¿Orgullo de qué?

Antes de entrar a saco, una puntualización para que no se me malinterprete. ¿Es necesario ir por la vida reivindicando las siglas LGTBI+? Sí. ¿Es necesario destinar un día para pregonar y festejar el orgullo gay? Sí. Es necesario para poner un espejo  ante los enfermos de homofobia y los afectados por dudas homófobas esperando que algunos reconozcan su enfermedad y otros su confusión como primer paso para intentar su curación o el esclarecimiento de sus ideas. Pero una vez explicada y aceptada la reivindicación de las personas que reclaman su libertad sentimental, sexual; su libertad de vivir según su género elegido sin interferencia de aberraciones dogmáticas, sean religiosas, políticas o sociales; su libertad de exigir el respeto a sus derechos por puro respeto a su condición humana, también es necesario profundizar en el asunto para no permitir que unos y otros lo desvirtúen. La orientación sentimental, sexual, de género de una persona no puede ser motivo de orgullo para nadie. Se puede deber a diversas causas, algunas simplemente genéticas. El auténtico orgullo; la satisfacción por los méritos y los logros de una persona corresponde a aquel que, por su propio esfuerzo, ha logrado evolucionar desde su condición de homínido, con la que todos nacemos, hasta convertirse en un auténtico ser humano.

La orientación sentimental, sexual, de género de una persona surge y se manifiesta en el rincón más íntimo del alma. Ningún extraño puede penetrar en ese ámbito, como nadie puede salir de su propia piel para penetrar en la piel de otro. Esta es una realidad irrefutable; una realidad que casi siempre causa frustración, a veces dolorosa. La homofobia surge de la manía estúpida de meterse en lo más íntimo del alma de los otros para juzgarles o con la vana esperanza de eliminar lo que no les gusta. ¿Por qué a algunos les disgusta la mal llamada homosexualidad hasta el punto de causarles fobia?

Tenía yo un amigo homosexual que acostumbraba reunirse con un grupo de homosexuales para tomar algo y compartir experiencias. Algunos de los  pertenecientes a ese grupo estaban casados y tenían hijos. Algunos de ellos votaban y hasta militaban en partidos que denuestan la homosexualidad incitando a la homofobia. Cuando alguien se manifiesta homófobo agrediendo a los homosexuales de palabra o físicamente, podría deducirse que se trata de una persona que intenta encubrir su propia homosexualidad fingiendo homofobia. En estos casos es evidente que la exhibición pública de los homosexuales pregonando su orgullo no puede lograr la aceptación de los fóbicos. Las fobias requieren tratamiento psiquiátrico.

Claro que no todos los que rechazan a los homosexuales padecen de fobia. En algunos se trata simplemente de su incapacidad para superar un rechazo impuesto, históricamente, por la presión religiosa y social. El caso más leve de rechazo encubierto, por ejemplo, es el de aquellos que se manifiestan comprensivos declarando, sin que nadie les pregunte, que tienen amigos homosexuales. Esa manifestación, suponen, informa a los demás de su heterosexualidad; de su pertenencia al grupo mayoritario de la gente de bien, de los justos. Tener un amigo homosexual tiene, para esa gente, un cierto matiz de apertura de mente y acto de misericordia que les deja bien ante los demás.      

La causa principal del rechazo histórico a la homosexualidad es puramente económica. La sociedad necesita que hombre y mujer copulen para garantizar la preservación de la especie humana y la riqueza. Desde siempre, los poderes defensores del capital son, a su vez, defensores de la familia como núcleo de progenitores de mano de obra  ignorando la compleja realidad del alma humana y sus necesidades. Para imponer ese concepto economicista de la familia, los poderes lo adjudicaron al mandato divino, persiguiendo y excluyendo de la sociedad a todo aquel que les llevara la contraria viviendo según su propio criterio. Así de simple y así de nocivo. 

La represión de las propias tendencias sexuales ha causado desde siempre un fenómeno social de proporciones monstruosas. El hombre, macho y hembra, se acostumbró a lidiar con sus propios problemas sexuales fijando su atención en la sexualidad de los demás. ¿A quién en su sano juicio puede importarle con quién y cómo se acuesta el vecino? Pregunta que nos lleva a otra que a su vez nos ofrece una respuesta demoledora. Tomando en cuenta la realidad social y política del mundo actual, ¿cuántos seres humanos equilibrados habrá entre la incontable mayoría de homínidos perturbados? A homínidos perturbados debemos las guerras que hoy nos asolan. A homínidos perturbados debemos los votos que otorgan el poder a politiqueros que se abren paso mintiendo, difamando, insultando al adversario y a todo aquel que cuestione su derecho a gobernar a perpetuidad y a enriquecerse ignorando las necesidades físicas y mentales de quienes les otorgaron el poder.

¿Qué pueden las manifestaciones del Orgullo Gay contra las hordas de perturbados más o menos homófobos que pretenden eliminar toda manifestación de homosexualidad y elección de género de las sociedades de la «gente de bien»; de los «justos» que entienden por justicia dar la razón a las imposiciones atrabiliarias de los poderes de otros tiempos? Nada, no consiguen nada que no sea entretener un rato a propios y extraños. No consiguen otra cosa que sugerir a un grupo de perturbados la diversión de copas, tacones y preservativos que les sugiere su propia sexualidad. Quien aún goce de  ganas y esperanza de transformar este mundo de enfermos en un mundo habitable para seres humanos sabe que el único remedio es la educación y los tratamientos psiquiátricos. Este mundo necesita psiquiatras, muchos psiquiatras. 

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

2 comentarios sobre “¿Orgullo de qué?

  1. Nada más que añadir a tan esclarecedor artículo.

    Como de costumbre, María, pone negro sobre blanco hechos y opiniones que, por puro sentido común, no sería necesario recordar.

    Felicidades, amiga y gracias por tratar de buscar siempre un mundo más justo y más humano para todos.

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