La omnipotencia de la palabra

«En el principio existía la palabra, y la palabra estaba con Dios, y la palabra era Dios», dice el Evangelio de Juan. Para el creyente, Dios crea todo lo que existe mediante la Palabra, que es Dios mismo. Para el no creyente, todo lo que existe sale de una misteriosa sopa cósmica que en algún momento hizo bang. Esa creación atea se le adjudica a la Naturaleza porque a algo se le tiene que adjudicar. Pero sea como sea, la misión del hombre, macho y hembra, progenie de Dios o de la Naturaleza, es crear. Aún quien no se da cuenta crea, vive creando mediante la palabra como Dios o  como la Naturaleza le facultó. Pero también mediante la palabra, el hombre, macho y hembra, tiene la facultad de destruir todo lo creado. Y algunos viven destruyendo.     

Seguí al presidente del gobierno mientras hacía el balance del curso político resumiendo leyes aprobadas y ofreciendo datos económicos. No le escuché con atención. Habiendo seguido en los medios durante todo el año los trabajos del Consejo de Ministros y los discursos del presidente y de los diputados y senadores, el resumen no me decía nada que no supiera. Por eso, en vez de registrar lo que era, para mí, una repetición, mi mente pasó el rato vagando por el contenido de mi memoria con textos, vídeos, fotos que las palabras del presidente me sugerían, acompañados por las impresiones que me habían causado y las conclusiones de mi razón. En el fondo de todo, una conclusión persistente que siempre me descorazona; la certeza de que la información que el presidente ofrecía a los ciudadanos no le interesaba a nadie, ni siquiera a los periodistas que estaban allí para transmitir la información. 

La información pura y dura aburre, máxime cuando el que informa lo hace con seriedad y contención, sin palabras destinadas a excitar las glándulas, sin exabruptos. Sabiendo, como a estas alturas sabe todo el mundo, que de Pedro Sánchez no cabe esperar un discurso en modo alguno histriónico, confieso que esperaba con ganas el turno de preguntas de los periodistas que ayer prometían una diversión que me hacía mucha falta. Con un juez dispuesto a prevaricar por verse en una foto en el sanctasanctórum de La Moncloa; con las mal llamadas derechas dándose de tortas verbales por acompañar al juez; con un presidente del gobierno que las mal llamadas derechas presentan como moribundo, acojonado por el interrogatorio al que iba a someterle un juez temiblemente implacable, había material de sobras para predecir una sesión de preguntas hilarante. Y sí, en cuanto pudieron, los periodistas se lanzaron a preguntar al presidente cómo había ido el suplicio. Pero el suplicio solo había durado dos minutos, lo que había tardado el presidente en confesar que Begoña Gómez era su esposa y que se acogía al derecho de no declarar. ¿Y? Y nada más. Más punta le sacó al asunto la portavoz Alegría, animando a los escribidores. Pedro Sánchez tiene  cualidades serias de gran importancia que se le admiran nacional e internacionalmente, pero nadie puede negar que la comicidad no es su fuerte. Ayer concluyó la exposición detallada de los trabajos de su gobierno en este año de legislatura con una conclusión tan rotunda que no invita a ninguna pregunta ni comentario; ni siquiera a una sonrisa. «Hay un gobierno que gobierna y una oposición que fabula», dijo, y eso que dijo resume de forma incuestionable lo que verdaderamente debe importar a todo ciudadano inteligente, además de destacar una realidad que a todo ciudadano inteligente debería preocupar; la polarización política del país. 

Pocos minutos después de la rueda de prensa de Sánchez, los opositores de siempre salieron a fabular ante los medios condimentando  el asunto, como siempre, con los comentarios más picantes. Pero pasa que la costumbre le ha quitado virulencia al ají. Después de una retahíla de datos que sitúan a España en la cabecera de las economías más sólidas, los de la oposición ya no pueden decir que Sánchez está acabado y que le quedan minutos para dimitir sin que hasta sus más fervientes seguidores se queden con cara de pasmo. 

