Monstruos para quien no quiera verlos

Empiezo, con toda franqueza, por una anécdota que me afectó dolorosamente durante la semana que ayer terminó. Mis dos perros se fueron, montaña abajo, la mañana del lunes, y en vez de volver, como siempre, por la noche, no volvieron. Años de disciplina prepararon mi mente para ocuparse en cosas importantes evitando así regodearme en emociones dolorosas. Busqué distracción en Netflix. Netflix me ofreció primero una película, «The Hours»,  que hace años me hizo reflexionar durante mucho tiempo,  permitiéndome entender algunas cosas del feminismo y del amor sentimental que entonces no entendía. Pero no eran esas reflexiones  lo que necesitaba para aliviar mi preocupación y mi tristeza. Quise aliviarme con otra película, pero el algoritmo de Netflix estaba empeñado en amargarme la mente. Me ofreció un documental sobre la homofobia en  la Alemania nazi que iba mucho más allá de la homofobia; que cubría todas las fobias infrahumanas de monstruos con apariencia de personas que carecían de algunas cualidades fundamentales que el creador o la naturaleza confieren regularmente a un ser humano. Me obligué a ver otra vez esos horrores sobre los que tanto había leído, visto y oído en mis largos años porque todo aquello repetía en mi mente que los mismos monstruos nos siguen acechando; que los mismos horrores los siguen hoy sufriendo millones de víctimas; que quien cierra ojos, oídos y facultad racional para no verlos puede convertir a mayorías en víctimas de esos monstruos y que, entre esas mayorías, puede estar uno mismo.  Me puse a escribir.             

Elecciones europeas el 9 de junio. Muchísimos desinformados piensan que el asunto nos cae muy lejos. ¿En qué pueden afectar la vida de un español las monstruosidades de un Orban, de una Meloni, de otros líderes de nombres más difíciles  que en países remotos de la Unión Europea confían su triunfo a su habilidad para remedar a Donald Trump? Además, las sociedades modernas, capitalizadas, imponen un tren de vida de alta velocidad que no permite a sus pasajeros detenerse a mirar por la ventanilla. ¿Quién tiene tiempo para enterarse de quiénes son y qué hacen Orban, Meloni, Trump y otros de su especie? Será el que cobra por informarse o informar, o el jubilado que no tiene otra cosa que hacer, porque si no, el que tiene toda su vida ocupada por sus propios asuntos y sus asuntos más importantes son remunerados, no lo entiende.     

   Esos que no quieren saber nada de lo que no tenga nada que ver con su cama, su móvil, su nevera, su tarjeta de crédito, su ropa, su trabajo, sus ahorros o préstamos para vacaciones carecen de tiempo y ganas para pensar que las elecciones europeas afectan asuntos vitales de todos los europeos, incluyendo los asuntos vitales de los ignorantes indiferentes. Esos carecen de tiempo, ganas y, probablemente hasta de la facultad de pensar; de pensar que si los líderes fascistas consiguen que la mayoría de los europeos elija a parlamentarios fascistas que elijan, a su vez, a los cargos más altos entre los de su propia cuerda y que, entre todos, decidan convertir a Europa en un conjunto de sociedades idílicas para los dueños de dinero y poder, y a duras penas soportables para los pobres, los medio pobres y hasta para los medio ricos; es decir, si la mayoría de los votantes europeos entrega el poder a los fascistas europeos, la inmensa mayoría de los europeos, incluyendo a los ignorantes indiferentes, podemos darnos por jodidos.  

Dicen las encuestas que toda Europa se inclina a resucitar al fascismo y a regalarle el  poder. Hasta una revista del prestigio de Der Spiegel ha entrado en pánico ante esa posibilidad y en su portada del 17 de este mes ha escrito, sobre una aterradora esvástica, «¿No aprendimos nada?» ¿Qué, demonios, vamos a aprender si en los países europeos donde está resucitando el fascismo están privando a las generaciones más jóvenes de la memoria histórica para que nadie aprenda que entre represión, guerras y holocausto, el fascismo sembró en Europa millones de cadáveres? Pero claro, esa tragedia ocurrió cuando aún no se había inventado la tecnología de la comunicación. La gente de hoy está demasiado ocupada con los aparatitos que engañan a su soledad y atrofian a sus facultades mentales como para ponerse a elegir ideologías y a matar por ellas. Claro que el fascismo tiene formas más sutiles de matar que a tiros y bombas. Por ejemplo, subiendo precios, bajando sueldos, exigiendo pago por ver a un médico o ser admitido a un hospital, condenando a los hijos de pobres y medio pobres a quedarse tan brutos como sus padres para que engrosen la masa de trabajadores semi esclavos obligados a vivir para trabajar, a trabajar para que los fascistas puedan vivir a gusto.    

