar mañana del día de la esperanza.

Las cartas de Pedro Sánchez

Las cartas de Pedro Sánchez 

Era yo preadolescente cuando me tocó viajar a Caracas para pasar las vacaciones con mi madre, que también estaba allí de paso.  En el mundo latinoamericano de la canción reinaba entonces Lucho Gatica derritiendo corazones con su voz incomparablemente romántica. Una de sus canciones me llegó al alma y nunca pude escucharla sin que la emoción me llegara a la garganta y de allí a los ojos. «Escríbeme», cantaba Gatica, «Escríbeme». Cuando una crece en la profunda soledad de internados donde todos y todo resulta siempre extraño, recibir una carta de un ser querido tiene la intensidad de un acto mágico de un hada buena. No me ofrecía la realidad ninguna emoción comparable a la que sentía cuando la monja que repartía las cartas decía mi nombre. Esas cartas me recordaban que yo seguía existiendo para mi madre, para mi padre, para mi abuela materna, para mis tías; me recordaban que yo seguía existiendo para mi misma. Muchísimos años después,  cuando en una noche insomne mi mente reflexionaba sobre la estupidez de un mundo cada vez más estúpido, mi memoria me regaló el recuerdo de aquella canción de Gatica como si quisiera consolarme.  

Ayer por la mañana me llegó una carta de Pedro Sánchez; la segunda en poco tiempo. La primera me había impresionado y sorprendido porque el remitente era nada menos que el presidente del gobierno de mi país. La leí varias veces sin que disminuyera mi sorpresa y mi impresión. El presidente del gobierno de mi país se había tomado la molestia de escribirme una carta en la que me contaba sus cosas. Esa carta tenía como destinatarios a millones de ciudadanos, pero yo, como parte de esa ciudadanía, la leí siempre con la certeza de que la había escrito pensando en mí. 

El contenido no emocionaba; preocupaba. Porque en ella Pedro Sánchez el hombre, no el político más importante del gobierno, el hombre, compartía sus preocupaciones con cada uno de sus conciudadanos como un amigo que, cargado de problemas, recurriera a un amigo íntimo para desahogarse. Leí aquella carta varias veces sintiéndome como ese amigo íntimo que demuestra la autenticidad de su amistad cumpliendo con la exigencia que la auténtica amistad requiere; escuchar. Eso pedía ayer la segunda carta y a esa le dí la misma atención sintiendo la misma recompensa; el hombre Pedro Sánchez volvía a demostrarme que yo le importaba. 

No tuve tiempo para leer esa carta varias veces. Esta vez, la comprensión, la comunión con un amigo, se me fue transformando en ira. Empezaron a interrumpir mis reflexiones las palabrotas que mi padre me aconsejaba soltar para desahogarme. Coño, gritaba mi mente, ¿cómo es posible que un juez en las postrimerías de su profesión y de su vida misma decida ensuciar la memoria de su paso por este mundo cometiendo un acto de flagrante prevaricación que pone en duda, urbi et orbi, sus facultades y sus valores morales? ¿Cómo es posible que revele a todo ser pensante su incapacidad o su inmoralidad por quedar bien con un puñado de líderes politiqueros?

Como siempre, intenté apaciguar mi mente concentrándome en redes y medios. Pero esta vez, el recurso resultó contraproducente. Por todas partes, mi mente y mis emociones se daban de bruces contra las críticas y los infundios de politiqueros, de prensa, de redes, de tertulianos que retorcían los datos y reflexiones de la carta para concluir acusando a a toda La Moncloa de corrupción; para exigir la  dimisión del presidente. El partido beneficiado por los desatinos del juez ocupó todo el día intentando insuflar en las mentes de los estúpidos las ideas más perniciosas contra el autor de la carta, desvirtuando su propósito y su contenido, con la estúpida esperanza de conseguir los votos que le faltan para hacerse con el poder. 

Esa conclusión trajo a mi memoria el sencillo ensayo de Carlo Maria Cipolla con el que existo desde que lo leí por primera vez: «Las leyes fundamentales de la estupidez humana». Lo cito constantemente porque, a pesar de su estilo aparentemente irónico, ha sido el único texto que me ha ayudado positivamente a entender la realidad del mundo en el que vivimos. Estúpido es aquel, dice, que hace daño a los demás sin obtener ningún beneficio para sí. Luego lo que explica la adhesión de tantos infelices a los partidos fascistas que anhelan el poder para beneficiarse del trabajo de los infelices, no puede deberse a otra causa que su estupidez. 

Quien se haya creído las mentiras de los fascistas y sus argumentos para ridiculizar las cartas de Pedro Sánchez adjudicándoles solo un propósito electoralista para que los infelices no vean ni entiendan nada más, forman parte de la multitud de estúpidos que amenaza aplastarnos a todos. A esos no se les ha ocurrido el significado, la importancia de que nuestro presidente, como ningún otro presidente de gobierno de país alguno, se siente un día a informarnos sobre sus preocupaciones lejos de micrófonos y cámaras, lejos de las técnicas y la bulla de los debates en Congreso y Senado; se siente un día a contarnos sus preocupaciones en la intimidad de una carta; se siente un día a escribirnos demostrando que le importamos. 

Para demostrar a Pedro Sánchez que le entiendo y que a mí sí me importa porque no tengo nada de estúpida, dejo que mi memoria me cante el «Escríbeme» con la esperanza de que le llegue a través de las redes mentales; con la esperanza de que los estúpidos no lleguen jamás a ser mayoría que ponga en peligro a las sociedades de seres auténticamente humanos.

Lucho Gatica – Escríbeme (con letra – lyrics video)