
El hombre primitivo mataba por defender su tierra, caverna, tribu o por robar las de otro. El instinto del troglodita evolucionó y los grupos constituyeron civilizaciones. El hombre civilizado empezó a matar para defender su civilización o robarle la suya a otro. En ese momento, cuando los hombres ya tenían un cierto concepto de humanidad, una mente perversa descubrió que, para destruir a un enemigo, había que deshumanizarle. La deshumanización del enemigo se convirtió en finalidad de las arengas a los soldados y en entrenamiento mental de los civiles para justificar y ganar guerras. Y en esas seguimos. Putin convence a los suyos de que los ucranianos son nazis asesinos a los que hay que eliminar porque amenazan la supervivencia de los rusos. Netanyahu convence a los suyos de que todos los palestinos son terroristas que hay que matar antes de que maten a los israelitas. Los fascistas españoles, por poner ejemplo europeo, convencen a los suyos de que hay que acabar con los adversarios antes de que los adversarios acaben con ellos, lo que significaría acabar con el país. En España, para simplificar y concentrar la deshumanización a los adversarios se les personaliza en un solo individuo, Pedro Sánchez.
Hace unos cinco años ya que los fascistas convirtieron el acontecer político español en un melodrama soso. Cinco años ya que el dinero de socios y subvenciones les permite mantener en cartelera el mismo espectáculo aunque el público se haya reducido, como los asistentes a misas diarias, ahuyentado por aquello de lo cual hoy en día todo el mundo escapa; el aburrimiento.
Moviendo la cabeza rítmicamente y con una media sonrisa para lograr un cierto «sex appeal», Alberto Núñez Feijóo discursea en sus escenas estirando sus monólogos como los adolescentes de los ’60 disfrutábamos estirando chicles bomba. El monotema es la perversión diabólica de Pedro Sánchez, los pecados mortales y veniales que ensucian el alma de Pedro Sánchez y con los que Pedro Sánchez intenta arrastrar al infierno al alma de España.
La truculencia del discurso de Nuñez Feijóo podría excitar la atención del personal, si no fuera porque, desde el primer día, sus diatribas carecen de originalidad. Antes de su aparición en el escenario nacional, Isabel Díaz Ayuso ya utilizaba la misma técnica dramática con el mismo discurso, pero con cierta ventaja por su condición de mujer. So pena de caer en un afeminamiento que los de su cuerda no le perdonarían, Nuñez Feijóo no puede servirse de atuendo, sonrisas maliciosas, caídas de ojos insinuantes y otros gestos coquetos con los que la Ayuso adereza sus discursos. Pero a pesar de ese handicap, Feijóo la tiene como maestra por admirar sus cualidades histriónicas y la potencia venenosa de sus discursos.
Santiago Abascal no tiene ese problema. Sin superior ni superiora que le marque el paso, su pose y su discurso revelan cierta tendencia a seguir el realismo psicológico del método Stanislavsky. El pecho de Abascal puede sugerir afición a los ejercicios para aumentar pectorales o el truco de un chaleco antibalas para inflarse, pero sea por lo que sea, su apariencia frontal da el pego de macho de pelo en pecho, que se decía en tiempos de mi abuela. Cuando aparece en la tribuna del Congreso, evoca la figura del pistolero que, al abrir las puertas de la taberna en un western, espanta hasta a las hormigas. Cuando empieza a discursear, su discurso armoniza con su físico. De inmediato saca la pistola de su lengua y se lanza a disparar insultos contra la cabeza de Sánchez con la virulencia de un poseso. Pero Sánchez le quita a su pólvora todo el poder emocionantemente mortífero. Sánchez no se inmuta.
Hace unos cinco años que Feijóo, Ayuso, Abascal y toda la plana mayor de sus partidos concentran todo su afán apostólico en concebir el modo de convertir a los infieles que no les escuchan. Pero parece que España fuera de verdad un país de pandereta porque, en cuanto se acerca el carnaval, tienen que contemplar de lejos y rabiando de envidia el éxito que obtiene el politiqueo cuando sale de las gargantas de las chirigotas gaditanas. Disfrazarse y cantar no pueden, aunque es probable que ganas no les falten. Un político no tiene por qué ser serio en todas las acepciones positivas de la palabra, pero tiene que parecerlo. ¿Qué hacer entonces?
Entonces llegó la Amnistía, como llama del Espíritu Santo, iluminando la mente de algún asesor. Manifestaciones, concibió el iluminado. Lo más divertido después de una buena comedia o una buena chirigota es una manifestación. Todos los iluminados populares vieron el cielo abierto. En primer lugar, salió el Papa del Consorcio Popular llamando a la Cruzada contra los infieles y su cabecilla, Pedro Sánchez. Enseguida, el presidente visible del consorcio convocó a una manifestación pacífica contra la amnistía y su ejecutor, Pedro Sánchez. No podían faltar los discursos para arengar al personal, dejar claro el «quién manda aquí» y conseguir fotos en medios y redes. Pero para exorcizar al demonio del aburrimiento, harían falta eslóganes excitantes. Todos los asesores se pusieron a parir unos cuantos entre los que se eligió a los más sonoros incluyendo la fruta que, gracias a la Ayuso, ya todo español adulto normal asocia a la madre de Pedro Sánchez.
Y los fieles populares salieron a la calle y chillaron contra la amnistía y contra Pedro Sánchez y se divirtieron y divirtieron también a quienes les vieron en medios y redes. La manifestación tuvo un cierto éxito aunque no comparable con el carnaval de Cádiz, pero algo es algo siempre mejor que nada. Los iluminados decidieron intentarlo otra vez.
