En busca del voto perdido

Mi artículo anterior se fue a las nubes de mi mente para explicar el resultado de las elecciones del 28-M basándome en postulados de la mente genial de Carlo Cipolla. Pero sus «Leyes fundamentales de la estupidez humana» responden a un estudio socioeconómico de los seres humanos que hasta puede expresarse en gráficas. Sus definiciones de los tipos humanos explican, con apabullante precisión, las distintas formas en que cada tipo se relaciona socialmente. Faltan, sin embargo, en ese estudio, los aspectos más recónditos, más oscuros del intrincado bosque de cada mente en el espacio infinito de su soledad. Los fenómenos que en ese espacio se producen determinan las decisiones que cada cual decide. Luego para explicar el resultado absurdo de las pasadas elecciones municipales y autonómicas, resultado que, tomando en cuenta las mayorías según los tipos de Cipolla, sólo cabe calificar de estúpidos, hay que adentrarse hasta donde se pueda en el bosque del alma de cada individuo; hay que recurrir a la psicología aunque la disciplina adolezca de las limitaciones insuperables de quien intenta describir un bosque por fuera sin haber entrado nunca en él.

Una anciana, a punto de salir del mercado en el que acaba de comprar su limitadas provisiones, se encuentra con un gentío insólito que apenas le permite moverse. De entre toda esa gente, sale una joven muy mona, muy bien vestida. La joven la mira, se acerca a ella y le sonríe. Es la presidenta y, al reconocerla y saberse reconocida, el corazón de la anciana se agita con aquella emoción que una vez le quitó el aliento, hace muchísimos años, cuando vio a Cenicienta en una pantalla, vestida de princesa bailando con un rey. La presidenta le da la mano. El roce de su piel tiene algo de divino, como si la tocara la Virgen María, la mismísima madre de Dios. El mundo desaparece; desaparece el mercado al que va cada día a comprar las cuatro cosas que necesita para comer. Cuando la Virgen sigue su camino, la anciana ya no ve nada con precisión. Tiene los ojos nublados de lágrimas. Coge la bolsa con su compra, que nunca pesa, pero que hoy parece llena de algodón. Vuelve a su casa y sube las escaleras sin que nada sólido obstaculice sus pies ni le canse las piernas. Entra en su piso y, por primera vez en mucho tiempo, no siente el frío oscuro de su soledad. Si no fuera porque en su vida no ha tenido tiempo de leer, su memoria le recordaría la rima de Becquer: «Hoy la he visto, la he visto y me ha mirado. Hoy creo en Dios». Porque es esa recuperada espiritualidad lo que llena su cuerpo y su alma de una emoción ya casi olvidada.

Pero algo le falta a ese día glorioso; algo que pronto se anuncia con el vacío cotidiano que la obliga a encender el televisor. No tiene nadie a quien contarle el prodigio de sentir en su mano la mano de la presidenta. Vive sola, rotundamente sola, en su casa y en la calle.  Tendrá que guardar en su memoria el instante glorioso en que una mujer muy importante la mira, la ve, le sonríe y la toca. Tendrá que recuperar ese recuerdo para recuperar aquella emoción. Y volverá a recuperarla, sin duda, el día que demuestre su agradecimiento a aquella joven maravillosa votando por ella. 

No hay exageración en el relato. La soledad impuesta por las circunstancias de cada solitario deja un vacío en el alma que para llenarlo por un instante basta una mirada. Y esa sensación de vacío no afecta solamente a una anciana que vive sola; afecta a ancianos de ambos sexos que viven en familia o en residencias;  afecta a niños, adolescentes, jóvenes que en su familia no encuentran la compañía que su alma necesita; afecta a hombres y mujeres que en las noches miran la oscuridad de sus habitaciones sintiendo el vacío de la soledad aunque tengan la pareja al lado. Todo el que se siente solo vive con ese agujero negro que quiere atraer a cualquier persona, sea beneficiosa o peligrosamente nociva.  Si a la anciana del relato le dicen que las órdenes de la maravillosa presidenta obligaron a miles de ancianos a morir en soledad, tomará por demonio a quien se ha atrevido a soltar semejante difamación blasfema. Los ojos de aquella mujer que la miraron con amor, los labios que con amor le sonrieron haciéndola sentir, por primera vez en muchos años, una persona de carne y hueso, visible, no puede revelar otra cosa que el amor de Dios. Digan lo que digan los demonios, el día de las elecciones la anciana votará por aquella joven tan mona y tan simpática que encarna lo mejor del cielo.

No hay campaña electoral que no tenga como prioridad vital del candidato sonreír a alguno en particular mirándole a los ojos, estrechar su mano, someterse a un abrazo o a un selfie. Si el candidato tiene formación y cualidades de fisonomista, para tener esos  detalles personales elegirá, entre los que se agolpan a su lado, a aquel cuya mirada, expresión, postura corporal delate a un mindundi desesperado por que alguien le recuerde que es alguien. El candidato importante que con su atención le recuerde a un cualquiera su existencia en este mundo, que con su atención le otorgue al cualquiera un motivo para jactarse ante parientes y amigos de que un candidato importante le reconoció y le dio una prueba de amistad en público; ese candidato habrá ganado un voto que nada de lo que ha hecho o dejado de hacer podrá quitarle. En un instante, ese candidato le ha devuelto la vida al cualquiera dándole la importancia, la prestancia que las circunstancias de su vida le han negado. Un favor así no puede pagarse leyendo, oyendo, viendo, juzgando asuntos de política. Un favor así solo puede pagarse votando por quien le ha rescatado de la muerte en vida a la que sus circunstancias le han condenado. 

