Un tumor maligno


He tardado en escribir un artículo. Leer, oír, ver en vídeos cada día cómo crece el tumor oscuro que amenaza nuestro modo de vivir me ha dejado sin fuerzas para escribir otra cosa que comentarios cortos en las redes. No se trata del virus que ha sumido tantas vidas en una tragedia. Las tragedias que ocurren en el escenario del mundo real, como las que ocurren en los libros  y en los teatros,  tarde o temprano terminan. La que ahora nos atemoriza y nos desbarajusta depende de una vacuna o de un tratamiento eficaz, y hay tantos cerebros empeñados en su busca, que ambas cosas aparecerán más pronto que tarde. Podremos entonces mirar atrás y percibir estos días como una tragedia escrita por un dramaturgo demente de la que salimos aliviados y sin ganas de volver a verla o a leerla. Pero el tumor es otra cosa.

La vida de un tumor puede ser muy larga. El tumor aparece sin anunciarse y crece lentamente alimentándose de los órganos sanos hasta devorarlos por completo, dejando en su lugar un amasijo de tejidos muertos. Se le llama cáncer, pero es tal el horror que causa el nombre, que se le ha sustituido por el eufemismo de larga enfermedad. Hace mucho tiempo que en nuestra sociedad nació un tumor que lleva años creciendo, devorando el tejido sano de las mentes enfermas. Hoy nos aterroriza el coronavirus hasta tal punto que muy pocos se percatan de la larga enfermedad que está destruyendo nuestra vida en silencio y que puede acabar con todo lo que el virus no pudo destruir.

Apenas había cumplido el siglo XX catorce años cuando Europa y casi todo el mundo sufrieron la tragedia de una guerra. Esa tragedia  un día quedó atrás y se convirtió en un mal recuerdo que todos intentaron olvidar según  las posibilidades de sus bolsillos. Las ganas de olvidar convirtieron a los años veinte del siglo pasado en una fiesta en la que el entusiasmo se desbordaba a lo loco como el champán de una copa servida sin tino. Hasta que ciertos excesos volvieron a provocar otra tragedia. La depresión del ‘29 cayó de lo alto como un meteorito, empujando al suicidio a algunos que perdieron su fortuna  y aplastando en la miseria a quienes tenían muy poco o nada. El mundo occidental volvió a sufrir un ataque de pánico. Y oculto en la oscuridad, nació y creció el tumor.

Tras una guerra mundial y el derrumbe del dinero que creaba dinero, el hombre, macho y hembra, aterrado y desorientado, renunció a los valores que nos hacen humanos. Las tragedias sucesivas le dejaron sin certezas ni esperanza. Millones de cadáveres, seguidos en poco más de diez años por legiones de miserables dejaron al hombre sin fe; sin fe en Dios, sin fe en su razón, sin fe en los valores humanos, sin fe en sí mismo. Solo e indefenso, el hombre buscó la protección del Estado. Las exigencias del Estado, el entusiasmo por las cualidades mágicas de líderes poderosos, de poderosas máquinas y  del éxito material se transformaron en las normas y los juicios de valor de un hombre, macho y hembra, que había renunciado a pensar y a luchar por sí mismo.  En cursivas las reflexiones de Erich Fromm sobre la causas de la locura que llevó a la mayoría de los alemanes a seguir a Adolf Hitler y a los suyos como se sigue a Dios, renunciando a su libertad, a sus valores; permitiendo que Alemania causara otra tragedia que dejó al mundo entero sembrado de muertos. Cientos de pensadores han tratado de analizar las causas de esa locura. Las consecuencias las hemos sufrido todos de un modo otro. Algunos las seguimos sufriendo porque, bajo todas las apariencias externas, sabemos que en el fondo, sigue minando las mentes el mismo tumor que produjo la locura de la mayoría de los alemanes, la locura que entregó el triunfo a Hitler y a las huestes nazis.

¿Qué llevó a millones de americanos a votar por un hombre desequilibrado, a todas luces, que carecía de los conocimientos y la experiencia para ser jefe de cualquier estado? ¿Qué lleva a millones a seguirle  apoyando después de escuchar durante tres años sus discursos salvajes y de sufrir su política disparatada? Donald Trump les ofrece la seguridad que Hitler prometía a los alemanes y, como Hitler,  devuelve el orgullo a  los trabajadores y desempleados víctimas de la recesión de 2008; el orgullo de ser ciudadanos de un gran país. Pero ese no fue el principio del tumor. El tumor empezó y se ramificó y sus células malignas atacaron a la población de diversos países, siempre con un líder mágico sustituyendo a Dios y a la religión: Berlusconi, Salvini, Orbán, Bolsonaro y en América Chávez y su remedo, Maduro. Quien juzgue el fenómeno a la luz de ideologías, se equivoca. No es un fenómeno político; es un fenómeno patológico. Se trata del poder hipnótico de personajes aquejados del trastorno narcisista de la personalidad, apoyados por financieros y empresarios sin escrúpulos dispuestos a hundir al mundo entero si es necesario para que floten sus beneficios, y se trata de seguidores que, por diversas circunstancias han perdido o han renunciado la facultad de razonar. El líder está dispuesto a todo para mandar; el seguidor estás dispuesto a todo para que le manden.

