El peligrosísimo sentido común

Debate a siete. El portavoz del mal llamado partido de ultraderecha pide el voto, en el discurso final, apelando al sentido común de los votantes. Las mal llamadas derechas saben que el común de los mortales, el populacho, la mayoría, la manada parece haberse deslizado en los últimos tiempos hacia el lodazal de las mal llamadas derechas y en ese lodazal chapotea como cerdos contentos con su destino; comer y divertirse revolcándose con sus hermanos. Algunos explican la tragedia con la ley del eterno retorno. Hemos vuelto a los tiempos marrones del fascismo que intentó cargarse a la humanidad en el siglo pasado. Otros rechazan esa estúpida explicación conspiranóica que cuestiona el sublime propósito de la creación del hombre, atribuyéndola a la ciega naturaleza o a dioses sádicos. Esos otros afirman que la repetición supuestamente eterna de lo mismo, que desde siempre ha impedido la evolución del ser humano, se debe a la perversa inteligencia de los malvados más listos que, desde el principio de los tiempos, aprendieron a aprovecharse de la ingenuidad de los ingenuos y de la estupidez de los estúpidos para llenar sus alforjas robándole la vida a los demás; convenciendo a los demás de que el sentido común es la suprema manifestación de inteligencia. Tal vez la suprema manifestación de inteligencia sea preguntarse qué cosa es ese sentido común que ha servido a los malvados de todas las épocas para mantener a las manadas de homínidos humanos pastando pacíficamente entre verjas de alambre de espino.  

El sentido común es un «monstruo ceñudo», dice Vladimir Navokov, el escritor que mandó al sentido común a hacer puñetas para escribir sin censura su «Lolita», obra genial que el sentido común tacha de escándalo por refocilarse en la anécdota ignorando el fondo. El sentido común engendra a los «duendes gordos y verrugosos del convencionalismo», dice Navokov, siendo lo convencional la camisa de fuerzas que ahoga el intelecto. Porque el sentido común no es hijo de la lógica, como dicen sus defensores, es sentido hecho común por los más listos para controlar a los más cobardes. Los cobardes sólo creen lo que creen que cree todo el mundo; sólo dicen lo que creen que todo el mundo dice. Ese supuesto «todo el mundo» es la inmensa tribu de los cobardes que hace sentir a los cobardes protegidos por la mayoría; libres del peligro de verse aislados y abandonados a su suerte. Los cobardes son ese común de los mortales cuyas certezas y creencias forman el cuerpo plúmbeo del sentido común. Uno de los ejemplos más evidentes de esto es que hay muy pocos analistas políticos que se atrevan a alejarse del sentido común para decir la verdad.

En el mismo debate a siete, Patxi López, portavoz de un partido mal llamado de izquierdas que se había opuesto al galope de mentiras de los portavoces de las mal llamadas derechas, destacó el lazo indestructible que une la verdad a la realidad. Cualquiera que eche un vistazo a su alrededor puede ver, en vez del desastre negro que describen los mentirosos malvados, la realidad multicolor de un país próspero donde la gente trabaja y se divierte con la ilusión de prosperar.

En su «Breve tratado de la ilusión» dice Julián Marías que «la vida humana se nutre de ilusiones , que sin ellas la vida decae, se convierte en un tedioso proceso rutinario amenazado por el aburrimiento». La amenaza del aburrimiento acecha hoy a los tristes habitantes de las comunidades y ayuntamientos en los que, sin más inspiración que el sentido común, la mayoría votó el 28-M por los partidos que ofrecen un futuro plano, sin ilusiones, sin nada que agite al personal con la ilusión de progresar. Ese futuro gris empezó a hacerse presente en cuanto empezaron a gobernar los malvados cenizos. De un plumazo se cargaron obras de teatro y películas que pudiesen estimular el pensamiento, que pudiesen estimular la ilusión de quienes con su voto habían entregado su vida y la de sus paisanos a los cruzados del estancamiento; del estancamiento de los comunes, necesario para el apalancamiento de los cruzados en el poder. ¿Cómo consiguieron esos cruzados convencer a la mayoría de que renunciara a la ilusión de progresar que estimula y distingue a una vida humana de la vida de cualquier animal, esclavizada ésta por el instinto? Lo consiguieron convenciendo a la mayoría de sumarse a la manada que abdica de su propio juicio entregando su facultad racional al sentido común. 

El sentido común se nutrió de mentiras inoculadas por repetición en los cerebros de italianos, alemanes y españoles en las primeras décadas del siglo pasado. Las mentiras hicieron que sus mayorías perdonaran torturas, prisiones, campos de concentración, fusilamientos  que amordazaron o hicieron desaparecer a quienes se atrevían a guiarse por su propio juicio y a cualquiera que se distinguiese por ser diferente al común de la manada. En este último grupo entraron judíos, gitanos y homosexuales. El horror de esa limpieza a fondo de seres humanos no horrorizó a la mayoría que chapoteaba en la pocilga porque no iba con ellos.  