Sin ganas de perder tiempo volviendo a oír las fabulaciones de siempre a los del PP, Vox y otros por el estilo, me fui a Estados Unidos a ver cómo estaban las cosas por allí. Allí sí que la política está de sainete y para partirse de risa. Desde que Biden pasó la antorcha a Kamala Harris, Trump ha perdido la razón por completo; tanto que seguidores y detractores dicen que tal vez su locura es fingida para ganar más votos causando lástima. Todas sus respuestas en entrevistas y todos sus discursos en mítines se concentran en dedicar los peores insultos a Kamala Harris. Llama vagabunda a una mujer que es vicepresidenta de los Estados Unidos de América después de haber sido durante años Fiscal de Distrito de San Francisco, Fiscal General de California y luego  Senadora. La llama de todo y nada bueno. Invitado a responder a las preguntas de tres entrevistadoras ante una audiencia de la Asociación de Periodistas Negros, Trump afirma que no sabía que Kamala Harris era negra porque ella nunca había ido de negra, porque siempre había ido de hindú. Y se armó.

Kamala Harris, hija de madre hindú y de padre jamaicano negro, estudió su carrera en Howard, una universidad de negros, y es miembro de una de las nueve más importantes sororidades de negras del país. Sus padres eran activistas y desde muy pequeña la llevaban a las manifestaciones; activismo por la justicia social y racial que Harris continuó de adulta luchando contra el racismo. 

La barbaridad que soltó Trump acusando a Kamala Harris de ocultar la mitad de sus orígenes causó un oleaje de indignación en presentadores y analistas políticos de todas las cadenas de televisión por cable serias y en toda la prensa escrita de prestigio. En el caso de los parlantes televisivos más sensibles, esa indignación llegó a alterarles la voz y humedecerles los ojos. Hoy, después de darle muchas vueltas al asunto, Joy Reid, una presentadora estrella de la MSNBC -negra, por cierto- consiguió analizar el estado mental de Trump en serio, lo que le provocó sonrisas que alguna vez estallaron en carcajadas. ¿Cómo se le pudo ocurrir a Trump soltar ante una audiencia de periodistas negros que los emigrantes que violaban la frontera iban a América a robar trabajos de negros, (sic)? La periodista que le entrevistaba saltó en el acto. ¿Qué trabajos le parecían a Trump trabajos de negros? Alboroto en la audiencia. Tras una pausa de segundos, Trump gritó, irritado, que todos los trabajos eran trabajos de negros y le dijo a la presentadora que era una maleducada horrible, como las presentadoras de la ABC, por hacerle las preguntas que le hacía. La misma noche, ante un público de miles, Kamala Harris se dio por enterada de que Trump le había dedicado otra sarta de insultos y mentiras y se dirigió a él por el micrófono, con la más cautivadora y contagiosa de sus sonrisas, invitándole a debatir con ella en un escenario. «Donald», le llamó, «como dice el dicho, si usted quiere decirme algo, dígamelo a la cara». Las carcajadas atronadoras del público y su propia risa no le permitieron decir nada más al respecto. El ruido de diez mil gargantas gritando «Say it to my face» inutilizaba el micrófono. Esas cinco palabras todavía resuenan. Millones, en todas partes,  empezaron a repetir «Say it to my face» como un eslogan de campaña, y el eslogan produjo efecto de inmediato. Trump había dicho muchas veces que jamás participaría en un debate con Kamala Harris. Ayer aceptó un debate televisado con ella en septiembre. Tal vez por asociación de ideas, a los gritos de las multitudes, «Say it to my face», se añade ahora otro eslogan de otro tiempo; «Yes, we can».

