Al borde del precipicio

Otra bomba informativa. Donald Trump es imputado con cargos de interferencia en las elecciones federales. La imputación del Gran Jurado de Washington detalla, en sus 45 páginas, cómo el entonces presidente, para perpetuarse en el poder, organizó una conspiración para anular el resultado de las elecciones generales de 2020 que daban ganador a Joe Biden. Pero la bomba con peligro mortal no la arrojaron los medios con la noticia de la imputación. Esa bomba asesina estalló en 2016, cuando Trump llegó a la Casa Blanca tras una campaña que siguió la estrategia de la propaganda fascista, copiada y superada por la propaganda nazi, acusando a su contrincante, Hillary Clinton, de diversos delitos y repitiendo constantemente que debían encarcelarla. Fue una bomba, una bomba dirigida contra el edificio de la democracia para demoler la estructura que alberga a la libertad, facultad que, políticamente, convierte a los súbditos en ciudadanos. La onda expansiva de aquella explosión llegó a Europa y empujó a la democracia de los países europeos al borde de un precipicio; empujó al borde de un precipicio a la libertad de millones de ciudadanos para convertirles en súbditos. Y ahí está la libertad desde entonces, luchando entre la vida y la muerte.

En la primavera de 2018 prospera una moción de censura contra el gobierno  de Mariano Rajoy, presidente entonces del Partido Popular. La Audiencia Nacional había sentenciado que el Partido Popular, desde su fundación, había ayudado a establecer «un sistema genuino y efectivo de corrupción institucional a través de la manipulación de la contratación pública central, autonómica y local». La Audiencia consideró, además, que Rajoy había mentido como testigo durante el juicio del caso Gürtel. La moción de censura fue un recurso perfectamente legal para librar al país de un presidente perjuro; presidente, a su vez, de un partido corrupto.   

Abierta la memoria a devolvernos la realidad política de aquellos días, empiezan a entrar en ella a borbotones los detritos de la reacción de los líderes del Partido Popular a la tragedia de haber perdido el poder y, con él, los medios para seguir financiándose con dinero de los españoles sin dar cuentas a nadie; ignorando cualquier traba impuesta por la legalidad. La utilización de las instituciones a capricho era práctica familiar de los políticos poderosos durante el franquismo. Perdido el poder, los líderes del Partido Popular pierden los privilegios y beneficios de aquellos políticos de los que se sentían herederos, y  deciden recurrir a la estrategia de la propaganda fascista para recuperar ese poder; el poder que garantiza la impunidad de cualquier chanchullo.  

El 2 de junio de 2018 asciende a la presidencia del gobierno Pedro Sánchez Pérez-Castejón, secretario general del Partido Socialista Obrero Español. Los estrategas del Partido Popular se lanzan de inmediato contra quien consideran usurpador de los privilegios que ellos mismos se habían concedido por su fidelidad a la ideología franquista. No tienen que trabajar demasiado. La tecnología moderna les permite acceder en segundos a los portales donde se encuentran los once principios de la propaganda nazi, resumen de las deducciones extraídas de los diarios de Goebbles, genial Ministro de Propaganda del gobierno de Hitler. 

La mentira que inició la estrategia de destrozar la imagen de Pedro Sánchez fue declararle ilegítimo. ¿Ilegítimo habiendo llegado al gobierno tras una moción de censura al mandatario anterior? En 2020, Sánchez gana las elecciones y la mayoría de votos de la cámara. Pero ni el apoyo de la mayoría parlamentaria consigue que los líderes del PP dejen de dar la matraca con su ilegitimidad. ¿Qué entienden por ilegítimo? Educados los más viejos en las costumbres del franquismo y los más jóvenes con los relatos de sus padres, los líderes del PP consideran que cualquier modernización democrática atenta contra la paz, la unidad, la grandeza de la España que el Dictador creó, reduciendo la libertad de los ciudadanos al derecho a defender aquella España; reduciendo a todos los ciudadanos a la condición de súbditos de un régimen superior a cualquier consideración humana. Todo intento de transformar aquella España es, para los líderes del PP, ilegítimo, puesto que atenta contra la Patria que concibió e impuso el Salvador de la Patria por la gracia de Dios. Pero, dependiendo hoy el triunfo del partido defensor de aquella España, no de la cantidad de muertos en una guerra, sino de la cantidad de votos en unas elecciones, ¿cómo convencer a los que votan de que deben dar el triunfo a los patriotas que luchan por recuperar a la España que la democracia desmoronó? Hay que convencerles siguiendo al pie de la letra las instrucciones de la propaganda que convirtió a Mussolini en estrella mundial y a Hitler en el Mesías destinado a salvar a Alemania y a Franco en el Generalísimo Caudillo destinado por Dios a librar a España de los demonios del republicanismo, del libertinaje desatado por la democracia.