Una genialidad de la propaganda fascista ha sido convertir la palabra en un insulto. Fascista no es un insulto; es una realidad pavorosa que nos persigue desde la aparición del tirano al que se le ocurrió. Quien no sepa lo que es fascismo puede enterarse en pocos minutos pidiéndole a Google un discurso de Umberto Eco sobre el tema, escrito con tal sencillez que lo puede entender hasta el intelecto menos dotado y leído. Pasa que fue tal el rastro de destrucción que el fascismo dejó en la primera mitad del siglo XX que, a partir de su derrota, los interesados le pusieron la careta de «derechas» y «ultraderechas» para engañar a ignorantes. Entonces, ¿cómo se distingue a un fascista de un político de ideología conservadora basada en valores humanos? Porque por la boca del fascista no sale jamás un programa que informe con veracidad sobre sus intenciones si  llega al gobierno. Por la boca del fascista solo salen mentiras, insultos, calumnias contra el adversario; sólo salen disparates. Cabe y es necesario preguntarse si en España hay políticos de ideología conservadora. A juzgar por lo que dicen los que más suenan, parece que no.

   En España suenan fascistas y por eso sus mítines divierten agitando glándulas y por eso vale la pena darse un paseo en autobús y zamparse un bocadillo gratuito para llenar los recintos donde realizan sus eventos. Este domingo,  por ejemplo, uno de esos recintos estaba lleno a rebosar. Uno de los partidos fascistas españoles llevaba de estrella a un fascista argentino tan divertido que empezó su discurso cantando con voz de transmundo lo que parecía un rap disparatado. Siguió insultando al socialismo con humor negro original, tildándolo de cáncer para asustar a los aprensivos dispuestos a creer que el cáncer se contagia. Siguió difamando al gobierno de España por ser socialista y a la esposa del presidente para que no le acusaran de ignorar a las mujeres. Todo ello con la cara adornada por unas originales patillas y un despliegue de muecas digno de un premio al talento artístico en la categoría de payasos. El público se desgañitaba aplaudiendo y riendo. 

Empecé a preguntarme en serio si los que estaban allí no sentían vergüenza de exhibir su ignorancia o su falta de responsabilidad ante las cámaras que, de vez en cuando, barrían el público. Pero algo, bajo mi escritorio,  me interrumpió. Sobre una pierna sentí el peso de una cabeza peluda. Mamoncete, grité. Me moví para acariciarla y, a pocos pasos, vi a Toribia mirándome como si me pidiera perdón. Mientras les abrazaba, empezó a maullar Tomasito, el gato, como si presumiera de haber traído él a los perros a casa. 

   Cuando volví los ojos a la pantalla del ordenador para apagarlo hasta el día siguiente, la realidad que había escrito amenazó con devolverme la tristeza y el miedo. Dicen las encuestas que el 9 de junio, una gran cantidad de ciudadanos se abstendrá y la mayoría votará a partidos fascistas. ¿Y si a la mayoría le entra curiosidad y le da por preguntarle a Google cómo afectan al común de los mortales las decisiones de los órganos europeos sobre normas económicas, distribución de fondos; sobre todo aquello que afecta a las vidas de todos de verdad? Puede que a todos les entren unas ganas desesperadas de votar y de votar pensando en su propio beneficio.

   Dejé que la esperanza me aliviara todo lo demás y me fui a la cocina a buscar chuches para mis perros y mi gato.                                           

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

Un comentario en “Monstruos para quien no quiera verlos

  1. Tremendo, amiga María, tremendo y aterrador panorama.

    Una plaza de toros llena de gente sobreexcitada, aplaudiendo cualquier barbaridad que se dijese desde el estrado.

    Que Milei es un loco que se cree iluminado por el espíritu de su perro muerto, que está llevando a la Argentina a la miseria más absoluta, que su verborrea está tan huera como su cabeza lo sabemos, pero ¿y esa masa de encefalogramas planos aplaudiendo hasta el paroxismo, y Abascal incitando a echar a este Gobierno a patadas y a gorrazos?… Para mi esto es incomprensible, no entiendo que los más tontos de la manada puedan dirigir a los borregos, pero parece que así es.

    Las ofensas a nuestro presidente y a su esposa son intolerables, la actitud del PP y Vox lo es todavía más si cabe. Hace nada, tanto unos como otros, afeaban al ministro Puente un comentario sobre Milei aduciendo que éste había sido elegido por los argentinos y que por lo tanto estaba ofendiendo a toda Argentina ¿Pedro Sánchez nos ha tocado en la rifa de una tómbola, no representa a todos los españoles voten lo que voten?

    Las palabras del incalificable Tellado producen mucho asco, lo normal viniendo de un individuo servil y zafio como él, las de Abascal producen miedo, porque a cualquiera de los unineuronales que asistieron a ese inclasificable acto de ayer, le puede rebotar esa neurona dentro de la caja de calcio que la alberga, coger una pistola, una escopeta o una navaja y hacer efectivo lo que su ídolo ha dicho que hay que hacer.

    Teniendo tan reciente el intento de magnicidio en Eslovenia, no es difícil de imaginar. El tirador aduce que quería matar a Robert Fico por no estar de acuerdo con sus políticas ¿…?

    En fin, querida amiga, que me alegra saber que tus perros han hecho lo que todos los seres vivos hacen: volver siempre donde reciben amor, así de simple.

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