Sí podemos, podemos crear. Las palabras de Kamala Harris crean, están creando esperanza para que gentes de todas las condiciones y de todas las edades luchen por regenerar un mundo cada vez más inhabitable, un mundo perverso creado por el poder destructivo de palabras inspiradas por la codicia, por el odio. Porque las palabras también tienen el poder de destruir. Como toda organización terrorista, la cúpula de Hamás se reunió, planeó y ordenó el asesinato indiscriminado, la tortura y el secuestro  de israelitas para demostrar al mundo su poder destructor. Esa salvajada inspiró las palabras asesinas de otro destructor salvaje. Son las palabras de un mandamás corrupto, enloquecido por el terror a perder el poder y acabar su trayectoria política en una prisión, las que ordenan lanzar misiles y desplegar un ejército armado sobre Gaza, causando miles de muertos, heridos, enfermos, sedientos y hambrientos que se han quedado sin casas, sin medios para seguir viviendo una vida humana. Fueron las palabras del genocida Netanyahu las que decretaron el exterminio del pueblo palestino para pagar lo que robó su codicia corrupta regalándole al estado de Israel las tierras de una etnia exterminada. Con la misma motivación y las mismas intenciones, su análogo Putin asesina ucranianos para ganarse el triunfo de regalar sus tierras a Rusia. La codicia y el odio, pasando de oído en oído convertidos en palabras, asolan todo lo creado en Yemen, en Sudán, en tantas partes del mundo que si Dios Creador fuera el ser vengativo que se han inventado los hombres, parecería que, harto de su creación, hubiese decretado un apocalipsis para destruirlo todo lentamente.  
      

Hay quien se dice, en la boyante Europa, que todo eso ocurre muy lejos de aquí, por lo que no vale la pena amargarse la vida escuchando y viendo  noticias de masacres. ¿Muy lejos de nosotros el palabrerío que intenta destruir el mundo? Dijo Michelle Obama en una entrevista que solo la idea de que Trump volviera a la presidencia le infundía terror. Bueno, piensan los despreocupados, los Estados Unidos están un poco más cerca, pero no tanto como para suponer un peligro que nos deba preocupar. Y considerando la poderosa influencia de todo lo americano sobre el mundo entero, ¿no debería preocuparnos lo que pueda suceder allí? Puede, pero si se trata de distancia, algunos países de América latina están más cerca. O sea, que tenemos a la vuelta de la esquina mafias, drogas, dictaduras. De acuerdo, pero es evidente que España no está tan mal. ¿No? 

En un país como España, que consiguió librarse de la amenaza de las armas, el mayor peligro contra la libertad y el bienestar de los ciudadanos lo constituyen las palabras que intentan destruirlo todo y, sobre todo, los ciudadanos que oyen esas palabras con la indiferencia con que se oye la música de fondo en un ascensor. En España no hay un autócrata asesino que pueda movilizar al ejército contra la población causando otra guerra civil. Pero en España, como en todo país democrático, hay millones de personas con derecho a decidir con su voto a quiénes otorgan el poder. De esos millones depende que todos podamos seguir adelante o de que un tornado oscuro nos arranque del suelo y nos haga aterrizar atrás.  

La oposición fabula, dijo Pedro Sánchez. Y los que escuchan y piensan saben que esas fabulaciones contra los adversarios son siempre mentiras infamantes que intentan colarse en los cerebros desprevenidos. Los cerebros desprevenidos se tragan todo lo que les echen sin cuestionarlo. En vez de rechazar mentiras evidentes para sugestionar a estúpidos; en vez de exigir a los políticos un programa de gobierno que informe cómo piensan llevar a los ciudadanos adelante, los cerebros desprevenidos tragan mentiras con la fruición de animales hambrientos que tragan lo que les echen sin reparar en que el alimento puede estar podrido.

Ya puede el político honesto esforzarse por convencer a los ciudadanos de que todos unidos pueden crear un país cada vez más humano donde la primera y máxima prioridad sea el bienestar de todos. Las fabulaciones divierten mucho más que las verdades y los datos, y quien valora la diversión por encima de todo, no tiene en cuenta que hay palabras que pueden destruir.

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

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