Es lo que hay y no hay otra

¿Qué puede hacer que la ambición lleve a una persona a destruir un país, a destruir a los millones de personas que habitan un país? Es una pregunta que muchos seres humanos se habrán hecho desde que existen los países porque, desde el principio de los tiempos, existen homínidos a quienes sus congéneres no importan; homínidos incapaces de identificarse con los demás, de compartir los sentimientos de los demás; homínidos que carecen de empatía, de compasión, de eso que hace a una persona un ser plenamente humano. La ambición, el deseo desmedido  de conseguir poder, riquezas, fama o las tres cosas ocupa, en esos homínidos, todo el espacio de su alma negando lugar a sentimientos humanos. Ese deseo desmedido en políticos con poder y en aquellos desesperados por obtenerlo, hoy está infectando las almas de millones en todo el mundo; empezando por el ejemplo más trágico del genocidio de palestinos por la ambición desquiciada del gobieno totalmente inhumano de Israel, y terminando por los países en los que la opisición lucha por alcanzar el poder esparciendo el odio, como en España.  

Cualquier persona racional que aguante, durante un rato largo, las imágenes en televisión de las manifestaciones que están alborotando las noches, desde hace muchas noches, en Madrid, es muy probable que se pregunte, con más o menos perplejidad, cómo es posible que haya tantos homínidos carentes de empatía y de inteligencia en una ciudad que se supone centro de cultura, de convivencia entre culturas diferentes, de modernidad. Se ven jóvenes de ambos sexos saltando como simios; gritando consignas que ultrajan a la inteligencia y descomponen la armonía social; exhibiendo símbolos que atacan a grupos de personas y ensalzan ideologías inhumanas; lanzando todo lo que encuentran contra quienes intentan detenerles; quemando todo lo que pueden para crear un ambiente infernal. Es probable que, al contemplar ese espectáculo, algunos sientan miedo. ¿Qué sería del país si ese tipo de homínidos proliferara hasta el punto de otorgar con sus votos el poder a quienes les han llevado a ser lo que son y a estar donde están?

Da miedo que los discursos de odio al adversario que sueltan los que la ambición ha cegado, produzcan hoy el mismo efecto en las emociones de los mentalmente más débiles que los discursos que en la primera mitad del siglo pasado enloquecieron a millones llevándoles, primero, a abdicar de su libertad y, después, a la muerte. ¿Es que en todos los años transcurridos desde aquella época de salvajismo el hombre, macho y hembra, no ha conseguido evolucionar; no ha conseguido crear comunidades auténticamente humanas? ¿Es que el hombre, macho y hembra, sigue reaccionando como un animal ante una golosina cuando los políticos cegados por la ambición les echan propaganda que les excita las glándulas? ¿Es que la mayoría se niega o no puede  razonar cuando se trata de aquello que afecta a su vida; eso que se llama política y que significa gobernar para el bienestar o el malestar de todos?

Si todos se preguntaran en qué afecta su vida la amnistía de unos cuantos por los delitos incruentos que cometieron quienes pusieron sus ambiciones personales por encima del interés general, nadie movería un dedo por defender a quienes  están utilizando esa amnistía para destruir la convivencia pacífica en este país, poniendo sus ambiciones personales por encima del interés de todos. Si la mayoría se niega a preguntarse las verdaderas causas de la crispación, de la división entre parientes, vecinos, comunidades que la ambición de los crispadores está causando, solo queda a los seres humanos racionales de este país esperar con paciencia a que los homínidos se cansen de barullos y se empiecen a preocupar  de las cosas que verdaderamente afectan a su vida y a la vida de los suyos. Es triste, muy triste que la esperanza y la ilusión tengan que conformarse con esperar que los irracionales se cansen de una puta vez, pero es lo que hay  y no hay otra.         

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

Deja un comentario