Todos sabemos que la vida de todos transcurre en una montaña rusa. Un día tocamos el cielo con la mano y al día siguiente podemos vernos tragando tierra. Hay quien lo tiene asumido, sabe disfrutar de las alturas y traga tierra con resignación esperando otro arranque hacia la cima. Pero esos que entienden los altibajos y los aceptan con la certeza de superarlos son minoría. La mayoría guarda, en algún lugar secreto de su alma, alguna frustración, más o menos dolorosa, que le amarga el viaje más o menos. Algunos guardan muchas frustraciones. Cuando las frustraciones suman tanto que llegan a vencer a la esperanza, la víctima se convierte en un fracasado. Un fracasado sólo espera desprecio de los demás y, lo peor, sólo recibe desprecio de sí mismo. 

El candidato a cargo importante sabe que el voto del mindundi es necesario y que es fácil conseguirlo con una carantoña, sobre todo si el mindundi está aquejado de soledad. Como sabe también que al fracasado iracundo no se le contenta con carantoñas. El fracasado vive hirviendo en las secreciones de la ira que su fracaso le hace segregar, generalmente culpando a los demás de sus culpas, y lo único que relaja la presión de la ira sobre sus nervios es sacarla de su cuerpo y volcarla en otro o en otros. Sabiéndolo, y con los fracasados iracundos en mente, los asesores del candidato importante le aconsejan aderezar sus discursos con mentiras truculentas e insultos atroces contra el adversario más temido. Esos discursos que destilan odio obran, en el fracasado, efectos prodigiosos. Desaparece el dolor de la soledad del que se siente despreciado, marginado. Desaparece el desprecio a sí mismo. Su ira ya no es una emoción vaga, sin objeto, que le desgarra. Otros la comparten. Otros comparten su odio contra el culpable de todas las injusticias del mundo; tantas que no se pueden concretar, ni falta que hace. Otros le acogen en su tribu de fracasados iracundos y le prometen que, pronto, el mundo será suyo y suya será la compañía, la aceptación de otros fracasados iracundos como él. Votar por el candidato predicador de mentiras e insultos en nombre del odio se convierte, para el fracasado iracundo, en cuestión de vida o muerte.

Si en la relación con el otro, los tipos de Cipolla explican los intríngulis del mundo socioeconómico y permiten entender el voto de las mayorías en determinados momentos históricos, para llegar a la explicación más abarcadora, más auténtica, es necesario incluir la relación del ser humano consigo mismo. ¿Qué lleva a una persona a hacer daño a los demás sin obtener beneficio alguno para sí? ¿Qué la lleva a formar parte del tipo de los estúpidos? La respuesta habría que buscarla penetrando en la piel de cada individuo hasta llegar a las profundidades de su alma, y eso es imposible. Los asesores de campañas políticas buscan la respuesta en las generalizaciones de la psicología porque entienden que en el acto de decidir el voto, la mente y las emociones de la mayoría de los votantes juegan un papel fundamental. 

Ante semejante maraña de causas, la explicación del resultado estúpido de las últimas elecciones apenas consigue aproximarse a la realidad. Lo que nos indica que en estos momentos, tal vez resulta inútil devanarse el entendimiento buscando respuestas a causas que casi todos intuyen y casi nadie puede comprender profundamente. La realidad nos dice, sin ambages, que se aproximan unas elecciones generales que pueden alterar el rumbo del país, de la vida de cada cual, por lo que resulta de vital importancia analizar la situación y aplicar lo que nos parece la solución más adecuada con la perspectiva del tipo inteligente de Cipolla.

Si inteligente es aquel que beneficia a los demás obteniendo un beneficio para sí mismo, es evidente que decidir el voto exige ignorar las elucubraciones de nuestra mente y las exigencias de nuestras glándulas para permitir que nuestra razón sopese sin interferencias qué nos ha aportado este gobierno y qué dice el candidato aspirante que, si gobierna, nos aportará. Sólo si una mayoría responde racionalmente a estas preguntas se puede evitar que el voto estúpido entregue nuestro país y nuestras vidas a quien ha conquistado a los estúpidos con carantoñas, mentiras e insultos. Sólo si consigue elegir racionalmente el gobierno que más conviene al país y a su vida, podrá cada cual aceptar la montaña rusa cotidiana con esperanza y aliviar los bajones con el subidón que proporciona sentirse orgulloso de sí mismo.   

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

2 comentarios sobre “En busca del voto perdido

  1. Querida amiga, en esta ocasión mi único comentario a tu brillante artículo es: ¡¡Bravo!!
    Ojalá lo lean muchas almas solitarias y muchos enfermos de ira, con suerte a algunos les hará pensar, aunque no tengan costumbre de hacerlo.
    Felicidades, María Mir-Rocafort y un abrazote.

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    1. Muchísimas gracias, amigo mío. Tu comentario es corto, pero como para dar un subidón al autor del artículo e inducir a su lectura. Con tu premiso, que ya sé que me lo das, me lo llevo a FB. Abrazote

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