Siguiendo las instrucciones de Goebbels como sigue un fanático religioso su libro sagrado, el sucesor de Rajoy en la presidencia del PP soltó un día, ante micrófonos y cámaras, una letanía de improperios contra Pedro Sánchez que delataba una minuciosa búsqueda en el diccionario para no dejarse ni un insulto utlizable. ¿Utilizable para qué? Para deshumanizar al adversario convirtiéndole en encarnación de todas las faltas, leves y graves, que ensucian el alma de los mortales. Defenestrado aquel presidente ducho en insultos, accede a la presidencia del PP un político que venden como moderado. Su moderación se revela cuando comprime toda la letanía de su predecesor en una sola palabra: sanchismo. Esa única palabra confirma su intención de continuar siguiendo, al pie de la letra, las instrucciones de la Biblia  de la propaganda fascista. «Individualizar al adversario en un único enemigo», dice uno de sus mandamientos. Y Núñez Feijóo, cumplidor, basa su última campaña electoral en culpar de todos los desastres de la España actual, peores todos ellos que los desastres que componían el desastroso estado de los países europeos después de dos guerras mundiales, a Pedro Sánchez;  en repetir hasta la náusea que el único culpable de tan espeluznantes desastres es Pedro Sánchez y de que el único modo de salvar a España de su hundimiento total es derogar al sanchismo. «La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente», Goebbels dixit.

Quien haya seguido los discursos de Donald Trump en los mítines de su campaña para ganar las primarias del Partido Republicano se habrá quedado patidifuso ante los improperios que Trump dedica contra el Secretario de Justicia, el Fiscal Especial, todo Procurador General y Juez de todos los Estados que se han atrevido a investigarle e imputarle. Pero el que se lleva la mayor parte de los peores insultos es el Presidente de Estados Unidos. Uno piensa que algunos de esos insultos merecerían demandas por difamación. Pero Donald Trump defiende su derecho a insultar y mentir como le salga de su voluntad amparándose en la libertad de expresión que protege la Primera Enmienda de la Constitución americana. Incapaces de encontrar una sola evidencia que demuestre la corrupción de Joe Biden, Trump y todo el Partido Republicano que tiembla a sus pies concentran las acusaciones contra su hijo, confiando en  que los ciudadanos desprevenidos asocien la corrupción al apellido Biden como si la corrupción fuera una tara congénita de esa familia. Otra vez se trata de la sencillísima estrategia de repetir mentiras hasta que las mentes más débiles las acepten como verdades. Otra vez se trata de recurrir a cualquier cosa para recuperar el poder. Donald Trump recurrió a las conspiraciones más estúpidas, más infames para revertir el resultado de las elecciones de 2020 que dieron el triunfo a Joe Biden convirtiendo a Trump en el primer presidente de un solo mandato. Hoy, el Poder Judicial lucha con todas sus facultades por reanimar a la democracia que Donald Trump, con la ayuda del Partido Republicano, intentó eliminar.

Las mentes sanas se preguntan, en los Estados Unidos, en España, en el resto de Europa, cómo es posible que millones traguen mentiras inverosímiles; cómo es posible que millones renuncien a la libertad que les permite evolucionar como seres humanos,  siguiendo y votando por líderes que intentan imponer a todos la camisa de fuerza del fascismo. Goebbels también ofrece una respuesta. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”. 

La capacidad receptiva de las masas sólo puede dilatarse mediante la educación. La educación tiene que alimentar la memoria para que el recuerdo de tragedias pasadas impida su repetición; impida que los ataques contra la libertad se consumen en delitos que exijan la actuación de los jueces. La memoria recuerda, a los más interesados en informarse, el juicio de los jueces que aplicaron las leyes nazis, juzgados en Núremberg en 1947. La tiranía no depende de instituciones ni de fechas. Una y otra vez surgen individuos ególatras dispuestos a privar a sus semejantes de todos sus derechos para gozar de todos los privilegios que se les antojen. En las democracias actuales, el ególatra con ambiciones tiránicas se camufla en partidos políticos y se rodea de jueces y dueños de medios de comunicación.

Nuestra libertad, amparada por la democracia, está al borde del precipicio. Dos partidos consiguieron, mediante la propaganda fascista, hacerse con el poder en varias comunidades autónomas y ayuntamientos. Quien no quiere dejarse abatir por el miedo, cultiva la esperanza de que los ciudadanos de esas comunidades y ayuntamientos reaccionen a la confiscación de su libertad votando racionalmente en la próxima oportunidad que tengan. Pero la esperanza va más allá. El ciudadano consciente hoy espera que una mayoría parlamentaria nos libre a todos de un gobierno fascista. El ciudadano consciente hoy espera que un gobierno comprometido a gobernar para el bien de todos comprenda la importancia de la educación y dedique todos los esfuerzos posibles a evitar que una masa de personas limitadas por su escasa comprensión y su desconocimiento de la historia caiga víctima de la propaganda fascista poniendo en peligro la libertad de todos.       

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

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