
Hay momentos en que algo pasa que excita las emociones y las emociones pinchan las glándulas y las glándulas segregan sustancias que alteran el cuerpo y esa perturbación momentánea de la normalidad se queda en la memoria para siempre. Un día de 1958 algo me perturbó de tal manera que determinó el rumbo que iba a elegir mi mente para dirigir mi vida. Era sábado. El internado que aquel año me había tocado en suerte estaba en Miami. Los sábados, las internas podíamos elegir las actividades que quisiéramos para llenar el ocio. Yo me había apuntado al club de lectura. Después del desayuno, fui al salón de recreo y cogí, como siempre, la revista LIFE. La memoria me devuelve a aquel momento cada vez que algo me lo recuerda. En portada, la foto de encapuchados blancos portando antorchas encendidas; a lo lejos, una cruz. No sé si lo leí en titulares o me atreví a leer el artículo. Un grupo del Ku Klux Klan había linchado a un negro y habían quemado su cuerpo en la cruz, no sé si vivo o muerto. No creo que LIFE llevara la fotografía de la quema; sé que mi imaginación la vio como si la hubiera presenciado. Sé que aquel día y en días sucesivos me enteré de lo que era racismo, discriminación, odio al diferente, los abusos de la superioridad. Al cabo de unos días de preguntar para entender, aprendí también a no preguntar nada más porque quien preguntaba sobre cosas serias estaba mal vista; aunque solo tuviera diez años.
Desde el domingo 23 de agosto de este año, todos los medios han tratado extensísimamente el asunto del beso forzado por un individuo a la futbolista Jeny Hermoso. El uso de la fuerza por un macho humano moralmente retrasado no me devolvió a un momento concreto. Sufrí las consecuencias de esa fuerza física durante varios años cuando era una niña, y creía yo que mi cuerpo le había dado más importancia que mi mente. Pero, como todos sabemos, la mente es un ámbito tan misterioso que guarda misterios hasta para su propio dueño.
Los sábados y domingos suelo concederme un rato más o menos largo para dejar el trabajo y entretenerme. El domingo siguiente al escándalo del beso repugnante, algo escondido en las profundidades de mi mente me llevó a elegir, para pasar el rato, una película que he visto varias veces y que hacía tiempo que no había vuelto a ver: Fried Green Tomatoes, Tomates verdes fritos. Enseguida descubrí lo que mi mente quería decirme. La película se resume en tres temas; racismo, violencia de género, el valor incalculable de la amistad. Mi mente necesitaba esa película para seguir reflexionando sobre la cantidad de preguntas cruciales que hoy plantea la política y que hace tiempo me están mareando la mente y agitando las emociones. Hoy, la foto del ex diputado Serigne Mbaye, ilustrando un reportaje en el que denuncia el racismo en la policía, me devuelve el horror de aquel momento de 1958, racismo; y me recuerda mis reflexiones sobre la violencia de género, violencia antinatural; y me despierta el miedo sobre un presente amenazado por el fascismo y un futuro en el que el fascismo puede detener la evolución de la humanidad, lo que me lleva a reflexionar sobre el estado de la amistad que revela la política. La mayoría no se quiere y no quiere, por lo tanto, a los demás. Por eso, la mayoría está votando, en países supuestamente civilizados, por partidos que atentan contra los derechos de las mayorías.
El 28 de agosto de 1960, Martin Luther King Jr. pronunció un discurso que hoy se reconoce como el más famoso de la historia. Todo adulto medianamente informado sabe de dónde proceden las palabras «I have a dream», «Yo tengo un sueño». Luther King contó su sueño de una fraternidad universal ante 250.000 personas, y su sueño provocó una revolución pacífica de las almas que le escucharon. En los meses y años siguientes, los políticos americanos firmaron leyes a favor de los derechos civiles, contra la discriminación, contra la división antinatural de los seres humanos en dueños de derechos y poder y esclavos por su raza y su pobreza. Esa proclamación humana de la igualdad de derechos de todos los seres humanos alcanzó de rebote a las mujeres, consideradas hasta entonces siervas de los machos. Las leyes también permitieron que las mujeres se libraran de un yugo injusto y antinatural para demostrar al mundo la igualdad de las facultades que la creación había dado a todo hombre, macho y hembra.
Esa evolución de la humanidad tal vez llenó de alegría el alma de Martin Luther King. El alma de Martin Luther King, a quien el salvajismo de un supremacista blanco había expulsado a tiros de este mundo, tal vez se alegró en el otro mundo al ver su sueño convertido en realidad. Pero esa alegría no puede haberle durado mucho. Pronto el fascismo empezó a construir un muro para detener la evolución y la realidad se convirtió en una pesadilla. Ese muro, contra el que hoy se estrellan los derechos que permiten la evolución del ser humano, está construido de Dinero, y el Dinero cuenta con un ejército cada vez más numeroso de fascistas que defienden el muro con todas las armas que les ofrece la ambición.
El 28M del año en curso, las elecciones autonómicas y municipales revelaron la realidad descarnada de una sociedad en guerra contra sí misma. La mayoría aceptó la gran mentira de los fascistas para despertar el miedo, resumida en un dicho del tiempo de nuestros abuelos: «tiempo de rojos, hambre y piojos»; la mayoría aceptó la gran mentira de los fascistas para vencer ese miedo: el cielo azul y la verde luz de los fascistas iluminará a todos con el brillo del Dinero.
Cuesta creer que en nuestros tiempos haya tantos millones de ingenuos. Más realista parece suponer que los propagandistas del Dinero consiguen alelar a los hombres, machos y hembras, y determinar su criterio de valores colocando a la ambición por encima de toda consideración humana. Los fascistas que ganaron autonomías y ayuntamientos empezaron enseguida a decretar el regreso al abandono de pobres y medio pobres; el regreso a la desprotección de la mujer; el regreso a la discriminación del diferente. Y la mayoría cayó en la trampa de demostrarse y demostrar que su ambición le situaba por encima de esos grupos inferiores. Hoy esas mayorías ya comprueban las consecuencias de permitirse creer ese engaño y, sin embargo, el 23J la mayoría volvió a votar por los fascistas; la mayoría volvió a demostrar que su máxima ambición es tener su propio culo caliente y que la empatía, característica exclusiva de los seres humanos, es cosa de rojos hambrientos y piojosos. Sin ayudas, sin becas, sin salud pública a la que confiarle sus dolencias, al ingenuo verdiazul solo le queda la ambición para soñar, como a los aspirantes a ricos del Topol de «Violinista en el tejado» o de la Donna de «Mamma Mia».
Los dioses del fascismo, sometidos al Dinero, rey de los dioses, intentan recrear el mundo. En las democracias, solo las mayorías pueden demostrar que el ser humano se creó una vez para que siguiera creando un mundo cada vez más habitable para todos los seres humanos. Quien no se lo crea, quien no obedezca el objetivo de la Creación, tendrá que pagar las consecuencias como todos a los que sacrifica su ingenuidad y su egoísmo.