España sufre hoy las consecuencias de una pandemia que amenaza la vida de los ciudadanos y altera su cohesión social. Cuando haya terminado la tragedia, España se enfrentará a una recesión que muy previsiblemente hundirá la economía y destruirá el empleo y el bienestar de millones.  Este desastre afecta a los españoles que apenas se  habían repuesto de la crisis de 2008. En la mente de millones de los españoles supervivientes de la recesión ya crecía el tumor que devora las facultades mentales, y es de suponer que seguirá creciendo. En 2011 esos millones dieron sus votos a un partido cuyos líderes habían mentido y habían robado y no podían garantizar con su trayectoria que dejarían de mentir y de robar, siempre a costa de los económicamente más débiles y a favor de los económicamente más fuertes. Sin embargo, millones de los más débiles le volvieron a votar en 20015. ¿Por qué? A quien interese la teoría puede encontrar la respuesta en El miedo a la libertad de Erich Fromm. En un lenguaje sencillo, Fromm explica por qué el hombre corriente está dispuesto a someterse al totalitarismo, sea del signo que sea. Quien no se sienta atraído por los libros de psicología, puede encontrar la respuesta por sí mismo abriendo bien los ojos y los oídos y atreviéndose a pensar.

Santiago Abascal y Pablo Casado no son fascistas ni nazis como dicen sus adversarios. Basta ver y escuchar sus intervenciones públicas para darse cuenta enseguida de que no son más que dos peleles que hacen y repiten lo que les mandan quienes diseñan su propaganda según los mandatos de quienes tienen verdadero poder. Ni Abascal ni Casado proponen idea alguna en sus discursos, simplemente porque no las tienen. Lo que tienen es una fe absoluta en la propaganda que un día llevó al poder a fascistas, nazis y franquistas. ¿Qué esa propaganda exige mentiras y bulos? Abascal y Casado difunden mentiras y bulos sin atisbo de escrúpulos y de vergüenza. Saben que ni la mentira ni los bulos alejan a sus votantes y saben que bulos y mentiras acercan a aquellos que sienten admiración por quienes se atreven a mentir tan descaradamente sin miedo a nadie. Eso  demuestra lo poderosos que son.  Muchos españoles sensatos se preguntan cómo se atreven Casado y Abascal a convertir un pleno o una sesión de control del Parlamento en una retahíla de insultos y de infamias contra el presidente del gobierno. Asesorado por Joseph Goebbels, la primera determinación de Hitler fue desprestigiar las instituciones para poder eliminarlas sin dificultad. La eliminación de las instituciones, le permitiría eliminar la democracia. Y así fue. Abascal y Casado hablan en el Congreso como si estuvieran en una taberna, deseando que Pedro Sánchez se irrite y les devuelva los golpes como si estuviera en una taberna también. Sánchez, con una inteligencia, un criterio moral y un respeto a las instituciones que no le permiten responder, no les responde. Eso no afecta ni a Casado ni a Abascal. Sabe que la mente de sus seguidores, debilitada por el tumor que ahoga sus facultades, ya no puede alcanzar un juicio racional. Que Sánchez no conteste a esos dos líderes poderosos significa que les tiene miedo porque pueden más que él. Quienes estén contra ellos merecen que sus bots les insulten utilizando simplemente palabrotas sin perder el tiempo en defenderse  o argumentar.   Quienes estén con ellos no importan porque carecen de facultades que les permitan debatir con los contrarios por lo que copiarán las palabrotas que suelten los trolls y los bots utilizando, preferiblemente, abreviaturas para los insultos más largos.

Y mientras, el tumor va creciendo y creciendo con los días de confinamiento, alimentado por el miedo a lo que puede ocurrir mañana y el terror a lo que puede ocurrir el mes que viene. Y mientras, Abascal y Casado entretienen a sus infelices seguidores  con fotos en las que exhiben su poder en un despacho, ante una biblioteca, en un baño. Y sus  bots elevan la admiración de sus infelices seguidores poniendo miles de megustas en las fotos. Y los infelices seguidores ya sienten sobre ellos la luz y el calor del poder d que compartirán con sus líderes cuando estos hayan conseguido echar de La Moncloa a un individuo tan serio y tan blando que no le da miedo a nadie. Dicen algunos periodistas que todos los políticos son iguales, pero los infelices seguidores se ríen porque saben que en cuanto sus líderes lleguen al poder, todos los periodistas los pondrán por las nubes porque Sánchez habrá dejado de existir. Y a todo esto, ¿qué hace o dice Inés Arrimadas? Nada. Inés Arrimadas espera tranquila a enterarse con quién tiene que pactar.

El virus sigue matando y se avecina una recesión. Y sí, tengo que admitir que tengo miedo, miedo a morirme de asco si los que padecen una larga enfermedad se ponen aún más graves y resulta que la enfermedad se contagia y pasamos de un virus que afecta los pulmones a un tumor que afecta la mente de la mayoría y la mayoría se somete a vivir en una sociedad que a todos nos acabe haciendo la vida imposible.

Publicado por MARIA MIR-ROCAFORT - WEB

Bloguera. Columnista

5 comentarios sobre “Un tumor maligno

  1. El tumor seguirá creciendo, esta sociedad no sabe en dónde está todavía a estas alturas. Claro que es comprensible, mirando en rededor nuestro.
    María hace tiempo que me di cuenta que esto es predicar en el desierto, es por decirlo de alguna forma, una impotencia mayúscula.
    Un abrazo

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