
Si uno utiliza la palabra histeria, hay que especificar la acepción con la que se la utiliza. Del griego hystera, útero, el que bautizó el trastorno estaba pensando, obviamente, en mujeres. El término ha sufrido tantas vicisitudes a lo largo de los siglos que hoy ha perdido precisión quedando en la mente del vulgo reducida a la expresión popular «estar de los nervios». La Real la define en su segunda acepción como un «estado pasajero de excitación nerviosa producido a consecuencia de una situación anómala». En este sentido, puede decirse que todo homínido humano, macho y hembra, sufre uno o varios episodios de histeria a lo largo de su vida. En este mismo sentido, hoy resulta evidente que la histeria se ha extendido urbi et orbi como una epidemia. En el lenguaje y según las creencias de siglos pretéritos, se diría que el mundo entero sufre una posesión demoníaca, como si al fin todos los demonios hubiesen conseguido escapar del averno y vagaran por el mundo metiéndose en el alma del que más rabia les da. Esta «situación anómala» resulta evidente, sobre todo, en la política.
Un payaso televisivo, en la acepción peyorativa de la palabra payaso, del que no podía esperarse nada serio, se convierte en presidente de la primera potencia mundial poniendo en entredicho la grandeza pretérita, presente y futura de la, para sus ciudadanos, gran nación americana. Sus cuatro años de presidencia dan para miles de memes y vídeos en los que el individuo alcanza el grado supremo del ridículo. Ciertas medidas de su gobierno causan estragos inimaginables. La epidemia de Covid, por ejemplo, cuya seriedad negó recomendando que, en vez de vacunas, se inyectara en las venas del enfermo desinfectante común y corriente, causó más de un millón de muertos durante su mandato. Concluída la pesadilla de su presidencia, pierde las elecciones a un segundo término en lo que parece una intervención divina para evitar que el país se vaya al garete y con él todos los países que dependen de su influencia. Pero es entonces cuando estalla la histeria en toda la nación. Donald J. Trump se niega a aceptar el resultado de las elecciones y monta un cirio que nadie sabe cómo acabará, pero que ni los más optimistas se atreven a predecir que acabará bien. La Justicia intenta borrar del mapa político al ex presidente chiflado, pero hasta ahora no lo ha conseguido. Con cuatro casos delictivos en su contra y un total de noventa y una imputaciones en cuatro estados, Trump encabeza, con gran diferencia a su favor, la lista de candidatos que se presentan a las primarias del Partido Republicano para decidir quién le disputará a Joe Biden la presidencia en 2024. En ese GOP, Gran y Antiguo Partido, que llevó a la presidencia a Abraham Lincoln, nadie se atreve a contradecir, mucho menos a atacar, a Donald Trump por terror a sus seguidores; una tercera parte de ciudadanos con derecho al voto. Sus millones de seguidores y las donaciones multimillonarias a su candidatura permiten a Trump insultar y difamar en su red social a jueces, fiscales, jurados y testigos, con nombres y apellidos, y amenazar a todos con la ira de sus incondicionales, demostrada en el Capitolio el 6 de enero de 2021. «Si vais a por mí», escribió, «yo iré a por vosotros». Hay analistas políticos de mucho prestigio que se atreven a decir que la nación está al borde de una guerra civil. Trump ha conseguido contagiar su histeria a casi la mitad de la población.
En Argentina, por ir al extremo opuesto del mapa, otro candidato a la presidencia, más chiflado que Trump, promete barbaridades que le habrían granjeado la admiración de la Alemania nazi. Entre otras medidas salvajes, promete legalizar la venta de órganos. Con tal medida, ¿qué podría suceder en un país en el que la inflación desbocada tiene a una gran parte de ciudadanos en la miseria? ¿Colas de arruinados para vender un riñón a fin de no morirse, a fin de que sus hijos no se mueran de hambre? Ese fascista, evidentemente perturbado, acaba de ganar las primarias a la presidencia del país. ¿Cómo es posible? Excitando con su espectacular histeria la histeria de quienes asisten a sus mítines y de quienes le ven por televisión y le oyen gritar por la radio.
No tenemos, en España, candidatos a la presidencia del gobierno tan histriónicos. Los cuarenta años de dictadura, de silencio forzoso en aras de la paz, acostumbraron a los españoles a rechazar el alboroto en política. Hoy todos, políticos y politiqueros, guardan la compostura, y los fascistas mienten, insultan y difaman sin chillar demasiado. Eso no significa que los fascistas y su público estén libres de histeria. Los del PP están sufriendo la «situación anómala» de haber perdido el poder, lo que les produce una «excitación nerviosa» incontrolable. Los seguidores de los fascistas PP y Vox están sucumbiendo a los síntomas más comunes de la histeria; ansiedad y depresión. Cuando Feijóo, Abascal y otros líderes de su cuerda pintan una España desastrosa al borde de la destrucción, ofrecen a las víctimas de histeria motivos que justifican sus perturbación librándoles así del sentimiento de culpa y de la perplejidad que les causa el desconocimiento sobre sus trastornos. La culpa de todos sus males es de Pedro Sánchez y su gobierno monstruoso empeñados, todos ellos, en destruir el país.
Las cifras macroeconómicas y las medidas sociales de los gobiernos de Joe Biden y de Pedro Sánchez, salvando la diferencia en cantidades de población y recursos, han puesto a sus respectivos países a la cabeza de las economías mundiales. ¿Cómo es posible, entonces, que millones de ciudadanos traguen las mentiras fascistas que pintan panoramas horribles que la realidad desmiente? La respuesta es tan sencilla que, de entrada, sorprende que no se divulgue.