Dicen los expertos que el triunfo de la propaganda, que costó millones de vidas humanas segadas por la represión y las guerras, se debió a que la mayoría, desesperada por las crisis económicas y sociales que le negaban el bienestar, estaba dispuesta a adherirse a cualquiera que le prometiese librarla de la miseria. Pues bien, las sucesivas crisis económicas y sociales de este siglo recordaron a los malvados más listos el poder prodigioso de aquella propaganda, y a mentir se lanzaron a galope. Las víctimas de su proyecto de limpieza son ahora negros, homosexuales, emigrantes pobres y cualquiera que se niegue a aceptar la tiranía del sentido común. 

Los de las mal llamadas derechas culpan de todos los desastres del mundo a las mal llamadas izquierdas. Por enésima vez repito que la nomenclatura que divide a la política en dos bloques, izquierdas y derechas, es otra mentira peligrosa, tal vez más peligrosa por su prodigioso poder de engañar a incautos. Lo de izquierdas y derechas es una reducción simplista que lleva más de dos siglos repitiendo la diferencia anecdótica entre los que en la Asamblea General francesa de 1789 se sentaron a la derecha, los nobles, y los que se sentaron a la izquierda, la plebe. Eso no tiene nada que ver con la orientación política de hoy en día. Hoy no se trata de una repetición del asunto por pereza de buscar una ocurrencia nueva. Hoy se trata de otro modo de disfrazar otra mentira para abrir posibilidades a los mal llamados políticos que por política entienden, exclusivamente, el modo de alcanzar el poder para inflar sus egos y llenar sus carteras. Es falso, por supuesto,  que los verdaderos políticos se distingan por el lugar en el que se sientan. Los verdaderos políticos se distinguen por su ideología. O son conservadores o son progresistas. Entre los primeros intentan camuflarse los fascistas, los que confunden la política con su ambición personal y la utilizan para su propio beneficio. Lo único que quieren conservar los fascistas es el poder. En España no hay partidos conservadores salvo, tal vez, uno muy minoritario por estar circunscrito al País Vasco. En España hay partidos progresistas y partidos fascistas, estos últimos disfrazados de derechas, término que, en realidad, no dice nada de su realidad. Como no dice nada de su realidad que algunos se proclamen moderados. Moderadamente o a tiros, los fascistas pretenden animalizar a la gente para convertir a la mayoría en su ganado, un ganado que trabaje en silencio para beneficio de los patrones. Moderados o exacerbantes, los fascistas son fascistas se sienten donde se sienten y su misión en el mundo es estancar la evolución de la humanidad.

Los españoles que viven con las dificultades propias de la vida de cualquier ser humano, aliviadas estas por la ilusión de progresar que ilumina su presente y su futuro, esperan el cercano 23-J con cierto miedo a la desilusión provocado por las encuestas. Las encuestas dicen que las mentiras del sentido hecho común por los fascistas derrotará a la percepción de la realidad de la mayoría; la realidad de un país que prospera, que progresa gracias al trabajo ilusionado del gobierno durante los últimos cuatro años y al trabajo de los españoles, nativos o inmigrantes, que se esfuerzan en trabajar con ilusión. Pero un gobierno democrático no puede librarnos de la amenaza de los fascistas. Del único que depende que se cumpla la ilusión de progresar en libertad de todos los españoles, nativos e inmigrantes, es del ciudadano que se acerca a una urna electoral con un voto en la mano, consciente de que de ese voto depende el progreso o el retroceso de él mismo y de todos los demás.                      

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

Un comentario en “El peligrosísimo sentido común

  1. Magnífica disección de la realidad, María Mir-Rocafort.
    Como siempre acertando con unos planteamientos que todos deberíamos tener claros.
    Quedan muy pocos días para que nuestro país vuelva al blanco y negro, a los adustos sermones de los yugos y las flechas, a las homilías que nos advierten de un terrorífico Infierno creado por sus retorcidas mentes. También cabe la posibilidad, y a esa esperanza me aferro, de que la socialdemocracia venza al Goliat rabioso y aspero de las mal llamadas derechas, porque no hay nada menos derecho que la mentira, el odio y la explotación de los bajos instintos de miles de estúpidos que siguen creyendo en pajaritos que preñan y en la reserva espiritual de Occidente.
    Mala la hubiste Feijóo al incendiar toda España. Caiga sobre ti y tu alter ego Abascal todo el peso de la razón frente a ese sentido común que nos vendéis.

    Me gusta

Deja un comentario