Otra vez, sin embargo, la sagacidad de Santiago Abascal le ganó a los sosos irredentos del PP. Manifestación contra amnistía y Pedro Sánchez, sí, pero sin aburrido pacifismo. Las huestes de Vox consiguen sacar a la calle a cientos de policías para contener a una tropa incendiaria. Ante la imposibilidad de destrozar la sede del partido de Pedro Sánchez sin matar policías, a la tropa se le ocurre la idea genial de convertir a Pedro Sánchez en una piñata y cargárselo imaginariamente a golpes. Las imágenes del linchamiento de Pedro Sánchez consiguen un exitazo internacional.
¿Y ahora qué hacemos?, se preguntaron los iluminados del PP viendo que los sainetes contra la amnistía ya no daban para más. Como si las autoridades del Cielo fueran, en realidad, católicas y apostólicas, otra vez respondieron a los ruegos de los más devotos con un milagro. A los de otro partido de devotos se les ocurrió exigir a Pedro Sánchez que cediera a su país la competencia de decidir la vida y destino de los inmigrantes. Y a la mente de Feijóo, habituada a no concebir innovaciones, se le ocurrió que la parida de los del partido belga-catalán resucitaría los ánimos para montar otra manifestación. Esta vez, Feijóo se reserva el llamamiento a la Cruzada Nacional porque ya se sabe de memoria hasta dónde van los signos de admiración y no duda de que conseguirá lucirse.
Pero vamos a ver, reflexiona el ciudadano cuerdo y pensante, primero se protesta contra una amnistía cuando aún no se han redactado ni beneficiarios ni condiciones de esa amnistía, y ahora hay que protestar contra traspaso de competencias sobre inmigración al gobierno de un país que no existe como país independiente, concedidas en documentos que aún no se han escrito y que, si llegaran a escribirse, resultarían jurídicamente inválidos. Entonces, la gestión de gobierno que ofrecen los partidos que protestan con manifestaciones, pacíficas o violentas, contra Pedro Sánchez y su capacidad de negociar para gobernar, ¿se reduciría a enfrentarse a molinos de viento? Entonces, la gestión de cuanto afecta a la vida de los españoles quedaría en manos de holgazanes disfrazados de quijotes para pasar por héroes? Entonces, ¿el bienestar de los españoles depende de la cantidad de Sanchos Panza que se encuentre entre los votantes el día de las elecciones?
Sabido es que la diversión puede ser panacea para todos los males de la mente y del cuerpo. Psicólogos y manuales de autoestima recomiendan diversión para aliviar bajones. Pues bien, ya en la primeras décadas del siglo XX, el fascismo descubrió la eficacia de la propaganda política en la voz de actores para divertir al personal. Hoy no es necesario inventar nada nuevo. A los pensadores fascistas les basta montar la política como espectáculo y nada como el espectáculo para divertir. Es muy probable que el votante que ignora lo que ha hecho el gobierno y lo que ofrece el candidato a gobernar acabe votando por el nombre que más recuerda por ser el de quien le ha divertido más. ¿Para qué el esfuerzo de montarse un programa de gobierno si nadie se lo va a leer?, se pregunta el político fascista. Desde los archivos de la memoria, la inolvidable Ethel Merman contesta con una frase de Irving Berlin: «There’s no business like show business».
No hay negocio como el espectáculo. Gran verdad, la vida en si está llena de espectáculo, incluso la naturaleza se presta a ello.
Claro que un espectáculo repetido hasta la saciedad termina por perder el interés del público. Imagino que es por eso que los Feijóos y Abascales de turno tratan de buscar, con sus mentores y agitadores profesionales, nuevas formas de presentar la comedia bufa para que no pierda la atención de sus seguidores.
Confieso que a mí, el espectáculo de lo grotesco y zafio, no me atrae en absoluto, me produce desazón y asco, pero entiendo que a los fieles seguidores de la política de insulto, furia y odio les pueda interesar hasta hacerles salivar.
Decía Aristóteles que el sabio no dice todo lo que piensa, pero si piensa todo lo que dice, obviamente ni Feijóo ni Abascal son sabios.
De la otra parte tenemos a un hombre que parece haber nacido con una flor en el trasero, pero no basta con apuntarse a la suerte. Pedro Sánchez es alguien tenaz, perseverante, empático y trabajador, y gustará más o gustará menos, pero esas virtudes nadie se las puede negar,y son esas cualidades las que provocan la envidia y el rencor de todos cuantos quisieran verlo a los pies de los caballos. La frustración de los politiquillos y sus mercenarios medios les hace enloquecer, van como pollo sin cabeza presagiando todos los cataclismos a los que Pedro Sánchez nos conduce sin remisión.
El penúltimo capítulo son las cesiones al diabólico partido de Puigdemont, ese que no quiso pactar con el PP para darle la presidencia del Gobierno a Alberto Núñez, por más genuflexos que estuvieron ante el personaje al que ahora detestan.
Nadie, que yo sepa, conoce los términos de esas cesiones, nadie ha visto negro sobre blanco ese acuerdo, es igual, si hay que gritar se grita, si hay que difamar se difama. Así son las cosas de los politiquillos que se han empeñado en dar espectáculos de masas domingo si y domingo también.
Mientras, el pérfido Sánchez continúa a lo suyo, a gobernar para mejorar la vida de todos los españoles, incluidos, cómo no, los fachapobres.
Amiga María Mir-Rocafort, no demores tanto en piblicar tus artículos, por favor, la pedagogía es sumamente importante, y cómo no: The show must go on
Me gustaMe gusta
Ya está en FB desde esta mañana. God Bless you
Me gustaMe gusta