Y tú, ¿qué eres?

Creyó que aquel informe, ensayo, borrador para artículo o lo que fuera llegaba a una conclusión que concluía los interrogatorios. Pero los domingos, su psiquiatra le sigue preguntando; le sigue haciendo preguntas que son bisturís para que siga abriéndose en canal, y a la vez pinzas para que siga extrayendo de su alma objetos extraños arrojados por otros y por su propio descuido. «¿Para qué?», se atrevió a preguntarle. «Para que te veas tú limpia de todo, digna de amarte como hay otros que te aman».

Y el domingo anterior se había visto limpia, tan limpia de todo que hasta llegó a imaginarse limpia de ropa, en cueros. En cueros imaginarios le soltó a su psiquiatra cómo se sentía cuando no había nadie a su alrededor que la juzgara; nadie que la juzgara según las normas establecidas por la comunidad de los hombres, machos y hembras, voceros y víctimas de los legisladores; nadie que la juzgara digna o no del amor de los otros.

La psiquiatra le preguntó entonces a qué atribuyó y sigue atribuyendo el rechazo que percibe en los demás. No tuvo que pensar mucho para responderle que, siendo una mujer, su cerebro o lo que fuera la había obligado desde siempre a razonar con la mente de un hombre.

«¿Te sientes hombre?» preguntó la psiquiatra. No, por Dios, le contestó, y empezaron a salir por su boca las peores características que atribuía a la masculinidad provocándose sonrisas y arrancándole risas a la psiquiatra. «¿Cómo puede una mujer aceptar la superioridad de una criatura salida de su vagina a la que ha tenido que alimentar y limpiar culo y mocos durante algunos años y pasarse el resto de su vida consolándole las lágrimas, si el interfecto no encuentra a otra mujer o a un hombre que se las limpie? «

«¿Te sientes mujer?» la psiquiatra volvió a preguntarle. «Menos», respondió rotunda, y empezó a enumerar las características de la mujer que se conformaba con lo que creía era su destino de costilla del varón, y de la mujer que se rebelaba siguiendo las directrices de un feminismo determinado por ideologías políticas.

«¿Qué te sientes que eres, entonces?» «Seré andrógino», respondió echando mano de una teoría que durante muchos años le había servido para entenderse mejor; «andrógino según una versión simplificada del mito de Aristófanes en «El banquete» de Platón; criatura compuesta, hombre por delante y mujer por detrás o al revés, partida por la mitad por la cobardía de los dioses». La psiquiatra soltó una risa sorda. «¿Y eso no contradice tus declataciones anteriores sobre hombres y mujeres?» «Sí, por eso hace un tiempo que me siento perdida en cuestión de género», confesó. «¿Y si resulta que eres un andrógino sin simplificación, alguien que no se reconoce género limitante según conceptos de la sociedad y normas de los legisladores?» le preguntó la psiquiatra cuando dejó de reír.

«Entonces, ¿que soy?», preguntó ella con la expresión más idiotizada que nunca. Con la expresión de indiferencia con que los buenos profesores ofrecen a sus alumnos teorías popularizadas en las que no creen, la psiquiatra le soltó, «Tal vez, no-binaria». «¿Y eso qué es?», preguntó revelando su ignorancia sin miedo ni vergüenza. «Un término de moda para referirse a la persona que se identifica con un tercer género, con más de un genero o sin género alguno o que fluctúa entre un género y otro». «¡Qué lío!» respondió con franca inocencia. «Pues no te líes», le dijo la psiquiatra. «¿Recuerdas la ilusión con la que me contaste qué le había contestado Dios a Moisés cuando Moisés le preguntó su nombre?» «Sí», contestó con una sonrisa de nostalgia, «Eye asher eye, dijo Dios que era su nombre.» «Sí,» siguió la psiquiatra, «Traducido libremente por <Yo soy el que soy> o por <Yo me convertiré en quien quiera convertirme> o <Yo seré lo que quiera ser> o <Yo creo todo lo que quiero crear>». Ella iba a decir «Eso», pero no le salió la palabra. El alma se le había quedado muda, como muda la dejaba la sorpresa ante un descubrimiento. La psiquiatra la miraba cejijunta, seria, pero con una sonrisa bailándole en los ojos, y «Pues eso», dijo como si le adivinara el pensamiento. «Pues eso», repitió ella con la expresión todavía más idiotizada. «Siempre te he oído decir que, como hijos de un Creador, nuestra misión en esta vida es crear», siguió la psiquiatra. «Cierto, eso me dice mi fe». «Y seguro que te dice también que llevamos el nombre del Dios en el que crees grabado en el alma, tal vez eternamente, porque es el nombre que quiere que se repitan sus hijos, herederos de ese nombre». «Sí». «Pues eso».

«Pues eso», se repitió entendiendo por primera vez en toda su profundidad lo que estaba entendiendo. «Pero, espera», se interrumpió, sacudida de repente por una duda, «¿Y en la cama?» «El género no tiene nada que ver con las relaciones sexuales», le respondió la psiquiatra. «A una persona, del género que sea, le puede apetecer a veces llevar la voz cantante y otras veces, apetecerle que le canten, ¿o no?» «O sí», respondió con franqueza. «Lo que siempre apetece», siguió la psiquiatra, «es lo que tú llamas sexo empático, pero como yo quiero enterarme bien de lo que significa tu definición, ¿por qué no lo dejamos para el domingo que viene? ¿Te parece?»

Le pareció perfecto si además contaban con tiempo suficiente para demostrarle su teoría con una sesión práctica.

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

2 comentarios sobre “Y tú, ¿qué eres?

  1. Y tú, ¿qué eres?

    Amiga mía, la verdad es que yo siempre lo he tenido meridianamente claro, desde que tengo uso de razón, sé que soy un hombre, un hombre lleno de contradicciones, pero siempre un hombre.

    Nunca me he planteado juzgar lo que son los demás porque a fuer de sincero te diré que me es totalmente indiferente. No juzgues y no serás juzgado, San Lucas 6.37.

    No creas que soy un erudito en cosa de nuevos o viejos testamentos, pero eso me lo sabía de mis tiempos de internado en los Escolapios.

    Creo que el problema, según he entendido en tu artículo, es cuando nos juzgamos a nosotros mismos, porque no hay juez menos benevolente que nuestro yo profundo.

    Espero con impaciencia tu próximo artículo para saber si al final has tenido respuesta a todos esos interrogantes que dejas.

    Glorioso, como siempre, María

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