La Gran Depresión de 2008 afectó la economía de millones de ciudadanos en el mundo entero. En vez de concentrar sus esfuerzos en paliar los efectos de la catástrofe en la vida de las personas, los gobiernos neoliberales se embarcaron en salvar a las empresas, al gran capital. El resultado no fue, como decían los mal llamados conservadores, que la riqueza de los ricos contribuiría a la salvación de los pobres, es decir, a la salvación de sus respectivos países. El resultado fue un aumento desmesurado de problemas de salud mental por la desmesurada cantidad de personas que, abandonadas por los gobiernos, no podían superar la crisis. Ese fue el principio de la epidemia de histeria que hasta la ciencia ignoró durante años. Cuando aún no se había superado esa catástrofe, llegó la epidemia del Covid y la ciencia se volcó en buscar soluciones a la enfermedad infecciosa ignorando, otra vez, sus efectos sobre la salud mental. La mayoría de los ciudadanos tuvo que buscar alivio en los psicotropos y en la distracción que le proporcionaban los móviles, las series, los programas del corazón, cualquier cosa que paliara por un rato los efectos de su histeria. Esos paliativos han tenido, en algunos casos, consecuencias tremendas; desde la adicción a psicofármacos hasta la proliferación de agresiones sexuales cometidas por jóvenes enganchados a la pornografía.
La ciencia ignoró la salud mental de los afectados por las sucesivas crisis y por el miedo a verse afectados, pero los políticos fascistas, no. Comprendiendo la similitud de la situación actual con la de las críticas décadas de principios del siglo pasado, los fascistas de todo el mundo decidieron aplicar la estrategia que había conseguido el triunfo del fascismo en toda Europa aprovechando los trastornos mentales de una población empobrecida, humillada y aterrorizada ante la perspectiva de un futuro negro. Los partidos fascistas en España, uno sin miedo a exhibir su fascismo y otro tapado, reconocieron pronto la histeria que afectaba a la mayoría y aplicaron toda su estrategia a aprovechar la debilidad de los trastornados. Todos los discursos del PP y Vox sobre la situación política y social de España llevan más de cuatro años incidiendo sobre la situación calamitosa del país; presentándose ante los ciudadanos como la única tabla de salvación para que el país no caiga en el abismo.
Siendo la histeria la única explicación posible ante la ingenuidad de los ciudadanos que han dado mayoría a los partidos fascistas tragando todas sus mentiras con credulidad infantil, es evidente que la única solución para que los partidos progresistas puedan gobernar en paz es que esos gobiernos se marquen como prioridades mejorar el tratamiento de la salud mental en la sanidad pública y proteger a los jóvenes y a las generaciones venideras con la mejor educación pública posible.
Dadas las circunstancias, cabe predecir que contaremos con un gobierno de coalición progresista encabezado por Pedro Sánchez. Esperemos con esperanza y con ilusión que ese gobierno nos libre de circunstancias perturbadoras, y cuidemos todos nuestras mentes y emociones para librarlas de la histeria que puede hacernos víctimas de cualquier embaucador.
Magnífica disección de lo que significa la histeria y sus diversas versiones, María.
Yo diría, sin miedo a equivocarme, que en la actual situación política, la histeria se a hecho presa del PP y Vox. Los primeros más histéricos que los segundos, al punto de ver sus esperanzas de convertir a la señora Gamarra como presidenta del Congreso en un gran fiasco, fiasco como el que merecidamente se llevará el «sobre pagado» Feijóo que llegó para entrar en la Moncloa por la puerta grande, y, con suerte, la visitará cuando el presidente Sánchez lo reciba.
Como lo del Gobierno Frankenstein está muy gastado y ha dado pocos frutos, ahora las tintas se cargan sobre el fugado Puigdemont y las exigencias que sin duda tendrá Junts para apoyar la investidura de Pedro Sánchez.
La prensa afín, es decir, casi toda, hurga en la herida del Procés buscando algún rédito para su valido Feijóo al que ven mustio y triste vagando por el Congreso con cara de papanatas.
Pocos medios han dado la importancia que tiene el que el señor Núñez haya percibido tres importantes sueldos, cuando muchos nos preguntamos «de dónde saca pa tanto como destaca». Tener 600.000 € en su cuenta bancaria, varios pisos en Galicia, uno en Madrid… no se entiende muy bien porque las cuentas no salen sumando todos los ingresos «oficiales» que ha tenido.
Dicen en el PP que para que los «mejores» vayan a la política, hay que remunerarles en condiciones… Pedro Sánchez tiene menos sueldo que el alcalde de muchas ciudades de provincias. El Gobierno progresista no ha dado ni un solo escándalo, se han dedicado a trabajar para mejorar la vida de los ciudadanos, esos ciudadanos que Rajoy empobreció durante sus mandatos engordando a eléctricas, bancos y grandes fortunas.
A mí me importa una higa la histeria desatada con Puigdemont y esa importancia, no buscada, que la aritmética parlamentaria le ha concedido. Sé, estoy convencido, de que el PSOE y SUMAR no tragarán con ruedas de molino, otros, el PP en concreto habla de dialogar con todos, incluido el odiado por ellos, Carles Puigdemont, Bendodo dixit.
A nadie interesa una repetición de elecciones, por tanto, tengo puestas todas mis esperanzas, libres de histeria, en la conformación de un Gobierno progresista que siga ayudando a los ciudadanos y llevando a España a lo más alto dentro de la Comunidad Europea y en el mundo
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Estupendo, como siempre y publicado en Facebook
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María, acabo de leer la biografía de Fassman, me encanta. Muchas Gracias por publicarlo gratis.
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Gracias a ti por leerla y darme tu opinión, Eusebio. Decía mi padre que el dinero me veía de lejos y echaba a correr por la manía que le tengo. Tenía razón. Jiji
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