Las cartas de Pedro Sánchez

Las cartas de Pedro Sánchez 

Era yo preadolescente cuando me tocó viajar a Caracas para pasar las vacaciones con mi madre, que también estaba allí de paso.  En el mundo latinoamericano de la canción reinaba entonces Lucho Gatica derritiendo corazones con su voz incomparablemente romántica. Una de sus canciones me llegó al alma y nunca pude escucharla sin que la emoción me llegara a la garganta y de allí a los ojos. «Escríbeme», cantaba Gatica, «Escríbeme». Cuando una crece en la profunda soledad de internados donde todos y todo resulta siempre extraño, recibir una carta de un ser querido tiene la intensidad de un acto mágico de un hada buena. No me ofrecía la realidad ninguna emoción comparable a la que sentía cuando la monja que repartía las cartas decía mi nombre. Esas cartas me recordaban que yo seguía existiendo para mi madre, para mi padre, para mi abuela materna, para mis tías; me recordaban que yo seguía existiendo para mi misma. Muchísimos años después,  cuando en una noche insomne mi mente reflexionaba sobre la estupidez de un mundo cada vez más estúpido, mi memoria me regaló el recuerdo de aquella canción de Gatica como si quisiera consolarme.  

Ayer por la mañana me llegó una carta de Pedro Sánchez; la segunda en poco tiempo. La primera me había impresionado y sorprendido porque el remitente era nada menos que el presidente del gobierno de mi país. La leí varias veces sin que disminuyera mi sorpresa y mi impresión. El presidente del gobierno de mi país se había tomado la molestia de escribirme una carta en la que me contaba sus cosas. Esa carta tenía como destinatarios a millones de ciudadanos, pero yo, como parte de esa ciudadanía, la leí siempre con la certeza de que la había escrito pensando en mí. 

El contenido no emocionaba; preocupaba. Porque en ella Pedro Sánchez el hombre, no el político más importante del gobierno, el hombre, compartía sus preocupaciones con cada uno de sus conciudadanos como un amigo que, cargado de problemas, recurriera a un amigo íntimo para desahogarse. Leí aquella carta varias veces sintiéndome como ese amigo íntimo que demuestra la autenticidad de su amistad cumpliendo con la exigencia que la auténtica amistad requiere; escuchar. Eso pedía ayer la segunda carta y a esa le dí la misma atención sintiendo la misma recompensa; el hombre Pedro Sánchez volvía a demostrarme que yo le importaba. 

No tuve tiempo para leer esa carta varias veces. Esta vez, la comprensión, la comunión con un amigo, se me fue transformando en ira. Empezaron a interrumpir mis reflexiones las palabrotas que mi padre me aconsejaba soltar para desahogarme. Coño, gritaba mi mente, ¿cómo es posible que un juez en las postrimerías de su profesión y de su vida misma decida ensuciar la memoria de su paso por este mundo cometiendo un acto de flagrante prevaricación que pone en duda, urbi et orbi, sus facultades y sus valores morales? ¿Cómo es posible que revele a todo ser pensante su incapacidad o su inmoralidad por quedar bien con un puñado de líderes politiqueros?

Como siempre, intenté apaciguar mi mente concentrándome en redes y medios. Pero esta vez, el recurso resultó contraproducente. Por todas partes, mi mente y mis emociones se daban de bruces contra las críticas y los infundios de politiqueros, de prensa, de redes, de tertulianos que retorcían los datos y reflexiones de la carta para concluir acusando a a toda La Moncloa de corrupción; para exigir la  dimisión del presidente. El partido beneficiado por los desatinos del juez ocupó todo el día intentando insuflar en las mentes de los estúpidos las ideas más perniciosas contra el autor de la carta, desvirtuando su propósito y su contenido, con la estúpida esperanza de conseguir los votos que le faltan para hacerse con el poder. 

Esa conclusión trajo a mi memoria el sencillo ensayo de Carlo Maria Cipolla con el que existo desde que lo leí por primera vez: «Las leyes fundamentales de la estupidez humana». Lo cito constantemente porque, a pesar de su estilo aparentemente irónico, ha sido el único texto que me ha ayudado positivamente a entender la realidad del mundo en el que vivimos. Estúpido es aquel, dice, que hace daño a los demás sin obtener ningún beneficio para sí. Luego lo que explica la adhesión de tantos infelices a los partidos fascistas que anhelan el poder para beneficiarse del trabajo de los infelices, no puede deberse a otra causa que su estupidez. 

Quien se haya creído las mentiras de los fascistas y sus argumentos para ridiculizar las cartas de Pedro Sánchez adjudicándoles solo un propósito electoralista para que los infelices no vean ni entiendan nada más, forman parte de la multitud de estúpidos que amenaza aplastarnos a todos. A esos no se les ha ocurrido el significado, la importancia de que nuestro presidente, como ningún otro presidente de gobierno de país alguno, se siente un día a informarnos sobre sus preocupaciones lejos de micrófonos y cámaras, lejos de las técnicas y la bulla de los debates en Congreso y Senado; se siente un día a contarnos sus preocupaciones en la intimidad de una carta; se siente un día a escribirnos demostrando que le importamos. 

Para demostrar a Pedro Sánchez que le entiendo y que a mí sí me importa porque no tengo nada de estúpida, dejo que mi memoria me cante el «Escríbeme» con la esperanza de que le llegue a través de las redes mentales; con la esperanza de que los estúpidos no lleguen jamás a ser mayoría que ponga en peligro a las sociedades de seres auténticamente humanos.

Lucho Gatica – Escríbeme (con letra – lyrics video)
      

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

Un comentario en “Las cartas de Pedro Sánchez

  1. Cuando llegan a mis manos
    Su lectura me conmueve
    Y aunque sean, malas nuevas
    Escríbeme, escríbeme

    Esta es la última estrofa de la canción Escríbeme que cantaba Lucho Gatica.

    A mí también me gusta que me escriban, soy muy antiguo. Que lo haga el presidente de mí país me llena de orgullo. Nunca antes ningún presidente lo había hecho, ninguno tuvo la deferencia de dirigirse a mí para contarme sus cuitas. Y lo entiendo, entiendo perfectamente a Pedro Sánchez, no solo entiendo su desasosiego, lo comparto, comparto el ver como el sinsentido de unas actuaciones judiciales tan inapropiadas, tan fuera de lugar, emponzoñan la mente de esos estúpidos que compran el discurso falaz de quienes han sido condenados, en tres ocasiones, por corrupción, no a título personal, como partido político.

    Siento ira y vergüenza cuando escucho a los voceros de la derecha y la ultraderecha, difícil distinguir ya quienes son unos y otros, atacar a la mujer del presidente del Gobierno en base a meras sospechas, a recortes de prensa cargados de mala fe y mentiras.

    Me cabrea profundamente esta injusticia porque, estoy seguro, cuando el supuesto caso de Begoña Gómez sea archivado ¿Quienes van a restituir su honor, quienes pedirán perdón por tanta infamia?

    Yo se lo digo: NADIE, ninguno de esos Tellados, Gamarras, Sémper, Feijóo o Abascal tendrán el coraje y la dignidad de disculparse, ellos no, la prensa del fango tampoco.

    El daño está hecho, la maldad se muestra como un trofeo a exhibir ante los estúpidos y alienados que aplauden las gracietas y las infamias de todos estos seres abyectos.

    Gracias, presidente Sánchez, gracias por acordarse de mí, por confiar en mí. Sepa que tiene, usted y su esposa, toda mi comprensión y cariño.

    Le gusta a 1 persona

Replica a David Otero Arias Cancelar la respuesta